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Corpus 2. Eucaristía, la sangre de las víctimas

Miércoles, 10 de junio de 2015

895__43ba6b686e2feDel blog de Xabier Pikaza:

Ayer hablé de la Eucaristía, en el contexto de la Fiesta del Corpus, insistiendo en el sigo del pan que es Cuerpo, que alimenta y que une a los hermanos (a todos los hombres).

Hoy quiero hablar del vino que es signo de la Vida-Alianza como alianza, poniendo de relieve las palabras de Jesús sobre la copa-sangre, desde la perspectiva de aquellos que entregan su vida por los otros, desde las mujeres (que dan su “sangre” por los hijos) y en especial desde las víctimas (en cuyo nombre dice Jesús: Ésta es mi sangre); ellos son los celebrantes mayores de la fiesta de la vida de Jesús, los portadores del perdón de Jesús, que no es el perdón de los prepotentes, sino de los sacrificados.

Ésta es la fiesta de Dios, como dicen en francés (Fête-Dieu), celebración mesiánica del del Hombre/Mujer, que es en Cristo Sacramento del mismo creador.

Ésta es, en especial, la fiesta de la sangre derramada al servicio de la Vida, el gran milagro de Dios, que ha querido que Jesús, su Hijo, haya vivido en amor por los hombres, muriendo por la causa del Reino, para ser principio de pacificación, con todas las víctimas del mundo.

La misma vida humana es en Jesús eucaristía, de forma que todos podemos afirmar esto es mi Cuerpo...

1. Gesto de Jesús. Tomó la copa… (Mc 14, 23-25 par)

Le habían acusado de comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores (Mt 10, 19 par). Evidentemente, ha sabido disfrutar del vino y lo ha bebido, en solidaridad comprometida y gozosa, ofreciéndoles a los excluidos de la tierra la promesa y garantía del Reino. En la Última Cena, al final de su vida, mantiene ese gesto y continúa ofreciendo vino (Reino) a todos los hombres y mujeres, a partir de sus discípulos.

Ese vino de la fiesta del Reino, que se expresa en el regalo de su propia vida, unido al pan de sus comidas y multiplicaciones, ha quedado como signo y gesto distintivo de su alianza universal de Reino, abierta hacia marginados y pecadores. Por eso, es normal que las iglesias más antiguas (de Galilea, Jerusalén, Antioquía…) y luego todas las iglesias hayan asumido el gesto y palabra del vino como expresión radical del evangelio.:

– Tomó una copa (potêrion). Esta palabra puede traducirse, de manera quizá más sacral, como cáliz, destacando de esa forma la experiencia de dolor y entrega de la vida, como supone el relato de los zebedeos (¿sois capaces de beber el cáliz que voy a beber?: cf. Mc 10, 38) y la oración de Getsemaní (¡Aparta de mí… ! Mc 14, 36). Preferimos dejar copa, por ser más neutral, propia de un banquete de amistad y despedida. El gesto es natural dentro de la Cena. Es como si Jesús dijera, con Sal 116, 5: El Señor es mi Copa, tomadla vosotros. Con la copa de vino se despide, en ella expresa el sentido de su vida.

– Dando gracias, se la dio (le dio su vino). Evidentemente, el vino es señal de bendición: mientras un grupo de amigos puedan tomarlo juntos podrán bendecir a Dios. No están abandonados, perdidos, sobre un mundo adverso. El mismo vino, fruto de la tierra y del trabajo humano, producto de fermentación de la uva, es signo del cuidado de Dios, del sentido de la vida y de la comunión entre los hombres y mujeres. Jesús no les ofrece una sesión de ayuno, hierbas amargas y llanto sino el más gozoso y bello producto de la tierra mediterránea: el vino. No es comida diaria, tasada, de dura pobreza, sino fiesta que alegra el corazón, siendo recuerdo y anticipo del Reino de los cielos. El agua es necesaria, el vino es siempre gracia. Puede vivirse bien a pan y agua. El vino (o sus equivalentes en otras culturas) es un derroche de amor y de solidaridad, es signo de vida.

