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“María, la madre de Jesús”. Santa María, Madre de Dios – A (Lucas 2,16-21)

Domingo, 1 de enero de 2023
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cristo-en-casa-de-sus-padres-millais-1Después de un cierto eclipse de la devoción mariana, provocado en parte por abusos y desviaciones notables, los cristianos vuelven a interesarse por María para descubrir su verdadero lugar dentro de la experiencia cristiana.

No se trata de acudir a María para escuchar «mensajes apocalípticos» que amenazan con castigos terribles a un mundo hundido en la impiedad y la increencia, mientras ella ofrece su protección maternal a quienes hagan penitencia o recen determinadas oraciones.

No se trata tampoco de fomentar una piedad que alimente secretamente una relación infantil de dependencia y fusión con una madre idealizada. Hace ya tiempo que la psicología nos puso en guardia frente a los riesgos de una devoción que exalta falsamente a María como «Virgen y Madre», favoreciendo, en el fondo, un desprecio hacia la «mujer real» como eterna tentadora del varón.

El primer criterio para comprobar la «verdad cristiana» de toda devoción a María es ver si repliega al creyente sobre sí mismo o si lo abre al proyecto de Dios; si lo hace retroceder hacia una relación infantil con una «madre imaginaria» o si lo impulsa a vivir su fe de forma adulta y responsable en seguimiento fiel a Jesucristo.

Los mejores esfuerzos de la mariología actual tratan de conducir a los cristianos a una visión de María como Madre de Jesucristo, primera discípula de su Hijo y modelo de vida auténticamente cristiana.

Más en concreto, María es hoy para nosotros modelo de acogida fiel de Dios desde una postura de fe obediente; ejemplo de actitud servicial a su Hijo y de preocupación solidaria por todos los que sufren; mujer comprometida por el «reino de Dios» predicado e impulsado por su Hijo.

En estos tiempos de cansancio y pesimismo increyente, María, con su obediencia radical a Dios y su esperanza confiada, puede conducirnos hacia una vida cristiana más honda y más fiel a Dios.

La devoción a María no es, pues, un elemento secundario para alimentar la religión de gentes «sencillas», inclinadas a prácticas y ritos casi «folclóricos». Acercarnos a María es, más bien, colocarnos en el mejor punto para descubrir el misterio de Cristo y acogerlo. El evangelista Mateo nos recuerda a María como la madre del «Emmanuel», es decir, la mujer que nos puede acercar a Jesús, «el Dios con nosotros».

José Antonio Pagola

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“Encontraron a María y a José, y al niño. A los ocho días, le pusieron por nombre Jesús”. Domingo1 de enero de 2023. Santa María Madre De Dios. Jornada Mundial de la Paz

Domingo, 1 de enero de 2023
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07-navidada3-cerezoDe Koinonia:

Números 6,22-27: Invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.
Salmo responsorial: 66: El Señor tenga piedad y nos bendiga.
Gálatas 4,4-7: Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer.
Lucas 2,16-21: Encontraron a María y a José, y al niño. A los ocho días, le pusieron por nombre Jesús.

Litúrgicamente, hoy es la fiesta de «Santa María Madre de Dios»; es también la «octava de Navidad», y por tanto el recuerdo de «la circuncisión de Jesús», celebración judía que se celebraba al octavo día del nacimiento de los niños, y en la que se les imponía el nombre. Para nosotros, hombres y mujeres de hoy, esos tres componentes de la festividad litúrgica de hoy nos aparecen como muy lejanos, extraños, tal vez irrelevantes para nuestra vida… tanto por el lenguaje que en que son expresados, como por el «imaginario religioso» al que pertenecen…

Pero, por otra parte, hoy es también el primer día del año civil, «¡Año Nuevo!», y la Jornada Mundial por la Paz, celebración esta que, aunque originalmente procede una iniciativa eclesiástica católica, ha alcanzado una notable aceptación en la sociedad, gozando ya de un cierto estatuto civil.

Como se puede ver, pues, hay una buena distancia entre la conmemoración litúrgica y los motivos «modernos» de celebración. Esta distancia, que se repite en otras fechas, con bastante frecuencia, habla por sí misma de la necesidad de «actualizar» el calendario litúrgico, y, mientras esa tarea no sea acometida oficialmente por quien corresponde, será preciso que los agentes de pastoral tengan creatividad y audacia para reinterpretar el pasado, abandonar lo que está muerto, y recrear el espíritu y a veces la letra misma y los símbolos de las celebraciones.

Pero veamos en primer lugar los textos bíblicos que la ordenación litúrgica posconciliar nos deparó.

Nm 2,22-27 es la llamada bendición aaronítica (de Aarón), porque se afirma que Dios la reveló a Moisés para que éste a su vez la enseñara a Aarón y a sus hijos, los sacerdotes de Israel, para que con ella bendijeran al pueblo. Seguramente fue usada ampliamente en el antiguo Israel. Incluso se ha encontrado grabada en plaquetas metálicas para llevar al cuello, o atada de algún modo al cuerpo, como una especie de amuleto. Arqueológicamente dichas plaquetas datan de la época del 2º templo, es decir, del año 538 AC en adelante. Bien nos viene una bendición de parte de Dios al comenzar el año: que su rostro amoroso brille sobre todos nosotros como prenda de paz. La paz tan anhelada por la humanidad entera, y lamentablemente tan esquiva. Pero es que no basta con que Dios nos bendiga por medio de sus sacerdotes. No basta que él nos muestre su rostro. Aquí no se trata de bendiciones mágicas sino de un llamado a empeñarnos también nosotros en la consecución y construcción de la paz: con nosotros mismos, en nuestro entorno familiar, con los cercanos y los lejanos, con la naturaleza tan maltratada por nuestras codicias; paz con Dios, Paz de Dios.

Buen comienzo del año éste de la bendición. El refrán popular ha consagrado ese deseo de “volver a comenzar” que sentimos todos al llegar esta fecha: “Año nuevo, vida nueva”. Uno quisiera olvidar los errores, limpiarse de las culpas que molestan en la propia conciencia, estrenar una página nueva del libro de su vida, y empezarla con buen pie, dando rienda suelta a los mejores deseos de nuestro corazón… Por eso es bueno comenzar el año con una bendición en los labios, después de escuchar la bendición de Dios en su Palabra.

Bendigamos al Señor por todo lo que hemos vivido hasta ahora, y por el nuevo año que pone ante nuestros ojos: nuevos días por delante, nuevas oportunidades, tiempo a nuestra disposición… Alabemos al Señor por la misericordia que ha tenido con nosotros hasta ahora. Y también porque nos va a permitir ser también nosotros una bendición en este nuevo año que comienza: bendición para los hermanos y bendición para Dios mismo. Año nuevo, vida nueva, bendición de Dios.

Gál 4,4-7 es una apretada síntesis de lo que Pablo nos enseña en tantos otros pasajes de sus cartas. En primer lugar, nos dice que el tiempo que vivimos es de plenitud, porque en él Dios ha enviado a su Hijo, no de cualquier manera, sino «nacido de mujer y nacido bajo la ley», es decir, semejante en todo a nosotros, en nuestra humanidad y en nuestros condicionamientos históricos. Pero este abajamiento del Hijo de Dios, nos ha alcanzado la más grande de las gracias: la de llegar a ser, todos nosotros los seres humanos, sin exclusión alguna, hijos de Dios, capaces de llamarlo «Abba», es decir, Padre. Nuestra condición filial fundamenta una nueva dignidad de seres humanos libres, herederos del amor de Dios. Parecerían hermosas palabras, nada más, frente a tantos sufrimientos y miserias que todavía experimentamos, pero se trata de que pongamos de nuestra parte para que la obra de Jesucristo se haga realidad. Se trata de que nos apropiemos de nuestra dignidad de hijos libres, rechazando los males personales y sociales que nos agobian, luchando juntos contra ellos. Esto implica una tarea y una misión: la de hacernos verdaderos hijos de Dios, a nosotros y a nuestros hermanos que desconocen su dignidad.

Nacido de mujer, nacido bajo la ley, nos recuerda Pablo (Gál 4,4). Nació en la debilidad, en la pobreza, fuera de la ciudad, en la cueva, porque no hubo para ellos lugar en la posada… Nace en la misma situación que el conjunto del pueblo, los sencillos, los humildes, los sin poder.

Este nacimiento real y concreto es asumido por Dios para abrazar en el amor a todos los que la tradición había dejado fuera. Es la visita real de aquel que, por simple misericordia, nos da la gracia de poder llamar a Dios con la familiaridad de Abba -“papito”- y la posibilidad de considerar a todos los hombres y mujeres hermanos muy amados.

En Jesús, nacido de María -la mujer que aceptó ser instrumento en las manos de Dios para iniciar la nueva historia- todos los seres humanos hemos sido declarados hijos y no esclavos, hemos sido declarados coherederos, por voluntad del Padre. La bendición o benevolencia de Dios para los seres humanos da un gran paso: Dios ya no bendice con palabras, ahora bendice a todos los seres humanos y aun a toda la creación, con la misma persona de su Hijo, que se hace hermano de todos. Y nadie queda marginado de su amor.

“Ha aparecido la bondad de Dios” en Jesús, y es hora de alegría estremecida, para hacer saber al mundo -y a la creación misma- que Dios ha florecido en nuestra tierra y todos somos depositarios de esa herencia de felicidad.

Lc 2,16-21, en el lenguaje «intencionado» que por ser un género literario (“evangelio de la infancia”) utiliza con sus signos, Jesús no nace entre los grandes y poderosos del mundo sino, muy en la línea de Lucas, entre los pequeños y los humildes; como los pastores de Belén, que no son meras figuras decorativas de nuestros «belenes», pesebres o nacimientos, sino que eran, en los tiempos de Jesús, personas mal vistas, con fama de ladrones, de ignorantes y de incapaces de cumplir la ley religiosa judía. A ellos en primer lugar llaman los «ángeles» a saludar y a adorar al Salvador recién nacido. Ellos se convierten en pregoneros de las maravillas de Dios que habían podido ver y oír por sí mismos. Algo similar pasa con María y José: no eran una pareja de nobles ni de potentados, eran apenas un humilde matrimonio de artesanos, sin poder ni prestigio alguno. Pero María, la madre, «guardaba y meditaba estos acontecimientos en su corazón», y seguramente se alegraba y daba gracias a Dios por ellos, y estaba dispuesta a testimoniarlo delante de los demás, como lo hizo delante de Isabel, entonando el Magníficat.

Todo ello dentro de una composición teológica más elaborada de lo que su aparente ingenuidad pudiera insinuar. En todo caso, la simplicidad, la pobreza, la llaneza del relato y de lo relatado casan perfectamente con el espíritu de la Navidad.

La «maternidad divina de María», motivo oficial de la celebración litúrgica de hoy, y uno de los tres «dogmas» marianos -si se puede hablar así-, es una formulación que hace tiempo «chirría» en los oídos de quien la escucha desde una imagen de Dios adulta y crítica. Como ocurre con tantos otros «dogmas» y tradiciones tenidas como tales, el pueblo cristiano las ha amalgamado fantásticamente con los evangelios, llegando a pensar que provienen directamente del evangelio.

Pablo no conoció a Jesús, ni tampoco se encontró con María. El versículo Gál 4,4 que hoy leemos, es «todo lo que Pablo dice de María». Ni siquiera cita su nombre. En el cristianismo, la maternidad divina de María es, claramente, una construcción eclesial: ni los evangelios ni Pablo saben nada de ella, y no será formulada ni «declarada» hasta el siglo V.

En este contexto, es importante desempolvar y recordar la historia de tal «dogma», con la conocida «manipulación» del concilio de Éfeso, en el año 431, cuando Cirilo de Alejandría forzó y consiguió la votación antes de que llegaran los padres antioqueños, que representaban en el Concilio la opinión contraria. Se dice que el Pueblo cristiano acogió con entusiasmo esta declaración mariana, pero hay que añadir que se trata de los habitantes de Éfeso, la ciudad de la antigua «Gran Diosa Madre», la originaria diosa-virgen Artemisa, Diana… La fórmula de Éfeso, en cualquier caso, ha sido siempre tenida como sospechosa de concebir la filiación divina y la encarnación en términos «monofisitas», que hasta cosifican a Dios, como si se pudiera procrear a Dios y no más bien a un hombre en el que, en cuanto Hijo de Dios, Dios mismo se nos hace patente a la fe… (Nos estamos refiriendo a lo que dice Hans Küng, en Ser cristiano, Cristiandad, Madrid 1977, pág. 584ss).

El título «madre de Dios» no es bíblico, como es sabido. Para el evangelio María es siempre, nada más y nada menos que «la madre de Jesús», un título tan entrañable, real e histórico, que acabará sepultado y abandonado en la historia bajo un montón de otros títulos y advocaciones construidos eclesiásticamente. San Agustín (siglos IV y V) todavía no conoce himnos ni oraciones ni festividades marianas. El primer ejemplo de una invocación directa a María lo encontramos en el siglo V, en el himno latino Salve Sancta Parens.

