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“Yo vengo de un silencio”, por Carlos Osma

Lunes, 11 de diciembre de 2017
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callateDe su blog Homoprotestantes:

Me siento muy identificado con la letra de la canción “Jo vinc d’un silenci[1]del cantautor valenciano Raimon. Cada vez que la escucho, ya los primeros versos me retrotraen a experiencias que he vivido como homosexual, o que han tenido otras personas ltgtbi que he conocido: “Jo vinc d’un silenci antic i molt llarg de gent que va alçant-se desde el fons dels segles…” (Yo vengo de un silencio antiguo y muy largo de gente que va levantándose desde el fondo de los siglos…). Una experiencia que tiene como fundamento, el silencio, pero no un silencio escogido, sino impuesto por una red invisible, a veces, de normas y tabúes que nos dejaron bien claro en muchos momentos de nuestra vida, que lo mejor que podíamos hacer era mantenernos callados.

Mi primer silencio tenía su razón de ser en la imposibilidad de encontrar palabras con las que expresar lo que sentía. No existía un discurso que me permitiese verbalizar que me pasaba y porqué mi cuerpo se comportaba de una determinada manera, cuando se suponía que tenía que hacerlo de otra. Más que un descubrimiento de la propia sexualidad, mi adolescencia, como la de muchas otras personas, fue un mar de confusión y de falta de referencias. A este primer silencio le siguió un segundo, puesto que cuando ya fui capaz de decirme a mí mismo que me ocurría, no tenía ningún referente con el que poder sentirme identificado. Además, cualquier posibilidad de exponer en público mis sentimientos, para compartirlos con las personas que estaban viviendo lo mismo que yo, hubiese chocado con la homofobia de mi entorno, que evidentemente percibía con claridad. Si no quería ser tratado como un maricón, era mejor no decir quien era el compañero de clase por el que perdía la cabeza. Si no quería hacer sufrir a mi familia evangélica, era mejor no aclararles que yo era uno de esos hombres a los que les gustaría yacer con otros hombres. Un silencio al que hoy sé, me condenaba una sociedad homófoba, y por el que más tarde esa misma sociedad me llamó mentiroso.

Cuando, tras más de un acto heroico, decidí ir saliendo del armario; mi vida fue invadida por una profunda esquizofrenia, producida por la tensión constante de saber si estaba en un espacio en el que podía ser yo mismo, o en otro en el que debía mantenerme callado. Incluso la situación podía complicarse si esos dos espacios coincidían en algún momento. Por poner un ejemplo: comportarme como un heterosexual con mis amigos, mientras les presentaba a mi pareja, para quienes evidentemente solo “era un amigo”. Finalmente, los silencios más complicados de abandonar, fueron aquellos en los que me jugué ser rechazado por las personas que siempre habían formado parte de mi vida: amistades íntimas, personas con las que tantas cosas había compartido en la iglesia, y como no, mi familia. Y para ser sincero, pude verificar con bastante dolor que la homofobia no me engañaba cuando me advertía que mejor me mantuviese callado si no quería perder gente a la que quería. Aunque a día de hoy, y después de varios años de todo aquello, me alegro de haber decidido abandonar ese silencio que me acompañó desde la adolescencia, y que me hubiese impedido tener la vida que hoy disfruto. Llegar a tener una vida normalizada y satisfactoria, cuesta más si eres homosexual, pero es posible. Y lo que es más importante: por mucho que te acompañen personas a las que quieres, pero que te rechazarían si supiesen quién eres, aquello que hay tras el silencio, no es vida.

Después tuve que enfrentarme al silencio de las buenas personas, ese que casi me creí, y que me decía que lo que yo tenía con mi pareja, formaba parte de nuestra intimidad, que no hacía falta que todo el mundo lo supiese. El espacio público solo admitía un discurso, el de la heterosexualidad, ellos y ellas si que podían expresar constantemente que eran heterosexuales, mientras que yo, lo tenía que hacer solo en la intimidad. Las iglesias más progresistas eran inclusivas, pero en silencio, cualquier acto público era evidentemente heteronormativo. Recuerdo por ejemplo que el día de mi boda, hace ahora diez años, en la iglesia se nos quería impedir que hiciéramos fotos, e incluso se nos pidió que identificáramos a los invitados con algún elemento visible para dejarles entrar en el templo. Se trataba de ser discretos, porque si hay algo que tiene que ver con las personas homosexuales, es el silencio. Pero no solo en la iglesia, también en mi entorno laboral, una vez una compañera me comentó que al alumnado no le importaba si yo era gay o no, a lo que yo le contesté que todo ese alumnado sabía que ella era heterosexual y eso hasta ahora no había supuesto un problema para nadie.

