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Archivo para Domingo, 3 de marzo de 2024

El verdadero Templo… Predicamos a Cristo crucificado… y resucitado.

Domingo, 3 de marzo de 2024
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Crucifixión 2

Versión de Dios

  En la oquedad de nuestro barro breve
el mar sin nombre de Su luz no cabe.
Ninguna lengua a Su Verdad se atreve.
Nadie lo ha visto a Dios. Nadie lo sabe.

Mayor que todo dios, nuestra sed busca,
se hace menor que el libro y la utopía,
y, cuando el Templo en su esplendor Lo ofusca,
rompe, infantil, del vientre de María.

El Unigénito venido a menos
traspone la distancia en un vagido;
calla la Gloria y el Amor explana;

Sus manos y Sus pies de tierra llenos,
rostro de carne y sol del Escondido,
¡versión de Dios en pequeñez humana!

*

Pedro Casaldáliga
El tiempo y la espera
Editorial Sal Terrae, Santander 1986

***

 

“Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los hombres,

pero, para los llamados, sabiduría de Dios.

Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres;

y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.”

*

(1ª Corintios 1,22-25)

***

El templo del que hablaba Jesús era su propio cuerpo.

Por eso, cuando Jesús resucitó de entre los muertos, los discípulos recordaron lo que había dicho y creyeron en la Escritura y en las palabras que él había pronunciado.

(Juan 2,13-25)

La encarnación del Verbo de Dios en el seno de la Virgen María inaugura una etapa absolutamente nueva en la historia de la Presencia de Dios: etapa nueva y también definitiva, pues ¿qué mayor don podrá ser dado al mundo? No hay ya sino un templo en el que podamos adorar, rezar y ofrecer y en el que encontremos verdaderamente a Dios: el cuerpo de Cristo. En él el sacrificio deviene enteramente espiritual al mismo tiempo que real: no sólo en el sentido de que no es otra cosa que el mismo hombre adhiriéndose filialmente a la voluntad de Dios, sino también en el sentido de que procede en nosotros del Espíritu de Dios que nos ha sido dado.

A partir de la Encarnación, ha sido dado el Espíritu Santo verdaderamente; es, en los fieles, un agua que brota en vida eterna (Jn 4,14) y los constituye en hijos de Dios, capaces de poseerle de verdad por el conocimiento y el amor. Ya no se trata sólo de una presencia, sino de una  inhabitación de Dios en los fieles. Cada uno personalmente y todos en conjunto, en su misma unidad, son el templo de Dios, porque son el cuerpo de Cristo, animado y unido por su Espíritu. Así es el templo de Dios en los tiempos mesiánicos. Pero en este templo espiritual, tal como existe en la trama de la historia del mundo, lo carnal continúa todavía no sólo presente, sino dominador y obsesionante. Cuando todo haya sido purificado, cuando todo sea gracia, cuando la parte de Dios aparezca de tal modo victoriosa que “Dios sea todo en todos”, cuando todo proceda de su Espíritu, entonces el Cuerpo de Cristo será establecido para siempre, con su Cabeza, en la casa de Dios.

La alabanza del mundo precisa la del hombre, quien ha de ser su intérprete y mediador por su trabajo y, sobre todo, por el canto de sus labios (Heb 13,15). Mas el culto espiritual del hombre y la gracia que hacen de él un templo de Dios no son perfectos sino en cuanto representan aquella religión filial, única relación auténtica de la criatura con su Dios, que no puede venir sino de Jesucristo. Es Cristo quien es, en definitiva, el único templo verdadero de Dios. “Nadie sube al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo” (Jn 3,13).

*

Yves  Marie Congar,
El misterio del templo,
Barcelona 1964, 264-265.275-276, passim.

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“Qué religión es la nuestra”. 3º de Cuaresma – B (Juan 2,13-25)

Domingo, 3 de marzo de 2024
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IMG_2934Todos los evangelios se hacen eco de un gesto audaz y provocativo de Jesús dentro del recinto del Templo de Jerusalén. Probablemente no fue muy espectacular. Atropelló a un grupo de vendedores de palomas, volcó las mesas de algunos cambistas y trató de interrumpir la actividad durante algunos momentos. No pudo hacer mucho más.

