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El Reinado de Dios ya está en mí.

Domingo, 26 de enero de 2020

cristoy-jovenMt 4,12-23

Desde el punto de vista teológico, es muy importante para Mt dejar claro que Jesús comienza su actividad lejos de Judea, de Jerusalén, del templo, de las autoridades religiosas. Quiere desligar la actividad de Jesús de toda posible conexión con la institución. También quiere dejar claro que la predicación de Jesús es continuación de la de Juan, iniciando las dos con la misma frase. Otra obsesión de Mt consiste en explicar la actividad de Jesús desde el AT. Estamos al comienzo del evangelio y ya ha repetido seis veces: “Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura”.

Hace sesenta años que comencé a predicar el evangelio y dada día que pasa me cuesta más esfuerzo el comprenderlo y mucho más explicarlo. Al principio me preguntaba por qué se nos proponía un texto tan pequeño en cada liturgia. Hoy cada frase me parece un pozo sin fondo del que nunca seremos capaces de extraer toda el agua que contiene. También hoy nos vamos a concentrar en una sola frase para intentar sacarle más jugo. “Arrepentíos porque está cerca el Reino de los cielos”. Ya hemos dicho que es la misma que pone Mt en boca del Bautista.

Arrepentíos. La primera palabra es ya una dificultad. El primer significado del “metanoeo” griego no es arrepentirse ni hacer penitencia sino cambiar de opinión, rectificar y de ahí, cambiar de mentalidad. Si cambias de mentalidad, cambiarás de rumbo. Etimológicamente sería ir más allá de lo que tienes en la mente. Al traducirlo por arrepentirse, damos por supuesto que la actitud anterior era pecaminosa. Pero también se puede cambiar de una opinión buena a otra mejor. Por no tener esto en cuenta, damos por supuesto que solo se tiene que convertir el “pecador”.

Todos tenemos que estar cambiando de mentalidad todos los días. Convertirse es rectificar la dirección que llevo, cuando me he dado cuenta de que la meta no está en la dirección que llevo sino en otra. El esfuerzo debe orientarse a descubrir lo que me hace más humano, que es la meta. Debemos tener en cuenta que muchas veces no es posible descubrir que una senda es equivocada, hasta que no la hemos recorrido. Por eso el rectificar es de sabios, como decían los antiguos. El mayor peligro es creer que no tengo nada que rectificar. Por muy clara que tengamos la meta, siempre podemos descubrir otra más ajustada.

Está cerca el Reino. Para dar cuenta de la dificultad de esta idea basta recordar dos textos de los evangelios. Los fariseos le preguntan cuándo llegará el Reino, contesta: no está aquí ni está allá, está dentro de vosotros (entre vosotros). Cuando Pilato le pregunta, Jesús responde: mi Reino no es de este mundo. Me encanta reflexionar sobre las contradicciones del evangelio porque nos obligan a no tomar ninguna formulación como absoluta. Está aquí y no está. Los primeros cristianos decían: ya pero todavía no. Esta aparente contradicción nos obliga a no instalarnos sino estar siempre en marcha hacia una meta aún no conseguida.

Reino de los Cielos. Los demás evangelis­tas (también alguna vez Mt) hablan de “el Reino de Dios”. Las dos fórmulas expresan la misma realidad. A los judíos les resultaba violento emplear la palabra Dios y empleaban circunloquios para evitarla. Uno de ellos era la expresión “los Cielos”. Sería el ámbito de lo divino. En los escritos más tardíos del NT se habla ya del Reino de Cristo. Expresión muy peligrosa porque nos induce pensar que Jesús es la meta y olvidarnos que Jesús nunca se predicó a sí mismo sino que predicó e hizo presente el Reino de Dios.

Hoy podemos asegurar que el núcleo de la predicación de Jesús, fue “El Reinado de Dios”. Jesús acentúa la presencia liberadora de Dios. Lo contrario del Reino de Dios no es el reino de Herodes sino el  “ego-ismo”. Si no reina el amor no puede haber Reino de Dios. La predicación de Jesús fue fruto de una profunda experiencia, que tuvo como punto de partida su religión, pero que la superó. La importancia de Jesús estriba en que fue la fiel manifestación del Reino que es Dios.