Si hay algo que imposibilita cualquier silencio para una pareja homosexual, es tener hijas. Esa es la verdadera razón por la que las organizaciones homófobas luchan contra la posibilidad de que un niño o una niña pueda tener reconocidos dos padres o dos madres. No se trata del bien del menor, créanme que los menores viven sanos y felices, se trata de proteger su discurso de odio. Sin embargo, la sociedad defendiendo todavía sus principios heteropatriarcales, juega a ser inclusiva y progresista cuando por ejemplo dice que los hijos e hijas de las familias lgtbi son tratados de la misma manera que el resto en las escuelas, pero en realidad los discrimina al no incluir su modelo familiar o la diversidad afectivo sexual desde la educación infantil. Se podría hacer todo un estudio de la resistencia que los centros educativos, que tanto hablan de inclusión, ofrecen para cambiar simplemente sus formularios de inscripción. En la inmensa mayoría se pregunta: nombre del padre y nombre de la madre. Para el resto de familias, un inmenso silencio.

Esta mañana leía en el evangelio de Marcos que Juan el Bautista gritaba desde el desierto: “Preparad el camino del Señor. ¡Enderezad sus sendas![2]”, anunciando la irrupción inminente del enviado de Dios. Y pienso que la actitud del precursor del Mesías tiene mucho que enseñarnos a las personas lgtbi. Estamos acostumbrados al silencio, hemos vivido siempre con él, pero necesitamos gritar. Decir con claridad qué sentimos, quienes somos, que nos hace felices o infelices, cuáles son nuestros sueños y miedos, o que nuestros derechos y el de nuestras familias deben ser respetados. Preparar el camino del Señor es hacer que nuestros gritos consigan que otras personas ya no necesiten vivir entre silencios. Enderezar sus sendas es trabajar para que la salvación se haga presente. Y la salvación, no se entiende en el evangelio como una vida tras la muerte, o una elevación del espíritu al cielo, la salvación es vida en abundancia, vida plena. Con nuestras pequeñas victorias sobre el silencio que la heteronormatividad ha querido imponernos, preparamos el camino del Señor… En la medida en que nos vamos liberando de tanta opresión, que enderezamos la senda de nuestras vidas, reconocemos al Mesías de Dios actuando en ellas. El silencio puede parecer a corto plazo algo beneficioso, pero inevitablemente nos aleja de la vida. El Mesías irrumpe tras el grito, tras la llamada al arrepentimiento por tanta cobardía a veces, y tras purificarnos y empezar de nuevo, dejando el silencio en el fondo del Jordán.

Venimos del silencio, pero “d’un silenci que romprà la gent que ara vol ser lliure i que estima la vida, que exigeix les coses que li han negat” (de un silencio que romperá la gente que ahora quiere ser libre y que ama la vida, que exige las cosas que le han negado).

Carlos Osma

[1] https://www.youtube.com/watch?v=4skMnle8R1c

[2] Mc 1,3

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“Cristiano, protestante y liberal. Por decir algo”, por Carlos Osma

Lunes, 5 de junio de 2017
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adult-1869621_1920De su blog Homoprotestantes:

No soy el primero al que han educado dando preferencia a lo de ser cristiano antes que a lo de evangélico. Nadie negaba lo segundo, pero cuando se le preguntaba a alguno de mis familiares su confesión, decía: “Soy cristiano”. Sólo en el caso de que se pidiera una aclaración, se añadía: “Cristiano evangélico”. La razón era muy sencilla, se daba énfasis a la experiencia personal antes que a las estructuras religiosas. “Nosotros no seguimos una religión, seguimos a Cristo”, esta es una de las frases que desde niño más me han repetido.

A pesar de esta declaración de principios también es cierto que cuando conocíamos a una persona evangélica, quizás porque no había demasiadas en nuestro entorno, dábamos por hecho que era como de la familia. Que alguien confesara la fe evangélica indicaba sin lugar a dudas que iba en nuestro mismo barco y que seguía al mismo Cristo. Con los católicos era diferente, y aunque en otros planos las relaciones podían ser muy buenas, en lo tocante a la experiencia espiritual ellos eran únicamente religiosos que se habían perdido adorando a imágenes y olvidando la Palabra de Dios.

