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Dom 17. XI. 2019. 33 del Tiempo ordinario. (Lucas 21, 5-19). No quedará piedra sobre piedra: nuevo Templo

Domingo, 17 de noviembre de 2019

templo-de-salomon__800x800Del blog de Xabier Pikaza:

Constructores (testigos) de la Humanidad de Dios

Se acerca el fin del ciclo litúrgico 2019, y las lecturas de la misa nos sitúa ante la culminación de todas de las cosas o, mejor dicho, ante el fin del tiempo actual, con el tipo de templo que hemos venido construyendo, para que así pueda surgir la religión verdadera, la nueva humanidad. Entre las cosas que acaban, según el evangelio, destaca el Templo, con todo lo que significa. Pero su destrucción puede y debe ser principio de nueva construcción: Fuente e impulso de esperanza.

El Templo de Jerusalén era lo más grande que había, según el judaísmo, una de las instituciones más estables y justas de la historia, más el Imperio Romano, que la Organización de Naciones  (ONU) o que la estructura del capitalismo actual. Pues bien, Jesús vino y dijo que ese Templo (¡lo más grande, al parecer eterno, el sentido total de la historia!) iba a caer, por sus propias contradicciones interiores… añadiendo que esa caída resultaba en el fondo bueno, porque hacía posible el surgimiento de una Edad Distinta, más justa.

 El evangelio de la misa de este domingo se ocupa también de otros problemas (de enfrentamientos y persecuciones entre los pueblos, de desgarrones en la misma Iglesia…). Pero en esta postal voy a referirme hoy solamente el Templo en su conjunto, con referencia a nuestro tiempo, en línea social y religiosa.

history2-herodiantempleCada lector puede aplicar el tema a la sociedad actual, a la Iglesia existente, a las religiones en general, o a su propia vida. Yo quiero poner en el fondo (de forma velada) los temas de un pequeño curso que, Dios mediante, dictaré el domingo siguiente (24.11.19),en Madrid, sobre el fin de este tipo de Iglesia (o de cristianismo), con el surgimiento del verdadero templo (cf. imagen 3). Allí espero a quienes quieran dialogar sobre el tema.

Texto (un extracto). Lucas 21, 5-8

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: “Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.” Ellos le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?” Él contesto: “Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “El momento está cerca; no vayáis tras ellos… .

Jesús y el Templo

75161607_1373205762856612_3890563367366033408_o Para un judío, la estabilidad del mundo dependía del Templo. El santuario de Dios garantizaba, con su edificio y liturgia expiatoria, el orden de la tierra. Si falla el templo el mundo pierde su sentido y los hombres quedan desfondados, sin unión con Dios, sin garantías de vida y pervivencia: ¿Cómo se podrá vivir sin templo? ¿Cómo mantenerse y superar los riesgos de la historia si no existe un santuario donde puedan expiarse los pecados? ¿Cómo vivirán los hombres sin una “ley” superior que les mantenga unidos, que impida la violencia universal, el gran estallido del enfrentamientos de todos los hombres, pueblos contra pueblos, clases contra clases, intereses contra intereses…

Ése era el sentido del templo de Jerusalén, que muchos judíos consideraban “para‒rayos” universal de la “ira” amontonada en el fondo de los tiempos, de la violencia de los pueblos. Pero, ese templo de Jerusalén, vinculado a la memoria de David-Salomón y el centro de la vida israelita (del universo entero) se encontraba de hecho bajo la “protección” del gobernador romano con autoridad para nombrar al Sumo Sacerdote.

Por su parte, en el templo se celebraba cada día un sacrificio a favor de Roma, simbolizando así la estabilidad y sacralidad del orden israelita, dentro del imperio. Mientras hubiera templo, el mundo podría seguir existiendo, como signo del pacto de Dios con los hombres, que era, en concreto, un pacto entre Jerusalén y Roma, un templo concreto con sus tres funciones: económica, política y religiosa

Función Económica.

 El templo constituía el centro mercantil del pueblo israelita, que se había comprometido a mantener sus instituciones y su culto, al menos tras la “restauración” del exilio (año 525 a. C.) y las reformas de Esdras y Nehemías (cf. Neh 10, 2-39). En principio, el templo de Jerusalén había sido un “santuario real”, de manera que los reyes debían mantener su culto. Pero tras el exilio vino a convertirse en “santuario de la nación”, de manera que, aun estando bajo protección de los reyes de Israel o del Imperio de turno, su mantenimiento fundamental se hallaba en manos del conjunto del pueblo judío. 

Pero, al mismo tiempo,  el templo funcionaba como “banco” donde los fieles depositaban (y los sacerdotes administraban) grandes sumas de dinero. En esa línea podemos recordar que la mayoría de la gente de Jerusalén vivía, de una manera o de otra, de las construcciones, de los depósitos y trabajos del templo, de manera que se podía hablar de una “economía de templo”.

