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Fraternidad y fronteras

Sábado, 16 de agosto de 2014
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inmigrantesVoces. José Luis Pinilla. [Religión Digital] He sido testigo privilegiado de este proceso. Recojo mis apuntes de hace una semana con la imagen del Duomo de Milán, en la retina y el corazón, tras la visita imprescindible al sepulcro del Cardenal Martini.

Se trataba del Encuentro con los delegados de migraciones de ciudades europeas, junto a Gabriel el Delegado de Cádiz y los de otras ciudades europeas. Preparando el próximo encuentro en España y, más concretamente, en Ceuta. Porque ¡ya está bien de encuentros de estos en las grandes ciudades Europeas…! ¡A Ceuta! Como han hecho recientemente mis compañeros del SJM de España y cuyas crónicas he leído emocionado.

He vuelto a releer los apuntes del Encuentro europeo al leer las noticias de la Declaración conjunta, la denuncia y la labor de acogida que hace la Iglesia de Estados Unidos, México, El Salvador, Guatemala y Honduras sobre la crisis de las niñas, los niños y los adolescentes migrantes.

Recordaba que a lo largo de la mañana en Milán, mientras tomaba apuntes de la reunión, vi a Gabriel Delegado, Delegado Diocesano de Cádiz-Ceuta que al teléfono preguntaba “¿Cuántos emigrantes? ¿Tenemos sitio?”.

Y yo mientras tanto seguía tomando mis apuntes del debate

“Queremos que en nuestra reunión de España se introduzca el tema básico de las fronteras.

“Hablemos de las fronteras geográficas y de las fronteras psicológicas, legales, culturales, etc. impuestas a los emigrantes en cualquier lugar”.

“Sí. Fronteras que impiden la realización de sus proyectos vitales”.

Gabriel seguía, teléfono en mano, gestionando a miles de kilómetros la llegada y acogida eclesial de un nuevo grupo de 30 inmigrantes, procedentes del CIE de Tarifa. Aquel antiguo fortín militar reconvertido en Centro de Internamiento en donde Gabriel y yo acompañábamos a tres obispos y 50 personas más de la Iglesia española rezando con los recién llegados en las pateras de septiembre.

Otro delegado europeo, me parece que era de Viena, hablaba de Fraternidad. En mis apuntes escribí la palabra con mayúsculas: FRATERNIDAD. Fraternidad frente a los que rompen las espaldas con palos y piedras, en las dos orillas mientras algunas leyes, mafias y gente corrupta roban la dignidad de nuestros hermanos emigrantes que ni siquiera pueden abrir la boca. ¡Como oveja llevada al matadero!

Y hoy leo que la Iglesia de las dos orillas del Río Grande en los territorios correspondientes a México y Estados Unidos apuesta -una vez más- por “el compromiso -marcado por los últimos pontífices y exigido por la Iglesia católica- de ”globalizar la solidaridad”. Posibilidad solo posible si se respetan, promueven y se defienden la vida, la dignidad y los derechos de toda persona, independientemente de su condición migratoria.

Fraternidad, para “nuestros emigrantes” los del Sur de Europa y los menores del Río Grande . Fraternidad no solo para ellos, sino con ellos, como cantábamos ¿hace 40 años?: “¡Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar!”. Es el texto poético, que tenía el aire del Atahualpa Yupanqui, que tarareábamos hace tiempo y que me acompañaba con su música en el viaje de vuelta con Gabriel que seguía preocupado…”¿Los podremos acoger?”.

“¡Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar!”. Música y letra que me trae el eco del más genuino profetismo de los viejos profetas de Israel y de Jesús de Nazaret.

En la riada de proféticos gestos incluyo este, cuajado estos días de nuevo. El gesto profético de una Iglesia samaritana aquí y allá. Y en este caso el de la acogida de emigrantes que la Iglesia española sigue haciendo y que Gabriel convirtió en noticia de agencias gracias al apoyo -entre otros- de su Diócesis gaditana y de la Comisión Episcopal de Migraciones:

“Desde el 29 de Mayo, hasta el día de hoy, ya son 89 los inmigrantes de acogidos de emergencia por el Secretariado de Migraciones y la Asociación Cardijn con el apoyo del cabildo catedralicio y de la Comisión Episcopal de Migraciones. Recibirán alojamiento y manutención, mientras contactan con las redes familiares y de compatriotas en España para viajar a otras ciudades de destino”.

Gestos proféticos que hacen realidad aquello de que “fui extranjero y me acogisteis”.

No se me apagó el recuerdo de la visita al sepulcro de Martini. Este me invita a reeler la lectura de alguno de sus textos antes de dormir. Descubrí este párrafo de una carta pastoral de 1999:

“La acogida de los inmigrantes, dando por supuesto importancia a una debida vigilancia y respeto a las leyes, es una de las formas de reconocimiento de la igual dignidad humana frente al único Padre, como lo es la solidaridad hacia los más débiles y los más olvidados de nuestra compleja sociedad. El rechazo de clausuras selectivas y de actitudes discriminatorias es igualmente fruto del reconocimiento del Padre de todos: no se debe dudar en reconocer el peligro de un pecado profundo de egoísmo y de blasfemia contra Dios como Padre común en estas actitudes que van envenenando aquí y allá nuestra cultura”.

