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¡Deja crecer la semilla que hay en ti!

Domingo, 17 de junio de 2018
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manos-tierraMc 4, 26-34

Todos los exégetas están de acuerdo en que el “Reino de Dios” es el centro de la predicación de Jesús. Lo difícil es concretar en qué consiste esa realidad tan escurridiza. La verdad es que no se puede concretar, porque no es nada concreto. Tal vez por eso encontramos en los evangelios tantos apuntes desconcertantes sobre esa misteriosa realidad. Sobre todo en parábolas, que nos van indicando distintas perspectivas para que vayamos intuyendo lo que puede esconderse en esa expresión tan simple.

Podíamos decir que es un ámbito que abarca a la vez materia y espíritu. Todo el follón que se armó el primer cristianismo a la hora de concretar la figura de Jesús, nos lo armamos nosotros a la hora de definir qué significa ser cristiano. El Reino es a la vez, una realidad divina que ya está en cada uno de nosotros y una realidad humana, terrena, que se tiene que manifestar en nuestra existencia de cada día. Ni es Dios en sí mismo ni se puede identificar con ninguna situación política, social o religiosa.

No debemos caer en la simplicidad ingenua de identificarlo con la Iglesia. Como dice el evangelio: “no está aquí ni está allí”. Tampoco está solamente dentro de cada uno de nosotros. Si está dentro, siempre se manifestará fuera. Esa ambivalencia de dentro y fuera, de divino y humano es lo que nos impide poder encerrarlo en conceptos que no pueden expresar realidades aparentemente contradictorias. Para nuestra tranquilidad debemos recordar que no se trata de comprender sino de vivir y ese es otro cantar.

Las parábolas no se pueden expli­car. Solo una actitud vital adecuada puede ser la respuesta a cada una. Como nuestra actitud espiritual va cambiando, la parábola me va diciendo cosas distintas a medida que avanzo en mi camino. Tampoco las dos parábolas de hoy necesitan aclaración alguna. Todos sabemos lo que es una semilla y como se desarrolla. Si acaso, recordar que la semilla de mostaza es tan pequeña que es casi imperceptible a simple vista. Por eso es tan adecuada para precisar la fuerza del Reino.

El crecimiento de la planta no es consecuencia de una acción externa sino consecuencia de una evolución de los elementos que ya estaban en ella. Este aspecto es muy importante, por dos razones: 1ª porque nos advierte de que lo importante no viene de fuera; 2ª porque nos obliga a pensar, no en algo estático sino en un proceso que no tiene fin, porque su meta es el mismo Dios. El Reino que es Dios está ya ahí, en cada uno y en todos a la vez. Nuestra tarea no es producir el Reino, sino hacerlo visible.

Las dos parábolas tienen doble lectura. Se pueden aplicar a cada persona, en cuanto está en este mundo para evolucionar hasta la plenitud que debe alcanzar a través de su vida. Y también se puede aplicar a las comunidades y a la humanidad en su conjunto. Hoy estamos muy familiarizados con el concepto de evolución y podemos entender que los seres humanos no hemos dejado de avanzar hacia una mayor humanidad.

Tampoco podemos pensar en una meta preconcebida. Desde lo que cada uno es en el núcleo de su ser, debe desplegar todas las posibilidades sin pretender saber de antemano a donde le llevará la experiencia de vivir. En la vida espiritual es ruinoso el prefijar metas a las que tienes que llegar. Se trata de desplegar también una Vida y como tal, es imprevisible, porque toda vida es, ante todo, respuesta a las condiciones del entorno. No pretendas ninguna meta, simplemente camina hacia delante.

En cada una de las dos parábolas se quiere destacar un aspecto de esa realidad potencial dentro de la semilla. En la primera, su vitalidad, es decir, la potencia que tiene para desarrollarse por sí misma. En la segunda quiere destacar la desproporción entre la pequeñez de la semilla y la planta que de ella surge. Parece imposible que de una semilla apenas perceptible, surja en muy poco tiempo, una planta de gran porte.

Cada uno de nosotros debemos preguntarnos si, de verdad, hemos descubierto y aceptado el Reino de Dios y si le hemos rodeado de unas condiciones mínimas indispensables para que pueda desplegar su propia energía. Si no se ha desarrollado, la culpa no será de la semilla, sino nuestra. La semilla se desarrolla por sí sola, pero necesita humedad, luz, temperatura y nutrientes para poder desplegar su vitalidad latente. La semilla con su fuerza está en cada uno, solo espera una oportunidad.

Con frecuencia olvidamos que no somos nosotros los que desarrollamos el Reino, sino que él se desarrolla en nosotros. Incluso los que tenemos como tarea hacer que el Reino se desarrolle en los demás olvidamos ese dato fundamental. No tenemos paciencia para dejar tranquila la semilla, o intentamos tirar de la plantita en cuanto asoma y en vez de ayudarla a crecer la desarraigamos, o damos por perdida la semilla antes de que haya tenido tiempo de germinar. El tiempo no es el mismo para todos.

Puede frustrarnos el ansia de producir fruto sin haber pasado por las etapas de crecer como tallo, luego la espiga y por fin el fruto. La vida espiritual tiene su ritmo y hay que procurar seguir los pasos por su orden. La mayoría de las veces nos desanimamos porque no vemos los frutos del esfuerzo. Debemos tener paciencia. Cada paso que demos es un logro y en él ya podemos apreciar el fruto, aunque no lo parezca.

El Reino no es ninguna realidad distinta de Dios manifestado. Es la semilla divina la que está sembrada en cada uno de nosotros. El Reino de Dios no es nada que podamos ver. Es una realidad espiri­tual. Si está o no está en nosotros lo descubriremos, mirando las obras. Si mi relación con los demás es adecuada a mi verdadero ser, demostrará que el Reino está en mí. Si es inadecuada, demostrará que el Reino no se ha desarrollado.

Jesús experimentó dentro de sí mismo esa Realidad y la manifestó en su vida. Toda su predicación consistió en proclamar esa posibilidad. El Reino de Dios está dentro de nosotros pero puede que no lo hayamos descubierto. Jesús hace referencia a esa Realidad. Creo que, aún hoy, nos empeñamos en identifi­car el Reino de Dios con situaciones externa. La lucha por el Reino tiene que hacerse dentro de nosotros mismos.

