Echar raíces

Martes, 18 de febrero de 2020

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Entremos en las sencillas y cotidianas realidades del vivir de cada persona. Hay un proyecto, una expectativa, un compromiso: está el deseo de alcanzar cierta posición social, de realizar algunos sueños cultivados largamente en la adolescencia y en la primera juventud; hay un conjunto de ideales que forman casi la plataforma de las opciones más inmediatas. Mirando por todas partes, escuchando todas las voces, dejando que desde dentro de sí irrumpa el grito espontáneo, puede decirse que todo va repitiendo: «¡La vida es tuya!». La vida es la bella invención que cada día brota de la mente y de los sentimientos del hombre, es la hermosa aventura que cada hombre realiza de manera personal, es la incógnita que cada día es descifrada y explotada para nuestra propia felicidad. La vida es tuya. Ahora bien, si miras alrededor, te darás cuenta de que la vida no está para nada en tus manos: no puedes hacer con ella lo que quieras.

        La vida te ha sido dada: no la has pedido tú, no la has programado, no la has diseñado como un proyecto que debes seguir. La vida me ha sido dada para que pueda gozarla de una manera tan plena que agote el proyecto de Dios, de suerte que pueda convertirla en un momento, en un paso, en un elemento palpitante de todo el universo, en un punto importante en el camino de la civilización humana. Desde esta perspectiva, todo hombre tiene ante sí campos ¡limitados de acción, modos inagotables de elección, posibilidades continuas para «inventar su propia vida», para administrar esta inmensa riqueza y hacer de él mismo y de toda la humanidad una aventura nunca acabada y cada vez más fascinante.

        La primera regla para inventar la vida, para dar consistencia y garantía de crecimiento y de solidez a nuestra personalidad, es la de echar raíces. Echar raíces significa adherirse a una realidad concreta, pertenecer a un territorio, a una experiencia, a un contexto: todo eso equivale a reconocer una realidad que nos precede y a declarar de manera positiva nuestro carácter concreto. Equivale a aceptar el ambiente en el que estamos, sentir que pertenecemos a ese pedazo de tierra, a ese segmento de la sociedad, al círculo de personas con las cuales, queramos o no, vivimos: equivale a aceptar como propia la realidad cotidiana.  Echar raíces supone siempre una actitud libre y responsable que compromete a una presencia inteligente e invita a la fantasía a encontrar nuevas posibilidades y nuevas soluciones destinadas a cambiar y mejorar todo lo que encontramos.

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G. Basadonna,
Inventare la vita,
Milán 31990, pp. 28-42, passim

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