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Dios en el pesebre, allí lloraba y gemía (el villancico de San Juan de la Cruz)

Miércoles, 28 de diciembre de 2016

navidad-nacimiento-del-nino-dios-en-la-gruta-de-la-montanaDel blog de Xabier Pikaza:

Éste es quizá el más hermoso y profundo de los villancicos o cantos al Dios recién nacido:

— Es el villancico del Dios que ha querido aprender a llorar, para saber así lo que es ser hombre, para saber de verdad lo que es ser Dios…

— Éste es el Dios que llora, para compartir la suerte de los hombres que lloran, pero no para quedarse en eso, sino para que ellos puedan reir y gozar.

— Es el villancico del Dios en el pesebre vacío de la historia, un pesebre de animales, en forma de cuna/sepulcro (comos sabe la tradición oriental). Llora donde unos hombres hacen llorar a otros hombres…

Este villancico forma la conclusión del Romance de la Trinidad y de la Encarnación, un gran poema en el que San Juan de la Cruz (SJC) canta la historia de amor de Dios en sí, de Dios con los hombres.

Con su estilo habitual, SJC expone en este Romance (RomTrin) el amor de Dios como matrimonio (es decir, como intimidad de amor) de sí mismo y de los hombres… Es como un canto de ciego en la noche que ilumina la vida de la humanidad, en la que Dios mismo llora y gime entre animales.

Este romance consta de nueve canciones, la última es la del Nacimiento, que hoy quiero presentar y recordar. Viene al final de un largo recorrido, que empieza en Dios como principio de amor, sigue con la creación y la historia de los hombres, para desembocar en el nacimiento del mismo Hijo de Dios, entendido como matrimonio eterno de Dios con los hombres, dice así (versos 289-310)

Ya que era llegado el tiempo /en que de nacer había,
así como desposado / de su tálamo salía
abrazado con su esposa,/ que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre / en un pesebre ponía,
entre unos animales / que a la sazón allí había.
Los hombres decían cantares, / los ángeles melodía,
festejando el desposorio / que entre tales dos había.

Pero Dios en el pesebre / allí lloraba y gemía,
que eran joyas que la esposa / al desposorio traía.
Y la Madre estaba en pasmo / de que tal trueque veía:
el llanto del hombre en Dios, /y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro / tan ajeno ser solía

Éste es el tema, éstos son algunos de sus rasgos:

— El Esposo es Jesús, que nace desposándose con la humanidad, es decir, haciéndose humanidad sufriente, en amor a todos.

La Madre es evidentemente María, que le acoge en pasmo, en experienia mística suprema. Vivir es nacer en Dios, nacer Dios con los hombres…

— Jesús nace entre animales, rechazado por la Gran Humanidad de los poderoso… Ésta es la ecología suprema, la encarnación de Dios en todos los seres…

— Éste es el “trueque” de Dios…que allí lloraba y gemía, este es el gran “comercio”, que consiste en ponerse en el lugar del otro, Dios en el hombre, el hombre en Dios.

Sería bueno comentar todo el Romance, sus 310 versos, quizá la obra de teología más excelsa de los nuevos tiempos. Yo me limito aquí a presentar los romances finales de la encarnación, con los últimos versos que acabo de citar, presentando la Encarnación y el Nacimiento como una historia de amor.

Éste es el misterio del llanto de Dios en los hombres, que ha puesto de relieve, de un modo especial, la iconografía y liturgia orienntal. Buen tiempo de Navidad a todos.

Encarnación, una historia de amor (Romance de la Trinidad 221-310)

Ésta es la última parte Romance, y se divide en dos partes. En la primera trata del abajamiento de Dios (es decir, de su kénosis profunda, para comunicarse de esa forma con los hombres) y en la segunda de su “matrimonio” con ellos. La Trinidad de Dios se expande y expresa de esta forma en la historia de la humanidad a través de la encarnación del Hijo Jesucristo.