Meditación

El Reino de los cielos no se parece a nada.
Solo tú puedes descubrirlo y mantenerlo.
Dios en ti será siempre único e irrepetible.
La manera de manifestarlo será siempre origina.
El Reino nunca será el fruto de una programación.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El Grano de Mostaza.

Domingo, 17 de junio de 2018
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germogliLa mostaza es altamente beneficiosa para la salud (Plinio el Viejo)

17 de junio. Domingo XV del TO

Mc 4, 26-34

Después de sembrado, crece, y se hace la mayor de todas las hortalizas, y echa grandes ramas, de tal manera que las aves del cielo pueden morar bajo su sombra (v34)

Las parábolas son la manera como enseñaba Jesús y cuando las leemos con atención nos siguen provocando, desafiando e inspirando y nos ayudan a plantearnos cuestiones importantes acerca de cómo vivir en comunidad, cómo determinar lo que en última instancia importa, cómo vivir la vida que él quería que vivamos. Sirven de llave para abrir nuestra mente y nuestro corazón a los misterios, y así poder comprenderlos y amarlos.

“La parábola, dice Arland J. Huldren en ‘The parables of Jesus. A Comentary’, proporciona un mensaje de aliento… Los datos aparentemente insignificantes, acciones y testimonios, de los discípulos de Jesús, son de una importancia trascendental”

Dicha lectura me trae a la memoria –como se la trae a Frédéric Lenoir en su obra Le miracle Spinoza– las figuras de Johannes Vermeer y de su paisano Baruch Spinoza: el primero pintor, el segundo filósofo. “La calidad de la luz de los interiores de Vermeer se hace eco de las luminosas demostraciones de Spinoza, las cuales nos hacen ver al hombre y al mundo de otra manera”Filosofía del uno y pintura del otro, que muestran tanto la armonía que revela la luz de sus cuadros como el efecto profundamente tranquilizador de su pensamiento.

Descubrimiento que otro ilustre judío de hace dos mil años, también pintor de imágenes y cuadros, y filósofo del pensamiento, nos sigue manteniendo en vilo con la luz de su evangélica doctrina.

La parábola del grano de mostaza nos presenta varios aspectos de patente interés: una pequeña semilla de mostaza, ramas y pájaros que se cobijan en ellas. Recurre a veces a un huerto y otras a un campo, a una semilla que crece hasta convertirse en un enorme árbol.

Ami-Jill Levine -nuestra historia de hoy va de judíos-, feminista judía norteamericana y profesora bíblica en la Vanderbilt University Divinity School, escribe en su obra Relatos cortos de Jesús, que “De estas ramas hay especialmente dos que sobresalen. La primera contempla en la parábola el tema del contraste entre la semilla pequeña y la planta grande o bastante grande (tanto si es un árbol como si es un arbusto impresionante). La segunda, que es más especulativa, se concentra no en tamaño, sino en las imágenes: el valor simbólico de la mostaza, el árbol, los pájaros y las ramas. Las dos ramas producen a la vez distintas hojas”.

En las fuentes griegas y romanas que hablan de la semilla y de la mostaza se nos informa sobre los beneficios medicinales de dicha planta y Plinio el viejo afirma también en su Historia Natural que la mostaza es “altamente beneficiosa para la salud”.

En todo ello, la invitación a compartir es universal, como demuestra con claridad la presencia de los pájaros. “El Reino está presente cuando la humanidad y la naturaleza trabajan conjuntamente y cuando hacemos aquello para lo que hemos sido puestos aquí, es decir, para arriesgarnos y aportar cuanto podamos a los demás y también a nosotros mismos”, termina diciendo Ami-Jill.

POEMA

Y cuando llegue un día mi momento,
quiero entonar mis cantos,
como los pajarillos en el árbol,
mientras se bañan
en la luz del Sol común.

Sencilla alegría del vivir,
dando gracias a Dios por su gran gloria.

Sueño con vuestros cantos,
con los colores de Johannes
y el pensamiento de Espinoza.

Y tú, Jesús, filósofo y pintor
de los caminos de mi vida…
¡¡Acuérdate de mí!!

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Jesús se acomodaba a su entender.

Domingo, 17 de junio de 2018
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xcomentario-31-julio-jpg-pagespeed-ic-n_cxhnd-57Marcos 4, 26-34

El evangelio de hoy, es sencillo y muy sugerente. Resaltaremos tres claves:

1º El reino de Dios también crece cuando dormimos: Jesús nos habla de un hortelano que sabe hacer bien su trabajo: duerme cuando hay que dormir, y trabaja por el día, a su tiempo.

Cuando contemplamos el Reino desde nuestro ego, creemos que crece debido a nuestro trabajo, que fácilmente se convierte en activismo enfermizo. El ego nos confunde: nos hace creer que somos dueñ@s del campo, en lugar de hortelan@s; en consecuencia, no distinguimos el día de la noche, ni el trabajo del descanso. Como si nos jugáramos todo a una sola cosecha.

Un joven seminarista de Buenos Aires, Santi María Obiglio, nos ayuda a comprender la parábola a través de su reflexión sobre “El Dios del agotamiento”. Copio algunos párrafos, pero recomiendo vivamente leer su artículo completo[1]:

¡Hay tantos jóvenes comprometidos de corazón con la civilización del amor! Yo los admiro… Cuando veo su modo de trabajar, me asombra su entrega y su celo pastoral, y quiero un poco de todo su entusiasmo, inteligencia y esfuerzo. Pero junto a la admiración, también siento como hermano un poco de temor y preocupación.