La Edad Media europea dará rienda suelta a su imaginario teológico y devocional respecto de María. Mientras los primitivos Padres de la Iglesia todavía hablan de las posibles imperfecciones morales de María, en el siglo XII aparece la opinión de su exención del pecado, tanto del personal como del «original». En el mismo siglo XII aparece el Avemaría. El ángelus en el XIII. El rosario en el XIII-XIV. El mes de María y el mes del rosario en el XIX-XX. Los puntos culminantes de esta evolución serán la definición de la «inmaculada concepción de María» (1854, por Pío IX) y la definición de la «asunción de María en cuerpo y alma al cielo» (1950, por Pío XII). Momentos finales de este apogeo mariano son la «consagración del mundo al Corazón de María» en 1942 y 1954, por Pío XII.

Pero todo este marianismo remitió con sorprendente rapidez con el Concilio Vaticano II, que renunció a nuevos «dogmas» y desechó la anterior mariología «cristotípica» (característica de la escuela mariológica española preconciliar), dando paso a una comprensión mariológica mucho más sobria, bíblica e histórica, en la línea «eclesiotípica» (de la escuela alemana principalmente). Aunque la veneración a María (hyper-dulía), superior a la tributada a los santos (dulía), siempre fue distinguida teóricamente de la dada a Dios (latría), lo cierto es que en la religiosidad popular muchas veces María fungió como un verdadero «correlato femenino de la divinidad», y su condición de criatura, de discípula de Jesús y miembro de la Iglesia casi fueron olvidadas (en forma paralela a lo que ocurrió con Jesús respecto de su humanidad).

Hoy, la imagen conciliar de María que la Iglesia tiene es la de «la madre de Jesús», desmitificada, despojada de tantas adherencias fantásticas como se le habían puesto encima a lo largo de la historia: María es una cristiana, muy cercana a Jesús, una «discípula» suya, un destacado miembro de la Iglesia: la «madre de Jesús», en un título insustituible que le da el mismo evangelio, y a cuyo uso muchos creyentes vuelven en la actualidad, prefiriéndolo al creado en el siglo V. La Constitución dogmática Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, en su capítulo octavo (nn. 52-69) ofrece todavía la mejor síntesis de la mariología para nuestros tiempos. El Concilio Vaticano II nos sigue marcando el camino, también en mariología. A la hora de predicar sobre María, debemos remitirnos, necesariamente, a ese capítulo octavo de la Lumen Gentium.

Concluimos. Seguimos estando en tiempo de Navidad, tiempo en el que la ternura, el amor, la fraternidad, el cariño familiar… se nos hacen más palpables que nunca. La ternura de Dios hacia nosotros, que se expresó en el niño de Belén, inunda nuestra vida, en las luces de colores, los adornos navideños, los villancicos y las reuniones familiares. Todo ayuda a ello en este tiempo todavía de Navidad. Dejemos recalar estos sentimientos en nuestro corazón, para que perduren a lo largo de todo el año.

Al comenzar el año, al poner el pie por primera vez en este nuevo regalo que el Señor nos hace en nuestra vida, vamos a agradecerle con todo el corazón la alegría de vivir, la oportunidad maravillosa que nos da de seguir amando y siendo amados, y la capacidad que nos ha dado para cambiar y rectificar.

Otro enfoque válido y provechoso de la homilía podría orientarse hacia el tema de la Jornada Mundial de la Paz… así como hacia el hecho del Año Nuevo, que si bien es algo simplemente convencional, astronómicamente insignificante, tiene el valor simbólico inevitable y profundo de recordarnos el inexorable paso del tiempo… Leer más…

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1.1.23 Canto de Año Nuevo: Tota Pulchra, Qué hermosa eres María, qué hermosa es la vida

Domingo, 1 de enero de 2023
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48C28B0D-CAEE-4CD0-B6D2-E73E3C70B9EBDel blog de Xabier Pikaza:

Presenté ayer, en FB y RG una semblanza de Judit, la vencedora de Israel, la heroína del libro de su nombre. Los judíos de su tiempo cantaron su gloria de mujer triunfadora.

Millones de cristianos, ortodoxos y católicos, aplican ese canto a María, la madre de Jesús, no como canto de guerra y victoria militar, sino himno exultante al Dios de la vida, por María y por millones de hombres y mujeres que dan gracias por el amor y la belleza de la vida. 

Este es un canto de gozo por la vida, no un himno de mujer guerrera, sino un canto de amor al Dios de la vida.   Así aparece en una de las más hermosas antífonas marianas, que lleva el nombre de Tota Pulchra, que puede traducirse “Qué hermosa eres María”.

Con este canto  quiero iniciar  este año 2023: Tota Pulchra, que hermosa eres más… qué hermosa, que gozosa, que gloriosa es la vida, contigo  María, contigo José, contigo James o Adolfo, con Antonio, con cientos de personas que me (nos) acompañan y alegran cada día. Por encima de todo pecado, original o posterior, a pesar de tánta injusticia y violencia, el mundo (con María y millones y millones de personas), por gracia de Dios es un prodigio de belleza, de honor y de gozo.

Tota pulchra. Así dice el texto latino

Tota pulchra es, Maria… Et macula originalis non est in te. Tu gloria Jerusalem, tu laetitia Israel, tu honorificentia populi nostri. Tota pulchra es, Maria

Texto castellano

Toda hermosa eres, María, y no hay en ti pecado…

Tú eres la gloria de Jerusalén, tú (eres) la alegría de Israel, Tú (eres) la honra de nuestro pueblo… Qué hermosa, qué amable y admirable, eres María, y sois millones de personas, varones y mujeres, caminantes de amor sobre la tierra. 

 Recuerdo también a Judit, a las mujeres que se han arriesgado para superar el mal de la tierra.

    Judit ha tenido que apelar al Dios de la venganza… y como representante del Dios vengador ha matado a los enemigos de su pueblo y de toda la humanidad.  En contra de ellos, fuertes guerreros, invencibles en el plano militar, aparece y actúa ella como signo del pueblo judío: es una mujer débil, una simple viuda (Jd 9, 9), pero cuenta con la protección de Dios y de esa forma, sin espada ni ejército, vence a los enemigos de Dios, que son los opresores de su pueblo.

Así lo entiende  Ozías, jefe de Betulia, general israelita, que enaltece a Judit diciendo:

 ¡Bendita seas, hija del Dios Altísimo más que todas las mujeres de la tierra! Y bendito sea Dios, el Señor, Creador del cielo y de la tierra, que te ha guiado para cortar la cabeza del jefe de nuestros enemigos…   Que Dios te conceda, para exaltación perpetua, el ser favorecida con todos los bienes, porque no vacilaste en exponer tu vida a causa de la humillación de nuestra raza. Detuviste nuestra ruina procediendo rectamente ante nuestro Dios (Judit 13 18-20).

Así lo entiende y Canta el sumo sacerdote de Jerusalén  

8 El sumo sacerdote, Joaquín, y el consejo de ancianos de Jerusalén acudieron desde Jerusalén para ver por sí mismos las maravillas realizadas por el Señor en favor de su pueblo y para felicitar a Judit. 9 Cuando estuvieron ante ella, la alabaron a una voz, diciendo:

Tú eres la gloria de Jerusalén, tú eres el alegría/orgullo de Israel, tú eres el honor de nuestro pueblo.10 Lo has hecho todo con tu mano. | Has devuelto la dicha a Israel, | y Dios se muestra complacido. | La bendición del Señor todopoderoso | te acompañe por todos los siglos». Y todo el pueblo respondió: «¡Amén! ¡Amén!». (Judit 16, 8-10)

Ésta es la liturgia oficial del Sacerdote, que canta la grandeza de Dios que se ha revelado (ha realizado su nuevo Éxodo salvador) a través de una mujer.  Así sigue la liturgia de todas las mujeres

Todas las mujeres de Israel acudieron para verla y la bendecían danzando en coro. Judit tomaba tirsos con la mano y los distribuía entre las mujeres que estaban a su lado. Ellas y sus acompañantes se coronaron con coronas de olivo; después, dirigiendo el coro de las mujeres, se puso danzando a la cabeza de todo el pueblo. La seguían los hombres de Israel, armados de sus armas, llevando coronas y cantando himnos. Judit entonó, en medio de todo Israel, este himno de acción de gracias y todo el pueblo repetía sus alabanzas:

«¡Alabad a mi Dios con tamboriles, elevad cantos al Señor con címbalos, ofrecedle los acordes de un salmo de alabanza, ensalzad e invocad su Nombre! Porque el Señor es un Dios quebrantador de guerras…  (Judit 15, 8 – 16, 5)

  Este libro de Judit recoge y reproduce así, de un modo simbólico, la victoria de Israel, conseguida a través una mujer. A lo largo de su desarrollo y, de un modo especial, en el canto final (Judit 16, que sólo hemos citado en parte), este libro se asume y recrea toda la historia de los grandes héroes de Israel (desde Moisés hasta Judas Macabeo), todos ellos condensados en una mujer, que así aparece como portadora de la victoria de Dios para el pueblo, como signo mesiánico.

Tota pulchra. Canto cristiano de principio de año: a la hermosura, al amor y la vida, en forma de mujer.   

    El himno del “tota pulchra”, inspirado en el Canto de Judir, es uno de los más populares del mundo católico… y así he querido recordarlo este 1 de enero de 2023. No es un canto de victoria tras la guerra, sino un himno de mundo sin guerra…, canto de hombres y mujeres, representados por María, la madre y amiga de Jesus,  cantora del Magnificat (Lc 1, 55-66). 

Derriba del trono a los poderosos/potentados, eleva a los humildes y oprimidos. A los ricos los despide vacíos, a los hambrientos los sacia de bienes….

   De Judit a María va un camino de liberación… de victoria de los humillados y oprimidos… Un canto de paz universal, duradera… conforme a las palabras de Isaías 2, 2-4, donde se dice que, empezando por Jerusalén, en centro del nuevo Israel liberado, se firmará la paz entre todos los pueblos: De las espadas forjarán arados de paz, de las bombas de guerra harán juguetes para niños, instrumentos de labranza. Ya no se adiestrarán para la guerra

Este es el tema del canto de María, canto a la belleza de los hombres y mujeres,canto al honor, canto a la dulzurza.

Es un canto a la belleza y gracia de la vida, al principio del año

– Es un canto a la mujer, signo de  gozo,(de honor, de alegría, de gloria, en medio de un mundo que parece amenazado de muerte.

No es un himno a Judit, mujer guerrera, sino a María, mujer creyente, bellza y dulzura de amor, para varones y mujeres, gsigno de la humanidad cuya victoria no se alcanza por la guerra, matando enemigos, sino por el amor por la belleza.

El 1 de enero suele ser día de un concierto musical… Por muchos años, en Poio, donde yo estudiaba teología, a la caída de la tarde del sábado se cantaba la Salve y el Tota Pulchra como himno gozoso al Dios de la creación, de la belleza y de la vida.

Quizá este día uno de Enero, día que los católicos celebramos como fiesta de María, al principio de año, alguno de vosotros, pueda teclear en su celular Tota Pulchra es María (¡que hermosa/so eres María o Mario….), para escuchar en alguna de sus versiones esta canto de belleza, de alegría y honor, de alabanza y agradecimiento, elevado al Dios de la Vida, no sólo por María, sino por todas las mujeres y los hombres de la tierra

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01 Enero. Solemnidad de Santa María Madre de Dios. Ciclo A

Domingo, 1 de enero de 2023
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Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas esas cosas, meditándolas en su corazón.”

(Lc2, 16-21)

Celebramos hoy la Solemnidad de María, Madre de Dios y con ella estrenamos este nuevo año, con toda la ilusión y con toda la resaca de ayer.

Si la noche de ayer estaba llena de propósitos y bueno deseos el día de hoy es un reclamo para “ponernos en marcha”. Para hacer realidad todas esas ilusiones.

María tiene en sus brazos al hijo que acaba de nacer. La realidad de un bebé frágil y necesitado que depende en gran medida de ella. Pero recibe la visita de los pastores que hablan de ilusiones, de cosas que sucederán, de lo que llegará a ser ese niño… Y ella escucha.

Como buena israelita escucha. Escucha con atención y medita en su corazón lo que oye y lo que vive. Une, con esfuerzo y empeño, la fragilidad del bebé que sostiene en sus brazos, con las ilusiones que despierta en los pastores. El presente con la promesa de futuro.

De nuevo confía y se compromete. Aunque sus ojos ven fragilidad (acaba de dar a luz en un establo fuera de la ciudad porque no había sitio para ellos…) confía en las promesas de Dios.

Sabe escuchar, en la voz de los pastores, el acento de la voz de Dios y también sabe ver más allá de las apariencias. Porque seguro que tampoco ella había imaginado que el Mesías esperando nacería en un establo.

Confía, piensa, espera y actúa. Tiene entre los brazos al Hijo de Dios, a su hijo. Y mientras espera a ver cómo se las arregla Dios para que ese bebé sea el Mesías Salvador, ella lo cuida.

Lo mira, lo contempla mientras resuenan en sus oídos las palabras de los pastores. Mientras vuelven a su corazón las palabras del ángel: “-El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios.”

Y mira a Jesús dormido en su regazo. “Será santo”, ahora solo es un bebé. Ahora es mi hijo pequeño que ha nacido en un establo y todo ha ido bien.