La lógica de fondo es la misma que hemos venido evocando en las partes anteriores: El amor como entrega de sí, para que surja el otro (estableciendo así con él la comunión). Pero esa lógica, que es siempre la misma, se expresa ahora un modo distinto, en otro plano: Dios como Trinidad sale de sí y se realiza plenamente, como ser divino, en la historia de los hombres.

a. Abajamiento de Dios

Hemos hablado hasta aquí de la bajeza de la esposa humanidad, viniendo a inter¬pretarla no como pecado, sino como signo de su mayor perfección, de esperanza más honda y de su abandono más perfecto en brazos del esposo. Conforme a una visión también paulina (Gal 3-4), distinta de la que aparece en el texto del pecado “original” de Adán, los hombres fueron al principio como niños, pero Dios los fue “educando” poco a poco con su Ley (el yugo de Moisés, RTrin 225-226), para que así fueran madurando hasta el tiempo del “rescate” de la esposa (RTrin 223), un rescate que se expresa y define no como sacrificio para satisfacer a Dios por algún pecado, sino como expresión de amor intenso, de plena encarnación.

Jesús no viene para rescatar a la esposa de algún tipo de pecado y la condena, como en las teologías del pecado original y de la muerte redentora de Jesús, sino para cumplir su esperanza, según la promesa de Dios, como él mismo se lo comunica al Hijo:

Ya ves, Hijo, que a tu esposa / a tu imagen hecho había,
y en lo que a ti se parece / contigo bien convenía;
pero difiere en la carne, / que en su simple ser no había.
En los amores perfectos / esta ley se requería,
que se haga semejante / el amante a quien quería
(RTrin 229-238).

Estos versos nos sitúan ante el tema radical cristiano, que ahora interpretamos como “abajamiento”, es decir, como “encarnación” de Dios. El hombre es imagen de Dios y por eso está empeñado en encontrarle, para vincularse a él en plenitud. Pero la imagen debe hacerse semejanza, es decir, identidad natural para que ambos puedan mirarse y darse vida, cara a cara, en pleno matrimonio, y para eso es necesario que Dios “baja”, se haga carne. De esa forma, Dios mismo se introduce en nuestro mundo, asumiendo nuestra bajeza, nuestra nada. Sólo así la nada (ser del hombre) puede convertirse en todo: ser abierto plenamente a lo divino, porque Dios mismo se ha hecho carne, se ha hecho nada.

Recordemos que el misterio (Dios, creación…) tiene en Juan de la Cruz una forma esponsal. Había creado Dios una esposa para el Hijo; pero el Hijo no aca¬baba de tomarla: no ha venido a su vera, no se ha hecho asemejado a ella. Pues bien, ahora ha llegado el tiempo: el Hijo asume la voluntad del Padre y se encarna por María (“de cuyo consentimiento / el misterio se hacia”,RTrin 271-272). Así viene a contarse:

Ya que era llegado el tiempo /en que de nacer había,
así como desposado, / de su tálamo salía,
abrazado con su esposa, /que en sus brazos la traía
(RTrin 287-291).

El Hijo de Dios sale del tálamo nupcial, del secreto de Dios, que se realiza en el seno de María. Sale como esposo eterno e infinito, abrazado ya a su esposa tan pequeña, reflejada y condensada en la propia humanidad de Cristo. Esta es la escena triunfal que el romance había preparado largamente en su relato: el Hijo de Dios tomaría en sus brazos a la esposa humani¬dad, para abrazarla y elevarla con él hacia la altura de los cielos, para introducirla ya en su propio misterio trinitario. Así lo prometían varios tex¬tos primordiales:

Reclinarla he yo en mi brazo, /y en tu amor se abrasaría (RTrin 95-96).
A la cual (esposa) él tomaría / en sus brazos tiernamente
y allí su amor la daría; / que así juntos en uno
al Padre la llevaría (RTrin 174-158).