Sin embargo, aquel gesto cargado de fuerza profética fue lo que desencadenó su detención y rápida ejecución. Atacar el Templo era atacar el corazón del pueblo judío: el centro de su vida religiosa, social y política. El Templo era intocable. Allí habitaba el Dios de Israel. ¿Qué sería del pueblo sin su presencia entre ellos?, ¿cómo podrían sobrevivir sin el Templo?

Para Jesús, sin embargo, era el gran obstáculo para acoger el reino de Dios tal como él lo entendía y proclamaba. Su gesto ponía en cuestión el sistema económico, político y religioso sustentado desde aquel «lugar santo». ¿Qué era aquel Templo?, ¿signo del reino de Dios y su justicia o símbolo de colaboración con Roma?, ¿casa de oración o almacén de los diezmos y primicias de los campesinos?, ¿santuario del perdón de Dios o justificación de toda clase de injusticias?

Aquello era un «mercado». Mientras en el entorno de la «casa de Dios» se acumulaba la riqueza, en las aldeas crecía la miseria de sus hijos. No. Dios no legitimaría jamás una religión como aquella. El Dios de los pobres no podía reinar desde aquel Templo. Con la llegada de su reinado perdía su razón de ser.

La actuación de Jesús nos pone en guardia a todos sus seguidores y nos obliga a preguntarnos qué religión estamos cultivando en nuestros templos. Si no está inspirada por Jesús, se puede convertir en una manera «santa» de cerrarnos al proyecto de Dios que Jesús quería impulsar en el mundo. Lo primero no es la religión, sino el reino de Dios.

¿Qué religión es la nuestra?, ¿hace crecer nuestra compasión por los que sufren o nos permite vivir tranquilos en nuestro bienestar?, ¿alimenta nuestros propios intereses o nos pone a trabajar por un mundo más humano? Si se parece a la del Templo judío, Jesús no la bendeciría.

José Antonio Pagola

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“Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Domingo 03 de marzo de 2024. Domingo tercero de Cuaresma

Domingo, 3 de marzo de 2024
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21-cuaresma B3 cerezoLeído en Koinonia:

Éxodo 20,1-17: La Ley se dio por medio de Moisés.
Salmo responsorial: 18: Señor, tú tienes palabras de vida eterna.
1Corintios 1,22-25: Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los hombres, pero, para los llamados, sabiduría de Dios.
Juan 2,13-25: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.

El evangelio de Juan coloca esta manifestación mesiánica de Jesús al comienzo de su actividad pública y en el contexto de una fiesta de Pascua en Jerusalén. Para Juan es muy importante poner a Jesús y a su comunidad en ese marco de la sucesión de las fiestas judías. Eso lo vemos a lo largo de todo el evangelio, pues no hay ningún acontecimiento fuera de ese marco. Juan optó por encuadrar toda la actividad pública de Jesús en el tiempo religioso de los que su propio Evangelio define como “los judíos” (!). Al organizar la narración en función de una serie de fiestas judías, deja entrever una construcción ideológica y cultural rica, articulada e intencionada (hoy sabemos que las cosas no se sucedieron así, sino que se trata de una organización literaria de la narración, con una intención significativa).

La pascua judía es confrontada por Jesús y su comunidad discipular tres veces en el evangelio de Juan. Es evidente el simbolismo: con Jesús irrumpe una nueva Alianza (tres siempre simboliza el nacimiento de algo nuevo). El tiempo del Reino construye una nueva festividad. El tiempo de las fiestas judías es contrapuesto con un tiempo inusual y alternativo. El relato centra su interés en la dialéctica entre la estructura simbólica y temporal del judaísmo, y una estructura nueva alternativa que se quiere afirmar e institucionalizar.

El simbolismo de la revelación mesiánica de Jesús es sumamente resaltado en la confrontación con el templo. El relato necesita hacerlo; al fin y al cabo se está construyendo y afirmando una nueva identidad. El templo de Jerusalén es el centro de las instituciones y símbolo de la gloria y el poder de la nación judía (tanto la residente en Palestina como la que se encuentra en la Diáspora). El evangelio emplea un símbolo conocido para indicar la presentación mesiánica de Jesús: el “látigo con cuerdas”. Era proverbial la frase “el látigo del Mesías” para significar la violencia que implica la irrupción de la era mesiánica. El uso que Jesús hace del “látigo” no deja la menor duda acerca de su identidad y del proyecto que encarna: con él arroja fuera del templo el ganado que se vendía para los sacrificios, las ovejas y los bueyes. Sacrificios, como ovejas y bueyes, así como sus potenciales compradores (sólo los ricos podían ofrecer este tipo de ganado en el sacrificio) son puestos fuera del horizonte del nuevo proyecto mesiánico-profético.

