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Reformular a la iglesia: un camino urgente y necesario

Viernes, 23 de noviembre de 2018
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jeans-patch-13202589“Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!” (Mc 2, 21-22).

“¡A vino nuevo, odres nuevos!” (Mc 2, 22)

Stefano Cartabia, Oblato,
Uruguay

ECLESALIA, 08/06/18.- Es este el icono evangélico que, a mi manera de ver, mejor muestra la situación actual de la iglesia y del cristianismo. Por todos lados se pide renovación y desde muchos lugares surgen experiencias renovadoras o intentos de renovación. Es la frescura de la espiritualidad que se abre camino entre los senderos casi desiertos de una religión en agonía: ¡Es el vino nuevo que se hace presente para regalarnos el amor y celebrar la vida! Pero insistimos en poner este vino nuevo en odres viejos. Ese es el drama de la iglesia: aferrada a los odres de la doctrina y sus obsoletas estructuras no sabe aprovechar ni disfrutar del vino nuevo. A menudo no sabe que hacer con este vino nuevo y se desperdicia.

Necesitamos odres nuevos para este vino espumante y gracioso, un vino lleno de vida y de burbujas, un vino de buen cuerpo y robusto. Un vino con tanta fuerza que va rompiendo sin piedad los odres desgastados y rajados. Es el vino nuevo que pide reformular al cristianismo y a la iglesia.

Reformular a la iglesia”: propuesta un tanto atrevida y arriesgada. Fiel a mi sentir y mi conciencia siento también que es un camino necesario, urgente e imprescindible. También porque, por un lado, ya se está dando. Se está dando naturalmente, a partir de la base, de la gente común, de los laicos. Y también por algunos que otros gestos del Papa Francisco. Pero, en general, la jerarquía parece “no saber” o hacer la vista gorda. Así, también, la teología “oficial” y el magisterio.

Acompaño a muchas personas y grupos que ya no se sienten reflejados en esta iglesia. Muchos se alejan paulatinamente buscando otras fuentes de agua viva y no cisternas agrietadas (Jer 2, 13). Otros resisten e intentan el cambio desde dentro.

En fin: algo se mueve y se está moviendo, que la jerarquía lo sepa o no, lo quiera o no. Quiero dar mi aporte en este sentido. ¿Por qué reformular? Me pareció el termino más correcto: respetuoso del pasado y audaz con el futuro. Hubiera podido usar “renovar”: pero hablar de renovación en muchos casos no tiene toda la profundidad necesaria. A menudo el “renovar” se esfuma y diluye como una simple mano de pintura sobre un revoque en ruina. Reformular es más contundente: mantiene la esencia y a la vez permite enterrar definitivamente algunos aspectos y dar cabida a otros.

Unas premisas que me parecen importantes:

