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Las “mujeres diácono” en la era apostólica y subapostólica, por Giancarlo Pani

Martes, 26 de septiembre de 2017
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image-13La figura de la mujer en la sociedad ha cambiado radicalmente en comparación a los tiempos antiguos, y las perspectivas para el futuro podrían cambiar en el seno de la iglesia. Por el momento, el Papa Francisco quiere escuchar a las mujeres con la guía del Espíritu y se ha comprometido a instituir una comisión para estudiar el papel de la mujer en la iglesia católica. Es por eso que en el siguiente post os dejamos una reflexión de carácter histórico de la mano del escritor Giancarlo Pani S.I.

El 12 de mayo de 2016, en ocasión de la audiencia general a las superioras generales de las órdenes religiosas, una hermana preguntó al papa Francisco por qué las mujeres estaban excluidas de los procesos de decisión en la Iglesia y de la predicación en la celebración eucarística, siendo así que, según sus mismas palabras, «el genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida de la Iglesia y de la sociedad».[1]

En su respuesta, Francisco hizo referencia a la existencia de diaconisas en la Iglesia antigua: «Parece que el papel de las diaconisas era ayudar en el bautismo de las mujeres […], también para hacer las unciones sobre el cuerpo de las mujeres».

Y tenían también otra tarea: «Cuando había un juicio matrimonial porque el marido golpeaba a la mujer y ella iba al obispo a lamentarse, las diaconisas eran las encargadas de ver las marcas en el cuerpo de la mujer por los golpes del marido e informar al obispo».

Por último dijo el Papa: «Quisiera constituir una comisión oficial que pueda estudiar la cuestión: creo que hará bien a la Iglesia aclarar este punto; estoy de acuerdo, y hablaré para hacer algo de este tipo».[2]

Tres meses más tarde, el 2 de agosto, el Papa hizo honor a su compromiso e instituyó la comisión para estudiar el tema del diaconado femenino sobre todo en la historia. La comisión ya ha comenzado su trabajo. En espera de conocer sus conclusiones, queremos realizar aquí una reflexión de carácter histórico.

Los Evangelios y las mujeres

La novedad saltó de inmediato a los medios del mundo católico y no católico, provocando reacciones diversas y opuestas. Algunos consideran que el diaconado permanente de las mujeres es un regreso a lo que estaba en vigor en la Iglesia antigua, y, por tanto, algo legítimo. Otros, por el contrario, lo consideran el primer paso hacia el sacerdocio de las mujeres y estiman que esto no es posible en la Iglesia católica.

Los Evangelios muestran, respecto de la mujer, una actitud nueva y positiva, libre de prejuicios: Jesús habla en público con mujeres, comportamiento que en la época se consideraba poco digno de un maestro. Él «se opone a todos los hombres que en nombre de la ley judía querían condenar a la adúltera, defiende el gesto afectuoso de María de Betania contra las críticas, alaba en la pecadora arrepentida una actitud de amor muy superior a la de Simón el fariseo, en el tiempo de la resurrección se aparece a María Magdalena antes de mostrarse a los apóstoles».[3] Esta última elección es, tal vez, la más significativa: el Señor confió a María Magdalena el primer mensaje de la resurrección, sobre el cual se funda el cristianismo, y su testimonio se difundió en el mundo entero mediante el anuncio evangélico.[4]

Jesús sabía bien que el testimonio de las mujeres iba a ser recibido como «delirio» (cf. Lc 24,11), pero las eligió igualmente para una tarea primordial de testimonio en la Iglesia y para iluminar a los mismos apóstoles.[5] Análogamente, la primera comunidad cristiana tiene un modo innovador de relacionarse con la mujer, hasta tal punto que este período es considerado por los estudiosos como «una primavera para el ministerio femenino. […] Varios historiadores están convencidos de que, en el tiempo de la primera evangelización, las mujeres no solo participaban en la misión, sino que dirigían también ekklēsíai domésticas».[6]

Las «mujeres diácono» en la era apostólica y subapostólica

En cuanto a las «mujeres diácono», pocos son los pasajes del Nuevo Testamento en los que se hace referencia a ellas. La carta a los Romanos habla de ellas en el último capítulo, donde Pablo dice: «Os recomiendo a Febe, nuestra hermana, que además es servidora [diákonos] de la Iglesia que está en Céncreas» (Rom 16,1). Febe es la única mujer diácono de la Iglesia del siglo I cuyo nombre se conoce.[7] Su condición de «diácono de la Iglesia» está en femenino,[8] algo puesto de manifiesto por la estructura misma de la frase, que hace resaltar su función diaconal pero sin especificar los ámbitos de servicio. Pablo le asocia otra cualificación, la de prostatis (el que se ocupa, el benefactor), para indicar otra tarea específica de Febe.[9]
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