Ellos viven apasionados por Jesús y por su Reino. Generosos en tiempo y esfuerzos, se dedican al trabajo pastoral casi 24/7 horas de servicio en encuentros, reuniones, en la soledad de sus computadoras planificando o activos en el WhatsApp y otros medios para organizar y comunicar eventos, procesiones, misiones, vigilias, retiros…

Lo que me preocupa es ¿dónde se encienden estos fuegos?, ¿cómo se cuidan estos fuegos?, ¿dónde acaban estos fuegos?…

¡Basta ver cómo explotan sus agendas! Y me pregunto si a veces estos fuegos que encienden otros fuegos no terminan destruidos por las llamas. No puedo creer que sea este el fuego de Jesús. Quiero decir: el fuego de Jesús no destruye. Sí consume, pero, misteriosamente, dando más vida…

La necesidad –siempre urgente e inagotable– sumada al exitismo y al activismo, a veces cambian al Dios de la vida por el dios del agotamiento…

No creo en un Maestro explotador de sus discípulos, creo en un Maestro que vino a que tengamos vida, todos, en abundancia; no sólo que el resto tenga vida, también nosotros, que “trabajamos” en sus cosas…

¿Estamos pudiendo encontrar el amor de Jesús en la oración, para descansar en él nuestras tareas y preocupaciones? ¿Tenemos con quien acompañarnos, quien nos consuele en nuestras luchas, quien nos escuche? ¿Celebramos la vida, los logros, la fraternidad? ¿Dormimos bien? ¿Comemos bien? ¿Tenemos tiempo para vivir “humanamente”?…

Tal vez sólo cada uno pueda discernir dónde está su límite entre el don de sí, que es regalo, y la sobre-explotación, que es muerte...

2º Tengamos siempre en cuenta a quien dirigimos la Palabra. El evangelio de hoy nos dice que Jesús se dirige “al gentío”, acomodándose a su entender; es decir, hace el esfuerzo de que el mensaje llegue con claridad a la mente y al corazón de sus oyentes. Mejor con parábolas que con sermones.

La comunicación sigue siendo una tarea pendiente en la Iglesia actual. Se han dado pasos, pero todavía queda un ingente trabajo que hacer. Es importante que la Palabra se comprenda, resuene, toque, mueva, conmueva y convierta. No necesitamos grandes oradores en las iglesias ni en el trabajo pastoral, sino predicadores y predicadoras “sobrecogidos” por el Misterio.

No necesitamos que en las homilías algunos sacerdotes intercalen frases en latín, para humillar a los oyentes y lucirse como pavos reales; necesitamos escuchar testimonios de vida, a corazón abierto.

No necesitamos que se alce la voz cuando se habla de moral. Ni estamos sord@s ni el comportamiento moral cambia por imposición, con gestos que a veces rayan con la mala educación.

¿Quién es el “gentío” que encontramos hoy en las iglesias? las personas que acuden puntualmente a una celebración religiosa, como acto social. Están alejadas, muy alejadas de la Buena Noticia. En la celebración de los sacramentos miran de reojo a los demás, porque no saben o no recuerdan cuando es oportuno levantarse o sentarse. No mueven los labios para orar o cantar.

Puede que la homilía de esa celebración sea la única que escuchen en muchos años. ¿Es una homilía preparada y orada? ¿La comunicación es fluida, cercana y ayuda a comprender los textos bíblicos? ¿Ofrece ejemplos claros de la vida cotidiana? Todo nuestro cuerpo habla ¿qué expresión corporal tiene el sacerdote?

Más vale un buen silencio que una mala homilía.

3º Dejemos que las parábolas nos rompan los esquemas. Jesús tuvo dificultad para explicar lo que era el reino de Dios. El “gentío” tenía en mente unas ideas sobre el reino y Jesús recurrió a una serie de ejemplos y parábolas que les rompían los esquemas. ¿Cómo leer la parábola de hoy para que también rompa los nuestros?

Muy sencillo: con un bolígrafo marca un punto en la palma de tu mano. Solamente un pequeño punto, como la cabecita de un alfiler. Ahora, ponte de pie y extiende tus brazos como si fueran las ramas abiertas de un gran arbusto.

Muchas semillas de mostaza, de las variedades que se cultivaban en tiempos de Jesús, eran tan pequeñas como el punto que te has marcado y al crecer llegaban a ser tan grandes como el arbusto que has representado con tu cuerpo.

Si no nos sobrecoge el proceso de crecimiento de algo tan minúsculo no podremos entender el ejemplo que puso Jesús. La semilla tiene tal vitalidad en su interior que cuando recibe el agua, el sol y la riqueza de la tierra, despliega todo su potencial.

Hoy diríamos: el reino de Dios se parece a la tarjeta SIM de un móvil. Aunque es minúscula, puede almacenar multitud de documentos, fotos, vídeos… Parece increíble que tanta información valiosa quepa en un dispositivo tan pequeño. Lo importante no es el tamaño o la apariencia de la tarjeta, sino su capacidad.

Hemos recibido las semillas del reino. Son un don gratuito. Con nuestro trabajo, compromiso, oración, denuncia, etc. ayudamos a que desplieguen su potencial, pero la vitalidad está en la semilla, no en nuestras manos.

La Palabra me invita a recuperar el asombro, sembrar sin estrés y cuidar la comunicación. ¿A qué te invita? ¿A qué invita a las comunidades cristianas?

Mari Fe Ramos

[1] https://pastoralsj.org/creer/1924-al-dios-del-agotamiento

Fuente Fe Adulta

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Sembrar Vida: Noble tarea.

Domingo, 17 de junio de 2018
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porta15ordADel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01. LA SEMILLA Y LA VIDA.

Hemos escuchado dos breves parábolas, que nos hablan de la semilla.

Las semillas, a su vez, nos hablan de vida. Los evangelios están llenos de referencia a la vida. Jesús sana, es pan de vida, agua de vida, multiplica los panes (solidaridad), rehabilita, perdona, etc.

Un grano de trigo, un grano de mostaza son semillas humildes, pequeñas, pero llenas de vida. La vida de la semilla es callada, silenciosa, paciente: va creciendo poco a poco: duermas o veles, de día o de noche, la semilla sigue creciendo, desarrollando toda su vitalidad.

La vitalidad de la semilla no depende del trabajo humano, de los esfuerzos humanos. La semilla está llena de vida en sí misma. La vitalidad la da Dios, no nosotros.

Es valioso todo pequeño gesto de vida: un pequeño trabajo bien hecho, un servicio o ayuda, una limosna, es sembrar vida.

02. LAS PRISAS DE LA EFICACIA. PACIENCIA HISTÓRICA

Los tiempos y los ritmos de vida han cambiado mucho. Nosotros estamos muy distantes de la quietud y calma del mundo rural, casi no sabemos lo que es una semilla y “pensamos” que el trigo y la harina crecen en Eroski.

Por otra parte hoy predomina la eficacia, la prisa, cuando no la ansiedad. La eficacia siempre tiene prisa. Queremos que el trigo salga en quince días. Pero las cosas de la vida requieren tiempo, calma y sabiduría.