Oración

María, Madre de Dios y madre de un niño nacido en un establo, enséñanos a descubrir las promesas de Dios presentes en nuestra realidad. Pide para nosotras una visión larga y profunda como la tuya. ¡Amén!

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Los pastores.

Domingo, 1 de enero de 2023
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05-Jesus-es-anunciado-a-los-pastoresLc 2, 16-21

«Los pastores fueron corriendo y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre».

Para los ricos, los poderosos, los sagrados, los sabios y los santos, aquella noche fue una noche más; no se enteraron de nada de lo que había ocurrido en Belén. Solo los pastores analfabetos y marginados recibieron la buena noticia. «Aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».

No es casual la permanente alusión a los humildes como destinatarios de la Palabra, lo que nos lleva a recordar aquella invocación de Jesús que nunca jamás tomamos en serio porque es una malísima noticia para nosotros: «Te doy gracias Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has revelado a la gente sencilla»

Y es que nosotros somos muy sabios. Sabemos mucho más del evangelio que lo que nadie ha sabido en ninguna otra época de la historia. Somos capaces de conocer de manera fidedigna la fe de las primeras comunidades y, a través de los Testigos, el mensaje genuino de Jesús. Pero eso no es todo, sino que además sabemos filosofía clásica y filosofía oriental, y nos encanta elaborar teorías metafísicas respecto a la esencia de Dios y del ser humano y darles el rango de verdades incuestionables.

Somos tan sabios, que corremos el riesgo de creernos más listos que los cristianos de las primeras comunidades en cuyo seno surgieron los evangelios, y elaborar una fe a nuestra medida; mucho más erudita, mucho más propia de gente iniciada, y mucho menos interpelante; una fe a la medida de los sabios y prudentes e inasequible a la gente sencilla. Corremos el riesgo de supeditar la Palabra a la gnosis; de aceptarla solo en la medida en que nos parezca razonable y acorde a los principios metafísicos que mejor cuadren a nuestra condición ilustrada.

Corremos el riesgo de olvidar que el cristiano no es el que escucha la Palabra, sino el que la escucha y responde a ella; que lo que puede dar sentido a nuestra vida no es el mero conocimiento, sino la respuesta; y que, sin respuesta, acabaremos siendo muy sabios, pero nos estaremos perdiendo la buena Noticia… Que, para un cristiano, responder es aceptar la misión de crear humanidad; es decir, la misión de colaborar en el proyecto de Dios: «Id por el mundo y proclamad el evangelio a todas las gentes».

Corremos el riesgo de no sentirnos concernidos; de sustituir la compasión por la elucubración estéril y el servicio por la crítica (a los demás, claro). Corremos el riesgo de no acercarnos al evangelio desde la fe, sino desde la razón y la prepotencia; en definitiva, de quedarnos mirando al dedo que nos señala la luna, y perdernos el espectáculo fascinante de la luna brillando en la noche rodeada de un cortejo de miles de estrellas.

«Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído».

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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María meditaba y saboreaba en su corazón.

Domingo, 1 de enero de 2023
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pastoresLc 2,16-21

“En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre.” Lc 2, 16

Con el cuerpo muy dolorido después del parto, María meditaba todo lo que se le había comunicado y lo guardaba dentro para saborearlo profundamente en su corazón. Su gozo era inmenso en medio de un hecho tan cotidiano como dar a luz aunque las circunstancias fueran más que difíciles, contradictorias. En su corazón guardaba ese misterio que iría descubriendo a lo largo de su vida.

Ella abrió las puertas de su casa para acoger a la Palabra. Ya la había acogido cuando recibió el anuncio del ángel y la fue acogiendo siempre, aunque no la entendiera, como verdadera discípula, incluso cuando le producía un dolor casi insoportable: ver el rechazo hacia su hijo hasta llegar a ser testigo de su muerte.

Acoger la Palabra y vivir su mensaje liberador no es tarea fácil para nadie. Hay mucha gente que la acoge con alegría al principio pero luego la va abandonando no de una manera drástica sino con una cierta indiferencia, mediocridad que hace que la luz que un día entró en su vida se vaya apagando hasta dejarla apagar del todo.

Por eso hoy, primer día del año celebramos la presencia de María en medio de nosotrxs como compañera de camino; como madre de quien nos muestra el camino de irnos haciendo hijos e hijas de Dios.

El Antiguo Testamento nos presenta mediadores, como Moisés, que se comunican con Dios para que ellos después se comuniquen con el pueblo. Los israelitas no pensaban que era posible un “cara a cara con Dios” a pesar de la cercanía de sus palabras, de la ternura expresada una y otra vez a través de los profetas. Dios, Padre-Madre, sólo busca la felicidad de sus hijos e hijas.

Esa bendición que hemos oído: El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti…el Señor se fije en ti y te conceda la paz suena todavía lejano…viene a través de un mediador.

Jesús, nacido de mujer es hijo, Hijo de Dios, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.

¡Despertad!, parece que nos dice San Pablo en la carta a los Gálatas. Se os ha regalado el Espíritu de Jesús porque sois hijos para que paséis de ser esclavas a ser hijas, para que disfrutéis de la herencia que se os regala, no por vuestros méritos sino por ser quienes sois.

Cuando nos mantenemos en una relación infantil con Dios, en el nivel básico de buscar que mis necesidades queden cubiertas, que cumpla con mis deseos de salud, de bienestar económico…estoy todavía en ese nivel de niño-niña que ni intuye lo que supone ser hijo-a.

Irse haciendo hijo es ir tomando responsabilidad de mi propia vida, sin culpar a las circunstancias ni a los demás de mi destino. Es saberme rodeada de un amor sin límites, mirada, protegida, respetada, sostenida. Pero sobre todo es saber cuál es mi ADN, dónde están mis raíces y a qué familia pertenezco.

A los hijos solo nos nace bendecirles –“decir bien”– de ellos y ellas, porque sí,  son nuestros, pero no nos pertenecen, de eso nos damos cuenta enseguida; les creemos capaces de lograr mucho más de lo que hemos logrado nosotros; sólo buscamos su  bienestar, su máxima realización. Y cuando “bien decimos” de ellos vemos cómo la palabra crea, hace posible, transforma la realidad, cambia la mirada…y por eso no nos cansamos de recordarles de qué son capaces y a qué están llamadas.

No celebramos estos días únicamente el nacimiento de Jesús, celebramos que ese niño es hijo, y que aquellos que le acogemos nos vamos haciendo hijos por la adhesión a su persona: hijos e hijas como Jesús, libres y con capacidad de liberar a muchos del yugo de la Ley que esclaviza.

Cada año celebramos la venida de Jesús, la llamada a descubrir nuestra condición, a entrar en otro nivel de conciencia. Para ello hace falta silencio, soledad, desprendernos de muchas cosas para llegar a lo esencial, para llegar a la libertad plena.

Cuando de veras nos sentimos, no solo nos sabemos, hijos e hijas el gozo es inmenso: hemos dado con el tesoro. El tesoro que viene en forma de pobreza de pequeñez, de anonimato…

Ese tesoro que guardamos en el corazón y que nos impulsa a compartir después con tantos hermanos y hermanas de muy diversas maneras.

Estrenamos un nuevo año y tenemos motivos para dejarnos llevar por el pesimismo ante tanto dolor y muerte, ante tanto sufrimiento sin sentido; también tenemos motivos para la esperanza. Dios camina con nosotros y nos bendice.

Carmen Notario, SFCC

Fuente espiritualidadintegradoracristiana.es

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Navidad: estar naciendo a lo que ya somos

Domingo, 1 de enero de 2023
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hand of a farmer nurturing a young green plant with natural green background / Protect and love nature concept Fiesta de María, «Madre de Dios»

1 enero 2023

Lc 2, 16-21

Para la tradición cristiana, Navidad evoca el nacimiento de Jesús, a quien se recibe como “el Hijo único de Dios”. Sin embargo, la comprensión profunda de lo que somos invita a dar un paso más, reconociendo que lo que es Jesús lo somos todos.

Tal comprensión constituye la clave fundamental de lectura de todos los llamados “misterios” cristianos. Todos ellos hablan de lo que somos. En concreto, Navidad es, a la vez, celebración y cuestionamiento. Celebración de nuestra verdadera identidad: somos lo no nacido. Y cuestionamiento sobre nuestro recorrido existencial: ¿vivo en coherencia con lo que soy?

En el nivel de la personalidad, somos como una persona que hubiera perdido u olvidado el mayor tesoro -nuestra verdadera identidad-, aquel capaz de liberarla de todas sus estrecheces. Ante ese hecho, puede sencillamente resignarse y seguir apenas sobreviviendo o puede ponerse en camino e iniciar la búsqueda, teniendo el anhelo como guía.

Caminar y buscar son modos concretos y operativos de “estar naciendo”, que -tal como enseñan todas las tradiciones sapienciales- no es otra cosa sino “recordar” o “despertar” a lo que ya somos (y habíamos “olvidado”).

Tal “olvido” -que alguna tradición ha nombrado como “pecado original”- se halla íntimamente relacionado con la naturaleza apropiadora de la mente. Es justamente la apropiación la que hace que, haciéndonos decir “mío” a todo lo que se halla a nuestro alcance, nuestra mente nos identifique con el yo particular -en el que nos estamos experimentando- y nos lleve a ignorar nuestra identidad real, la consciencia ilimitada.

Desde esta perspectiva, Navidad es una invitación a ponernos en camino, a iniciar la búsqueda, a dejarnos sorprender por la Totalidad que se hace manifiesta en un bebé “acostado en un pesebre”.

El bebé (el yo) es nuestra forma particular; lo que vive en él (la consciencia) es nuestra identidad.

¿Echo de menos el tesoro olvidado? ¿Estoy en actitud de búsqueda?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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No os aconsejo la paz, sino la victoria (Nietzsche) / La paz os dejo, pero no como la del mundo (Jesús)

Domingo, 1 de enero de 2023
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El-extraño-origen-de-algunas-costumbres-muy-comunes-4Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

01.- Feliz año nuevo.

    En primer lugar feliz tiempo, feliz año nuevo 2023, que el tiempo y la vida transcurran en paz.

    De los tres aspectos que contiene la celebración de hoy: el día de María la Madre del Señor, el comienzo del año nuevo y la Jornada por la paz, me voy a fijar y centrar la homilía en la paz, y ello porque llevamos casi un año con la guerra entre Rusia y Ucrania, guerra en la están implicadas muchas naciones de Europa y América. Además existen otras guerras más o menos larvadas: Haití, Afganistán, Etiopía, Israel-Palestina, etc.

02.- Paz personal.

    El primer paso (no en el tiempo, pero sí en la vida personal) es la paz interior. Si no estoy en paz conmigo mismo, difícilmente viviré y construiré paz.

    El miedo e incertidumbre ante la vida, ante la culpa, el sentimiento de culpabilidad, el ansia de poder,, el complejo de superioridad étnica, racial, la prepotencia económica, el sentimiento de no sentirse amado pueden generar desasosiego, falta de serenidad y paz interior.

    En muchas situaciones no vivimos ni transmitimos paz, porque no la tenemos nosotros mismos.

    La aceptación serena de mi existencia –y la de los demás- con las limitaciones que podamos tener es fuente de paz interior.

    La paz interior comienza  cuando no somos ambiciosos ni pretendemos grandes cosas en la vida más allá de nuestra debilidad. Lo expresa bien el salmo 130:

Señor, mi corazón no es ambicioso,

ni mis ojos altaneros;

no pretendo grandezas

que superan mi capacidad;

sino que acallo y modero mis deseos,

como un niño en brazos de su madre.

La paz es serenidad del alma, tranquilidad del espíritu, sencillez del corazón.

    Y una vez que mi vida está en calma: estando ya mi casa sosegada, que dice S Juan de la Cruz habremos iniciado el camino de la paz.

03.- Paz social / mundial.

    Tensiones y conflictos, guerras, han surgido y surgen siempre por el instinto de dominio del ser humano. Han habido y hay guerras por pretensiones de prepotencia territorial (fronteras), por razones y odios étnicos (el super-hombre), por fanatismos religiosos (guerras de religión), por motivos económicos, etc…

Y las guerras nunca terminan en la paz. No es cierto el dicho latino que ha llegado hasta nuestros días: si vis pacem, para bellum: si quieres la paz, prepara la guerra.

El resultado de la guerra nunca es la paz. De una guerra salen vencedores y vencidos, pero no pueblos y gentes en paz.

A este respecto –y por desgracia- hay que recordar a Nietzsche, que por medio de Zaratustra (“Así habló Zaratustra”) decía. “No os aconsejo el trabajo, sino la lucha. No os aconsejo la paz, sino la victoria. La guerra y el valor han hecho más cosas grandes que el amor al prójimo”.

¿No es esta la actitud de algún o algunos líderes políticos y religiosos fanáticos de nuestro tiempo?

