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De canción de amor a canción de muerte. Domingo 27 Ciclo A.

Domingo, 8 de octubre de 2017
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661902_1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Acto I: Explanada del templo de Jerusalén. Hacia 735 a.C.

El murmullo se apaga lentamente. Cuando se hace silencio, Isaías se dirige a la gente congregada: «Voy a cantar una canción de amor. Del amor de mi amigo a su viña». El público sonríe incrédulo. No imagina al profeta cantando una canción de amor. Lo más frecuente en él son denuncias y elegías.

            La canción habla del trabajo entusiasta que dedica su amigo a una hermosa viña: entrecava el terreno, lo descanta, plata buenas cepas, construye una atalaya y, esperando una magnífica cosecha, cava un lagar. Pero, al cabo del tiempo, la viña, en vez de dar uvas hermosas y dulces, da ácidos agrazones.

            Isaías aparta la cítara y mira fijamente al público: «Ahora os toca a vosotros hacer de jueces entre mi amigo y su viña. ¿Podía hacer por ella más de lo que hizo».

La gente guarda silencio e Isaías continúa: «Voy a deciros lo que hará mi amigo: derribará su valla para que sirva de pasto a ovejas y cabras, para que la pisoteen mulos y toros; la arrasará para que crezcan en ella zarzas y cardos, y prohibirá a las nubes que lluevan sobre ella».

El profeta se interrumpe y pregunta de nuevo: «¿Quién es mi amigo y cuál es su viña?» Pero no da tiempo a que nadie intervenga: «La viña del Señor sois vosotros, los hombres de Israel y de Judá. Dios ha hecho mucho por vosotros, y esperó a cambio que practicarais el derecho y la justicia, que os portarais bien con el prójimo. Pero sólo habéis producido asesinatos y provocado lamentos».

            El texto de la canción es la 1ª lectura de hoy:

Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña. 

Mi amigo tenía una viña en fértil collado. 

La entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas;

construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. 

Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones. 

Pues ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá,

por favor, sed jueces entre mí y mi viña. 

¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? 

¿Por qué, esperando que diera uvas, dio agrazones? 

Pues ahora os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña:

quitar su valla para que sirva de pasto,

derruir su tapia para que la pisoteen. 

La dejaré arrasada:

no la podarán ni la escardarán, crecerán zarzas y cardos;

prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella. 

La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel;

son los hombres de Judá su plantel preferido.

Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; 

esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos.

Acto II: Explanada del templo de Jerusalén. Hacia año 29 de nuestra era.

Jesús acaba de contar a los sacerdotes y senadores la parábola de los dos hermanos, advirtiéndoles que las prostitutas y los publicanos les llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Inmediatamente, sin darles tiempo a reaccionar ni responder, les dice:

― Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar…

― Ésa ya la sabemos, comenta uno en voz alta. Ésa no es tuya, es de Isaías.

Jesús no se inmuta. Y la parábola toma de repente un rumbo imprevisible. A diferencia de la viña de Isaías, ésta sí da fruto. El problema no radica en la viña, sino en los viñadores, que se niegan a entregar los frutos a su legítimo propietario.

El drama se desarrolla en tres etapas. En las dos primeras, el dueño envía unos criados, y los viñadores los apalean, matan o apedrean. En la tercera, envía a su propio hijo. Cuando lo matan, Jesús, igual que Isaías, se encara con los oyentes, pidiéndoles su opinión: «¿Qué hará con aquellos labrado­res?»

A diferencia de lo que ocurre en Isaías, los oyentes intervienen, emitiendo una sentencia tremendamente dura: los viñadores merecen la muerte y la viña será entregada a otros más honrados.

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

― Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo.”Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: “Éste es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia.” Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?»

Le contestaron:

― Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.

Y Jesús les dice: 

― ¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”?  Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»

Tres grandes enseñanzas

            1. La canción de la viña de Isaías insiste en una idea que a muchos cristianos todavía les resulta extraña: el amor de Dios se paga con amor al prójimo. Dios ha hecho mucho por los israelitas, pero lo que pide de ellos no es actos de culto sino la práctica de la justicia y el derecho. Jesús dirá que el segundo mandamiento (amar al prójimo) es tan importante como el primero (amar a Dios). Y la 1ª carta de Juan afirma: «Si Dios nos ha amado tanto, también nosotros debemos amar… a nuestros hermanos».

