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Entre el deseo y el anhelo

Domingo, 15 de marzo de 2020
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AlegríaDomingo III de Cuaresma 

15 marzo 2020

Jn 4, 5-26

El autor del evangelio construye este relato para mostrar a Jesús como quien sacia por completo la búsqueda del ser humano, representado en la figura de la mujer samaritana.

     En una consciencia mítica, la salvación se sigue buscando “fuera”, como obra de un Dios que viniera al rescate de nuestra carencia. En la medida en que se va superando ese nivel de consciencia se empieza a advertir que la salvación –plenitud, felicidad– no está fuera ni en el futuro; tampoco es un “objeto” que tendría que completarnos.

      Con esos términos se alude, más bien, a nuestra identidad profunda, a aquello que realmente somos. Y esto no tiene nada de narcisismo ni de orgullo porque el sujeto no es el yo, sino aquella identidad, una y compartida, que constituye nuestro fondo más íntimo y, a la vez, más transcendente.

      Lo contrario significa proyectar fuera –en un supuesto dios separado– aquello que somos en profundidad, con lo cual nuestra verdadera identidad quedaría irremisiblemente secuestrada por una figura creada por nuestra propia mente.

    El ser humano –siempre la paradoja– es un ser deseante y anhelante. El deseo nace de nuestra carencia y busca algo en beneficio propio; el anhelo, por el contrario, es gratuito y se percibe como un impulso que nos desegocentra.

    Es legítimo responder a los deseos, si bien será necesario estar vigilantes para no caer en la trampa del apego. Cuando se cae en ella, el deseo se convierte en adicción, en una fuerza tiránica que nos esclaviza y nos ciega, reduciéndonos a lo que no somos: hemos perdido la libertad y la comprensión.

      El anhelo es la “voz” de nuestra identidad profunda, que quiere expresarse en nuestra vida cotidiana y, por ello, clama en nosotros impulsándonos a secundarla. Si el deseo es siempre “interesado”, el anhelo es gratuito e incondicional, porque no nace del yo, sino de la propia vida que somos.

      Cuando vivimos desde el anhelo, no buscamos los intereses del ego, sino que nos percibimos como cauces por los que la vida se expresa. Este inédito modo de vivirse es el que queda plasmado en las palabras que el evangelista pone en boca de Jesús, en el mismo capítulo 4 del evangelio de Juan que leemos hoy: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34).

    El deseo, siendo legítimo y en ciertos casos irrenunciable, alimenta al yo; el anhelo transciende el yo y nos sitúa en actitud de docilidad para que pueda vivirse en nosotros lo que realmente somos (“el que nos ha enviado”).

¿Me doy tiempo para escuchar en mí la voz del Anhelo?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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De noche iremos, de noche, que para encontrar la fuente, sólo la sed nos alumbra, (Luis Rosales)

Domingo, 15 de marzo de 2020
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samaritan-woman-with-jesusDel blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

  1. 01. un encuentro

         Las imágenes y los símbolos que entran en juego en las densas catequesis joánicas, y en concreto en la narración de hoy: el encuentro de Jesús con la samaritana, son sugestivos y por sí mismo elocuentes: la sed, el agua, el cansancio del camino de la vida, el hombre y la mujer, el esposo y los varios maridos, el pozo de Jacob, el Templo (las instituciones), la honradez y la verdad.

         El relato del encuentro de Jesús con la samaritana es una historia de amor, un diálogo -intenso- en el que Jesús quiere llevar a la mujer a conocer su don: el agua que sacia la sed humana siempre profunda. Jesús no le reprocha nada a la samaritana, no le prohíbe nada, no le impone nada. Solamente le ofrece saciar la sed.

         El agua de las instituciones político-religiosas simbolizadas en el pozo de Jacob y en el Templo, no apaciguan la sed humana. Yo soy el agua que salta hasta la vida eterna.

  1. Dame de beber

         La sed de la samaritana y la de Jesús es la misma sed de todo ser humano: es nuestra insatisfacción radical que no puede ser saciada por nada humano.

         Probablemente la sed más profunda del ser humano es la sed de amar y ser amado.

Podemos vivir -hemos vivido- sin justicia, sin libertad, sin derechos humanos, sin dinero, pero el ser humano no puede vivir serena y sensatamente sin amar y ser amado.

Muchas veces y muchas personas no le daremos el nombre de Dios, pero en el fondo de la sed humana, está el deseo, la nostalgia de Dios.

En forma más oracional: el ser humano, todos, tenemos “sed del Dios vivo” (Salmo 42,3), que brota en nuestra tierra reseca, angostada, sin agua, (Salmo 63,2): suspiramos como la cierva por las corrientes de agua, por Dios, (salmo 41). El Señor nos guía hacia fuentes tranquilas, (salmo 22).

         Sentimos sed en la vida

  1. Jesús acompaña al ser humano

Casi psicoanalíticamente, Jesús ayuda a la samaritana a descubrir el oscuro, el encubierto deseo de agua fresca, la nostalgia humana: el amor, la felicidad.

En forma más oracional: el ser humano, todos tenemos “sed del Dios vivo” (Salmo 42,3), que brota en nuestra tierra reseca, angostada, sin agua, (Salmo 63,2).

         La cuestión del marido en este texto, no es un asunto matrimonial. Aquella mujer samaritana (extranjera, pagana) había buscado el agua de vida por diversos caminos: había adorado a cinco ídolos (baales / maridos). Aquella mujer, como todos, se había puesto en manos de cinco o “cincuenta” “baales”: ídolos, dinero, eros, poder, vanidad, templos, etc., pensando que esos “maridos” le iban a aportar la verdadera felicidad. Pero no fue así; seguía teniendo sed. Había bebido de cinco pozos, pero había terminado desengañada y con más sed, como siempre y como todos.

         La samaritana y los samaritanos somos todos nosotros, especialmente en esta postmodernidad en la que ponemos nuestra vida en manos de superficialidades y abundantes baales. Bebemos y comemos de aguas y panes que no sacian.

  1. Jesús pide de beber dos veces en su vida.

         En la tradición -evangelio- de San Juan, Jesús expresa su sed, pide de beber dos veces. En el relato de hoy, Jesús le pide de beber a la mujer. La segunda vez en la que Jesús expresa su sed será en la cruz: Tengo sed, (Jn 19,28).

         Llama la atención que, las dos veces en las que Jesús muestra su sed y pide de beber, es Él, Jesús, quien da de beber.

  • ü A la samaritana le ofrece el agua con la que ya no tendrá más sed, el agua que salta hasta la vida eterna.
  • ü Del costado de Cristo en la cruz brota la sangre y el agua (Jn 19,34) de la vida (bautismo) y redención.

El encuentro con Cristo sacia, plenifica la vida. Él es el agua de vida eterna.

La sed está ahí y siempre busca el agua. Lo expresó muy bien el poeta Luis Rosales:

De noche iremos, de noche,

que para encontrar  la fuente,

sólo la sed nos alumbra.

  1. Un cristianismo SIN RELIGIÓN.

         El pastor (en nuestro lenguaje, el presbítero) y teólogo Bonhoeffer, allá por 1944 estando encarcelado y pocos meses antes de ser ejecutado escribió clandestinamente un puñado de cartas a un amigo suyo (E. Betghe). En una de ellas le decía (y nos decía): ha llegado la época en que hemos de vivir un cristianismo sin religión. Decía Bohoeffer:

         En el fondo es algo de lo que hoy hemos escuchado a Jesús en el evangelio. A la pregunta de la samaritana acerca de dónde hay que adorar a Dios: en el templo del monte Garizím (Samaría) o en el templo de Jerusalén (Judea). Jesús no se anda con contemplaciones: a Dios se le adora en espíritu y lealtad.

         Estamos viviendo una época en la que escasean por una parte el espíritu y la lealtad y, por otra, se está potenciando lo religioso, el Templo en el sentido más judaizante de la Palabra. Pero quizás estamos recibiendo una “religión muerta”, propia del Templo que Jesús critica y detesta.

         Quizás habrá llegado el momento de beber del manantial no del pozo de Jacob o del Templo de Garizím o Jerusalén o de los sistemas religiosos, para beber del agua de Jesús, que es la que nos hace llegar a la vida eterna. Hoy se cierran templos por miedo al “coronavirus”, pero lo peor de los templos es la religión muerta que transmiten.

Para apagar nuestra sed no necesitamos templos, ni Garizím, ni liturgia espectacular, ni músicas, ni masas, necesitamos nacer del Espíritu de Jesús como Nicodemo (Jn 3,6) y en ese espíritu noble (santo) vivir honradamente, que eso es ser cristiano.

Hay momentos en la historia, y creo que estamos viviendo en uno de ellos, en los que el Templo, la norma, la intransigencia, el miedo eclesiástico están suplantando al Espíritu y al agua viva, a JesuCristo.

¿Son necesarios los Templos? Los templos son necesarios pero como las tuberías, en tanto en cuanto llevan agua. Lo decisivo no es la tubería, sino el agua.

La sed la ponemos nosotros, el agua Cristo.

Quien beba de esta agua no pasará sed.

 

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“Antes de que sea tarde”. 3 Cuaresma – C (Lucas 13,1-9)

Domingo, 24 de marzo de 2019
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Miracleofthefig-620x560Había pasado ya bastante tiempo desde que Jesús se había presentado en su pueblo de Nazaret como Profeta, enviado por el Espíritu de Dios para anunciar a los pobres la Buena Noticia. Sigue repitiendo incansable su mensaje: Dios está ya cerca, abriéndose camino para hacer un mundo más humano para todos.

Pero es realista. Jesús sabe bien que Dios no puede cambiar el mundo sin que nosotros cambiemos. Por eso se esfuerza en despertar en la gente la conversión: «Convertíos y creed en esta Buena Noticia». Ese empeño de Dios en hacer un mundo más humano será posible si respondemos acogiendo su proyecto.

Va pasando el tiempo y Jesús ve que la gente no reacciona a su llamada como sería su deseo. Son muchos los que vienen a escucharlo, pero no acaban de abrirse al «Reino de Dios». Jesús va a insistir. Es urgente cambiar antes que sea tarde.

En alguna ocasión cuenta una pequeña parábola. El propietario de un terreno tiene plantada una higuera en medio de su viña. Año tras año, viene a buscar fruto en ella y no lo encuentra. Su decisión parece la más sensata: la higuera no da fruto y está ocupando inútilmente un terreno, lo más razonable es cortarla.

Pero el encargado de la viña reacciona de manera inesperada. ¿Por qué no dejarla todavía? Él conoce aquella higuera, la ha visto crecer, la ha cuidado, no quiere verla morir. Él mismo le dedicará más tiempo y más cuidados, para ver si dar fruto.

El relato se interrumpe bruscamente. La parábola queda abierta. El dueño de la viña y su encargado desaparecen de escena. Es la higuera la que decidirá su suerte final. Mientras tanto, recibirá más cuidados que nunca de ese viñador que nos hace pensar en Jesús, «el que ha venido buscar y salvar lo que estaba perdido».

Lo que necesitamos hoy en la Iglesia no es solo introducir pequeñas reformas, promover el «aggiornamento» o cuidar la adaptación a nuestros tiempos. Necesitamos una conversación en un nivel más profundo, un «corazón nuevo», una respuesta responsable y decidida a la llamada de Jesús a entrar en la dinámica del Reino de Dios.

Hemos de reaccionar antes de que sea tarde. Jesús está vivo en medio de nosotros. Como el encargado de la viña, él cuida de nuestras comunidades cristianas, cada vez más frágiles y vulnerables. Él nos alimenta con su Evangelio, nos sostiene con su Espíritu.

Hemos de mirar el futuro con esperanza, al mismo tiempo que vamos creando ese clima nuevo de conversión y renovación que necesitamos tanto y que los decretos del Concilio Vaticano no han podido hasta ahora consolidar en la Iglesia.

José Antonio Pagola

 

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“Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”. Domingo 24 de marzo de 2019. 3º de Cuaresma

Domingo, 24 de marzo de 2019
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19-cuaresmaC3 cerezoLeído en Koinonia:

Éxodo 3, 1-8a. 13-15: “Yo soy” me envía a vosotros.
Salmo responsorial: 102: El Señor es compasivo y misericordioso.
1Corintios 10, 1-6. 10-12: La vida del pueblo con Moisés en el desierto fue escrita para escarmiento nuestro.
Lucas 13, 1-9:  Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.

Análisis

El texto del libro del Éxodo nos presenta una versión -la más conocida, seguramente- de la así llamada vocación de Moisés, que es también la “autopresentación” de Yavé.

Las antiguas opiniones sobre diferentes fuentes hablan de dos antiguas tradiciones que se integran en este texto. Según Gen 4,26 Enosh fue el primero en invocar el nombre de Yavé, sin embargo, acá Moisés no lo conoce por lo que Diosa se lo debe revelar. Por otra parte el nombre del monte es Horeb y no Sinaí, y el suegro de Moisés es Jetró mientras que en 2,18 es Reuel. Así se ha hablado de las diferentes tradiciones a las que históricamente se las llamó Elohista y Yahvista, aunque el tema hoy está en discusión (en especial la antigüedad de éstas, y la existencia del primero).

Muchos elementos podríamos señalar, pero destaquemos solo algunos:

Moisés es llamado, y como es frecuente en los relatos de vocación de la Biblia se sigue un esquema similar: (1) oración y respuesta, v.7 y v.9; (2) promesa de salvación, v. 8 y v.10; (3) encargo, v.16-17 y v.10; (4) objeción, 4,1 y v.10; (5) signo, 4,1-9 y v.12; (6) nueva objeción, 4,10 y v.13; (7) respuesta final de Dios, 4,13-16 y 4,17. Como se ve, parecería que las dos fuentes entremezcladas tienen el mismo esquema. Que se utilice un “relato de vocación” nos pone en el contexto de los profetas, lo que no es ajeno al texto, ya que Moisés debe ser “escuchado” como uno que habla “en nombre de Dios”.

Otro elemento es lo que causa la intervención de Dios: lo que lo motiva es “el clamor”. El grito de dolor no deja a Dios “fuera” de la historia. Desde el clamor de la sangre de Abel, Dios toma partido por “los-que-claman”, los que sufren la opresión e injusticia (Gn 18,21; 19,13; Ex 11,6; 22,22: “no dejaré de oír su clamor”; 1 Sam 9,16; Is 5,7; Sal 9,13). El clamor de su pueblo no le permite “hacer oídos sordos”, y frente a ese dolor es que elige y envía a su elegido “Moisés”.