La palabra griega “basileia” se refiere en primer lugar, al poder ejercido por el rey, no al territorio ni a los súbditos. Sería más acertado traducirlo por “Reinado de Dios”. Es muy difícil concretar lo que entendió Jesús por ‘Reino de Dios’. Aunque hay decenas de imágenes, nunca se explica su significado en los evangelios. Seguramente se fue desvelando a través de su vida. Pudo partir del significado que tenía para los judíos de su tiempo y que se fuera enriqueciendo con su experiencia. También es probable que pensara en una llegada inmediata de ese Reino.

Es imposible entender esta expresión si no salimos de la idea de un dios soberano, todopoderoso que desde su trono del cielo gobierna el universo. Mientras no superemos ese dios mítico no habrá manera de entender el mensaje de Jesús. Dios es Espíritu. Cuando decimos: Reina la paz, “reina la oscuridad” o “reina el amor”, no pensamos en entes que están dominando alguna parte de la realidad sino en un ambiente, en un medio inmaterial en el que se desarrolla la realidad.

Reinado de Dios, quiere decir que el ser humano debe desarrollarse por lo que tiene de espiritual, que el ámbito de lo divino está presente en lo humano y constituye su atmósfera y su fundamento propio. El Reino es una atmósfera en que las relaciones humanas conmigo mismo, con los demás, con las cosas son posibles. Juan dijo: Él bautizará con Espíritu Santo. Siempre que el hombre se deja mover por el Espíritu y actúa desde él, está haciendo presente el Reino.

No se trata de que Dios, en un momento determinado de la historia, haya decidido establecer una relación nueva con los hombres. Con la venida de Jesús no ha cambiado nada por parte de Dios. Él ha estado siempre inundándolo todo. Lo que ha cambiado es la toma de conciencia por parte de Jesús de esa realidad y la actitud ante los hombres. Entrar en el Reino es tomar conciencia de esa realidad de Dios en mí e inmediatamente actuar en consecuencia. La dinámica del Reino se despliega de dentro a fuera, no imponiendo unas normas obligatorias.

En el evangelio de hoy está muy clara esta dinámica. Primero propone lo que Jesús decía, pero termina el relato diciendo que, eso que decía, lo practicaba. “Y recorría toda Galilea enseñando en la sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando todas las enfermedades y dolencias del pueblo”. Un cristianismo que no me empuje a darme a los demás, no tiene nada que ver con Jesús. El Reino se manifiesta en el que “cura”, no en el curado. Es Jesús, al preocuparse del débil, quien hace presente a Dios, no el cojo o el ciego cuando dejan de serlo.

El Reinado de Dios, significa la radical fidelidad y entrega de Dios al hombre. Por lo tanto, la realidad primera de ese Reino la constituye Dios que se derrama y se funde con cada ser humano. No es una realidad que hace referencia en primer lugar al hombre, sino a Dios. El hombre debe descubrirla y vivirla. Dios no hace un favor al hombre, sino que responde a su ser, que es amor. Esto sí que es un evangelio, es decir, “buena noticia”. El Reino de Dios surge cuando despliego mi verdadero ser, que no es ni materia ni espíritu sino ambas cosas a la vez.

El hombre, para ser fiel a Dios no tiene que renunciar a sí mismo, al contrario, la única manera de ser él mismo, es descubrir lo que Dios es en él. Por eso no puede haber otra perspectiva para el ser humano. En cuanto pone su fin fuera de Dios (fuera de sí mismo), el hombre falla estrepitosamente a su verdadero ser y no hay ya posibilidad de ser fiel ni a Dios ni a sí mismo, de una manera extrínseca, cumpliendo unas órdenes que vienen de fuera. Solamente si soy fiel a mí mismo puedo ser fiel a Dios. La plenitud de humanidad, en Jesús y nosotros, es lo divino.

Meditación

Es muy difícil afrontar un cambio de mentalidad
El punto de partida es una toma de conciencia:
Soy un diamante, pero lleno de impurezas adheridas.
El valor absoluto ya está ahí, aunque camuflado.
Mi tarea es limpiar, tallar, pulir; pero nada que añadir.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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