Éste es el misterio de la fe, es la confesión fundante del credo que SJC ha ido trazando en su Romance. La unión de las dos naturalezas de Cristo (Dios y hombre) se interpreta en categorías de unidad nupcial.

El Nacimiento aparece ya en el fondo como Pascua y pleni¬tud final de bodas, como aquel encuentro victorioso de Dios y de los hom¬bres que el Apocalipsis de Juan ha prometido como meta de los tiempos. Estamos ante una condensación genial y nueva del misterio cristiano. El Padre ha creado una esposa para su Hijo, pero ella se encontraba alejada, separada, sumida en su bajeza y desconsuelo. Para superar esa distancia y realizar el matrimonio, el Hijo se ha encarnado, entrando así en el propio espacio de la esposa.

Dios se hace hombre en Cristo… para desposarse de esa forma con los hombres, con todos los hombres, en amor de matrimonio. El mismo nacimiento humano de Cristo se entiende por tanto como Bodas de Dios con los hombres. Al presentar el misterio de la encarnación como desposorio de Dios con (en) los hombres, SJC ha superado el riesgo de los docetas y de los nestorianos (tal como normalmente suelen ser entendidos…).

Cristo es totalmente Dios haciéndose un hombre, en gesto de kénosis radical, entendida como salida y entrega de sí mismo, en gesto que amplía y despliega el misterio trinitario. Hemos visto ya que el Hijo sólo existe sí saliendo de sí mismo y viviendo así en el Padre. Pues bien, de un modo semejante, Jesús, Hijo encarnado, tiene que salir también de sí mismo, dando a los hombres todo lo que es y lo que tiene, para compartir la vida y el amor con ellos, en gesto de amor total, de matrimonio originario.

Desde ese fondo, SJC ha presentado la encarnación como misterio salvador, como descenso radical de amor del Hijo que penetra hasta el lugar del cautiverio donde está la humanidad, para rescatar de esa manera a la esposa-humanidad que se encontraba encerrada dentro del gran lago de condena de este mundo (cf. RTrin 221-224, 260.

b. Desposorio de Dios, Navidad

El Hijo de Dios se ha introducido en la “bajeza” del mundo, naciendo de esa forma en este mismo “lago” (RTrin 265) donde estaban los hombres oprimidos, en situación de impotencia, de fatigas y trabajos (RTrin 261-262). Sólo de ese modo, encarnándose en la carne de María y haciéndose en verdad “hijo de el hombre” (RTrin 279-286), el Hijo de Dios hace suya la humanidad, tomándola en brazos, acariciándola en ternura y elevándola a su gloria.

Ciertamente, en un sentido, el hombre parece “cautivo”, en poder de “poderes adversos”. Pero, en sentido estricto, su cautiverio no es más que ausencia de Dios. Llamado al amor (al matrimonio pleno con Dios) el hombre vive todavía en situación de “niñez” de desamparo. Pues bien, la forma de “salvarla” no es que ella se eleve y ascienda (como suponía el mito platónica y la teología general de la contemplación mística), sino que el mismo Dios descienda, pues el matrimonio no se cumple y se celebra en el cielo superior, sino en la misma tierra.

El punto de partida del misterio de las bodas no es que el hombre ascienda, para encontrar así al Señor más alto de los cielos (como en el mito de Platón), sino que el mismo Hijo de Dios descienda y tome carne, de manera que Dios y el hombre se vinculen en la misma tierra. En ese aspecto, la esposa verdadera del Hijo de Dios es por lo menos (prescindiendo ahora de los ángeles) la misma realidad. Es aquí donde se expresa la más honda paradoja:

‒ En un nivel, el Hijo de Dios actúa como esposo soberano: sale del tálamo (espacio generarte y signo de unión) llevando en brazos a su esposa, para conducirla de nuevo hacia Dios Padre. Es un buen esposo-amigo que, en fuerte ternura, rescata v eleva a su esposa a fin de abrazarse por siempre con ella.

