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Ni da largas, ni pasa de largo II

Viernes, 22 de septiembre de 2017

anaYolanda Chaves; Mari Paz López Santos; Patricia Paz
Los Ángeles; Madrid; Buenos Aires.

ECLESALIA, 11/09/17.- Tampoco pasó de largo cuando una mujer cananea se postró a sus pies y le pidió que expulsara el demonio que atormentaba a su hija. Llama la atención, y escandaliza la respuesta de Jesús: “No está bien tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorros” (Mt 15, 26). La respuesta de la mujer no se hizo esperar: “Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños” (Mt 15, 27).

Jesús se abre al diálogo reconociendo en ella su perseverancia y su admirable capacidad de argumentación, reflejo de una entera confianza y conocimiento del contundente argumento que utiliza para convencerle que la atendiera, aun si esto significaba romper con los prejuicios culturales y religiosos de ese momento.

La mujer le ha dado a Jesús la oportunidad de mirarse en el tú diferente, y en el intercambio mutuo han construido una realidad nueva que los trasciende a ambos. Jesús ha asumido de manera real y concreta la responsabilidad de configurar su proyecto, afirmando el protagonismo de las mujeres e incluyendo a los gentiles (Elisa Estévez López, “Mediadoras de sanación”. Pág. 300.)

A diferencia de muchos otros diálogos, aquí Jesús no se queda con la última palabra, el argumento de la mujer le abre los ojos acerca de la universalidad de su ministerio y de cómo todos podemos disfrutar de la abundancia del Reino, que no se agota en ninguna religión y en ningún pueblo, sino que es un don para todos, sin distinción.

La confianza de la madre cananea reclama de Jesús una apertura al diálogo, con la misma seguridad de Abraham (Gn. 18:16-21) y Moisés (Ex. 33:13) certidumbre que es reflejo de una profunda fe en Dios y en el caso de ella, en el «Hijo de David», el mismo que irónicamente había sido rechazado en las ciudades (11:20-24), por los dirigentes que permanecían aferrados a su centro de poder.

¿Por qué nos extraña? En Jesús hasta la manera de irrumpir en la historia de la humanidad fue distinta; unas “mujeres que se inventan salidas” (Mercedes López Torres, “Mujeres que se inventan salidas” <Mateo 1,1-17>) fueron estratégicas para su venida al mundo, no es extraño que recurra a otra mujer “escandalosa” como la cananea, una vida hambrienta, para demostrarnos que solamente la fe profunda logra evidenciar la realidad del Reino de los cielos.

Decíamos que en los relatos bíblicos hasta los silencios hablan, y descubrimos que en el silencio de Jesús como primera respuesta al reclamo de la cananea, él pareciera estar ausente (¿dormido?) sin embargo, espera a que su comunidad, sus discípulos le pidan que hable, que la atienda, que calme esa tormenta en el mar (Mt. 8:23-27) de hostilidades físicas, malditas y demoníacas entre Israel y sus enemigos gentiles, y él lo hace “reduciendo la borrasca a susurro y enmudeciendo el oleaje del mar” (Sal. 107:29

Casi lo veo preguntando a los discípulos: ¿”Están seguros de lo que me piden”? Y tras su respuesta, libera a la hija de la madre cananea, de los odios ancestrales demoníacos con esta expresión final:

«Mujer, grande es tu fe! Que se cumpla tu deseo». (Mt 15, 28ª)

Podríamos traducir este episodio a los tiempos actuales, porque la liberación de la hija de la cananea representa, de alguna manera la liberación de todas las mujeres, y la universalidad del Reino nos remite a la superación de las exclusividades religiosas para convertirnos en un solo Pueblo que a través de diferentes “ventanas” va buscando la Presencia Divina dentro de sí mismos y para sus comunidades.

También podemos leer aquí la relevancia que tenía para Jesús la palabra de la mujer, quien se convierte en maestra del Maestro. Esto nos debería hacer reflexionar acerca del lugar que la Iglesia les ha dado a las mujeres a través de los siglos. Estamos viviendo un tiempo bisagra en la humanidad, donde lo femenino emerge con fuerza para equilibrar siglos de patriarcado. Este movimiento no tiene vuelta atrás y creo que va a significar un salto de calidad en las relaciones humanas. La Iglesia puede leer “los signos de los tiempos” o encerrarse en sí misma de manera defensiva y resistir, o potenciar con sus enseñanzas y sus acciones un cambio que la humanidad está necesitando con urgencia. Esto último la pondría en sintonía con las enseñanzas y acciones de Jesús, que ya hace más de dos mil años nos mostró el camino. Ojalá que así sea

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