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Dom 16.10.16. Viuda (¿iglesia?) indignada: El poder de los impotentes

Domingo, 16 de octubre de 2016

imagesDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 29 Tiempo ordinario. Ciclo C. Lc 18, 1-8. En una de las páginas más hondas de la filosofía del siglo XX (Totalidad e Infinito), E. Levinas, judío curtido en opresiones, nos habló de la eficacia del “rostro suplicante”, es decir, del argumento de los indignados que gritan con su rostro, exigiendo justicia.

El mayor poder del mundo no es la Bomba, ni el Gran Capital, ni un Estado pretendidamente soberano, ni una Iglesia triunfante, sino el rostro impotente del huérfano, la viuda y extranjero…, el rostro que sufre y se indigna, que mira y suplica, pues lleva en el fondo toda la energía de Dios ; éste es el poder más hondo, el grito de los indignados.

En esa línea se sitúa hoy el testimonio de la viuda del evangelio, sin más ley ni derecho que su rostro indignado y su grito suplicante para exigir justicia, siendo así capaz de cambiar incluso al juez inicuo.

14718708_665266803650515_7437983696970535053_nLas viudas son para la Biblia judía y cristiana el prototipo de los necesitados: Son personas sin derechos familiares, sin padre que pueda acogerlas en su casa, sin marido que les ofrezca protección, sin hijos que puedan defenderlas.

Éstas son las viudas, es decir, las mujeres en estado puro, dentro de una sociedad donde el único derecho es la fuerza de los hombres. Pues bien, por encima de ese derecho de la fuerza está el grito de las viudas, de los huérfanos y extranjeros indignados, pidiendo justicia.

Las mujeres viudas se concebían entonces (en el AT, en el tiempo de Jesús) como un bien mostrenco, bajo la amenaza económica, social y sexual de los hombres, bajo el riesgo de ser utilizadas, vendidas, sometidas. Pues bien, tradición bíblica las vincula, en el corazón del Pentateuco y en los profetas, con los huérfanos (niños sin protección) y con los extranjeros (hombres y/o mujeres sin amparo legal).

14705807_664766247033904_845131620558345362_nEl grito indignado y exigente de viudas, huérfanos y extranjeros constituye el más hondo de todos los poderes, como sabe el AT, como sabe el evanelio de hoy. Desde ese fondo quiero ofrecer primero una visión general del AT, para detenerme después en el evangelio de este día, la viuda suplicante. Buen domingo.

Imágenes: 1-2. Dos versiones del cuadro famoso del grito, de Edvard Munch (1863-1944), que pueden ayudarnos a entender el tema (con viuda, con huérfano).

Imágenes 3-4: Unamuno se refugia en el coche,en Salamanca, tras el discurso académico/político de protesta (12.10.1936), en contra de la guerra, pidiendo que nadie venciera… sino que convencieran. A su lado (¿a favor, en contra?) el obispo Plá i Deniel, con falangistas dispuestos a lincharle. Muere a los pocos días, queda su grito indignado, ochenta años después.

ANTIGUO TESTAMENTO. HUÉRFANOS, VIUDAS Y EXTRANJEROS

La Biblia Antigua ha condensado las obras de misericordia en la ayuda a esos tres tipos de personas, que habían aparecido en los profetas, y que anticipan el mensaje de Lc 4, 18-19 y Mt 25, 31-46.

El cuerpo de la ley protegía ante todo a los connacionales fuertes, mientras los otros (huérfanos, viudas y extranjeros) parecían abandonados a sí mismos, sin el patrocinio del conjunto social.

— Pues bien, para proteger a huérfanos, viudas y extranjeros ha elaborado el AT una norma religiosa de misericordia, que aparecía ya en Is 1, 17 (huérfanos y viudas) y en Jer 7, 6 (forasteros, huérfanos y viudas), la norma y principio del grito indignado.

‒ Viuda (‘almanah) era una mujer sin protección y ayuda de marido, sea porque ha muerto o le ha dejado, quedando así sola, sin padres, hermanos o parientes que la cuiden. En aquel contexto patriarcal violento era difícil vivir como viuda, pues sin casa (padre o marido) una mujer se hacía prostituta o se hallaba en riesgo de ser utilizada. En ese contexto se sitúa la ley del levirato (Dt 25,5-10): el hermano o pariente más cercano del marido muerto debía ocuparse de la viuda (cf. Gen 38; Rut 4), pero en muchos casos no había tal pariente.