Finalmente digamos algo sobre el ”nombre” de Dios. Entre los antiguos semitas, el “nombre” es el sentido, es su misma existencia. Que Dios tenga nombre, y distinto del nombre que recibió hasta ahora indica que algo ha cambiado (cambiamos de Dios); este es un Dios que se muestra a partir de la historia, como un Dios que manda a los que elige para dar respuesta a los clamores que lo conmueven y no lo dejan indiferente. ¿Qué significa el nombre de Dios? Podemos preguntarnos qué significó en su origen, y qué significó para los lectores del Éxodo. No es fácil dar respuesta, lo cierto es que parece incluir el verbo “ser”/“estar”: las opiniones más sólidas hoy son tres: “yo soy el que hace ser”, lo que remite a que Dios es creador, aunque no se entiende a qué viene esta confesión de fe en este momento; además de que el reconocimiento de Dios como creador parece más tardío, como en el 2º Isaías, en tiempos del exilio); “yo soy el que soy” en el sentido de resaltar Dios existe, mientras que los dioses-ídolos no existen (en ese sentido parece usarlo Os 1,9), el marco remite en cierto modo a la alianza y la “duplicación” destaca la soberanía de Dios que “hace misericordia con quien hace misericordia” (Ex 33,19), es decir: siempre; finalmente, “yo soy el que estaré” (con ustedes), es el Dios de la presencia salvadora, el que acompaña la historia. Este último por el contexto, y el anterior por el marco son los que nos parecen más probables: Dios garantiza su presencia y se enfrenta con los dioses de Egipto: el clamor de su pueblo por el sufrimiento no puede quedar impune.

La Primera carta de Pablo a los Corintios presenta muchas dificultades cuando pretendemos “ubicarla”. Parece muy desordenada, y no es evidente que todo esté en el lugar que Pablo lo pensó. Sabemos que Pablo contesta preguntas escritas que la comunidad le ha hecho (7,1) y es probable que cada vez que usa “con respecto a” también lo esté haciendo (7,1.25; 8,1; 12,1; 16,1.12). Eso no impide que se hayan introducido en el resto de la carta textos provenientes sea de otras cartas o de nuevas circunstancias que exigieron una reelaboración del escrito por parte del mismo Pablo (esta última es nuestra opinión pero no es el caso destacarla acá). En principio, entonces, el texto de 1 Cor 10,1-13 pertenece al bloque donde Pablo responde acerca de la carne ofrecida a los ídolos.

La referencia a las figuras (typos) del AT que recuerdan el bautismo y la eucaristía, parecen decir que no se debe creer que por ser partícipes de la comunidad sacramental, no por estar bautizados y tomar parte de la eucaristía tenemos la garantía de no caer (eso sería hacerse un ídolo; ver 11,30). La idolatría es la clave de la unidad (lamentablemente omitida por el texto litúrgico). Los israelitas cayeron, y también nosotros debemos cuidarnos de no caer: “el que crea estar de pie cuide de no caer” es la conclusión y la clave del texto.

El Evangelio se ubica en el “viaje a Jerusalén” donde Lucas presenta muchos textos de su fuente propia, “L”, un poco -aparentemente- desordenados. Sin embargo, el relato presenta una cierta semejanza en la forma con lo que viene diciendo: en 12,51 también había preguntado “creen que…” y su respuesta fue “les aseguro que…” concluyendo con una parábola. En este caso se presenta abruptamente una situación histórica, con una aparente interpretación religiosa. Jesús corrige esa interpretación e incluso presenta otra situación semejante que se prestaría a la misma interpretación. “No, les aseguro” es la corrección que Jesús propone (vv.3.5) para lo cual presenta otra parábola (vv.6-9).

El acontecimiento histórico nos es desconocido. Se han propuesto diferentes hechos, pero ninguno coincide exactamente con este. Es extraño que Flavio Josefo no lo haya narrado siendo, como es, muy poco amigo de Pilato. Pero el debate supone un (o dos) acontecimiento(s) ocurridos realmente. La mezcla de sangre de galileos con la de los sacrificios hace pensar en la fiesta de la Pascua: en esa fecha Pilato y los peregrinos -también los de Galilea- se encuentran en Jerusalén, y los laicos participan de los sacrificios ya que deben llevar a su casa, o lugar de tránsito, el cordero para ser comido en familia. El otro hecho afecta a 18 personas, si el primero es incidental, este es ocasional, en el primero hay un criminal, pero en el segundo hay un hecho casual, lo común de ambos son los muertos y la interpretación que los interlocutores de Jesús hacen del hecho. De la torre de Siloé sabemos de su existencia, y su ampliación. Josefo la narra, pero no cuenta -tampoco- ningún accidente de este tipo. No sabemos si Lc no está pensando o puede estar releyendo la caída de Jerusalén posterior al 70, pero más allá del o los hechos históricos, lo importante es la respuesta a la imagen de Dios que todo esto supone.

Comentario

Jesús nos enseña, en el texto de hoy a aprender a escuchar la voz de Dios en los acontecimientos de la historia. De hecho sus interlocutores también lo hacían, y por eso van a contarle los hechos, pero escuchaban mal, Dios no decía lo que ellos entendían. Es verdad que Dios habla, pero hay que aprender a escucharlo. Dios no nos dice que los muertos de esos acontecimientos drásticos eran pecadores, de hecho todos lo son. Lo que Dios nos dice es que por serlo, debemos convertirnos y dar frutos de conversión. Los frutos son una palabra de Dios para esta etapa de la historia.

Vivimos en sociedades llamadas cristianas. “Occidental y cristiana” se decía, y los frutos fueron torturas, desapariciones, asesinatos, delaciones, miedo, desesperanza… y más todavía: hambre, desocupación, analfabetismo, falta de salud y vivienda, desesperanza… y “por los frutos se conoce el árbol“. Hoy, muchos llamados cristianos siguen viviendo su fe muy lejos de los frutos de amor y justicia que nos pide el Evangelio: participan de mesas de dinero, de la tiranía del mercado, pagan sueldos “estrictamente «justos»” y precisamente bajos, están afiliados a partidos que nada tienen que ver con la Doctrina Social de la Iglesia (¿se puede -por ejemplo- ser cristiano y neo-liberal? ¡ciertamente no!). ¿Y los frutos? Individualismo, hambre, pobreza… Así, por ejemplo, vemos que uno de los problema que tenemos en América Latina para el reconocimiento “oficial” de nuestros mártires es que quienes los han matado “se llaman ellos mismos cristianos!”, y esto desconcierta a muchos.

No bastan las palabras. De nada sirve una higuera estéril. Una higuera debe dar higos ya que para eso ha sido plantada. Un pueblo redimido por Cristo, debe edificar, con su vida (y con su muerte si fuera necesario) un Reino que dé frutos de verdad, de justicia y de paz, de libertad, de vida y de esperanza…. Estamos lejos, ¡muy lejos! de lograrlo. Es verdad que en decenas de comunidades hay también frutos muy vivos de solidaridad, de paz, de oración, de justicia y de vida, de celebración y de esperanza… y podríamos multiplicar los frutos que vemos en las comunidades; pero todo lo anterior también es cierto. Faltan muchos frutos que dar, falta mucha vida que cosechar y alegría que festejar. El continente de la violencia, de la injusticia y el hambre reclama frutos de los cristianos. Y esos frutos deben darse en la historia. Los acontecimientos cotidianos, de dolor y de muerte, que tan frecuentes vivimos en América Latina nos dan una palabra de Dios, una palabra que debemos aprender a escuchar, que debemos comprender para no creer que Dios dice lo que no está diciendo. Jesús nos enseña la “dinámica del fruto” para aprender a reconocer allí un Dios que sigue hablando y que nos sigue llamando a la conversión. no para una conversión individual y personal, sino que dé frutos para los hermanos, para la historia y para la vida. Y la Cuaresma es tiempo oportuno para empezar a darlos… Leer más…

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24.3.19. De Yahvé, Dios de Israel, al Dios cristiano y musulmán

Domingo, 24 de marzo de 2019
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1EF02FDC-2B94-4003-8C6A-6B8CE26D2B96Del blog de Xabier Pikaza:

 Este domingo, 3º de Cuaresma, la liturgia presenta el más poderoso de todos los pasajes del Antiguo Testamento: La revelación del Nombre‒Presencia de Dios en el principio de la historia de Israel, en el Éxodo de Egipto (Éx 3, 1-8a. 13-15).

Éste es un texto prodigioso, en sentido histórico, teológico y literario: La revelación del nombre de Yahvé como presencia salvadora, el nacimiento del pueblo de Israel. Toda la historia de occidente (e incluso del Islam) depende de algún modo de este texto, que voy a comentar de un modo más preciso, fijándome no sólo en el pasaje estricto que ofrece la liturgia, sino en su contexto histórico‒teológico.

(Éste es un tema que está tomado básicamente del Gran Diccionario de la Biblia y de Dios judío, Dios cristiano).

  1. UN MOMENTO Y LUGAR EN LA HISTORIA: MOISÉS ANTE DIOS

  Atrás han quedado las historias de la creación y los primeros hombres (Gen 1-11), las tradiciones patriarcales (Gen 12-50), la cautividad de los hebreos en Egipto y el nacimiento de Moisés (Ex 1-2) (cf. cap. 2‒3). La nueva historia de Israel comienza de un modo abrupto, con una noticia sorprendente:

 Después de mucho tiempo, murió el rey de Egipto y los israelitas clamaban desde su servidumbre y el grito que nacía de su servidumbre subió a Elohim. Y Elohim escuchó su clamor y se acordó de su alianza con Abrahán, con Isaac y con Jacob. Y Elohim miró a los hijos de Israel y les conoció (=les re-conoció como suyos) (Ex 2, 23-25)[1] (1)

La muerte del Faraón que había querido matar a Moisés, obligándole a escapar de Egipto (Ex 2, 15), sirve de enganche con lo anterior. Y los israelitas clamaban, con un gemido que nace de la servidumbre y condensa la más honda historia humana. El redactar de este pasaje mira los acontecimientos desde el reverso de la historia. No escribe la crónica oficial: no se fija en las conquistas de los reyes; lo que importa de verdad es el grito de servidumbre y dolor de los que claman, un grito que llega hasta Elohim, nombre genérico del Dios de todos los hombres.

En el principio de la nueva historia está Elohim, Dios universal que escucha (wayyisma´) a los que gritan y les mira (wayyare´). En las teofanías suele afirmarse que el hombre mira-ve a Dios (sin verle en sí mismo). Pero aquí es el mismo Dios quien escucha-mira, recordando (wayyizkar) su compromiso de fidelidad. No son los hombres los que recuerdan a Dios, sino Dios quien les recuerda y re-conoce (wayyida´).

Los cuatro verbos hebreos de acción que he citado van unidos en dos unidades paralelas: (a) Dios escucha y mira, atento a las necesidades de los hombres (del pueblo de los patriarcas israelitas), a los que ha creado, como seres libres, interesándose por ellos. (b) Dios recuerda su alianza (su compromiso de amor) y conoce (reconoce a los hombres como suyos y así les acepta). A partir de aquí se entiende el texto:

 Moisés pastoreaba el rebaño de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián, y conduciendo el rebaño más allá del desierto, llego al monte de Elohim, al Horeb. Y el ángel de Yahvé se le apareció como llama de fuego en medio de una zarza. Miró y vio que la zarza ardía en el fuego y no se consumía. Y dijo Moisés: “Voy a desviarme y mirar este espectáculo tan grande: por qué no se consume la zarza”. Y vio Yahvé que se acercaba a mirar y le llamo Elohim desde el medio de la zarza, diciendo: ¡Moisés, Moisés! Y él (Moisés) respondió: ¡Heme aquí!

Y le dijo (Elohim): No te acerques aquí; quítate las sandalias de los pies, porque el lugar sobre el que pisas es terreno santo. Y le dijo: Yo soy el Dios de tu padre, el Dios Abrahán, el Dios de Isaac y Jacob… Entonces Moisés se cubrió el rostro, pues tuvo miedo de contemplar a Elohim. Y dijo Yahvé. He visto la aflicción de mi pueblo de Egipto y he escuchado el grito que le hacen clamar sus opresores, pues conozco sus padecimientos. Y he bajado para liberarles del poder de Egipto y para subirles de esta tierra a una tierra buena y ancha, a una tierra que mana leche y miel, el país del cananeo, del heteo… El clamor de los hijos de Israel (se eleva) hasta mí y he visto la opresión con que les oprimen los egipcios. Por tanto ¡Vete! Yo te envío al Faraón, para que saques a mi pueblo… de Egipto.

Dijo Moisés a Elohim: ¿Quién soy yo para ir al Faraón y para sacar a los israelitas de Egipto? Y respondió (Dios): ¡Estaré contigo! (`hyh `immak). Y este será es signo de que te he enviado: cuando saques al pueblo de Egipto adorareis a Elohim sobre este monte. Y dijo Moisés a Elohim: Cuando yo vaya a los hijos de Israel y les diga: el Dios (=Elohim) de vuestros padres me ha enviado a vosotros, si ellos me preguntan cuál es su nombre ¿qué he de decirles?

         Y dijo Elohim a Moisés: Yo soy el que soy (=Yahvé). Y añadió: así dirás a los hijos de Israel: Yo soy (´hyh) me ha enviado a vosotros. Y volvió a decir Elohim a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Yahvé, Dios (=Elohim) de vuestros padres… me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre y ésta es mi invocación (cf. Ex 3, 1-15).

Moisés pastoreaba el desierto que se extiende del Neguev al Sinaí, en la tierra de los madianitas, que parece originalmente vinculada al culto de Yahvé. (Y yendo) más allá del desierto llegó al monte de Elohim, el Horeb. El texto nos sitúa ante una altura sagrada, conocida en tradiciones o cultos precedentes. Moisés ha realizado un esfuerzo hasta llegar al monte de Dios. Eso significa que conoce de algún modo la sacralidad del lugar. Todo el pasaje nos va preparando para el encuentro de Moisés con Dios, y para la revelación salvadora del nombre de Yahvé.

Y el ángel de Yahvé se le apareció. Ya no es Dios quien mira la opresión de los hombres (como en 2, 25), sino el hombre el que puede mirar al Dios que se revela. Pues bien, de pronto, de un modo sorprendente, en este contexto de la montaña de Elohim, Dios cósmico, Señor de todas las gentes y lugares, viene a revelarse el malak Yahvé, esto es, el enviado personal de Dios Yahvé (=Yahvé Mensajero, hecho palabra y despliegue de salvación para los oprimidos). La introducción de ese nombre indica que entramos en un nuevo espacio y tiempo religioso. Todo lo que venga luego será expresión de ello.