  • Escribo desde el amor a la iglesia. La iglesia me dio vida y me ayudó a crecer y a madurar. En la historia de la iglesia y del cristianismo hay una riqueza infinita que también contribuyó a alimentar grandes valores humanos: arte, literatura, poesía, educación, espiritualidad, arquitectura… Estoy muy agradecido por todo eso. Eso mismo me empuja a ser transparente, directo, incisivo en mis apuntes y mi compartir. Mis “criticas” (en realidad no quieres ser tales) – a veces contundentes – están formuladas con la intención de construir y aportar para que la iglesia sea realmente signo e instrumento del Reino de Dios en el mundo de hoy y vehículo de autentica espiritualidad.
  • Uno de los ejes de mis criticas será la jerarquía y el nivel institucional de la iglesia. No tengo nada personal con ningún representante oficial de la jerarquía, más allá de no compartir a menudo posturas y modelos de iglesia; y a veces no puedo evitar esbozar una sonrisa frente a evidentes signos de búsqueda de poder y privilegios, incoherencias y apariencias. Nada personal con nadie, más allá de sentirme marginado y excluido no raras veces. Más aún: hacia la gran mayoría de sacerdotes y obispos que conozco tengo un profundo afecto y estima. Todas personas entregadas a sus ministerios, generosas, autenticas. El blanco de mis criticas es el “sistema” jerárquico e institucional. “Sistema” – dígase lo mismo por la sociedad civil – tanto más difícil de descifrar y desmantelar cuanto más invisible, oculto e impersonal es. “Sistema” difícil de quebrar cuanto más se ampara en una supuesta autoridad divina: nada más peligroso que el fanatismo religioso. La historia enseñó y enseña. Cada “sistema” está obviamente hecho y sostenido por personas concretas, pero va también más allá y se pierde en algo indefinido e intocable. Es la experiencia común cuando para un tramite civil te derivan de ventanilla en ventanilla sin que nadie pueda dar con un responsable y un rostro concreto. Experiencia común cuando en la iglesia te dicen “que siempre se hizo así” y nadie sabe fundamentar y dar respuestas coherentes.
  • Este compartir no deja de ser una reflexión abierta, sin ninguna pretensión ni intentos polémicos. Estoy feliz con mi silencio, feliz con mi gente amada y amante. Feliz con el Dios de la Vida que me sonríe en cada cosa. Sereno y en paz desde el Silencio que me habita. No busco aprobación ni aplausos. Simple y sencillamente comparto desde el Amor que es y que somos. Me gustaría que mi escrito fuera tomado así y que se pudiera leer sin prejuicios. Sin duda habrá varias cosas que a muchos les rechinarán: no hay problema. Solo invito a una simple operación, que vale por este escrito, como por todo: no tiren todo por uno o más puntos que no comparten. Sepan rescatar lo que si comparten. Tal vez empiecen por ahí, con actitud positiva y abierta. Anoten con humildad y sencillez los puntos que comparten y los que no.
  • Tal vez a algunos pueda surgir impetuosa la rebelde pregunta: ¿quién es este que se atreve a “reformular a la iglesia”? Pregunta lícita, tal vez. Respondo: nadie. Por eso me atrevo a hacerlo. Es la suprema libertad de la nada.

Mi propuesta para reformular a la iglesia pasa por siete caminos. Siete. Número no casual. Número de la plenitud que ya somos y a las cual estamos llamados.

  • Camino jurídico-institucional
  • Camino teológico-doctrinal
  • Camino interior-espiritual
  • Camino artístico-poético
  • Camino realista-antropológico
  • Camino ecuménico-dialógico
  • Camino pastoral-misionero

Camino jurídico-institucional

La iglesia institución es uno de los grandes obstáculos para el hombre moderno y, a menudo, también para el creyente. Las instituciones en general están en crisis y están mal vistas. Muchas veces con razón: toda institución con el pasar del tiempo pierde el espíritu originario que la suscitó y se enreda en una sinfín de incoherencias: “hacer carrera”, corrupción, fanatismo, exterioridad, legalismo. No es necesario poner ejemplos para la iglesia, me parece.

La institución iglesia va repensada y reformulada. Muchas veces se tiene la impresión que la iglesia sigue más el derecho canónico que el evangelio, se preocupa más de cumplir con sus reglas y normas que de atender al Espíritu, defender doctrinas que acompañar al ser humano en su búsqueda y dolor.

Con todo esto no se quiere negar que cierto nivel institucional y jurídico sea necesario, al contrario. Lo necesitamos por nuestra existencia concreta y frágil, marcada muchas veces por el egoísmo. Pero no podemos permitir que lo institucional sofoque al genuino Espíritu –hecho muy recurrente lamentablemente–.

Repensar lo jurídico-institucional en la iglesia significa reformular sus propios fundamentos a partir de la evolución de la humanidad y de los logros de estos siglos en el campo de los derechos humanos, la antropología, la psicología, la sociología, la espiritualidad.

