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Zaqueo

Domingo, 30 de octubre de 2016
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LOS ÁRBOLES Y EL BOSQUE

Porque soy yo,
porque eres tú
—humano empeño singular
y ningún bosque nos impide
la florecida identidad—,
puedes amarme,
te puedo amar.
Porque somos nos-otros,
te doy, me das
—la voz y el eco mutuamente,
en compartida humanidad—.

´*

Pedro Casaldáliga
El Tiempo y la Espera, 1986

***

  Zaqueo (Lc 19)

Estafador, usurero,
de raquítica estatura,
más que por fuera por dentro;
así era y así son
los soberbios con dinero.

Curioso él y atrevido,
se ha encaramado el primero
a un sicomoro sin higos,
y, escondido entre el ramaje,
quiere observar sin ser visto;
quiere ver bien al Maestro
cuando llegue de camino.
Zaqueo le quiere ver,
pero no quiere ser visto.
Parece querer jugar
con Jesús al escondite,
ignorando que es Jesús
el que le busca y persigue.

“¡Baja, por favor, Zaqueo!
-le dice al pasar Jesús-
porque, hoy, hospedarme quiero
en tu casa y con los tuyos,
¡vamos a hablar de dineros!

¿Qué le diría a Zaqueo
aquella tarde Jesús
que, alegre, feliz, contento,
reconoció sus usuras
y devolvió los dineros?

En Jericó, en otro tiempo,
se quebraron las murallas
al son de trompas y cuernos,
mas, hoy, se han venido abajo,
-sin estrépito, sin truenos,-
las mil torres que cercaban
el corazón de Zaqueo.
Sin estrépito en el cerco,
sin las trompetas de plata
y sin los gritos del pueblo,
hoy cayeron las murallas
del corazón de Zaqueo.

¡Tus murallas han caído,
porque te miró el Maestro!

Ya no hay de qué avergonzarte,
ya eres de verdad pequeño,
ya te hiciste como un niño,
¡como los grandes del Reino!

*

José Luis Martínez SM

***

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.

Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.

Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:

“Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.”

Él bajo en seguida y lo recibió muy contento.

Al ver esto, todos murmuraban, diciendo:

– “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.

Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor:

“Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.”

Jesús le contestó:

“Hoy ha sido la salvación de esta casa; también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.”

*

Lucas 19, 1-10

***

***

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“¿Puedo cambiar?”. 31 Tiempo ordinario – C (Lucas 19,1-10)

Domingo, 30 de octubre de 2016
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31-to-291x300Lucas narra el episodio de Zaqueo para que sus lectores descubran mejor lo que pueden esperar de Jesús: el Señor al que invocan y siguen en las comunidades cristianas «ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido». No lo han de olvidar.

Al mismo tiempo, su relato de la actuación de Zaqueo ayuda a responder a la pregunta que no pocos llevan en su interior: ¿Todavía puedo cambiar? ¿No es ya demasiado tarde para rehacer una vida que, en buena parte, la he echado a perder? ¿Qué pasos puedo dar?

Zaqueo viene descrito con dos rasgos que definen con precisión su vida. Es «jefe de publicanos» y es «rico». En Jericó todos saben que es un pecador. Un hombre que no sirve a Dios sino al dinero. Su vida, como tantas otras, es poco humana.

Sin embargo, Zaqueo «busca ver a Jesús». No es mera curiosidad. Quiere saber quién es, qué se encierra en este Profeta que tanto atrae a la gente. No es tarea fácil para un hombre instalado en su mundo. Pero este deseo de Jesús va a cambiar su vida.

El hombre tendrá que superar diferentes obstáculos. Es «bajo de estatura», sobre todo porque su vida no está motivada por ideales muy nobles. La gente es otro impedimento: tendrá que superar prejuicios sociales que le hacen difícil el encuentro personal y responsable con Jesús.

Pero Zaqueo prosigue su búsqueda con sencillez y sinceridad. Corre para adelantarse a la muchedumbre, y se sube a un árbol como un niño. No piensa en su dignidad de hombre importante. Solo quiere encontrar el momento y el lugar adecuado para entrar en contacto con Jesús. Lo quiere ver.

Es entonces cuando descubre que también Jesús le está buscando a él pues llega hasta aquel lugar, lo busca con la mirada y le dice: «El encuentro será hoy mismo en tu casa de pecador». Zaqueo se baja y lo recibe en su casa lleno de alegría. Hay momentos decisivos en los que Jesús pasa por nuestra vida porque quiere salvar lo que nosotros estamos echando a perder. No los hemos de dejar escapar.

Lucas no describe el encuentro. Solo habla de la transformación de Zaqueo. Cambia su manera de mirar la vida: ya no piensa solo en su dinero sino en el sufrimiento de los demás. Cambia su estilo de vida: hará justicia a los que ha explotado y compartirá sus bienes con los pobres.

Tarde o temprano, todos corremos el riesgo de «instalarnos» en la vida renunciando a cualquier aspiración de vivir con más calidad humana. Los creyentes hemos de saber que un encuentro más auténtico con Jesús puede hacer nuestra vida más humana y, sobre todo, más solidaria.

José Antonio Pagola

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“El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”. Domingo 30 de octubre de 2016 Domingo 31º del Tiempo Ordinario

Domingo, 30 de octubre de 2016
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56-ordinarioc31-cerezoLeído en Koinonia:

Sabiduría 11, 22-12,2: Te compadeces, Señor, de todos, porque amas a todos los seres.
Salmo responsorial: 144:  Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
2Tesalonicenses 1, 11-2, 2Que Cristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él.
Lucas 19, 1-10: El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido

La primera lectura es una bella oración meditativa sobre Dios, que nos posibilita hacer unas reflexiones menos habituales.

Solemos hablar a y escuchar hablar sobre Dios como algo ya sabido, como algo que, por definición, no necesita replanteamiento. Ello ha empezado a cambiar, a la altura de la crisis que atraviesan las religiones, ante la constatada «crisis de Dios» (Gotteskreise, Juan Bautista Metz), crisis que ya nadie considera coyuntural o pasajera, sino epocal. Algo muy profundo está cambiando en la cultura y en la conciencia humana, que hace que ese concepto central que ha brillado con luz propia en el centro del firmamento mental de la humanidad durante los últimos milenios, el de Dios, se opaque y entre en lo que ya Martín Buber llamó el «eclipse de Dios».

La lectura de hoy del libro de la Sabiduría habla muy correctamente a Dios, y no lo presenta con ninguno de los rasgos éticamente menos adecuados, de los que hemos tenido que purificar tantas veces la imagen de Dios, no; este texto presenta una bella e impecable imagen de Dios… sólo que no deja de utilizar un lenguaje «teísta».