Como llama de fuego en medio de una zarza… que no se consume. Conforme a un esquema usual en muchas tradiciones religiosas, la manifestación de Dios se encuentra vinculada con el fuego: Llama que arde, ilumina y calienta, en signo de renacimiento constante. Nuestro pasaje vincula así fuego y zarza (árbol y llama), en paradoja que expresa el sentido radical de lo divino. No olvidemos que Moisés ha tenido que atravesar el desierto y llegar a la montaña sagrada.

Conforme a Gen 11,39-12,1, Abrahán encontró (oyó) a Dios en una ciudad extraña (Harrán), para verle luego en la tierra prometida (Siquem). Moisés le ha visto en el desierto, fuera del lugar de opresión (Egipto) y de la tierra prometida (Canaán). En esa línea, la tradición israelita guardará el recuerdo del desierto como espacio del primer encuentro de Moisés (y los israelitas) con Dios. Sin esta purificación y prueba de soledad y fuego sagrado de la estepa pierde su sentido lo que sigue:

 ‒ Altura sagrada. Yahvé, Dios israelita, se revela en la “montaña de Elohim”, Dios del cosmos, señor del desierto, pero no para quedarse allí sino para liberar a los hebreos, sacándoles de Egipto. Yahvé es Dios liberador, pero su historia está vinculada a la tradición de la “montaña sagrada” de las religiones antiguas. En ese fondo ha de entenderse el camino (vocación liberadora) de Moisés.

Zarza ardiente. Árbol y arbusto son desde antiguo signos religiosos, como aparecía en la historia de Abrahán (encina de Moréh: Gen 12, 5; 13, 18) y como sabe la tradición religiosa cananea, combatida por los profetas (culto de la piedra y árbol, de Baal y Ashera). Pues bien, en este momento, en medio del desierto, la visión de Dios se encuentra vinculada con un árbol ardiente: la misma vegetación se vuelve ardor y fuego donde Dios se manifiesta.

Zarza en llama. Fuego paradójico, arbusto que arde sin consumirse, esto es Dios, vida que se sigue manteniendo en aquello que parece incapaz de tener vida. Quizá pudiera trazarse un paralelo: los hebreos oprimidos son la zarza, arbusto frágil que en cualquier momento puede quebrar y destruirse, desapareciendo en el desierto o la montaña de los grandes pueblos. Pues bien, en esa zarza se desvela Dios, como vida fuerte en lo más débil.

Y dijo Moisés: Voy a mirar. Parece empujarle la curiosidad normal del que ha visto un fenómeno que le sorprende. Así empieza la historia de Moisés. Ha venido a la Montaña de Dios dispuesto a ver el “espectáculo”, como simple curioso que mira las cosas desde fuera. Pero en ese contexto interviene Dios: “Y vio Yahvé que se acercaba a mirar y le llamó Elohím desde el medio de la zarza” (Ex 3,4).

El ángel de Yahvé que mira desde la zarza (wayyare’ de 3,4) es el mismo Yahvé. Conforme a la teología israelita, el texto le presenta aquí como Elohim, que se aparece y llama (wayyikra´; cf. Gen 22,11; 1 Sam 3, 4 etc). No empieza pidiendo, no enseña, no impone; simplemente llama, pronunciando el nombre de aquel a quien dirige su palabra. Más tarde, Moisés le preguntará su nombre, para dialogar con él de manera personal, y Dios responderá diciendo: Soy-el-que-soy (3,14).

Pues bien, antes que el hombre pregunte a Dios por su nombre divino, Dios empieza llamándole por su nombre humano, diciendo ¡Moisés, Moisés!, y él hombre responde: ¡Heme aquí! (3, 4), no puede responder ¡Yahvé, Yahvé! (como hará en Ex 34,5), pues no conoce el nombre de Dios, no le puede invocar. Simplemente dice ¡Heme aquí! con la actitud del que responde a la voz de un superior, que marca su distancia, en gesto de mandato religioso ¡No te acerques, quita las sandalias, porque la tierra (‘adamah) que pisas es terreno santo!

No dice ´ares (en sentido general) sino ´adamah, tierra humanizada: Sobre la montaña de Elohim se ha circunscrito, en torno a la zarza ardiente, un lugar de presencia de Dios. Al descalzarse sobre el suelo sagrado, para así cumplir el mandato de Dios, Moisés deja de contaminar la tierra con sus pies manchados, y, al mismo tiempo, recibe por ellos la sacralidad intensa de esa tierra. De manera muy significativa se han vinculado en esta experiencia varios rasgos de Dios.

‒ Dios de un lugar santo, de unos oprimidos. Yahvé es Dios de un lugar santo o ´adamah donde expresa su presencia como fuego. De esta forma se recoge la experiencia antigua de la santidad vinculada a un preciso lugar teofánico (cf. Ex 19). Pero, al mismo tiempo, es Dios de los oprimidos, y así escucha su gemido y viene para liberarles. Así desborda los límites de una sacralidad local y se muestra como redentor de esclavos.

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Tres maneras de morir y una sola de salvarse. Domingo 3º de Cuaresma. Ciclo C.

Domingo, 24 de marzo de 2019
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SiloéLa piscina de Siloé

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El evangelio de hoy es exclusivo de Lucas, sin correspondencias en Mateo y Marcos. Y las tres breves partes en que podemos dividirlo se centran en el mismo tema, muy apropiado a la Cuaresma: la conversión.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 13, 1-9

En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó:

            – ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pareceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceareis de la misma manera.

            Y les dijo esta parábola: “Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó: Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas”.

Tres maneras de morir

            1) Asesinado por Pilato; 2) Aplastado por una torre; 3) Negándonos a convertirnos.

   Todo comienza con el aparente deseo de informar a Jesús, galileo, de lo que ha hecho el procurador romano a otros galileos: matarlos mientras ofrecían sacrificios en el templo [1]. Parece un informe imparcial, pero es una trampa muy astuta: nadie le pregunta qué piensa de este hecho; se limitan a contarle el caso. Si responde airadamente, se enemistará con las autoridades; si se calla la boca, se revelará como un mal galileo y un mal israelita.

            Para quienes han venido a contarle el caso, todo se juega entre unos galileos muertos, Pilato y Jesús. Ellos se limitan a informar, como la prensa; el caso no les afecta personalmente. Y aquí es donde Jesús va a cazarlos en su propia trampa. Con una ironía muy sutil da por supuesto que sus informadores no le piden una declaración de tipo político (Pilato es un asesino, ¡muerte a los romanos!) sino de tipo religioso (esos galileos han muerto por ser pecadores). De hecho, la mayoría de los judíos de la época (y muchos cristianos actuales), consideran que una desgracia es consecuencia de un pecado.

            Pero Jesús toma un rumbo completamente distinto. Los importantes no son los galileos muertos, Pilato y Jesús. Los importantes son ellos, los que preguntan, que no pueden considerarse al margen de los acontecimientos. Si piensan que esos galileos eran más pecadores que ellos, se equivocan. También se equivocaron quienes pensaron que los dieciocho aplastados por el derrumbe de la torre de Siloé eran más pecadores que los demás.

            La muerte no solo la provocan políticos injustos y criminales (Pilato) o desgracias naturales evitables (la torre). Hay otra amenaza mucho más grave: la que tramamos contra nosotros mismos cuando nos negamos a convertirnos.

 

parabola-de-la-higuera

Dios pide higos a la higuera, no pide peras al olmo

             La historia de los galileos y de la torre la ha utilizado Jesús para avisar seriamente, y por dos veces: “Si no os convertís, todos pereceréis”. Quienes conciben a Jesús como un hippy de los años 80 del siglo pasado, repartiendo flores y besos, no han leído nunca el evangelio. Él no hay traído paz sino espada.

            Pero la invitación tan seria a convertirse, con la amenaza de perecer en caso contrario, no debe interpretarse de forma equivocada. Dios no va a caer sobre nosotros como una torre ni va a mandar a sus ángeles con espadas desenvainadas. Mediante un breve parábola Lucas cuenta cómo nos va a tratar: como un agricultor sensato, realista y paciente.

            Sensato, porque solo nos pide lo que podemos dar naturalmente, sin especial esfuerzo. De la higuera solo espera que dé higos, no plátanos ni melones. Lo que espera de nosotros es algo que cada uno debe pensar teniendo en cuenta sus circunstancias familiares y laborales, pero nunca esperará nada que exceda nuestra capacidad.

            Realista, porque no se deja engañar. La higuera lleva tres años sin dar fruto. Con él no valen las excusas del mal estudiante que asegura haber trabajado mucho cuando no ha dado golpe en todo el curso. A nosotros podemos engañarnos diciendo que damos fruto; a Dios, no.

            Paciente, porque ha esperado ya tres años, y todavía está dispuesto a conceder uno más.

            Pero la parábola no habla solo del dueño de la viña. El gran protagonista es el viñador, el que intercede por la higuera y se compromete a cavarla y echarle estiércol. Ya que la higuera nos representa a cada uno de nosotros, el viñador tiene que ser Jesús. Se espera que la higuera produzca fruto no solo por ella misma sino también gracias a su acción.

            En definitiva, la parabolita final matiza bastante la dureza de la primera parte del evangelio. Pero matizar no significa anular. Si nos empeñamos en no dar fruto, si no mejora nuestra relación con Dios y con el prójimo, por más que Jesús cave y trabaje, la higuera será cortada.

2ª lectura: Nosotros no somos distintos ni mejores (1 Cor 10,1-6.10-12)

        En el evangelio, Jesús advierte a los presentes que no deben considerarse mejores que los asesinados por Pilato o muertos por el derrumbe de la torre. La segunda lectura nos recuerdan que nosotros no somos mejores que el pueblo de Israel. A pesar de tantos beneficios divinos (paso del Mar, maná, agua que brota de la roca), muchos israelitas no agradaron a Dios y terminaron pereciendo en el desierto. Esto debe servirnos de ejemplo y escarmiento. Nos puede ocurrir lo mismo si nos comportamos igual que ellos. Dicho con las palabras del evangelio. “Si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo.”

          No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento, espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto.

            Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo hicieron aquéllos. No protestéis, como protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos del Exterminador.

         Todo esto les sucedía como un ejemplo y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga.

1ª lectura: Moisés (Ex 3,1-8.13-15)

            La primera lectura de los domingos de Cuaresma se dedica a recordar grandes personajes o momentos de la Historia de la Salvación, para sugerir que la Pascua es el culmen de dicha historia. Tras recordar a Abrahán el domingo pasado, hoy se cuenta la vocación de Moisés. La lectura del Éxodo nos habla de la preocupación de Dios por su pueblo esclavizado en Egipto. La vocación de Moisés será el primer acto de su liberación. Por eso, el estribillo del Salmo repite: “El Señor es compasivo y misericordioso”.

            En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta Ilegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una Ilamarada entre las zarzas. Moisés se fijó, la zarza ardía sin consumirse.

            Moisés se dijo: “Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza.” Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo, llamó desde la zarza:

            – “Moisés, Moisés.”

            Respondió él: 

            – “Aquí estoy.”

            Dijo Dios:

            – “No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado”, y añadió: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.”

            Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios.

            El Señor le dijo:

            – “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel.”

            Moisés replicó a Dios:

            – “Mira, yo iré a los israelitas y les diré: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntan cómo se llama, qué les respondo?”

            Dijo Dios a Moisés:

            – “Soy el que soy. Esto dirás a los israelitas: Yo-soy me envía a vosotros.” Dios añadió: “Esto dirás a los israelitas: Yahvé (El-es), Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre: así me Ilamaréis de generación en generación.”

            Es lógico que el estribillo del Salmo repita: “El Señor es compasivo y misericordioso”. Pero la carta a los Corintios recuerda que, a pesar de tantos beneficios divinos (paso del Mar, maná, agua que brota de la roca), muchos israelitas no agradaron a Dios y terminaron pereciendo en el desierto. Y añade que esto debe servirnos  de ejemplo y escarmiento. Nos puede ocurrir lo mismo si nos comportamos igual que ellos. Dicho con las palabras del evangelio. “Si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo.”

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[1] Flavio Josefo no informa de este hecho, aunque sí de una matanza ordenada para reprimir una revuelta contra el uso del tesoro del templo para construir un acueducto (Guerra de los Judíos, libro II, 175-177). Tampoco tenemos información sobre el derrumbe de la torre de Siloé.

 

          

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III Domingo de Cuaresma. 24 marzo, 2019

Domingo, 24 de marzo de 2019
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Señor, déjala todavía este año;

yo cavaré alrededor y le echaré abono,

a ver si da fruto en lo sucesivo…”

(Lc 13, 1- 9)

Jesús nos habla de la igualdad. Nos dice que nuestra condición humana tiene grandeza y pequeñez, que nadie es mejor que nadie, que todos llevamos en nuestro interior semillas de humanidad y eternidad.

Nos habla de conversión, metanoia, cambio, mejor, transformación. Si disponemos nuestro ser al encuentro con el Amor de Dios, nuestras semillas de pequeñez, de límites, germinarán y serán fecundadas por Su Amor siendo transformadas. Así nuestra miseria, nuestro estiércol, que no nos gusta e intentamos ocultar, lo descubriremos como posibilidad de nuevo nacimiento. Un nacimiento no de seno humano sino del agua y del espíritu que es lo que posibilita la metanoia.

Jesús nos recuerda que es tiempo de transformar, de querer cambiar, de dejar de mirar nuestro ombligo, de erradicar nuestras pulsiones de dominio, poder, y vivir en la solidaridad donde todo es para todos. La maravilla es que todas las semillas que nos conforman no son ni buenas ni malas, son semillas, y toda semilla lleva en su interior posibilidad de fruto, germen de vida nueva.

Pero para ello hay que querer no tanto dar fruto, sino ser fruto. Y esto conlleva dejarse comer, entregarse, despertenecerse. Ser para los demás.

Así hace Dios con nosotras. No nos pide imposibles, lo único que quiere es que demos al cien por cien lo que somos.

No nos pide producir naranjas si somos higuera, ni nos pide producir limones si somos ciruelo, solo nos pide que seamos lo que estamos llamadas a ser.

Para ello nos riega con la ternura, la cercanía, la compasión, la escucha. Sí, esa es la metodología de Jesús, esperar, darnos tiempo y arropar nuestra tierra seca para que germine.

Oración

Jesús, viñador de nuestra tierra, gracias por tu espera paciente, por tu empeño constante, gracias por tu cercanía y compasión, riéganos con el agua de tu ternura, para que podamos ser ternura para nuestros hermanos.”