La iglesia institución funciona casi como una monarquía. El Papa, amparado por el derecho, puede hacer prácticamente cualquier cosa. Así los obispos en sus diócesis. Todo organismo eclesial es simplemente “consultivo”. En un mundo que, después de tanto sufrir, logró en su mayoría el modelo democrático y participativo, una visión de iglesia monárquica o casi es inaceptable. Y esto, más allá de las fallas de los sistemas democráticos y su – sin duda – posible y necesaria mejoría.

Obviamente en la iglesia se habla de comunión. Hasta existe una propia eclesiología de comunión. Hay experiencias muy lindas y positivas en este sentido: pero casi siempre a partir de la base. Comunión sí, pero si decide la jerarquía y como decide: ¡Qué extraña comunión!

¿Dónde fundamenta la iglesia esta proceder muy poco evangélico?

En una lectura parcial, interesada y superficial de los evangelios y en un criterio tautológico, es decir, que se explica en sí mismo.

Simplificando, el razonamiento es el siguiente: la iglesia afirma que su autoridad le viene de la Palabra de Dios. ¿Y quién afirma lo que es Palabra de Dios y la interpreta? La iglesia.

Algo así no es transparente y no resiste a la critica de la razón y a la autonomía del ser humano que es uno de los grandes logros de la modernidad. No reconocer la autonomía del ser humano y de las leyes del universo supondría relegar a “Dios” en un cuarto aislado e inaccesible y quedarse en un oscurantismo, esclavos de creencias.

Hay aún más: muchas leyes eclesiásticas se fundamentan en interpretaciones de pasajes evangélicos. En dichas interpretaciones muchas veces no hay coherencia ni igual criterio.

Las doctrinas del Papado, del pecado original y de la indisolubilidad del matrimonio por ejemplo se fundamentan en muy pocos versículos e interpretados literalmente o casi.

Las preguntas se hacen solas: ¿Por qué algunos versículos se toman al pie de la letra o se interpretan rígidamente y otros no? ¿El criterio de interpretar el mensaje evangélico en su conjunto no vale para estos versículos? Parece que hay distintos criterios de interpretación, según convengan o menos al poder establecido o a la necesidad o menos de confirmar tesis teológicas y doctrinales. Un camino hacia una mayor coherencia y autenticidad es necesario.

La iglesia, si quiere ofrecer al mundo una palabra autentica, debe poder abrirse a un dialogo a 360 grados con sus críticos y con todo el mundo. Tiene que poder ofrecer argumentos validos anclados en la experiencia y en la razón, no en una supuesta autoridad recibida de Dios (fideísmo) y de la cual es imposible un comprobante.

Otros ejemplos pueden esclarecer: la elección del Papa y los obispos y el magisterio. La elección del Papa es sumamente anti-democrática y no tiene en cuenta la eclesialidad. El Papa elige los cardenales que, a su vez, elegirán al Papa sucesivo. No hay ninguna forma de participación del pueblo. Y ni que decir, que los cardenales son todos varones. Obviamente se fundamenta todo esto bíblicamente. Fundamento que no existe por supuesto y que se intenta crear estirando y manipulando los textos.

La elección de los obispos es sumamente autoritaria y falta total de transparencia. El rol de los nuncios es fundamental y muchas veces el Nuncio de turno no conoce fehacientemente la realidad. Las consultas son parciales y envueltas en un oscuro misterio. Los informes que llegan a Roma no se conocen y también están rodeados de misterio. Por no decir que también acá juegan simpatías, acuerdos, etcétera…

El pueblo cristiano, la enorme mayoría de los cristianos, prácticamente no tiene ninguna voz en la elección de sus pastores. Lo mismo se puede decir, tal vez matizando un poco, de los párrocos.