‒ Pero ese mismo esposo, introducido en la bajeza de su esposa, viene a pre¬sentarse, al mismo tiempo, como pobre y necesitado, envuelto en llanto. Cantan los hombres cantares, entonan melodía los ángeles que tocan en el inundo la música del cielo, «pero Dios en el pesebre / allí lloraba y gemía; / que eran joyas que la esposa / al desposorio traía” (RTrin 301-304).

Significativamente, este relato de fe que es el romance, habiendo partido de Jn 1,1 (“En el principio….RTrin 1), ha culminado ofreciendo el mensaje de Lc 1-2, con textos de la anunciación y nacimiento. La encarnación se cumple ya en Belén como fiesta paradójica de bodas, como trueque misterioso en el que vemos “el llanto del hombre en Dios” (Cristo que llora en el pesebre)- y en el hombre la alegría” de los cielos (el cantar de los pastores).

Este es el pasmo de la encarnación, el centro de la fe cristiana. Como testigo de ese pasmo, como ejemplo y modelo para todos los creyentes, ha situado aquí SJC a la Virgen María. Ella es la Virgen del consentimiento (una doncella que se llamaba María, de cuyo consentimiento el misterio se hacía, RTrin 271), porque deja que Dios mismo se humanice dentro de ella: María es la Madre de la contemplación pasmosa, porque descubre y venera la grandeza de Dios en el llanto y pequeñez del Cristo que ha nacido.

Esto significa que el Esposo, el Hijo de Dios y salvador, no viene para imponerse desde arriba, en gesto de grandeza, sino como aquel que necesita ser amado, recibido, poniéndose en manos de los hombres. Ésta es la historia de aquel que viene como “erómenos” (el que ha de ser amado), pero no como el Primer Motor de Aristóteles, impasible en su grandeza, superior a todos, sino como sufiente, pequeño, dentro de la historia de los hombres. Pues bien, al llegar aquí, cuando parece que debía empezar todo relato de la vida de Jesús y de su pascua, se concluye el gran romance, acaba ya la con¬fesión de fe, con un finis (fin) que no deja lugar a discusión alguna.

La palabra de fe ya no puede decir más. El resto del misterio pertenece a la experiencia y camino personal de los creyentes, que deben situarse con María (como ella) ante el enigma de la encarnación. De esa forma, el relato deja paso al compromiso personal; cesa la narración externa, comienza va la historia de cada uno de los fieles que asumen y completan (ratifican y realizan) en su propia vida el gran camino de la encarnación de Dios en Cristo. No es que SJC ignore o quiera silenciar los “últimos misterios”, relativos a la pascua de Jesús. Claramente los hallamos prometi-dos y esperados dentro del poema. El Hijo de Dios se ha encarnado para revelar la ‘-gran potencia, justicia y sabiduría” del Padre:

Irélo a decir al mundo / y noticia le daría
de tu belleza y dulzura / y de tu soberanía (RTrin 225-258).

Esta indicación es sorprendente y nos coloca en el centro del mensaje histórico de Jesús que SJC ha interpretado como “mensaje sobre el Padre” (cf.RTrin 90-94). El evangelio se presenta en su verdad como la más profunda teología. Jesús ha revelado la verdad del Padre, en la línea que después desarrollará de forma inigualada 2 Sub 22; de tal manera actúa Dios en Cristo que ha quedado “como mudo y no tiene mas que hablar… porque ya lo ha hablado en él todo” (2 Sub 22,4). Tenemos en Jesús la noticia más perfecta (ya absoluta) de Dios Padre. Pues bien, dando un paso más y siguiendo la doctrina de la iglesia, SJC identifica ese mensaje de Jesús con el gesto de su Pascua. Por eso continúa de esta forma:

Iré a buscar a mi esposa, / y sobre mí tomaría
sus fatigas y trabajos /en que tanto padecía,
y por que ella vida tenga /yo por ella moriría (RTrin 259-264).