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Estamos aquí para rectificar nuestra trayectoria.

Domingo, 24 de marzo de 2019
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parabola-de-la-higueraLc 13,1-9

El mensaje de hoy es muy sencillo de formular, pero muy difícil de asimilar. Con demasiada frecuencia seguimos oyendo la fatídica expresión: ¡Castigo de Dios! El domingo pasado decíamos que no teníamos que esperar ningún premio de Dios. Hoy se nos aclara que no tenemos que temer ningún castigo. Premio y castigo son dos realidades correlativas, si se da una, se da la otra. Si Dios es el que manda la lluvia, la sequía es necesariamente un castigo. Es difícil superar la idea de “el Dios que premia a los buenos y castiga a los malos”. La dinámica en la que hemos metido a Dios, es un callejón sin salida, para Él y para nosotros.

La gran teofanía de Yahvé a Moisés, indica el principio de la liberación. Debemos tener mucho cuidado al leer estos textos. No son relatos históricos tal como entendemos hoy la historia. Hace referencia a acontecimientos del s. XIII a. de C. y se escribieron entre el VII y el IV. Los primeros relatos fueron orales. La última fijación de la Biblia se produjo en el siglo V a. de C. en tiempos de Esdras y Nehemías. Su único objetivo era afianzar la fe del pueblo.

Dios salva a su pueblo y en esa salvación, se reconoce como elegido por Dios. Fíjate bien: Dios responde a las quejas del pueblo. No es un Dios impasible, trascendente, que le importa muy poco la suerte de los seres humanos. Es un Dios que interviene en la historia a favor del pueblo oprimido. Así lo creían ellos, desde una visión mítica de la historia. Dios se sirve de los seres humanos para llevar a cabo la obra de salvación. Esto es muy importante a la hora de pensar la liberación. Somos nosotros los responsables de que la humanidad camine hacia una liberación o que siga hundiendo en la miseria a la mayoría de los seres humanos.

“Yo soy el que soy”. Estamos ante la intuición más sublime de toda la Biblia, y seguramente de todo el pensamiento religioso: Dios no tiene nombre, simplemente, ES. El nombre de Dios es una expresión verbal:El que es y será”. En aquella cultura, conocer el nombre de alguien era dominarlo. La enseñanza es que Dios es inabarcable y nadie puede conocerle ni manipularle. Es una pena que hayamos intentado durante dos mil años, meterlo en conceptos y explicarlo. Todos sabemos que el discurso sobre Dios es siempre analógico, es decir: sencillamente inadecuado, y solo “sequndum quid” acertado. Pero a la hora de la verdad, lo olvidamos y defendemos esos conceptos como si fueran la realidad de Dios.

Partiendo de la experiencia de Israel, Pablo advierte a los cristianos de Corinto que no basta pertenecer a una comunidad para estar seguro. Nada podrá suplir la respuesta personal a las exigencias de tu ser. El ampararse en seguridades de grupo, puede ser una trampa. Esta recomendación de Pablo está muy de acuerdo con el evangelio. Pablo dice: “El que se cree seguro, ¡cuidado! no caiga.” Y Jesús dice por dos veces: “si no os convertís, todos pereceréis”. La vida humana es camino hacia la plenitud, que necesita de constantes rectificaciones. Si no corregimos el rumbo equivocado, nos precipitaremos al abismo.

El evangelio de hoy nos plantea el eterno problema: ¿Es el mal consecuencia del pecado? Así lo creían los judíos del tiempo de Jesús y así lo siguen creyendo la mayoría de los cristianos de hoy. Desde una visión mágica de Dios, se creía que todo lo que sucedía era fruto de su voluntad. Los males se consideraban castigos y los bienes premios. Incluso la lectura de Pablo que acabamos de leer se pude interpretar en esa dirección. Jesús se declara completamente en contra de esa manera de pensar. Lo expresa claramente el evangelio de hoy, pero lo encontramos en otros muchos pasajes; el más claro, el del ciego de nacimiento, en el evangelio de Jn, donde preguntan a Jesús, ¿Quién peco, éste o sus padres?

Debemos dejar de interpretar como actuación de Dios lo que no son más que fuerzas de la naturaleza o consecuencia de atropellos humanos. Ninguna desgracia que nos pueda alcanzar, debemos atribuirla a un castigo de Dios; de la misma manera que no podemos creer que somos buenos porque las cosas nos salen bien. El evangelio de hoy no puede estar más claro pero, como decíamos el domingo pasado, estamos incapacitados para oír lo que nos dice. Solo oímos lo que nos permiten escuchar nuestros prejuicios.

Insisto, debemos salir de esa idea de Dios Señor o patrón soberano que desde fuera nos vigila y exige su tributo. De nada sirve camuflarla con sutilezas. Por ejemplo: Dios, puede que no castigue aquí abajo, pero castiga en la otra vida… O, Dios nos castiga, pero es por amor y para salvarnos… O Dios castiga solo a los malos… O merecemos castigo, pero Cristo, con su muerte, nos libró de él. Pensar que Dios nos trata como tratamos nosotros al asno, que solo funciona a base de palo o zanahoria, es ridiculizar a Dios y al ser humano.

Claro que estamos constantemente en manos de Dios, pero su acción no tiene nada que ver con las causas segundas. La acción de Dios es de distinta naturaleza que la acción del hombre, por eso la acción de Dios, ni se suma ni se resta ni se interfiere con la acción de las causas físicas. Desde el Paleolítico, se ha creído que todos los acontecimientos eran queridos por un dios todopoderoso. Pero resulta que Dios, por estar haciéndolo todo en todo instante, no puede hacer nada en concreto. No puede empezar a hacer nada, porque una acción es enriquecimiento del ser que actúa, y si Dios pudiera ser más, antes no sería Dios. No puede dejar de hacer nada de lo que hace, porque perdería algo y dejaría de ser Dios.

Si no os convertís, todos pereceréis. La expresión no traduce adecuadamente el griego metanohte, que significa cambiar de mentalidad, ver la realidad desde otra perspectiva. Perecer no es desaparecer sino malograr la existencia. No dice Jesús que los que murieron no eran pecadores, sino que todos somos igualmente pecadores y tenemos que cambiar de rumbo. Sin una toma de conciencia de que el camino que llevamos termina en el abismo, nunca estaremos motivados para evitar el desastre. Si soy yo el que voy caminando hacia el abismo, solo yo puedo cambiar de rumbo. Cada uno es responsable de sus actos. No somos marionetas, sino personas autónomas que debemos apechugar con nuestra responsabilidad.

La parábola de la higuera es esclarecedora. La higuera era símbolo del pueblo de Israel. El número tres es símbolo de plenitud. Es como si dijera: Dios me da todo el tiempo del mundo y un año más. Pero el tiempo para dar fruto es limitado. Dios es don incondicional, pero no puede suplir lo que tengo que hacer yo. Soy único, irrepetible. Tengo una tarea asignada; si no la llevo a cabo, esa tarea se quedará sin realizar y la culpa será solo mía. No tiene que venir nadie a premiarme o castigarme. El cumplir la tarea y alcanzar mi plenitud, será el premio, no alcanzarla el castigo. La tarea del ser humano no es hacer cosas sino hacerse, es decir, tomar conciencia de su verdadero ser y vivir esa realidad a tope.

¿Qué significa dar fruto? ¿En qué consistiría la salvación para nosotros aquí y ahora? Tal vez sea esta la cuestión más importante que nos debemos plantear. No se trata de hacer o dejar de hacer esto o aquello para alcanzar la salvación. Se trata de alcanzar una liberación interior que me lleve a hacer esto o dejar de hacer lo otro porque me lo pide mi auténtico ser. La salvación no es alcanzar nada ni conseguir nada. Es tu verdadero ser, estar identificado con Dios. Descubrir y vivir esa realidad es tu verdadera salvación.

Meditación

No tienes que esperar nada de fuera.
Dios ya te lo ha dado todo, lo que falta lo tienes que hacer tú.
La tarea fundamental está dentro de ti mismo.
Es un proceso de iluminación, de toma de conciencia de lo que eres.
Convertirse es centrarse, bajar al centro.
La única meta que te puede saciar está dentro.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Como una higuera.

Domingo, 24 de marzo de 2019
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corta-arb“El hacha del leñador le pidió al árbol el mango, y el árbol se lo dio”. (Rabindranath Tagore)

Lc 13, 1-9Un hombre tenía plantada una higuera en su huerto. Fue a buscar fruto en ella y no lo encontró (v6)

Jesús, hombre de campo y amante de la naturaleza, como demuestran las constantes menciones que hace de elementos de los mismosla higuera estéril (Mc. 11, 13), la viña (Mt. 21, 33), el trigo y la cizaña (Mt. 13, 26), etc.-, contó parábolas porque, como dice Cantar de los Cantares Rabbah, sirven de llave para abrir los misterios que afrontamos, y nos ayudan a hacernos las preguntas correctas: cómo vivir en comunidad, cómo determinar lo que en última instancia importa, cómo vivir la vida que Dios quiere que vivamos. Las parábolas son el modo como enseñaba Jesús y son recordadas hasta el presente no sólo porque están en el canon cristiano, sino porque siguen provocando, desafiando e inspirando (Amy-Jill Levine, Relatos cortos de Jesús. Las parábolas enigmáticas de un rabino polémico).

Actualmente son numerosos los biblistas que consideran que las parábolas de Jesús no tratan, o no solamente, de la salvación, sino también de cuestiones prácticas como por ejemplo cómo nos comportamos con el prójimo, cómo nos comprometemos en las relaciones laborales, o abordamos los asuntos económicos o políticos.

En la parábola de la higuera estéril el evangelista, que pone esta enseñanza en labios de Jesús de Nazaret, ubica la misma en un pasaje en el cual se realiza una llamada a la conversión y al arrepentimiento, y con ella estimula a los oyentes a rectificar sus conductas: “Un hombre tenía plantada una higuera en su huerto. Fue a buscar fruto en ella y no lo encontró”.

En la de la viña, John Wesley “afirmaba que el “objetivo fundamentalde la parábola era mostrar que muchos judíos serían rechazados y muchos paganos admitidos”.

Y, finalmente, la del trigo y la cizaña, ha sido mencionada como ejemplo de la tolerancia que hay que tener sobre todo a personas con una religión distinta a la propia.

En su Carta al obispo Roger de Chalons, el obispo Wazo se basó en dicha parábola para argumentar que “la iglesia debe dejar que la disidencia crezca con la ortodoxia hasta que venga el Señor para separarlos y juzgarlos”.

El creyente ha de vivir, según manifiesta Jesús, en actitud de producir buenos frutos, es decir, buenas obras: hacer el bien, practicar la justicia, mantener unas buenas relaciones consigo mismo, con los demás y con el mundo entero: animal, vegetal y mineral. ¿No somos todos hijos de la misma Madre Naturaleza, y en consecuencia hermanos?

Una fraternidad tan sentida por todos los seres del Universo, que hasta los inanimados responden con generosidad a ella, como testimonian estas palabras de Rabindranath Tagore: “El hacha del leñador le pidió al árbol el mango, y el árbol se lo dio”.

Teilhard de Chardín, dijo:

EN BUSCA DE DIOS

 “¡Te necesito, Señor!, 

porque sin Ti mi vida se seca. 

Quiero encontrarte en la oración, 

En tu presencia inconfundible, 

durante esos momentos en los que el silencio 

se sitúa de frente a mí, ante Ti. 

¡Quiero buscarte! 

Quiero encontrarte dando vida a l8aturaleza que Tú has creado; 

en la transparencia del horizonte lejano desde un cerro, 

y en la profundidad de un bosque 

que protege con sus hojas los latidos escondidos 

de todos sus inquilinos. 

¡Necesito sentirte alrededor! 

Quiero encontrarte en tus sacramentos, 

En el reencuentro con tu perdón, 

en la escucha de tu palabra, 

en el misterio de tu cotidiana entrega radical. 

¡Necesito sentirte dentro! 

Quiero encontrarte en el rostro de los hombres y mujeres, 

en la convivencia con mis hermanos; 

en la necesidad del pobre 

y en el amor de mis amigos; 

en la sonrisa de un niño 

y en el ruido de la muchedumbre. 

¡Tengo que verte! 

Quiero encontrarte en la pobreza de mi ser, 

en las capacidades que me has dado, 

en los deseos y sentimientos que fluyen en mí, 

en mi trabajo y mi descanso 

y, un día, en la debilidad de mi vida, 

 cuando me acerque a las puertas del encuentro cara a cara contigo”.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Cavar y abonar para dar fruto.

Domingo, 24 de marzo de 2019
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the-sower-webLc 13, 1-9

Nos encontramos en el tercer tramo del tiempo de Cuaresma. Siempre se ha recibido este tiempo como un momento de conversión, de interiorización, de revisión de vida. Cada comunidad cristiana ha ido interpretando este significado a partir de las recomendaciones eclesiales y desde la realidad de cada una. Ahora bien, este texto de hoy puede ayudarnos a dar un paso más y adentrarnos en el significado de la CONVERSIÓN desde lo que plantea Jesús. Sería interesante no quedarnos en los gestos propios y sí tocar fondo en lo que supone esta palabra tan nuclear en nuestro itinerario creyente. Ser creyente es un proceso personal y comunitario de experimentar la unidad con la Trascendencia, no a golpe de pecho sino a golpe crecimiento. Este parece ser el planteamiento que nos hace Jesús en esta narración recogida por Lucas.

El texto de hoy tiene dos partes con dos enseñanzas de Jesús tremendamente importantes. Por un lado, le plantean a Jesús el tema del pecado como el no cumplimiento de la ley judía. La respuesta de Jesús puede resultar confusa. Sin embargo, por coherencia con toda la posición de Jesús posterior, se puede entender que la conversión tiene mucho que ver con esa invitación a liberarse de la ley cerrada en contra del cumplimiento absurdo.

Jesús hace notar que “el pecado” no es una cuestión de grados, de juicio sobre quién peca más y las consecuencias de éste. Es más bien una cuestión de no tomarse en serio la conversión de corazón, de ser conscientes de lo que se hace, sin duda, pero también de decidir cambiar la posición ante la vida. Lo uno sin lo otro no parece que ayude a dejar fluir el verdadero sentido de la existencia. Existe el riesgo de quedarnos en sumar o restar actos puros o impuros y vivir convencidos de que lo que no son cuentas son cuentos. Quizá no sea este el paradigma que Jesús plantea sobre la conversión; no es un problema de malas obras sino de encontrar un espacio interior de conexión con nuestro origen divino y que toda nuestra vida gire en torno a ello. Tampoco quiere Jesús compensar estas salidas del camino con gestos puntuales que sólo nos engañan y tranquilizan nuestra conciencia.