El magisterio está también envuelto en una sacralidad que no tiene. Con Francisco – sus palabras, gestos y pedidos de perdón– quedó claro, por ejemplo, que la doctrina de la infalibilidad papal no se puede sostener. La jerarquía exige obediencia al magisterio: no se puede pensar ni opinar distinto. Por lo menos “oficialmente”. Se crea así una brecha hipócrita terrible. Varios obispos y sacerdotes (y , mucho más, catequistas y laicos) no concuerdan con las posturas “oficiales” de la iglesia pero no se atreven a expresarlo y,  menos, a ponerlas arriba del tapete. Sería muchos más honesto, humanizador y evangélico que el magisterio pierda su carácter absoluto y dogmático para volverse abierto, dialogante y orientativo.

En la práctica concreta en definitiva, lo que se vive en la iglesia, es autoritarismo y no autoridad. La autoridad, bien lo sabemos, no se impone, sino que se reconoce. Y la jerarquía sigue exigiendo obediencia y fidelidad en detrimento de la libertad de conciencia. El evangelio es también testigo clarividente de todo eso, pero la jerarquía hace oídos sordos. A Jesús se le reconoce autoridad, él no la exige en ningún momento. La gente misma le reconoce a Jesús cierta autoridad por su coherencia de vida. El “principio autoridad” de la iglesia tiene que dejar lugar al “principio autenticidad”, como afirma el teólogo italiano Vito Mancuso.

La autenticidad de una vida es reconocida por la gente sin necesidad de imponer ningún tipo de autoridad. Todo esto conduce al respeto de la conciencia, cosa afirmada por el catecismo pero muy poco practicada por la jerarquía. “La conciencia es el nucleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (1795. El texto reenvía al documento conciliar Gaudium et Spes 16). Sigue –de manera menos violenta pero más oculta y perniciosa– cierta inquisición: la libertad de pensamiento que también la iglesia reconoce en sus documentos, en la práctica no es reconocida. Roma controla los obispos, los obispos se sienten controlados y controlan a los sacerdotes, los sacerdotes se sienten controlados y controlan a los laicos… ¡terrible circulo vicioso y tan poco evangélico!

¿Se puede ser cristiano así? Ya di mi respuesta, como podrán imaginar. Obviamente todo este planteamiento – supongo – no le gustará mucho a la jerarquía: su poder está amenazado. Y siempre buscarán respaldo en la tradición y en la subjetiva suposición de que su autoridad viene de Dios. Hasta que se escudan en este argumento todo sincero dialogo es imposible. También porque este “dios” del cual vendría su autoridad, ha muerto. O, tal vez, nunca ha existido. Todo esto está profundamente unido al segundo camino.

Camino teológico-doctrinal

Desde la teología surge la doctrina y desde la doctrina se exigen maneras de vivir, de entender la vida, de comportarse. Después de los primeros concilios ecuménicos la doctrina fue marcando el camino del cristianismo y la vida concreta de muchas personas.

La teología y la doctrina de la iglesia, después de los primeros siglos de frescura y mística, fueron empapando la vida del cristiano. La iglesia, unida al poder político, fue desarrollando la teología y la doctrina a partir del imperio y se fue estableciendo con las características propias de un imperio/estato: poder legislativo, ejecutivo, judicial. La liturgia misma tiene una importante derivación imperial… ¿y tiene que ver con el evangelio?

Ahora bien: al leer el evangelio uno no se ve apabullado por disquisiciones teológicas ni oprimido por pesadas doctrinas. Al contrario: trasluce en cada pagina libertad y frescura. Notamos a un Jesús amante de la vida, hombre libre, preocupado por hacer el bien y revelar el rostro misericordioso del Padre.

Todo esto obviamente –no soy tan ingenuo– no significa que teología y doctrina no tengan su lugar y no sean también importantes. La teología… ¡hasta me gusta! Significa volver a priorizar la experiencia y la vida por encima de la teología y la doctrina: criterio clave en todo camino espiritual y criterio usado por el mismo Jesús. Sin duda la teología y la doctrina católica marcaron una época y tuvieron sus logros y sus importantes aportes. Leer más…

Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad, Iglesia Católica , , , , , , , ,

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