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Entradas Etiquetadas ‘Conocerse’

“Relaciones y aprendizaje”, por Enrique Martínez Lozano.

Viernes, 10 de agosto de 2018
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2a730b965606ef441dc0754edc28d85b_xlLas relaciones interpersonales, en todos sus niveles –de vecindad, de parentesco, de amistad, de pareja–, pueden ser fuente de gozo o bien constituir un campo minado de dificultades.

Un elemento fundamental que genera sufrimiento en las relaciones es el “guion” con el que el ego se maneja. Según él, los otros están ahí para complacerme. En consecuencia, resulta inevitable que, cada vez que tal expectativa no se cumple, aparezca la frustración y, con ella, el enfado, la ira o el abatimiento.

Solo podremos salir del sufrimiento abandonando aquella expectativa o creencia errónea, gracias a la comprensión, la cual nos ofrece dos claves decisivas en toda esta cuestión:

Los otros no están para complacerme, sino para ayudarme a aprender.

Los otros –como yo– hacen siempre lo mejor que saben y pueden, por lo que carece de sentido la culpabilización.

¿Qué es lo que necesito aprender a partir de lo vivido en las relaciones?

Tal vez, tres cuestiones básicas:

Conocerme y aceptarme tal como soy, integrando la sombra que había reprimido, ocultado o negado. En las relaciones se me hace patente que todo aquello que me altera de los otros se encuentra en mí sin aceptar y, con frecuencia, sin ni siquiera conocerlo.

Crecer en amor incondicional hacia mí. Todos mis enfados y frustraciones que nacen en el campo relacional son, en realidad, expresión de un grito que pide amor. Sin ser consciente de ello, estoy pidiendo a los otros el amor –aprecio, reconocimiento, comprensión…– que yo mismo soy incapaz de darme. El hecho de no recibir lo que espero puede constituir una oportunidad preciosa para desarrollar en mí aquel amor incondicional que reclamo de los otros y que, aun sin darme cuenta de ello, me hace vivir mendigando afecto.

Crecer en comprensión de mi verdadera identidad. De un modo u otro, todo aprendizaje culmina en este, que me permite contestar adecuadamente a la pregunta primera: ¿quién soy yo? Porque no hallaré luz ni paz hasta que no encuentre, por experiencia propia, la respuesta adecuada: soy no-separado de los otros. Más allá de las formas diferentes –o “disfraces” en que se expresa– todos compartimos la misma y única identidad; la nuestra es una identidad compartida, Eso que sostiene todas las formas y que en todas se expresa.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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El lugar de la cita.

Lunes, 4 de diciembre de 2017

Del blog de Henri Nouwen:

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“Este es un buen consejo: ‘conócete a tí mismo‘. Pero conocerse no significa analizarse. A veces queremos conocernos como si fuéramos máquinas que pueden desmontarse y volver a montarse a voluntad. En determinados momentos críticos de nuestras vidas, ésto puede ayudarnos a explorar en detalle los acontecimientos que nos llevaron a una crisis, pero erramos si creemos que podemos llegar a entendernos totalmente y explicar el entero significado de nuestras vidas a los demás.

La soledad, el silencio y la oración son frecuentemente el mejor camino hacia la comprensión de uno mismo. Y no porque nos ofrezcan soluciones a la complejidad de nuestras vidas sino porque nos ponen en contacto con nuestro centro sagrado, donde mora Dios. Dicho centro sagrado no admite ser analizado. Es el lugar de la adoración, de la acción de gracias y de la alabanza.”

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Henri Nouwen

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , ,

“El ego se apropia también del compromiso (IV)”, por Enrique Martínez Lozano.

Miércoles, 31 de mayo de 2017
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narcisismo1Decía en la primera entrega de este comentario que me produce tristeza percibir que, incluso hablando de espiritualidad y de compromiso, se caiga en la descalificación del otro y en el dualismo que fragmenta lo real. Frente a lo que considero trampas engañosas que nacen del ego, me parece importante abandonar cualquier mentalidad de “tribu”, superar el dualismo mental y avanzar hacia una integración consciente.

La descalificación es un mecanismo característico del ego. Resulta significativo el hecho de que cada grupo tenga la convicción de que cree en la “verdad” –con la que se ha identificado la creencia en la que se ha crecido–, mientras que son únicamente todos los demás los que creen en “supersticiones”. Frente a esta postura, nos hace bien reconocer que la persona que confiesa otra religión piensa exactamente lo contrario: para ella, las creencias fantasiosas o supersticiosas son las nuestras.

Por su parte, el dualismo es igualmente una construcción mental que, mientras la creemos, nos mantiene alejados de la realidad. El ego es simplista porque su perspectiva es sumamente reducida. Al tomar distancia de él, empezamos a abrirnos al amplio e inclusivo horizonte de la verdad.

