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“Otro caso delictivo más del que fui testigo: el del padre Benito”, por Antonio Aradillas

Sábado, 11 de diciembre de 2021

abusos-Iglesia_2098300203_9807727_660x371“A lo único a lo que había que atender era a salvar el ‘buen’ nombre de la Iglesia”

“Se llamaba Benito. Y ya desde los primeros momentos nos percatamos de que el nuevo cura era portador de especiales misterios”

“Como coadjutor, compartí con él largos meses pastorales en uno de los pueblos más importantes de la diócesis”

“A lo único a lo que había que atender era a salvar el “buen” nombre de la Iglesia, para lo que esta y sus representantes disponían nada menos que de la todopoderosa ayuda e intervención nacional-católica del ‘Caudillo por la gracia de Dios'”

“Todo ello fruto y consecuencia de un sistema destructivo, avalado por seguidores, ejecutores o consentidores, además rubricado y sustantivado “en el nombre de Dios y por el bien de la Iglesia”

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Se llamaba Benito. Y ya desde los primeros momentos nos percatamos de que el nuevo cura era portador de especiales misterios, además de los clericales por definición. Había sido profesor en el colegio de san José de la Habana, en Cuba, en el que por cierto fueron sus discípulos los hermanos Castro, de infeliz recordación política, social y religiosa.

Nuestro “ex” hizo o deshizo en el Colegio lo que desdichadamente es de suponer en relación con los niños, de tal modo que los responsables de la Compañía de Jesús, le hicieran peregrinar, con resultados idénticos, por sus colegios de Vigo, Gijón y otros de la “Madre Patria”, que, pese a todo era, es y se llama España.

Como, por lo visto y sabido, lo más importante -lo único importante- para la Iglesia, para los jesuitas y para el pueblo de Dios en general, era -y sigue siendo-, que no transciendan los hechos y se conserve incólume y “santa” su memoria entre los muros escolares, dado que la diócesis del nacimiento del protagonista, era la de Badajoz, le pasaron tal encargo sacerdotal a su obispo, entonces de nombre José María, con el fin de que le confiriera alguna actividad pastoral.

(No está claro si al obispo le informaron o no sobre la “vida y milagros” del ex padre Benito en sus anteriores “deslices”. Tampoco está claro si de tal información, la Curia diocesana hizo partícipe al cura párroco, por oposición canónica, con la prerrogativa económico-social de “en propiedad”)

Lo que sí está claro es que, como coadjutor, compartí con él largos meses pastorales en uno de los pueblos más importantes de la diócesis. En tal línea de clarividencias tan lamentables, no disponiendo de casas distintas a la “parroquial”, su titular de nombre Francisco, le facilitó a nuestro “ex”, la posibilidad de acondicionarle una especie de apartamento en el Colegio del Santo Ángel para niñas, cuyas alumnas “gratuitas” habrían de entrar y salir por puertas exclusivas para las “de pago”, y con uniformes distintos… Doy fe de cuanto refiero, avalado además por el testimonio personal de algunas de aquellas religiosas, más que sorprendidas sobre todo las jóvenes.

¿Que cual fue el fin, o punto y aparte, de tal aventura “domiciliaria”, hasta la llegada de sus familiares e instalación de su casa y aún después? Supongo que otro traslado “pastoral” y así sucesivamente, con el correspondiente “Amén” por parte de todos y todas.

Y es que no existía otra solución. A lo único a lo que había que atender era a salvar el “buen” nombre de la Iglesia, para lo que esta y sus representantes disponían nada menos que de la todopoderosa ayuda e intervención nacional-católica del “Caudillo por la gracia de Dios”, que orlaba las monedas y al que obispos, arzobispos, cardenales y algún papa -no Pablo VI- le consentía efectuar entradas triunfales en los templos catedralicios bajo palio, nubes de incienso y cantos patrioteros y para-litúrgicos.

El “buen” nombre del clero y de la institución era – y sigue siendo- argumento y razón suprema para no ahorrarle al pueblo la triste letanía de víctimas, con los DNI de sus victimadores. El Evangelio era -y es- lo de menos.

Cuando todavía no condenan frontalmente todos los obispos y más, estas y otras situaciones similares , como signos de “respeto-religiosidad”, y con puertas diferentes para las “gratuitas”, pienso con dolor en las religiosas del Santo Ángel, en el párroco, en el apartamento “ad hoc “ y en el peregrinaje “religioso”, por motivos “pastorales”. Todo ello fruto y consecuencia de un sistema destructivo, avalado por seguidores, ejecutores o consentidores, además rubricado y sustantivado “en el nombre de Dios y por el bien de la Iglesia”.

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