La palabra «Dios» viene de deus en latín, que a su vez viene de theos en griego. Aunque el concepto tiene orígenes más antiguos, para nuestra cultura occidental fueron ellos, los filósofos griegos, quienes lo configuraron definitivamente. Siempre que decimos dios estamos evocando el theos griego, pues nos servimos de un concepto suyo, que además fue heredado y trasmitido culturalmente. No importa que personalmente quisiéramos matizar la palabra; la palabra está ya «ocupada» en nuestra cultura, y el concepto que le está asociado está registrado en el subconsciente colectivo, como un tipo de divinidad que está «ahí afuera, ahí arriba», en una especie de segundo piso celestial, desde donde puede intervenir en nuestro mundo, para revelarse, para actuar, para reaccionar… en función de su manera de ser, concebida muy antropomórficamente (los dioses piensan, aman, deciden, se ofenden, se arrepienten, perdonan… como nosotros, que al fin y al cabo estaríamos hechos «a su imagen y semejanza» –¿y viceversa?–).

Concebir la razón y el misterio supremos de la Realidad en forma de theos (en sentido genérico), eso es lo que llamamos «teísmo». Es un «modelo» de representación del Misterio, una forma de imaginar y de relacionarnos con el Misterio que hemos llamado Dios. Con mucha frecuencia ese «modelo» nos ha resultado transparente: no se veía, ni siquiera éramos conscientes de su mediación. Nos parecía como que nuestro hablar de Dios evocaba automáticamente su descripción directa, en vez de caer en la cuenta de que simplemente utilizábamos un modelo (theos), y que al Misterio que denominábamos con ese nombre, se le podría concebir con otros modelos muy diferentes. Podríamos, en efecto, pensar –y amar– a la Divinidad de un modo no teísta… Porque hay religiones no teístas. El judeo-cristianismo ha tenido una expresión teísta constante en la historia, pero hoy sabemos que aunque ese modelo teísta nos haya acompañado de modo permanente, no es esencial al cristianismo, ni le resulta imprescindible.

Más aún. La evolución de la espiritualidad –sin descartar el influjo de otras religiones– hace sentir a muchos cristianos un no disimulado malestar ante el uso y abuso del teísmo en nuestra tradición. Son cada vez más los que abogan por colocar al teísmo en su sitio, en una consideración simplemente mediacional: es una mediación, con sus ventajas y sus dificultades. Las dificultades no son pocas, y son crecientes en nuestra sociedad de mentalidad crítica; no faltan teólogos que postulan su superación. La alternativa al teísmo no es el ateísmo, obviamente, sino el pos-teísmo: una consideración y una (no-)representación de la Divinidad más allá del modelo del teísmo…

El tema es profundo y desafiante. Merece la pena prestarle atención, para no quedarnos en «la fe del carbonero», la fe acrítica, repetitiva y fundamentalista. (John Shelby SPONG es un obispo-teólogo anglicano -que está comenzando a ser conocido en el ámbito latino- que está escribiendo bastante sobre el tema; véase Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo, en la colección Tiempo Axial, tiempoaxial.org; también la Agenda Latinoamericana’2011, dedicada ese año al tema de la religión, abordó en varios artículos el tema del teísmo y la necesidad de renovar las imágenes de Dios –puede tomarse esa Agenda de su página digital: latinoamericana.org/digital–.

En el evangelio de hoy, Jesús nos enseña hoy que el Padre–Dios no deja de ser el mismo, siempre compasivo perdonador, amigo de la vida, siempre saliendo al encuentro de sus hijos y construyendo con ellos una relación nueva de amor. Las lecturas de este domingo son una preciosa descripción de este comportamiento de Dios con la persona humana. Nos dicen que Dios ama entrañablemente todo lo que existe, porque su aliento de vida está en todas las cosas.

El episodio de la conversión de Zaqueo se encuentra en el itinerario o “camino” de Jesús hacia Jerusalén y sólo lo encontramos narrado por el evangelio de Lucas. En él pone de manifiesto el evangelista, una vez más, algunas de las características más destacadas de su teología: la misericordia de Dios hacia los pecadores, la necesidad del arrepentimiento, la exigencia de renunciar a los bienes, el interés de Jesús por rescatar lo que está “perdido”. Este evangelio es una ocasión excelente para recordar que éstos son los temas que se destacan en el material particular de la tradición lucana y que resaltan la predilección de Jesús por los pobres, marginados y excluidos.

El relato nos muestra la pedagogía de Dios, en la persona de Jesús, hacia aquellos que actúan mal. Dios es paciente y compasivo, lento a la ira y rico en misericordia, corrige lentamente, respeta los ritmos y siempre busca la vida y la reconciliación. En este sentido, Dios es definido como “el amigo de la vida”, y buscando ésta, su auténtica gloria, sale hacia el pecador y lo corrige, le brinda su amor y lo salva.

Muy seguramente nosotros, por nuestra incapacidad de acoger y perdonar, no hubiéramos considerado a Zaqueo como un hijo bienaventurado de Dios, como no lo consideraron sus paisanos que murmuraron contra Jesús diciendo: “Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador”. Decididamente, Jesús y sus coetáneos creían en un Dios diferente. Por eso pensaban también de forma diferente. Para el judaísmo de la época el perdón era cuestión de ritos de purificación hechos en el templo con la mediación del sacerdote, era un puro cumplimiento; para Jesús la oferta del perdón se realiza por medio del Hijo del hombre, ya no en el templo sino en cualquier casa, y con ese perdón se ofrece también la liberación total de lo que oprime al ser humano.

Por eso, la actitud de Jesús es sorprendente, sale al encuentro de Zaqueo y le regala su amor: lo mira, le habla, desea hospedarse en su casa, quiere compartir su propia miseria y su pecado (robo, fraude, corrupción) y ser acogido en su libertad para la conversión.

La actitud de Jesús es la que produce la conversión que se realiza en la libertad. Todo lo que le pasa a Zaqueo es fruto del amor de Dios que actúa en su hijo Jesús, es la manifestación de la misericordia y la compasión de Dios que perdona y da la fuerza para cambiar. De esta manera la vida se reconstruye y me puedo liberar de todas las ataduras que me esclavizan, puedo entregarlo todo, sin miedos y sin restricciones.

Con esta actitud, Zaqueo se constituye en prototipo de discípulo, porque nos muestra de qué manera la conversión influye en nuestra relación con los bienes materiales; y en segundo lugar nos recuerda las exigencias que conlleva seguir a Jesús hasta el final. Aquí la salvación que llega en la persona de Jesús opera un cambio radical de vida.