Conversión tiene tres componentes léxicos que pueden ayudarnos a una interpretación más vital de la palabra: CON (junto, completamente) VERSUS (dado vuelta, girado) SIÓN (acción y efecto). Estos tres componentes nos hablan, sin duda, de un movimiento que conduce más a una transformación que puede llegar a dar la vuelta a nuestra vida que a un cambio de actitudes. Sería una búsqueda completa de nuestra VERSIÓN original y dejar ya de vivir haciendo doblajes que nos alejan mucho de nuestra esencia y de nuestra verdad más honda. Por eso, la parábola con la que concluye el texto de este domingo nos plantea la aridez e infertilidad de la vida cuando nos dejamos llevar por la inercia de los acontecimientos, de las situaciones, por sentir la seguridad que nos da hacer lo de siempre, por no afrontar el miedo que supone entrar en nuestra realidad y “abonar y cavar” nuestra tierra personal para tocar las raíces donde está la verdadera esencia de nuestra savia vital.

Y esto que ocurre a nivel personal es también el drama de nuestras comunidades y de nuestra Iglesia; No existe mala voluntad sino poca voluntad para arriesgarse y buscar alternativas. Esta parábola es muy clara, si la higuera no da fruto no tiene sentido que siga ocupando un espacio que “otros” pueden ocupar. El planteamiento, quizá, sea ponernos de acuerdo en cómo cavar, qué abono echar y qué frutos esperamos obtener. Es importante cavar para sanear las raíces, nuestras raíces más hondas dónde está la fuerza de Dios vitalizando nuestra existencia; el abono, tal vez, sea conectar más con el mensaje de Jesús, con el Evangelio y amasarnos en el Dios de la Vida: los frutos, sin duda, tendrán más el color y el sabor de la visibilidad, de la osadía, de la libertad, de la denuncia de aquello que atenta contra la dignidad humana, de atrevernos a soltar lo de siempre y generar nuevas formas de vivir el Evangelio en el siglo XXI.

FELIZ DOMINGO

24 de marzo de 2019

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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El fruto nace de la comprensión

Domingo, 24 de marzo de 2019
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Bieber-ComprendreDomingo III de Cuaresma

24 marzo 2019

Lc  13, 1-9

El relato encierra un doble mensaje: por un lado, desvincula el dolor, en cualquiera de sus formas, del pecado, desmontando así una creencia arraigada, según la cual, toda desgracia era vista como consecuencia de algún tipo de desorden moral y, en ese sentido, como castigo divino; por otro, pone de relieve la insistencia en “dar fruto”.

La parábola puede leerse en clave cristológica, y reflejaría una creencia fundamental de aquellos primeros grupos: Jesús es quien cuida y alimenta a la comunidad para que pueda dar fruto.

Sin duda, como nos sucede a todos los humanos, los discípulos debían observar que sus comportamientos distaban mucho de ser coherentes con lo que decían creer. Y era esa constatación la que les llevaba a apelar a la paciencia divina y a Jesús como fuerza de transformación.

Ha sido habitual asociar el “dar fruto” a la voluntad, cayendo con frecuencia en un voluntarismo tan exigente como estéril. Porque, si bien es importante educarla y ejercitarla, la voluntad no funciona –o funciona mal– cuando se desliga de la comprensión.

Eso explica por qué el moralismo ha conseguido efectos contrarios a los deseados: no ha hecho “mejores personas”, sino personas más rígidas, resentidas y con frecuencia más orgullosas.

El intento de “ser mejor” suele encerrar peligros graves, porque cuanto más se lucha contra algo, más se refuerza; más que “mejorar”, puede producir neurosis; y en lugar de desapropiarse del ego, este sale fortalecido. Se trata, por tanto, de un círculo vicioso peligroso, que puede llevar a la persona a tocar fondo.

Paradójicamente, el “dar fruto” viene de la mano de la aceptación y de la comprensión: ambas actitudes hacen que la persona puede vivirse alineada con lo real y, desde la conexión con el Fondo que constituye nuestra identidad última, fluir ser cauce a través de la cual la Vida se expresa en todo momento.

El “fruto” –el cambio– es entonces posible porque, gracias a la aceptación y a la comprensión, mi centro se desplaza del “yo” que creía ser a la Vida o Presencia consciente que realmente soy. Tal desplazamiento constituye la mayor y más radical transformación que podemos vivir.

¿Desde dónde actúo? ¿Desde la exigencia o desde la aceptación?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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La sed y el agua

Domingo, 24 de marzo de 2019
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índiceDel blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

  1. Dame de beber

La samaritana yendo a por agua al pozo simboliza toda nuestra sed, al sed del alma humana. La sed de la samaritana es la misma sed de todo ser humano: es nuestra insatisfacción radical que no puede ser saciada por nada humano.

Jesús también sintió sed: dame de beber le dice a la samaritana. En la cruz Jesús dirá: tengo sed, (Jn 19,28)

         Los humanos tenemos sed de felicidad, de bienestar. La sed más profunda del ser humano es la sed de amar y ser amado.

         El agua no existe porque yo tenga sed, pero lo cierto es que tenemos sed y una sed que no se sacia con cualquier agua. No le daremos el nombre de Dios, pero en el fondo de la sed humana está el deseo, la nostalgia de Dios. La sed humana de felicidad es algo así como una pulsión irrefrenable.

Casi “psicoanalíticamente”, Jesús ayuda a la samaritana a descubrir su -nuestra- insatisfacción radical.

En forma más oracional solemos evocar estas cosas y esa sed con los salmos: “como suspira la cierva, tras las corrientes de agua, así suspira mi alma, por ti, mi Dios.” (Salmo 42,2). “Mi vida tiene “sed del Dios vivo” (Salmo 42,3), danos del agua que brota en nuestra tierra reseca, angostada, sin agua, (Salmo 63,2). El buen Pastor nos lleva hacia fuentes tranquilas, (Salmo 22).

  1. Es natural que busquemos fuentes de agua viva.

Los cinco maridos que se mencionan en el diálogo, no suponen una intromisión en la vida privada de la mujer (los curas y no curas somos demasiado indiscretos y “metetes” en la vida).

La cuestión de los maridos se trata de una alusión a la historia de Samaría, que después de la ocupación por los ejércitos de  Sargón II en el año 721 a. C., fue repoblada por inmigrantes de otras seis regiones  2 R 17,24-41, los cuales importaron sus respectivos cultos idolátricos. Marido: baal, ídolo.

Marido / baal son las diversas realidades en las que una persona piensa encontrar la felicidad: los baales son el dinero, el poder de todo tipo, el placer, etc.

La samaritana no niega que tenga sed, lo que dice es que no ha encontrado el agua que satisfaga su vida.

         Aquella mujer, como todos, se había puesto en manos de cinco o “cincuenta” “baales”: ídolos, dinero, eros, poder, vanidad, templos, etc., pensando que esos “maridos” le iban a aportar la verdadera felicidad. Pero no fue así; seguía teniendo sed. Había bebido de cinco pozos, pero había terminado desengañada y con más sed.

         Samaritana y samaritanos somos todos nosotros. Bebemos y comemos de aguas y panes que no sacian.

  1. La hora y la sed.

         El evangelio de Juan es de una gran elegancia y repite con gran sentido religioso algunos temas. Hoy escuchamos tres claves de lectura muy joánicos: el “yo soy” el agua y la hora.

yo soy

Todo el Evangelio de Juan es un continuo “yo soy”. Esta expresión cristológica aparece cerca de 40 veces en este evangelio: “Yo soy el pan de vida, Yo soy el agua, Yo soy la luz, Yo soy el camino, Yo soy la resurrección y la vida, Yo soy la vida, Yo soy el Buen Pastor, Yo soy la puerta, etc. Y en la agonía de Getsemaní y frente a todos los poderes que le van a detener, Jesús se muestra simplemente: yo soy.

la hora

En el evangelio de Juan hay como un proceso hacia la hora de Jesús, la hora de su crucifixión. Al comienzo del evangelio, en las bodas de Caná, Jesús le dice a su madre: Mujer no ha llegado mi hora, (Jn 2,4). En la última Cena: sabiendo Jesús que había llegado su hora, (Jn 13,1) La hora sexta es la hora de la crucifixión en la que Cristo dice: tengo sed, (Jn 19,28)

El agua

No es casual que Jesús se encuentre con la samaritana a la hora sexta y tiene sed. Es la misma hora y la misma sed de la crucifixión. Lo crucificaron a la hora sexta y Jesús dijo: Tengo sed

Cristo ofrece el agua (y sangre) de su costado, (Jn 19,34).

         De Cristo brota el agua de vida eterna. Él es la fuente de agua.

  1. llegar a la fe.

El diálogo de Jesús con la samaritana y con cualquiera de nosotros transcurre lentamente, en una conversación llena de vericuetos entre esta mujer (o cualquiera de nosotros) y JesuCristo. El diálogo va avanzando quedamente. La vida va progresando hasta llegar al acto de fe en el “yo soy” cristológico que atraviesa todo el evangelio de San Juan: Soy yo, el que habla contigo:

Jn 4,9          Tú, que eres judío, me pides agua a mí …

4,11.15        Señor (Kyrie)

4,19            Profeta.

4,25            Mesías.

4,26            yo soy, el que habla contigo.

Calma en la vida.

A la fe se llega quedamente y ¡quién sabe por qué caminos! A veces hay que tener mucha paciencia histórica, como en la parábola del trigo y la cizaña. No hay que precipitarse ni agobiar a los demás. A lo mejor estamos todavía con el segundo marido, en el tercer ídolo, ¿quién sabe?

Llegar a Cristo, llegar a la fe puede ser -es- tarea de toda la vida, es  un Éxodo de “40 años”, de toda la vida.  La sed está ahí, en nuestro interior y siempre busca el agua.

 ¡El poeta Luis Rosales lo dijo espléndidamente!:

De noche iremos, de noche,

que para encontrar  la fuente,

sólo la sed nos alumbra.

Para apagar nuestra sed y vivir en buena armonía con Dios (culto) no necesitamos templos, ni Garizim, ni liturgias super ortodoxas, ni músicas, ni masas, necesitamos nobleza y honradez, que eso es ser cristiano.

El agua que calma la sed es Cristo, no las superestructuras eclesiásticas. Decisivo es Cristo, no el andamiaje. El yo soy es Cristo, no lo eclesiástico. Y, en último término, la instancia crítica es el Reino de Dios no el entramado eclesiástico.

¿Son necesarios los Templos? Los templos son necesarios pero como las tuberías, en tanto en cuanto llevan agua. Lo decisivo no es la tubería, sino el agua.

“La sed la ponemos nosotros”, el agua Cristo.

Quien beba de esta agua no pasará sed.

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“El culto al dinero”. 3º de Cuaresma – B (Juan 2,13-25)

Domingo, 4 de marzo de 2018
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03_cuar_b-300x300Hay algo alarmante en nuestra sociedad que nunca denunciaremos bastante. Vivimos en una civilización que tiene como eje de pensamiento y criterio de actuación la secreta convicción de que lo importante y decisivo no es lo que uno es, sino lo que uno tiene. Se ha dicho que el dinero es «el símbolo e ídolo de nuestra civilización» (Miguel Delibes). Y de hecho son mayoría los que le rinden su ser y le sacrifican toda su vida.

John KGalbraith, el gran teórico del capitalismo moderno, describe así el poder del dinero en su obra La sociedad opulenta: el dinero «trae consigo tres ventajas fundamentales: primero, el goce del poder que presta al hombre; segundo, la posesión real de todas las cosas que pueden comprarse con dinero; tercero, el prestigio o respeto de que goza el rico gracias a su riqueza».

Cuántas personas, sin atreverse a confesarlo, saben que en su vida, en un grado u otro, lo decisivo, lo importante y definitivo, es ganar dinero, adquirir un bienestar material, lograr un prestigio económico.

Aquí está sin duda una de las quiebras más graves de nuestra civilización. El hombre occidental se ha hecho en buena parte materialista y, a pesar de sus grandes proclamas sobre la libertad, la justicia o la solidaridad, apenas cree en otra cosa que no sea el dinero.

Y, sin embargo, hay poca gente feliz. Con dinero se puede montar un piso agradable, pero no crear un hogar cálido. Con dinero se puede comprar una cama cómoda, pero no un sueño tranquilo. Con dinero se pueden adquirir nuevas relaciones, pero no despertar una verdadera amistad. Con dinero se puede comprar placer, pero no felicidad. Pero los creyentes hemos de recordar algo más. El dinero abre todas las puertas, pero nunca abre la puerta de nuestro corazón a Dios.

No estamos acostumbrados los cristianos a la imagen violenta de un Mesías fustigando a las gentes. Y, sin embargo, esa es la reacción de Jesús al encontrarse con hombres que, incluso en el templo, no saben buscar otra cosa que no sea su propio negocio.

El templo deja de ser lugar de encuentro con el Padre cuando nuestra vida es un mercado donde solo se rinde culto al dinero. Y no puede haber una relación filial con Dios Padre cuando nuestras relaciones con los demás están mediatizadas solo por intereses de dinero. Imposible entender algo del amor, la ternura y la acogida de Dios cuando uno solo vive buscando bienestar. No se puede servir a Dios y al Dinero.

José Antonio Pagola

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“Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Domingo 4 de marzo de 2018. Domingo tercero de Cuaresma

Domingo, 4 de marzo de 2018
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21-cuaresma B3 cerezoLeído en Koinonia:

Éxodo 20,1-17: La Ley se dio por medio de Moisés.
Salmo responsorial: 18: Señor, tú tienes palabras de vida eterna.
1Corintios 1,22-25: Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los hombres, pero, para los llamados, sabiduría de Dios.
Juan 2,13-25: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.

El evangelio de Juan coloca esta manifestación mesiánica de Jesús al comienzo de su actividad pública y en el contexto de una fiesta de Pascua en Jerusalén. Para Juan es muy importante poner a Jesús y a su comunidad en ese marco de la sucesión de las fiestas judías. Eso lo vemos a lo largo de todo el evangelio, pues no hay ningún acontecimiento fuera de ese marco. Juan optó por encuadrar toda la actividad pública de Jesús en el tiempo religioso de los que su propio Evangelio define como “los judíos” (!). Al organizar la narración en función de una serie de fiestas judías, deja entrever una construcción ideológica y cultural rica, articulada e intencionada (hoy sabemos que las cosas no se sucedieron así, sino que se trata de una organización literaria de la narración, con una intención significativa).