Fue sobre todo en mi etapa universitaria cuando conocí la diversidad evangélica. De pronto, como los caracoles después de la lluvia, surgieron a mi alrededor cientos de grupos y denominaciones evangélicas que hasta entonces no sabía que existían. Al principio pensé que más o menos todos éramos iguales, pero no, la realidad mostraba una gran diversidad que cada vez iba en aumento. Así que asumí lo que se daba por hecho en la comunidad a la que asistía: Que no todos los evangélicos éramos igual de fieles a la Palabra de Dios, que eso dependía de la denominación, y que, aunque seguíamos siendo hermanos, algunos evangélicos interpretaban erróneamente ciertos textos de la Biblia. De todas formas se me decía que esto no era tan grave, porque compartíamos la convicción de que la salvación era por la gracia de Dios y de que la Biblia era su Palabra infalible.

Hoy me queda muy lejos esa experiencia de unidad, ese significado que de por sí tenía la palabra evangélico. Para empezar ya nunca utilizo esa expresión, ahora sólo me trae a la mente rechazo, incomprensión y fundamentalismo. No consigo encontrar puntos de encuentro con gran parte de las personas que se autodenominan evangélicas. Esta palabra ya no dice nada de mi experiencia como cristiano. Y cuando coincido con alguien que se dice evangélico, me pongo primero a la defensiva y espero a ver si su nivel de intransigencia va a hacer posible algún tipo de diálogo. Hay veces que me equivoco, pero cuando no es así y me preguntan sobre mi fe, les respondo lo que me enseñaron de niño: “Yo soy cristiano”. Y por mucho que insistan, a lo sumo añado: “Cristiano protestante”. Si con eso no tienen suficiente termino con lo de: “Protestante liberal”. Hasta ahora nadie ha necesitado más apellidos.

Las coletillas pueden tener su función y su importancia, pero a mí cada día me dicen menos del contenido. Evangélicos, católicos, o incluso judíos o musulmanes, el nombre ni dice ni desdice nada. La actitud hacia Dios, la manera de ver el mundo, y la forma de entender al resto de seres humanos, eso es lo que me une o lo que me dificulta entender a otro creyente. Vivo la extraña experiencia de no ver al Dios al que yo sigo en personas que recibieron la misma educación que yo, y supongo que ellos deben sorprenderse también. Con algunos aún hay un canal para compartir nuestra vivencia de Dios, pero con la mayoría hace años que se rompió. El fundamentalismo es lo que tiene, o se acepta lo que ellos dicen, o no hay nada más que hablar. Hay que vivir, pensar y sentir como ellos quieren. Las normas las ponen ellos, y si no, la ruptura. Ya puede ser un conocido, tu hermano o tu madre, no importa.

“Soy cristiano”, eso es lo que me han enseñado, ahí está lo más importante de todo, la esencia de mi fe. Y lo soy, no en la medida que sigo la fe de mi familia, o la de la comunidad en que me educaron, sino cuando intento seguir a Cristo. No necesito que nadie confirme mi experiencia de seguimiento, o que le ponga un sello de aceptación. Yo sé en quién he creído y cuándo soy o no, fiel a su llamada. No es una fe individual, no estoy diciendo eso, sino más bien abierta a las experiencias de Dios de cualquier creyente, no priorizo ningún nombre más allá del de Cristo. Esto es lo esencial de mi educación en una familia cristiana, y aunque hubo momentos en los que pensé que se habían equivocado, ahora me doy cuenta de que debo estarles eternamente agradecido.

Carlos Osma

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“Huyendo de José”, por Carlos Osma

Martes, 27 de diciembre de 2016
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ending-violence-against-women-featureDe su blog Homoprotestantes:

Un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo:-Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo-. José se levantó, tomó al niño y a su madre y salió de noche con ellos camino a Egipto1”.

El evangelio de Mateo describe como el temor de un hombre a perder su poder desencadenó la muerte de todos los niños menores de dos años que había en Belén. Una dura historia narrada justo en el lugar en el que el evangelio nos habla de la llegada de la salvación. No es difícil encontrar similitudes con otro pasaje bíblico escrito cientos de años antes; me refiero al enfrentamiento entre dos masculinidades poderosas, la de Yahvé y el Faraón de Egipto, que acabó con la victoria del primero cuando éste asesinó a todos los primogénitos egipcios para que los esclavos israelitas pudieran liberarse de la opresión a la que estaban sometidos.

