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“No es Dios de muertos, sino de vivos”. Domingo 10 de noviembre de 2019. 32º Ordinario

Domingo, 10 de noviembre de 2019

57-ordinarioc32-cerezoLeído en Koinonia:

2Macabeos 7, 1-2. 9-14: El rey del universo nos resucitará para una vida eterna.
Salmo responsorial: 16: Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.
2Tesalonicenses 2, 16-3, 5: El Señor os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas.
Lucas 20, 27-38: No es Dios de muertos, sino de vivos.

Los saduceos eran los más conservadores en el judaísmo de la época de Jesús. Pero sólo en sus ideas, no en su conducta. Tenían como revelados por Dios sólo los primeros cinco libros de la Biblia, que atribuían a Moisés. Los profetas, los escritos apocalípticos, todo lo referente por tanto al Reino de Dios, a las exigencias de cambio en la historia, a la otra vida… lo consideraban ideas “liberacionistas” de resentidos sociales. Para ellos no existía otra vida, la única vida que existía era la presente, y en ella eran los privilegiados –tal vez por eso, pensaban que no había que esperar otra–.

A esa manera de pensar pertenecían las familias sacerdotales principales, los ancianos, o sea, los jefes de las familias aristocráticas, y tenían sus propios escribas que, aunque no eran los más prestigiados, les ayudaban a fundamentar teológicamente sus aspiraciones a una buena vida. Las riquezas y el poder que tenían eran muestra de que eran los preferidos de Dios. No necesitaban esperar otra vida. Gracias a eso mantenían una posición cómoda: por un lado, la apariencia de piedad; por otro, un estilo de vida de acuerdo a las costumbres paganas de los romanos, sus amigos, de quienes recibían privilegios y concesiones que agrandaban sus fortunas.

Los fariseos eran lo opuesto a ellos, tanto en sus esperanzas como en su estilo de vida austero y apegado a la ley de la pureza. Una de las convicciones que tenían más firmemente arraigadas era la fe en la resurrección, que los saduceos rechazaban abiertamente por las razones expuestas anteriormente. Pero muchos concebían la resurrección como la mera continuación de la vida terrena, sólo que para siempre, ya sin muerte.

Jesús estaba ya en la recta final de su vida pública. El último servicio que estaba haciendo a la Causa del Reino –en lo que se jugaba la vida–, era desenmascarar las intenciones torcidas de los grupos religiosos de su tiempo. Había declarado a los del Sanedrín incompetentes para decidir si tenían o no autoridad para hacer lo que hacían; a los fariseos y a los herodianos los había tachado de hipócritas, al mismo tiempo que declaraba que el imperio romano debía dejar a Dios el lugar de rey; ahora se enfrentó con los saduceos y dejó en claro ante todos la incompetencia que tenían incluso en aquello que consideraban su especialidad, la ley de Moisés.

La posición de Jesús en este debate con los saduceos puede sernos iluminadora para los tiempos actuales. También nosotros, como la sociedad culta que actualmente somos, podemos reaccionar con frecuencia contra una imagen demasiado fácil de la resurrección. Cualquiera de nosotros puede recordar las enseñanzas que respecto a este tema recibió en su formación cristiana de catequesis infantil, la fácil descripción que hasta hace 50 años se hacía de lo que es la muerte (separación del alma respecto al cuerpo), lo que sería el «juicio particular», el «juicio universal», el purgatorio (si no el limbo, que fue oficialmente «cerrado» por la Comisión Teológica Internacional del Vaticano hace unos pocos años), el cielo y el infierno (¡!)…

La teología (o simplemente la imaginería) cristiana, tenía respuestas detalladas y exhaustivas para todos estos temas. Creía saber casi todo respecto al más allá, y no hacía gala precisamente de sobriedad ni de medida. Muchas personas «de hoy», con cultura filosófica y antropológica (o simplemente con «sentido común actualizado») se ruborizan de haber creído semejantes cosas, y se rebelan, como aquellos saduceos coetáneos de Jesús, contra una imagen tan plástica, tan incontinente, tan maximalista, tan fantasiosa, y para más inri, tan segura de sí misma. De hecho, en el ambiente general del cristianismo, se puede escuchar hoy día un prudente silencio sobre estos temas, otrora tan vivos y hasta tan discutidos. En el acompañamiento a las personas con expectativas próximas de muerte, o en las celebraciones en torno a la muerte, no hablamos ya de los difuntos ni de la muerte de la misma manera que hace unas décadas. Algo se está curvando epistemológicamente en la cultura moderna, que nos hace sentir la necesidad de no repetir ya lo que nos fue dicho, sino de revisar y repensar con más continencia lo que podemos decir/saber/esperar.