            2. Para Jesús, a diferencia de Isaías, el pueblo no es una viña mala e improductiva. Al contra­rio, da frutos a su tiempo. El mal radica en las autoridades religiosas, que consideran la viña propiedad privada y no recono­cen a su auténtico propietario. Por eso Mateo termina con un comentario incomprensiblemente suprimido por la liturgia: «Al oír sus parábolas, los sumos sacerdotes y los fariseos se dieron cuenta de que iban por ellos» (v.45). Sería completamente equivocado utilizar la homilía de este domingo para atacar al público presente, que bastante hace con soportarnos. Quienes debemos sentirnos especialmente interpelados somos los que tenemos una responsabilidad dentro de la comunidad cristiana.

            3. En su versión final (véase “Una cuestión discutida”), la parábola subraya la importancia y triunfo de Jesús. Después de todos los profetas (los criados), él es “el hijo”, lo más valioso que Dios puede mandar. Y aunque las autoridades religiosas lo infravaloren y desprecien, él termina convertido en la piedra angular del nuevo edificio de la Iglesia.

Una cuestión discutida

Muchos comentaristas piensan que la parábola primitiva contada por Jesús hablaba sólo del envío de los criados, los profetas, a los que los viñadores apalean, matan o apedrean. Y terminaría con las palabras: «Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.» Es pueblo eran los seguidores de Jesús.

Cuando lo mataron, los primeros cristianos pensaron que este era el mayor crimen, y se habrían añadido las palabras referentes al envío y la muerte del hijo. En la misma línea de subrayar la importancia de Jesús habría añadido las palabras del Salmo 118,22: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente». Es un cambio fuerte de metáfora. Los viñadores se convierten en arquitectos, y el hijo en una piedra. Los constructo­res la desechan, porque no la consideran válida como piedra angular, la que soporta el peso de todo el arco. Sin embargo, Dios la coloca en un puesto de privilegio. Con este añadido, la parábola pierde en clari­dad, pero advierte a las autoridades religiosas que su crimen no ha servido de nada, y alegra a los cristianos con la certeza del triunfo de Jesús.

Biblia, Espiritualidad , , , , ,

El relato nos insta a no apropiarnos de lo que no es nuestro.

Domingo, 8 de octubre de 2017
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parabola-de-los-vinadores-asesinos-41Mt 21, 33-43

Continuación del domingo pasado: de las tres parábolas con que responde Jesús a lo jefes religiosos, la de hoy es la más provocadora. Al rechazo de los jefes responde Jesús con suma crudeza. Esta parábola se narra ya en el evangelio de Mc, del que copian Mt y Lc. Cuando se escriben estos evangelios, hacia el año 80, ya se había producido la destrucción de Jerusalén y la total separación de los cristianos de la religión judía y se había concretado la muerte de Jesús. Era muy fácil ‘anunciar’ lo que había sucedido ya.

Aunque el relato puede verse como parábola, el mismo Mt nos la presenta como una alegoría, donde, a cada elemento del relato, corresponde un elemento metafórico espiritual. El propietario es Dios. La viña es el pueblo elegido. Los labradores son los jefes religiosos. Los enviados una y otra vez, son los profetas. El hijo es el mismo Jesús. Los frutos que Dios espera son derecho y justicia. El nuevo pueblo, a quien se ha entregado la viña, que tiene que producir abundantes frutos, es la comunidad cristiana.

El relato del evangelio es copia, casi literal, del texto de Isaías. Pero si nos fijamos bien, descubriremos matices que cambian sustancialmente el mensaje. En Is el protagonista es el pueblo (viña), que no ha respondido a las expectativas de Dios; en vez de dar uvas, dio agrazones. En Mt los protagonistas son los jefes religiosos (viñadores), que quieren apropiarse de los frutos e incluso de la misma viña. No quieren reconocer los derechos del propietario. Pero, curiosamente, al final se retoma la perspectiva de Is y se dice que la viña será entregada a otro pueblo, cosa que ni a Is ni a Jesús se les podía ocurrir.

Como los domingos anteriores, se nos habla de la viña, una de las imágenes más utilizadas en el AT para referirse al pueblo elegido. Seguramente, Jesús recordó muchas veces, el canto de Isaías a la viña; sin embargo, no es probable que la relatara tal como la encontramos en los evangelios. No solo porque en él se da por supuesto la muerte de Jesús y el total rechazo del pueblo de Israel, sino también porque a ningún judío le podía pasar por la cabeza que Dios les rechazara para elegir a otro pueblo. Por lo tanto, está reflejando una reflexión de la primera comunidad cristiana muy posterior a Jesús.

