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“Las cunetas de Dios “, por Gabriel Mª Otalora

Viernes, 9 de agosto de 2019

iris_murdoch3De su blog Punto de Encuentro:

Si algo resulta meridianamente claro en los evangelios, es la preferencia de Jesús por los excluidos y las personas “religiosamente incorrectas”. Esto es algo esencial en Jesús porque priorizaba la necesidad más acuciante de las personas y la honestidad del corazón por encima de la ortodoxia. Una de esas personas que vivió en la periferia es Iris Murdoch, filósofa y escritora, que ahora traigo a colación en el centenario de su nacimiento.

Su familia era irlandesa anglicana de clase media, aunque su existencia se desenvolvió en el ateísmo y en Inglaterra. Lo importante es que no todas las personas ateas son equiparables. Según sus propias palabras, “Es indudable que somos criaturas espirituales, sometidas a la atracción de la perfección y hechas para el Bien”. Lo cual le conecta con la multitud de personas que no siendo cristianas ni siquiera teístas, actúan con coherencia, en este caso intentando recuperar una comprensión platónica de la vida buena en su orientación radical hacia el bien desde su central preocupación ética: “Hacer filosofía es descubrir la verdad”, recordando que Jesús fue claro cuando dijo que el que no está contra nosotros, está a nuestro favor (Mc 9,40) aunque nuestra historia recoge gran cantidad de personas condenadas por no seguir los cánones de la ortodoxia sin atender a su corazón honesto que busca y trabaja por la Verdad sin sentirse partícipe de la Buena Noticia. Es preciso aquí recordar a Mateo 25,41 cuando se dice: En verdad os digo que, cuanto hicisteis a uno de estos hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.

Ella y tantísimas más, mujeres y hombres, son las cunetas de Dios pero a la escucha y abiertos de corazón a la Verdad a pesar del desprecio a su coherencia. En los evangelios son muchos los ejemplos: la cananea, la sirofenicia, el centurión romano, el recaudador de impuestos, la prostituta, el samaritano, el publicano frente al fariseo… No son por ello mejores que nadie, pero de todos ellos debemos aprender, al ser los ejemplos de Jesús. Es cierto que Iris Murdoch no creía en Dios pero sí en el bien. En su etapa de filósofa, fue una humanista convencida de que la ética y la moral debían tener unos patrones universales: “Somos agentes morales antes que científicos”, llegó a escribir. Y luego profundizó en ello a través de la literatura.

Desde su búsqueda puso la idea del Bien -con mayúscula- a contracorriente de los filósofos de su tiempo, interesada como estaba en la idea moral del ser humano y de las posibilidades reales que tiene de hacerse mejor persona, mientras sus compañeros pensadores de la Inglaterra intelectual de entonces estaban a otras cosas. “Hay pocos lugares -escribe-, donde la virtud resplandece: por ejemplo, en la gente humilde que sirve a otros; ¿y podemos ver esto sin mejorar nosotros mismos?”, se preguntaba. Para ella, la filosofía consiste en explorar la verdad porque “necesitamos una filosofía moral en la que el concepto de amor, tan raramente mencionado hoy por los filósofos, debe ocupar un lugar central. Preguntas sobre si podemos hacernos moralmente mejores, es algo que los filósofos deberían intentar responder para encauzar el natural egoísta del ser humano”.

Hasta llegó a escribir en su conocido libro sobre la soberanía del bien que el deseo de Dios tiene por seguro recibir una respuesta, desde su convencimiento que el ser humano bueno ve la manera en que las virtudes se relacionan entre ellas. Este tipo de personas heterodoxas pero comprometidas con la esencia evangélica son las capaces de construir un mundo mejor desde su sensibilidad por los más desfavorecidos allá donde quiera que les haya tocado vivir.

Estamos hartos de gentes dogmáticas y excluyentes que pontifican cual fariseos hipócritas sin dar ejemplo. Al menos este otro tipo de personas, al ser amantes de la verdad, se convierten en semilla con su coherencia honesta al entender lo Bueno desde la búsqueda, que es como nos enseñó Jesús, y no desde la certeza, a veces tan soberbia, a la que nada ni nadie puede enseñar. 

¿No es el común amor humano una evidencia palmaria de un principio trascendente del bien? Ella trató de profundizar en esto desde la ética y también desde el arte.

Dios ha elevado grandes templos humanos de la Verdad salidos de las cunetas de la historia y de la misma religión. Cristo se manifestó en muchos excluidos, no lo olvidemos. Jesús mismo fue un excluido. Hoy es el día en que algunas de esas personas denostadas son buena noticia porque al menos intentaron buscar honestamente, sin percatarse de que una de las esencias más cristianas, que los de casa valoramos poco, es que la persona buscadora humilde es la que, de entre todas, tiene mayores posibilidades de volverse buena de verdad y encontrar lo que busca. Murdoch no fue perfecta, sin duda, pero fue una pensadora honesta, algo que muchos especialistas en la fe no pueden decir lo mismo.

Gabriel Mª Otalora

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