‒ Huérfano (yatom) es el niño o menor sin familia ni protección jurídica y/o social, a merced del capricho o prepotencia de otros. La tradición israelita ha unido a huérfanos y viudas, haciéndoles objeto de cuidado especial por parte del resto de la sociedad (cf. Is 1,23; Jer 49,1; Job 22,9; 24,3; Lam 5,3). Yahvé aparece así como Padre de huérfanos a quienes protege y como juez (dayan) de viudas (Sal 68,6), a quienes defiende, dando ese encargo a todos los creyentes.

‒ Extranjeros o gerim. Son los que residen (gur) en Israel, pero sin formar parte de la institución sagrada de las tribus, ni estar integrados en la estructura económico/social y religiosa del pueblo. No están protegidos por la alianza de Israel, y así constituyen una categoría especial, con riesgo de ser expulsados (cf. Esdras-Nehemías). Pues bien, en contra de eso, les protegen las leyes más sagradas la Biblia, las proto-leyes de la misericordia y hospitalidad.

Uno de los textos legales más antiguos de la Biblia, el dodecálogo de Siquem (Dt 27,15-26), formula de manera radical esta exigencia de misericordia, expresada en tres obras de ayuda.

¡Maldito quien defraude en su derecho al forastero, huérfano y viuda!
¡Y todo el pueblo responda: así sea! (Dt 27,19)

Esta maldición interpreta el derecho (mishpat) como misericordia, ayuda a los excluidos, en un gesto solemne, presidido por levitas que proclaman la ley suprema, mientras el pueblo, reunido en asamblea (cf. Dt 27,1.9), responde ‘amen, así sea. Esta defensa de los oprimidos no ha entrado en los decálogos estrictos de Ex 20 y Dt 5 (con su legislación oficial), pero constituye el derecho fundante de Israel: no cree en Dios (no puede responder amén) quien no cumpla esta exigencia. El esa línea se sitúa el Código de la Alianza (Ex 20, 22‒23, 19), incluido tras el decálogo del Sinaí (Ex 19-24), con leyes antiguas (del siglo IX-VIII a.C.) de tipo social, criminal, económico y cultual:

No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis en Egipto. No explotarás a la viuda y al huérfano, porque si ellos gritan a mí yo los escucharé. Se encenderá mi ira y os haré morir a espada, y quedarán viudas vuestras mujeres y huérfanos vuestros hijos (Ex 22, 20-22).

Este recuerdo del origen social israelita (¡fuiste ger o extranjero!) fundamenta su moral y la edifica sobre la solidaridad con los oprimidos: Dios tuvo misericordia de los hebreos en Egipto; ahora son ellos los que deben imitarle, protegiendo a extranjeros, huérfanos y viudas. Si alguien les explota ellos pueden gritar y Dios les oye.

En esa línea avanza el cuerpo doctrinal del Deuteronomio (Dt 12-26), que recoge y sistematiza (en el VII a.C.) esas leyes, en línea de fiesta y comida

Celebrarás (la fiesta) ante Yahvé, tu Dios, tú y tus hijos y tus hijas y tus siervos y tus siervas, y el levita que está junto a tus puertas, y el extranjero, huérfano y viuda que viva entre los tuyos, en el lugar que Yahvé tu Dios elija para que more allí su nombre. Recuerda que fuiste siervo de Egipto; guarda y cumple todos estos preceptos (Dt 16, 11-12).

Junto al huérfano/viuda/extranjero, esta ley incluye a siervos y siervas, criados o esclavos, igual que a los levitas que carecen de propiedad para organizar las fiestas sagradas, que debían celebrarse en Jerusalén. Todos han de participar en ellas. En ese contexto se formula la ley sobre el rebusco:

Cuando siegues la mies de tu campo… no recojas la gavilla olvidada; déjasela al extranjero, al huérfano y a la viuda, y te bendecirá Yahvé tu Dios en todas las tareas de tus manos. Cuando varees tu olivar… Cuando vendimies tu viña no rebusques los racimos; déjaselos al extranjero, al huérfano y a la viuda; recuerda que fuiste esclavo en Egipto (Dt 24, 19-22).

Yahvé, que ha empezado siendo un Dios de esclavos, se ocupa de los nuevos oprimidos: huérfanos, viudas, extranjeros. Por eso, frente a la codicia de los propietarios, el Deuteronomio apela al derecho de los desposeídos. Poderosa es la voz del pobre (´ani, ´ebyon), que clama a Yahvé (cf. 24, 14-15); por eso hay que ayudarle.


