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“El valor carismático de la mujer” (y 2), por Gabriel Mª Otalora.

Jueves, 10 de octubre de 2019
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mujer-libre-en-la-playaDe su blog Punto de Encuentro:

En la reflexión anterior comenzaba recordando a una superiora de una de las muchas órdenes religiosas a las que invitó el Papa a un encuentro con él en 2016, y que algunas de sus preguntas lograron que el Papa ordenase una comisión presidida por el cardenal Ladaria para tratar el carisma de las diaconisas. Pero se quedó en nada por falta de un consenso cuasi absoluto, a pesar de las muchas experiencias históricas sobre el papel eclesial de la mujer diaconisa.

Ahora quiero ampliar este tema con otras razones más teológicas a partir del cambio radical que Jesús introdujo en medio de aquella sociedad en la que la mujer estaba mucho peor que ahora en todo, incluida su consideración eclesial. En aquella sociedad teocrática era un ser inferior e impuro, sin matices, a la que Jesús dignificó revolucionando su relación con ellas, de tú a tú, mediante un trato igualitario y digno, de madurez y en muchos casos de recíproca amistad.

El argumento que más se repite para limitar carismas a las mujeres en la Iglesia es que Jesús no eligió a ninguna mujer en el selecto grupo de los Doce. Sin embargo, muchos teólogos afirman que visualizar a doce apóstoles era un número simbólico divino en Israel, uniendo así la acción de Cristo con los descendientes de los doce hijos de Jacob, todos varones. Como dice el teólogo Luis González-Carvajal, el Maestro quería que el signo del comienzo de un nuevo pueblo de Dios fuese captado por sus destinatarios, y no quedaba más opción que darle forma externa mediante un signo que todos pudiesen reconocer.

Este nuevo paso hacia de una Nueva Alianza ya no era con doce tribus como ocurrió en la Antigua Alianza, sino doce personas. En un paso crucial de cercanía, Dios se iba a mostrar a un pueblo elegido, sino con cada persona a la que Él le llama por su nombre, individualizando la Buena Noticia del amor divino a cada ser humano como lo más importante de todo a la existencia. Y cada persona es la que decide por sí misma si quiere adherirse a esa buena noticia, no como pueblo sujeto a unas normas sin libertad individual so pena de exclusión.

Por tanto, González-Carvajal nos señala que si queremos saber el papel de las mujeres en la Buena Noticia y el Reino, no hay que fijarse en el grupo de los Doce, sino en la composición del círculo más amplio de los discípulos, que ya no tenía finalidad simbólica. Y mientras los rabinos solo admitían a discípulos varones (Talmud: “Vale más quemar la Ley que transmitirla a las mujeres” s. 19.a), Jesús las consideró en plena igualdad entre sus seguidores.

Las mujeres rara vez se dirigían a los hombres en público, y mucho menos con rabinos y fariseos. En el pasaje con Marta y María, ésta se sienta a los pies del Maestro, lugar ocupado tradicionalmente por los varones dedicados a los estudios rabínicos, y Marta protesta. Pero el Maestro desafía a los preceptos patriarcales y le responde que su hermana ha escogido la parte mejor y nadie se la quitará. Porque María cumple con su deber de mujer (hospitalidad) aunque de un modo diferente, pues acoge a la Palabra de Dios. Y algo todavía más importante, que se olvida con demasiada facilidad: el signo teológico de primer orden recogido por los cuatro evangelios, con las mujeres como protagonistas exclusivas al ser ellas quienes descubren el sepulcro vacío y son ellas las llamadas expresamente para testimoniar la Resurrección, comenzando por los Doce, encerrados como estaban llenos de miedo a las autoridades judías.

Mateo: María Magdalena y la otra María descubrieron el sepulcro vacío y un ángel les revela que ha resucitado. Jesús les sale al encuentro. Marcos: María Magdalena, María la de Santiago y Salomé van al sepulcro y el ángel les anuncia la resurrección. Jesús se aparece a María Magdalena. Lucas: María Magdalena, Juana y María la de Santiago se les aparece el ángel; el evangelista no cuenta la aparición de Jesús. Juan: María Magdalena descubre el sepulcro vacío y lo comunica a los discípulos. Solo cuando ellos se van al comprobar el sepulcro vacío, la Magdalena se queda llorando convencida de que habían robado el cuerpo de Jesús. Entonces se aparece el Maestro, a quien no reconoce en un primer momento, y la convierte en misionera (Jn 20, 17 y 18). A ellas les encomienda el primer anuncio, con María Magdalena de protagonista en los cuatro textos.

Me alegra leer que el Papa no tiene miedo a los cismas. Mejor así, un obstáculo menos en su liderazgo apostólico.