– Y bebieron todos de ella, de la copa, en gesto muy preciso de participación. Por un lado se dice que bebieron todos, sintiendo en sus labios el gozo y la fuerza del vino, en contra de una liturgia posterior, muy formalista que, simplificando y jerarquizando el rito, ha reservado el vino para el presidente de la liturgia, oscureciendo así aquello que Jesús quiso. Se añade, además, que bebieron de ella, de la misma copa. Un mismo cáliz, un gran vaso, vincula a los participantes. Es vino que Jesús les da y que ellos reciben y comparten, asumiendo de algún modo su camino, comprometiéndose a seguir su senda a compartir su muerte a favor de los demás. No hace falta decir más: éste es el vino de Jesús, la copa de su fiesta; por eso, quienes participan de ella se comprometen a buscar y recibir el reino. En el fondo de la fiesta emerge la más honda exigencia de solidaridad y justicia humana.

–¿Horror por la sangre? ¿Lujo del vino? Es posible que el horror de los judíos a la sangre haya hecho que la eucaristía se llame a veces fracción del pan, sin referencia al vino. También se podría pensar que hubo eucaristía de fracción del pan (sin referencia a la sangre-vino) por la pobreza de las comunidades palestinas donde el vino resultaba caro, o no podía tomarse cada día: sólo el pan es necesario en la comida, el vino constituye un lujo de ocasiones especiales. De todas formas, el paralelismo entre el pan y vino es normal en la Biblia Hebrea y lo hallamos en diversos textos del tiempo de Jesús (como en Qumrán o en Pablo: La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? 1 Cor 10, 16). Copa y pan van unidos así desde el principio de la iglesia, expresando el carácter ordinario y gozoso de las celebraciones cristianas.

2. Las palabras: Ésta es mi sangre

Hemos evocado el gesto, pasamos a las palabras. En sentido estricto, no eran necesarias, pues el gesto en sí resulta elocuente: Jesús, un perseguido, mensajero del reino, amenazado de muerte, ofrece a sus amigos una copa de vino, en signo de solidaridad y esperanza, marcada, además por la palabra escatológica con la que concluye todo el gesto:¡no beberé más del fruto de la vid hasta que lo beba con vosotros en el REino…!: Mc 14, 25). Pero los textos de la Institución introducen una palabra explicativa esta es la Sangre de mi alianza (Marcos y Mateo), es la nueva Alianza en mi Sangre (Pablo y Lucas).

– La sangre (haima) es vida. Los israelitas pueden comer las varias partes de los animales sacrificados o no sacrificados de forma ritual, pero nunca su sangre porque ella es la vida de la carne y os la he dado para uso del altar, para expiar por vuestras vidas, porque la sangre expía por la vida (Lev 17, 10-12; cf. Gen 9, 4). Dios se ha reservado la sangre, como signo de su poder originario, de forma que comer carne no sangrada o beber sangre constituye la mayor de las impurezas (cf. Hech 15, 29). Pues bien, fiel a su más honda experiencia de trasgresión sacral y de ruptura de límites, Jesús ofrece a sus discípulos su sangre, es decir, su misma vida, simbolizada por el vino.

Difícilmente podemos hoy imaginar la extrañeza de este gesto, la ruptura que supone para un israelita. Volviendo a los orígenes de la historia humana, de todas las historias, hechas de sangre derramada y ofrecida por los demás, Jesús ofrece a los hombres y mujeres su sangre, que es todo lo que es y todo lo que tiene. Toda su vida se vuelve sagrada, siendo todo profana: su vida es Sangre de Amor, ofrecida a favor de los demás, con todas las madres del mundo, con todas las víctimas de la tierra.

– ¿Es sangre de mujer?

El tema se encuentra especialmente vinculado al misterio vital de la mujer, con sus menstruaciones y partos, tal como lo han visto los pueblos antiguos (entre otros, los israelitas). Ésta es la sangre generadora, que se expande amenazante (¡se tiene gran respeto ante ella!) y fecunda, dando vida (pues se dice que los niños nacen de la sangre de la madre y así es, en sentido simbólico). No se conocía entonces el “óvulo” de la mujer, ni el genoma… Los niños nacían de la sangre de la madre. Esto es lo más sagrado: sangre de mujer que concibe y alumbra (por eso se tiene un gran respeto ante la sangre de la menstruación y del parto).

Pues bien, en esa raíz donde germina y se expande arriesgadamente la vida se ha situado Jesús, ofreciendo a los humanos su sangre, expresada en el vino. Así podemos evocar su gesto, en forma femenina, para después recuperarlo en forma personal, masculina y/o femenina: esta es la sangre de Aquel que sabe dar la propia vida, para así compartirla en gozo feliz con los otros, en forma enamorada. La Eucaristía es, por tanto, el gesto primigenio de la mujer en parto, universalizado por Jesús, desde su situación de perseguido.

