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A uno que fue crucificado

Sábado, 31 de mayo de 2014
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Hoy 31 de mayo, se cumple un nuevo aniversario del nacimiento de Walt Whitman. Su nombre, su obra aparecen registrados en una larga y extensa bibliografía que da cuenta de sus trabajos, su vida, su poética. Sin embargo, casi doscientos años después, su mensaje esencial, su visión y rescate del hombre común, su clara conciencia de la función de la poesía, no como un mero ejercicio retórico sino como un don de todo ser humano que se ejerce, no al escribir sino al vivir, ha sido poco menos que ignorado. En esta nueva fecha, invitamos a volver sobre la lectura de sus obras, al aire libre, como él quería, para que puedan nutrirse de sus contenidos y multiplicarlos como la hierba, en medio de este planeta cada vez más desértico.

Del blog À Corps… À Coeur:

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Querido hermano, mi espíritu se une al tuyo,
No te apenes si muchos de los que te cantan hosannas
no te comprenden,
Yo que no te canto ni te adoro, te comprendo;
Con verdadera alegría te recuerdo ¡oh compañero! y al
recordarte te saludo lo propio que a los que aparecieron antes
que tú, y a los que vendrán después de mí,
Para todos laboremos el mismo surco, transmitiendo la
misma heredad y la misma cosecha,
Nosotros, la pequeña falange de los iguales, indiferente a
los países y a las edades;
Nosotros, que abarcamos todos los continentes, todas las
castas, todas las teologías;
Nosotros, los humanitarios, los discernidores, el fiel de la
balanza de los hombres comunes;
Nosotros, los que avanzamos en silencio en medio de las
disputas y de las afirmaciones, sin rechazar las personas ni
las ideas;
Escuchamos sus vocinglerías y sus tumultos, asaltados por
sus divisiones, sus celos, sus diatribas,
Envueltos, por momentos, en los círculos voraginosos de
sus comparsas.
No obstante, rebeldes á todo yugo, avanzamos libremente
por toda la tierra, la recorremos de Norte á Sur, de Este a
Oeste, hasta imprimir nuestro imborrable sello en el tiempo
y en todas las épocas,
Hasta que saturemos de nosotros el tiempo y las edades,
a fin de que los hombres y las mujeres de las futuras razas se
sientan y se confiesen hermanos y amigos como nosotros lo
somos.

*

Walt Whitman,

aceluiquifutcrucific3a9

***

 

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , ,

El Resucitado es el Crucificado. Lectura de la resurrección de Jesús desde los crucificados del mundo”, por Jon Sobrino, teólogo

Domingo, 20 de abril de 2014
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8461470921_30a1ef6ec4_zLeído en Koinonía:

Este número monográfico está dedicado a la resurrección de Jesús como acontecimiento y verdad fundamental para la fe cristiana. Queremos en este breve artículo recordar otra verdad no menos fundamental para la fe: que el resucitado no es otro que Jesús de Nazaret crucificado. No nos mueve a ello ningún a priori dolorista, como si no pudiera haber en la fe un momento de gozo y esperanza, ni tampoco ningún a priori dialéctico que fuese necesario conceptualmente para la reflexión teológica. Nos mueve más bien una doble honradez, con los relatos del Nuevo Testamento por una parte y con la realidad de millones de hombres y mujeres por otra.

Con lo primero queremos decir que es preciso recordar que el resucitado es el crucificado, por la sencilla razón de que es verdad y de que así -y no de otra manera- se presenta la resurrección de Jesús en el NT. Esta verdad no es además sólo una verdad fáctica de la cual hubiera que tener noticia, como un dato más del misterio pascual, sino una verdad fundamental, en el sentido de que fundamenta la realidad de la resurrección y, de ahí, cualquier interpretación teológica de ella.

Con lo segundo queremos decir que en la humanidad actual -y ciertamente donde escribe el autor- existen muchos hombres y mujeres, pueblos enteros, que están crucificados. Esta situación mayoritaria de la humanidad hace del recuerdo del crucificado algo connatural y exige ese recuerdo para que la resurrección de Jesús sea buena noticia concreta y cristiana, y no abstracta e idealista. Por otra parte, son estos crucificados de la historia los que ofrecen la óptica privilegiada para captar cristianamente la resurrección de Jesús y hacer una presentación cristiana de ella. Esto es lo que pretendemos hacer a continuación: concretizar cristianamente algunos aspectos de la resurrección de Jesús desde su realidad de crucificado, lo cual, a su vez, se descubre mejor desde los crucificados de la historia.

1. El triunfo de la justicia de Dios

Muy pronto, a través de un proceso creyente, se universalizó lo ocurrido en la resurrección de Jesús. Cruz y resurrección empezaron a funcionar como símbolos universales, de la muerte, como destino de todo ser humano y su anhelo de inmortalidad, como esperanza de todo ser humano. El poder resucitante de Dios se presentó como garantía de esa esperanza más allá y contra la muerte.