No dudemos que Jesús nos está llamando también a nosotros a la conversión, nos está invitando a que cambiemos radicalmente nuestra vida. No se lo neguemos, no se lo impidamos. El Señor nos propone unirnos a El, ser sus discípulos y a ejemplo de Zaqueo ser capaces de despojarnos de todo lo que no nos permite vivir auténticamente como cristianos. Esta misma experiencia es la de muchos otros testigos de Jesús que, mirados por El, se convirtieron, renació su dignidad, y recuperaron la vida. Aceptemos la mirada de Jesús, dejemos que El se tropiece con nosotros en el camino e invitémoslo a nuestra casa para que Él pueda sanar nuestras heridas y reconfortar nuestro corazón. No tengamos miedo, dejémonos seducir por el Señor, por el maestro, para confesar nuestras mentiras, arrepentirnos, expresar nuestra necesidad de ser justos, devolver lo que le hemos quitado al otro… No dudemos, Jesús nos dará la fuerza de su perdón. El Señor está con nosotros para que experimentemos su amor. El ya nos ha perdonado, por eso es posible la conversión.

El caso de Zaqueo puede ser iluminador para el tema de la opción por los pobres. En la polémica oficial contra esta opción que sacaron a la luz la teología y la espiritualidad latinoamericanas, se insistió mucho en que no podría tratarse sino de una opción «preferencial», no de una «opción por los pobres» sin más, porque sin aquel adjetivo podría entenderse como una opción «exclusiva o excluyente»… Pero el adjetivo «preferencial» rebaja y diluye la esencia de la opción por los pobres, porque quien opta por los pobres preferencialmente, se entiende que opta también por los ricos, aunque sea menos preferencialmente… Una opción preferencial es una opción que no acaba de optar, que no quiere definirse, que no toma partido, que «se queda encima del muro», como dice la expresión brasileña…

Jesús opta por los pobres, mira la vida desde su óptica, es uno de los pobres, y comparte con ellos su causa. Evidentemente, no excluye a las personas ricas, y ése es el caso de Zaqueo. Pero Jesús no es neutral en el tema de riqueza-pobreza. Su encuentro con Zaqueo no deja a éste indiferente: Jesús lo desafía a pronunciarse, incluso económicamente. Jesús no excluye a Zaqueo, ni a ninguna otra persona rica, pero «sí excluye el modo de vida de los ricos», exigiéndoles la justicia y el amor. La opción por los pobres no excluye a ninguna persona (¡al contrario, desearía alcanzar y cambiar a todos los que no asumen la causa de los pobres!). Lo que excluye es la forma de vida de los ricos, la opresión y la injusticia. Buen tema éste para enfocar la homilía sobre la opción por los pobres. Leer más…

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Dom 30. XI. 16. Zaqueo, ministro de Hacienda. El hombre que andaba por las ramas

Domingo, 30 de octubre de 2016
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adviento_2013-01Del blog de Xabier Pikaza:

Domingo 31, tiempo ordinario, ciclo C. Lc 19, 1-10. El pasaje de Zaqueo ofrece la culminación del tema de la riqueza y la justicia en el evangelio de Lucas (y de todo este año litúrgico). Éste es el tema del dinero, que puede convertirse en medio de comunión entre los hombres,

Domingo tras domingo hemos venido comentando pasajes y parábolas, dichos y sentencias de Lucas en torno al dinero. Hoy culminan se aclaran, en esta inmensa y dramática figura de Zaqueo, oficial publicano (administrador económico), hombre rico, que recibe la visita de Jesús y propone un plan radical de conversión, en nombre propio (como individuo) y en nombre de la sociedad (como gestor público de la economía, es decir, un publicano).

Es un pasaje simbólico, de escalofriante actualidad, todo un programa de vida, de una vida que se puede hacer a medias, empezando por el dinero de la Aduana y de la Hacienda y siguiendo por el dinero la Iglesia. Es un tema que se puede aplicar sin màs nuestro tiempo, pero con una diferencia:

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En tiempo de Zaqueo el dinero de la “aduana” (es decir, del comercio) estaba al servicio del Estado (en aquel tiempo del Imperio), con su ideal de humanidad “romana” al servicio de un tipo de justicia.

Actualmente tiende a ser lo inverso: No es dinero el que está al servicio del Estado-Imperio, sino el Estado al servicio del dinero . Hoy no es Zaqueo el que tiene que dar cuentas al Estado, sino el Estado y sus gobernadores los que tienen que dar cuenta a Zaqueo.

Pero con esta salvedad (muy significativa), el resto puede entenderse bien desde este pasaje de Lucas. Buen dominto a todos.

Texto. Lucas 19, 1-10

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa. Él bajo en seguida y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador. Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituyo cuatro veces más
Jesús le contestó: “Hoy ha sido la salvación de esta casa; también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.”

Un texto simbólico y realísimo

Ha sido creado posiblemente por Lucas, para condensar todo el mensaje de Jesús sobre la pobreza, desde la perspectiva de los publicanos (servidores de la economía, recaudadores de impuestos, como el Ministro de Hacienda en funciones). Evidentemente, Lucas ha recogido y transformado las tradiciones anteriores sobre los publicanos y sobre Jesús que comía con ellos ofreciéndoles el Reino de Dios (cf. Mc 2, 15-16 par; Lc 5, 27). De un modo especial, ha retomado el tema del publicano de la parábola anterior (del fariseo y publicano: Lc 18, 11-13). Se trata de un texto simbólico, tanto por el nombre como por el lugar y las circunstancias:

Nombre: Zaqueo es una abreviatura popular de Zacarías, que significa “Dios se acuerda” (Dios tiene misericordia). También parece vinculado la terminología de la justicia (zedaka), de manera que se suele tomar como equivalente a Justo (hombre limpio). Es evidente que “Dios se ha recordado de él”, ha entrado en su casa.

Lugar: Jericó es la última etapa de la subida de Jesús a Jerusalén. En el camino de Jericó han sucedido grandes cosas, como las que indica la parábola del buen Samaritano. Aquí, en Jericó, se hallaba una de las “aduanas” y oficinas de impuestos más importantes de la zona oriental de Judea; por aquí pasaban caravanas y caminos. Era un lugar apropiado para señalar la última exigencia del evangelio de Jesús en torno a la pobreza.

Los detalles: Todos son significativos… Zaqueo es pequeño y tiene que subirse a la higuera (que es signo de la mala Jerusalén que corre el riesgo de no dar frutos: Mc 11, 13-21). Subiéndose a la higuera, por encima de ella, Zaqueo logra ver a Jesús, que se invita a su casa. Jerusalén recibirá a Jesús sin cambiar, sin convertirse y le matará… Zaqueo, en cambio, le recibirá para cambiar.