La encarnación se expande hasta abarcar en sí la pascua: tomar en sus brazos a la esposa significa tomar sobre sí sus trabajos, muriendo por ella y con ella. Para desposarse de verdad, el Hijo de Dios ha de asumir la muerte y sufrimientos de su esposa, es decir, del conjunto de la humanidad. Se sobre¬pasa así por imperfecto aquel problema que algunos escolásticos pusieron: ¿habría muerto el Hijo de Dios si no existiera pecado sobre el mundo? ¿habrí¬ase encarnado? SJC sabe que el Hijo de Dios se ha humaniza¬do y ha muerto porque quiere desposarse con la humanidad.

Esta es la ley del desposorio: “que se haga semejante/ el amante a quien quería” (RTrin 237-238). Para igualarse con los hombres ha nacido el Verbo como humano. Para hacerse semejante hasta el final ha muerto por ellos y con ellos. De esa forma se ha cumplido la más grande paradoja. Antes que ascenso del hombre, la salvación es descenso de Dios. De esta forma asume SJC el tema de Flp 2,6-11, pero sólo desa¬rrolla expresamente la primera parte del himno: Dios se abajó hasta introducirse en nuestra carne y carne mortal, como indica bien el llanto de la Navidad que María ha contemplado con gran pasmo (cf. RTrin 287-310):

Ya que era llegado el tiempo /en que de nacer había,
así como desposado / 290 de su tálamo salía
abrazado con su esposa,/ que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre / en un pesebre ponía,
295. entre unos animales / que a la sazón allí había.
Los hombres decían cantares, / los ángeles melodía,
festejando el desposorio / 300. que entre tales dos había.

Pero Dios en el pesebre / allí lloraba y gemía,
que eran joyas que la esposa / al desposorio traía.
305. Y la Madre estaba en pasmo / de que tal trueque veía:
el llanto del hombre en Dios, /y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro / 310. tan ajeno ser solía

c. Estaba la madre en pasmo. Una teología admirada

Lógicamente, en la misma línea de Flp 2, los fieles de Jesús han de asumir ese descenso y viendo que el mismo Dios se desviste y abaja para estar con ellos, ellos tendrán que abajarse también, para ascender de esa manera a lo divino. Sólo podrán hallar a Dios (y hallar de esa manera su grandeza) si es que se despojan y desvisten, si renuncian a todos los deseos de la tierra. Sólo en esa vaciedad y en esa nada pueden acoger la voz de Dios y descubrirle (celebrarle) en su existencia. De esa forma, el mismo descenso se hace ascenso, la negación se vuelve afirmación, como ha desarrollado bien toda la prosa teológica de San Juan de la Cruz.

De esta forma ha de entenderse el fin abrupto del Romance, que nos pone ante el pasmo de María, la madre de Jesús (RTrin 305). En ese pasmo termina el “recorrido inicial” de la teología del romance. Aquí tiene que dejarnos SJC, pasmados ante el Dios que comparte nuestra vida, que penetra en ella, siendo totalmente trascendente, no el Dios del cosmos superior de las almas de Platón, ni el Dios que mueve en giro la rueda de los astros. Éste es el Dios que penetra en la historia de los hombres, haciéndose humano en ella, e iniciando así un camino de pascua salvadora.

Para aquellos que no hayan asumido por dentro la dinámica más honda de SJC resulta extraño que, empezando a tratar del gran misterio del amor de Dios (Trinidad, Creación, Encarnación), el texto acabe precisamente allí donde comienza su más hondo argumento: la muerte nupcial de Jesús. Pero, mirado bien, ese comienzo lleva en sí todo el despliegue posterior de la vida y entrega del Hijo de Dios, que SJC autor describe en la admirable canción que he presentado ya y que se titula “Un pastorci¬to… “.

