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Lo que puede dar de sí un cepillo de iglesia

Sábado, 10 de agosto de 2019

sistema-tradicional-de-donativos-en-las-iglesias-pixabay-1Juan de Burgos Román
Madrid.

ECLESALIA, 19/07/19.- No hace mucho, entré en una iglesia con mi amigo Iván, que es persona crítica por demás. Allí nos llamó la atención un cepillo, de los de recoger limosnas; en su parte superior habían escrito: San Benito, Ánimas y Ánimas del Purgatorio, curiosa mezcla con la que, supusimos, se quería orientar sobre cuáles eran los fines de la tal alcancía.

Al salir, Iván me habló de aquel cepillo. Suponía él que los dineros que allí se depositasen irían destinados a los cultos y rezos (misas, novenas, rosarios, etc.) concernientes a cada uno de los tres encabezamientos, ya que para otros fines, como acciones caritativas, mantenimiento de culto y clero, etc. había allí otros cepillos ad hoc. Y añadía él: si resulta que las misas y novenas requieren de dineros, los que vayan a parar este cepillo también lo habrán de ser para culto y clero.

Por lo que se refería a San Benito, las misas serian, supuso Iván, para buscar la intercesión del santo. Y, aunque dijo que la cosa de las intercesiones se le escapaba, se mostró extrañado de lo retorcido de una tal mediación, puesto que, con esas misas, se estaría pidiéndole a Dios, decía él, que empujase a san Benito a que influyera sobre Él, sobre el mismo Dios, en favor de las peticiones de los donantes. Todo aquello le pareció enormemente tortuoso, por lo que, supuso que, en lugar de misas, debería tratarse de otras devociones, quizá novenas, o algo así, en las que las peticiones fuera derechita al santo (para que él interceda ante Dios, claro), sin necesidad de aquella extraña intermediación previa de Dios hacia san Benito.

Así que dio él en suponer que debería colocarse, en el cepillo, el calendario de las celebraciones de las correspondientes novenas, o misa, si fuera el caso, ya que, razonablemente, cabría esperar que los oferentes querrían asistir a ellas. Aunque, bien pudiera ser que estos se limiten a echar unas monedas al cepillo, pensando que con eso ya es suficiente, pues el cura se encargara del resto, que para eso es cura, que todo hace suponer que Dios hace más caso cuando hay curas de por medio y, aún es más, ellos, los curas, parecen ser imprescindibles como mediadores (de nuevo nos topamos con las mediaciones), entre el personal y Dios; a este respecto, señalaba Iván que los curas se hacen llamar sacerdotes y, por ello, es seguro que se consideran los intermediarios, necesarios, entre los hombres y la divinidad.

Lo de suponer que, para implorar un beneficio, con echar unas monedas en el cepillo es suficiente, sin que sea cosa necesaria elevar los correspondientes rezos, esto, dijo Iván, no era una ocurrencia suya, ya que en un lampadario, que acabamos de ver en aquella misma iglesia, figuraba una leyenda en la que se venía a decir que, tras dejar allí tu donativo, puedes marcharte tranquilo a tus quehaceres, que tu dádiva rezará por ti.

Inopinadamente, Iván me espetó que san Benito debió ser una persona muy cercana y amable, de las que inspiran gran confianza, tanta como para que la gente, en lugar de acudir directamente a Dios, que es amor sin medida, prefieran ir a san Benito, para que él, a su vez, vaya a transmitirle nuestros ruegos a Dios. Parece como si Dios nos infundiera gran respeto, incluso temor; algo así como si se tratase de un jefe peligroso y no de un padre amantísimo. Bueno, dijo él, la verdad es que lo que ocurre con san Benito también ocurre con todos los santos y con algunos que no han llegado a serlo, que, esto, lo de buscar intermediario, está ampliamente generalizado (no solo entre gentes de a pie, sino también entre eclesiásticos de altos vuelos), que es que se buscan hasta debajo de las piedras. Parece como que no nos atreviéramos a estar con Dios a solas; debe ser, aventuró Iván, que eso de ser todopoderoso intimida cantidad.