04.- Con humildad creemos y amemos la paz

Jesús, como buen judío dijo: “shalom” (paz, bienestar). Aunque Jesús dijo y sembró una paz, pero no como la desea el mundo: mi paz os dejo, mi paz os doy, pero no como la da el mundo, (Jn 14, 27-28)

Todavía hoy, cuando un judío saluda a otro con “shalom” (paz) no le desea sólo que no le hagan la guerra y que no le acosen sus vecinos. “Shalom” no es sólo bíblicamemte la ausencia de guerra. Es como un resumen de todos los bienes salvíficos. Desear “shalom” es desearle a uno la paz interior y exterior, la acogida, la fraternidad, el estar a favor del bien del otro, la armonía consigo mismo y con la naturaleza, la sintonía profunda con la vida y con el cosmos, la inefable paz con Dios.

05.- La paz os dejo, mi paz os doy.

    Jesús fue hombre de paz: bienaventurados los que trabajan por la paz. Pero la paz que Jesús nos deja no es como la de este mundo: mi Reino no es como los de este mundo. La paz que Jesús nos deja: la paz os dejo, mi paz os doy, no brota de los misiles y bombardeos, de la destrucción bélica o de la prepotencia nacional, racial o económica, sino que la paz de Jesús surge de otros criterios y valores como el respeto y estima de los seres humanos, el amor, el perdón.

    La paz de Jesús serena el alma y el corazón: No se turbe vuestro corazón, ni tengáis miedo. (Jn 14,17)

    Que durante el año que comenzamos y durante toda nuestra vida vivamos en la paz del Señor, seamos trabajadores de la paz.

 

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“La madre”. Santa María, Madre de Dios – A (Lucas 2,16-21)

Miércoles, 1 de enero de 2020
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A muchos puede extrañar que la Iglesia haga coincidir el primer día del nuevo año civil con la fiesta de Santa María Madre de Dios. Y, sin embargo, es significativo que, desde el siglo IV, la Iglesia, después de celebrar solemnemente el nacimiento del Salvador, desee comenzar el año nuevo bajo la protección maternal de María, Madre del Salvador y Madre nuestra.

Los cristianos de hoy nos tenemos que preguntar qué hemos hecho de María estos últimos años, pues probablemente hemos empobrecido nuestra fe eliminándola demasiado de nuestra vida.

Movidos, sin duda, por una voluntad sincera de purificar nuestra vivencia religiosa y encontrar una fe más sólida, hemos abandonado excesos piadosos, devociones exageradas, costumbres superficiales y extraviadas.

Hemos tratado de superar una falsa mariolatría en la que, tal vez, sustituíamos a Cristo por María y veíamos en ella la salvación, el perdón y la redención que, en realidad, hemos de acoger desde su Hijo.

Si todo ha sido corregir desviaciones y colocar a María en el lugar auténtico que le corresponde como Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia, nos tendríamos que alegrar y reafirmar en nuestra postura.

Pero ¿ha sido exactamente así? ¿No la hemos olvidado excesivamente? ¿No la hemos arrinconado en algún lugar oscuro del alma junto a las cosas que nos parecen de poca utilidad?

Un abandono de María, sin ahondar más en su misión y en el lugar que ha de ocupar en nuestra vida, no enriquecerá jamás nuestra vivencia cristiana, sino que la empobrecerá. Probablemente hemos cometido excesos de mariolatría en el pasado, pero ahora corremos el riesgo de empobrecemos con su ausencia casi total en nuestras vidas.

María es la Madre de Cristo. Pero aquel Cristo que nació de su seno estaba destinado a crecer e incorporar a sí numerosos hermanos, hombres y mujeres que vivirían un día de su Palabra y de su gracia. Hoy María no es solo Madre de Jesús. Es la Madre del Cristo total. Es la Madre de todos los creyentes.

Es bueno que, al comenzar un año nuevo, lo hagamos elevando nuestros ojos hacia María. Ella nos acompañará a lo largo de los días con cuidado y ternura de madre. Ella cuidará nuestra fe y nuestra esperanza. No la olvidemos a lo largo del año.

José Antonio Pagola

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“Encontraron a María y a José, y al niño. A los ocho días, le pusieron por nombre Jesús”. Miércoles 1 de enero de 2020. Santa María Madre De Dios, Jornada Mundial de la Paz

Miércoles, 1 de enero de 2020
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07-navidada3-cerezoDe Koinonia:

Números 6,22-27: Invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.
Salmo responsorial: 66: El Señor tenga piedad y nos bendiga.
Gálatas 4,4-7: Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer.
Lucas 2,16-21: Encontraron a María y a José, y al niño. A los ocho días, le pusieron por nombre Jesús.

Litúrgicamente, hoy es la fiesta de «Santa María Madre de Dios»; es también la «octava de Navidad», y por tanto el recuerdo de «la circuncisión de Jesús», celebración judía que se celebraba al octavo día del nacimiento de los niños, y en la que se les imponía el nombre. Para nosotros, hombres y mujeres de hoy, esos tres componentes de la festividad litúrgica de hoy nos aparecen como muy lejanos, extraños, tal vez irrelevantes para nuestra vida… tanto por el lenguaje que en que son expresados, como por el «imaginario religioso» al que pertenecen…

Pero, por otra parte, hoy es también el primer día del año civil, «¡Año Nuevo!», y la Jornada Mundial por la Paz, celebración esta que, aunque originalmente procede una iniciativa eclesiástica católica, ha alcanzado una notable aceptación en la sociedad, gozando ya de un cierto estatuto civil.

Como se puede ver, pues, hay una buena distancia entre la conmemoración litúrgica y los motivos «modernos» de celebración. Esta distancia, que se repite en otras fechas, con bastante frecuencia, habla por sí misma de la necesidad de «actualizar» el calendario litúrgico, y, mientras esa tarea no sea acometida oficialmente por quien corresponde, será preciso que los agentes de pastoral tengan creatividad y audacia para reinterpretar el pasado, abandonar lo que está muerto, y recrear el espíritu y a veces la letra misma y los símbolos de las celebraciones.

Pero veamos en primer lugar los textos bíblicos que la ordenación litúrgica posconciliar nos deparó.

Nm 2,22-27 es la llamada bendición aaronítica (de Aarón), porque se afirma que Dios la reveló a Moisés para que éste a su vez la enseñara a Aarón y a sus hijos, los sacerdotes de Israel, para que con ella bendijeran al pueblo. Seguramente fue usada ampliamente en el antiguo Israel. Incluso se ha encontrado grabada en plaquetas metálicas para llevar al cuello, o atada de algún modo al cuerpo, como una especie de amuleto. Arqueológicamente dichas plaquetas datan de la época del 2º templo, es decir, del año 538 AC en adelante. Bien nos viene una bendición de parte de Dios al comenzar el año: que su rostro amoroso brille sobre todos nosotros como prenda de paz. La paz tan anhelada por la humanidad entera, y lamentablemente tan esquiva. Pero es que no basta con que Dios nos bendiga por medio de sus sacerdotes. No basta que él nos muestre su rostro. Aquí no se trata de bendiciones mágicas sino de un llamado a empeñarnos también nosotros en la consecución y construcción de la paz: con nosotros mismos, en nuestro entorno familiar, con los cercanos y los lejanos, con la naturaleza tan maltratada por nuestras codicias; paz con Dios, Paz de Dios.

Buen comienzo del año éste de la bendición. El refrán popular ha consagrado ese deseo de “volver a comenzar” que sentimos todos al llegar esta fecha: “Año nuevo, vida nueva”. Uno quisiera olvidar los errores, limpiarse de las culpas que molestan en la propia conciencia, estrenar una página nueva del libro de su vida, y empezarla con buen pie, dando rienda suelta a los mejores deseos de nuestro corazón… Por eso es bueno comenzar el año con una bendición en los labios, después de escuchar la bendición de Dios en su Palabra.

Bendigamos al Señor por todo lo que hemos vivido hasta ahora, y por el nuevo año que pone ante nuestros ojos: nuevos días por delante, nuevas oportunidades, tiempo a nuestra disposición… Alabemos al Señor por la misericordia que ha tenido con nosotros hasta ahora. Y también porque nos va a permitir ser también nosotros una bendición en este nuevo año que comienza: bendición para los hermanos y bendición para Dios mismo. Año nuevo, vida nueva, bendición de Dios.

Gál 4,4-7 es una apretada síntesis de lo que Pablo nos enseña en tantos otros pasajes de sus cartas. En primer lugar, nos dice que el tiempo que vivimos es de plenitud, porque en él Dios ha enviado a su Hijo, no de cualquier manera, sino «nacido de mujer y nacido bajo la ley», es decir, semejante en todo a nosotros, en nuestra humanidad y en nuestros condicionamientos históricos. Pero este abajamiento del Hijo de Dios, nos ha alcanzado la más grande de las gracias: la de llegar a ser, todos nosotros los seres humanos, sin exclusión alguna, hijos de Dios, capaces de llamarlo «Abba», es decir, Padre. Nuestra condición filial fundamenta una nueva dignidad de seres humanos libres, herederos del amor de Dios. Parecerían hermosas palabras, nada más, frente a tantos sufrimientos y miserias que todavía experimentamos, pero se trata de que pongamos de nuestra parte para que la obra de Jesucristo se haga realidad. Se trata de que nos apropiemos de nuestra dignidad de hijos libres, rechazando los males personales y sociales que nos agobian, luchando juntos contra ellos. Esto implica una tarea y una misión: la de hacernos verdaderos hijos de Dios, a nosotros y a nuestros hermanos que desconocen su dignidad.

Nacido de mujer, nacido bajo la ley, nos recuerda Pablo (Gál 4,4). Nació en la debilidad, en la pobreza, fuera de la ciudad, en la cueva, porque no hubo para ellos lugar en la posada… Nace en la misma situación que el conjunto del pueblo, los sencillos, los humildes, los sin poder.

Este nacimiento real y concreto es asumido por Dios para abrazar en el amor a todos los que la tradición había dejado fuera. Es la visita real de aquel que, por simple misericordia, nos da la gracia de poder llamar a Dios con la familiaridad de Abba -“papito”- y la posibilidad de considerar a todos los hombres y mujeres hermanos muy amados.

En Jesús, nacido de María -la mujer que aceptó ser instrumento en las manos de Dios para iniciar la nueva historia- todos los seres humanos hemos sido declarados hijos y no esclavos, hemos sido declarados coherederos, por voluntad del Padre. La bendición o benevolencia de Dios para los seres humanos da un gran paso: Dios ya no bendice con palabras, ahora bendice a todos los seres humanos y aun a toda la creación, con la misma persona de su Hijo, que se hace hermano de todos. Y nadie queda marginado de su amor.

“Ha aparecido la bondad de Dios” en Jesús, y es hora de alegría estremecida, para hacer saber al mundo -y a la creación misma- que Dios ha florecido en nuestra tierra y todos somos depositarios de esa herencia de felicidad.

Lc 2,16-21, en el lenguaje «intencionado» que por ser un género literario (“evangelio de la infancia”) utiliza con sus signos, Jesús no nace entre los grandes y poderosos del mundo sino, muy en la línea de Lucas, entre los pequeños y los humildes; como los pastores de Belén, que no son meras figuras decorativas de nuestros «belenes», pesebres o nacimientos, sino que eran, en los tiempos de Jesús, personas mal vistas, con fama de ladrones, de ignorantes y de incapaces de cumplir la ley religiosa judía. A ellos en primer lugar llaman los «ángeles» a saludar y a adorar al Salvador recién nacido. Ellos se convierten en pregoneros de las maravillas de Dios que habían podido ver y oír por sí mismos. Algo similar pasa con María y José: no eran una pareja de nobles ni de potentados, eran apenas un humilde matrimonio de artesanos, sin poder ni prestigio alguno. Pero María, la madre, «guardaba y meditaba estos acontecimientos en su corazón», y seguramente se alegraba y daba gracias a Dios por ellos, y estaba dispuesta a testimoniarlo delante de los demás, como lo hizo delante de Isabel, entonando el Magníficat.

Todo ello dentro de una composición teológica más elaborada de lo que su aparente ingenuidad pudiera insinuar. En todo caso, la simplicidad, la pobreza, la llaneza del relato y de lo relatado casan perfectamente con el espíritu de la Navidad.

La «maternidad divina de María», motivo oficial de la celebración litúrgica de hoy, y uno de los tres «dogmas» marianos -si se puede hablar así-, es una formulación que hace tiempo «chirría» en los oídos de quien la escucha desde una imagen de Dios adulta y crítica. Como ocurre con tantos otros «dogmas» y tradiciones tenidas como tales, el pueblo cristiano las ha amalgamado fantásticamente con los evangelios, llegando a pensar que provienen directamente del evangelio.

Pablo no conoció a Jesús, ni tampoco se encontró con María. El versículo Gál 4,4 que hoy leemos, es «todo lo que Pablo dice de María». Ni siquiera cita su nombre. En el cristianismo, la maternidad divina de María es, claramente, una construcción eclesial: ni los evangelios ni Pablo saben nada de ella, y no será formulada ni «declarada» hasta el siglo V.

