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Jesús de Nazaret, indignado con el patriarcado

Sábado, 25 de marzo de 2023
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Mujeres-Iglesia_2537456278_16434143_660x371La mayoría de las religiones nunca se ha llevado bien con las mujeres -tampoco hoy-, que son las eternas olvidadas y las grandes perdedoras, consideradas subalternas y convertidas con frecuencia en sirvientas de los dirigentes religiosos

Sin el testimonio y la experiencia de la Resurrección por parte de las mujeres, quizá no hubiera nacido la Iglesia cristiana. Ellas se encuentran en los orígenes y en el primer desarrollo del cristianismo

Las mujeres jugaron un papel determinante en la expansión del movimiento de Jesús fuera de las fronteras de Israel.

La mayoría de las religiones nunca se ha llevado bien con las mujeres -tampoco hoy-, que son las eternas olvidadas y las grandes perdedoras, consideradas subalternas y convertidas con frecuencia en sirvientas de los dirigentes religiosos. Sus cuerpos y sus mentes son colonizados. No se les reconoce como sujetos morales, religiosos y teológicos porque en las religiones impera la masculinidad sagrada patriarcal.

Llevan razón la intelectual feminista Mary Daly cuando en su libro Más allá de Dios Padre afirma que “Si Dios es varón, el varón es Dios”, y la feminista de la tercera ola Kate Millet, quien en su libro Política sexual, dice que “el patriarcado tiene a Dios de su parte”. Pero no porque el Dios cristiano sea misógino, machista y patriarcal, sino porque esa es la imagen que ofrece de él el patriarcado religioso, en alianza con los otros patriarcados.

 Una actitud oculta durante siglos

Muy distinta fue, sin embargo, la actitud de Jesús de Nazaret, que mostró su indignación de manera especial con la sociedad y la religión patriarcales de su tiempo. El cristianismo histórico ha mantenido oculta esa actitud durante muchos siglos, ya que las iglesias cristianas se han configurado patriarcalmente y necesitaban legitimar dicha configuración a través de una imagen igualmente patriarcal del propio Jesús, de su mensaje y su práctica.

mary_dalyLa pensadora americana Mary Daly

Tampoco la exégesis y la teología fueron capaces de descubrir esa indignación, ya que han operado casi siempre, hasta muy recientemente, con métodos histórico-críticos androcéntricos, que resultaban patriarcales en la comprensión de la realidad, en la traducción e interpretación de los textos y en las imágenes que ofrecían de Jesús en la predicación, la catequesis, los tratados de teología y los libros de piedad.

Hoy, gracias sobre todo a la hermenéutica y a la teología feministas de la sospecha y a los estudios de antropología cultural y de sociología del Nuevo Testamento, del cristianismo primitivo y del Jesús histórico, se está poniendo de manifiesto la centralidad de la indignación de Jesús contra el patriarcado religioso, político, social y jurídico de su tiempo.

Jesús reconoce a las mujeres la dignidad que el judaísmo ortodoxo les negaba en todos los órdenes

Jesús reconoce a las mujeres la dignidad que el judaísmo ortodoxo les negaba en todos los órdenes. Pone en cuestión las leyes penales que condenaban con más severidad a las mujeres que a los varones, como la lapidación por adulterio y el libelo de repudio. En la escena evangélica de la mujer adúltera hay dos elementos a tener en cuenta en la conducta de Jesús: a) echa en cara a los acusadores su doble moral; b) perdona a la mujer, eximiéndola del castigo que le imponía la ley.

Creyentes-Criticas-Feministas_2329277069_15459398_667x375Creyentes, Críticas y Feministas

Valora muy positivamente el gesto generoso de la mujer que se presenta en casa del fariseo Simón, donde estaba Jesús comiendo, y derrama sobre él un frasco de perfume, lo que demuestra cercanía, e incluso ternura, hacia Jesús y reconocimiento simbólico de su mesianidad. En otra ocasión, Jesús osa afirmar, con harto escándalo para las autoridades religiosas, que las prostitutas, los pecadores y los publicanos precederán en el reino de los cielos a los fieles cumplidores de la ley.  Tal modo de actuar entra en conflicto con los guardianes de la ley.