Tal como lo veo, la integración –de polos opuestos, pero complementarios; de visiones del mundo diferentes a la del propio “catecismo” – no será posible hasta que no avancemos en la respuesta adecuada y experiencial a la pregunta ¿quién soy yo?; respuesta que, según el oráculo de Delfos, nos permite acceder a la comprensión de toda la realidad: “Hombre, conócete a ti mismo, y conocerás al Universo y a los dioses”. Por mi parte, no conozco pregunta más urgente ni desinstaladora que aquella; en realidad, el narcisismo no es otra cosa que la vivencia que resulta del hecho de habernos quedado instalados en una respuesta equivocada a esa primera cuestión.

La respuesta adecuada me hace ver que no soy el “yo” que mi mente pensaba. Según el autor del escrito que comento, “lo que mejor las caracteriza [a las que denomina “corrientes pseudomísticas”] es el lugar de honor exclusivo que reservan al individuo, al yo, que se erige en el único dios que, según sus criterios, merece entrega absoluta”. No niego que eso pueda darse, e incluso que sea un “paso” por el que transite la persona que va en busca de la verdad. Sin embargo, la genuina espiritualidad no anhela ningún “lugar de honor” para el yo, porque ha descubierto su inexistencia. Y desde la comprensión de su verdadera identidad, la persona espiritual no busca sino quitarse de en medio, “destronarse” a sí misma, para que la Vida se exprese a través de ella.

A partir de ahí, uno ya no “elige” qué hacer, sino que se vive como cauce o canal de la Vida que fluye. Es la Vida la que “toma las decisiones” y a uno no le queda otra cosa que alinearse con ella, en la vivencia de la unidad con todo lo real. Con lo cual, venimos a descubrir que, también en el terreno del compromiso, la pregunta decisiva no es ¿qué hago?, sino ¿desde dónde lo hago?

Si es desde el ego (o estado mental), habrá resistencia, apropiación, comparación, descalificación e incluso arrogancia. Cuando nace de la comprensión (o estado de presencia), hay aceptación, desapropiación, gratuidad y espíritu inclusivo.

El título de este trabajo me parece que no tiene excepciones: El ego se apropia también del compromiso. ¿Existe algún medio para evitar que sea así? Solo uno: comprender que el compromiso genuino no puede nacer nunca del ego y vivir en desapropiación.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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“El ego se apropia también del compromiso (III)”, por Enrique Martínez Lozano.

Jueves, 18 de mayo de 2017
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narcisismo1Quise hacer el relato que compartía la semana anterior para alertar del riesgo que supone dejarse engañar por hermosas palabras. Detrás de ellas suele haber verdades no dichas ni reconocidas, necesidades psicológicas inconscientes que boicotearán todo camino de crecimiento y de entrega. Con lo cual, vuelvo al punto de origen: ¿qué es –y a quién puede beneficiar– un compromiso que no nace de la consciencia clara de quienes somos? No se niega la “buena voluntad” ni la “entrega” de quien lo vive, pero ¿a qué conduce? Fuera de la consciencia, no es extraño que todos los esfuerzos por mejorar el mundo no consigan sino estropearlo más. “Hasta que no trasciendas el ego –escribe John R. Price–, no podrás sino contribuir a la locura del mundo”.

El compromiso no es el criterio definitivo, por cuanto esa palabra –como cualquier otra- puede encerrar contenidos muy dispares. Tampoco la espiritualidad se libra de ese mismo carácter ambiguo. Solo una comprensión profunda e integradora capacitará y favorecerá un modo de vivir marcado por la unidad y la compasión. No en vano, el que nos dejó la sublime parábola del “juicio final” no fue un moralista –que pusiera la “obligación” del “compromiso” por encima de cualquier otra cosa-, sino un hombre sabio –genuinamente espiritual– que sabía que “el Padre y yo somos uno” y que era igualmente uno con todos los seres, razón por la cual, “lo que hicisteis a cada uno de estos, me lo hicisteis a mí”.  En efecto, cuando sé, de manera experiencial, que el otro es no-separado de mí, he encontrado la clave para vivir el compromiso.

Cuando no es así, suele ocurrir que el compromiso se convierte en otro “objeto” más que el ego se apropia, con el que se alimenta y fortalece. ¡Un ego “comprometido” es un ego que se siente muy vivo! ¿Quién no ha conocido personas que, pregonando la necesidad de compromiso y haciendo de él una referencia permanente –objeto incluso de su enseñanza–, lo estaban usando, en la práctica, para autoafirmarse, descalificar a otros –y de ese modo auparse ellos– y mantener su resistencia ante una realidad frustrante que eran incapaces de aceptar? El narcisismo –como bien reconoce el autor del texto que estoy comentando– consiste en vivir girando en torno al ego (“yo, mí, me, conmigo”). Pero sucede que el ego puede apropiarse también de la “acción” más exigente. Y no es difícil percibir cuánto narcisismo oculta una fachada –y una proclamación– de compromiso.