EL GRITO INDIGNADO DE LA VIUDA SUPLICANTE. EVANGELIO DE LUCAS

He presentado el tema de las viudas (con los huérfanos y extranjeros) desde la perspectiva de la voz suplicante. Las viudas aparecen sometidas a la arbitrariedad de los poderosos, pero tienen una voz que llega hasta Dios. Ellas aparecen de un modo especial en el evangelio de Lucas, que seguimos leyendo este domingo:

Está la viuda del nacimiento de Jesús (Lc 2, 37);
Está la viuda y madre del hijo muerto de Naím (Lc 7, 12);
Está la viuda que da todo lo que tiene, la mejor cristiana (Lc 21, 2-3).
Hoy está la viuda suplicante, la del grito que todo lo consgue (Lc 18, 1-8).

En contra de los que piensan que no merece la pena salir a la calle y gritar (en plano social y religioso, político y eclesial) habla este evangelio, que nos sitúa ante el grito de la viuda, capaz de cambiar el orden injusto del sistema.

Muchas veces todo parece quedarse en un grito, pero ese grito es más hondo y eficaz que todas las voces opresoras, huecas, prepotentes, del sistema dominante. Ese grito de la viuda que llega al corazón de Jesús (y al mismo cerebro del juez injusto) sigue siendo para nosotros promesa de vida.

Ciertamente, puede tener su importancia la justicia legal sin corazón, con el buen pensamiento, con el compromiso de instituciones e iglesias. Pero, en el fondo de todo, según el evangelio, importa y logra más el grito insistente, indignado, de las viudas, que claman ante Dios y ante los hombres desde la entraña de su vida, con una voz que sale del corazón y que puede cambiar incluso el corazón de los jueces prepotentes.

Para que el mundo cambie sigue siendo necesario el grito de las viudas, la indignación de los huérfanos y los extranjeros, la voz de todos los oprimidos del mundo, a los que el mismo Jesús dice: Juntaos y gritad al Dios omnipotente.

Texto

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: Hazme justicia frente a mi adversario. Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.

Y el Señor añadió: Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? (Lucas 18, 1-8)

La viuda “cree” en el valor de su insistencia:

está convencida de que el juez le atenderá, si se mantiene firme y pide, una y otra vez, con actitud que puede llegar a ser “desagradable” para el mismo juez (¡puede acabar pegándole en la cara!). La súplica de la viuda (¡que no tiene más recurso que su insistencia!) puede transformar al mismo juez.

En el contexto bíblico, esta viuda que “pide justicia”, de un modo insistente, es signo de todos los pobres del mundo que sólo cuentan con eso que la tradición católica ha llamado la “omnipotencia suplicante” (aplicada a la Virgen María, cuando intercede por los hombres). Pues bien, en nuestro caso, esta viuda es la Virgen María, que es omnipotente por su forma de pedir.

Viuda suplicante, la voz de los indignados

Ciertamente, el mal juez (los malos poderes políticos, económicos y judiciales del mundo, que no creen en Dios ni en la justicia) pueden ignorar a los que piden, gritan, se manifiestan. ¿Qué le importa al sistema la vida o muerte de los pobres? ¿Qué le importa al capitalismo la suerte de los miles de hombres y mujeres que mueren cada día de hambre o abandono?

No, en un primer momento, a los jueces del mundo no les importa nada. Ellos van a lo suyo: su justicia particular, si imperio, su dinero, los demás que mueren. Pero esa respuesta no está tan clara: ¡Si todos los pobres gritan, como esa viuda, el sistema tiembla!

Ésta parábola no es una palabra particular (circunstancial) de Jesús, sino que ella recoge la experiencia más honda de la Biblia, desde los hebreos de Egipto que gritan y Dios les escucha (Ex 2). En contra de lo que se dice, al final de todo no está el triunfo militar de los más fuertes, ni el poder del dinero, sino el poder más alto, la omnipotencia del grito, un grito incesante, de no-violencia activa.

El problema está en que la mayoría callan o se doblegan ante el sistema,

pidiendo pequeñas migajas, subsidios pequeños…, para que todo siga igual. Pues bien, en contra de eso, esta viuda grita, en gesto de manifestación radical. ¡Una y otra vez se eleva ante el juez!, que controla los grandes poderes del mundo (tiene a su servicio el ejército, la policía, la cárcel y el dinero). Pero la viuda tiene algo más fuerte: Su grito insistente, su protesta continua, su “huelga” sin fin (su no-violencia activa).