A diferencia del evangelio de Lucas, el de Mateo sitúa a José como protagonista principal de la historia del nacimiento de Jesús, relegando a María a simple receptáculo que traerá al Hijo de Dios al mundo. Una mujer que no habla, que no da su conformidad para que su cuerpo sea puesto al servicio de Dios, sino que simplemente es un objeto pasivo movido de aquí para allá por los deseos masculinos de Dios, Herodes, pero también de José. Aunque esta historia sea una leyenda, creo que narra con verdadera precisión el mundo en el que se movían y se han movido las mujeres a lo largo de la historia.

Un ángel trae un mensaje divino para José: que coja lo que es suyo y huya a un lugar seguro si quiere conservarlo. Y José sigue el consejo y se marcha con su mujer y su bebé a Egipto. No hay ninguna pregunta para saber que quiere María, ella no cuenta en esta relación, su voluntad y su deseo están supeditados completamente a los de su marido. Algo muy distinto a como actuó Jonathan para salvar a David cuando su padre Saúl planeaba matarlo: “Ven conmigo. Salgamos al campo2, le pidió, y allí tramaron un plan y “Jonathan hizo un pacto con David3.” O a cuando Noemí decidida a volver sola a Judá, para librar su vida y la de sus nueras de la pobreza y la mendicidad, le pidió a Rut que no la siguiera. Rut sí tuvo voz en su relación: “¡No me pidas que te deje y me separe de ti! Iré a donde tú vayas y viviré donde tú vivas4”.

El pasado sábado por la noche, cuando estaba a punto de subir al coche para volver a casa, se me acercó una chica bastante joven con un bebé en brazos. Llevaba un pañuelo de colores sobre la cabeza pero la cara descubierta, así que enseguida me pude dar cuenta de que alguien la había golpeado. No hablaba muy bien castellano, y estaba llorando, sin embargo entendí que me decía que su marido quería matar a su hija. Intenté llamar por teléfono a la policía pero los nervios no me permitieron recordar el número, así que le dije que me acompañara hasta una comisaria próxima. En ese momento se tiró al suelo detrás del coche para esconderse y me dijo que su marido estaba por allí cerca, estaba completamente aterrorizada. Como pude conseguí que se levantara con su bebé y entramos en un bar cercano donde llamé a la policía que vino en cinco minutos. Allí le explicó a uno de los agentes que su marido le había dado puñetazos en la cara y que quería matar a su hija. Rápidamente la policía, después de tomarme declaración, subió a esta joven y a su bebé en el coche y se las llevaron.

Hay veces que María no tiene que huir sólo de Herodes, sino también de José. En ocasiones Israel no es un lugar seguro, ni la Iglesia, ni la familia, ni tu pareja. Y por eso hay que huir a un lugar como Egipto, a un lugar extraño, que siempre hemos interpretado como opresivo, pero que hoy puede ser nuestra única salvación. La Organización Mundial de la Salud estima que una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual por parte de un hombre. Y que la mitad de las que han sido asesinadas, lo fueron a manos de sus maridos o compañeros sentimentales. En muchos países un tercio de las de adolescentes reconoce que su primera relación sexual fue forzada. Pueden parecer datos que no se corresponden con nuestra realidad, pero no es así, en la Unión Europea la mitad de las mujeres dicen haber sufrido acoso sexual en algún momento de su vida. Y gran parte de ese acoso, en un entorno familiar.

En Navidad cristianas y cristianos celebramos que Dios no utiliza el poder ni la fuerza para salvar al mundo, sino que se sitúa a nuestro lado y se hace una de nosotras, uno de nosotros. No es el poder masculino tradicional, sino el que muchas mujeres han ejercido durante siglos para sobrevivir. Ese que es interactivo, horizontal, incluyente, compartido… Ese que es más humano.

Quizás el ángel del Señor quiera aparecerse esta Navidad a todas aquellas mujeres que están en peligro para decirles que salgan huyendo. Que cojan a su hijo en brazos y corran, que no esperen a que quien debería amarlas y respetarlas acabe con su vida. Eso es lo que hizo la chica con la que me encontré el sábado pasado, decir basta a la opresión, a la violencia y al terror. No creo que para ella fuese fácil pedir ayuda a alguien que no había visto nunca, estar delante de varios policías a los que no entendía bien, o subir a un coche que le llevaría a un lugar desconocido. Pero quizás por amor a su hija tuvo la valentía suficiente para hacerlo, y eso puede haberles hecho salvar la vida.