En el pesebre de Jesús, con el llanto del hombre en Dios (¡que allí lloraba y gemía!) comienza la historia verdadera de la salvación, la pascua como matrimonio de Dios con los hombres, el camino de la iglesia en palabra y sacramento, la ratificación escatológica de los despo¬sorios en ApJn etc. etc. Todo está ya aquí anunciado, todo está iniciado, ante el pesebre del llano de Dios en Jesús, ante sus bodas de amor con la humanidad. Así acaba el relato de la fe fundacional precisamente allí donde comienza (debe comenzar) el com¬promiso de experiencia de los fieles, programado por SJC en la Subida y en la Noche, ante el pasmo de la madre, que aparece así como la primera teóloga cristiana, como indicaba bien el Evangelio de Lucas, cuando dice que ella mantenía todas estas cosas en su corazón, tanto en el relato del nacimiento como en del Niño perdido en el templo (Lc 2, 19. 51).

Aquí nos deja relato original de fe, sin comentario. Más de una vez nos hemos pre¬guntado la razón de esta “carencia”: tan cuidadoso al comentar por dos veces el Cántico, tan preciso al situar en su lugar los versos del poema de la Noche oscura (en Subida y Noche), SJC no ha sentido la exigencia (le exponer sus principios de dogmática, explicando el sentido del Romance.

Alguien pudiera decir que esta omisión resulta ocasional: nadie le ha pedido de verdad que lo comente. Pienso, sin embargo, que con eso no se ha dado la respuesta exacta. SJC no ha comentado su Romance porque no lo juzga necesario: lo que allí se dice forma como punto de partida, es presupuesto (le todo lo que luego ha de afirmarse con detalle y concretarse en páginas extensas de prosa que analiza los fenóme¬nos del alma que pretende despojarse de sí, para acoger va la presencia del Amado.

Ordinariamente, los supuestos suelen darse por sabidos, de manera que no tienen ni siquiera que decirse. Es significativo el hecho de que, a pesar de eso, San Juan (le la Cruz ha expuesto con toda precisión las bases de su propio camino espiritual en estos versos del Romance. Esto significa, a mi entender, que ha vislumbrado la novedad de su postura; quizá ha tenido miedo de salirse de los cauces del dogma de la iglesia; por eso ha tenido que volver a los principios de ese dogma, exponiendo en un largo poema los principios (le su propia fe cristiana.

En un primer momento nos podía parecer que ese poema resultaba innecesario y mediocre, casi indigno del genio poético-teológico de San Juan de la Cruz. Después de haberlo presentado, sostenemos, sin embargo, que el Romance ocupa un puesto necesario dentro del conjunto de su obra. Literariamente resulta precioso, es un ejemplo inigualado (le narración teológica romanceada y debe estudiarse dentro de su propio género didáctico. Teológicamente exquisito: San -Juan de la Cruz ha sabido exponer La novedad de su fe con toca sencillez y claridad, marrando con gran precisión aquellos elementos que resultan necesarios para comprender su visión espiritual, el camino (le las almas que pretenden purgarse” de todo lo mundano para así encontrarse abiertas (transparentes) ante el don (le Dios en Cristo.

Dios es donación y- comunión de amor gratuito (Trinidad); el hombre está creado para elevarse sobre el mundo (sobre sí mismo) y abrirse en des¬posorio pleno de amor con el Hijo de Dios; por su parte, el Hijo de Dios .se ha introducido en nuestra pequeñez y muerte de manera que sólo en esa muerte (despojándonos del viejo ser) podemos encontrarle. Esto es lo que el Romance quiere asegurar en forma dogmática; esta es la base y fundamento de todo lo que sigue. Al llegar aquí el relato puede terminar y no hace falta comentarlo. Lo que será preciso comentar y destacar, una y otra vez, es el camino del ascenso y purificación del hombre que, llamado al amor del desposorio por el Cristo, quiere responderle poniéndose en sus manos. Y con esto pasamos al tema siguiente.

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