En la vida hay que tener paciencia. Paciencia en la educación, paciencia en la historia y recorridos personales.

Es inútil que tiremos de la espiga de trigo, de la planta, porque no va a crecer ni antes, ni mejor y, con toda seguridad la vamos a destrozar o arrancar. La semilla, la planta, las flores, los árboles no crecen a tirones ni con saltos espectaculares, sino poco a poco, humildemente.

03. SIEMBRA Y ESPERANZA.

Cuando se siembra es porque se espera la cosecha. Nadie siembra por sembrar o para pasar el rato. Se siembra para crear vida: Toda siembra supone que hay que saber esperar (esperanza) con calma y paciencia.

Cuesta tiempo que un grano de trigo vuelva a ser espiga. Cuesta mucho tiempo, dedicación y, a veces, sufrimiento, educar un niño, un adolescente. No tengamos urgencias morales, ni precipitaciones en las conversiones, en los cambios personales, sociales, políticos, teológicos, pastorales, etc. porque nos puede invadir la ansiedad, y la ansiedad puede generar miedo, angustia, lo cual puede llevarnos a pretender solucionar las cosas con una insaciable prisa y avidez.

04. NOBLE TAREA LA DE SEMBRAR.

trigoEs importante sembrar, propagar la semilla en la familia, en los colegios, en la cultura. Ahí queda depositada en el barro humano, en la tierra. Es vida, ya brotará. Pero hay que tener paciencia histórica. Seguramente que nos despistaremos en la vida, la juventud no está en la Iglesia, etc. Habremos de echar manos de la parábola del trigo y la cizaña, (Mt 13,24-30). No tengamos prisas, menos tengamos ansiedades, ni descalifiquemos a la gente. La semilla dará fruto.

La semilla es buena, está llena de vida. El barro que somos, la tierra también es buena. La lluvia fecunda la tierra.

Como descienden de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelven allá sino que riegan la tierra, haciéndola producir y germinar, dando semilla al sembrador y pan al que come, (Isaías 58,10).

Decía Martin Luther King (1929-1968), líder del movimiento de liberación de los negros que “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol” Martin Luther King

SEMBREMOS VIDA

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Fe sencilla…

Domingo, 2 de octubre de 2016
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Más Sencilla

Hazme una cruz sencilla,
carpintero…
sin añadidos
ni ornamentos…
que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto:
este equilibrio humano
de los dos mandamientos…
sencilla, sencilla…
hazme una cruz sencilla, carpintero.

*

Ser en la vida romero,
romero sólo que cruza
siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero,
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.

Ser en la vida romero, romero…
sólo romero.
Que no hagan callo las cosas
ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez,
una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.

Que no se acostumbre el pie
a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa,
ni la losa de los templos,
para que nunca recemos
como el sacristán los rezos…
ni como el cómico viejo
digamos los versos.

No sabiendo los oficios,
los haremos con respeto.
Para enterrar a los muertos
como debemos
cualquiera sirve, cualquiera…

Que no hagan callo las cosas
en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.

***

León Felipe

***

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor:

“Auméntanos la fe.”

El Señor contestó:

“Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar.” Y os obedecería.

Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: “En seguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le diréis: ‘Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado?

Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.””

*

Lucas 17, 5-10

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad ,

¡Hay que vivir sembrando! ¡Siempre sembrando!…

Domingo, 14 de junio de 2015
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El Sembrador

De aquel rincón bañado por los fulgores
del sol que nuestro cielo triunfante llena;
de la florida tierra donde entre flores
se deslizó mi infancia dulce y serena;
envuelto en los recuerdos de mi pasado,
borroso cual lo lejos del horizonte,
guardo el extraño ejemplo, nunca olvidado,
del sembrador más raro que hubo en el monte.

Aún no sé si era sabio, loco o prudente
aquel hombre que humilde traje vestía;
sólo sé que al mirarle toda la gente
con profundo respeto se descubría.
Y es que acaso su gesto severo y noble
a todos asombraba por lo arrogante:
¡Hasta los leñadores mirando al roble
sienten las majestades de lo gigante!

Una tarde de otoño subí a la sierra
y al sembrador, sembrando, miré risueño.
¡Desde que existen hombres sobre la tierra
nunca se ha trabajado con tanto empeño!
Quise saber, curioso, lo que el demente
sembraba en la montaña sola y bravía;
el infeliz oyóme benignamente
y me dijo con honda melancolía:
-Siembro robles y pinos y sicomoros;
quiero llenar de frondas esta ladera,
quiero que otros disfruten de los tesoros
que darán estas plantas cuando yo muera.

-¿Por qué tantos afanes en la jornada
sin buscar recompensa? dije. Y el loco
murmuró, con las manos sobre la azada:
-Acaso tú imagines que me equivoco;
acaso, por ser niño, te asombre mucho
el soberano impulso que mi alma enciende;
por los que no trabajan, trabajo y lucho,
si el mundo no lo sabe, ¡Dios me comprende!

Hoy es el egoísmo torpe maestro
a quien rendimos culto de varios modos:
si rezamos, pedimos sólo el pan nuestro.
¡Nunca al cielo pedimos pan para todos!
En la propia miseria los ojos fijos,
buscamos las riquezas que nos convienen
y todo lo arrostramos por nuestros hijos.
¿Es que los demás padres hijos no tienen?…
Vivimos siendo hermanos sólo en el nombre
y, en las guerras brutales con sed de robo,
hay siempre un fratricida dentro del hombre,
y el hombre para el hombre siempre es un lobo.

Por eso cuando al mundo, triste contemplo,
yo me afano y me impongo ruda tarea
y sé que vale mucho mi pobre ejemplo,
aunque pobre y humilde parezca y sea.
¡Hay que luchar por todos los que no luchan!
¡Hay que pedir por todos los que no imploran!
¡Hay que hacer que nos oigan los que no escuchan!
¡Hay que llorar por todos los que no lloran!
Hay que ser cual abejas que en la colmena
fabrican para todos dulces panales.
Hay que ser como el agua que va serena
brindando al mundo entero frescos raudales.
Hay que imitar al viento, que siembra flores
lo mismo en la montaña que en la llanura.
Y hay que vivir la vida sembrando amores,
con la vista y el alma siempre en la altura.