 En esa línea, la caída del templo (del orden sagrado de este mundo) implicaba la caída y ruina del orden económico, expresado y fundado en la economía del templo. Pues bien, en ese contexto, cuando Jesús dice que “no quedará piedra sobre piedra”… está diciendo que la economía falsamente sagrada de nuestro mundo (apoyada por la sacralidad del Templo, como pacto entre Roma y Jerusalén) va a ser destruida, porque es injusta.

Función política

imagesEn un plano, los judíos habían separado religión y política, pero la política influía mucho en la religión (y la religión en la política). En esa línea, aunque estuvieran sometidos a Roma, en sentido estricto, los sacerdotes de Jerusalén poseían una gran autonomía y ejercían gran poder, a partir del mismo templo, como supone un texto famoso de Flavio Josefo (del siglo I d.C.), defensor de una teocracia o gobierno de sacerdotes:

 Nuestro legislador no atendió a ninguna de estas formas de gobierno, sino que dio a luz el Estado teocrático, como se le podría llamar…, que consiste en atribuir a Dios la autoridad y el poder… ¿Qué ley podría ser más hermosa y más justa que la que atribuye a Dios el gobierno de todo, la que encomienda a los sacerdotes administrar los asuntos más importantes en interés público y que confía al Sumo Sacerdote, a su vez, la dirección de los demás sacerdotes… Los sacerdotes quedaron encargados de vigilar a todos, de dirimir las controversias y de castigar a los condenados… La legislación de Moisés prescribe un único templo para un único Dios… Los sacerdotes han de servirle continuamente (a Dios). A estos los ha de presidir siempre quien les precede por su linaje (Contra Apión II, 16).

  Pues bien, esos sacerdotes gobernadores del Templo de Dios (=del Banco de Dios) habían pactado de hecho con Roma. En esa línea, su templo cumplía una función política, vinculada al imperio de Roma, como expresión del pacto supremo entre Jerusalén y Roma. Por eso, la caída del templo implicaba la ruina de un sistema político injusto. Si hoy se nos dice que el templo (=nuestra religión) va a caer, se está indicando que ha de caer y destruirse nuestra forma de política, que es injusta, porque sacraliza un tipo de instituciones de violencia y de dominio de unos sobre otros.

Función religiosa.

 El templo simbolizaba y expresaba la presencia de Dios, que habitaba en medio del pueblo. En ese sentido aparecía como lugar privilegiado de oración y purificación, especialmente de perdón de los pecados. Como hemos visto, ese templo había sido devaluado o declarado ya inútil, de hecho, por Juan Bautista, cuando ofrecía el perdón de los pecados a través su bautismo y no por un ritual sagrado. También Jesús lo “desacralizó”, declarando que su función religiosa (¡de purificación y de perdón!) había terminado, como indica bien su gesto (Mc 11 par).

 Jesús no quiso purificar el templo para reformarlo, sino que quiso destruirlo (que se destruyera, en su forma actual), para que pudiera surgir un santuario diferente, “no hecho por manos humanas” (cf. Mc 14,2 8). Las cosas que el hombre “fabrica” son “ídolos”, algo que puede ponerse y se pone al servicio del poder y del dominio de unos sobre otros. En contra de eso, el verdadero templo debe identificase con el cuerpo mesiánico (cf. Jn 2, 21; 1 Cor 3, 16), es decir, con la humanidad reconciliada, que es el Reino de Dios. Jesús no ha necesitado ni necesita el templo exterior para preparar y proclamar la llegada del Reino de Dios y así sube a Jerusalén para indicar, de manera pública y abierta, que la función de ese templo ha terminado.

 En este fondo se sitúa el gesto de Jesús cuando sube a Jerusalén, anunciando la destrucción del templo, como ha precisado el evangelio de Lucas: ¡No quedará piedra!. Para que venga el Reino de Dios, tiene que caer este tipo de templo, el tipo de religión que, a los ojos de Jesús, justificaba el desorden actual.

Nosotros, turistas universales…

 Herodes había iniciado la ampliación y reconstrucción del templo en torno al 20 a. C. y, según Jn 2, 20, las obras habían durado 46 años. Según eso, recién acabadas las obras, Jesús se elevó y dijo no sólo que ellas habían sido inútiles, sino contrarias a Dios. Es evidente que su gesto ha suscitado el rechazo de los defensores del orden económico, político y religioso de Jerusalén. Ese gesto de Jesús no fue algo improvisado, sino que respondía a todo su mensaje entre los campesinos/artesanos de Galilea.

Desde su misma opción a favor de los expulsados de la sociedad, Jesús ha descubierto el carácter opresor del templo, edificado precisamente sobre el sacrificio y expulsión de los pobres (tanto en el orden económico, como en el político y en el religioso). En un plano exterior, el templo era una “gloria”, una mole imponente, una gran maravilla (como las ciudades que se estaban construyendo en Galilea). Pero en esa mole se esconde el sacrificio y muerte de los pobres.