Si todas las viudas del mundo gritaran, si todos los que están engañados por esta sociedad elevaran la voz y se plantaran, los grandes jueces tendrían que decir, pues no se pude vivir en este mundo enfrentándose a todos.

La omnipotencia de los que gritan, pidiendo justicia

He visto el rostro de esta viuda por doquier,
aquí en Castilla donde vivo, en la Iglesia de la que formo parte,
y, de un modo especial, entre los hombres y mujeres que sufren y llaman, a lo largo y a lo ancho de la tierra.

Por eso creo que este mundo tiene solución…, creo que existe una respuesta, porque el grito de los llaman ante Dios y ante los hombres tiene una fuerza infinita.

Vivimos en un mundo que parece dominado por la voz de los que viven de olvidar a los demás y de dominarles, un mundo fundado en la propaganda de un sistema que quiere silenciar todos los gritos y engañarnos a todos con el circo mediático de las mentiras organizadas.

Pues bien, en contra de eso tenemos que comprometernos a elevar la voz, como tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo. Ha llegado el momento de los grandes indignados, con la viuda del evangelio, con palabra suplicante y con voz que denuncia:

Ésta es la voz de O. Romero, que pidió justicia y fue asesinado el año 1981… Le mataron los jueces injustos y mentirosos (¡por lo menos el de la parábola de Jesús confiesa que no cree en Dios!), pero su voz sigue resonando, y son muchos los jueces que acabarán cediendo.

Ésta es la voz de I. Ellacuría y sus compañeros, asesinados el año 1989… Mataron sus “cuerpos” externos, pero su voz sigue gritando, más fuerte que todas las voces de sus jueces.

Es la voz del Papa Francisco, papa piadoso pero, al mismo tiempo, indignado. Es indignado precisamente por ser piadoso… y su voz resuena dentro y fuera de la Iglesia, con las viudas, huérfanos y extranjeros… indignados.


Ésta es la voz de Jesús, que gritó en contra de las injusticias,
a favor de la justicia del Reino, pero fue asesinado… ¡Es evidente que no lograron acallar su voz, que sigue resonando, como la primera de las voces de la historia de occidente!

Ésta es la fe de los que creen que la oración constante acabará siendo escuchada…

Humanamente hablando, esa voz parece muy débil: ¿Cómo puede compararse a los millones y millones de dineros del sistema, a las armas infinitas del imperio, a la injusticia organizada de los jueces del mundo? Externamente, esa voz era muy poco:

una voz en el micrófono de cada domingo (M. Romero),
una palabra en la cátedra (Ellacuría),
un simple grito en la calle (viudas y viudas).
No es nada y sin embargo esa voz ha sido y sigue siendo más poderosa que todas las armas y dineros del sistema.

Acabará pegándome en la cara…

Ciertamente, el sistema puede matar esas voces… pero si las mata a todas acaba destruyéndose a sí mismo. Los jueces del mundo necesitan de las viudas y los pobres, pues sin ellos no son nada. Por eso, allí donde todas las viudas del mundo se junten y griten, negándose a colaborar con el sistema, allí donde miles y miles de hombres y mujeres protesten (¡sin necesidad de armas!) el sistema caerá.

Ésta es la presión popular, esta la revolución de todas las viudas del mundo, es decir, de todos los pobres, una revolución que tiene que empezar, desde el evangelio.

Lo que pasa es que, muchas veces, los que deberían protestar con la viuda (con ella) prefieren ajustarse al sistema “por un plato de lentejas”: prefieren pactar con el juez, con el imperio… Ésa ha sido la actitud de gran parte de las iglesias organizadas, de las jerarquías oficiales, de los que dicen que nada puede cambiar. Ésa es la actitud de los que no creen en Dios (aunque se digan siervos suyos, aunque parezcan expertos en vivir el evangelio).

Sólo esta “protesta” de las viudas y los pobres, unidos pidiendo justicia, harán que el sistema cambie… porque los jueces del mundo tendrán miedo, miedo de los pobres que pueden “pegarles”, sin necesidad de armas: dejando de trabajar para ellos, dejando de obedecerles, dejando de respetarles como si ellos fueran signo de Dios.
Cuando venga el Hijo del Hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?

Éste es el tema, ésta la pregunta.

¿Creemos también nosotros como cree esta viuda, en la justicia final y en la salvación para los pobres? ¿Creemos de verdad o preferimos pactar con el sistema, es decir, con el juez injusto que no cree en Dios ni se interesa de los hombres?

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