En este contexto, es importante desempolvar y recordar la historia de tal «dogma», con la conocida «manipulación» del concilio de Éfeso, en el año 431, cuando Cirilo de Alejandría forzó y consiguió la votación antes de que llegaran los padres antioqueños, que representaban en el Concilio la opinión contraria. Se dice que el Pueblo cristiano acogió con entusiasmo esta declaración mariana, pero hay que añadir que se trata de los habitantes de Éfeso, la ciudad de la antigua «Gran Diosa Madre», la originaria diosa-virgen Artemisa, Diana… La fórmula de Éfeso, en cualquier caso, ha sido siempre tenida como sospechosa de concebir la filiación divina y la encarnación en términos «monofisitas», que hasta cosifican a Dios, como si se pudiera procrear a Dios y no más bien a un hombre en el que, en cuanto Hijo de Dios, Dios mismo se nos hace patente a la fe… (Nos estamos refiriendo a lo que dice Hans Küng, en Ser cristiano, Cristiandad, Madrid 1977, pág. 584ss).

El título «madre de Dios» no es bíblico, como es sabido. Para el evangelio María es siempre, nada más y nada menos que «la madre de Jesús», un título tan entrañable, real e histórico, que acabará sepultado y abandonado en la historia bajo un montón de otros títulos y advocaciones construidos eclesiásticamente. San Agustín (siglos IV y V) todavía no conoce himnos ni oraciones ni festividades marianas. El primer ejemplo de una invocación directa a María lo encontramos en el siglo V, en el himno latino Salve Sancta Parens.

La Edad Media europea dará rienda suelta a su imaginario teológico y devocional respecto de María. Mientras los primitivos Padres de la Iglesia todavía hablan de las posibles imperfecciones morales de María, en el siglo XII aparece la opinión de su exención del pecado, tanto del personal como del «original». En el mismo siglo XII aparece el Avemaría. El ángelus en el XIII. El rosario en el XIII-XIV. El mes de María y el mes del rosario en el XIX-XX. Los puntos culminantes de esta evolución serán la definición de la «inmaculada concepción de María» (1854, por Pío IX) y la definición de la «asunción de María en cuerpo y alma al cielo» (1950, por Pío XII). Momentos finales de este apogeo mariano son la «consagración del mundo al Corazón de María» en 1942 y 1954, por Pío XII.

Pero todo este marianismo remitió con sorprendente rapidez con el Concilio Vaticano II, que renunció a nuevos «dogmas» y desechó la anterior mariología «cristotípica» (característica de la escuela mariológica española preconciliar), dando paso a una comprensión mariológica mucho más sobria, bíblica e histórica, en la línea «eclesiotípica» (de la escuela alemana principalmente). Aunque la veneración a María (hyper-dulía), superior a la tributada a los santos (dulía), siempre fue distinguida teóricamente de la dada a Dios (latría), lo cierto es que en la religiosidad popular muchas veces María fungió como un verdadero «correlato femenino de la divinidad», y su condición de criatura, de discípula de Jesús y miembro de la Iglesia casi fueron olvidadas (en forma paralela a lo que ocurrió con Jesús respecto de su humanidad).

Hoy, la imagen conciliar de María que la Iglesia tiene es la de «la madre de Jesús», desmitificada, despojada de tantas adherencias fantásticas como se le habían puesto encima a lo largo de la historia: María es una cristiana, muy cercana a Jesús, una «discípula» suya, un destacado miembro de la Iglesia: la «madre de Jesús», en un título insustituible que le da el mismo evangelio, y a cuyo uso muchos creyentes vuelven en la actualidad, prefiriéndolo al creado en el siglo V. La Constitución dogmática Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, en su capítulo octavo (nn. 52-69) ofrece todavía la mejor síntesis de la mariología para nuestros tiempos. El Concilio Vaticano II nos sigue marcando el camino, también en mariología. A la hora de predicar sobre María, debemos remitirnos, necesariamente, a ese capítulo octavo de la Lumen Gentium.

Concluimos. Seguimos estando en tiempo de Navidad, tiempo en el que la ternura, el amor, la fraternidad, el cariño familiar… se nos hacen más palpables que nunca. La ternura de Dios hacia nosotros, que se expresó en el niño de Belén, inunda nuestra vida, en las luces de colores, los adornos navideños, los villancicos y las reuniones familiares. Todo ayuda a ello en este tiempo todavía de Navidad. Dejemos recalar estos sentimientos en nuestro corazón, para que perduren a lo largo de todo el año.

Al comenzar el año, al poner el pie por primera vez en este nuevo regalo que el Señor nos hace en nuestra vida, vamos a agradecerle con todo el corazón la alegría de vivir, la oportunidad maravillosa que nos da de seguir amando y siendo amados, y la capacidad que nos ha dado para cambiar y rectificar.

Otro enfoque válido y provechoso de la homilía podría orientarse hacia el tema de la Jornada Mundial de la Paz… así como hacia el hecho del Año Nuevo, que si bien es algo simplemente convencional, astronómicamente insignificante, tiene el valor simbólico inevitable y profundo de recordarnos el inexorable paso del tiempo… Leer más…

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1.1.20. Año Nuevo: María, Madre de Dios; Dios de la Carne de María (1)

Miércoles, 1 de enero de 2020
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A0AC767F-3026-46E1-A255-A52F08BBD168Del blog de Xabier Pikaza:

Caro cardo salutis 2020
La humanidad: historia carnal de Dios

Celebra hoy (1.1.20) el conjunto de la humanidad la fiesta del comienzo del año del Sol. La iglesia celebra, al mismo tiempo, la fiesta de María, Madre del Dios/Sol encarnado, que es Jesús.  Felicidades a todos, los que de un modo y/u otro, la celebran.

    En ese contexto quiero presentar (en tres o cuatro postales/aportaciones) el sentido cristiano de María, que no es sólo una figura intra-eclesial, vinculada a la experiencia de los fieles que la evocan e invocan, la sientan cercana y la exaltan como signo de presencia amorosa y salvadora de Dios, sino también, sino también un signo central de la historia de occidente, que ha influido en el arte (pintura, escultura, literatura, música),  en la imaginación y en la vida más honda de millones y millones de personas que la han tomado como expresión y garantía de la “carne de Dios”,encarnada por ella en Jesús.

39F83C2A-28EB-4575-8B3F-25D4E4B8360CAsí dicen los cristianos que ella es Virgen (la Virgen), pero virgen de carne y hueso, de humanidad gozosa y doliente, es decir, de encarnación.  Si hoy podemos afirmar que Dios se hace carne en la carne de la historia (enfermos y encarcelados, hambrientos y exiliados, desnudos y explotados, y todas las mujeres y los hombres) es porque Dios ha hecho carne en (por) la Carne de María, en contra de todo escapismo espiritualista y de todo posible sistema de imposición de los poderosos.

Por eso, lo que celebramos este Año Nuevo no es la fiesta del Espíritu contra la carne, sino la fiesta de la  carne espiritualizada, elevada, salvada (siendo precisamente carne, no espíritu inmaterial) como dice la Iglesia desde antiguo, con una frase famosa de Tertuliano, en contra de los  místicos‒espiritualistas, que se evadían de la “carne”, para refugiarse en un Dios y Cristo de fantasía  imaginaria, afirmaba: Caro, cardo salutis, el cardo o quicio, la puerta y la vía de salvación es la “carne”, , la misma vida humana, espiritualizada y transformada como carne (¡sin dejar la encarnación, sino por ella!), la Virgen‒Carne de María.

DDC9582E-64F2-46A1-92FB-EAA8F36B1CAB¿Por qué se habla de carne de mujer y no de varón? Por algo muy simple: Porque la “carne de mujer” se ha visto desde antiguo (al menos en un contexto semita y bíblico) como signo de impureza, de sangre peligrosa (menstrual, puerperal…), como carne para ser violada por varones de carne poderosa, como recuerda de forma lapidaria el libro de Job, en la gran queja de 14, 1: El hombre (varón),nacido de mujer… corto de días, harto de inquietudes, como flor que se abre y marchita

En ese contexto, la maldición concreta del hombre (varón fuerte) no ha sido la de “haber nacido” (como dice Calderón de la Barca), sino la de haber nacido de mujer.Pues bien, en contra de eso,  la “inversión” mayor del cristianismo es la certeza de que el el Verbo de Dios (Dios mismo) se ha hecho carne, y no de un modo general, por un milagro “extra‒carnal” de encarnación en el Espíritu, sino por el milagro más grande de la Carne Espiritualizada de María, como sabe. la mario‒logía cristiana, que trata del “logos” o palabra carnal de Santa María de la Encarnación, como indica esta fiesta del 1 de Enero, Año Nuevo, Fiesta de la Puerta de Carne (carne‒persona, humanidad concreta, para bien de hombres y mujeres), que es la Puerta (Ianua Coeli), puerta del cielo, de María,  como seguiré indicando, hoy y en los dos días siguientes. Feliz Año Nuevo, con María, carne de Dios, Dios encarnado, a todos los amigos y lectores.

Mariologías de la Biblia. Punto de partida

CFFB8A2C-2148-4408-BB1F-256DC362EDBC  María ha sido una persona concreta, en un contexto cultural, social y familiar muy definido. No es un puro símbolo, una idea general (eterno femenino), ni una diosa. Ella ha sido y sigue siendo una mujer histórica bien determinada, mujer de carne y hueso, de Nazaret de Galilea, madre y seguidora de un pretendiente mesiánico judío. Así debemos recordarla, por su tarea única e irrepetible, vinculada a Jesús, su hijo, y al cristianismo primitivo.

Hay otros hombres y mujeres importantes en la historia humana y religiosa (Moisés y Mahoma, Buda o Confucio, Sócrates o Mani), pero ninguno ha desarrollado una tarea mesiánica como la de Jesús, ni ha muerto como él, ni le han visto como resucitado, ni ha sido declarado hijo de Dios por sus creyentes. Pues bien, a su lado, los cristianos han recordado la figura de María por su función de madre y por su tarea particular como persona y miembro de la iglesia. Ningunas de las otras madres o mujeres de los profetas y fundadores citados ha tenido su importancia. Los seguidores de Jesús no sólo han seguido recordando a su Madre, sino que han recreado su figura creyentes, de manear que podemos hablar de una mariología de la historia y de varias mariologías de la fe.

− Historia: mujer concreta.No son muchas las cosas que de ella sabemos en un nivel de puros hecho, pero son muy importantes y significativas. 1) Era una mujer judía, de una familia creyente, significativa, de Nazaret de Galilea; se llamaba María y estaba desposada con José. 2) Fue madre de Jesús, con quien se relacionó de forma dramática; pero tuvo también una familia más extensa, compuesta por varones y mujeres que el Nuevo Testamento llama normalmente hermanos de Jesús y que parecen ser hijos de María. 3) Tras la muerte de Jesús, ella perteneció a la comunidad de seguidores de su hijo y ejerció un papel importante dentro de la iglesia, que la ha recordado.

− Varias mariologías: María, figura de fe.El Nuevo Testamento ha recordado a María porque ella forma parte del misterio de Jesús, su hijo, y ha expresado de diversas formas su sentido, desde su experiencia radical de “encarnación” es decir de “carne histórica”. En ese sentido, la única fe mariana de la Iglesia se expresa en diversas formas de mariología, que se diversifican según los lugares y estilos de las comunidades, reflejándose así en la teología de los diversos escritos del Nuevo Testamento. Este es un fenómeno poco valorado, perodefine el pasado y futuro de las mariologías, que pueden vincularse y se vinculan desde los credos que afirman que Jesús fue “concebido por obra del Espíritu Santo y nació de la Virgen María”.

Partiendo de Jesús. Dos mariologías básicas[1]

09E6BB0A-374A-4227-BFA3-D2E13D091BF9 Con ocasión de las fiestas de Pascua, Jesús, hijo de una mujer llamada María, subió a Jerusalén, para ofrecer su proyecto de Reino. Le siguieron los Doce, algunas mujeres y otros simpatizantes. Pero fue rechazado por los representantes del Templo, que se sintieron amenazados por las consecuencias sociales y sacrales de su mensaje. Todo nos permite suponer que su mensaje fue discutido y en parte aceptado, de manera que las autoridades del Templo actuaron por miedo (cf. Mc 11, 15-15; 14, 1-2.57). Algunos discípulos le traicionaron y negaron (cf. 14, 43-50.66-72). Los jerarcas romanos le crucificaron. De esa forma surgieron varios grupos convergentes de “cristianos”, seguidores del Cristo Jesús judío, hijo de María:

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01 Enero. Solemnidad de Santa María Madre de Dios. Ciclo A

Miércoles, 1 de enero de 2020
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Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas esas cosas, meditándolas en su corazón.”

(Lc2, 16-21)

Celebramos hoy la Solemnidad de María, Madre de Dios y con ella estrenamos este nuevo año, con toda la ilusión y con toda la resaca de ayer.

Si la noche de ayer estaba llena de propósitos y bueno deseos el día de hoy es un reclamo para “ponernos en marcha”. Para hacer realidad todas esas ilusiones.

María tiene en sus brazos al hijo que acaba de nacer. La realidad de un bebé frágil y necesitado que depende en gran medida de ella. Pero recibe la visita de los pastores que hablan de ilusiones, de cosas que sucederán, de lo que llegará a ser ese niño… Y ella escucha.

Como buena israelita escucha. Escucha con atención y medita en su corazón lo que oye y lo que vive. Une, con esfuerzo y empeño, la fragilidad del bebé que sostiene en sus brazos, con las ilusiones que despierta en los pastores. El presente con la promesa de futuro.