Movimiento igualitario

Pone en marcha un movimiento igualitario de hombres y de mujeres, donde el sexo no es motivo de discriminación, ni de reconocimiento especial. El elemento común a hombres y mujeres dentro del grupo es el seguimiento del Maestro, que exige: compartir su estilo de vida pobre, acoger su enseñanza y anunciar el reino de Dios como buena noticia de liberación para las personas y los colectivos empobrecidos y marginados. Así lo pone de manifiesto un texto del evangelio de Lucas que se refiere a las mujeres que acompañaban a Jesús, algo que resultaba insólito entre los rabinos judíos: Lc 8,1-3.

La actitud integradora e inclusiva de Jesús provocó necesariamente conflicto, constituyó un desafío a las estructuras patriarcales del judaísmo

Jesús reconoce a las mujeres la dignidad y la ciudadanía que les negaban la religión, la sociedad y el Imperio romano. La actitud integradora e inclusiva de Jesús provocó necesariamente conflicto, constituyó un desafío a las estructuras patriarcales del judaísmo y a su discurso androcéntrico e implicaba un cambio revolucionario no solo en el terreno religioso, también en el político y el social.

Las mujeres jugaron un papel determinante en la expansión del movimiento de Jesús fuera de las fronteras de Israel. Así parecen indicarlo dos relatos evangélicos pertenecientes a dos tradiciones diferentes: el de la Samaritana, difusora de la Buena Noticia de Jesús en medio de un pueblo heterodoxo a los ojos de los judíos (Jn 4), y el de la Sirofenicia, mujer pagana que pide a Jesús la curación de su hija, poseída por un espíritu inmundo (Mc 7, 24-30; Mt 15, 21-28) y consigue vencer sus iniciales resistencias.

Primeras testigos del Resucitado

Pero donde se rompen todos los esquemas patriarcales de la sociedad y la religión judías es en los relatos de la Resurrección. Las mujeres, cuyo testimonio carecía de valor, aparecen como las primeras testigos del Resucitado. Los Doce aparecen como testigos indirectos que acceden al conocimiento de la resurrección a través de las mujeres. La actitud de aquellos ante el testimonio de las mujeres concuerda con el comportamiento adoptado durante el proceso de Jesús: si entonces huyeron, ahora se muestran reticentes y desconcertados. Como judíos misóginos, no creen a las mujeres.

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Magdalena, con Jesús, de Giovanni Bellini

Pablo de Tarso excluyó a las mujeres de la lista de las apariciones, sustituyéndolas por los Doce apóstoles y a María Magdalena por Pedro (1 Cor 15, 3-8). Pero ello no fue óbice para que el mismo Pablo reconociera la igualdad entre los hombres y las mujeres (Gálatas 3,26-28) y para que éstas tuvieran responsabilidades directivas en las comunidades paulinas. Coincido con Suzanne Tunc: “¡Ellas (las mujeres) son el eslabón indispensable de la transmisión del mensaje evangélico, e incluso el eslabón esencial para nuestra fe en Cristo resucitado!“.

Yo voy más allá todavía: sin el testimonio y la experiencia de la Resurrección por parte de las mujeres, quizá no hubiera nacido la Iglesia cristiana. Ellas se encuentran en los orígenes y en el primer desarrollo del cristianismo. Por eso resulta inexplicable que siendo las mujeres el origen de la Iglesia, sufrieran pronto tamaña marginación que dura hasta hoy, sin visos de cambio, al menos institucionalmente. En las bases cristianas sí hay cambios importantes, que han dado lugar a la rebelión de las mujeres y al nacimiento de la teología feminista.

Fuente Religión Digital

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“Armario con dos puertas malo es de guardar”, por Ramón Martínez

Miércoles, 24 de diciembre de 2014
Comentarios desactivados en “Armario con dos puertas malo es de guardar”, por Ramón Martínez
1387552988931237Un artículo muy interesante y certero:

Cuando abordamos el sempiterno tema del armario, la diferenciación entre público y privado, tan básica para el feminismo, resulta ser la cuestión que más difícilmente se traslada a gran parte de las personas no heterosexuales. Quizá sea por eso que, de tarde en tarde, cualquiera de nosotros tenga que enfrentarse a este asunto y tratar, si es posible, de aportar alguna nueva idea a la materia específica de la visibilidad de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales.

