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El #MeToo de las monjas ante los abusos clericales

Miércoles, 1 de agosto de 2018
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algunas-monjas-denuncian-abusosReligiosas de todo el mundo denuncian violaciones por parte de sacerdotes y obispos

Silenciadas por sus votos de obediencia y por su propio miedo, repulsión y vergüenza

Una monja ya no se confiesa tan seguido como antes, después de que un sacerdote italiano se aprovechara de ella cuando se encontraba en su momento más vulnerable y le contaba sus pecados en un salón de clases de la universidad hace casi 20 años.

En ese tiempo, la monja solo le contó lo sucedido a su superior y a su director espiritual y fue silenciada por la cultura de secreto de la iglesia católica, por sus votos de obediencia y por su propio miedo, repulsión y vergüenza. “Abrió una gran herida en mi interior”, comentó a The Associated Press. “Fingí que no había sucedido”.

Tras décadas de silencio, la monja es una de muchas religiosas que han hecho público un asunto que la iglesia católica no ha aceptado: el abuso sexual de monjas por parte de sacerdotes y obispos.

Una investigación de la AP encontró que han surgido casos en Europa, África, América del Sur y Asia, lo que demuestra que el problema es global y extenso, debido en gran parte a una tradición en la que las mujeres son vistas como personas de segunda clase en la iglesia y a su arraigada subordinación a los hombres que la dirigen.

 

Algunas monjas han dado la cara, impulsadas por el movimiento #MeToo (A mí también) y por el creciente reconocimiento de que los adultos pueden ser víctimas de abuso sexual cuando hay un desequilibrio de poder en una relación. Las monjas han hecho públicos sus casos en parte debido a los años de inacción por parte de los jerarcas eclesiásticos, incluso cuando estudios importantes sobre el problema en África fueron informados al Vaticano en la década de 1990.

El tema cobró prominencia en el marco de escándalos en torno al abuso sexual de menores y más recientemente de adultos, incluidas revelaciones de que uno de los cardenales más prominentes de Estados Unidos, Theodore McCarrick, abusaba sexualmente y hostigaba a seminaristas.

Las víctimas son reacias a denunciar el abuso por temores fundados de que no les van a creer, comentaron varios expertos a la AP. Los jefes de la iglesia son renuentes a reconocer que algunos sacerdotes y obispos simplemente ignoran sus votos de celibato, sabiendo que sus secretos no serán revelados.

Sin embargo, esta semana cerca de media docena de monjas en una pequeña congregación religiosa de Chile hicieron públicas sus historias de abuso por parte de los sacerdotes y de otras monjas en televisión nacional. Relataron que sus superiores no hicieron nada para detenerlo.

Una monja en la India recientemente interpuso una demanda a la policía en la que acusó a un obispo de violación, algo que hace un año era impensable.

En África surgen casos periódicamente. En el 2013, por ejemplo, un renombrado cura ugandés escribió una carta a sus superiores en la que habló de “sacerdotes que tienen relaciones románticas con monjas” y fue suspendido hasta que ofreció una disculpa en mayo. La monja europea habló con la AP para ayudar a arrojar luz sobre el tema.

“Me entristece que haya tomado tanto tiempo el que esto salga a la luz, porque hay denuncias desde hace tiempo”, expresó a la AP Karlijn Demasure, uno de los principales expertos de la iglesia en abusos sexuales y abusos de poder. “Espero que ahora se tomen medidas para atender a las víctimas y se ponga fin a estos abusos”.

 

El Vaticano declinó comentar sobre qué medidas ha tomado, si es que tomó alguna, para abordar el alcance del problema a nivel internacional, y de lo que ha hecho para castigar a los infractores y cuidar a las víctimas. Un funcionario del Vaticano dijo que los dirigentes de las iglesias locales son los responsables de castigar a los sacerdotes que abusen sexualmente de las monjas, pero que a menudo esos crímenes quedan impunes en las cortes civiles y canónicas. El funcionario habló bajo la condición de anonimato debido a que no estaba autorizado a hablar del asunto públicamente.

El principal obstáculo que enfrentan las monjas que han sido víctimas de abusos es ser tomadas en serio, según Demasure, quien hasta hace poco fue director ejecutivo del Centro de Protección del Menor de la Pontificia Universidad Gregoriana, la principal organización eclesiástica que lidia con este tema.