Es un texto simbólico. Quizá no sucediò de esa manera, pero marca y dice lo que debe suceder en todo tiempo, en la Iglesia y el Estado, allí donde Jesús va de camino y donde alguien quiere recibirle en casa… y no quedar fuera, como aficionado curioso, ecpectador de turno, que mira la ceremonia desde fuera.

Anotación primera. Todo es dinero

La mayoría van al espectáculo, en la gran plaza: esta tarde tienen fiesta, pasa un “jefe”, condenado quizá a muerte. Es momento de mirar, curiosear, gozar la fiesta con banderes y con viva… Pero Zaqueo no va de fiesta externa, sino que quiere recibir de verdad a Jesús, le ofrece de comer, escucha su palabra… y como resultado ellos (mejor dicho Zaqueo) terminan hablando sólo de dinero. Aquí se explicita lo que debía hacer el “publicano justificado” (ése es Zaqueo) de la parábola anterior de Lc 18, 9-14: cambiar de conducta en torno al uso del dinero.

De manera clásica, el fariseo de Lc 18, 9-14 aparecía realizando los tres los tres gestos religiosos tradicionales de la piedad israelita: oraba, ayunaba y daba el diezmo o limosna requerida según ley (son los tres gestos centrales de la conversión que aparecen en Mt 6, 1-18, la catequesis central sobre el tema).

Pues bien, Luchas ha condensado aquí los tres elementos en uno: orar y ayunar son, en esta línea, secundarios, ellos culminan y se centran en el buen uso del dinero. Para Zaqueo, todo el tema de la conversión es el dinero, simplemente el dinero. : No se dice si ayuna, tampoco se dice si ora; lo Jesús que le pide y él ofrece es dinero, no para Jesús (o para la Iglesia), sino para la humanidad.

Anotación segunda: ¿se ha convertido o se convertirá?

La gente acusa a Jesús diciendo que “ha entrado en casa de un pecador”. De esa forma supone que Zaqueo no puede convertirse (es mal publicano y mal publicano permanecerá); de esa forma indica que Jesús es un mal Mesías, pues no se ocupa de las cosas de la religión, sino que se mezcla con los ladrones oficiales, dejándose invitar por ellos.
Jesús come con el publicano… Come, evidentemente, alimentos que provienen de la ganancia injusta, como si se solidarizara con ladrones… Quizá Juan Bautista no lo hubiera hecho, quizá muchos puristas actuales no lo hubieran hecho. Jesús ha entrado en el “antro” del dinero injusto, en la casa del jefe le publicanos de Jericó… para hacer que todos los dineros del mundo se puedan disponer a medias, sean “medio” de comunicación de comida.

Pero Jesús no ha entrado en casa de Zaqueo simplemente para saludarle, dejando las cosas como estaban, sino para solidarizarse con él… (¡que también es hijo de Abrahán, objeto del cuidado y recuerdo de Dios!) y para cambiarle de un modo profundo (pues lo más profundo de un publicano son siempre sus dineros). En el centro de la escena está el dinero. El relato no conservar las conversaciones y saludos anteriores, a lo largo de la comida, sino sólo la palabra final de Zaqueo que dice: ¡doy la mitad de mis bienes, restituyo cuatro veces…!

Zaqueo habla en presente (doy, restituyo), pero está evocando, sin duda, un gesto futuro, que marcará su pasado: dice lo que está empezando a hacer, lo que hará de inmediatas, lo que cambiará su vida ya vivido. Leer más…

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¿Puede salvarse un banquero rico? Domingo 31. Ciclo C

Domingo, 30 de octubre de 2016
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ierihon_zacheuDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Banqueros y publicanos

     El protagonista del evangelio de hoy es un jefe de publicanos y rico. Este término no sugiere al lector actual del evangelio el odio y desprecio que sentía el pueblo judío hacia los miembros de esta profesión, que trabajaban al servicio de los romanos y oprimían al pueblo con el cobro de los impuestos. El antiguo publicano no tiene nada que ver con el banquero actual. Pero el odio que suscitan los banqueros en mucha gente desde hace unos años ayuda a entender el evangelio más que una larga exposición histórica sobre los publicanos. Sobre todo, cuando el banquero se ha enriquecido, mientras quienes depositaron su dinero en el banco lo han perdido todo o casi todo.

¿Mandamos a todos los ricos al infierno?

Hasta ahora, en su evangelio, Lucas no se ha limitado a defender a los pobres y a anunciarles un futuro definitivo mejor. Ha criticado también con enorme dureza a los ricos. Ha puesto en boca de María, en el Magníficat, unas palabras más propias de una anarquista que de una monja de clausura, cuando alaba a Dios porque «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos.»

Y Jesús se muestra aún más duro en el Discurso de la llanura (equivalente al Sermón del Monte de Mateo): «¡Ay de vosotros, los ricos, porque recibís vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados, porque pasaréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque lloraréis y haréis duelo! (Lc 6,24-25). El ejemplo más claro del rico que llora y hace duelo es el de la parábola del rico y Lázaro, que no podrá disfrutar de una eternidad feliz.

¿Significa esto que ningún rico puede salvarse? El episodio del rico que pretende seguir a Jesús, aunque al final desiste porque no es capaz de renunciar a su riqueza, demuestra que un rico puede salvarse si observa los mandamientos (Lc 18,18-23).

¿Qué ocurre cuando se trata de un rico explotador?  La respuesta la da Lucas en el evangelio de hoy.

El ejemplo de Zaqueo (Lc 19,1-10)

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.

Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.» Él bajó en seguida y lo recibió muy contento.

Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.»

Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.»

Jesús le contestó: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.»