La pascua judía es confrontada por Jesús y su comunidad discipular tres veces en el evangelio de Juan. Es evidente el simbolismo: con Jesús irrumpe una nueva Alianza (tres siempre simboliza el nacimiento de algo nuevo). El tiempo del Reino construye una nueva festividad. El tiempo de las fiestas judías es contrapuesto con un tiempo inusual y alternativo. El relato centra su interés en la dialéctica entre la estructura simbólica y temporal del judaísmo, y una estructura nueva alternativa que se quiere afirmar e institucionalizar.

El simbolismo de la revelación mesiánica de Jesús es sumamente resaltado en la confrontación con el templo. El relato necesita hacerlo; al fin y al cabo se está construyendo y afirmando una nueva identidad. El templo de Jerusalén es el centro de las instituciones y símbolo de la gloria y el poder de la nación judía (tanto la residente en Palestina como la que se encuentra en la Diáspora). El evangelio emplea un símbolo conocido para indicar la presentación mesiánica de Jesús: el “látigo con cuerdas”. Era proverbial la frase “el látigo del Mesías” para significar la violencia que implica la irrupción de la era mesiánica. El uso que Jesús hace del “látigo” no deja la menor duda acerca de su identidad y del proyecto que encarna: con él arroja fuera del templo el ganado que se vendía para los sacrificios, las ovejas y los bueyes. Sacrificios, como ovejas y bueyes, así como sus potenciales compradores (sólo los ricos podían ofrecer este tipo de ganado en el sacrificio) son puestos fuera del horizonte del nuevo proyecto mesiánico-profético.

Al echar todos afuera del templo con sus ovejas y sus bueyes, Jesús declara la invalidez del culto de los potentados, del que los sacrificios constituían el momento cumbre. Jesús no denuncia solamente, como habían hecho los profetas, «el culto que encubre la injusticia», sino que declara infame «el culto que es en sí mismo una injusticia», por ser medio de explotación, pero sobre todo «por ser legitimación religiosa de la injusticia y del crimen». No propone una reforma del culto, sino su abolición.

La expulsión de los bueyes tiene que ver con la misma constitución de la sociedad tributaria-monárquica. El primer rey de Israel se constituyó a partir del “grupo de campesinos propietarios de bueyes”. No es de extrañar que a partir de entonces, latifundistas, bueyes y sacrificios en el templo estén articulados en un solo proyecto, y que se correspondan ideológica y religiosamente. Además el dios Baal de los agricultores cananeos se representaba con un buey. La agricultura y la ganadería necesitan su propio dios y su propio culto. Los latifundistas fueron aliados importantes de Herodes para la consolidación de su poder, y él, como retribución, mantuvo en forma opulenta al templo. Así podemos entender por qué el templo estaba lleno de bueyes, si la ideología religiosa dominante cuyo centro simbólico estaba allí era la justificación principal del sistema social estratificado y concentrador en Palestina desde la Reforma de Josías.

La expulsión de las ovejas del templo tiene también un rico sentido simbólico. Las ovejas son figura del pueblo, encerrado en el recinto donde está condenado al sacrificio. Los dirigentes explotan y asesinan al pueblo –verdadera víctima del culto–, sacrifican y destruyen al rebaño, a cuya costa viven. Jesús no se propone reformar aquella institución religiosa propósito por cierto inútil, sino rescatar al pueblo de ella.

Todos los grupos judíos esperaban la utopía del Reino, de forma que la agitación del primer siglo hizo a muchos pensar que la hora estaba próxima. Para los zelotas era la hora de tomar las armas contra la ocupación romana para instaurar el reino de Dios en el cual el templo y su personal ya no estuvieran sujetos a ningún imperio. Los saduceos no esperaban activamente el Reino y se contentaban con mantener como mejor podían el culto del templo con la ayuda de las autoridades romanas. Los esenios, como los zelotas, estaban listos para tomar las armas por el Reino, pero se habían retirado al desierto en espera del momento oportuno (kairós), considerando que el templo estaba en manos ilegítimas. Los fariseos también consideraban que para que llegara el Reino había que acabar con el dominio extranjero y restaurar la autonomía del templo. Sin embargo, no entraron a ninguna guerrilla y se dedicaron a la más riguroso observancia de la ley.

A diferencia de los grupos anteriores, la actitud de Jesús y de su comunidad discipular es de tajante oposición al templo, lo que aparece de una manera mucho más radicalmente –no sólo como rechazo de un culto de los poderosos– en las acciones contra los cambistas, a quienes les desparrama las monedas, y contra los vendedores de palomas, a quienes les ordena quitar de en medio su mercancía.

Los cambistas representaban “el sistema financiero” de la época. Todos los varones judíos mayores de 21 años estaban obligados a pagar un tributo anual al templo, e infinidad de donativos en dinero iban a parar al tesoro del templo. Además, en la antigüedad, los templos, por la inmunidad que les confería su carácter sagrado, eran el lugar elegido por los pudientes para depositar sus tesoros. El templo de Jerusalén llegó a ser uno de los mayores bancos de la antigüedad. Pero pagar el tributo y los donativos no se podía hacer en monedas que llevasen la efigie imperial, considerada idolátrica por los judíos: el templo acuñaba su propia moneda y los que iban a pagar tenían que cambiar sus monedas por las del templo. Los cambistas cobraban, naturalmente, su comisión. Al volcar sus mesas y desparramar sus monedas, Jesús estaba atacando directamente el tributo al templo y, con él, al sistema económico religioso dominante. El templo es para Jesús una empresa que explota económicamente al pueblo. De hecho, el culto proporcionaba enormes riquezas a la ciudad y a los comerciantes, sostenía a la nobleza sacerdotal, al clero y a los empleados. La acción de Jesús toca, por tanto, un punto neurálgico: el sistema económico e ideológico que representaba el templo en Israel.

La acción contra los vendedores de palomas es igualmente de enorme impacto ideológico. Las palomas eran animales sacrificiales de menor importancia, pues con ellas los pobres ofrecían sus cultos a Dios; sin embargo el hecho de que sus vendedores hayan sido los únicos a quienes Jesús se dirige y a los que hace responsables de la corrupción del templo, quiere hacer ver la enorme preocupación de Dios por la suerte de los pobres y su enojo por quienes hacen negocio con su pobreza. En contraste con las dos acciones anteriores, Jesús no ejecuta acción alguna, sino que se dirige a los vendedores mismos acusándolos de explotar a los pobres por medio del culto, del impuesto, y del fraude de lo sagrado.

El templo es “casa del mercado”, y allí el dios es el dinero. Al llamar a Dios mi Padre, Jesús no lo identifica con el sistema religioso del templo. La relación con Dios no es religiosa sino familiar, está en el ámbito de la casa familiar. La relación se desacraliza y se familiariza. En la casa del Padre ya no puede haber comercio ni explotación, siendo casa-familia acoge a quien necesite amor, intimidad, confianza, afecto.

Aún, Jesús da un paso más en su confrontación radical con el templo al proponerse él mismo como santuario de Dios. Frente al poder de Herodes (cuarenta y seis años de construcción del templo) emerge el poder del resucitado (tres días). En el Reino de Dios no se requiere templos sino cuerpos vivos. Éstos son los santuarios de Dios, donde brilla su presencia y su amor, si viven dignamente. Jesús no viene a continuar la línea religiosa tradicional. Vino a proponer una humanidad restaurada a partir del principio de la ultimidad de la vida en cuerpos que viven con dignidad. Sobre esta base es posible soñar y construir otra manera de vivir y otra manera de creer. Leer más…

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4.3.18. Diez Mandamientos. El 8º: No robar personas

Domingo, 4 de marzo de 2018
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28576048_942458862597973_5981452798281484813_nDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 3 Cuaresma, ciclo b. Del evangelio de este domingo (Jn 2, 13-25) trataré el próximo día , insistiendo en la tarea de limpiar el templo, de forma que no sea mercado al servicio de sus funcionarios (sacerdotes…).

Hoy comento la primera lectura (Ex 20, 1-17), con el Decálogo que recoge los mandamientos de Dios, que son propios del Sinaí, que es también el Dios de la Alianza (así aparecen en Dt 5).

Estos mandamientos son un texto clave de la tradición israelita y universal, con sus mandamientos más “religiosos” (1-4) que sitúan al hombre ante Dios y sus mandamientos más sociales (5-10), formulados de un modo universal, regulando las relaciones de los hombres con otros hombres.

En esta postal expongo y comento los mandamientos de la Biblia (según la lectura de Ex 20), no los que ha matizado después la tradición cristiana, cambiando incluso su numeración, insistiendo en dos temas principales:

220px-decalogue_parchment_by_jekuthiel_sofer_17681. Los mandamientos son una de las primeras y más hondas formulaciones de los derechos (y deberes) humanos,que en esa línea mantienen toda su actualidad.

2. Quiero insistir en el mandamiento 8ª, que dice no robarás, y que se refiere ante todo al robo de personas, un mandamiento que debe recordarse en este tiempo en el que sigue existiendo el robo y trata de personas.

El tema está tomado básicamente del Gran Diccionario de la Biblia. Buen domingo a todos.

Texto. Decálogo (Ex 20, 1-17)

Introducción
En aquellos días, el Señor pronunció las siguientes palabras: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud.

Primera tabla

1. No tendrás otros dioses frente a mí.

2. No te harás ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y biznietos, cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos.

3. No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso. Fíjate en el sábado para santificarlo.

4. Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero que viva en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra, y el mar y lo que hay en ellos. Y el séptimo día descansó: por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó.]

Segunda tabla

5. Honra a tu padre y a tu madre: así prolongarás tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar.

6. No matarás.
7. No cometerás adulterio.
8. No robarás.
9. No darás testimonio falso contra tu prójimo.

10. No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él.”

Introducción, Dios habla. Ex 20, 1-2

gran-diccionario-de-la-bibliaEn aquellos días el Señor(=Elohim) pronunció todas estas palabras diciendo: Yo soy Yahvé, tu Dios, que te saque de Egipto, de la esclavitud.

Los mandamientos aparecen en este contexto (Ex 19-20) como revelación de Dios (Ex 19-24), su palabra más profunda, para iluminar al hombre, a fin de que comprenda el misterio de su ser, el don y tarea de su vida.

El Dios de la teofanía anterior (Ex 19),envuelto en humo y cabalgando en fuego sobre el terremoto (que aparecía en Ex 19), pierde aquí sus rasgos cósmicos de miedo y prepotencia, para presentarse como legislador moral que hace posible (fundamenta) la existencia madura de los hombres.

Esperando al Dios terrible nos ha llevado Moisés hasta la falda de la montaña ardiente (no a una simple zarza como en Ex 3,2), para ponernos cara a cara ante el fuego de Dios y hemos podido sentir por un momento el pavor/admiración sagrada. Pero luego, ese pavor se vuelve palabra de enseñanza. No goza Dios en hacer demostraciones de su fuerza ante nosotros sino en darnos como fuente de vida su palabra.

Entendidos en ese contexto, los diez mandamientos son la revelación de nuestro ser más hondo; emerge en ella algo más grande que nosotros, alguien que al amarnos (liberarnos del lugar de esclavitud, de Egipto) nos permite ser humanos.

Que el ser humano pueda vencerse a sí mismo, superando su egoísmo ; que logre valorar el bien de todos y buscarlo de un modo generoso… esa es la prueba de que Dios se ha revelado en nuestra historia. Evidentemente, no han sido los israelitas los primeros en saberlo y en decirlo; pero ellos lo han sabido y dicho de una forma intensa, concentrada, quizá definitiva.

Los diez mandamientos constituyen el centro de la Ley israelita y así empiezan introducción muy significativa: «Yo soy Yahvé, tu Dios, que te saque de Egipto, de la esclavitud» (Ex 20, 2; Dt 5, 6). No empiezan siendo reglas de conducta universal, que se fundan en sí mismas, ni mandados de un Elohim o Dios que se revela en todas las naciones, sino expresión de la identidad israelita, palabra del mismo Yahvé liberador.

Ellos expresan el tipo de vida que se deriva precisamente de esa liberación. No son imposiciones para esclavos, ni dictados de un rey sobre sus súbditos, sino expresión de una vida en libertad. Pueden dividirse en dos «tablas», una de tipo más expresamente israelita, otra más universal.

Primera tabla. Mandamientos sagrados, israelitas: 

tencEstos son los mandamientos propios de los israelitas, como pueblo escogido, que ha descubierto la soberanía y unidad de Dios, que no permite a su lado otros dioses. Este monotelismo exclusivista (¡sólo Yahvé!) define la identidad israelita, hasta el día de hoy.Según la tradición bíblica son cuatro mandamientos (no los tres que ha recogido la tradición cristiana, reuniendo los dos primeros).

1. No tendrás otros dioses frente a mí. Dios no forma parte de un “mundo” más amplio de figuras sagradas. Es único, no por egoísmo, sino porque lo da todo, se da todo. Eso significa que en el fondo de toda realidad hay un sentido único, un principio de vida universal, un poder liberador… Lo único que sabemos de él es que nos ha sacado de Egipto, que es un Dios liberador, que nos ha creado y nos hacer.

2. No te harás ídolos, figura alguna…. Aquí no se dice que no hagas figuras de otros dioses (de Zeus o Marduk…), sino que no hagas figura de Yahvé, que no intentes representarlo, con imágenes de astros, de animales… de personas. No intentes manipular a Dios, utilizarle… Sabes que la imagen de Dios es el hombres (¡Dios hizo al hombre a su imagen, varón y mujer los creó…, Gen 1, 27-28). Por eso, si quieres “ver” a Dios mira a los hombres, respétales como divinos, ámales como humanos y necesitados. Del Dios en sí no hagas imagen alguna.