“(Los sacerdotes) Siempre dicen que ‘ellas querían hacerlo´”, manifestó Demasure. “Y cuesta hacer a un lado la impresión de que es siempre la mujer la que seduce al hombre, y no al revés”.

La monja que habló con la AP sobre su incidente del 2000 durante su confesión en una universidad de Bolonia aferró su rosario mientras contaba los detalles.

Cuenta que ella y el cura estaban sentados uno frente al otro en un aula de la universidad. En determinado momento, el sacerdote se levantó y trató de violarla. Pequeña pero fuerte, ella lo empujó y se lo sacó de encima.

Luego continuó la confesión. Pero el incidente, y otro episodio en el que otro cura le hizo insinuaciones sexuales un año después, la impulsaron a no volver a confesarse con ningún otro cura que no fuese su padre espiritual, quien vive en otro país.

“El sitio de la confesión debería ser un sitio de salvación, libertad y misericordia”, dijo la monja. “Por esta experiencia, la confesión pasó a ser un sitio del pecado y de abusos de poder”.

 

Indicó que en una ocasión un cura al que le contó lo sucedido le ofreció disculpas “en nombre de la iglesia“. Pero dijo que no se tomaron medidas contra su agresor, quien era un prominente profesor universitario.

La mujer contó su historia a la AP sin saber que en ese mismo momento se realizaba el funeral del cura que intentó abusar de ella 18 años atrás.

La monja dijo que la muerte del cura combinada con su decisión de dar la cara le sacaron un gran peso de encima.

“Me libero por partida doble: Me saco de encima el peso de la víctima y me libero de una mentira y de una violación de un cura”, expresó. “Espero que esto ayude a que otras monjas se liberen y se saque este peso”.

Fuente Agencias, vía Religión Digital

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Las “cláusulas de moralidad” podrían volver a Hollywood, y sería fatal para el colectivo LGTB+

Miércoles, 21 de febrero de 2018
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rock-hudson-1-435Rock Hudson y su “verdadero amor” Lee Garlington

Interesante artículo:

Ante las polémicas que no cesan de surgir en torno al movimiento #MeToo, algunos estudios de Hollywood se plantean volver a incluir en los contratos de las estrellas las anticuadas “cláusulas de moralidad”.

Durante la época dorada de Hollywood muchos actores y actrices LGTB+ se vieron obligados a firmar esas cláusulas que les prohibían actuar de forma “inmoral” y, por lo tanto, ocultaron su sexualidad hasta el punto de casarse para aparentar. 

En 1921 el actor de cine mudo Roscoe “Fatty” Arbuckle fue acusado de violar y asesinar a una chica joven en una habitación de hotel (*). El caso de Arbuckle saltó a los libros de historia como el primer gran escándalo de Hollywood (Arbuckle era toda una estrella) sino que dio pie a que los estudios de cine introdujeran en sus contratos las “cláusulas de moralidad“.

Una cláusula de moralidad obligaba a los actores y a las actrices a, básicamente, mantener su imagen dentro de lo que en aquel momento se consideraba moral. Las cláusulas de moralidad dejaron de utilizarse de forma generalizada hace bastantes años (aunque hoy en día siguen vigentes de forma menos explícita), pero a raíz de la campaña #MeToo y en vista de la velocidad (y constancia) con la que nuevas acusaciones de abusos sexuales surgen en la industria, algunos estudios se están planteando volver a implementarlas. Uno de esos estudios es Fox, que quiere modificar sus contratos para que si el artista comete actos que resulten en publicidad o notoriedad negativa, o si exponen su imagen -y la del estudio- al descontento del público, a un escándalo o al ridículo generalizado; puedan ser despedidos sin tener que pagarle un duro.

Esas cláusulas, por ejemplo, le habrían ahorrado a Netflix unos 40 millones de dólares tras despedir a Kevin Spacey de House of Cards y a Danny Masterson de The Ranch, ambos actores acusados de abusos sexuales y violación. Los productores de All The Money In The World, la película de Ridley Scott en la que Spacey fue sustituido a última hora por Christopher Plummer, se habrían ahorrado 10 millones de dólares.

 El problema es que las cláusulas de moralidad acaban dejando al artista a merced del público y la moralidad de éste. Si por cualquier motivo un actor o actriz deja de ser el ojito derecho de las masas por un error, un malentendido o por llevar un estilo de vida que la gente no aprueba, podría perder su trabajo. Si crees que hoy en día no pasaría eso, pregúntale a Janet Jackson. Y sí, he dicho “estilo de vida”, porque aunque la homosexualidad no es un estilo de vida aún hay un gran sector del público (americano e internacional) que la entienden así; lo que pone en riesgo las carreras de actrices y actores LGTB+.