De nuevo confía y se compromete. Aunque sus ojos ven fragilidad (acaba de dar a luz en un establo fuera de la ciudad porque no había sitio para ellos…) confía en las promesas de Dios.

Sabe escuchar, en la voz de los pastores, el acento de la voz de Dios y también sabe ver más allá de las apariencias. Porque seguro que tampoco ella había imaginado que el Mesías esperando nacería en un establo.

Confía, piensa, espera y actúa. Tiene entre los brazos al Hijo de Dios, a su hijo. Y mientras espera a ver cómo se las arregla Dios para que ese bebé sea el Mesías Salvador, ella lo cuida.

Lo mira, lo contempla mientras resuenan en sus oídos las palabras de los pastores. Mientras vuelven a su corazón las palabras del ángel: “-El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios.”

Y mira a Jesús dormido en su regazo. “Será santo”, ahora solo es un bebé. Ahora es mi hijo pequeño que ha nacido en un establo y todo ha ido bien.

Oración

María, Madre de Dios y madre de un niño nacido en un establo, enséñanos a descubrir las promesas de Dios presentes en nuestra realidad. Pide para nosotras una visión larga y profunda como la tuya. ¡Amén!

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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A nuestra imagen y semejanza

Miércoles, 1 de enero de 2020
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cristo-en-casa-de-sus-padres-millais-1¿Un Dios nacido en las cadenas de producción y montaje de la Factoría Humanidad?  (Klaas Hendrikse)

1 de enero Octava de la Navidad

Gál 4, 4-7 Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer

Lc 2, 16-21

Al verlo, les contaron lo que les habían dicho del niño. Y todos los que lo oyeron se asombraban de lo que contaban los pastores

Los Reyes Magos saben de Jesús, según el relato evangélico de Lucas, lo que los demás les habían dicho. Y cuantos lo oyeron se asombraban de lo que contaban los pastores. Las Biblias de todas las religiones son escritos de pluma y pensamiento humano. En su libro Croire en un Dieu qui n’existe pas, Klaas Hendrikse (1947) afirma que Todo lo que se dice de Dios procede del hombre. De ahí términos como todopoderoso, eterno, omnipresente, creador. Un camino que no parece adecuado: partir de Dios para llegar al hombre. Lo idóneo es lo contrario: partir del hombre para llegar  a Dios. De nosotros, de la vida, de las experiencias de la gente. De la necesidad de la mente humana batallando por configurarle a nuestra imagen y semejanza y no al contrario, como se afirma en el Génesis 1, 26.

Este pastor protestante de la parroquia holandesa de Middelburg y que subtitula su obra Manifeste d’un pasteur athée, añade en su obra esta frase: ¿Un Dios nacido en las cadenas de producción y montaje de la Factoría Humanidad? La Reverenda Kirsten Slattennar, líder de la misma iglesia (la Iglesia del Éxodo) piensa igual que Klass cuando, refiriéndose a Jesús, rechaza la idea central para el Cristianismo de que era divino y humano a la vez. Y manifiesta: “Creo que ‘Hijo de Dios’ es una especie de título. No creo que fuera un dios o mitad dios. Yo creo que era un hombre, pero era un hombre especial”. Posición doctrinal defendida ya por el arrianismo en el siglo IV.

Conocido es el texto del poeta y filósofo griego Jenófanes (570-475 a.C.) sobre cuestiones teológicas: “Chatos, negros: así ven los etíopes a sus dioses. De ojos azules y rubios: así ven a sus dioses los tracios. Pero si los bueyes, caballos y leones tuvieran manos, manos como las personas para dibujar, para pintar, para crear una obra de arte, entonces los caballos pintarían a los dioses semejantes a los caballos, los bueyes semejantes a los bueyes, y a partir de sus figuras crearían las formas de los cuerpos divinos según su propia imagen: cada uno según la suya”.

¿Cuándo se cambiará el rimbombante “Palabra de Dios” del final de la lectura del evangelio dominical, por un sencillo y respetuoso silencio?

Pedro Casaldáliga (1928), pensador, poeta y obispo de Sao Félix de Araguala, Brasil,  nos señala en sus versos que lo importante es vivir en esta tierra nuestra.

POEMAS (Fragmentos)

“¿Por dónde iréis hasta el cielo
si por la tierra no vais?
¿Para quién vais al Carmelo
si subís y no bajáis?”

(Salmos de vigilia)

“Esta es la tierra nuestra
…la tierra de los hombres
que caminan por ella
a pie desnudo y pobre.
Que en ella crecen, de ella,
para crecer con ella,
como troncos de espíritu y de carne.”

(Tierra nuestra, libertad)

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Abrirnos al asombro y la liberación de Dios.

Miércoles, 1 de enero de 2020
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pastoresLc 2, 16-21

Lc 2,16-21

La capacidad de asombro de los pastores puede ser una buena disposición para iniciar el nuevo año. Lo contrario al asombro es la rutina. El ya me lo sé o el siempre ha sido así nos hace inmunes al milagro cotidiano de la vida y sus señales. Necesitamos seguir aprendiendo cada día a mirar con hondura la realidad en sus gestos más pequeños e insignificantes y poner especial atención en lo que el poder y su lógica invisibiliza o desprecia. Quizás solo así captemos el misterio de Amor que la habita.

El Dios de Jesús no es el Dios que lo tiene todo preparado, atado y bien atado, no es el Dios de la inercia o la rutina, sino el Dios que lo hace todo nuevo y por eso nos urge a la renovación permanente y nunca a la instalación (Ap 21, 4). Es el Dios que por no “atar” las cosas ni cerrarlas no cierra ni la creación, por eso nos invita a ser co-creadores y co-creadoras con Él en una creación continua a través del trabajo y la acción humana. Es el Dios de la sorpresa y la libertad; una libertad humana que conduce a situaciones imprevisibles. ¿Cómo descubrimos y experimentamos esta novedad, en nuestra vida, en nuestros contextos, en la historia? ¿Qué quiere hacer Dios de nuevo en nosotras y con nosotras, en nuestros ambientes este año que empieza?

El Dios encarnado, vulnerable, hecho niño, acostado en un pesebre, que se nos revela en Jesús de Nazaret nos urge a no cansarnos de seguir posando nuestra mirada y sensibilidad no en los primeros planos de la historia, ni en los personajes principales, sino en los secundarios y en su revés. La salvación, la liberación que anhelamos acontece en lo cotidiano y desde los últimos y últimas. Requiere también abrirnos a la pedagogía de los procesos y lo seminal, porque como nos recuerda el papa Francisco: “De las semillas de esperanza sembradas en las periferias olvidadas del planeta, de esos brotes de ternura que lucha por subsistir en la oscuridad de la exclusión, crecerán árboles grandes, surgirán bosques tupidos de esperanza para oxigenar el mundo” (Discurso del papa Francisco en el II Encuentro con los movimientos populares, Bolivia, 2015)

Jesús, el hijo de María, nacido de mujer (Gal 4,4) toma de ella su carne y se hace buena noticia de liberación también para nosotras las mujeres. Por eso el espíritu de Evangelio nos urge a no acostumbrados ni naturalizar la violencia de género ni la feminización de la pobreza y a no cansarnos en la lucha por una sociedad y una iglesia donde ninguna mujer sea excluida, hasta que la dignidad sea costumbre, porque ya nadie puede ser esclava, sino que por voluntad del Amor somos herederas de la liberación de Dios (Gal 4,6-7)

Como María de Nazaret guardemos también nuestras perplejidades en el corazón.

Pepa Torres Pérez

Fuente Fe Adulta

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La salida al problema de la muerte no está en el hospital, sino está en la resurrección, no en el hospital. La salida al tiempo está en la eternidad.

Miércoles, 1 de enero de 2020
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imagesDel blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

  1. feliz año nuevo. consideraciones sobre el tiempo.

En primer lugar feliz año nuevo, feliz vida.

         Los años, los meses son una división artificial del tiempo. De hecho la humanidad computa el tiempo con diversos cómputos provenientes de diversos acontecimientos-criterios.

  • o El calendario gregoriano es el actualmente utilizado de manera oficial en casi todo el mundo. Así denominado por ser su promotor el Papa Gregorio XIII. Vino a sustituir en 1582 al calendario juliano, utilizado desde que Julio César lo instaurara en el año 46 aC. Nuestro calendario parte del nacimiento de Cristo.

¿Qué es el tiempo?

No es fácil saber y definir lo que sea el tiempo. Decía San Agustín: Si no me preguntas, sé lo que es; en cuanto me peguntas, no sé lo que es.

 “Ayer” ya pasó; “mañana” todavía no es. Vivimos entre lo que “ya no es” porque pasó y lo que “todavía no es”, porque “no ha llegado” El “presente” es algo muy fugaz, rápido, se nos escapa como el agua entre las manos. Nuestra existencia transcurre y la vamos llenando de vivencias, acontecimientos, “historia e historias”.

Recordamos fragmentos de nuestra más lejana infancia: los abuelos, el caserío, el pueblo, las fiestas, tal vez una enfermedad, algunas muertes. Más adelante en la adolescencia hicimos las primeras opciones en los estudios, en la vida religiosa, en los primeros balbuceos afectivos. Más tarde trabajamos, estudiamos, tomamos otras opciones de hondo calado: matrimonio, hijos, sacerdocio, vida religiosa, opciones también políticas, sindicales, culturales, etc. En el transcurrir de la vida hemos vivido acontecimientos densos: la muerte de nuestros padres, de alguno de nuestros hermanos, quizás la vida nos ha deparado enfermedades, hemos asistido a acontecimientos políticos notables: la dictadura, conflictos culturales en el euskera; Aranzazu por los años 1950-1960. En la iglesia, hemos vivido acontecimientos muy importantes positivos como el Concilio Vaticano II; también hemos vivido otras momentos eclesiásticas han sido de muy baja calidad.

El tiempo no son los calendarios y agendas que una cierta ilusión estrenamos cada año, cada curso. Decía San Agustín (354-430) que:

El tiempo acontece en el alma, en la intimidad de la propia persona. El tiempo de la existencia humana es la distensión, el transcurrir del alma humana.[1]

         Podemos pensar que el tiempo son todas las vivencias que hemos tenido en nuestro transcurrir. Nuestro pasado personal y colectivo (pueblo – Iglesia) están presentes hoy en nuestra vida. El preconcilio, aquella educación moral férrea, el hambre que pasamos en la larga postguerra en cierto sentido están hoy presentes en nuestra alma (pensamiento), en nuestro modo de pensar e interpretarnos e interpretar la historia

Posiblemente el primer calendario, desde luego el primer calendario laboral es o está en el Génesis. Dios crea los astros, de los que el hombre se ha servido para medir el tiempo, los ritmos de la vida, el día la noche, mares, océanos, etc. En el Génesis encontramos una medición mítica de la semana y del trabajo: el primer día, el segundo, tercero, etc. y el séptimo descanso.

En cierto sentido somos una síntesis de lo que fuimos y lo que queremos ser en el futuro. El futuro al que aspiramos condiciona también nuestro momento presente

  1. El tiempo nos individualiza

         Desconozco cómo estará la cuestión de la clonación. Supongamos que la ciencia sea capaz de clonar un ser humano.[2] Por muy exacto o igual que resulte al copia, el tiempo y la historia los individualizará y surgirán personas distintas: los éxitos y los fracasos, los encuentros y desencuentros los configurarán de manera diversa. Es una cuestión semejante a la de los gemelos, por muy iguales que sean, el tiempo, la historia los hará individuos diferentes.

La historia es principio de individuación. Naturalmente que un ser humano es individuo por naturaleza, por y con los genes y alma que Dios y la vida le han dotado. Pero no es menos cierto que uno es tal por el momento histórico en el que ha nacido, el espacio y época en que vive, la familia, la religión, la cultura, economía y sociedad, en las que vive. Evidentemente que una mujer africana y otra mujer europea son “iguales” a natura, pero no es menos evidente que “no son iguales”, porque la historia (el tiempo y el lugar) las diferencia. No estamos lejos del “yo soy yo y mi circunstancia” de Ortega y Gasset. No es lo mismo haber nacido en el medioevo, en la época tridentina o en la era de la informática. Tal vez por la clonación se logre fabricar individuos “incluso iguales” genéticamente: la historia se encargará de “personalizarlos e individualizarlos” por sus opciones, salud y enfermedades, por sus recorridos existenciales.

  1. Del cronómetro al tiempo vivido: kronos y kairós.

El tiempo medido, el calendario es algo distinto al tiempo vivido.

Cuando estamos enfermos, una noche se nos hace “eterna” y no pasa nunca. Cuando estamos sumidos en un problema, un conflicto, el tiempo es infinitamente “más largo” a cuando estamos en una situación amable, más o menos feliz.

Muy tempranamente en la iglesia al tiempo vivido serenamente como salvación le comenzaron a denominar kairós: tiempo salvifico.

         El nuestro no es un tiempo ciego y un mero transcurrir, sino que estamos en un tiempo, en una historia de salvación. Cristo es el centro del tiempo: principio y fin. Nuestro tiempo y nuestra historia, como la de Cristo, termina en la eternidad.