Como a aquellos saduceos, tal vez hoy Jesús nos dice también a nosotros: «no saben ustedes de qué están hablando…». Qué sea el contenido real de lo que hemos llamado tradicionalmente «resurrección», no es algo que se pueda describir, ni detallar, ni siquiera «imaginar». Tal vez es un símbolo que expresa un misterio que apenas podemos intuir, pero no concretar. Una resurrección entendida directa y llanamente como una «reviviscencia», aunque sea espiritual (que es como la imagen funciona de hecho en muchos cristianos formados hace tiempo), hoy no parece sostenible, críticamente hablando.

Tal vez nos vendría bien a nosotros una sacudida como la que dio Jesús a los saduceos. Antes de que nuestros contemporáneos pierdan la fe en la resurrección y con ella, de un golpe, toda la fe, sería bueno que hagamos un serio esfuerzo por purificar nuestro lenguaje sobre la resurrección y por poner por delante su carácter mistérico. Fe sí, pero no una fe perezosa y fundamentalista, sino una fe seria, sobria, crítica, responsable y continente. Hay libros adecuados para estos temas, que recomendamos más abajo.

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 97 de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. López Vigil, titulado «El fuego de la Gehenna». El audio del capítulo, el guión, y su comentario bíblico-teológico, puede ser tomado de aquí: https://radialistas.net/article/97-el-fuego-de-la-gehenna/

Para la revisión de vida

El Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, no es un Dios de muertos, sino de vivos. ¿Cómo se manifiesta en mí la vida que Jesús representa?

Para la reunión de grupo

– Andrés TORRES QUEIRUGA ha publicado hace muy poco su libro Repensar la Resurrección, Trotta, Madrid 2003, 372 pp.

– También, recordamos aquellos tres libros que recomendábamos hace muy pocas semanas:

– Roger LENAERS, Otro cristianismo es posible, colección «Tiempo axial», Abya Yala (www.abyayala.org), Quito, Ecuador, 2007, con un capítulo expreso sobre el más allá, la vida eterna. El libro está puesto en internet y es muy recomendable como manual de texto para un grupo de formación que quiera actualizar su fe con valentía. Puede tomarse libremente, por capítulos (http://2006.atrio.org/?page_id=1616).

– También, John Shelby SPONG, Vida eterna: una nueva visión. Más allá de las religiones, más allá del teísmo, más allá de cielo e infierno, 232 pp, publicado en español por la editorial Abya Yala de Quito, en su colección «Tiempo axial» (http://tiempoaxial.org. El subtítulo lo dice todo sobre la intención y el enfoque de este libro.

– Hace ya unos 30 años Leonardo BOFF publicó su libro sobre escatología: «Hablemos de la otra vida» (Sal Terrae, que sigue reeditándolo actualmente; y está en la red por cierto). Es una visión de los temas escatológicos desde una filosofía actualizada y desde una espiritualidad liberadora.

Para la oración de los fieles

– Por la Iglesia, para que sea portadora de vida y esperanza para todos los que viven los horrores de la violencia, la guerra y la muerte.

– Por los huérfanos y las viudas que han perdido a sus seres queridos en la guerra, para que la esperanza de la resurrección se traduzca en gestos verdaderos de vida.
– Por todos los que trabajan por la Justicia y Paz, para que su voz y sus gritos solidarios generen caminos nuevos de concordia y unidad.

– Por los enfermos terminales y por los que agonizan, para que al final de sus vidas puedan descubrir la presencia de Dios como un Dios de vivos y no de muertos.

– Por los que son perseguidos y amenazados de muerte por causa del evangelio, para que la presencia de Jesús Resucitado los anime y acompañe en medio de sus dificultades

Oración comunitaria

Padre, la esperanza en la resurrección es un don misterioso que no acabamos de comprender, y que en todas las tradiciones religiosas se expresa de mil maneras. Ilumínanos para que vivamos cada momento de nuestra vida con la certeza de que Tú nunca nos vas a abandonar y ni vas a dejar que nos perdamos. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro.

• Oh Misterio de la Vida, que a los homo sapiens, flor última del proceso evolutivo multimilenario, nos has dotado de un profundo sentido de lo sagrado y de la transcendencia, y nos has hecho sentir desde siempre la necesidad de colocar nuestra vida en unos contextos más amplios, en un sentido más hondo y transcendente, lo que nos ha llevado a ser el único ser vivo que entierra a sus muertos, y sueña con una resurrección… Sigue dándonos crecer y profundizar en esa intuición, hasta empalmar y conectar con tu misma intuición profunda, la intención profunda de la Realidad misma, con cuyo magnífico e incontenible desarrollo de 13.700 millones de años no dejamos de comulgar…

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