Breve comentario

  1. Jesús no le pide a Zaqueo que lo invite a comer, le dice que quiere alojarse en su casa. Se trata de algo mucho más personal. Cuando Jesús continúe su camino, seguirá presente en la casa y la vida de Zaqueo.
  2. La conducta de Jesús resulta escandalosa. Esta vez no escandaliza a fariseos y escribas, a seglares piadosos y teólogos rancios, sino a todos sus seguidores y partidarios, que han aplaudido hasta ahora sus críticas a los ricos.
  3. La diferencia entre Jesús y sus partidarios radica en la forma de considerar al jefe de publicanos. Mientras Jesús lo considera una persona y lo llama por su nombre («Zaqueo, baja…»), sus partidarios lo desprecian («un pecador»). Ellos se dejan guiar por una ideología que condena al rico, mientras que Jesús se guía por la fe («también Zaqueo es hijo de Abrahán») y por su misión de buscar y salvar al que se ha perdido. La historia de Zaqueo recuerda las parábolas del hijo pródigo y de la oveja y la moneda perdidas.
  4. La conducta de Zaqueo supone un cambio radical y muy duro. Sin que Jesús le exija nada, por pura iniciativa, da a los pobres la mitad de sus bienes y está dispuesto a restituir cuatro veces si se ha aprovechado de alguno. Zaqueo no es como los banqueros de las subprime. Y esto es lo que Lucas pretende enseñar: incluso un rico hipotéticamente injusto puede convertirse y salvarse; pero no basta invitar a Jesús a comer, debe darse un cambio profundo en su vida, con repercusiones en el ámbito económico.
  5. Finalmente, la conducta de Jesús con Zaqueo trae a la memoria el refrán castellano: «más moscas se atraen con una gota de miel que con un barril de hiel». Jesús podía haber criticado y condenado a Zaqueo. Sus seguidores lo habrían aplaudido una vez más. Y Zaqueo habría seguido explotando al pueblo.

Un texto precioso

La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría (11,22-12,2) es un excelente complemento al evangelio. Muchos piensan que el Dios del Antiguo Testamento es un ser cruel y justiciero, enemigo despiadado del pecador. Quien lea este texto tendrá que cambiar de idea: la actitud de Dios es la misma que la de Jesús con Zaqueo.

Señor, el mundo entero es ante ti como grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra. Pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. Y ¿cómo subsistirían las cosas, si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia, si tú no las hubieses llamado? Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida. Todos llevan tu soplo incorruptible.
Por eso, corriges poco a poco a los que caen, les recuerdas su pecado y los reprendes, para que se conviertan y crean en ti, Señor.

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Domingo XXXI del Tiempo Ordinario. 30 octubre, 2016

Domingo, 30 de octubre de 2016
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“Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.”

(Lc 19, 1-10)

El fragmento del evangelio de este domingo es precioso. Está lleno hasta los bordes de naturalidad y frescura. Zaqueo, todo un alto funcionario, un señor, subido a un árbol. Jesús que, ni corto ni perezoso, se auto invita a comer en casa ajena. Y todos los demás, llenos de envidia, se ponen a criticar. Y así me imagino que fue el resto de la comida, todo espontaneidad por parte de unos y otros.

Para meternos más en la escena podemos imaginarnos a algún personaje de hoy (Rajoy, Messi o cualquier banquero famoso) subido a un árbol. Deseoso de que pase algo que cambie su vida por completo.

Pero como las cosas del Evangelio no son “remedios” para otros, sino invitaciones para quien se aventura por sus páginas, lo mejor será que hoy hagamos un pequeño esfuerzo y nos subamos a algún árbol. A un árbol que nos permita ver el paso de Jesús por nuestra historia personal.

Será bueno ver por dónde tiene pensado pasar Jesús y hacer todo lo posible para provocar el Encuentro. Hay que subirse al árbol aunque nos de miedo caernos, pereza subirnos o vergüenza que nos vean hacer locuras. Precisamente habrá que subir al árbol del miedo, de las críticas ajenas, de la propia vergüenza… esos árboles que crecen junto al borde del camino por el que hoy tiene que pasar Jesús.

Porque solo si nos arriesgamos a subir, podremos recibir la invitación a bajar: “…, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”.

Y bien pensado vale la pena ese pequeño esfuerzo con tal de recibir a un huésped tan especial como Jesús.

Oración

“Alójate hoy en nuestra casa

y llénala de tu salvación.

Damos la valentía necesaria

para convertir la críticas ajenas

en trampolín para llegar más arriba.”

*

Fuente: Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Estás salvado en la medida que aceptes a los demás como son

Domingo, 30 de octubre de 2016
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Lc 19, 1-10

Una vez más se manifiesta la actitud de Jesús hacia los “pecadores”, pero hoy de una manera muy concreta. Nos está diciendo cómo tenemos que comportarnos con los que hemos catalogado como malos. Está denunciando nuestra manera de proceder equivocada, es decir, no acorde con el espíritu de Jesús. Solo Lc narra este episodio. No sabemos si es un relato histórico; pero que lo sea o no, no es lo importante, lo que importa es la manera de narrarlo y las enseñanzas que quiere trasmitirnos, que son muchas.

Es importante recordar que Lc es el evangelista que más insiste en la imposibilidad de que los ricos entren en el Reino. Unos versículos antes, acaba de decir Jesús: ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios! En este episodio resulta que llega la salvación a un rico, que además es pecador público. Sin duda Lc está reflejando la situación de su comunidad, en la que se estaban ya incorporando personas ricas que daban el salto del seguimiento sin tener que abandonar su situación social y su trabajo. La única exigencia es salir de la injusticia y pasar a compartir lo que tienen con los que no tienen nada.

En el relato hay que presuponer más cosas y más importantes de las que dice: ¿Por qué Zaqueo tiene tanto interés en conocer a Jesús, aunque sea de lejos? ¿Cómo es que Jesús conoce su nombre? ¿Cómo tiene tanta confianza Jesús para autoinvitarse a hospedarse en su casa? ¿Qué diálogo se desarrolló entre Jesús y Zaqueo para que éste haga una promesa tan radical y solemne? Solo las respuestas a estas preguntas darían sentido a lo que sucedió. Pero es precisamente ese itinerario interno de ambos, que no se puede expresar, el que marca la relación profunda entre Jesús y Zaqueo.

La reflexión de este domingo conecta con la del domingo pasado: el fariseo y el publicano. ¿Os acordáis? El creernos seguros de nosotros mismos nos lleva a despreciar a los demás, a no considerarlos; sobre todo, si de antemano los hemos catalo­gado como “pecadores”. Incluso nos sentimos aliviados porque no alcanzan la perfec­ción que nosotros creemos haber alcanzado, y de esta manera podremos seguir mirándolos por encima del hombro. “Todos murmuraban diciendo: ha entrado a comer en casa de un pecador”.

Zaqueo era jefe de publicanos y además, rico. Pecador, por colaboracionista y por el modo de adquirir las riquezas. Tiene deseos de conocer a Jesús, pero, ¿cómo se podía atrever a acercarse a él? Todos le señalarían con el dedo y le dirían a Jesús que era un pecador. Podemos imaginar la cara de extrañeza y de alegría que pondría cuando oye a Jesús llamarle por su nombre; lo que significaría para él que alguien, de la categoría de Jesús, no solo no le despreciase, sino que le tratara incluso con cariño. Zaqueo se siente aceptado como persona, recupera la confianza en sí mismo y responde con toda su alma a la insinuación de Jesús. Por primera vez no es despreciado por una persona religiosa. Su buena disposición encuentra acogida y se desborda en total apertura a la verdadera salvación.