Se os quitará la viña y se dará a otro pueblo que produzca sus frutos. Una manera muy bíblica de justificar que los cristianos se consideraran ahora el pueblo elegido. Esto era inaceptable y un gran escándalo para los judíos que consideraban la Ley y el templo como la obra definitiva de Dios, y ellos, sus destinatarios exclusivos. El relato no sólo justifica la separación, sino que también advierte a las autoridades de la comunidad, que pueden caer en la misma trampa y ser rechazada por no reconocer los derechos de Dios.

Recordemos que, entre la Torá (Ley) y el mensaje del Jesús, existe un peldaño intermedio que a veces olvidamos, y que seguramente hizo posible que la predicación de Jesús prendiera, al menos en unos pocos. Recordad las veces que se dice en el evangelio: “para que se cumplieran las escrituras”. Ese escalón intermedio fueron los profetas, que dieron chispazos increíbles en la dirección correcta; aunque no fueron escuchados. Muchas de las enseñanzas de Jesús, y precisamente las más polémicas, ya las encontramos en ellos.

La piedra desechada por los arquitectos es ahora la piedra angular, da por supuesto la apreciación cristiana de la figura de Jesús. Jesús no pudo contemplar el rechazo del pueblo judío como la causa de su propia muerte. Jesús nunca pretendió crear una nueva religión, ni inventarse un nuevo Dios. Jesús fue un judío por los cuatro costados, y nunca dejó de serlo. Si su predicación dio lugar al nacimiento del cristianismo, fue muy a su pesar. El traspaso de la viña a otros sobrepasa con mucho el pensamiento bíblico. En el AT el pueblo de Israel es castigado, pero permanece como pueblo elegido.

Tendremos verdadera dificultad en aplicarnos la parábola si partimos de la idea de que aquellos jefes religiosos eran malvados y tenían mala voluntad. Nada más lejos de la realidad. Su preocupación por el culto, por la Ley, por defender la institución, por el respeto a su Dios, era sincera. Lo que les perdió fue la falta de autocrítica y confundir los derechos de Dios con sus propios intereses. De esta manera llegaron a identificar la voluntad de Dios con la suya propia y creerse dueños y señores del pueblo.

No se pone en duda que la viña dé frutos. Se trata de criticar a los que se aprovechan de los frutos que corresponden al Dueño. A Jesús le mataron por criticar su propia religión. Atacó radicalmente los dos pilares sobre los que se sustentaba: el culto del templo y la Ley. Tenemos que recordar a nuestros dirigentes, que no son dueños, sino administradores de la viña. La tentación de aprovechar la viña en beneficio propio es hoy la misma que en tiempo de Jesús. No tenemos que escandalizarnos de que en ocasiones, nuestros jerarcas no respondan a lo que el evangelio exige.

La historia no demuestra que es muy fácil caer en la trampa de identificar los intereses propios o de grupo, con la voluntad de Dios. Esta tentación es mayor, cuanto más religiosa sea la comunidad. Esa posibilidad no ha disminuido un ápice en nuestro tiempo. El primer paso para llegar a esta actitud es separar el interés de Dios del interés del hombre. El segundo es oponerlos. Dado este paso ya tenemos todo preparado para machacar al hombre en nombre de Dios.

¿Qué espera Dios de mí? Dios no puede esperar nada de mí porque nada puedo darle. Él es el que se nos da totalmente. Lo que Dios espera de nosotros no es para Él, sino para nosotros. Lo que Dios quiere es que todas y cada una de sus criaturas alcancen el máximo de ser. Como seres humanos, tenemos que alcanzar nuestra plenitud precisamente por nuestra humanidad. Desde que nacemos tenemos que estar en constante evolución. Jesús alcanzó esa plenitud y nos marcó el camino para que todos podamos llegar a ella.

¿De qué frutos nos habla el evangelio? Los fariseos eran los cumplidores estrictos de la Ley. El relato de Isaías nos dice: “esperó de ellos derecho y hay tenéis asesinatos; espero justicia y ahí tenéis lamentos. En cualquier texto de la Torá hubiera dicho: esperó sacrificios, espero un culto digno, espero oración, esperó ayuno, esperó el cumplimiento de la Ley. Pedir derecho y justicia es la prueba de que el bien del hombre es lo más importante. Jesús da un paso más. No habla ya de “derecho y justicia”, que ya era mucho, sino de amor, que es la norma suprema.