Supongo que este año no celebrará la Navidad sentada en una mesa junto a su familia, pero es en actitudes como la suya donde la salvación se hace presente, donde se encarna la voluntad de un Dios que ama la vida, y que nos pide que huyamos cuando nosotros y nuestros seres más queridos estamos en peligro.

Carlos Osma

Notas:
1Mt 2,13-14
21 Sm 20,11
31 Sm 20,16.
4Rt 1,16

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“Hoy me gustaría creer en los milagros”, por Carlos Osma

Sábado, 29 de octubre de 2016
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f100007965De su blog Homoprotestantes:

Hoy me gustaría creer en los milagros, necesito uno y no es para mí… Me encantaría volver a tener la fe de cuando era un niño y pensaba que Dios podía hacer todo lo que yo le pidiera. Así, por arte de magia. Sólo hacia falta que se lo pidiera de corazón, y que no fuera por un motivo egoísta. Se trataba de ponerse de rodillas, cerrar los ojos, y hablar con “mi Padre celestial”. Él escuchaba siempre, entendía mis necesidades y respondía a mis peticiones. Eso fue lo que me enseñó mi madre, y a veces como hoy, me gustaría que fuese verdad.

Que mundo tan sencillo, que fácil era Dios de entender, que cercano estaba y cuanto nos amaba. Que absurdo el ateísmo, que estúpida la duda, que pecado más grande no disfrutar de ese Dios tan maravilloso. Yo era de los suyos, estaba en su equipo, era su hijo y todo tenía un sentido. ¿Cómo podría volver hoy a aquel mundo ideal y que fuera verdad? ¿De qué manera regresar al Edén del que fui expulsado tras comer el fruto del “árbol del conocimiento”? ¿Existió alguna vez aquel jardín, aquel mundo en el que fui educado? Sé que no, pero hoy daría todo lo que tengo, por que no fuera así.

En este momento preferiría no ser cristiano, no seguir a un mesías al que su Dios no quiso, o no pudo librar del sufrimiento, del dolor, ni de la muerte. Que impotente el Dios en el que creo hoy, que pequeño me parece, que débil al lado de los Dioses salvadores y todopoderosos a los que muchos dirigen sus peticiones para pedir el milagro que yo necesito. Esos Dioses que no suben a cruces, o si lo hacen, siempre acaban descendiendo victoriosos. Cómo me gustaría no tener que confiar en que algún día volveré a reencontrarme con las personas que quiero, sino estar convencido de ello. Ojalá no fuera cristiano, y todo fuese un sí o un no, y no una fe y un esperanza que en ocasiones como hoy parecen sucumbir.

No tengo suficiente con un Dios que llora conmigo, que me consuela. Quiero uno que haga un milagro de verdad, llorar puedo hacerlo yo sólo. No deseo un Dios paliativo, sino todopoderoso. Uno al que le duela el sin sentido y se atreva a romper las reglas injustas que rigen el mundo en el que vivo. Necesito un Dios que dé vida, y que no permanezca en silencio ante la muerte. Sí, aquel Dios del que me habló mi madre, pero al que la vida real hizo desaparecer a medida que fui creciendo.

Me faltan las fuerzas para permanecer al lado de la cruz y acompañar a quien lucha por la vida, también para bajar del madero el cuerpo sin vida del crucificado y llevarlo hasta el sepulcro. Hoy no tengo la entereza suficiente para ser cristiano, me gustaría autoengañarme y salir corriendo tras cualquier otro mesías que me prometiese el milagro que necesito. Pero cuando uno ha conocido a tantos impostores, es imposible dejarse embaucar. Sin embargo, cuanto daría porque tuviesen razón, así me alejaría del madero donde un mesías impotente se encomienda al Dios que enmudece ante su dolor.