  1. Ex memoria, spes: La esperanza nace de nuestra memoria, de nuestro recuerdo.

         Esto es algo que los hijos de la ilustración no aceptamos de buen grado, porque pensamos que la salida a la vida está en el progreso y en el futuro de la ciencia, cuando en realidad la salida al tiempo, a la vida (y a la muerte) está en el pasado vivido por Cristo. La salida al problema de la vida -y de la muerte- está en la resurrección, no en el hospital.

         La salida al tiempo está en la eternidad.

  1. Como María.

         En este día de año nuevo, celebramos la fiesta de María, la como Madre del Señor. En el transcurrir de nuestra vida, tengamos la actitud de María, que meditaba todas estas cosas, guardándolas en su corazón.

[1] San AGUSTÍN, Las confesiones, libro XI, cp 26, n 33

[2] No es el momento de entrar ahora en la cuestión moral

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“La madre”. Santa María, Madre de Dios – A (Lucas 2,16-21)

Domingo, 1 de enero de 2017
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06-stamaria-a-600x942A muchos les puede extrañar que la Iglesia haga coincidir el primer día del nuevo año civil con la fiesta de Santa María, Madre de Dios. Y, sin embargo, es significativo que, desde el siglo IV, la Iglesia, después de celebrar solemnemente el nacimiento del Salvador, desee comenzar el año nuevo bajo la protección maternal de María, Madre del Salvador y Madre nuestra.

Los cristianos de hoy nos tenemos que preguntar qué hemos hecho de María estos últimos años, pues probablemente hayamos empobrecido nuestra fe eliminándola de manera inconsciente de nuestra vida.

Movidos, sin duda, por una voluntad sincera de purificar nuestra vivencia religiosa y encontrar una fe más solida, hemos abandonado excesos piadosos, devociones exageradas, costumbres superficiales y extraviadas. Hemos tratado de superar una falsa mariolatría en la que tal vez sustituíamos a Cristo por María y veíamos en ella la salvación, el perdón y la redención, que, en realidad, hemos de acoger de su Hijo.

Si todo ha sido corregir desviaciones y colocar a María en el lugar auténtico que le corresponde como Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia, nos tendríamos que alegrar y reafirmar en nuestra postura. Pero, ¿ha sido exactamente así? ¿No la hemos olvidado excesivamente? ¿No la hemos arrinconado en algún lugar oscuro del alma junto a las cosas que nos parecen de poca utilidad?

El abandono de María, sin ahondar más en su misión y en el lugar que ha de ocupar en nuestra vida, no enriquecerá jamás nuestra vivencia cristiana, sino que la empobrecerá. Probablemente hayamos cometido excesos de mariolatría en el pasado, pero ahora corremos el riesgo de empobrecernos con su ausencia casi total en nuestras vidas.

María es la Madre de Jesús. Pero aquel Cristo que nació de su seno estaba destinado a crecer e incorporar a numerosos hermanos, hombres y mujeres que vivirían un día de su Palabra y de su Espíritu. Hoy María no es solo Madre de Jesús. Es la Madre del Cristo total. Es la Madre de todos los creyentes.

Es bueno que, al comenzar un año nuevo, lo hagamos elevando nuestros ojos hacia María. Ella nos acompañará a lo largo de los días con cuidado y ternura de madre. Ella cuidará nuestra fe y nuestra esperanza. No la olvidemos a lo largo del año.

José Antonio Pagola

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“Encontraron a María y a José, y al niño. A los ocho días, le pusieron por nombre Jesús”. Domingo 1 de enero de 2017. Santa María Madre De Dios, Jornada Mundial de la Paz

Domingo, 1 de enero de 2017
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07-navidada3-cerezoDe Koinonia:

Números 6,22-27: Invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.
Salmo responsorial: 66: El Señor tenga piedad y nos bendiga.
Gálatas 4,4-7: Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer.
Lucas 2,16-21: Encontraron a María y a José, y al niño. A los ocho días, le pusieron por nombre Jesús.

Litúrgicamente, hoy es la fiesta de «Santa María Madre de Dios»; es también la «octava de Navidad», y por tanto el recuerdo de «la circuncisión de Jesús», celebración judía que se celebraba al octavo día del nacimiento de los niños, y en la que se les imponía el nombre. Para nosotros, hombres y mujeres de hoy, esos tres componentes de la festividad litúrgica de hoy nos aparecen como muy lejanos, extraños, tal vez irrelevantes para nuestra vida… tanto por el lenguaje que en que son expresados, como por el «imaginario religioso» al que pertenecen…

Pero, por otra parte, hoy es también el primer día del año civil, «¡Año Nuevo!», y la Jornada Mundial por la Paz, celebración esta que, aunque originalmente procede una iniciativa eclesiástica católica, ha alcanzado una notable aceptación en la sociedad, gozando ya de un cierto estatuto civil.

Como se puede ver, pues, hay una buena distancia entre la conmemoración litúrgica y los motivos «modernos» de celebración. Esta distancia, que se repite en otras fechas, con bastante frecuencia, habla por sí misma de la necesidad de «actualizar» el calendario litúrgico, y, mientras esa tarea no sea acometida oficialmente por quien corresponde, será preciso que los agentes de pastoral tengan creatividad y audacia para reinterpretar el pasado, abandonar lo que está muerto, y recrear el espíritu y a veces la letra misma y los símbolos de las celebraciones.

Pero veamos en primer lugar los textos bíblicos que la ordenación litúrgica posconciliar nos deparó.

Nm 2,22-27 es la llamada bendición aaronítica (de Aarón), porque se afirma que Dios la reveló a Moisés para que éste a su vez la enseñara a Aarón y a sus hijos, los sacerdotes de Israel, para que con ella bendijeran al pueblo. Seguramente fue usada ampliamente en el antiguo Israel. Incluso se ha encontrado grabada en plaquetas metálicas para llevar al cuello, o atada de algún modo al cuerpo, como una especie de amuleto. Arqueológicamente dichas plaquetas datan de la época del 2º templo, es decir, del año 538 AC en adelante. Bien nos viene una bendición de parte de Dios al comenzar el año: que su rostro amoroso brille sobre todos nosotros como prenda de paz. La paz tan anhelada por la humanidad entera, y lamentablemente tan esquiva. Pero es que no basta con que Dios nos bendiga por medio de sus sacerdotes. No basta que él nos muestre su rostro. Aquí no se trata de bendiciones mágicas sino de un llamado a empeñarnos también nosotros en la consecución y construcción de la paz: con nosotros mismos, en nuestro entorno familiar, con los cercanos y los lejanos, con la naturaleza tan maltratada por nuestras codicias; paz con Dios, Paz de Dios.

Buen comienzo del año éste de la bendición. El refrán popular ha consagrado ese deseo de “volver a comenzar” que sentimos todos al llegar esta fecha: “Año nuevo, vida nueva”. Uno quisiera olvidar los errores, limpiarse de las culpas que molestan en la propia conciencia, estrenar una página nueva del libro de su vida, y empezarla con buen pie, dando rienda suelta a los mejores deseos de nuestro corazón… Por eso es bueno comenzar el año con una bendición en los labios, después de escuchar la bendición de Dios en su Palabra.

Bendigamos al Señor por todo lo que hemos vivido hasta ahora, y por el nuevo año que pone ante nuestros ojos: nuevos días por delante, nuevas oportunidades, tiempo a nuestra disposición… Alabemos al Señor por la misericordia que ha tenido con nosotros hasta ahora. Y también porque nos va a permitir ser también nosotros una bendición en este nuevo año que comienza: bendición para los hermanos y bendición para Dios mismo. Año nuevo, vida nueva, bendición de Dios.

Gál 4,4-7 es una apretada síntesis de lo que Pablo nos enseña en tantos otros pasajes de sus cartas. En primer lugar, nos dice que el tiempo que vivimos es de plenitud, porque en él Dios ha enviado a su Hijo, no de cualquier manera, sino «nacido de mujer y nacido bajo la ley», es decir, semejante en todo a nosotros, en nuestra humanidad y en nuestros condicionamientos históricos. Pero este abajamiento del Hijo de Dios, nos ha alcanzado la más grande de las gracias: la de llegar a ser, todos nosotros los seres humanos, sin exclusión alguna, hijos de Dios, capaces de llamarlo «Abba», es decir, Padre. Nuestra condición filial fundamenta una nueva dignidad de seres humanos libres, herederos del amor de Dios. Parecerían hermosas palabras, nada más, frente a tantos sufrimientos y miserias que todavía experimentamos, pero se trata de que pongamos de nuestra parte para que la obra de Jesucristo se haga realidad. Se trata de que nos apropiemos de nuestra dignidad de hijos libres, rechazando los males personales y sociales que nos agobian, luchando juntos contra ellos. Esto implica una tarea y una misión: la de hacernos verdaderos hijos de Dios, a nosotros y a nuestros hermanos que desconocen su dignidad.

Nacido de mujer, nacido bajo la ley, nos recuerda Pablo (Gál 4,4). Nació en la debilidad, en la pobreza, fuera de la ciudad, en la cueva, porque no hubo para ellos lugar en la posada… Nace en la misma situación que el conjunto del pueblo, los sencillos, los humildes, los sin poder.

Este nacimiento real y concreto es asumido por Dios para abrazar en el amor a todos los que la tradición había dejado fuera. Es la visita real de aquel que, por simple misericordia, nos da la gracia de poder llamar a Dios con la familiaridad de Abba -“papito”- y la posibilidad de considerar a todos los hombres y mujeres hermanos muy amados.

En Jesús, nacido de María -la mujer que aceptó ser instrumento en las manos de Dios para iniciar la nueva historia- todos los seres humanos hemos sido declarados hijos y no esclavos, hemos sido declarados coherederos, por voluntad del Padre. La bendición o benevolencia de Dios para los seres humanos da un gran paso: Dios ya no bendice con palabras, ahora bendice a todos los seres humanos y aun a toda la creación, con la misma persona de su Hijo, que se hace hermano de todos. Y nadie queda marginado de su amor.

“Ha aparecido la bondad de Dios” en Jesús, y es hora de alegría estremecida, para hacer saber al mundo -y a la creación misma- que Dios ha florecido en nuestra tierra y todos somos depositarios de esa herencia de felicidad.

Lc 2,16-21, en el lenguaje «intencionado» que por ser un género literario (“evangelio de la infancia”) utiliza con sus signos, Jesús no nace entre los grandes y poderosos del mundo sino, muy en la línea de Lucas, entre los pequeños y los humildes; como los pastores de Belén, que no son meras figuras decorativas de nuestros «belenes», pesebres o nacimientos, sino que eran, en los tiempos de Jesús, personas mal vistas, con fama de ladrones, de ignorantes y de incapaces de cumplir la ley religiosa judía. A ellos en primer lugar llaman los «ángeles» a saludar y a adorar al Salvador recién nacido. Ellos se convierten en pregoneros de las maravillas de Dios que habían podido ver y oír por sí mismos. Algo similar pasa con María y José: no eran una pareja de nobles ni de potentados, eran apenas un humilde matrimonio de artesanos, sin poder ni prestigio alguno. Pero María, la madre, «guardaba y meditaba estos acontecimientos en su corazón», y seguramente se alegraba y daba gracias a Dios por ellos, y estaba dispuesta a testimoniarlo delante de los demás, como lo hizo delante de Isabel, entonando el Magníficat.

Todo ello dentro de una composición teológica más elaborada de lo que su aparente ingenuidad pudiera insinuar. En todo caso, la simplicidad, la pobreza, la llaneza del relato y de lo relatado casan perfectamente con el espíritu de la Navidad.

La «maternidad divina de María», motivo oficial de la celebración litúrgica de hoy, y uno de los tres «dogmas» marianos -si se puede hablar así-, es una formulación que hace tiempo «chirría» en los oídos de quien la escucha desde una imagen de Dios adulta y crítica. Como ocurre con tantos otros «dogmas» y tradiciones tenidas como tales, el pueblo cristiano las ha amalgamado fantásticamente con los evangelios, llegando a pensar que provienen directamente del evangelio.

Pablo no conoció a Jesús, ni tampoco se encontró con María. El versículo Gál 4,4 que hoy leemos, es «todo lo que Pablo dice de María». Ni siquiera cita su nombre. En el cristianismo, la maternidad divina de María es, claramente, una construcción eclesial: ni los evangelios ni Pablo saben nada de ella, y no será formulada ni «declarada» hasta el siglo V.

En este contexto, es importante desempolvar y recordar la historia de tal «dogma», con la conocida «manipulación» del concilio de Éfeso, en el año 431, cuando Cirilo de Alejandría forzó y consiguió la votación antes de que llegaran los padres antioqueños, que representaban en el Concilio la opinión contraria. Se dice que el Pueblo cristiano acogió con entusiasmo esta declaración mariana, pero hay que añadir que se trata de los habitantes de Éfeso, la ciudad de la antigua «Gran Diosa Madre», la originaria diosa-virgen Artemisa, Diana… La fórmula de Éfeso, en cualquier caso, ha sido siempre tenida como sospechosa de concebir la filiación divina y la encarnación en términos «monofisitas», que hasta cosifican a Dios, como si se pudiera procrear a Dios y no más bien a un hombre en el que, en cuanto Hijo de Dios, Dios mismo se nos hace patente a la fe… (Nos estamos refiriendo a lo que dice Hans Küng, en Ser cristiano, Cristiandad, Madrid 1977, pág. 584ss).