Una vez más utiliza Lc la técnica literaria del contraste para resaltar el mensaje. Dos extremos que podíamos denominar Vida-Muerte. Vida en Jesús que manifiesta lo mejor de sí mismo abriéndose a otro ser humano con limitaciones radicales que le impiden ser él mismo. Vida en Zaqueo que, sin saber muy bien lo que buscaba en Jesús, descubre lo que le restituye en su plenitud de humanidad y lo manifiesta con la oferta de una relación más humana con aquellos con los que había sido más inhumano. Muerte en la multitud que, aunque sigue a Jesús físicamente, con su opacidad impide que otros lo descubran. Muerte en “todos”, escandalizados de que Jesús ofrezca Vida al que solo merecía desprecio.

A la vista del resultado de la manera de actuar de Jesús, yo me pregunto. ¿Hemos actuado nosotros como Él, a través de los dos mil años de cristianismo? ¿Cuántas veces con nuestra actitud de rechazo truncamos esa buena disposición inicial y conseguimos desbaratar una posible liberación? Al hacer eso, creemos defender el honor de Dios y el buen nombre de la Iglesia. Pero el resultado final es que no buscamos lo que estaba perdido y, como consecuencia, la salvación no llega a aquellos que sinceramente la buscan. Como Zaqueo, hoy muchas personas se sienten despreciadas por los dirigentes religiosos, y además, los cristianos con nuestra actitud seguimos impidiéndoles ver al verdadero Jesús.

Muchas personas que han oído hablar de Jesús quisieran conocerlo mejor, pero se interpone la “muchedumbre” de los cristianos. En vez de ser un medio para que los demás conozcan a Jesús, somos un obstáculo que no deja descubrirlo. ¡Cuento tendría que cambiar nuestra religión para que en cada cristiano pudiera descubrirse a Cristo! Estar abiertos a los demás, es aceptar a todos como son, no acoger solamente a los que son como yo. Si la Iglesia propone la actitud de Jesús como modelo, ¿por qué se parece tan poco nuestra actitud a la de Jesús? Ya lo dice el refrán: Una cosa es predicar y otra dar trigo.

Siempre que se ha consumado una división entre cristianos (cisma), habría que preguntarse, quién tiene más culpa, el que se equivoca pero defiende su postura con honradez o la intransigencia de la iglesia oficial, que llena de desespe­ranza a los que piensan de distinta manera y les hace tomar una postura radical. Lutero por ejemplo, no pretendía una separación de Roma, sino una purificación de los abusos que los jerarcas de la iglesia estaban cometiendo. ¿Quiere decir esto que Lutero era el bueno y el Papa y los cardenales malos? Ni mucho menos; pero con un poco más de comprensión y un poco menos de soberbia, se hubiera evitado una división que tanto daño ha hecho al cristianismo.

Hacer nuestro el espíritu de Jesús es caminar por la vida con el corazón y los brazos siempre abiertos. Estar siempre alerta a los más pequeños signos de búsqueda. Acoger a todo el que venga con buena voluntad, aunque no piense como nosotros; incluso aunque esté equivocado. Estar siempre dispuestos al diálogo y no al rechazo o la imposición. Descubrir que lo más importante es la persona, ni la doctrina, ni la norma, ni la ley.

No acogemos a los demás, no nos paramos a escuchar, no descubrimos esa disposición inicial que puede llevar a una auténtica conversión. Acogida con sencillez tenían que ser la postura de los seguidores de Jesús. Apertura incondicional a todo el que llega a nosotros con ese mínimo de disposición, que puede reducirse a simple curiosidad, como en el caso de Zaqueo; pero que puede ser el primer paso de un auténtico cambio. No terminar de quebrar la caña cascada, no apagar la mecha que todavía humea, ya sería una postura interesante; pero hay que ir más allá. Hay que tratar de restablecer y vendar la caña cascada, tratar de avivar la mecha que se apaga.

El final del relato no tiene desperdicio: “He venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. ¿Cuándo nos meteremos esto en la cabeza? Jesús no tiene nada que hacer con los perfectos. Solo los que se sienten perdidos, podrán ser encontrados por él. Esto no quiere decir que Jesús tenga la intención de restringir su misión. Lo que deja bien manifiesto es que todos fallamos y todos necesitamos ser recuperados. Claro que solo el que tiene conciencia de estar enfermo estará dispuesto a buscar un médico.

La salvación de la que aquí se habla no es conseguir el cielo en el más allá, sino repartir y compartir en el aquí y ahora. Pero esta lección no nos interesa ni como individuos ricos ni como iglesia. Para nosotros es preferible dejar las cosas como están y predicar una salvación para el más allá que nos permita mantener los privilegios de que gozamos aquí y ahora. En realidad no nos interesa el mensaje de Jesús más que en cuanto podamos manipularlo.

Meditación-contemplación

“El hijo de Hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido”.
Solo lo que está perdido, necesita ser buscado.
Solo el que se siente enfermo irá a buscar al médico.
Solo si te sientes extraviado te dejarás encontrar por él.
……………..

No se trata de fomentar los sentimientos de culpabilidad.
Tampoco de sentirse “indigno pecador”.
Se trata de tomar conciencia de la dificultad del camino
Y sentir la necesidad de ayuda para alcanzar la meta.
………………

Se trata de sentir la fuerza de Dios en lo hondo de mi ser.
Pero también de buscar y aceptar la ayuda de los demás,
que van por delante y saben por dónde debo caminar.
Si me empeño en caminar en solitario, seguro que me perderé.
……………..

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Dios ama y acoge

Domingo, 30 de octubre de 2016
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zaqueo-en-foto-grande-242x300“Dios ha dado a la tierra el soplo que la nutre. Su aliento de vida a todas las cosas. Y si Él retuviera su soplo, todo se aniquilaría. Este soplo vibra en tu respiro, en tu voz. Respiras el soplo de Dios y tú no lo sabes” (Teófilo de Antioquía)

30 de octubre. Domingo XXXI del TO

Lc 19, 1-10.

El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido

En la ópera Mefistófeles del italiano Arrigo Boito, Fausto le dice a Margarita: “El amor es el milagro de la vida”. Como lo fue el que sucedió cuando el jefe de los recaudadores de impuestos bajó del árbol muy contento y le invitó a hospedarse en su casa. Zaqueo -que por cierto era muy rico y a lo que parece había defraudado bastante al Fisco- quiso ponerse en paz con su conciencia, resueltamente dijo: “Mira, Señor: Ahora mismo voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces la cantidad que sea. Jesús le dijo: “Hoy ha llegadola salvación a esta casa”.

