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Amigo, sube más arriba

Domingo, 1 de septiembre de 2019

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“Nunca hagas alguna cosa solamente por dar ejemplo a otro, o ganar a otros, porque no sacarás de aquí sino pérdidas para ti.

Haz todas las cosas simple y suavemente, sin tener respeto a otra cosas sino a aplacer a Dios en ellas.

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Juan de Bonilla,
De prudencia que se debe tener en el amor al prójimo

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Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando.

Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola :

“Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: “Cédele el puesto a éste.”Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.

Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba.” Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.

Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”

Y dijo al que lo había invitado:

“Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado.

Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.

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Lucas 14, 1. 7-14

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¿Basta con estar convencidos de la misericordia de un Dios que perdona y de nuestra condición personal de pecadores para que se lleve a cabo la reconciliación? No. Falta aún una disposición, un valor que es nuestro o, al menos, es nuestro en cuanto debemos aceptar una invitación interior que viene de Dios […]. Sin conversión no hay reconciliación. La conversión del corazón, entendida como movimiento del hombre que se dirige hacia Dios, que se convierte, es decir, que se mueve hacia Dios con la conciencia de haberse alejado de Dios.

La conversión es un dar marcha atrás, un cambio de ruta, un cambiar la orientación de nuestra propia vida. El pecador es un fugitivo, alguien que vuelve la espalda al Señor, como un pródigo que se va hacia la ilusión de paraísos terrestres. La conversión es un volver a caminar hacia Dios dejando a nuestra espalda muchas ilusiones que se han vuelto amargas y muchas infidelidades que todavía pueden conservar la atracción de la seducción. Eso significa convertirse. No es, por consiguiente, un gesto que se realiza de una vez por todas, sino una actitud permanente de la vida. No nos convertimos el 25 de julio o el 3 de abril, sino que empezamos a convertirnos para no acabar nunca más. La conversión debe invadir todo el compromiso de la vida para ser realmente una actitud viva, una actitud que no hace la historia de ayer, sino que hace la historia de hoy.

Podríamos decir que la conversión es ese presente misterioso, totalmente animado por la gracia del Señor, que hace que, en nuestra vida, el pecado sea cada vez más un pasado, un pasado próximo, un pasado remoto. Algo superado, algo que hemos dejado a nuestra espalda, algo abandonado con el compromiso de la reconciliación, del misterio de la reconciliación, como lo llama el apóstol Pablo. Es el misterio que brota del designio salvífico de Dios, el reconciliador por excelencia, que quiere vivir de verdad en comunión con su criatura, el hombre.

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Anastasio A. Ballestrero

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