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Compasivos como el Padre es compasivo – 5

Viernes, 18 de marzo de 2016

compasivos-1Del blog de los Grupos de Jesús:

Con ocasión del año jubilar, proponemos reflexionar durante la Cuaresma sobre la “compasión” con un artículo de José A. Pagola: “Compasivos como el Padre es compasivo”.

El compromiso de los gestos

El samaritano de la parábola no se siente obligado a cumplir un determinado código moral. Sencillamente, responde a la situación del herido inventando toda clase de gestos orientados a aliviar su sufrimiento y restaurar su vida. Nuestra respuesta a los que sufren es siempre insuficiente e inadecuada, pero lo decisivo es romper la indiferencia y vivir sembrando gestos de bondad, y promoviendo respuestas al sufrimiento.

Así es Jesús, el profeta de la compasión, que “pasó su vida entera haciendo el bien” (Hechos de los Apóstoles 10,38). No tiene poder político ni potestad religiosa. No puede resolver las injusticias que se cometen en Galilea, pero vive sembrando gestos de bondad orientados a cambiar aquella sociedad. Abraza a los niños y niñas de la calle porque no quiere que los seres más frágiles de Galilea vivan como huérfanos; bendice a los enfermos y enfermas para que no se sientan rechazados por Dios al no poder recibir la bendición de los sacerdotes en el templo; toca la piel a los leprosos para que nadie los excluya de la convivencia; cura rompiendo el sábado para que todos sepan que ni la ley más sagrada está por encima de la atención a los que sufren; acoge a los indeseables y come con pecadores despreciados por todos porque, a la hora de practicar la compasión, el malo y el indigno tienen tanto derecho como el bueno y el piadoso a ser acogidos con misericordia.

Estos gestos no son convencionales. Le nacen a Jesús de su voluntad de hacer un mundo más amable y solidario en el que las personas se ayuden y se cuiden mutuamente. No importa que, con frecuencia, sean gestos pequeños. El Padre tiene en cuenta hasta el vaso de agua que damos a quien tiene sed. Son gestos orientados a afirmar la vida y la dignidad de los seres humanos. Recuerdan que siempre es posible intervenir para sacar bien del mal que existe en el mundo.

Vete y haz tú lo mismo

Jesús concluye la parábola del buen samaritano con esta pregunta: “¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los saboteadores?”. El escriba le responde: “El que tuvo compasión de él”. Jesús le dice: “Vete y haz tú lo mismo”. Ahora sabemos lo que hemos de hacer: no “dar rodeos” ante nadie que esté sufriendo, abrir los ojos, mirar atentamente a tantos hombres y mujeres asaltados, robados, golpeados, abandonados en los mil caminos de la vida. Acercarnos a la cuneta, levantar a los heridos, vivir curando a los que sufren.

Hemos de entender bien a Jesús. La compasión no ha de quedar reducida a un sentimiento de nuestro corazón. No consiste en hacer de vez en cuando una “obra de misericordia”. Para evitar malentendidos y reduccionismos falsos hemos de entender la compasión como un principio que está en el origen de toda nuestra actuación, que imprime una dirección a todo nuestro ser y que va configurando nuestro estilo de vivir al servicio de los que sufren (Ver J. Sobrino, El principio-misericordia. Bajar de la cruz a los pueblos crucificados, Sal Terrae, Santander 1992, 31-45).

Para comprender bien la compasión de Jesús hemos de diferenciar tres elementos. En un primer momento, por decirlo así, Jesús interioriza el sufrimiento ajeno, deje que penetre en sus entrañas: lo hace suyo, deja que le duela a él. En un segundo momento, ese sufrimiento interiorizado provoca en él una reacción, se convierte en un punto de partida de un comportamiento activo y responsable; viene a ser un principio de acción, un estilo de vivir. Por último, ese estilo de vida se va concretando en compromisos y gestos, orientados a erradicar el sufrimiento o, al menos, a aliviarlo.

Este estilo de vivir es lo primero en un seguidor de Jesús. Nada hay más importante. Tendremos que hacer muchas cosas en la vida, pero la compasión ha de estar en el trasfondo de todo. Nada puede justificar nuestra indiferencia ante el sufrimiento ajeno. La compasión ha de configurar nuestro estilo de vivir: nuestra manera de entender los acontecimientos y de mirar a las personas; nuestra manera de relacionarnos y de convivir con los demás; nuestra forma de seguir radicalmente a Jesús.

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