Todo ello es correcto, pero conviene no precipitarse en este proceso de universalización, sino ahondar antes en la historicidad concreta del destino de Jesús.

En la primera predicación cristiana, aunque de forma ya estereotipada, la resurrección de Jesús fue presentada de la siguiente manera: “Ustedes, por mano de los paganos, lo mataron en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte” (Hech 2,24; cfr. el mismo esquema en Hech 3, 13-15; 4,10; 5,30; 10,39; 13,28ss). En este anuncio se da fundamental importancia al hecho de que alguien ha sido resucitado, pero no menor importancia se da a la identificación de quién ha sido resucitado por Dios.

Este hombre no es otro que Jesús de Nazaret, el hombre que, según los evangelios, predicó la venida del reino de Dios a los pobres, denunció y desenmascaró a los poderosos, fue por ellos perseguido, condenado a muerte y ejecutado, y mantuvo en todo ello una radical fidelidad a la voluntad de Dios y una radical confianza en el Dios a quien obedecía. En los primeros discursos se le identifica como “el santo”, “el justo”, “el autor de la vida” (Hech 3,14s). Y muy pronto también se interpreta su destino de muerte como la suerte que corrieron los profetas (1 Tes 2,15).

La importancia de esta identificación no consiste sólo, obviamente, en saber el nombre concreto de quien ha sido objeto de la acción de Dios, sino en que a través de esa identificación, de la narración e interpretación de la vida del crucificado, se entiende de qué se trata en la resurrección de Jesús. Quien así ha vivido y quien por ello fue crucificado, ha sido resucitado por Dios. La resurrección de Jesús no es entonces sólo símbolo de la omnipotencia de Dios, como si Dios hubiese decidido arbitrariamente y sin conexión con la vida y destino de Jesús mostrar su omnipotencia. La resurrección de Jesús es presentada más bien como la Respuesta de Dios a la acción injusta y criminal de los seres humanos. Por ello, por ser respuesta, la acción de Dios se comprende manteniendo la acción de los seres humanos que origina esa respuesta: asesinar al justo. Planteada de esta forma, la resurrección de Jesús muestra en directo el triunfo de la justicia sobre la injusticia; no es simplemente el triunfo de la omnipotencia de Dios, sino de la justicia de Dios, aunque para mostrar esa justicia Dios ponga un acto de poder. La resurrección de Jesús se convierte así en buena noticia, cuyo contenido central es que una vez y en plenitud la justicia ha triunfado sobre la injusticia, la víctima sobre el verdugo.

2. El escándalo de la injusticia que da muerte

La acción victoriosa de Dios en la resurrección de Jesús no debe hacer olvidar la suma gravedad de la acción de los hombres y mujeres, a la cual es respuesta. Los primeros discursos lo repiten continuamente: “ustedes lo mataron”. Es cierto que se tiende a suavizar la responsabilidad en el asesinato de Jesús: “Hermanos, sé que lo hicieron por ignorancia” (Hech 3,17). Pero esta frase consoladora y motivadora de la conversión no reduce en absoluto la suma gravedad de asesinar al justo. En la resurrección acaece ejemplarmente la afirmación paulina de que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia; pero esa sobre-abundancia de la gracia recalca más lo extremoso del pecado de asesinar al justo.

Si se toma con seriedad la presentación dual y antagónica de la acción de Dios y de los seres humanos en el destino de Jesús entonces se puede replantear al menos en qué consiste el escándalo primario de la historia y cómo debemos enfrentarlo. Una concentración unilateral en la acción resucitadora de Dios presupone con frecuencia que ese escándalo es en último término la propia muerte futura. Según eso, lo que posibilita y exige la resurrección es el coraje de la esperanza en la propia supervivencia personal. Pero si se sigue escuchando la afirmación de que “ustedes lo mataron”, entonces lo que resalta en primer lugar como escandaloso no es simplemente la muerte, sino el asesinato del justo y la posibilidad humana, mil veces hecha realidad, de dar muerte al justo. La pregunta que, lanza la resurrección es si participamos nosotros también en el escándalo de dar muerte al justo, si estamos del lado de los que le asesinan o del lado de Dios que le da vida.

