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Ser únic@s y diferentes en unidad.

Domingo, 12 de junio de 2022

trinidad-misericordiosaJn 16, 12-15

12 de junio de 2022

El evangelio de este domingo es un fragmento del discurso de despedida de Jesús, en la última Cena, narrado por las comunidades de Juan. Son versículos que se introdujeron en la tercera redacción del complejo evangelio de Juan; muy tardío en el tiempo con la intención de integrar, por fin, las comunidades joánicas a la gran Iglesia cristiana.

Este texto nos indica que a Jesús no le queda mucho tiempo, pero aún no ha agotado todo su mensaje. Parece ser consciente de que sus oyentes están situados en la racionalidad y en el impacto emocional del momento: “Todavía tengo que contaros muchas cosas más, pero no tenéis capacidad ahora”. Efectivamente, tal vez les falta la experiencia de la Resurrección, una nueva percepción que amplía los límites humanos para no quedarse encerrados en las categorías puramente humanas.

Jesús no les abandona en el caos de la incomprensión, sino que les deja la herencia viva del Espíritu, de su luz, su energía, su fuerza y su presencia para siempre. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hacia la verdad total”. Y continúa con una revelación muy profunda de lo que habita en la entraña de Dios y que llamamos Trinidad en nuestra tradición cristiana. Todo un movimiento de palabras que van vinculando, en un dinamismo de cooperación, respeto, unidad y distinción, las tres maneras de hacerse visible la misma esencia de Dios.

Cuando nos situamos ante la Trinidad como un misterio insondable, consciente o inconscientemente, estamos alejándonos de lo que realmente somos. Parece que justifica más nuestra inacción y parálisis esa “separación” entre lo humano y lo divino. La Trinidad es una experiencia humana básica, la dimensión relacional que nos constituye como seres creados a imagen de un Dios que es relación en su mismo ser. Así parece intuirlo ya el autor del Génesis cuando Dios se dispone a crear al ser humano verbalizándolo en plural: “Hagamos al ser humano a imagen nuestra, a nuestra semejanza”.

No estamos hablando de tres dioses como creían los judíos contemporáneos a Jesús, que le tildaban, por esto y otras razones, de blasfemo y traidor de su Pueblo. Trinidad hace referencia al mismo Ser de Dios. Por cierto, las comunidades de Juan definen a Dios como Amor. No tiene sentido hablar de Dios-Amor como un ser solitario que se queda en las estratosferas de la existencia, inactivo y complaciente. Si partimos de esta premisa, sólo puede darse ese amor en la comunicación, en la relación, en la comunión con otra realidad semejante. Este amor es el que cristaliza en las tres expresiones de Dios que configuran nuestra existencia más profunda y que la Teología clásica ha definido en los términos de Padre, Hijo y Espíritu Santo: somos creados para crear, somos liberados para liberar, somos sostenidos para dar vida y dignificarla. La Trinidad trasciende nuestras creencias y dogmas porque en la Trinidad somos y, en este espacio, nos hacemos permanentemente.

La Trinidad es el valor añadido del Dios Cristiano. Creer en la Trinidad tan sólo puede aportar un bello discurso teológico, pero percibir que somos Trinidad, tiene unas consecuencias en nuestra manera de vivir de gran calado; se trata de percibirnos en comunión desde el respeto hacia otros seres y danzar en torno a la existencia de cada uno de ellos.

La Trinidad nos revela nuestra capacidad de vivir en UNIDAD desde la DISTINCIÓN, desde la originalidad que somos cada un@. Sólo puede unirse lo que es diferente. Nuestro Dios trinitario es el antídoto de la uniformidad, que es lo fácil para el ejercicio de liderazgos débiles que usan el poder para controlar que nadie se salga de lo normativo. Pensemos en comunidades, equipos de trabajo, espacios familiares, prácticas políticas, etc. Tampoco se trata de completar a nadie porque sea incompleto. Así nos va en las relaciones y en nuestros vínculos cuando buscamos en los demás lo que nos falta.

Hoy día se marca la diferencia no para buscar la unidad sino para la rivalidad: imposible un pacto para el bien común, imposibles acuerdos que trasciendan las ideologías. Tampoco es sano, como ocurre en otros ámbitos más relacionados con lo religioso, la búsqueda de la uniformidad. Todos a hacer lo mismo, independientemente de las capacidades, sin respetar lo que es personal y en un intento de ser como otros para obtener unas migajas de éxito, valoración, pertenencia a alguien o a algo. El nefasto resultado son personas fuera de sí mismas, de falso envoltorio y la toxicidad que eso supone para la vida de los grupos humanos.

A nuestro ego le da miedo la unidad desde la diferencia porque nos saca de las escalas, del pódium, de las competiciones y competitividades. Sentimos inseguridad ante lo diferente cuando nos situamos desde nuestros complejos, inferioridades, frustraciones, creencias. Nos cuesta aceptar que lo que nos hace vivir en unidad y no en uniformidad, es lo que nos diferencia porque somos únicos, eso sí, nunca vivido como sometimiento o dominación.

Dejemos que nuestra dimensión trinitaria se encarne en lo cotidiano de nuestra vida, de nuestros vínculos y relaciones, para vivir en circularidad y común-unión, porque ser únic@s y diferentes es lo que realmente nos iguala en dignidad y nos une en la diversidad.

¡Feliz fiesta de la Trinidad!!

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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