Dijo el loco, y con noble melancolía
por las breñas del monte siguió trepando,
y al perderse en las sombras, aún repetía:
¡Hay que vivir sembrando! ¡Siempre sembrando!…

*

Marcos Rafael Blanco Belmonte

***

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

“El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.”

Dijo también:

“¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.

Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

*

Marcos 4,26-34

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“Pequeñas semillas”. 11º Tiempo Ordinario – B (Marcos 4,26-34)

Domingo, 14 de junio de 2015
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11-852847Vivimos ahogados por las malas noticias. Emisoras de radio y televisión, noticiarios y reportajes descargan sobre nosotros una avalancha de noticias de odios, guerras, hambres y violencias, escándalos grandes y pequeños. Los «vendedores de sensacionalismo» no parecen encontrar otra cosa más notable en nuestro planeta.

La increíble velocidad con que se difunden las noticias nos deja aturdidos y desconcertados. ¿Qué puede hacer uno ante tanto sufrimiento? Cada vez estamos mejor informados del mal que asola a la humanidad entera, y cada vez nos sentimos más impotentes para afrontarlo.

La ciencia nos ha querido convencer de que los problemas se pueden resolver con más poder tecnológico, y nos ha lanzado a todos a una gigantesca organización y racionalización de la vida. Pero este poder organizado no está ya en manos de las personas sino en las estructuras. Se ha convertido en «un poder invisible» que se sitúa más allá del alcance de cada individuo.

Entonces, la tentación de inhibirnos es grande. ¿Qué puedo hacer yo para mejorar esta sociedad? ¿No son los dirigentes políticos y religiosos quienes han de promover los cambios que se necesitan para avanzar hacia una convivencia más digna, más humana y dichosa?

No es así. Hay en el evangelio una llamada dirigida a todos, y que consiste en sembrar pequeñas semillas de una nueva humanidad. Jesús no habla de cosas grandes. El reino de Dios es algo muy humilde y modesto en sus orígenes. Algo que puede pasar tan desapercibido como la semilla más pequeña, pero que está llamado a crecer y fructificar de manera insospechada.

Quizás necesitamos aprender de nuevo a valorar las cosas pequeñas y los pequeños gestos. No nos sentimos llamados a ser héroes ni mártires cada día, pero a todos se nos invita a vivir poniendo un poco de dignidad en cada rincón de nuestro pequeño mundo. Un gesto amistoso al que vive desconcertado, una sonrisa acogedora a quien está solo, una señal de cercanía a quien comienza a desesperar, un rayo de pequeña alegría en un corazón agobiado… no son cosas grandes. Son pequeñas semillas del reino de Dios que todos podemos sembrar en una sociedad complicada y triste, que ha olvidado el encanto de las cosas sencillas y buenas.

José Antonio Pagola

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“Era la semilla más pequeña, pero se hace más alta que las demás hortalizas”. Domingo 14 de junio de 2015. Domingo 11º Ordinario

Domingo, 14 de junio de 2015
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PLANTAS_GERMINANDODe Koinonia:

Ezequiel 17,22-24: Ensalzo lo árboles humildes.
Salmo responsorial: 91: Es bueno darte gracias, Señor.
2Corintios 5,6-10: En destierro o en patria, nos esforzamos en agradar al Señor.
Marcos 4,26-34: Era la semilla más pequeña, pero se hace más alta que las demás hortalizas.

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.”

Dijo también: “¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.” Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

La gran virtud de las parábolas es la de superar los obstáculos más obvios e inmediatos del entendimiento. Una parábola es un arco que se eleva por el aire y cae justo en su objetivo, evadiendo los obstáculos, enfocándose a su meta. Las parábolas de Jesús tienen un efecto similar. Frente a las interpretaciones oscuras y cargadas de sanciones con las que los maestros de la ley solían responder a sus interlocutores, las palabras de Jesús se imponen con una claridad demoledora. Frente a las intrincadas y sofisticadas interpretaciones de los maestros griegos, las enseñanzas de Jesús se presentan con una evidencia incontrovertible. Las palabras de Jesús hablan de la vida cotidiana: el campesino que salva su cosecha; de la persona que al cocinar administra con tino y prudencia la sal. Las palabras del profeta Ezequiel nos hablan del cedro, un árbol excepcional por su longevidad y por la calidad de su madera. Pablo nos hablará del cuerpo, como un domicilio provisional, y sin embargo imprescindible, para alcanzar una residencia permanente en un cuerpo resucitado.

El profeta Ezequiel compara la acción de Dios con la de un campesino que reforesta las cumbres áridas con cedros que se caracterizan por su tamaño excepcional, por la duración de su madera y por su singular belleza. El nuevo Israel será un rebrote joven plantado en lo alto de los montes de Judá; atrás quedaría la soberbia de la monarquía y todos los peligros de su desmesurada avidez de poder. El profeta tiene la esperanza de que su pueblo renazca luego del exilio y su estirpe perdure como lo hacen los cedros que pueden llegar a durar dos mil años.

Las parábolas de Jesús, en cambio, no hablan desde la perspectiva de los árboles grandes, sino de los arbustos que pueden crecer en nuestros jardines sin derribar la casa ni secar las otras hortalizas. La primera parábola habla de la fuerza interna de la semilla, que opera prácticamente sin que el campesino se percate. Si la semilla encuentra las condiciones favorables, florecerá. La labor del campesino se limita a preparar el terreno para que ofrezca esas condiciones que hacen posible el cultivo; a los cuidados indispensables para que la semilla germine y se fortalezca, y a la acción oportuna para cosechar los frutos. De manera semejante opera la acción del cristiano, favoreciendo la implantación de la semilla del Reino.

La homilía podría orientarse también muy justificadamente, más que por esa línea bíblica, por la línea teológica: el tema del Reino, que es el protagonista de las parábolas de Jesús del evangelio de hoy. En realidad sabemos que el tema del Reino fue… la pasión, la manía, el estribillo, la obsesión de Jesús. Por que fue también «Su Causa», la Causa por la que vivió y luchó, la causa por la que fe perseguido, capturado, condenado y ejecutado. Para comprender a Jesús nada hay más importante que tratar de comprender el Reino y la relación de Jesús con él.