Bueno, dijo Iván, también pudiera ser que, en el fondo del pensar de muchos, se venga a suponer que Dios tiene predilección por aquellos con mejor comportamiento en su vivir, por lo que hará más caso a lo que le pida alguno de estos, como san Benito, pongamos por caso, que debió ser hombre de muy santos comportamientos, que no a los ruegos de un simple mindundi, por él que Dios no habría de tener especial inclinación. Y, consecuentemente, iremos detrás de ganarnos a un san Benito, o a algún otro santo, cuanto más justo y virtuoso mejor, de los que le caen bien a Dios, para que sea él el que acuda a Dios con nuestro encargo, que a él ha de atenderle mejor que a nosotros, de seguro.

En el caso de las Ánimas del Purgatorio, Iván estimó que la situación era muy distinta, pues las tales ánimas jugaban aquí el papel de destinatarias de los beneficios que se esperaban de los rezos, por lo que lo de las novenas no era del caso, que carece de sentido pedirle a las animas que ellas pidan a Dios, de nuestra parte, que las libre, a ellas, de sufrimientos. Así que dio en suponer que los dineros se destinarían ahora a misas, misas para que Dios se apiade de ellas, de las ánimas en pena, y las saque del Purgatorio cuanto antes.

Y, sin entrar en el asunto del modo de funcionar la cosa esa del paso del personal por el Purgatorio, que es tema delicado, en él que Iván no quiso adentrarse, lo que sí me dijo él fue que esas misas las consideraba un contradios, pues suponen que nosotros somos más caritativos que el propio Dios, ya que, si nosotros no terciamos en favor de ellas, de las ánimas, a Dios ni se le ocurre echarlas una manita para evitarlas padecimientos. Al percibir, entonces, un gesto de extrañeza que yo hice, se apresuró a señalar que, al parecer de la Iglesia, lo de evitar sufrimientos está en sus manos, en las de Dios, pues, en caso contrario, no se habría dicho ni una sola misa por las Ánimas del Purgatorio, siendo así que se ha dicho una enormidad de ellas.

Y, luego, va Iván y me dice que vaya un Dios que nos traemos que, pudiendo Él aliviar los sufrimientos de las almas purgantes, no lo hace, de oficio, que debería ser lo suyo, dijo, sino que se queda quietecito esperando a que vaya a pedírselo alguien. Así las cosas, parece que viene a acontecer, señaló Iván, que, si alguna de ellas, de las tales ánimas, no tiene valedores por aquí abajo, pues que no va a salir de allí hasta que “madure”, que por la parte de allá arriba no se haría más que estar a la espera de que se cumplan los plazos.

Y finalmente, decía, están las limosnas concernientes al concepto Ánimas (se supone que se trata de otras ánimas, de aquellas que no andan enredadas en el Purgatorio), de las que solo habrá que considerar las que ya disfrutan en los Cielos, pues estimó que no tenían cabida aquí aquellas que pudieran estar en los Infiernos, que, dicen,  puede haberlas (santa Teresa llegó a ver como iban a parar allí en grandes cantidades; caían como las hojas en otoño, dijo); a estas animas no se las puede ya ayudar y no están, obviamente, en situación de ponerse, ellas, a ayudar a nadie.

En este último caso, en él de las ánimas celestiales, digamos, es de aplicación todo cuanto se dijo antes al hablar del caso concreto de san Benito. Iván opinó que dirigirse a las tales ánimas le parecía cosa mucho más aconsejable, por eficaz, que dirigirse solo a san Benito, que muchas debían ser las animas del Cielo (más que las del Infierno, supuso Iván, contrariamente al parecer de san Leonardo, entre otros), cuando san Benito es uno solo y, puestos a interceder, aquellas seguro que terminan consiguiendo muchas más concesiones por parte de Dios.

Como le señalase yo a Iván que me parecía que no se estaba tomando las cosas muy en serio, me dijo que le resultaba francamente difícil no acabar cayendo es esa tentación, cuando ocurría que en el fondo de todo este asunto está lo de la intercesión ante Dios, para conseguir que Dios nos conceda algo que, inicialmente, Él no estaba dispuesto a concedernos. Y esto le parecía, a Iván, totalmente descabellado, salvo que nuestro Dios fuese una especie de fantoche, títere o marioneta, influenciable y caprichoso, que está dispuesto a cambiar de opinión, pasando de aplicar implacablemente leyes rigurosas, leyes que Él mismo dictó, a actuar con gran benevolencia, aunque solo  en el caso de que alguien de su agrado se lo solicite.

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