Por eso, solo cuando se libera de aquellas necesidades antes ocultas que lo condicionaban, el compromiso se vive con gratuidad y desapropiación. Se deja de juzgar el modo como los otros lo viven –el juicio, como la comparación y la descalificación del otro, son muestras de narcisismo– y se comprende que, también aquí, se darán tantas formas como personas. Y tal vez haya que abandonar las etiquetas mentales acerca de lo que es una “persona comprometida” para abrirse a valorar los diferentes modos de vivirlo.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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“El ego se apropia también del compromiso (II)”, por Enrique Martínez Lozano

Miércoles, 17 de mayo de 2017
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narcisismo1“Espiritualidad” y “compromiso” son, sin duda, hermosas palabras. Y somos conscientes de la facilidad con la que los humanos nos dejamos engañar por palabras que gozan de plausibilidad social. Pero, separadas –desconectadas entre sí–, son fuente de confusión y, en último término, de sufrimiento, porque nos hacen movernos en una “media verdad”.

Tal como lo veo, ambas expresiones únicamente pueden conjugarse y nutrirse mutuamente cuando arrancamos de una respuesta adecuada a la pregunta primera: ¿quién soy yo? Creo comprender lo que el autor (del artículo que comento y que envié la semana pasada) pretende decir al afirmar que la pregunta decisiva para él es “¿dónde está tu hermano?”; sin embargo, me parece que será imposible responder a ella ajustadamente si no sé realmente quién soy. ¿Quién soy yo?: esta es la cuestión de la que pende absolutamente todo lo demás.

El interés por esta pregunta –si es genuino– no solo no es narcisista, sino que nos conduce a la comprensión de quienes somos y, de ese modo, termina pulverizando el narcisismo. Ignorar esa cuestión –atribuyéndola a “modas psicologistas”– equivale a construir sin cimientos sólidos.

En este punto, me parece oportuno aportar algo de mi propia experiencia, con el objetivo pedagógico de clarificar lo que vengo diciendo: creo que la narración de lo vivido puede favorecer la comprensión más que discursos teóricos o razonamientos eruditos sobre el tema.

Recuerdo nítidamente la fuerza que el compromiso social adquirió en mi juventud, hasta el punto de que en todo momento me estaba evaluando a mí mismo a partir de si estaba o no “comprometido”. Una vez llegado a Argentina, adonde me llevó –más allá del detonante concreto que lo provocó– el anhelo de un compromiso mayor, buscaba “entregarme” en los barrios más necesitados de la ciudad donde había aterrizado. Todo en mí giraba en torno al compromiso: el tiempo dedicado, el uso del dinero, el trabajo en el barrio… Me reprochaba incluso no tener el coraje suficiente para dejar la casa donde vivía e irme a vivir a uno más de los “ranchitos” de aquella especie de “villa miseria” que a diario recorría.

Por aquella época no me hacía demasiadas preguntas acerca de lo que hacía. Más adelante, poco a poco, fueron surgiendo, a partir de algo que un día hizo “clic” en mí. Eso ocurrió una mañana cuando, visitando a unos ancianos que malvivían bajo unas latas y cartones, sin otro bien en su interior que una enorme pantalla de televisión, descubrí que eran más felices que yo. Dentro de mí se disparó una especie de alarma: tenía claro que mi objetivo era ayudar a aquellas personas a que fueran felices y, de golpe, descubro que lo eran más que yo. ¿Qué movía realmente mi dedicación?

Poco a poco me fui abriendo a la verdad de lo que vivía, descubriendo que existían en mí motivaciones de todo tipo, unas confesadas, otras –para mí en aquel momento– inconfesables. Descubrí que en mi compromiso había ciertamente amor a las personas y fidelidad a mi vocación cristiana. Pero se hallaban presentes igualmente otros motivos, en forma de necesidades inconscientes, más o menos ocultas o camufladas: de ser reconocido, aceptado e incluso aplaudido; de sentir mi vida “útil” y con sentido; de creer estar en la verdad y de ser “coherente” con ella; de tener una imagen de persona “comprometida”; de liberarme de la frustración que me suponía el hecho de que la realidad no se ajustara a mis deseos, por lo que estaba instalado en la resistencia a la vida; de compensar culpabilidades reprimidas y de sentirme “digno” ante Dios; de perfeccionismo…

Todo se daba mezclado, en dosis diferentes. Descubrirlo de golpe supuso un zarandeo notable, una sensación de quedar desnudo ante la realidad, un encuentro con mis “demonios interiores” –la parte oscura y oculta de mí–… y el comienzo de una puesta en verdad que no sabía dónde habría de conducirme.

De aquella crisis fui aprendiendo el camino de “vuelta a casa”, de la que, sin ser consciente, había vivido alejado. ¿Cómo podría acompañar a alguien en ese camino si yo mismo no lo recorría? Fui consciente de que muchas de mis “seguridades” anteriores podrían verse amenazadas, pero aún así experimentaba una fuerza interior –hoy sé que era un gratuito anhelo espiritual– que me proveía de determinación para afrontar todo lo que pudiera surgir.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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