Es imposible que las agujas del reloj desanden el camino que han recorrido y me devuelvan a mi infancia. Ojalá no hubiese crecido y estuviese sentado al lado de mi madre leyendo la Biblia, reviviendo los milagros de Jesús, y creyendo lo que ella me decía: que aquello todavía era hoy posible, que el Dios cristiano es capaz de cualquier cosa por hacernos felices. Me gustaría, como entonces, mirarla a sus ojos azules y no dudar en ningún momento de sus palabras. Sería mucho más fácil para mí hoy, que necesito un milagro que no es para mí. Pero ya no creo en los milagros, ni en los Dioses a medida.

Carlos Osma

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“Los besos de las mantis religiosas”, por Carlos Osma

Jueves, 4 de agosto de 2016
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EncapuchadosDe su blog Homoprotestantes:

Mientras comía este mediodía con mis dos amigos David y Toni pensaba en lo afortunado que soy de tener amigos heterosexuales como ellos que me aceptan. Es cierto que hace unos años no lo hacían, bueno, supongo que sí que lo querían hacer, porque ellos siempre han sido muy progres y han estado a la vanguardia del cristianismo liberal, pero no era cuestión de enfrentarse al mundo entero por una cosa tan poco relevante como una orientación sexual. Como ellos me decían entonces: “Tú haz lo que quieras, pero no hace falta que se entere todo el mundo, al fin y al cabo lo que haces en tu cama no es asunto de nadie”.  Actualmente han cambiado de opinión, y ponen en las estanterías de su biblioteca los libros de temática homosexual cristiana que antes tenían en su mesilla de noche. Además nos invitan a mi marido, a mis hijas y a mí, a que asistamos a su iglesia para que quede bien claro que son inclusivos y tolerantes, y de paso, llenar los bancos cada vez más vacíos de sus iglesias.

El primer plato ha sido un monólogo de David, casi no me ha dejado hablar, porque tenía una cosa que decirme y que no podía callarse más. Así, con la confianza que dan más de 30 años de amistad y haber compartido varias guerras, me ha dicho: “Carlos los gais no sois objetivos, estáis condicionados por la discriminación que habéis padecido”. He pensado que su tesis la corroboran muchas personas lgtbi que conozco para las que la palabra de un heterosexual vale mucho más que la del resto. Ya puedes decirles tú mil veces que Dios les ama, que se lo dice un heterosexual con pinta de buen cristiano, y ellos creen que han recibido un mensaje del cielo. También es cierto que aunque mi amigo sea hoy un maravilloso padre heterosexual cristiano, hace algunos años tuvo un rollo con un colega. Él dice que aquello sólo fue una etapa, y yo me lo creo, porque ¿cómo voy a dudar de un heterosexual como él?  Además una cosa es acostarse con una persona de tu mismo sexo y otra defender derechos y libertades, que es lo que hacemos las personas lgtbi.

Y es que tiene razón en eso de que no soy objetivo, los que padecemos una discriminación deberíamos esperar sentados a que algún salvador venga a liberarnos. Supongo que de eso iba el evangelio ¿no? De esperar a un salvador. Mi amigo David no tiene nada que ver con la homofobia, ni la ha padecido, ni la ha ejercido, por eso puede llegar a ser el salvador que los homosexuales necesitamos. La homofobia sólo tiene que ver con las personas lgtbi, sólo nosotros tenemos que liberarnos de ella, de la que decimos percibir por todos lados y de la que llevamos dentro. Nuestra experiencia, trabajo, visión, no tiene nada que aportar al mundo y la iglesia sin homofobia en la que vive mi amigo David.  Me tendría que haber dado cuenta antes de que quienes padecemos una discriminación no somos nadie para intentar liberarnos de ella. La historia lo ha dejado claro, si los esclavos no se hubiesen puesto a rezar y esperar a que sus opresores se movieran a misericordia, no vivirían hoy libres. Si las mujeres no  hubiesen lanzado en silencio sus súplicas al cielo mientras barrían sus casas, los hombres no hubieran venido a liberarlas y hoy no tendrían derechos.