[Es importante recordar –sin marcar bien los contrastes históricos caemos en el riesgo de repetir los errores pasados- que el Reino era en realidad un ausente mayor en el cristianismo clásico, incluso en el cristianismo que los hoy día «mayores» aprendimos y vivimos antes del Concilio Vaticano II… En el último milenio de la Iglesia se dio lo que Teófilo Cabestrero denomina «el eclipse del Reino»: la Iglesia prácticamente lo desconoció. Empleaba la palabra, el término, pero confundiéndolo. Típica es la expresión de esta confusión en las palabras del P. Vilariño, jesuita español de principios del siglo XX que sintetizaba su definición de Reino de Dios en aquel triple nivel: el Reino de Dios es el cielo, porque allí es donde Dios puede reinar efectivamente; el Reino de Dios es la Iglesia, porque la Iglesia sería el Reino de Dios en la tierra…; y el Reino de Dios, en tercer lugar, sería la gracia santificante en las almas, pues por medio de ella Dios se hace presente y reina en nuestro interior… Ninguna de estas tres definiciones coincide con lo que el obsesionado Jesús tenía en mente cuando hablaba y soñaba y se exponía por el Reino de Dios…]

Hay que subrayar que el tema del Reino de Dios, su redescubrimiento, a partir de ese citado «eclipse del Reino», es sin duda el tema teológico que más ha transformado a la Iglesia –y a la eclesiología y a la teología toda-. Véase la descripción del «Reinocentrismo» (por ejemplo en el libro Espiritualidad de la Liberación, de Casaldáliga-Vigil, disponible en servicioskoinonia.org/biblioteca) para desarrollar el tema dela transformación de la teología y de la espiritualidad con el re-descubrimiento del tema jesuánico del Reino…

El Reinocentrismo significa la superación del eclesiocentrismo, que se instaló en la Iglesia bien pronto, en contra de la mentalidad de Jesús. Y no es una «nueva teología», sino el pensamiento mismo de Jesús… Leer más…

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Dom 14. 06. 15. “Semilla fecunda, grano de mostaza”

Domingo, 14 de junio de 2015
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image003Del blog de Xabier Pikaza:

Dom 11 Tiempo Ordinario. Ciclo B. Retomamos el ritmo normal de los domingos del tiempo ordinario, tras las grandes fiestas de Pascua, para leer otra vez, de manera atenta, el evangelio de Marcos, que seguiré ofreciendo con el apoyo de mi comentario (Verbo Divino, Estella 2012, cf. imagen).

Hoy tenemos dos parábolas que comparan nuestra vida con una semilla que crece por sí misma (¡sin que sepamos cómo, pues ella misma es fecunda!) y con un grano de mostaza muy pequeño que se vuelve grande, como el Reino de Dios, como el mismo ser divino en el que estamos implantados:

La parábola de la semilla que crece por sí misma es propia de Marcos; ni Mateo ni Lucas la utilizan, quizá porque tienen miedo de que se entienda como expresión de una soberanía exclusiva de Dios, sin cooperación humana.

La parábola del grano de mostaza que crece y se hace grande... ha sido recogida y reelaborada en formas distintas por Mt y Lc. Es una de las Imágenes privilegiadas del Reino de Dios, en su pequeñez, en su fragilidad, y, al mismo tiempo, en su apertura .

ev-marcos-250_260x174Ambas son muy importantes para entender el mensaje de Jesús conforme al Evangelio de Marcos, que iremos retomando semana a semana, a paso de hombre, de comunidad orante, de iglesia peregrina, para recorrer así el camino de Dios.

Buen fin de semana a todos, buen “tiempo ordinario” de la liturgia, que es el tiempo de todos los días del año. Cuidemos nuestro árbol, pues somos plantación de Dios. Tomemos el evangelio como libro de nuestro jardín

a. Semilla y tierra de Dios (4, 27-29).

(a. Semilla y tierra de Dios)26 Y decía: El reino de Dios es como un hombre que echa simiente en la tierra 27 y duerme y se levanta noche y día y la simiente germina y crece, sin que él sepa cómo. 28 Por sí misma da fruto la tierra: primero tallo, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. 29 Y cuando el fruto está a punto, (el hombre) envía inmediatamente la hoz, porque ha llegado la siega.

El texto comienza diciendo que el Reino se parece a un hombre sembrador, que puede ser Jesús (como en 4, 3-9) o uno de sus discípulos, que realizan la siembra del Reino tras pascua. Los discípulos han podido pensar que son ellos los que deciden la llegada del Reino; más aún, alguien podría angustiarse, suponiendo que el reino depende de sí mismo y que no llega por su culpa. Pues bien, la parábola puede y debe ser para ellos una voz de aliento, pues habla del poder de la semilla y de la tierra que germina por sí misma. Desde ese fondo se entienden sus tres temas o protagonistas: el hombre, la simiente, la tierra, la siega.

a. El hombre que siembra (anthropos, ser humano; 4, 26) es Jesús (sembrador principal de 4, 3-9), pero también sus discípulos (en el tiempo de la iglesia), quizá angustiados, porque les parece que el Reino no crece o no llega a su fin, como habían supuesto. Pues bien, este Jesús pascual les dice que no se preocupen. Ellos han hecho lo que debían hacer, no han guardado la semilla en su bolsa, no han cerrado en sí mismos la Palabra, sino que la han “sembrado”, de manera que, en un plano, deben descansar, dormir y levantarse. No son responsables finales del fruto, están comprometidos en una tarea que les desborda, porque es de Dios.

b. Simiente (4, 26). El hombre arroja en la tierra una simiente (sporos) que lleva en sí misma el poder de germinar, porque es de Dios. Por eso, el hombre puede dormir y levantarse, porque la simiente germina y crece, sin que él sepa cómo, es decir, sin que pueda controlarla. Hay una “lógica de creatividad”, un “plus de realidad y de vida” que los sembradores no pueden dominar ni dirigir, conforme a principios mensurables; ciertamente, ellos pueden ser limitados y pequeños, porque son siempre humanos, pero lleven en sus manos una semilla de Reino, una realidad que, siendo suya, les desborda. No se trata de que duerman sin más, sino que duerman en brazos de la Vida, sabiendo que actúan al servicio de una Vida/Simiente que, siendo de ellos, les desborda: la Simiente de la Palabra de Dios.