Esta misma semana hemos conocido dos noticias a este respecto: en primer lugar el número dos del ultraderechista Frente Nacional francés, Florian Philippot, ha sido sorprendido paseando por Viena con un hombre, cogidos de la mano, y tras esa fotografía que publicaba Closer han llovido las críticas a la formación ultraconservadora, tan beligerante con la inmigración y tan relativamente tolerante, de cara a la galería, con la homosexualidad –recordemos que su oposición al matrimonio igualitario en Francia se apoyaba en la descafeinada reivindicación de una ley de uniones civiles, gran medida para aplazar un debate y centrarse en generar otros odios antes de venir a por nosotros–; acusada de acoger en su seno al famoso e inexistente lobby gay, que para una mente irracional apoyada en el fanatismo heterosexual debe ser, sin duda alguna, el causante de gran parte de los males que padece el mundo. Ya se sabe que en ocasiones hay que inventar la paja en el ojo ajeno para disimular tantas vigas en los propios. Pero, por otra parte, por fin nos es posible felicitar a Sandra Barneda, nuestra querida persona, que aprovechando una entrevista a Patricia Yurena, la primera Miss España visiblemente lesbiana, declaró que su pareja es una mujer. Olvidó decirnos la palabra mágica, lesbiana o bisexual, pero, aunque las etiquetas con que acostumbramos definirnos estén cada vez más cuestionadas por el discurso académico, en muchas ocasiones se agradece que se visibilicen, sobre todo si eres una mujer adolescente que aún no sabe cómo llamarse frente a un mundo en el que no acaba de encajar y cuyo único referente puede estar en la televisión. Muchas gracias, Sandra: progresas adecuadamente.

Dos formas de salir del armario, una a la fuerza, el consabido outing, que veremos si cuesta votos al Frente Nacional –así lo quieran los dioses, que a quien veladamente nos odia jamás hay que desearle triunfo alguno–; y otra por voluntad propia, que nos hacen plantearnos de nuevo la eterna pregunta: ¿la orientación sexual es una cuestión privada o pública?

Lo habitual y lo necesario es, como siempre debe ser, recurrir al feminismo, donde encontraremos la celebérrima frase de Kate Millet, “lo personal es político”, que tanto ha ayudado a que, poco a poco, miles de mujeres se atrevan a denunciar una situación supuestamente privada pero necesariamente pública que podría costarles la vida y que, de hecho, se la cuesta. No olvidemos a las 74 mujeres víctimas de la violencia de género de las que hemos tenido noticia este 2014 que se acerca a su final. Pero, para nuestro tema específico, suele gustarme recordar a Denneny, que afirmaba con mucha razón cómo “ser gay es un aspecto más elemental de lo que soy que mi profesión, mi clase o mi raza” (1981: 165), y llegaba a realizar una distinción básica, en lo terminológico y en lo filosófico, defendiendo que “homosexual y gay no son la misma cosa; gay es cuando decides que sea importante” (1981: 166). Así nacía nuestro movimiento hiperidentitario, pero parece que años después una parte constitutiva de nuestra identidad como es nuestro propio amor, el sexo hacia el que nos empuja nuestro deseo, se ha convertido en una cuestión de menor importancia. ¿Cuántas veces hemos escuchado las ya clásicas expresiones “yo no tengo por qué hablar de mi vida privada”, “que yo sea lesbiana no es algo que tenga que ir pregonando”, “si soy gay es un tema que nos importa sólo a mí y a mi pareja”…?