El título «madre de Dios» no es bíblico, como es sabido. Para el evangelio María es siempre, nada más y nada menos que «la madre de Jesús», un título tan entrañable, real e histórico, que acabará sepultado y abandonado en la historia bajo un montón de otros títulos y advocaciones construidos eclesiásticamente. San Agustín (siglos IV y V) todavía no conoce himnos ni oraciones ni festividades marianas. El primer ejemplo de una invocación directa a María lo encontramos en el siglo V, en el himno latino Salve Sancta Parens.

La Edad Media europea dará rienda suelta a su imaginario teológico y devocional respecto de María. Mientras los primitivos Padres de la Iglesia todavía hablan de las posibles imperfecciones morales de María, en el siglo XII aparece la opinión de su exención del pecado, tanto del personal como del «original». En el mismo siglo XII aparece el Avemaría. El ángelus en el XIII. El rosario en el XIII-XIV. El mes de María y el mes del rosario en el XIX-XX. Los puntos culminantes de esta evolución serán la definición de la «inmaculada concepción de María» (1854, por Pío IX) y la definición de la «asunción de María en cuerpo y alma al cielo» (1950, por Pío XII). Momentos finales de este apogeo mariano son la «consagración del mundo al Corazón de María» en 1942 y 1954, por Pío XII.

Pero todo este marianismo remitió con sorprendente rapidez con el Concilio Vaticano II, que renunció a nuevos «dogmas» y desechó la anterior mariología «cristotípica» (característica de la escuela mariológica española preconciliar), dando paso a una comprensión mariológica mucho más sobria, bíblica e histórica, en la línea «eclesiotípica» (de la escuela alemana principalmente). Aunque la veneración a María (hyper-dulía), superior a la tributada a los santos (dulía), siempre fue distinguida teóricamente de la dada a Dios (latría), lo cierto es que en la religiosidad popular muchas veces María fungió como un verdadero «correlato femenino de la divinidad», y su condición de criatura, de discípula de Jesús y miembro de la Iglesia casi fueron olvidadas (en forma paralela a lo que ocurrió con Jesús respecto de su humanidad).

Hoy, la imagen conciliar de María que la Iglesia tiene es la de «la madre de Jesús», desmitificada, despojada de tantas adherencias fantásticas como se le habían puesto encima a lo largo de la historia: María es una cristiana, muy cercana a Jesús, una «discípula» suya, un destacado miembro de la Iglesia: la «madre de Jesús», en un título insustituible que le da el mismo evangelio, y a cuyo uso muchos creyentes vuelven en la actualidad, prefiriéndolo al creado en el siglo V. La Constitución dogmática Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, en su capítulo octavo (nn. 52-69) ofrece todavía la mejor síntesis de la mariología para nuestros tiempos. El Concilio Vaticano II nos sigue marcando el camino, también en mariología. A la hora de predicar sobre María, debemos remitirnos, necesariamente, a ese capítulo octavo de la Lumen Gentium.

Concluimos. Seguimos estando en tiempo de Navidad, tiempo en el que la ternura, el amor, la fraternidad, el cariño familiar… se nos hacen más palpables que nunca. La ternura de Dios hacia nosotros, que se expresó en el niño de Belén, inunda nuestra vida, en las luces de colores, los adornos navideños, los villancicos y las reuniones familiares. Todo ayuda a ello en este tiempo todavía de Navidad. Dejemos recalar estos sentimientos en nuestro corazón, para que perduren a lo largo de todo el año.

Al comenzar el año, al poner el pie por primera vez en este nuevo regalo que el Señor nos hace en nuestra vida, vamos a agradecerle con todo el corazón la alegría de vivir, la oportunidad maravillosa que nos da de seguir amando y siendo amados, y la capacidad que nos ha dado para cambiar y rectificar.

Otro enfoque válido y provechoso de la homilía podría orientarse hacia el tema de la Jornada Mundial de la Paz… así como hacia el hecho del Año Nuevo, que si bien es algo simplemente convencional, astronómicamente insignificante, tiene el valor simbólico inevitable y profundo de recordarnos el inexorable paso del tiempo… Leer más…

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A nuestra imagen y semejanza

Domingo, 1 de enero de 2017
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cristo-en-casa-de-sus-padres-millais-1¿Un Dios nacido en las cadenas de producción y montaje de la Factoría Humanidad?  (Klaas Hendrikse)

1 de enero Octava de la Navidad

Gál 4, 4-7 Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer

Lc 2, 16-21

Al verlo, les contaron lo que les habían dicho del niño. Y todos los que lo oyeron se asombraban de lo que contaban los pastores

Los Reyes Magos saben de Jesús, según el relato evangélico de Lucas, lo que los demás les habían dicho. Y cuantos lo oyeron se asombraban de lo que contaban los pastores. Las Biblias de todas las religiones son escritos de pluma y pensamiento humano. En su libro Croire en un Dieu qui n’existe pas, Klaas Hendrikse (1947) afirma que Todo lo que se dice de Dios procede del hombre. De ahí términos como todopoderoso, eterno, omnipresente, creador. Un camino que no parece adecuado: partir de Dios para llegar al hombre. Lo idóneo es lo contrario: partir del hombre para llegar  a Dios. De nosotros, de la vida, de las experiencias de la gente. De la necesidad de la mente humana batallando por configurarle a nuestra imagen y semejanza y no al contrario, como se afirma en el Génesis 1, 26.

Este pastor protestante de la parroquia holandesa de Middelburg y que subtitula su obra Manifeste d’un pasteur athée, añade en su obra esta frase: ¿Un Dios nacido en las cadenas de producción y montaje de la Factoría Humanidad? La Reverenda Kirsten Slattennar, líder de la misma iglesia (la Iglesia del Éxodo) piensa igual que Klass cuando, refiriéndose a Jesús, rechaza la idea central para el Cristianismo de que era divino y humano a la vez. Y manifiesta: “Creo que ‘Hijo de Dios’ es una especie de título. No creo que fuera un dios o mitad dios. Yo creo que era un hombre, pero era un hombre especial”. Posición doctrinal defendida ya por el arrianismo en el siglo IV.

Conocido es el texto del poeta y filósofo griego Jenófanes (570-475 a.C.) sobre cuestiones teológicas: “Chatos, negros: así ven los etíopes a sus dioses. De ojos azules y rubios: así ven a sus dioses los tracios. Pero si los bueyes, caballos y leones tuvieran manos, manos como las personas para dibujar, para pintar, para crear una obra de arte, entonces los caballos pintarían a los dioses semejantes a los caballos, los bueyes semejantes a los bueyes, y a partir de sus figuras crearían las formas de los cuerpos divinos según su propia imagen: cada uno según la suya”.

¿Cuándo se cambiará el rimbombante “Palabra de Dios” del final de la lectura del evangelio dominical, por un sencillo y respetuoso silencio?

Pedro Casaldáliga (1928), pensador, poeta y obispo de Sao Félix de Araguala, Brasil,  nos señala en sus versos que lo importante es vivir en esta tierra nuestra.

POEMAS (Fragmentos)

“¿Por dónde iréis hasta el cielo
si por la tierra no vais?
¿Para quién vais al Carmelo
si subís y no bajáis?”

(Salmos de vigilia)

“Esta es la tierra nuestra
…la tierra de los hombres
que caminan por ella
a pie desnudo y pobre.
Que en ella crecen, de ella,
para crecer con ella,
como troncos de espíritu y de carne.”

(Tierra nuestra, libertad)

Vicente Martínez

Funte Fe Adulta

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Nacer entre pastores: Un escándalo

Domingo, 1 de enero de 2017
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b3ae2b1ff554a163cc0a9a4d283094e6Lc 2, 16-21

El texto del evangelio de este domingo no es la crónica de un suceso. Si fuera así, nos quedaríamos indiferentes, porque se trataría de un hecho que ocurrió hace dos mil años. Ha pasado mucho tiempo.

San Lucas ofrece una catequesis, una interpretación teológica, que fue una Buena Noticia en su tiempo. ¿La percibimos hoy como Buena Noticia?

Empezamos por recrear el texto para acercarnos a la realidad social de los pastores en tiempos de Jesús.

Una noche más, los pastores de Belén pasan la noche al raso, reunidos junto al fuego. El cielo está repleto de estrellas. Ellos charlan, mientras aguardan con paciencia a que Tomás acabe de hacer las sopas, para tomar un tazón bien lleno y entrar en calor.

– ¡Qué vida tan dura la nuestra! Cuidamos los rebaños ajenos y a cambio solo recibimos la comida de cada día. ¿Cuándo cambiará nuestra suerte?

– Hace falta que llegue el Mesías para liberarnos de los romanos.

– Es verdad, pero ¿quién nos libra de los avaros que nos oprimen? Si las tierras y la riqueza estuvieran mejor repartidas podríamos tener nuestros propios rebaños.

– El Mesías se ha olvidado de nosotros. Hace siglos que lo esperamos y no llega.

– ¿Creéis que si viniera se iba a acordar de un grupo de pastores? No os hagáis ilusiones.

– Claro que se acordará. Los profetas anunciaron que llegaría un buen pastor para Israel.  

– Eso fue hace siglos. Ahora los pastores somos considerados gentuza. Todo el mundo nos desprecia y nos llama ladrones.

– No entienden que a veces nos llevamos un cordero a casa porque tenemos que alimentar a nuestra familia. Si los dueños lo comprendieran no tendríamos que robarlos del rebaño, nos lo darían, que nuestro trabajo lo merece.

– Y si un día viene  el Mesías ¿en qué lugar creéis que nacerá?

– Yo creo que en Jerusalén. Es la ciudad santa y ahora lo romanos la han llenado de basura. Que empiece a liberar a su pueblo en Jerusalén.  

– Allí no durará mucho, los romanos se encargarán pronto de hacerlo desaparecer, como han hecho con tantos jóvenes de nuestros pueblos, a los que han crucificado por protestar. ¿Qué hemos hecho para estar dominados desde hace siglos por pueblos extranjeros?

– Yo creo que debería nacer en Belén, porque es la ciudad del rey David y el Mesías es su descendiente; así lo dice la Escritura.

De repente, el anciano Melquisedec dio un grito, mientras señalaba con la mano en dirección a Belén:

– Mirad, mirad, ha habido un resplandor. Como si una estrella fugaz hubiera pasado sobre el pueblo, iluminándolo todo.

– Yo no he visto nada. Creo que tienes mucha hambre y ves visiones. En cuanto estén las sopas,  tomate un buen cuenco.

 – Os he dicho que he visto algo. No me voy a quedar aquí sentado. ¿Y si es una señal del cielo?

 El anciano se levantó y se puso a caminar en dirección al pueblo. Poco a poco se fueron levantando otros pastores y le siguieron, hasta que el grupo se perdió de vista en la oscuridad de la noche.

Al día siguiente, la expresión de sus rostros daba fe de que algo había ocurrido esa noche en Belén.

——————

San Lucas intercala en su evangelio multitud de señales. Aparentemente son signos sin importancia. Ni siquiera hace falta que sean datos históricos, esas señales son catequesis, interpretaciones teológicas muy sugerentes.

Una señal es Belén. Los otros tres evangelistas no se detienen en este dato. Para Lucas es el único lugar apropiado para situar el nacimiento, porque era la ciudad del rey David y Jesús era de su linaje.

La segunda señal consiste en situar el nacimiento de Jesús junto a los pastores, uno de los colectivos más empobrecidos y marginados de su tiempo. No sólo es una señal, sino un escándalo. Las  condiciones laborales de los pastores eran tan duras que tenían que recurrir a la picaresca para sobrevivir.

Los “sabios de este mundo” estaban en Jerusalén, leyendo e interpretando las Escrituras, sin percatarse del profundo cambio que ocurría en la humanidad.

Un colectivo marginado ve una señal, se levanta para ir a buscar, corre, mira, escucha, interpreta, responde, alaba a Dios y da testimonio de “todo lo que ha visto y oído”. Los pastores, marginados, se convierten en testigos. Estupenda lección de teología y de catequesis que debería interrogarnos hoy.

A los ocho días había que circuncidar a Jesús. No deja de ser curioso que una pequeña intervención, que facilitaba la higiene y la salud de los varones, se había convertido en la señal por excelencia de pertenencia a un pueblo. Y esa señal, que no podían tener las mujeres, conlleva desde hace siglos privilegios y poder en el ámbito judío.

Vamos a dar un paso más: quitamos  el envoltorio “inocente” del texto, para buscar la Buena Noticia que se anunció;  y traducimos hoy esa novedad para nuestro mundo.

Me atrevo a traducirla así: Jesús apostó de tal modo por los colectivos marginados de su tiempo que al narrar su nacimiento lo sitúan ya en esa perspectiva. Al ser circuncidado se convirtió en un hijo de la ley, en un varón judío con las prerrogativas de su tiempo. Pero con sus palabras y sus hechos se fue desmarcando de los privilegios que le otorgaba la circuncisión para vivir con plenitud como hijo del Abbá, despertarnos la filiación y acompañarnos en el proceso de crecer como hijos e hijas de Dios.

Marifé Ramos González

Fuente Fe Adulta

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