El Libro de la Sabiduría nos cuenta que Dios se compadece de todos porque ama a todos los seres (Sab cap. 11), a toda la creación y a todo hombre pecador y marginado. Existe una especie de hormigas -las Dorilus- que actúan como unidades-organismo. Se comportan de forma totalmente altruista las unas con las otras y se coordinan de forma tan precisa que recuerdan a la combinación de células y tejidos de una entidad. Son uno de tantos ejemplos de la Naturaleza donde se muestra la unidad de todos los seres.

En el consejo de la abuela Carolina a su nieta (Una pasión rusa, de Reyes Monforte), también en ese “todos los seres” se incluyen los humanos: “Cierra los ojos y escucha el silencio, la tormenta y el aullido de los lobos… Es música, mi pequeña, en una maravillosa partitura que debes escuchar atentamente. No te amenaza, tan solo te acompaña para hacerte ver que no estás sola”.

El pintor y revolucionario Mario Cavaradossi entona esta primera romanza en la escena tercera de Tosca, de Puccini: “Recondita armonia / di belleze diverse!… / È bruna Floria, / l’ardente amante mia…”. La canta en la iglesia mientras dibuja a Flora Tosca en el lienzo. Un retrato, fruto de las miradas al medallón-retrato de su amada y al rostro de la Madonna, que me traen a la memoria los hermosos versos navideños de Lope de Vega: “Naranjitas doradas coge la niña / y el amor de sus ojos perlas cogía”.

Uno de los grandes Padres de la Iglesia, Teófilo de Antioquía, insiste en la idea de que Dios ha dado aliento de vida a todas las cosas; aliento “que vibra en tu respiro, en tu voz. Respiras el soplo de Dios y tú no lo sabes”. Respiro y voz que son siempre amorosos y son vida.

Un ilustre poeta castellano, miembro de la llamada Generación del 27 -Dámaso Alonso (1898-1990)- escribió este bellísimo soneto en el que ensalza los valores de la amistad y del amor como expresión de la hermandad y de la unión.

HERMANOS

Hermanos, los que estáis en lejanía
tras las aguas inmensas, los cercanos
de mi España natal, todos hermanos
porque habláis esta lengua que es la mía:

yo digo “amor”, yo digo “madre mía”
y atravesando mares, sierras, llanos
-oh gozo-, con sonidos castellanos,
os llega un dulce efluvio de poesía.

Yo exclamo “amigo”, y en el Nuevo Mundo,
“amigo” dice el eco, desde donde
cruza todo el Pacífico, y aún suena

Yo digo “Dios”, y hay un clamor profundo;
y “Dios”, en español, todo responde,
y “Dios”, sólo “Dios”, “Dios”, el mundo llena.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Zaqueo, un hombre bajito que recuperó su grandeza interior

Domingo, 30 de octubre de 2016
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zaqueoLc 19, 1-10

Hace dos días unos publicanos vinieron a casa de Zaqueo, su jefe. Le traían una noticia importante.

– No te lo vas a creer, hemos conocido a un hombre que habla bien de nosotros- le dijo Benjamín.

– Además, se atrevió a regañar públicamente a unos fariseos que se tenían por justos y despreciaban a los demás. Nos contó una parábola de dos hombres que fueron al templo a orar, y nos dijo que Dios escuchó la oración del publicano y bajó a su casa justificado. Le aplaudimos, y le pedimos que nos contara más parábolas. Nos prometió que vendría a Jericó – añadió Amós.

– ¿Quién es ese hombre? –preguntó Zaqueo. Me gustaría conocerlo. Debe ser un insensato para enfrentarse a los fariseos y defendernos a nosotros. De sobra sabemos todos en qué consiste nuestro trabajo.

– Se llama Jesús, es galileo, de Nazaret. Desde hace días está predicando a orillas del río Jordán. Mañana vendrá a Jericó y predicará en la plaza. Se espera que venga una multitud, porque se ha extendido su fama por los pueblos de alrededor. Los comerciantes hablan de él por todas partes.

Es de noche. Zaqueo está preocupado.

¿Cómo podré escuchar a Jesús –se pregunta- si viene una multitud? Los cobradores de impuestos somos impuros. Si alguno de mis vecinos tropieza conmigo o roza mis vestiduras, debido a la aglomeración, quedará impuro también. Estoy harto de que la gente me maldiga y se aparte de mí cuando paso a su lado. Tengo que encontrar el modo de escuchar a ese hombre. Si es necesario pediré ayuda a la guardia romana, como he hecho otras veces, para hacerme respetar.

De repente encuentra la solución. Seguramente muchos niños se subirán a los árboles de la plaza para curiosear, como es costumbre cuando vienen forasteros, pero al sicómoro no se subirá nadie. Los fariseos consideran este árbol impuro; él puede trepar hacia lo alto y pasar desapercibido.

A la mañana siguiente se dirige a la plaza y se acomoda en el sicómoro. Agazapado entre las hojas, se sienta tranquilamente en una rama a esperar.

Recuerda las humillaciones que ha recibido desde que era pequeño por su baja estatura. Lo que más le dolió fue lo que le hicieron sus suegros cuando fue a pedirles la mano de su hija Sara, la joven que los padres de Zaqueo le habían elegido como esposa.

Él y su padre fueron a negociar con los futuros suegros, como era habitual; llevaban el contrato que había redactado un escriba y doscientos denarios, para pagar la dote y conseguir a la joven. También llevaban un pellejo lleno de vino con el que esperaban celebrar la firma del contrato. Pero no hubo acuerdo.

El padre y los hermanos de Sara pusieron todo tipo de objeciones a la boda. ¿Cómo podría cultivar los campos Zaqueo con tan poca estatura? ¿Cómo iba a realizar tareas que requerían mucha fuerza física? La familia de Sara acordó que sólo permitirían el enlace si entregaban cien denarios más. Zaqueo tuvo que trabajar con ahínco durante meses para conseguir ese dinero.

Poco después de la boda llegó a Jericó un cuestor para reclutar algunos varones judíos que cobraran los impuestos en nombre de Roma. Él se ofreció inmediatamente. El cuestor le dio una larga lista, con los nombres de las personas a las que tenía que cobrar y la cantidad de dinero que debía pagar cada una.

Lo que exigiera de más a cada persona era asunto de Zaqueo y podía quedarse con ese dinero. No sólo era una manera de ganarse cómodamente el pan de cada día, sino una forma de enriquecerse; nadie le iba a pedir cuentas del suplemento que cobrase.