Nosotros, “turistas universales” del siglo XXI, habríamos ido al templo, pagando un billete de cinco o diez euros, para ver sus maravillas. Hubiéramos pagado veinte euros o dólares si se trataba de una hora buena, con sacrificios incluidos. Hablaríamos del arte poderoso del templo, cuyas piedras de base (como se ven hoy en el Muro de las Lamentaciones) siguen admirando a judíos piadosos y a viajeros.

  En esa línea se sitúa la reflexión de un discípulo de Jesús: «Maestro, mira qué piedras y qué construcciones». Pero Jesús no era piadoso al estilo del templo, ni un esteta que se admira por el lujo externo de los sacrificios, sino un profeta de los pobres. .Por eso responde: «¿Ves estas grandiosas construcciones? No quedará piedra sobre piedra que no sea derruida».

Ciertamente, el templo era bello, imponente, sagrado, no sólo por su forma externa (¡grandes y fuertes piedras!), sino por su función social: mantiene a los israelitas sometidos a un orden de Dios regulado por sacerdotes, que dicen actuar al servicio de los pobres (pero no desde los pobres). Muchos judíos de aquel tiempo lo tomaban como signo máximo de Dios sobre la tierra. Pues bien, en contra de eso, para Jesús (y los profetas de Israel), partiendo de la misma narración original de Gen 1, 27, la verdadera imagen de Dios es el hombre. Por eso, Jesús ha tenido que enfrentarse con el templo donde el judaísmo oficial había condensado (y encerrado) la sacralidad y belleza de Dios.

Conclusión

Jesús vio el templo como signo de patología religiosa,

 como expresión de un ritual grandioso al servicio de la opresión y de la muerte. Poemas y cantos, sacrificios animales y contratos de dinero se elevaban allí, al servicio del orden sagrado y sus poderes opresores, de manera que el mismo templo aparecía como “cueva de bandidos’ (Mc 11, 27), arte al servicio de la esclavitud de los devotos.

Por eso, asumiendo la inspiración profética de los grandes creyentes antiguos (Amós, Isaías, Jeremías), Jesús proclamó su palabra de juicio y condena contra el templo, en gesto que inspira toda la estética y la ética cristiana, que ha de entenderse como experiencia de belleza y amor, al servicio de los pobres (cf. Mc 11, 12-26). De esa forma rechazó el templo porque no era signo y presencia del amor de Dios para todos los hombres.

Jesús condenó el culto del templo porque lo entendió como religión de bandidos-sacerdotes,

 que se valían de Dios y de su culto para oprimir a los pobres, no para amarlos. No lo condenó en nombre de un tipo de barbarie regresiva o de resentimiento contra la autoridad oficial, sino todo lo contrario: desde la belleza más alta del amor del Reino, que se expresa a través de los pobres.

 Lógicamente, por mantener el “arte opresor” de su templo y la estructura de su imperio, los sacerdotes de Jerusalén y los soldados de Roma condenaron a Jesús. Por defender su experiencia de libertad y abrir para los hombres un ‘cara a cara’ de diálogo con Dios, desde los pobres (cara a cara con los pobres), en simple amor, tuvo que morir Jesús.

El amor de Dios “revienta un tipo de templo”, a fin de que el hombre (el ser humano, la humanidad concreta) pueda ser templo de Dios:

− El templo se cae porque el amor de Dios revienta los muros de la Palabra oficial, tanto de los que la pronuncian como de los que aspiran en competencia a pronunciarla, cambiando sólo el collar del discurso.

− El Templo debiera ser la Cátedra de los Derechos Humanos… una institución al servicio de la humanidad, y en especial de los pobres, en la línea de las bienaventuranzas de Jesús. En esa línea, bien entendida, la caída de un tipo de templo es principio de esperanza y de nueva tarea “divina” para los hombres, pues ellos mismos son “templo” (revelación) de Dios…

− Malo es que el templo funcione como banco de finanzas y, peor todavía, que ello sirva para enriquecer a un tipo de “clero”, religioso o no, que justifica su poder y su dinero con proclamas religiosas de tradición o de libertad propia (a costa de los demás).

‒ ¿Y después del templo?  Tras el templo ha de venir la humanidad de Dios, una era de justicia y concordia entre los hombres. Constructores del Nuevo Templo han querido ser los “masones‒ albañiles”…)” de una nueva humanidad, dentro o fuera de la Iglesia…, pero muchos de ellos (casi siempre) han terminado construyendo su propio templo sobre los demás (para perpetuar y sacralizar su poder político, social o religioso).

‒ Un camino de “iglesia”, es decir de “humanidad de Dios”.  Conforme a lo anterior, Jesús ha sido el gran “destructor”, destructor para “construir” desde los expulsados del sistema, con pos cojos, mancos, ciegos, el templo de la nueva humanidad. Constructores de ese templo de humanidad y gracias, en apertura a todos, desde los más pobres, queremos ser los cristianos.

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