La denuncia nos afecta a todos, porque todos tenemos algún grado de autoridad y todos la utilizamos buscando nuestro propio beneficio en lugar de buscar el bien de los demás. No sólo el superior autoritario que abusa de sus súbditos como esclavos a su servicio, sino también la abuela que dice al niño: si no haces esto, o dejas de hacer aquello, Jesús no te quiere. Siempre que utilizamos nuestra superioridad para aprovecharnos de los demás, estamos apropiándonos de los frutos que no son nuestros.

Meditación

Si en nuestro interior descubrimos alguna queja contra Dios,
no hemos entendido nada de lo que Dios es para nosotros
y nuestra relación con Dios será inadecuada.
El primer paso seguro hacia Dios
es descubrir que Él ya ha dado todos los pasos hacia mí.
Toda nuestra vida espiritual consiste en responder a ese don total.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Dom 5. X. 14. Os quitarán el reino ¿Quién lo hará, y a quiénes se lo quitará?

Domingo, 5 de octubre de 2014
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15427_St_Michael_defeats_the_Devil_fDel blog de Xabier Pikaza:

Domingo 27, tiempo ordinario, ciclo A. Mt 21, 33-43.La parábola de los renteros homicidas, que Mateo ha tomado de Mc 12, 1-12,es una de las más significativas del Nuevo Testamento, una durísima narración que entiende la historia actual como lucha a muerte por la herencia… anunciando su fin (os quitarán el reino) y prometiendo la llegada de un pueblo nuevo, que dará frutos de humanidad.

Tiene muchos elementos, que iré desarrollando en lo que sigue, pero quiero empezar insistiendo en la amenaza de Jesús, que proclama el fin de la gente asesina: ¿De quienes?

— ¿Del mundo rico en su conjunto…? ¿De los falsos cristianos?
— ¿De los poderosos y los ricos, como supone el Magnificat?

¿Quién les/nos quitará el Reino?

— ¿El arcángel Miguel, como en la foto?
— ¿La misma dinámica de la historia?
— ¿Un nuevo y más hondo tipo de revolución?

–Se quitaré al reino a los que viven de matar a otros, terminará por tanto este sistema político-social y religioso fundado en la muerte.
— Surgirá un pueblo nuevo, que recibirá y compartirá la herencia de la vida, en la línea de Jesús.

Los dueños actuales del mundo (llamados aquí «sacerdotes y senadores», poder religioso y civil: Mt 21, 23), han querido apoderarse de la “herencia” de la vida, matando para ello al Hijo (es decir, a los seres humanos, en especial, a los pobres). Son los poderes ideológicos y militares, económicos y políticos, que viven a costa de la muerte.

El tema no necesita mucho comentario, en tiempos de dura recesión, como la nuestra, cuando cada mueren más de 40.000 hijos de Dios por hambre, por la codicia (el deseo de herencia) de otros, que engordan (como decía Amós) con la muerte de los pobres. Pero la parábola sabe y amenaza: “se les quitará el Reino y se dará a otro pueblo que reparta (comparta) los frutos”. Eso significa que este mundo (este mal “orden” actual) tiene los días contados.

Ésta es una palabra de juicio y condena contra aquellos que defienden para sí, matando, la herencia de todos (y en esepcial de los pobres). Pero es también una palabra de esperanza para los asesinados y explotados de la actualidad, porque “Dios” quitará el Reino a los asesinos y se lo dará a ellos. Hondo es el mensaje de este día. Leamos, sintamos, temamos, gocemos.

(El tema de la parábola es en el fondo el mismo del Magnificat de María, representado en la imagen final de Maximino Cerezo, a quien agradezco su gentileza de cedérmela)

Mateo 21, 33-43

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo: “Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje.

Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo.”

Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: “Éste es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia.” Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?”
(a) Le contestaron: “Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.”
(b) Y Jesús les dice: “¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”?
(c) por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.”

Una viña al servicio de los hombres

Esta parábola se encuentra entrelazada con la vida-muerte de Jesús y ha crecido con ella, hasta tomar la forma actual. Es una gran metáfora: no quiere ofrecer informaciones neutrales sino hacemos penetrar en el sentido de la muerte de Jesús, utilizando para algunos elementos simbólicos bien conocidos del Antiguo Testamento: Un hombre plantó una viña, la rodeó con un cercado… (Mc 21, 33). Es clara la referencia al canto de Is 5, 1-7 y puede haber una alusión a Gen 2-3: Dios ha puesto a los hombres en el jardín del Edén, que aparece así como una viña, para que la cultiven y consigan frutos.