El primer año fue duro. Sus vecinos no podían creer que se hubiera vuelto un traidor al servicio de Roma. Todos sabían que el dinero recaudado se empleaba en hacer grandes construcciones fuera de Israel y en pagar un sueldo al ejército que les oprimía. ¡Y su vecino facilitaba ese trabajo sucio al invasor! ¡Había que maldecirlo!

Otro año hubo una gran sequía y mucha gente perdió la cosecha. Cuando llegó el momento de pagar los impuestos tuvieron que pedir préstamos a los usureros, que aprovecharon la situación para exigir el 50% de interés.

Los vecinos suplicaron a Zaqueo que les aplazara la deuda, o que negociara con los romanos, pero él ni se inmutó. No sólo era el momento de recaudar los impuestos sino de hacer que sus vecinos “pagaran” las humillaciones que él había recibido durante años. Fue exigiendo el dinero a uno tras otro.

Cuando alguno no podía pagar, Zaqueo anotaba su nombre en un papiro que luego entregaba a los romanos para que se encargaran del castigo correspondiente. El cuestor le recompensó generosamente y le nombró jefe de los publicanos de Jericó.

De este modo su fortuna aumentó considerablemente. Su aislamiento también. Se convirtió en un pecador, en un hombre impuro que vivía al margen de la Torá. La gente rehuía su presencia y le negaron hasta el saludo. Sólo se relacionaba con su familia y con los publicanos que estaban a su servicio.

Muchas veces había pensado empezar de nuevo y devolver lo robado, pero ni tenía fuerzas ni sabía cómo hacerlo. Sara y él hablaban de vez en cuando del tema. Vivían tan aislados que ya no les compensaba la riqueza que habían adquirido. ¿Y si se fueran de Jericó a otra ciudad donde no les conociera nadie? ¿Qué podían hacer para ser felices de nuevo? Se encontraban en un callejón sin salida.

De golpe, el ruido de la muchedumbre saca a Zaqueo de sus recuerdos y le devuelve a la realidad. La multitud ve que Jesús entra en la plaza y alza los brazos para aclamarle. Él bendice a la gente, hace un gesto para que haya silencio y comienza a predicar.

Zaqueo se emociona al oírle. Tiene la sensación de que Jesús conoce lo que hay en su corazón. Cuando acaba de predicar, el maestro atraviesa la plaza y se dirige directamente hacia el sicómoro. Alza la vista y le dice:

– Zaqueo, baja rápidamente del árbol.

El hombrecillo le mira sorprendido. ¿Por qué conoce mi nombre? –Se pregunta- ¿Sabe que soy un hombre importante, nada menos que el jefe de los publicanos?

Jesús, sonriendo, le hace un gesto con el brazo para que baje del árbol y le dice de nuevo:

– Baja pronto, hoy voy a alojarme en tu casa.

Y continúa caminando por la plaza, rodeado de niños.

Zaqueo intenta decirle que no vaya a su casa, porque es un pecador y quedará contaminado, pero se le hace un nudo en la garganta y no es capaz de decir nada.

Baja del árbol y se va corriendo a su casa. Por el camino tropieza con algunas personas, pero esta vez no tiene en cuenta si las roza o no. Quiere contar a Sara lo que le ha ocurrido y preparar la comida para recibir a Jesús.

La noticia se extiende por Jericó y empiezan las murmuraciones. Algunas personas se acercan con disimulo a la casa de Zaqueo para cotillear mejor y ver lo que ocurre. Murmuran en voz baja:

– Jesús no sabe en qué casa se va a meter. Si realmente fuera un profeta sabría de qué calaña es este recaudador.

– ¿Cómo se le ocurre honrar con su presencia la casa de un traidor, de un cobarde?

– Podía haber elegido una de nuestras casas para alojarse. Ha elegido la peor.

La comida se convierte en un banquete muy especial. Jesús cuenta la conversión de Mateo, el recaudador de impuestos que ahora es discípulo suyo; la familia de Zaqueo se queda sobrecogida al oír esta historia. Les habla también de un joven rico que hace pocos días fue a visitarle porque no sabía qué hacer con su vida; el joven se fue triste porque no quería seguir los consejos que recibió ni desprenderse de su riqueza.

Zaqueo siente de nuevo que Jesús está leyendo lo que ocurre en su corazón. Se arma de valor, respira hondo, se pone de pie y dice con voz fuerte, para que le oigan también los que cotillean en la puerta:

– Jesús, voy a dar la mitad de mis bienes a las personas que he empobrecido.

En toda la casa se hace un silencio sepulcral. A Sara se le saltan las lágrimas y sonríe feliz. Fuera de la casa el murmullo va en aumento.

Zaqueo mira fijamente a Jesús, que sonríe, asiente con la cabeza y le mira en silencio, como si esperara algo más de él.

El hombrecillo se viene arriba, como si de repente empezara a crecer sin parar y dice:

– Jesús, tengo algo más que decirte. Al que haya hecho daño le devolveré cuatro veces más de lo que le quité.

Jesús se levanta y le abraza con tanta fuerza que parece que Zaqueo desaparece entre sus brazos. Levantando la voz le dice:

– ¡Hoy ha entrado la salvación a tu casa! ¡También tú eres un hijo de Abraham!

Zaqueo no puede reprimir la emoción. Desde hacía años le habían llamado de todo y habían maldecido a su madre. Nadie le había llamado hijo de Abraham, el título por excelencia, el que todo varón judío quiere poseer. Y de golpe siente que él es como el publicano de la parábola y que Yahvé ha escuchado su oración y le ha perdonado. ¡Se siente un hombre afortunado!

Al día siguiente fue a devolver el dinero a las familias a las que había hecho daño. Empezó por Tabita, una pobre viuda enferma a la que los romanos le habían quitado la casa por no pagar los impuestos. Ella llevaba meses pidiendo al juez que le hiciera justicia, pero el juez no le hacía caso.

Después fue a casa de Ezequiel, que se vendió como esclavo para pagar los impuestos y saldar sus deudas; no pudo conseguir un préstamo porque no había devuelto el que le hizo el avaro Benjamín el año anterior. De este modo libró de la prostitución a su mujer y a sus hijas, pero la familia se destrozó. Desde que era esclavo ya no había vuelto por el pueblo; algunos vecinos decían que le habían visto por Jerusalén al servicio de un centurión romano.

Se dio cuenta de que no era fácil empezar de nuevo. Algunos vecinos de Jericó no entendían su conversión y se reían de él, pero no le importaba. Zaqueo ya no era el mismo. El encuentro con Jesús le había devuelto su grandeza interior. Ahora entendía con claridad lo que Jesús le había dicho al despedirse: He venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.

Marifé Ramos González

Fuente Fe Adulta

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