Es sangre de víctima. Sí, es sangre de víctima

Es sangre que otros derraman con violencia (le matan), pero que él ofrece en amor para superar toda violencia, instaurando con ella (en el signo del vino) una alianza de amor definitiva. Como he mostrado en otro libro (Hombre y mujer en las grandes religiones, Editorial Verbo Divino, Estella 1997), la sangre que los varones han “valorado” más no está unida a la generación (como en la mujer), sino a la violencia de la guerra: es la sangre de los enemigos matados en campo de batalla o de los amigos caídos en ella.

Pues bien, Jesús no mata a los enemigos para pacificar a los amigos, sino que ofrece su sangre, con todas las víctimas del mundo, para que se pueda instaurar la paz sobre la tierra entera. Jesús no condena a los demás, no encarcela a los violentos, sino que se deja matar para que puedan darse paz sobre la tierra, invitando a todos a que “toman su sangre”, a que se dejen transformar por ella, renaciendo a una vida de amor y solidaridad. Con dura violencia (con mala justicia) le matan. Sin ninguna violencia muere, haciendo de su sangre (entrega personal) signo de encuentro enamorado (vino, alianza) para todos los humanos.

Por eso, en la Eucaristía se celebra (es decir, se recoge y ratifica desde Dios, con Jesús) la sangre de todas las víctimas. Por ellas vivimos, para recordarlas celebramos la fiesta de Jesús, para terminar un día de matar, para empezar a vivir amando, al servicio de la vida de los demás.

3. Sangre de mujer, sangre de víctima, sangre de alianza

Precisemos los temas. Al decir esta es mi sangre, Jesús puede interpretarse como mujer que da la vida al engendrarla, por medio de su sangre, o como varón que entrega su vida, de un modo arriesgado, pacífico, creador, en un contexto donde dominaba la violencia. De esta forma invierte la figura del chivo expiatorio, a quien matan los triunfadores del sistema para imponer la paz sobre el conjunto de la población; Jesús no mata a nadie, nada impone, sino que ama y se deja matar por amor, ofreciendo a todos el cuerpo y sangre de su vida. De esa manera se coloca en el lugar de todas las víctimas: en nombre de ellas dice: Ésta es mi sangre, es la sangre de todos los han sido asesinados; ellos son los que crean la alianza de Dios, los que pacifican la tierra.

En el principio esta la sangre “femenina”: la sangre de aquellos que dan su propia vida (como la mujer da su sangre, según la visión de los antiguos), entregándose a sí misma, para que se expanda así la vida. En esa línea, el gesto eucarístico de Jesús es, ante todo, un gesto de mujer.

En el centro está la sangre de las víctimas. Ésta es la sangre que derraman los “asesinos”, la sangre de todas las víctimas, como ha puesto de relieve el evangelio, al decir que en Jesús han culminado “todas las sangres de los asesinados” (Mt 23, 35). Al decir “ésta es mi sangre”, Jesús está hablando en nombre de todas las víctimas. Sólo existe eucaristía allí donde se vive en solidaridad real con todas las víctimas: la Eucaristía es la “fiesta” de los rechazados y excluidos, de los asesinados. Sólo en su nombre se puede celebrar. En esa línea ha querido avanzar el Apocalipsis, al decir que sólo los asesinados (los expulsados) y sus amigos pueden celebrar la eucaristía, con Jesús, el Asesinado.

Al final está la sangre del amor enamorado, sangre del pacto (Ap 21-22), que no es masculina ni femenina, sino humana y divina: comunión de amor por siempre… Sangre de madre y de víctima, sangre de amigo… Sólo los amigos “comparten la sangre”, son capaces de morir unos por otros….

Ésta es la Sangre de la Alianza (Nueva Alianza) real de Jesús, no el líquido ritual de los sacrificios violentos de hombre o animales (cf. Ex 23, 8; Lev 16). Él o emplea ya la sangre de animales, ni la sangre de los enemigos, sino su propia vida, entregada en favor de los excluidos de Israel y de la tierra y expresada en el signo del vino. Con los excluidos come, en favor de ellos ha muerto, no para pagar a Dios un precio o rescate, sino para regalar su vida en gratuidad, por todos y con todos. Sólo allí donde los asesinados del mundo entero están presentes y nos ofrecen su “gracia” (nos perdonan, nos invitan al vino de la vida) podemos celebrar la Eucaristía, recordando las palabras de Jesús.