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“El valor carismático de la mujer “, por Gabriel Mª Otalora

Martes, 8 de octubre de 2019
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mujer-libre-en-la-playaDe su blog Punto de Encuentro:

En mayo de 2016, la asamblea de la Unión Internacional de Superioras Generales tuvo una audiencia con el Papa y una de las 900 religiosas le preguntó: “En la Iglesia existe el ministerio del diaconado permanente, pero sólo está abierto a varones casados y no-casados ¿Qué impide que la Iglesia incluya mujeres como diaconisas  permanentes, como sucedía en la iglesia antigua? ¿Por qué no se crea una comisión oficial que estudie la cuestión?”. El Papa recogió el guante y en agosto creó la Comisión de Estudio sobre el Diaconado Femenino. La comisión ha finiquitado sus trabajos y el Papa Francisco, ante la falta de un gran consenso, ha decidido esperar tiempos mejores.

Creo que el tema de las responsabilidades de la mujer en la Iglesia, va a tener poco recorrido; para bien. Se ha avanzado mucho, pero lo crucial no tardará en llegar ante la evidencia de que no existe fundamento teológico de fondo para que ellas no puedan compartir algunos carismas de manera oficial. Solo el peligro real de un cisma en la Iglesia católica frena al Papa a dar pasos en esta dirección. De hecho, ya existe en Galicia una mujer católica, apostólica y romana (Christina Moreira) que ejerce en una comunidad gallega su condición de mujer ordenada como presbítera.

Mientras que en las normas mayormente aceptadas predomina el postulado de lo que no está prohibido está permitido, en nuestra Iglesia es al revés, sobre todo en el caso de la mujer: si no se demuestra que algo está permitido, y con detalle sobre los límites de la permisión, está prohibido. Con este argumento, Jesús ni sus apóstoles no hubieran podido comportarse como lo hicieron, ni remotamente. En este tema, hay vectores claros en una dirección bien concreta.

Las conocidas referencias de Pablo a sus diaconisas se completan con otros testimonios sobre la actividad de las diaconisas durante los siglos I y II, bien cerquita de Pablo y de Jesús. En muchas tumbas de estos primeros años se ve claramente que la mujer enterrada era diaconisa. Las Constituciones Apostólicas recogen prácticas eclesiásticas de la época del siglo IV. Lo clarificador es que el texto da cuenta de la ordenación de mujeres diaconisas mediante la imposición de manos, la invocación al Espíritu Santo en celebración presidida por el obispo con el presbiterio presente, que son elementos propios del sacramento del Orden.

Uno de los textos más importantes sobre este tema se encuentra en Didascalia Apostolorum. Allí se habla de las “diaconisas del bautismo” y se recogen instrucciones a los obispos de este tenor: Nuestro Señor y Salvador también fue servido (diakonein) por mujeres ministras…”. Todavía en el Concilio de Calcedonia, celebrado en el año 451 (s. V), se dice en uno de sus cánones: “Una mujer no debe recibir la imposición de manos como diaconisa antes de los cuarenta años de edad”.

Veamos una hermosa fórmula de ordenación de mujeres diaconisas de la Iglesia Oriental del siglo VIII: El Obispo, imponiendo sus manos sobre aquella que es ordenada, ora así: “Maestro, Señor, Tú que no rechazas a las mujeres que se han consagrado a Ti para servir a tus santas moradas con un santo deseo como conviene, sino que las acoges en un rango de ministros, concede la gracia de tu Espíritu también a tu sierva que está aquí y ha querido consagrarse a Ti y cumplir perfectamente la gracia de la diaconía, así como se la concediste a Febe, que Tú llamaste a la obra del ministerio. Concedele, Oh Dios, perseverar sin reproche en tus santos templos, aplicarse al gobierno de tu casa, ser temperante en todo, y haz que se convierta en tu perfecta servidora”. (Biblioteca Apostólica Vaticana).

Cartas y epístolas de obispos y papas que testimonian la presencia de mujeres presidiendo la liturgia cristiana durante los nueve primeros siglos, especialmente en la Iglesia de Oriente, lo que muestra que los ritos y la ordenación del diaconado, era idéntica en lo esencial para hombres y mujeres. (s. IX, obispo Vercelli“estas mujeres que eran llamadas presbíteras asumieron las funciones de predicar, dirigir y enseñar”).

A partir de los Concilios locales celebrados en Occidente a inicios de la Edad Media es cuando sale a la luz el malestar del clero masculino con las diaconisas y algunos decretan su supresión. En Oriente, subsistió hasta el siglo XII o XIII. Aun hoy, se siguen celebrando en Iglesia Ortodoxa las fiestas de varias santas diaconisas, como Melania, Olimpia, Xenia, Platonia, etc. En nuestro santoral tenemos 27 diaconisas: santas Irene, Tatiana, Susana, Justina…

Nada de esto es dogma de fe ni, por supuesto, lo contrario. En 2009, Benedicto XVI modificó el derecho canónico para aclarar la diferencia entre diáconos y presbíteros. Sólo estos últimos pueden considerarse sacerdotes. El cardenal Kasper, muy próximo al papa Francisco, se ha mostrado a favor de las diaconisas.

Con la incorporación de mujeres cualificadas en todos los ministerios, la comunidad católica se enriquecería enormemente y el Pueblo de Dios estaría mejor servido, tanto en la celebración de los sacramentos con hombres y mujeres como en el ejercicio cotidiano de las obras de misericordia.