En el segundo plato Toni me ha querido dejar claro su malestar con los cristianos “del movimiento gay”, porque según él estamos llevando las cosas demasiado lejos al poner la etiqueta de homófoba a todas las personas que en conciencia creen que el evangelio deja muy claro que la práctica de la homosexualidad es un pecado. Para mi amigo Toni, que me aclara una y otra vez que él acepta a todas las personas independientemente de su orientación sexual, las personas heterosexuales no han sido educadas en la homofobia, sólo las homosexuales. Es por eso que cuando sus amistades se oponen al reconocimiento de los derechos de las personas lgtbi, cuando miran con mala cara cualquier muestra de afecto homosexual, cuando piensan que es mejor que aquel miembro gay no pueda ser diácono o ni siquiera miembro de la iglesia, cuando invitan a una adolescente cristiana a visitar a un psicólogo para reorientarle esos deseos desordenados, cuando promueven normas dentro de la iglesia para que las personas lgtbi cristianas tengan claro que están en territorio enemigo; cuando hacen todas esas cosas, no lo hacen porque antes de aprender a leer la biblia, ya habían sido envenenadas por la homofobia… La heterosexualidad es neutra, pura y hasta divina… la heterosexualidad es la medida de todas las cosas, y no se puede poner en duda su buena fe a la hora de humillar y discriminar a una persona lgtbi en nombre de Dios. Sólo la heterosexualidad te da el nivel suficiente para poder leer e interpretar correctamente el texto bíblico. Y es desde esa pureza que se ven obligados a discriminar a los homosexuales.

Mi amigo Toni, que es un pastor muy querido, me vuelve a interpelar, a decir que no le parece justo eso de poner etiquetas de homofobia a la gente. Que no es necesario, que cada persona tiene su proceso y que con estas prácticas lo único que hacemos es crear un enfrentamiento que hará encallar aún más las cosas. Me pregunto si cuando mi amigo predica en su iglesia sobre el machismo, los excesos del poder económico o la corrupción, sigue también esta regla de dejar que cada persona haga su proceso y no se sienta interpelada por su comportamiento. Supongo que el cristianismo, ese que dice seguir a Jesús, va de eso… de callarse, de no denunciar nada; porque cada persona ya llegará algún día a la “conversión”. Ya lo dijo Jesús: “Bienaventurados los que se someten, los que se callan, los que no denuncian… porque así serán buenos cristianos”. Y me sigo preguntando, porque yo soy mucho de preguntar, que le ocurriría a mi buen amigo Toni si se atreviese a denunciar la homofobia de sus fieles, porque yo tengo muy claro lo que ha significado para muchas personas y para mí mismo no permanecer callado ante la homofobia. Es evidente que a una persona tan reconocida como él se le puede perdonar eso de ser inclusivo, aunque con el resto no habría tantos miramientos… A Toni su inclusividad le da un aura así como “esnob” en la mayoría de entornos evangélicos, como si fuera un Einstein de la teología a la que se le puede perdonar la excentricidad siempre que no haga de ella una bandera. Pero qué ocurriría si entendiese realmente qué es la homofobia y el daño que produce en mucha gente, y se atreviese a asumir que el evangelio le llama a denunciarla. ¿Cuántas colaboraciones, artículos, ponencias o charlas dejaría de hacer? ¿podría seguir siendo pastor? ¿Qué perdería? ¿Está mi amigo Toni defendiendo a cristianos homófobos, o se está defendiendo a él?

Me he sentido tan bien acogido por mis supuestos amigos heterosexuales que he preferido no tomar postre, he pasado directamente al café, a darme un chute de cafeína para ver si me despertaba y todo había sido un mal sueño. Pero la verdad es que no ha sido así, mis amigos que ahora se lanzan en brazos de la vanguardia y del progresismo estaban todavía ahí, hablando de los problemas que el “movimiento gay” está produciendo… Y yo cada vez los escuchaba menos, sus voces las empezaba a confundir con el aire que hacia esa tarde, o con el murmullo de gente que hablaba a nuestro alrededor. Al final los percibía sólo como ruido, como el resto del ruido que impide entender las cosas claramente. “Que Dios me cuide de mis amigos que de mis enemigos ya me cuido yo” decía mi abuela. Y qué razón tenía, en este momento son más peligrosos para la libertad y la inclusividad los supuestos progresistas heterosexuales inclusivos, que los homófobos más recalcitrantes. Con los segundos sabemos tratarnos desde hace miles de años, con esta nueva versión sofisticada de homofobia todavía tenemos que aprender a relacionarnos. No hay nada peor que un homófobo que se las da de inclusivo.

Me levanto y me despido, les doy la mano, prefiero no darles dos besos como tenemos por costumbre. Es mejor guardar distancias con las “mantis religiosas” sus besos pueden parecer afectuosos, pero la realidad te dice que corren el peligro de convertirse en mortales.

Carlos Osma

Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad, Homofobia/ Transfobia., Iglesias Evangélicas , , ,

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