4. Conclusión. Eucaristía, comunión de Sangre, copa de vida

El vino es sangre de la alianza, que no es Nueva porque haya quedado sin valor la antigua, sino porque es la verdadera: Alianza plena de Dios con los humanos en el Cristo, como habían anunciado los profetas. Ésta es la “alianza” de civilizaciones y personas, la alianza de la vida que sólo puede expresarse allí donde hombres y mujeres se dan la vida y la celebran en gesto generoso. N

o es sangre separable de la carne, como aquella con la que Moisés rociaba altar y pueblo, sino la vida entera que Jesús ofrece y que los suyos “beben” como signo de alianza, bebiendo el vino bendecido. La vida en amor se vuelve “sangre de amor” que suscita vida, que crea comunión, que vincula a los hombres y mujeres de la tierra Es sangre de la Alianza de una vida regalada y compartida, que viene a expresarse precisamente en el lugar de máxima violencia de la tierra, allí donde los sacerdotes y soldados matan a Jesús.

Jesús no establece un sacrificio especial, separado del conjunto de la vida, como el de Moisés (Ex 23-24) o los sacerdotes de Jerusalén, sino que su Vino (=Fiesta de Dios) es el mismo vino que comparten gozosos los hombres y mujeres y su Alianza es la propia alianza de su vida, que es la vida compartida de esos hombres y mujeres… Ellos, todos los que comparten el cuerpo-sangre de Jesús, son los celebrantes… ellos son la “hostia de pan y de vino”, las especies consagradas.

La palabra más alta, el amor más sagrado

Jesús no está presente en el pan y vino aislados, sino en el pan-vino compartido, es decir, en la comunidad que se va creando como “cuerpo mesiánico” a través de la entrega de la vida de los creyentes, a partir de los rechazados, de las víctimas. En nombre de todos ellos, Jesús puede decir y dice: “Ésta es mi Sangre…”. Ésta es la Sangre de Dios, que está presente en todos los asesinados de la historia humana, a quienes Jesús representa, con quienes inicia un camino de Reino. Por eso, cuando le Eucaristía se convierte en “pura fiesta” de triunfadores, con grandes ceremonias de exaltación creyente, puede suponerse que falta algo: falta el recuerdo y presencia de las víctimas, que pueden decir y dicen con Jesús (con la comunidad…): ¡esta es mi sangre!. ¡Ésta es nuestra sangre!.

Es la sangre derramada por muchos (=todos) o por vosotros (=cristianos), conforme a la versión de Marcos/Mateo o de Lucas. Jesús ha derramado su sangre porque le han matado con violencia. Pero, en un sentido más profundo, podemos y debemos afirmar que él mismo ha regalado su vida por el reino, como indica el gesto del vino: “tomó una copa y se la dio…”. Así como se ofrece un buen vino, en amor generoso, así ha regalado él su vida a los hombres y mujeres.. Nosotros podemos vivir porque “Jesús nos ha regalado la vida”, podemos vivir porque hay muchos que “derraman su sangre” por nosotros. Sólo así podemos elevar el vino y decir: Ésta es la Sangre de Jesús, es nuestra Sangre

– Para perdón de los pecados. Con estas palabras interpreta Mateo la afirmación antigua, según la cual Jesús ha derramado su sangre hyper pollôn, en favor de muchos (=todos; cf. Mc 14, 24). (cf. Mc 10, 45). Derramar la sangre es dar la vida por los demás, sin responder con violencia, sin hacer la guerra, sangre contra sangre, muerte contra muerte (cf. 8, 31; 9, 31; 10, 32-34). La Eucaristía es regalar la vida, regalar la propia “sangre”, sin vengarse, sin iniciar por ello una guerra infinita… Sólo aquellos que están dispuestos a dar la vida por los demás (¡aquellos que la dan…!) pueden celebrar de verdad la Eucaristía. Por ellos y con ellos, con los que dan su sangre, con las víctimas y los expulsados, con los encarcelados y asesinados… podemos celebrar la eucaristía, en gesto de perdón.

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