A nadie extrañará que afirme que la consecución de ciertos derechos sociales por parte de las personas no heterosexuales ha provocado, además de una relativa igualdad legal, la despolitización de todo un movimiento porque, como dice otra frase habitual, “ya está todo conseguido“. Pero yo no dejo de preguntarme cómo es posible, si no nos queda nada por hacer, que las agresiones a lesbianas, gais, bisexuales y transexuales se produzcan diariamente y, de un tiempo a esta parte, con tanta fiereza que haya sido necesario que, en Madrid, Carla Antonelli le pregunte al gobierno regional, dominado por un Partido Popular aficionado al pinkwashingque consiste básicamente en acariciarte una mejilla mientras te abofetea la otra, muy cristiano todo–, qué medidas va a tomar para afrontar los continuos ataques a personas no heterosexuales, sin que Carmen Pérez Anchuela, la Directora General de Servicios Sociales de la Comunidad de Madrid, sea capaz de exponer ninguna medida, más allá de defender las que ya existen y que, a todas luces, son tan inútiles como cualquier política social diseñada por esta recua de politicastros de derecha más o menos liberal, más o menos extrema.

Si algún incauto considera que ya está todo hecho, que como ya nos podemos casar no hace falta seguir trabajando, quizá sea porque por un lado desconoce que la existencia del matrimonio igualitario nos aporta poco más que el simple hecho de que nuestra pareja pueda legalmente ir a visitarnos al hospital después de una agresión y, por otra parte, ignora que si gran parte de los ataques que soportamos no se denuncian es, precisamente, porque para ello es necesario visibilizarnos como personas no heterosexuales. No en vano Sedgwick señaló hace más de una década que “el armario es la estructura que define la opresión gay en este siglo” (1998: 96), y que es precisamente el elemento que mayor consistencia ha aportado a nuestra identidad, porque a todos y todas nos afecta, incluso a las personas más visibles, que día a día deben enfrentar varias nuevas salidas del armario, si desconocen si su interlocutor conoce o no su sexualidad (Sedgwick, 1998: 92-93). Pero ese armario que es posible defender como un escudo, siempre de eficiencia cuestionable, para casos de extrema necesidad, aunque forme parte de nosotros, constituye una parte que nos es ajena, que se nos impone desde fuera.

La hegemonía heterosexual nos ha impuesto el yugo del armario y ha calado tanto en nuestra estructura social que hemos llegado a defender nuestra vinculación con el arado como una decisión personal, sin ser conscientes de que lo único que podemos decidir es arar las tierras de la heterosexualidad o morir de hambre, porque dejarán de darnos el alimento de relativa libertad que precisamos. Del mismo modo en que una mujer puede llegar a defender su propio burka, hay quienes reivindican el misterioso derecho a vivir ocultos bajo un velo de opresión, amparándose en la privacidad sin darse cuenta de que ese concepto de lo privado forma parte de las costuras del burka, de las correas que nos atan al arado. Porque lo público está diseñado para ser un dominio propio de la masculinidad y la heterosexualidad, y lo privado es la invención del constructor del arado para esconder todo aquello que pueda cuestionar su dominio inapelable de la vida pública.

A veces es posible encontrar un pequeño agujero en nuestro burka, unas horas de libertad para pastar en las praderas del sexo, como ha sabido hacer el líder de ultraderecha francés. El armario tiene una puerta de atrás que nos permite escapar en muy determinados momentos, pero a la vuelta a la oscuridad habrá que esconder bien la trampilla y ser un acérrimo crítico del buey descarriado. Prueba de ello es un estudio de la Universidad de Georgia que revela que los mayores índices de homofobia se encuentran precisamente en aquellas personas que viven clandestinamente su homosexualidad. Pero armario con dos puertas malo es que guardar y en algún momento el ingenio que permite vivir la sexualidad heterodoxa a escondidas será descubierto y, así, no quedará armario donde refugiarse para seguir disfrutando de los infinitos privilegios de la presunción de heterosexualidad.

Nunca se dirá suficientes veces: la visibilidad es una parte fundamental, primordial, para lograr aquello que queremos conseguir: si no nos conocen no podrán entender nuestras necesidades. Y, además, una sola muestra de visibilidad, por pequeña que sea, por sutil que nos parezca –hablar del sexo de nuestra pareja, hablar en primera persona–, cuando llega al receptor adecuado genera exponencialmente nuevas visibilidades. Porque ser visible es convertirse en un referente y, aunque nuestra visibilidad solo alcance a un reducidísimo número de personas, esa microrrevolución debidamente encadenada puede llegar a producir la gran revolución que anhelamos. La revolución que nos convertirá en dueños y dueñas de nuestras propias tierras.

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Fuente Cáscara Amarga

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