La resurrección de Jesús no sólo nos plantea el problema de cómo podemos habérnoslas con nuestra propia muerte futura, sino que nos recuerda que tenemos que habérnoslas ya con la muerte y la vida de los otros; que la tragedia del ser humano y el escándalo de la historia no consiste sólo en el hecho de que el ser humano tiene que morir él, sino en la posibilidad de dar muerte al otro. Estas reflexiones no pretenden minimizar el problema universal de la muerte ni hacer pasar a segundo término el indudable mensaje de esperanza que aparece en la resurrección de Jesús. Sólo pretenden recalcar que existe ya el inmenso escándalo de la injusticia que da muerte en la historia, y que el modo de enfrentar ese escándalo es la forma cristiana de enfrentar también el escándalo de la propia muerte personal. Dicho en otras palabras, el coraje cristiano en la propia resurrección vive del coraje para superar el escándalo -histórico de la injusticia; la necesaria esperanza, como condición de posibilidad de creer en la resurrección de Jesús como futuro bienaventurado de la propia persona, pasa por la práctica del amor histórico de dar ya vida a los que mueren en la historia. Leer más…

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“Semana Santa: otra lectura”, por José Sánchez Luque

Miércoles, 16 de abril de 2014
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20130715_victor1Leído en Somos Iglesia Andalucía

Tenemos el peligro de detenernos en lo secundario y olvidar lo esencial. Me gustaría que estas líneas nos sirvieran para fijarnos en lo que debe ser más importante y fundamental  en la celebración de la Semana Santa para una persona creyente. Pienso que lo más esencial será que las diversas celebraciones: procesiones, vía crucis,  liturgias, encuentros familiares, etc.,  nos acerquen  al protagonista principal de esta semana: Jesús de Nazaret. Pero, tanto se ha hablado sobre Jesús, tantas cosas se han dicho de él que nos podemos  sentir como aturdidos e incluso desorientados. Por eso hemos de volver constantemente al Evangelio para comprender lo más  esencial sobre Jesús. Recuperemos, como nos dice el papa Francisco, la frescura original del Evangelio  (EG 11).

Lo primero que nos dice el Evangelio es que Jesús fue un buscador de alternativas. Y nosotros, si queremos continuar el camino que él abrió, tenemos que ser también buscadores de alternativas. Vivimos en  una sociedad en la que parece que ya no es posible otra economía ni otra política, que tenemos que resignarnos con lo que tenemos, que no hay alternativas, que solo son  posibles  pequeños retoques al sistema socioeconómico que nos  rodea. Hoy, los seguidores del Nazareno, igual que otras muchas personas, tenemos que creer firmemente que es posible un mundo  distinto, una sociedad distinta donde la fraternidad, la igualdad y la verdadera democracia se hagan realidad. Un mundo, en definitiva, en que se respeten los derechos de todas las personas y los derechos de la madre Tierra. Donde el compartir sea lo más normal y natural.

Jesús  nos propone una nueva  imagen de Dios,  de la persona humana y  de la sociedad. La Semana Santa nos escenifica  la nueva imagen de Dios que Jesús nos trae. Estamos llamados a buscar Semana Santa!ese Dios alternativo que Jesús nos revela que, aunque nos parezca extraño, es distinto al Dios de las religiones y de las filosofías, incluso al Dios del AT. La inculturación del cristianismo  en el mundo grecorromano hizo que se pensara que el Dios comunicado por Jesús era aquel Ser supremo caracterizado como Acto puro, Motor inmóvil, Divinidad inmutable, Poder impasible y  Todopoderoso de la filosofía griega. Incluso así pasó a la teología oficial.

Pero la cruz nos revela un concepto de Dios completamente nuevo. Dios se ha deshecho de las máscaras con que pretendíamos encubrir su rostro. Dios irrumpe en la historia humana en la persona del obrero Jesús. El misterio de Dios encontró cuna, hogar, asiento, camino y mortaja en el judío Jesús de Nazaret. Y  en la cruz, en esa cruz que con tanta solemnidad vamos a procesionar  por nuestras  calles en estos días, es donde Dios aparece en su verdadero ser. Un Dios que llora, suda y sangra, haciendo suyo el dolor, el miedo, la desesperación de quienes comparten con él la condición de victimas de la tierra.

Nos dice el profesor alemán y teólogo mártir D. Bonhoeffer que fue ahorcado a los 43 años en un campo de concentración nazi: “En Jesús crucificado se rompen todas las ideas que sobre Dios se han hecho las personas a través de la historia. En él aparece la debilidad y el sufrimiento de Dios. Solo un  Dios que sufre puede ayudarnos”. Y es desde la cruz, donde Dios nos dice que lo  más divino que hay  en nosotros es  la lucha solidaria por hacer un mundo más justo y más humano. Nuestra tarea será bajar de la cruz a los crucificados de la historia, y unirnos, indignados,  a los millones de personas que se manifiestan a favor de una sociedad más justa y menos desigual

¡Buen compromiso para esta Semana Santa!

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“Acompañar a Jesús (II)”, por Gema Juan OCD.

