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¿Seguidores de un maestro que se deja cuestionar o repetidores inamovibles de “verdades”?

Domingo, 16 de agosto de 2020

9-1Mateo 15, 24-30

Nos encontramos con un pasaje del evangelio un tanto sorprendente que, sin embargo, al final nos deja un mensaje muy claro. Es su composición y los pasos que da para llegar a este mensaje final lo que puede chocarnos, o hacernos reflexionar para descubrir los matices que Mateo quiere dejar patentes a su comunidad y a nosotros.

El texto nos presenta a Jesús que abandona el territorio de Israel y se adentra en el país vecino de Siria y Fenicia, en las ciudades de Tiro y Sidón. Está por tanto en el extranjero, en tierra de impuros. Porque los contemporáneos de Jesús tienen muy afianzados los binomios: judío=creyente y gentiles (o extranjeros)=paganos. Y estos gentiles, paganos e impuros, están representados en una “mujer cananea”. Es significativa la elección de esta mujer como protagonista y rompe todos los esquemas vigentes. Es mujer, extranjera, pagana y además Mateo la llama cananea, a diferencia de Marcos que la llama sirio fenicia. Es decir procedente de Canaán, lugar que en la tradición judía es el símbolo de la irreligiosidad, del pecado….

Así situados, nos disponemos a caminar junto a Jesús como uno más de sus discípulos, por los caminos de nuestro mundo, en el que el concepto de extranjero, migrante, diferente… está tan presente. Y en el que todavía, veinte siglos después, ser mujer aporta ciertas connotaciones, no siempre favorables.

Oímos que se nos acerca una mujer extranjera que nos desestabiliza, rompe nuestra marcha rutinaria, nuestro vivir cotidiano, con su presencia y sus demandas, ante las que Jesús guarda silencio, en un primer momento y nos sorprende después con un diálogo que nunca hubiéramos imaginado. También ahora, muchas veces estamos tan tranquilos y llegan “otros” a alterar nuestras costumbres… ¿cómo nos situamos o reaccionamos ante los diferentes? ¿Ante los que no respetan nuestras costumbres de siempre? ¿Deseamos “despachar” a los intrusos como los apóstoles o entramos en un dialogo con ellos como Jesús?

Contemplamos y acogemos la escena y su mensaje. Nos acercamos a esta mujer pagana, extranjera, sin nombre, una mujer atrevida, libre, decidida… Va tras un hombre judío, a quien sin duda considera maestro, hombre de Dios. Y ella, que no es nadie, le dirige la palabra, rompiendo toda costumbre y “buena práctica”; las mujeres no se dirigen a los hombres y menos en público. Entiende que molesta a los discípulos pero sigue insistiendo.

Insiste con una oración confiada y perseverante que expresa su fe en Dios, un Dios al que, en la práctica, siente cómo Dios de todos, también suyo, de una mujer cananea. Una súplica que expresa su fe en Jesús mismo, a quien llama Señor e Hijo de David, títulos de gran significado en la comunidad de Mateo como expresión de fe en Jesús Resucitado. A Él le confía lo que embarga su corazón, su dolor y preocupación por su hija y su esperanza de una salvación-curación que le alcance también a ella, que no es “hija de Abraham”.

Una mujer osada y valiente que sigue clamando y buscando formas nuevas de hacerlo –se postra ante él, vuelve a pedir misericordia- cuando oye cómo la mandan callar de tantas formas… ¿No nos recuerda a otras muchas mujeres insistiendo en lo que “no es correcto”, en lo que a algunos molesta?

Una mujer que no se enreda, ni se deja dominar o paralizar por sus sentimientos, ni se va herida ante la dura frase de Jesús: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”; sino que entra al diálogo con él, se anima a ponerse a su altura. Quizá, acostumbrada a escuchar como los judíos llaman “perros” a los gentiles, saca incluso de esta imagen una razón, un argumento, para su insistencia: “Es verdad Señor, pero también los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”…

Es impresionante su capacidad de argumentar en la lógica de Jesús, es impresionante su fe en Él, que pasa por encima de sus palabras. Tan impresionante que hace que Jesús cambie su tono y su mensaje. Después de haber pronunciado dos frases, de una dureza que a todos sin duda nos sorprenden, expresa una admiración incontenible. Admiración por la fe de esta mujer extranjera a la que reconoce admirado: ¡Mujer, grande es tu fe! No es la primera vez que Jesús ha reconocido la fe de los paganos, (Lc 7, 9) ahora añade al reconocimiento la expresión explicita de su ser mujer. Es como si la dijera: “¡Tienes razón! Tu fe está en lo cierto”, por ello: “Hágase como tú quieres” y la palabra de Jesús, en respuesta a su fe obra la salvación inmediata, “su hija sanó en ese momento”.

¿Podemos decir que esta mujer hace cambiar de opinión a Jesús o es un recurso narrativo de Mateo? En cualquier caso el texto nos deja constancia de un dialogo transformador y nos da un mensaje claro: Jesús y su salvación son para todos, el reino de Dios es universal. El recorrido que hace Jesús, en su dialogo con esta mujer, es el recorrido que toda persona que crea en Jesús debe hacer… ¿Y nosotros? ¿Consideramos la salvación, en la práctica, como algo para nosotros o para todos? ¿Cómo consideramos a los extranjeros, los no católicos, los no…? ¿Entramos en diálogo con los demás, acogiendo la salvación que puede venirnos de ellos o solo repetimos nuestras tesis sintiéndonos poseedores de la verdad?

El evangelio de este domingo nos invita a plantearnos nuestra fe. Ese don que hemos recibido de Dios y estamos llamados a cuidar. Solo la fe obtiene como respuesta la salvación de Dios, y esta salvación, no consiste en dogmas o verdades abstractas; cambia la vida. Da la salud, libra de los demonios, oscuridades y sufrimientos… da sentido a los sin sentidos. ¡Y esta salvación es para todos! Ese es el mensaje del evangelio de hoy. Cada uno de nosotros y nosotras, seamos de donde seamos, partamos de la situación de la que partamos, somos destinatarios de esta salvación, el reino de Dios ha venido para nosotros, por medio de Jesús. Solo hace falta que estemos dispuestos a creer en Él, a confiar plenamente. Que nos mantengamos atentos, que abramos nuestros ojos a toda persona, a todo acontecimiento… Dios se revela y se cuela en nuestras vidas por caminos insospechados, por las personas de las que menos lo esperamos… porque su amor ha llegado ya a todos y estamos invitados a descubrirlo, saborearlo y agradecerlo.

Mª Guadalupe Labrador Encinas. fmmdp

Fuente Fe Adulta

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