Pero la amenaza del cisma aún es muy poderosa.

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“Carisma y carismáticos: ¿qué energía es esa?”, por Leonardo Boff, teólogo

Martes, 3 de febrero de 2015
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mg_2992Leído en la página web de Redes Cristianas

Carisma, carma, Crishna, Cristo, crisma y caritas poseen la misma raíz sánscrita kri o kir. Significa la energía cósmica que acrisola y vitaliza, penetra y rejuvenece todo, fuerza que atrae y fascina los espíritus. La persona no posee un carisma, es poseída por él. La persona, sin ningún mérito personal, se ve tomada por una fuerza que irradia sobre otras, haciendo que queden estupefactas: si están hablando, se callan; si están entretenidas en alguna cosa, pasan a prestar atención a la persona carismática. El carisma es algo sorprendente. Está en los seres humanos, pero no viene de ellos. Viene de algo más alto y superior. Nietzsche cuenta que cuando paseaba por los Alpes se sentía poseído por una fuerza que le hacía escribir. Era otro que se servía de él. Tomaba su cuaderno y en él escribía lo mejor de sus intuiciones.

Los antropólogos introdujeron una palabra sacada de la cultura de Melanesia: mana. La personalidad-mana irradia un poder extraordinario e irresistible que, sin violencia, se impone a los demás. Atrae, entusiasma, fascina, arrastra. Es el equivalente de carisma en nuestra tradición occidental.

¿Quiénes son los carismáticos? En el fondo, todos. A nadie le es negada esa fuerza cósmica de presencia y de atracción. Todos cargamos con algo de las estrellas de donde venimos. La vida de cada persona está llamada a brillar, según dice un cantor, a ser carismática de una u otra forma. Bien decía José Martí, pensador cubano de los más agudos de América Latina: hay seres humanos que son como las estrellas, generan su propia luz, mientras otros reflejan el brillo que reciben de ellas. Algunos son sol, otros, luna. Nadie está fuera de la luz, propia o reflejada. En fin, estamos todos en la luz para brillar.

Pero hay carismáticos y carismáticos. Hay algunos en los cuales esta fuerza de irradiación implosiona y explosiona. Son como una luz que se enciende en la noche. Atraen todas las miradas me valen las dos. Se podía hacer desfilar a todos los obispos y cardenales delante de los fieles reunidos, podía haber figuras impresionantes en inteligencia, capacidad de administración y celo apostólico, pero todas las miradas se fijaban en Dom Hélder Câmara cuando todavía estaba entre nosotros, portador eminente de carisma. Su figura era insignificante. Parecía el siervo sufriente sin belleza ni adorno. Pero de él salía una fuerza de ternura que unida al vigor de su palabra se imponía suavemente a todos.

Muchos pueden hablar, y hay buenos oradores que atraen la atención. Pero dejen hablar al obispo emérito de São Félix do Araguaia. Su voz es ronca y a veces casi desaparece. Pero en ella hay tanta fuerza y tanto convencimiento que la gente queda boquiabierta. Es la irrupción del carisma que hace que un obispo frágil y débil parezca un gigante. Hoy sin casi poder hablar a causa de un fuerte Parkinson, sus escritos y poemas tienen la fuerza del fuego. Es un eximio poeta.

Hay políticos hábiles y grandes administradores. La mayoría maneja el verbo con maestría. Pero hagan subir a Lula en la tribuna delante de las multitudes. Empieza hablando bajo, asume un tono narrativo, va buscando el mejor camino para comunicarse. Y lentamente adquiere fuerza, irrumpen conexiones sorprendentes, la argumentación adquiere su armazón adecuada, el volumen de voz alcanza altura, los ojos se incendian, los gestos modulan el habla, en un momento dado todo el cuerpo es comunicación, argumentación y comunión con la multitud que de bulliciosa pasa a silenciosa y de silenciosa a petrificada, para, en el punto culminante, irrumpir en gritos de aplauso y entusiasmo. Es el carisma haciendo irrupción. Poco importa la opinión que podamos tener de sus ocho años de gobierno. En él no se puede negar la presencia del carisma.

No sin razón Max Weber, estudioso del poder carismático, lo llama «estado naciente». El carisma parece que hace nacer, cada vez que irrumpe, la creación del mundo en la persona carismática o personalidad-mana. La función de los carismáticos es la de ser parteros del carisma latente dentro de las personas. Su misión no es la de dominarlas con su brillo, ni seducirlas para que los sigan ciegamente, sino despertarlas del letargo de lo cotidiano. Y, despiertos, descubrir que lo cotidiano guarda en su interior secretos, novedades, energías ocultas que siempre pueden despertar y dar un nuevo sentido de brillo a la vida, a nuestro corto paso por este universo.

Que cada cual descubra la estrella que dejó su luz y su rastro dentro de él. Y si fuera fiel a la luz, brillará y otros lo percibirán con entusiasmo.

Página de Leonardo Boff en Koinonía

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