c. Tierra (4, 28). De manera abrupta, allí donde parece que bastaba la referencia a la simiente, sin ninguna partícula que sirva de unión con lo anterior (ni un kai, ni un gar: y, pues…), el texto añade que la tierra (hê gê) “produce por sí misma” (automatê, automáticamente). Da la impresión de que esa frase aluce a Gen 1, 24, donde Dios dijo a la tierra que produzca los vivientes, que provienen de la palabra de Dios, pero que, al mismo tiempo, provienen de esa tierra. Nos hallamos pues ante la imagen de la “madre tierra” que recibe semilla de Dios (del hombre), pero que karpophorei, da fruto, por sí misma. Antes (en 4, 3-9), en otro contexto, Jesús nos ponía ante cuatro tipos de tierras. Ahora, en cambio, estamos ante un solo tipo de tierra generosa que acoge la semilla y da fruto generoso (¡toda tierra!).

d. Hombre segador (4, 29).
El “hombre con semilla” del principio (4, 26) viene a convertirse al final en “hombre con hoz” (drepanon; 4, 29), conforme a una imagen que aparece, casi en los mismos términos, en Ap 14, 14-19 donde se habla de un Hijo de Hombre con hoz (drepanon), al que se le dice que la envíe (pempson) y así lo hace. También en nuestro caso el “hombre” (que ahora puede ser ya el mismo Jesús en cuanto segador final) envía la hoz, pero no con el verbo más neutral del Apocalipsis (pempô), sino con el más específicamente cristiano de apostellô, vinculados a los “apóstoles” de 3, 14 y 6, 7. Hay, además, otra diferencia: la hoz de la siega del Hijo de Hombre (o del otro ángel segador) del Apocalipsis tiene un carácter amenazador; aquí, en cambio, este envío de la hoz tiene un carácter positivo (el hombre podrá recoger el buen trigo de la buena siembra y de la buena tierra) . Leer más…

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El enigma, la mostaza y el cedro. Domingo 11. Ciclo B.

Domingo, 14 de junio de 2015
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arbol-mostaza-semilla-granoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Terminado el tiempo de Pascua y las fiestas posteriores (Pentecostés, Trinidad, Corpus Christi) volvemos al tiempo ordinario. Es como llegar tarde al cine, en mitad de una película. Jesús está hablando a la gente y no sabemos qué ha ocurrido antes. Pero no es cuestión de contarlo ahora. Prestemos atención a lo que dice. Son dos parábolas, dos comparaciones, las dos muy breves.

El campesino y la tierra

En aquel tiempo decía Jesús a las turbas: – El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.

            Lo que dice la primera parábola parece una tontería: que el campesino siembra y luego se olvida de lo que ha sembrado hasta llegar el momento de la siega; la que trabaja es la tierra, es ella la que hace crecer los tallos, las espigas y el grano. Eso lo saben todos los galileos que escuchan a Jesús. ¿Dónde radica la novedad de esta parábola? En que Jesús compara la actividad del campesino con lo que ocurre en el reino de Dios. También aquí la semilla termina dando fruto sin que el campesino trabaje, mientras duerme.

Y entonces surgen los interrogantes: ¿quién es el campesino? ¿Es Jesús? No parece lógico, porque el campesino de la parábola no sabe lo que ocurre. ¿Son los apóstoles y misioneros que anuncian el evangelio, y éste da fruto aunque ellos no se den cuenta? ¿Quién es la tierra? ¿Es cada cristiano, en el que la semilla va dando fruto mientras el que ha sembrado duerme?

La parábola es un misterio y se comprende que Mateo y Lucas (por motivos pastorales, como ahora se dice) no la copiasen. La liturgia católica, que suprime a placer infinidad de textos, no ha mostrado la misma preocupación.

La mostaza y el cedro

Dijo también: – ¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas. Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

La segunda comparación es más clara y de enorme actualidad, sobre todo en muchos países occidentales, donde el cristianismo parece andar de capa caída. Jesús compara a la comunidad cristiana, el reino de Dios en la tierra, con la semilla de mostaza; algo diminuto, pero que, al cabo del tiempo, se convierte en árbol y puede acoger a los pájaros del cielo. No hay que desanimarse si la iglesia es un arbolito pequeño, poco mayor que las hortalizas.

Quien conoce el Antiguo Testamento, advierte que esta parábola recoge una comparación de Ezequiel modificándola radicalmente. Este profeta se dirige a los judíos de su tiempo, desanimados por tantas desgracias políticas, económicas y religiosas. Para infundirles esperanza, compara al pueblo con un árbol. Pero no con el modesto arbolito de la mostaza, sino con un majestuoso cedro, del que Dios arranca un esqueje para plantarlo «en un monte elevado, en la montaña más alta de Israel».

Esto dice el Señor Dios: – Arrancaré una rama del alto cedro y la plantaré. De sus ramas más altas arrancaré una tierna y la plantaré en la cima de un monte elevado; la plantaré en la montaña más alta de Israel, para que eche brotes y dé fruto y se haga un cedro noble. Anidarán en él aves de toda pluma, anidarán al abrigo de sus ramas.

Todo es grandioso en Ezequiel; en el evangelio, todo es modesto. Pero el resultado es el mismo; en ambos árboles pueden anidar los pájaros. La comparación de Ezequiel recuerda la imagen de una iglesia universal dominante, grandiosa, respetada y admirada por todos. La de Jesús, una comunidad modesta, sin grandes pretensiones, pero alegre de poder acoger a quien la necesite.

El destierro y la patria

El tiempo ordinario nos devuelve también a la problemática realidad de la segunda lectura, sin relación con la primera ni con el evangelio. Un inciso que dificulta más que ayuda. Eso no significa que no contenga mensajes importantes.

Hermanos: Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras vivimos, estamos desterrados, lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. Y es tal nuestra confianza, que preferimos desterrarnos del cuerpo y vivir junto al Señor. Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarle. Porque todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho en esta vida.

Este breve fragmento de la segunda carta a los Corintios nos permite conocer los sentimientos más íntimos de Pablo. La conversión supuso para él un cambio radical con respecto a la persona de Jesús. De perseguirlo pasó a estar tan entusiasmado con él que, por su gusto, preferiría morir para estar con el Señor. Su situación le recuerda a la de tantos contemporáneos suyos, que por motivos políticos eran desterrados, lejos de Roma o de otra ciudad importante. Él también se siente desterrado, lejos del Señor. Y le gustaría morir, porque sólo con la muerte se puede volver a la verdadera patria y estar cerca del Señor. (Siglos más tarde santa Teresa diría algo parecido: «Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero que muero porque no muero».) Pero Pablo acepta la realidad. En el destierro o en la patria, debemos esforzarnos por agradar a Dios.