Martes, 15 de abril de 2014
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13365854333_9d5f925054_mDe su blog Juntos Andemos:

A Teresa de Jesús le conmovía mucho lo que le había sucedido a Jesús tras su entrada en Jerusalén, y en una Cuenta de conciencia escribió lo que hacía cada año al llegar el domingo de Ramos: «Procuraba aparejar mi alma para hospedar al Señor; porque me parecía mucha la crueldad que hicieron los judíos, después de tan gran recibimiento, dejarle ir a comer tan lejos, y hacía yo cuenta de que se quedase conmigo».

En esta misma Cuenta, escribirá algo que entiende de su Señor: «Hija, yo quiero que mi sangre te aproveche, y no hayas miedo que te falte mi misericordia; Yo la derramé con muchos dolores, y gózasla tú con tan gran deleite». Teresa ve al Crucificado en el Cristo viviente, al Señor de la vida en el hombre entregado. Y la experiencia que relata aquí es la de reconocer a Cristo, siervo sufriente, que da su vida para que todos vivan. El siervo de Yahveh que se convierte en luz, para ella y para las gentes.

Antes, en una de sus Exclamaciones, había dicho, y muy encendidamente, que era tiempo de acompañar a Jesús, de «acompañarle en tan gran soledad». Para eso, Teresa solo va a pedir una cosa: «Miradle». Responde así ante aquel hombre de quien se dice que es «evitado de los hombres… y ante quien se vuelve el rostro». Ella no vuelve el rostro, decide mirarle.

«Miradle… miradle camino del huerto… lleno de dolores… perseguido… en tanta soledad… cargado con la cruz». Mirar al Crucificado es reconocerle encarnado y presente en el mundo real. Y es acompañarle en su misión.

Si Él lleva sobre sí las enfermedades de la humanidad, si abre los ojos a los ciegos y los cerrojos de las cárceles y lo hace promoviendo el derecho y sin quebrar la caña cascada ni apagar el pábilo vacilante ¿qué hará quien elige mirarle y acompañarle?

Es así como se puede acompañar al Jesús que camina hacia el calvario, así el dolor de los sufrientes olvidados o silenciados. Porque ese hombre al que Teresa mira, se corresponde con muchos hombres y mujeres llenos de dolores, perseguidos, solos… que también son evitados.

La identificación de Jesús –que «muestra la flaqueza de su humanidad antes de los trabajos» y después es fuerte por puro amor– con los dolientes resulta natural desde la experiencia teresiana. Dice ella: «¡Oh Jesús mío!, cuán grande es el amor que tenéis a los hijos de los hombres, que el mayor servicio que se os puede hacer es dejaros a Vos por su amor y ganancia y entonces sois poseído más enteramente». Así se posee más enteramente a Dios.

Después, dirá Teresa, «siempre que advierte se halla con esta compañía». Intimidad y solidaridad crecen a la par. La piedad –el amor entrañable– se acrecienta: «Paréceme tengo mucha más piedad de los pobres», y el corazón comprende mejor «cómo nunca se quita de con él este verdadero amador, acompañándole, dándole vida y ser».

Teresa quería acompañar a Jesús y se vio acompañada por Él: «no podía dejar de entender estaba cabe mí». Quiso consolarle y se vio sumergida en la alegría de la confianza: «de este amor nace confianza». Y sintió que Cristo le partía el pan y que le pesaba a Él lo que padecía ella. Quiso «ayudar en algo al Crucificado» y se vio lanzada hacia delante: «Con esta compañía, ¿qué se puede hacer dificultoso?».

Acompañar a Jesús es ir «por el camino del amor… por solo servir a su Cristo crucificado». Y Teresa no se engaña, es firme porque está convencida de que en el seguimiento de Jesús se juega la baza de vivir realmente en unión con Dios. Por eso va a decir: «Este amor, hijas, no ha de ser fabricado en nuestra imaginación, sino probado por obras» y que quienes siguen este camino querrían «abrazar todos los trabajos, y que los otros, sin trabajar, se aprovechasen de ellos», porque eso hizo «el buen amador Jesús».

«Miradle» —repite incansable Teresa. Porque tiene experiencia de que Él está pendiente de ello, esperándolo, y siempre responde: «Miraros ha él con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvidará sus dolores por consolar los vuestros, solo porque os vais vos con él a consolar y volváis la cabeza a mirarle».

Años después, terminando de escribir Las Moradas, tras grandes y profundas experiencias con Dios, volverá a hablar de dar de comer a aquel hombre que, al poco de ser aclamado, emprendió el camino que le llevaría a la muerte. Y, de nuevo, sus palabras encierran una lección de vida: acoger y acompañar a Cristo es recibir y cobijar al necesitado. «Creedme, que Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo, y no le hacer mal hospedaje no le dando de comer… Su manjar es que de todas las maneras que pudiéremos lleguemos almas para que se salven y siempre le alaben».

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