Lillian Faderman y Stuart Timmons explicaban en su libro “Gay L.A.: A History of Sexual Outlaws, Power Politics, and Lipstick Lesbians” cómo los estudios utilizaban las cláusulas de moralidad de forma casi dictatorial para mantener a raya a sus talentos: “Aunque las cláusulas de moralidad fueron introducidas como respuesta a los errores de los heterosexuales, los homosexuales tenían muchas razones para temerlas. Una vez el cine se convirtió en un negocio salvajemente lucrativo, los jefes de los estudios, que tenían mucho que perder económicamente si la vida personal de una estrella ‘ofendía o enfadaba a los fans’, se volvieron absolutamente dictatoriales sobre la imagen pública de sus estrellas, tanto dentro como fuera de la pantalla.” Según el libro, los jefes de los estudios entendían que a cambio de sus lucrativos contratos las estrellas estaban obligadas a comportarse de forma “moral”, lo que implicaba que los actores gais y las actrices lesbianas eran obligados a convencer al público de que eran heterosexuales, llegando al extremo de inventarse historias para la prensa o casarse solo por las apariencias; como hizo Rock Hudson.

En su biografía “Unbereable Lightness“, Portia De Rossi explicó cómo a finales de los años 90, mientras aparecía en Ally McBeal, se le ofreció un contrato para ser imagen de L’Oréal. El contrato incluía una cláusula de moralidad que la obligaba a devolver todo lo ganado en caso de que la violara. Aunque, como explicaba De Rossi, no se mencionaba explícitamente la homosexualidad sabía que sería una de las cosas por las que podían despedirla: “El texto del contrato era vago, y no tenía claro qué constituiría una brecha del contrato y cómo se definía la ‘moralidad’. Todo el tema me ponía enferma.

Más recientemente Luke Evans explicó cómo su equipo de publicistas intentó, a mediados de los 2000, venderle a la prensa como un hombre heterosexual que mantenía una relación duradera con una mujer; y Ezra Miller contó que varias personas muy influyentes de Hollywood le dijeron que había cometido un tremendo error al salir del armario.

Las “cláusulas de moralidad” no ayudarán a detener la epidemia de abusos sexuales en Hollywood, ni frenarán la LGTBfobia, ni ayudarán a equiparar el papel de la mujer en la industria. No están ahí para proteger a nadie más que a los productores y los estudios, que podrán despedir a sus actores o actrices sin tener que pagarles un duro. No es sorprendente que una industria como Hollywood prefiera cubrirse las espaldas legal y económicamente en lugar de tomar las medidas necesarias para crear un ambiente laboral en el que todo el mundo sea tratado con respeto, independientemente de su sexo, su identidad de género o su orientación sexual.

Con los avances sociales que el colectivo LGTB+ ha conseguido en los últimos años (y se ha conseguido luchando, no nos han regalado nada) muchas estrellas LGTB+ del cine y la televisión no muestran problema alguno a la hora de vivir su vida de forma abierta. No podríamos volver a meter en el armario a Neil Patrick Harris o a Zachary Quinto ni podríamos olvidarnos de que Laverne Cox es una mujer trans. Pero por cada estrella visible hay unas cuantas que son obligadas a esconderse y este tipo de cláusulas podría hundir su vida personal y sus carreras de forma dramática.

Al fin y al cabo el gran problema en Hollywood (y en el mundo) es el machismo, y a algunos les resulta más fácil meter los escándalos machistas debajo de la alfombra (sin importar la dignidad de quién se llevan por delante) que asegurarse de que no ocurran en un primer lugar. Solo una industria en la que impera el machismo es capaz de plantear como solución a ese machismo una solución que invisibiliza, estigmatiza y discrimina a un colectivo minoritario.

Fuente | Advocate, vía EstoyBailando

(*) Tras el juicio, “Fatty” fue absuelto por 10 votos a favor y dos en contra. Como no era un veredicto unánime se decidió hacer un segundo juicio. En esta ocasión Arbuckle no dio testimonio y el jurado lo condenó por homicidio no premeditado por 10 votos contra y dos. Hubo un tercer juicio, en marzo de 1922. Arbuckle volvió a dar su testimonio y fue absuelto definitivamente. (Fuente Clarín)

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