Lo leí, lo releí, mientras me acordaba de Milán, del Duomo, de Gabriel, de Cádiz, de Río Grande , de los pobres de la tierra…

Fuente Cristianismo y Justicia

Imagen extraída de: Religión Digital

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“Nuestro lugar en el conjunto de los seres”, por Leonardo Boff, teólogo.

Martes, 1 de abril de 2014
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petasurvivorethan768Leído en Koinonia:

  La ética de la sociedad dominante en el mundo es utilitarista y antropocéntrica. Es decir: considera ilusoriamente que los seres de la naturaleza solamente tienen razón de existir en la medida en que sirven al ser humano y que este puede disponer de ellos a su gusto. Él se presenta como rey y reina de la creación.

La tradición judeocristiana reforzó esta idea con su “someted la Tierra y dominad sobre todo lo que vive y se mueve sobre ella” (Gn 1,28).

Mal sabemos que, nosotros los humanos, fuimos uno de los últimos seres a entrar en el teatro de la creación. Cuando el 99,98% de todo estaba ya hecho, surgimos nosotros. El universo, la Tierra y los ecosistemas no necesitaron de nosotros para organizarse y ordenar su majestuosa complejidad y belleza.

Cada ser tiene un valor intrínseco, independiente del uso que hacemos de él. Representa una manifestación de aquella Energía de fondo, como dicen los cosmólogos, o de aquel Abismo generador de todos los seres. Tiene algo que revelar que solo él, hasta el menos adaptado, lo puede hacer y que enseguida, por la selección natural, desaparecerá para siempre. Pero a nosotros nos cabe escuchar y celebrar el mensaje que tiene para revelarnos.

Lo más grave, sin embargo, es la idea que toda la modernidad y gran parte de la comunidad científica actual proyecta del planeta Tierra y de la naturaleza. Las consideran simple “res extensa”, una cosa que puede ser medida, manipulada, según el rudo lenguaje de Francis Bacon, «torturada como lo hace el inquisidor con su víctima, hasta arrancarle todos los secretos». El método científico predominante mantiene, en gran parte, esa lógica agresiva y perversa.

René Descartes en su Discurso del Método dice algo de un clamoroso reduccionismo en la comprensión: «no entiendo por “naturaleza” ninguna diosa ni ningún otro tipo de poder imaginario; antes me sirvo de esa palabra para significar la materia». Considera el planeta como algo muerto, sin propósito, como si el ser humano no fuese parte de esa naturaleza”.

tumblr_ml78eat1MP1qgucp7o1_500El hecho es que nosotros entramos en el proceso evolutivo cuando éste alcanzó un altísimo nivel de complejidad. Entonces irrumpió la vida humana consciente y libre como un subcapítulo de la vida. Por nosotros el universo llegó a la conciencia de sí mismo. Y eso ocurrió en una minúscula parte del universo que es la Tierra. Por eso nosotros somos aquella porción de la Tierra que siente, ama, piensa, cuida y venera. Somos Tierra que anda, como dice el cantautor indígena argentino Atahualpa Yupanqui.

Nuestra misión específica, nuestro lugar en el conjunto de los seres, es el de ser aquellos que pueden apreciar la grandeur del universo, escuchar los mensajes que enuncia cada ser y celebrar la diversidad de los seres y de la vida.

Y por ser portadores de sensibilidad y de inteligencia tenemos una misión ética: cuidar de la creación y ser sus guardianes para que continúe con vitalidad e integridad y con condiciones para seguir evolucionando como lo viene haciendo desde hace 4,4 mil millones de años. Gracias a Dios que el autor bíblico, como corrigiendo el texto que citamos antes, dice en el segundo capítulo del Génesis: “El Señor tomó al ser humano y lo puso en el jardín del Edén (Tierra originaria) para que lo cultivara y lo guardara” (2,15).

Lamentablemente estamos cumpliendo mal esta misión nuestra, pues al decir del biólogo E. Wilson «la humanidad es la primera especie de la historia de la vida en volverse una fuerza geofísica; el ser humano, ese ser bípedo, tan cabeza-de-viento, ha alterado ya la atmósfera y el clima del planeta, desviándolos mucho de las normas usuales; ha esparcido ya miles de sustancias químicas tóxicas por el mundo entero y estamos cerca de agotar el agua potable” (A Criação: como salvar a vida na Terra, 2008, 38). Pesaroso ante un cuadro como este y bajo la amenaza de un apocalipsis nuclear, el gran filósofo italiano del derecho y de la democracia, Norberto Bobbio, se preguntaba: «¿La humanidad merece ser salvada?» (Il Foglion. 409, 2014, 3).

Si no queremos ser expulsados de la Tierra por la propia Tierra, como los enemigos de la vida, cumple cambiar nuestro comportamiento hacia la naturaleza, pero principalmente acoger a la Tierra como aceptó la ONU en abril de 2009, como Madre Tierra, cuidarla como tal, y reconocer y respetar la historia de cada ser, vivo o inerte. Existieron antes de nosotros y durante millones y millones de años sin nosotros. Por esta razón deben ser respetados como lo hacemos con las personas de más edad, a las que tratamos con respeto y amor. Más que nosotros, ellos tienen derecho al presente y al futuro junto con nosotros. En caso contrario no hay tecnología ni promesas de progreso ilimitado que puedan salvarnos.

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