3. No pronunciarás el nombre de Yahvé, tu Dios, en vano. Este mandamiento completa el sentido del anterior. Antes se había dicho “no hagas imagen de Dios”, ahora se añade “no hables de él”, no intentes explicar su misterio, muéstrate ante él con reverencia. Los judíos rabínicos, tomando al pie de la letra esta mandato, no dicen “Yahvé”, no pronuncian su nombres, sino que se callan o ponen en su lugar otra palabra: El Señor, el Nombre, el Poder, el Santo etc. Los cristianos nos atrevemos a interpretar ese mandato diciendo que el nombre de Dios es “Padre”, y que él se ha revelado por Jesús, según el evangelio…

4. Fíjate en el sábado para santificarlo…. No hay en el decálogo ningún mandato “religioso particular” (como los cinco mandamientos de la Iglesia cristiana: ir a misa, confesarse…). El único mandamiento es el “Sábado”, con su sentido más profundo de respetar el ritmo de Dios en nuestra vida: Un día a la semana recordar y agradecer su creación; un día a la semana descubrir que el mundo es sagrado, que no podemos manipularlo… Dejar de “trabajar” (de imponernos, de dominar…), volver al equilibrio de la vida como don de Dios (en un sentido de ecología radical) Leer más…

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Jesús, nuevo templo de Dios. Domingo 3º de Cuaresma. Ciclo B

Domingo, 4 de marzo de 2018
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expulsion-mercaderes-giottoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Giotto

La escena de la expulsión de los mercaderes del templo la cuentan los cuatro evangelios. Pero, como ocurre a menudo, hay algunas diferencias entre ellos, igual que ocurre entre Giotto y El Greco.

Preguntas para un concurso

  1. ¿Cuándo tuvo lugar dicha escena? ¿Al comienzo de la vida de Jesús o al final?
  2. Esta escena ha sido pintada por numerosos artistas, entre ellos el Greco. En todas ellas aparece Jesús empuñando un azote de cordeles. Pero, de los cuatro evangelios, sólo uno menciona dicho azote; en los otros tres Jesús no recurre a ese tipo de violencia. ¿De qué evangelio se trata?
  3. Sólo un evangelio dice que Jesús prohibió transportar objetos por la explanada del templo. ¿Cuál?
  4. ¿Qué evangelista cuenta la escena de la forma más breve?
  5. ¿Quién la cuenta con más detalle, incluyendo una discusión con las autoridades judías?

Respuestas

  1. Juan la sitúa al comienzo de la vida de Jesús. Mateo, Marcos y Lucas al final, pocos días antes de morir.
  2. El único que menciona el azote es Juan.
  3. Esa prohibición sólo se encuentra en Marcos.
  4. El más breve es Lucas.
  5. Juan.

El relato de Juan (Jn 2,13-25)

El concurso anterior no se debe a un capricho. Pretende recordar que los evangelistas no cuentan el hecho histórico tal como ocurrió, sino transmitir un mensaje. Por eso alguno insiste en un detalle, mientras otros lo omiten por no considerarlo adecuado para su auditorio. Lucas, por ejemplo, reduce al mínimo la actitud violenta de Jesús, mientras que Juan la subraya al máximo. El relato de Juan se divide en dos partes: la expulsión de los mercaderes y la breve discusión con los judíos.

Un gesto revolucionario

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:

̶ Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»

A nuestra mentalidad moderna le resulta difícil valorar la acción de Jesús, no capta sus repercusiones. Nos ponemos de su parte, sin más, y consideramos unos viles traficantes a los mercaderes del templo, acusándolos de comerciar con lo más sagrado. Pero, desde el punto de vista de un judío piadoso, el problema es más grave. Si no hay vacas ni ovejas, tórtolas ni palomas, ¿qué sacrificios puede ofrecer al Señor? ¿Si no hay cambistas de moneda, cómo pagarán los judíos procedentes del extranjero su tributo al templo? Nuestra respuesta es muy fácil: que no ofrezcan nada, que no paguen tributo, que se limiten a rezar. Esa es la postura de Jesús. A primera vista, coincide con la de algunos de los antiguos profetas y salmistas. Pero Jesús va mucho más lejos, porque usa una violencia inusitada en él. Debemos imaginarlos trenzando el azote, golpeando a vacas y ovejas, volcando las mesas de los cambistas.

expulsion-mercaderes-grecoEl Greco

Imaginemos la escena en nuestros días. Jesús entra en una catedral o una iglesia. Comienza a ver todo lo que no tiene nada que ver con una oración puramente espiritual, lo amontona y lo va tirando a la calle: cálices, copones, candelabros, imágenes de santos, confesionarios, bancos…  ¿Cuál sería nuestra reacción? Acusaríamos a Jesús de impedirnos decir misa, de poder comulgar, confesarnos, incluso rezar.

Juan intuye la gravedad del problema y añade unas palabras que no aparecen en los otros evangelios: «Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: El celo de tu casa me devora.» El celo por la causa de Dios había impulsado a Fineés a asesinar a un judío y una moabita; a Matatías, padre de los Macabeos, lo impulsó a asesinar a un funcionario del rey de Siria. El celo no lleva a Jesús a asesinar a nadie, pero sí se manifiesta de forma potente. Algo difícil de comprender en una época como la nuestra, en la que todo está democráticamente permitido. El comentario de Juan no resuelve el problema del judío piadoso, que podría responder: «A mí también me devora el celo de la casa de Dios, pero lo entiendo de forma distinta, ofreciendo en ella sacrificios». Quienes no tendrían respuesta válida serían los comerciantes, a los que no mueve el celo de la casa de Dios sino el afán de ganar dinero.

La reacción de las autoridades

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:

̶  ¿Qué signos nos muestras para obrar así?

Jesús contestó:

̶  Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.

Los judíos replicaron:

̶  Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

En contra de lo que cabría esperar, las autoridades no envían la policía a detener a Jesús (como le ocurrió siglos antes al profeta Jeremías, que terminó en la cárcel por mucho menos). Se limitan a pedir un signo, un portento, que justifique su conducta. Porque en ciertos ambientes judíos se esperaba del Mesías que, cuando llegase, llevaría a cabo una purificación del templo. Si Jesús es el Mesías, que lo demuestre primero y luego actúe como tal.

La respuesta de Jesús es aparentemente la de un loco: “Destruid este templo y en tres días lo reconstruiré”. El templo de Jerusalén no era como nuestras enormes catedrales, porque no estaba pensado para acoger a los fieles, que se mantenían en la explanada exterior. De todas formas, era un edificio impresionante. Según el tratadoMiddot medía 50 ms de largo, por 35 de ancho y 50 de alto; para construirlo, ya que era un edificio sagrado, hubo que instruir como albañiles a mil sacerdotes. Comenzado por Herodes el Grande el año 19 a.C., fue consagrado el 10 a.C., pero las obras de embellecimiento no terminaron hasta el 63 d.C. En el año 27 d.C., que es cuando Juan parece datar la escena, se comprende que los judíos digan que ha tardado 46 años en construirse. En tres días es imposible destruirlo y, mucho menos, reconstruirlo.

Curiosamente, Juan no cuenta cómo reaccionaron las autoridades a esta respuesta de Jesús. (Resulta más lógica la versión de Marcos: los sumos sacerdotes y los escribas no piden signos ni discuten con Jesús; se limitan a tramar su muerte, que tendrá lugar pocos días después.) Pero el evangelista sí nos dice cómo debemos interpretar esas extrañas palabras de Jesús. No se refiere al templo físico, se refiere a su cuerpo. Los judíos pueden destruirlo, pero él lo reedificará.

Cuaresma y resurrección

Esto último explica por qué se ha elegido este evangelio para el tercer domingo. En el segundo, la Transfiguración anticipaba la gloria de Jesús. Hoy, Jesús repite su certeza de resucitar de la muerte. Con ello, la liturgia orienta el sentido de la Cuaresma y de nuestra vida: no termina en el Viernes Santo sino en el Domingo de Resurrección.

Jesús, nuevo templo de Dios

Hay otro detalle importante en el relato de Juan: el templo de Dios es Jesús. Es en él donde Dios habita, no en un edificio de piedra. Situémonos a finales del siglo I. En el año 70 los romanos han destruido el templo de Jerusalén. Se ha repetido la trágica experiencia de seis siglos antes, cuando los destructores del templo fueron los babilonios (año 586 a.C.). Los judíos han aprendido a vivir su fe sin tener un templo, pero lo echan de menos. Ya no tienen un lugar donde ofrecer sus sacrificios, donde subir tres veces al año en peregrinación. Para los judíos que se han hecho cristianos, la situación es distinta. No deben añorar el templo. Jesús es el nuevo templo de Dios, y su muerte el único sacrificio, que él mismo ofreció.

Portentos y sabiduría (1 Corintios 1,22-25)

En la segunda lectura aparece también el tema de los prodigios. Pablo, judío de pura cepa, pero que predicó especialmente en regiones de gran influjo griego, debió enfrentarse a dos problemas muy distintos. A la hora de creer en Cristo, los judíos pedían portentos, milagros (como se ha contado en el evangelio), mientras los griegos querían un mensaje repleto de sabiduría humana. Poder o sabiduría, según qué ambiente. Pero lo que predica Pablo es todo lo contrario: Cristo crucificado. El colmo de la debilidad, el colmo de la estupidez. Ninguna universidad ha dado un doctorado “honoris causa” a Jesús crucificado; lo normal es que retiren el crucifijo. Pero ese Cristo crucificado es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Quien sienta la tentación de considerar el mensaje cristiano una doctrina muy sabia humanamente, digna de ser aceptada y admirada por todos, debe recordar la experiencia tan distinta de Pablo.

Hermanos:
Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados -judíos o griegos-, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. 

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Tercer Domingo de Cuaresma. 04 de marzo, 2018

Domingo, 4 de marzo de 2018
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cuaresma-iii

“Jesús fue a Jerusalén.”

(Jn 2, 13-25)

Jesús se dirige a Jerusalén, lugar donde está situado el templo. Templo de piedra, de tradición, donde la ley es la norma. En él se encontraba el arca de la Alianza y, por lo tanto, la presencia de Dios.

Lo que pone de relieve este texto es que la absolutización de la religión trae los totalitarismos. La dualidad entre lo profano y lo religioso ha provocado demasiado enfrentamiento y sufrimiento entre los humanos.

La superación del templo significa la superación de la religión. No en el sentido de que haya que dejarla de lado, sino en darle un nuevo sentido. Refrescar la Buena Noticia.

Jesús lo pone de manifiesto: el templo se corrompe, se llena de consumo, “las monedas al suelo”, y todo esto forma parte de la dinámica del templo.

Sin embargo, Jesús inaugura una época nueva, no la de la ley, sino la de la experiencia, la del Encuentro.

Él también tuvo que expulsar fuera de sí muchos “animales”, todos aquellos que no le permitían vivir en la coherencia, y le sometían a la ira, el miedo, el no entender…

Siento que hoy Jesús nos habla de no vaciar de contenido lo esencial. Las piedras son piedras, pero su cuerpo es templo del Espíritu. Un templo que no admite cambistas, ni trueques, ni animales. Admite ser espacio vacío, desalojado de todo aquello que no le permite vivir en ese silencio y soledad que hacen que el Espíritu haga en Él su morada.

Un cuerpo que no lo pueden destruir los poderes del mundo. Cuerpo que muere para ser transformado. Un cuerpo como el de Jesús que está habitado por el Espíritu y que nadie puede destruir, porque el espíritu vive a pesar de las normas. En la fluidez que da la libertad de pensar, sentir y obrar en coherencia, en esa autenticidad de llevar a cabo la voluntad de Dios.

Jesús es el ser humano libre, que crece en la medida que experimenta el amor por su Padre y por las personas, por eso su ser se dilata y dinamiza a medida que se expone al amor del Espíritu.

Las piedras son duras, rígidas, solo son receptáculos. Si pierden el espíritu, son edificios muertos, son obras de arte que nos recuerdan otros tiempos, por eso Jesús inaugura un templo nuevo, SU CUERPO, un cuerpo que se llena de vida, a medida que se vacía de si mismo para llenarse del Amor de Dios.

La cuaresma es una puesta a punto para ver, sentir si nuestro templo es flexible, dinámico o es rígido, cerrado. ¿Estamos habitadas por nuestros quisiéramos, podríamos, tendríamos, o por el contrario, dejamos espacio al Espíritu?

ORACIÓN

Padre, ayudanos a poner a punto nuestro cuerpo para que sea templo, como lo fue el de Jesús, dinamizado por tu espíritu.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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El Templo convertido en refugio de ladrones y asesinos.

Domingo, 4 de marzo de 2018
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jesus-cleanses-the-temple-900x450Jn 2, 13-25

En las tres primeras lecturas de los domingos que llevamos de cuaresma, se nos ha hablado de pacto. Después de la alianza con Noe (Dom. 1) y con Abraham (Dom. 2), se nos narra hoy la tercera alianza, la del Sinaí. La alianza con Noe, fue la alianza cósmica del miedo. La de Abrahán fue la familiar de la promesa. La de Moisés fue la nacional de la Ley. ¿Cómo debemos entender hoy estos relatos? Noe, Abrahán y Moisés, son personajes legendarios.

La historia “sagrada” que narra la vida y milagros de estos personajes empezó a escribirse hacia el s. VII antes de Cristo. Son míticas leyendas que no debemos entender al pie de la letra. Se trata de experiencias vitales que responden a las categorías religiosas de cada época. Hoy nadie, en su sano juicio, puede pensar que Dios le dio a Moisés unas tablas de piedra con los diez mandamientos. No fue Dios quien utilizó a Moisés para comunicar su Ley, sino Moisés el que utilizó a Dios para hacer cumplir unas normas que él elaboró sabiamente.

Dios no hace pactos porque no puede ser “parte”. Una cosa es la experiencia de Dios que los hombres tienen según su nivel y otra muy distinta lo que Dios es. Jesús no habló del Dios de la “alianza eterna”. Dios actúa de una manera unilateral y desde el amor, no desde un “toma y da acá” con los hombres. Dios se da totalmente sin condiciones ni requisitos, porque el darse (el amor) es su esencia. En el Dios de Jesús no tienen cabida pactos ni alianzas. Lo único que espera de nosotros es que descubramos el don total de sí mismo.

No se trata de purificar el templo sino de sustituir. El relato del Templo lo hemos entendido de una manera demasiado simplista. Una vez más la exégesis viene en nuestra ayuda para descubrir el significado profundo del relato. Como buen judío, Jesús desarro­lló su vida espiritual en torno al templo; pero su fidelidad a Dios le hizo comprender que lo que allí se cocía no era lo que Dios esperaba. Recordemos que cuando se escribió este evangelio, ni existía ya el templo ni la casta sacerdotal tenía ninguna influencia en el judaísmo. Pero el cristianismo se había convertido ya en una religión que imitó la manera de dar culto a Dios.

Es casi seguro que, algo parecido a lo que nos cuentan sucedió realmente, porque el relato cumple perfecta­mente los criterios de historici­dad. Por una parte lo narran los cuatro evangelios. Por otra es algo que podía interpretarse por los primeros cristianos, (todos judíos) como desdoro de la persona de Jesús, no es fácil que nadie se lo pudiera inventar si no hubiera ocurrido y no hubiera estado en las primeras fuentes.