Ésta es una parábola dirigida a los “dueños” que eran en tiempos de Jesús los sacerdotes y senadores del pueblo, los dueños que son siempre los ricos (los jefes del judaísmo del tiempo de Jesús, los reyes y señores…), aquellos que engordan matando, aquellos que viven comiendo la herencia de los otros, es decir, de todos.

Es una parábola que les recuerda (y nos recuerda) que no son (no somos) “dueños” de su riqueza (del reino, del sacerdocio, del rabinato, de la economía). No son dueños, sino administradores al servicio de la “empresa” de Dios, cuyos beneficiarios son los pobres, los necesitados.

El drama. Unos asesinos. Matar para conseguir la herencia

La parábola cuenta la historia de unos “viñadores” (administradores, renteros) que se creen dueños absolutos de su finca/viña (de su negocio, dinero), que lo cultivan todo al servicio de sus intereses y que “matan” a los enviados del dueño. Éste es el tema de la historia humana, la gran tragedia: administradores de unos bienes que no son suyos (los han recibido como préstamo, al servicio de todos), los renteros quieren hacer “propietarios”, dueños de una “propiedad privada”, para sí mismo, para el crecimiento de sus intereses. Por eso, lógicamente, para que la viña produzca y produzca, para ellos, tienen que matar a los enviados y criados del dueño (es decir, a los más pobres).

La parábola supone que el dueño (Dios, el amo/amigo de los pobres) ha enviado a sus servidores para que recuerden los viñadores que no son dueños absolutos, que no pueden hacer lo que se les antoja con su finca (con su dinero, con su vino, con su imperio…); que ellos son renteros y que, por tanto, deben administrar su tierra y bienes al servicio de las prioridades de del dueño (de Dios), que son los pobres y los necesitados.

Tenía el dueño un hijo querido, todos los asesinados…

Es muy normal que los oyentes de la parábola se hayan puesto a cavilar. ¿Por qué no ha mandado el amo (Dios) a sus soldados (marines o legionarios) para proteger a sus siervos, para defender sus intereses? ¿Cómo los deja morir, uno tras otro, en manos de los renteros violentos? ¿Por no ha tomado medidas ese amo…? Leer más…

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De canción de amor a canción de muerte. Domingo 27 Ciclo A.

Domingo, 5 de octubre de 2014
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Jerez-TV-Ashton-Kurcher-vendimiandoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Acto I: Explanada del templo de Jerusalén. Hacia 735 a.C.

El murmullo se apaga lentamente. Cuando se hace silencio, Isaías se dirige a la gente congregada: «Voy a cantar una canción de amor. Del amor de mi amigo a su viña». El público sonríe incrédulo. No imagina al profeta cantando una canción de amor. Lo más frecuente en él son denuncias y elegías.

            La canción habla del trabajo entusiasta que dedica su amigo a una hermosa viña: entrecava el terreno, lo descanta, plata buenas cepas, construye una atalaya y, esperando una magnífica cosecha, cava un lagar. Pero, al cabo del tiempo, la viña, en vez de dar uvas hermosas y dulces, da ácidos agrazones.

            Isaías aparta la cítara y mira fijamente al público: «Ahora os toca a vosotros hacer de jueces entre mi amigo y su viña. ¿Podía hacer por ella más de lo que hizo».

La gente guarda silencio e Isaías continúa: «Voy a deciros lo que hará mi amigo: derribará su valla para que sirva de pasto a ovejas y cabras, para que la pisoteen mulos y toros; la arrasará para que crezcan en ella zarzas y cardos, y prohibirá a las nubes que lluevan sobre ella».

El profeta se interrumpe y pregunta de nuevo: «¿Quién es mi amigo y cuál es su viña?» Pero no da tiempo a que nadie intervenga: «La viña del Señor sois vosotros, los hombres de Israel y de Judá. Dios ha hecho mucho por vosotros, y esperó a cambio que practicarais el derecho y la justicia, que os portarais bien con el prójimo. Pero sólo habéis producido asesinatos y provocado lamentos».

            El texto de la canción es la 1ª lectura de hoy:

Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña. 

Mi amigo tenía una viña en fértil collado. 

La entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas;

construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. 

Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones. 

Pues ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá,

por favor, sed jueces entre mí y mi viña. 

¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? 

¿Por qué, esperando que diera uvas, dio agrazones? 

Pues ahora os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña:

quitar su valla para que sirva de pasto,

derruir su tapia para que la pisoteen. 

La dejaré arrasada:

no la podarán ni la escardarán, crecerán zarzas y cardos;

prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella. 

La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel;

son los hombres de Judá su plantel preferido.

Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; 

esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos.

Acto II: Explanada del templo de Jerusalén. Hacia año 29 de nuestra era.

Jesús acaba de contar a los sacerdotes y senadores la parábola de los dos hermanos, advirtiéndoles que las prostitutas y los publicanos les llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Inmediatamente, sin darles tiempo a reaccionar ni responder, les dice:

― Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar…

― Ésa ya la sabemos, comenta uno en voz alta. Ésa no es tuya, es de Isaías.

Jesús no se inmuta. Y la parábola toma de repente un rumbo imprevisible. A diferencia de la viña de Isaías, ésta sí da fruto. El problema no radica en la viña, sino en los viñadores, que se niegan a entregar los frutos a su legítimo propietario.

El drama se desarrolla en tres etapas. En las dos primeras, el dueño envía unos criados, y los viñadores los apalean, matan o apedrean. En la tercera, envía a su propio hijo. Cuando lo matan, Jesús, igual que Isaías, se encara con los oyentes, pidiéndoles su opinión: «¿Qué hará con aquellos labrado­res?»

A diferencia de lo que ocurre en Isaías, los oyentes intervienen, emitiendo una sentencia tremendamente dura: los viñadores merecen la muerte y la viña será entregada a otros más honrados.

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo.”Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: “Éste es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia.” Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?»

Le contestaron:

Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.

Y Jesús les dice: 

¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”?  Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»

Tres grandes enseñanzas

            1. La canción de la viña de Isaías insiste en una idea que a muchos cristianos todavía les resulta extraña: el amor de Dios se paga con amor al prójimo. Dios ha hecho mucho por los israelitas, pero lo que pide de ellos no es actos de culto sino la práctica de la justicia y el derecho. Jesús dirá que el segundo mandamiento (amar al prójimo) es tan importante como el primero (amar a Dios). Y la 1ª carta de Juan afirma: «Si Dios nos ha amado tanto, también nosotros debemos amar… a nuestros hermanos».

            2. Para Jesús, a diferencia de Isaías, el pueblo no es una viña mala e improductiva. Al contra­rio, da frutos a su tiempo. El mal radica en las autoridades religiosas, que consideran la viña propiedad privada y no recono­cen a su auténtico propietario. Por eso Mateo termina con un comentario incomprensiblemente suprimido por la liturgia: «Al oír sus parábolas, los sumos sacerdotes y los fariseos se dieron cuenta de que iban por ellos» (v.45). Sería completamente equivocado utilizar la homilía de este domingo para atacar al público presente, que bastante hace con soportarnos. Quienes debemos sentirnos especialmente interpelados somos los que tenemos una responsabilidad dentro de la comunidad cristiana.

            3. En su versión final (véase “Una cuestión discutida”), la parábola subraya la importancia y triunfo de Jesús. Después de todos los profetas (los criados), él es “el hijo”, lo más valioso que Dios puede mandar. Y aunque las autoridades religiosas lo infravaloren y desprecien, él termina convertido en la piedra angular del nuevo edificio de la Iglesia.

Una cuestión discutida

Muchos comentaristas piensan que la parábola primitiva contada por Jesús hablaba sólo del envío de los criados, los profetas, a los que los viñadores apalean, matan o apedrean. Y terminaría con las palabras: «Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.» Es pueblo eran los seguidores de Jesús.

Cuando lo mataron, los primeros cristianos pensaron que este era el mayor crimen, y se habrían añadido las palabras referentes al envío y la muerte del hijo. En la misma línea de subrayar la importancia de Jesús habría añadido las palabras del Salmo 118,22: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente». Es un cambio fuerte de metáfora. Los viñadores se convierten en arquitectos, y el hijo en una piedra. Los constructo­res la desechan, porque no la consideran válida como piedra angular, la que soporta el peso de todo el arco. Sin embargo, Dios la coloca en un puesto de privilegio. Con este añadido, la parábola pierde en clari­dad, pero advierte a las autoridades religiosas que su crimen no ha servido de nada, y alegra a los cristianos con la certeza del triunfo de Jesús.

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