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“El lenguaje de los pájaros”, por José Arregi

Miércoles, 27 de junio de 2018

435218Leído en su blog:

A la señal de la primavera, de la misteriosa llamada de la Vida que reverdece y mueve todo, este año también sucedió: los pájaros buscaron su pareja, construyeron sus nidos con primoroso arte, cuidaron de sus polluelos de día y de noche con incansable esmero, incluso después de que volaron del nido, hasta que fueron capaces de valerse por sí mismos. Y todo ello cantando.

Desde niño me fascina

el mundo de los pájaros, con sus colores, su vuelo, sus nidos y en especial su canto, que es su manera de entenderse y cortejarse y de defenderse sin herir. Y de consolarnos sin saberlo en nuestros días tristes. Asombrosos pájaros, tan distintos y tan semejantes a nosotros. Si supiéramos mirarlos y escucharlos, aprenderíamos a admirar el Misterio inagotable del mundo, y a vivir y a morir, a ser libres para vivir muriendo.

El concierto y el renacer primaveral de los pájaros me movieron hace unas semanas a releer un librito singular: El lenguaje de los pájaros, de Farid Al-Din Attar, poeta y maestro persa sufí del siglo XII. Es una alegoría del camino espiritual, a saber, el camino de la vida. Un canto a la humildad, al desapego, al amor, el único camino para alcanzar nuestro ser verdadero, el todo o lo divino en nosotros. Para la tradición islámica, el pájaro es justamente metáfora del alma, del ser profundo.

Cuenta el libro que, convocados por la emprendedora abubilla, cien mil pájaros acudieron a una conferencia mundial. “La amorosa abubilla” migratoria, con su insistente canto de una sola nota (bu-bu-bu), los exhortó a emprender juntos un largo viaje a la montaña de Kaf, en el Cáucaso, donde reside Simorgh, el rey de los pájaros. La inmensa mayoría de las aves renunciaron al viaje bajo mil excusas: el camino es largo y duro y yo soy débil; estoy lleno de defectos, tales como el orgullo; me gusta el oro y los placeres; temo a la muerte; además, ¿cómo encontraré a Simorh si antes no sé cómo es? Y aunque lo encontrara, no sabría qué pedirle. Y ¿quién es esta abubilla para guiarnos?

Los que emprendieron el viaje debieron atravesar siete valles: la búsqueda, el amor sin límites, el conocimiento, la independencia, la pura unidad, el vértigo del enamoramiento que priva de toda certeza y de todo saber, y finalmente la pobreza y la muerte o el olvido total de sí, “valle más allá del cual no se puede avanzar. Allí serás atraído y, sin embargo, no podrás continuar. Una sola gota de agua será para ti como un océano”.

Viajaron años y años por montañas y valles, y durante el camino la gran mayoría fue desistiendo. Al final, solamente 30 pájaros llegaron, sin plumas ni alas, a la ansiada morada de Simorgh. Y entonces, cuando estuvieron completamente libres de todo, libres de sí, completamente en paz consigo y con todas las cosas, entonces contemplaron su rostro, conocieron a “Si-Morgh”, que en lengua persa significa… “treinta pájaros”. Conocieron a la vez su propio ser y a Simorgh. “Se dieron cuenta de que Simorgh y ellos eran el mismo y único Ser… Entonces las aves se perdieron a sí mismas para siempre en el Simorgh, la sombra se perdió en el sol, y eso fue todo”.

Eso es todo. Pero aún no hemos llegado, aunque la meta está en nosotros. No desistamos, ni nos enzarcemos en debates vacíos: ¿Dios y mundo son uno, son dos? ¿Unidad, dualidad, no-dualidad? Depende de lo que entiendas por uno y dos. Dios y mundo no son Uno en sentido numérico, pues el mundo a nuestros ojos es forma, suma de formas múltiples y contables, pero Dios no tiene forma. Es en todas las formas, pero no es Forma ni Ente contable. Simplemente ES: el Todo sin partes, la Plenitud vacía de formas. Dios y mundo tampoco son dos en sentido numérico, al igual que el pájaro y su ser, ni el canto y su voz, ni la voz y su mensaje no son dos ni están separados.

Pero estamos en camino y buscamos nuestro Fondo y nuestra Fuente, nuestro Ser verdadero y profundo, que no seremos del todo mientras no nos liberemos enteramente de todo, también de toda creencia y religión: “No soy creyente ni increyente”, dice la mística abubilla balbuciente. No seremos lo que Somos mientras todos los seres no sean enteramente libres de cuanto los oprime, pues somos comunión de Vida. Es lo que nos anuncia el canto de los pájaros y el lenguaje de cada ser.

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