Nos han dicho que lo que hizo Jesús en el templo fue purificarlo. Esto no tiene fundamento, puesto que, lo que estaban haciendo allí los vendedores era imprescindible para el desarrollo de la actividad del templo. Se vendían bueyes ovejas y palomas, que eran la base de los sacrifi­cios. Los animales vendidos estaban controlados por los sacerdotes; así se garantizaba que cumplían todos los requisitos de pureza legal. También eran imprescindibles los cambistas, porque al templo solo podía recibir dinero puro, es decir, acuñado por el templo. En la fiesta de Pascua, llegaban a Jerusalén israelitas de todo el mundo, a la hora de hacer la ofrenda no tenían más remedio que cambiar su dinero romano o griego por el del templo.

Jesús quiso manifestar, con un acto profético, que aquella manera de dar culto a Dios no era la correcta. En esos días de fiesta podía haber en el atrio del templo 8000 personas. Es impensable que un solo hombre con unas cuerdas pudiera arrojar del templo a tanta gente. El templo tenía su propia guardia, que se encargaba de mantener el orden. Además, en una esquina del templo se levantaba la torre Antonia, con una guarnición romana. Los levantamientos contra Roma tenían lugar siempre durante las fiestas. Eran momentos de alerta máxima. Cualquier desorden hubiera sido sofocado en unos minutos.

Las citas son la clave para interpretar el hecho. Para citar la Biblia se recordaba una frase y con ella se hacía alusión a todo el contexto. Los sinópticos citan a (Is 56,3-7) “mi casa será casa de oración para todos los pueblos; y a (Jer 7,8-11) “pero vosotros la habéis convertido en cueva de bandidos”. Is hace referencia a los extranjeros y a los eunucos, excluidos del templo, y dice: “yo los traeré a mi monte santo y los alegraré en mi casa de oración. Sus sacrificios y holocaus­tos serán gratos sobre mi altar, porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos.Dice que en los tiempos mesiánicos, los eunucos y los extranjeros podrán dar culto a Dios. Ahora no podían pasar del patio de los gentiles.

El texto de (Jer 7,8-11) dice así: “No podéis robar, matar, adulterar, jurar en falso, incensar a Baal, correr tras otros dioses y luego venir a presentaros ante mí, en este templo consagrado a mi nombre, diciendo: ‘Estamos seguros’ y seguir cometiendo los mismos crímenes. ¿Acaso tenéis este templo por una cueva de bandidos?” Los bandidos no son los que venden palomas y ovejas, sino los que hacen las ofrendas sin una actitud mínima de conversión. Son bandidos, no por ir a rezar, sino porque solo buscaban seguridad. Lo que Jesús critica es que, con los sacrificios, se intente comprar a Dios. Como los bandidos se esconden en las cuevas, seguros hasta que llegue la hora de volver a robar y matar.

Juan cita un texto de (Zac 14,20) “En aquel día se leerá en los cascabeles de los caballos: “consagrado a Yahvé”, y serán las ollas de la casa del Yahvé como copas de aspersión delante de mi altar; y toda olla de Jerusalén y de Judá estará consagrada a Yahvé y los que vengan a ofrecer comerán de ellas y en ellas cocerán; y ya no habrá comerciantes en la casa de Yahvé en aquel día”. Esa inscripción “consagrado a Yahvé” la llevaban los cascabeles de las sandalias de los sacerdotes y las ollas donde se cocía la carne consagrada. Quiere decir que en los tiempos mesiánicos, no habrá distinción entre cosa sagrada y cosa profana.

Los vendedores interpelados (los judíos) le exigen un prodigio que avale su misión. No reconocen a Jesús ningún derecho para actuar así. Ellos son los dueños y Jesús un rival que se ha entrometido. Ellos están acreditados por la institución misma, quieren saber quién le acredita a él. No les interesa la verdad de la denuncia, sino la legalidad de la situación, que les favorece. Pero Jesús les hace ver que sus credenciales han caducado. Las credenciales de Jesús serán: hacer presente la gloria de Dios a través de su amor.

Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré. Aquí encontramos la razón por la que leemos el texto de Jn y no el de Mc. Esta alusión a su resurrección da sentido al texto en medio de la cuaresma. Le piden una señal y contesta haciendo alusión a su muerte. Su muerte hará de él el santuario definitivo. La razón para matarlo será que se ha convertido en un peligro para el templo. El fin de los tiempos, en Jn está ligado a la muerte de Jesús.

Si dejásemos de creer en un Dios ‘que está en el cielo’, no le iríamos a buscar en la iglesia (edificio), donde nos encontramos tan a gusto. Si de verdad creyésemos en un Dios que está presente en todas y cada una de sus criaturas, trataríamos a todas con el mismo cuidado y cariño que si fuera él mismo. Nos seguimos refugiando en lo sagrado, porque pensando que hay realidades que no son sagradas. Una vez más el evangelio está sin estrenar.

Meditación

¿He salido ya de un ‘toma y da acá’ en mis relaciones con Dios?
¿He descubierto que Él me lo ha dado todo y que yo tengo que hacer lo mismo?
Mis relaciones con Dios tienen como base su amor total.
Nada puedo pedir ni esperar de él que no me haya dado ya.
Mi tarea consiste en tomar conciencia de ese don total.
Mi vida responderá entonces a esa realidad.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Palomas en el mercado.

Domingo, 4 de marzo de 2018
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jesus-echa-a-los-mercaderes-del-templo2¿Quieres ser rico? Pues no te afanes en aumentar tus bienes, sino en disminuir tu codicia. (Epicuro)

4 de marzo. III Domingo de Cuaresma

Jn 2, 13-25

A los que vendían palomas les dijo: Quitad eso de ahí y no convirtáis la casa de mi Padre en un mercado (16)

María y José Ignacio López Vigil, hacen este conciso retrato de la personalidad vehemente de Jesús, en su libro Otro Dios es posible parte I, ante las sinrazones sociales:

“Como profeta que era, Jesús debió de estar dotado de una personalidad apasionada y sensible ante el sufrimiento humano y ante las injusticias que veía en su sociedad. Debió ser impaciente, ardiente, con gran capacidad para las relaciones humanas y con la fuerza de una palabra poética y llena de convicción”.

Ya el evangelista Lucas advertía en 12, 5 que nuestra existencia no se deriva de las riquezas que poseemos: “Y les dijo: ¡Atención! ¡Guardaos de cualquier codicia que, por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes!”. Un refrán atribuido a Buda el príncipe indio que abandonó el palacio de su padre, dice: “No es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita”.

La verdadera riqueza está en el hecho de repartir con los demás lo que tenemos, en ofrecer a los que sufren y están tristes, un ramo de flores pleno de rosas de felicidad y de alegría.

Lo recordaba Erasmo de Rotterdam en su Elogio de la locura: Habéis de saber que no hay goce alguno de las cosas si no se comparten con otros”. Goce que Rodolfo, protagonista de la ópera La Bohéme de Puccini, comparte con Mimí en una de sus arias, poética y musicalmente más hermosas: Che gelida manina. Para este consumado poeta, Mimí es una joven cegada por la admiración que le causa el hombre que le inició en el arte y en la vida espiritual. He asistido el sábado pasado a una sesión de cine en la que se representaba la obra en directo desde el Metropolitan de Nueva York. Confieso que no puede contener las lágrimas ante la escena final, en la que los restantes protagonistas, más pobres que las ratas, entregan sus únicas pertenencias para que se vendan y para que Mimí se pueda curar de su enfermedad: Shaunard, el abrigo; Musetta, los pendientes… etc., etc. El drama se consuma con la muerte de la protagonista.

Amy Jill-Levine lo deja claro en Relatos cortos de Jesús, refiriéndose a la parábola del hijo pródigo (Lc 16, 19-31): “Cada vez que una parábola empieza con la frase “había una vez un rico que…”, sabemos que el rico constituye un modelo negativo. Las Escrituras de Israel, la literatura judía del período del Segundo Templo, las fuentes rabínicas y numerosos dichos atribuidos a Jesús de Nazaret concuerdan en afirmar que la riqueza es una trampa, que los ricos deberían –aunque en general no lo hacen– atender a los pobres y que Dios tiene una preocupación especial por los desfavorecidos”.

En el versículo 16 del evangelio de Juan de este domingo leemos este párrafo: “A los que vendían palomas les dijo: Quitad eso de ahí y no convirtáis la casa de mi Padre en un mercado”. Y el filósofo griego Epicuro de Samos (341-270 aC.) dijo: ¿Quieres ser rico? Pues no te afanes en aumentar tus bienes, sino en disminuir tu codicia”.

El pastor bautista protestante Calvin George (1971), pronunció en uno de sus sermones dominicales esta frase con notable resonancia de las de Jesús en los suyos: “Hay muchas bendiciones que no consisten en riquezas materiales. En realidad, hay muchas cosas que el dinero no puede comprar”.

DINERO

El dinero comprará:
Una cama pero no sueño,
libros pero no sabiduría,
comida pero no apetito,
adornos pero no belleza,
atención pero no amor,
una casa pero no un hogar,
un reloj pero no tiempo,
medicina pero no salud,
lujo pero no cultura,
admiración pero no respeto,
póliza de seguros pero no paz,
diversión pero no felicidad,
un crucifijo pero no un Salvador.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Él hablaba del templo de su cuerpo.

Domingo, 4 de marzo de 2018
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cuerpo-cristoÉl hablaba del templo de su cuerpo y del nuestro. Formamos con todo el universo un cuerpo por el que corre la vida de Dios.

En estos años del siglo XXI experimentamos un profundo y rápido cambio en la concepción de la diferencia entre lo sagrado y lo profano. La línea divisoria se va haciendo cada vez más invisible.

Todas las religiones, incluso las que nos parecen que tienen más adeptos están en crisis y sin embargo reviven y con fuerza las espiritualidades.

Mientras la religión queda reducida a monólogos, preceptos, normas y leyes para vivir una vida ética sin hacer daño al prójimo, es una religión muerta, de hecho no es religión.

Religión, del latín “religio” significa acción y efecto de ligarse fuertemente a Dios. Eso es lo que hizo Moisés, ante el encargo de sacar al pueblo israelita de la opresión de Egipto para conducirle por el desierto a la Tierra Prometida.

En ese caminar, en medio de muchas dificultades, Moisés rompe con los miedos de su religión y sube al monte para hablar “cara a cara” con Dios. El monólogo se convierte en diálogo y el decálogo que Dios le entrega no es una ley muerta sino la base de una relación con Dios y con los demás.

El pueblo de Israel a lo largo de la historia explicó estos diez mandamientos en más de 600 normas que un judío había de cumplir si quería estar a bien con Dios. Muchas personas quedaban excluidas por su incapacidad real de cumplirlas.

Jesús en el Nuevo Testamento reduce el decálogo al amor a Dios y al prójimo. Podemos decir que amamos a Dios si amamos a los demás de una manera concreta y real. Así lo realiza él, liberando a las personas de las cargas absurdas que les imponen los que creen hablar con la autoridad de Dios. Les devuelve así la dignidad de hijos e hijas de Dios.

Pero se gana la indignación, el cuestionamiento y la persecución de escribas y fariseos que tienen bien “atado” lo que viene y lo que no viene de Dios: el límite entre lo sagrado y lo profano.

Han hecho del templo de Jerusalén un lugar para el mercadeo con Dios. El centro religioso y símbolo nacional de Israel, se ha convertido en lugar de comercio y explotación. La tendencia humana es hacer transacciones con Dios a través de dinero, sacrificios y cambiar a Dios por el dinero.

Jesús se encoleriza porque ve cómo la perversidad se aprovecha de los pobres e ignorantes. Él instaura el lugar de la relación definitiva con Dios: la persona misma.

Las ovejas representan al pueblo que debe ser liberado. Los cambistas, a quienes desparrama las monedas por el suelo volcando sus mesas, representan el sistema bancario del templo y el tributo que todos los judíos habían de pagar. Los vendedores de palomas se aprovechaban de los pobres prometiéndoles la reconciliación con Dios a través del sacrificio de estos animales.

No en vano Jesús había repetido: “No podéis servir a Dios y al dinero”. No iba dirigido al mensaje a los pobres de las aldeas de Galilea donde predicaba, sino a los que se enriquecían a costa de los pequeños usando para ello la religión del temor.

Jesús enfatiza en este momento la auténtica relación con Dios como Padre. Reduce a cero la religión falsa para dar paso a la relación familiar de amor y confianza.

Para nosotros cristianos, el templo está en Jesús y en todos y todas las que están poseídas por el Espíritu. Ese es el lugar del verdadero culto, que no se expresa en ritos vacíos, sino en una vivencia del recuerdo vivo de Jesús que nos impulsa a vivir como El. Esa es la espiritualidad: dejarnos conducir por el Espíritu.

“Los templos” están hoy bastante vacíos, los admiramos como mucho como obras de arte de un pasado glorioso. Los templos son nuestros cuerpos, los de nuestros hermanos y hermanas que sufren huyendo de la violencia en busca de hogar, los cuerpos de los sin techo, las víctimas de la trata de personas… El templo es hoy la tierra, explotada y expoliada, en peligro por nuestra avaricia de poseer cada vez más.

No vamos a volver por mucho que nos empeñemos a lo de antes. No se trata tanto de restaurar el templo con todas sus implicaciones, como de volver a los orígenes de ese movimiento itinerante que comenzó Jesús por las aldeas de Galilea. Unos pocos, entusiasmados por el reino reuniéndose en las casas  y compartiendo pan y vida.

Jesús no tiene miedo de lo que puedan hacer con su cuerpo. Llega hasta el final entregando su vida hasta las últimas consecuencias. Quitándole de en medio no tendrán que oír más esa crítica que pone en evidencia el montaje que han hecho en nombre de Dios.

“Nadie tiene amor más grande por los amigos que uno que entrega su vida por ellos. Vosotros sois amigos míos si hacéis lo que yo os mando”. Juan 14,13

Serán sus discípulos y nosotros y nosotras hoy los que tendremos que recordar, que el templo no es un edificio de piedra sino la vida en medio del mundo; que  el culto que a Dios le agrada es nuestra relación con Él, y que tiene consecuencias concretas en cómo nos relacionamos con los demás. Tenemos una responsabilidad en cuidar de nuestro planeta y de toda forma de vida.

Eso supondrá cambiar nuestra mente, nuestro corazón y sobre todo nuestro estilo de vida.

Todo lo que hacemos está en el ámbito de lo sagrado porque la vida es sagrada.

Carmen Notario

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Fuente Fe Adulta

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