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Dom 20.08.14 Trigo y cizaña. ¿A quiénes debo cortar la cabeza?

Domingo, 20 de julio de 2014
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2011051372trigo_porDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 16. Tiempo ordinario. Ciclo A: Mt 13, 24-43. El evangelio del domingo anterior (Mt 13, 1-23) había presentado el reino de Dios como una siembra (partiendo del relato base de Mc 4, 1-20). Pero Mateo no se ha contentado con esa primera elaboración del tema, sino que ha querido desarrollarlo, introduciendo unos elementos nuevos, de tipo apocalíptico, que eran comunes en el judaísmo de su tiempo. De esa forma ha creado este nuevo pasaje (Mt 13, 24-43) que ha sido y sigue siendo esencial en la visión del cristianismo.

En tiempos de Mateo

Esta nueva versión de la parábola proviene de la iglesia de Mateo, que ha elaborado y/o ampliando algunos de los elementos que se hallaban velados en la tradición cristiana. Es un tema exclusivo de su evangelio, pero algunos de sus rasgos han sido esenciales en la historia de la Iglesia:

— la oposición entre los dos sembradores, Jesús y el Diablo;
— la visión de la iglesia (el mundo) como un campo mixto donde crece trigo y cizaña;
— la imposibilidad de discernir en este mundo el trigo y la cizaña, pues están muy mezclados, en contra de todos los inquisidores de derecha o de izquierda;
— la certeza de que llega un juicio final, con la división de buenos y malos, pero con la advertencia de que no se adelante ese juicio, de que nadie tome en su mano la justicia de Dios;
— la identificación de los agentes y signos del juicio (ángeles, fuego)…, pero sabiendo que nos desbordan; nadie en el mundo es un ángel, nadie es el Diablo;
— la certeza de la salvación de los elegidos, la llamada a la paciencia, mientras nos esforzamos por ser buen trigo, queriendo que el trigo venza a la cizaña, con su oferta de pan y de vida…

En nuestros tiempos, Buenos Aires

Estamos en Buenos Aires, una ciudad que ha sido típica por su capacidad de acoger a gentes de todo tipo, gallegos y tanos, vascos y vénetos, rusos y judíos… Casi todas las naciones y razas del mundo vinieron a este puerto a lo largo del siglo XIX, y se quedaron a vivir, porque era buena la tierra y apacible la gente.

Pero también ha habido gente dispuesta a sacar la guillotina… expulsando y matando a los contrarios. En esta tierra (y en otras) se han dado también curas guerrilleros y soldados dispuestos a matar a los suyos, más que a defenderlos… Por aquí ha cabalgado también el demonio, todos los demonios. De eso ha seguido hablado este Coloquio, que quiere ser eso, simplemente Coloquio: Lugar donde se comparte la palabra…

¿Qué habría que arrancar?

Don Quijote es en Buenos Aires tan famoso como en Madrid… Por aquí sigue también cabalgando, y diciendo que es necesario arrancar esta mala semilla de sobre la haz de la tierra. Pero lo dice con humor, él, un soldado caballero que era incapaz de matar a nadie. Además, Pero su cizaña eran unos inocentes los molinos de viento…

Los inquisidores. Detrás de ese pasaje del Quijote está toda la historia de los inquisidores, que han aguzado su mente para descubrir cizaña, echándola al fuego, antes de tiempo… También hoy son muchos los que quieren arrancar, de un lado o de otro, la mala semilla, con criterios distintos:

a. Algunos (han sido numerosos en la historia) arrancarían la semilla del Papa y del Vaticano

b. Otros (también numerosos) arrancarían la semilla de los llamados herejes… para dejar una iglesia de puros, donde al final sólo quedarían ellos

Si les hiciéramos caso, a unos y otros, al final no quedaría nadie para contarlo. Pues bien, en contra de unos y de otros (de inquisidores de derecha y de izquierda), el Jesús de Mateo nos pide paciencia, que seamos capaces de crear y dar fruto en un mundo mezclado, que no empecemos a juzgar antes de tiempo, que no convirtamos la Iglesia en un campo de inquisiciones contrapuestas, cada uno queriendo arrancar a su contrario… En una historia dividida estamos. Ciertamente hay cizaña, pero no es fácil distinguirla violentamente del trigo.

De eso tratan, de un modo inicial, las reflexiones que siguen, que no explican esta parábola/alegoría, que pueden ayudar a situarla. Buen domingo a todos.

Introducción

Más que una parábola (como Mt 13, 3-9), este nuevo texto acaba siendo una “alegoría”, una explicación del texto anterior en clave de conflicto satánico y de juicio escatológico. Esta alegoría parabólica se sitúa en el centro de un proceso que comienza en la tentación (Mt 4) y culmina en el juicio final (Mt 25, 31-46). El texto consta de tres partes, construidas en forma de tríptico:

a (parábola básica): El sembrador y su enemigo (Mt 13, 24-30)
b (parábolas explicativas): ayudar a situar el tema (Mt 13, 31-35)
a’ (interpretación alegórica): resuelve el sentido de la parábola, en línea teológica (Mt 13, 36-43)

A. EL SEMBRADOR Y SU ENEMIGO (Mt 13, 24-30).

Es una nueva versión, en parte más alegorizada, de la parábola anterior (13, 3-9). Las transposiciones y cambios son fáciles de entender desde el mismo contexto mediterráneo en que la imagen se sitúa; ellos nos obligan a entender el tema en un contexto más judío, de división ética y de culminación escatológica.

Texto

Otra parábola les propuso, diciendo: «El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: “Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?” El les contestó: “Algún enemigo ha hecho esto.” Dícenle los siervos: “¿Quieres, pues, que vayamos a arrancarla?” Díceles: “No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero (Mt 13, 24-30).

Esta parábola vincula el motivo central del mensaje de Jesús (la buena siembra) con algunos motivos centrales de la apocalíptica judía, tal como aparecía reflejada en el mensaje de Juan Bautista, centrado en la siega y en la separación escatológica. Desde ese fondo, en la perspectiva del mensaje de Jesús, los cristianos que están en el fondo del evangelio de Mateo, reinterpretan los motivos apocalípticos de la tradición judía: Leer más…

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