Al echar todos afuera del templo con sus ovejas y sus bueyes, Jesús declara la invalidez del culto de los potentados, del que los sacrificios constituían el momento cumbre. Jesús no denuncia solamente, como habían hecho los profetas, «el culto que encubre la injusticia», sino que declara infame «el culto que es en sí mismo una injusticia», por ser medio de explotación, pero sobre todo «por ser legitimación religiosa de la injusticia y del crimen». No propone una reforma del culto, sino su abolición.

La expulsión de los bueyes tiene que ver con la misma constitución de la sociedad tributaria-monárquica. El primer rey de Israel se constituyó a partir del “grupo de campesinos propietarios de bueyes”. No es de extrañar que a partir de entonces, latifundistas, bueyes y sacrificios en el templo estén articulados en un solo proyecto, y que se correspondan ideológica y religiosamente. Además el dios Baal de los agricultores cananeos se representaba con un buey. La agricultura y la ganadería necesitan su propio dios y su propio culto. Los latifundistas fueron aliados importantes de Herodes para la consolidación de su poder, y él, como retribución, mantuvo en forma opulenta al templo. Así podemos entender por qué el templo estaba lleno de bueyes, si la ideología religiosa dominante cuyo centro simbólico estaba allí era la justificación principal del sistema social estratificado y concentrador en Palestina desde la Reforma de Josías.

La expulsión de las ovejas del templo tiene también un rico sentido simbólico. Las ovejas son figura del pueblo, encerrado en el recinto donde está condenado al sacrificio. Los dirigentes explotan y asesinan al pueblo –verdadera víctima del culto–, sacrifican y destruyen al rebaño, a cuya costa viven. Jesús no se propone reformar aquella institución religiosa propósito por cierto inútil, sino rescatar al pueblo de ella.

Todos los grupos judíos esperaban la utopía del Reino, de forma que la agitación del primer siglo hizo a muchos pensar que la hora estaba próxima. Para los zelotas era la hora de tomar las armas contra la ocupación romana para instaurar el reino de Dios en el cual el templo y su personal ya no estuvieran sujetos a ningún imperio. Los saduceos no esperaban activamente el Reino y se contentaban con mantener como mejor podían el culto del templo con la ayuda de las autoridades romanas. Los esenios, como los zelotas, estaban listos para tomar las armas por el Reino, pero se habían retirado al desierto en espera del momento oportuno (kairós), considerando que el templo estaba en manos ilegítimas. Los fariseos también consideraban que para que llegara el Reino había que acabar con el dominio extranjero y restaurar la autonomía del templo. Sin embargo, no entraron a ninguna guerrilla y se dedicaron a la más riguroso observancia de la ley.

A diferencia de los grupos anteriores, la actitud de Jesús y de su comunidad discipular es de tajante oposición al templo, lo que aparece de una manera mucho más radicalmente –no sólo como rechazo de un culto de los poderosos– en las acciones contra los cambistas, a quienes les desparrama las monedas, y contra los vendedores de palomas, a quienes les ordena quitar de en medio su mercancía.

Los cambistas representaban “el sistema financiero” de la época. Todos los varones judíos mayores de 21 años estaban obligados a pagar un tributo anual al templo, e infinidad de donativos en dinero iban a parar al tesoro del templo. Además, en la antigüedad, los templos, por la inmunidad que les confería su carácter sagrado, eran el lugar elegido por los pudientes para depositar sus tesoros. El templo de Jerusalén llegó a ser uno de los mayores bancos de la antigüedad. Pero pagar el tributo y los donativos no se podía hacer en monedas que llevasen la efigie imperial, considerada idolátrica por los judíos: el templo acuñaba su propia moneda y los que iban a pagar tenían que cambiar sus monedas por las del templo. Los cambistas cobraban, naturalmente, su comisión. Al volcar sus mesas y desparramar sus monedas, Jesús estaba atacando directamente el tributo al templo y, con él, al sistema económico religioso dominante. El templo es para Jesús una empresa que explota económicamente al pueblo. De hecho, el culto proporcionaba enormes riquezas a la ciudad y a los comerciantes, sostenía a la nobleza sacerdotal, al clero y a los empleados. La acción de Jesús toca, por tanto, un punto neurálgico: el sistema económico e ideológico que representaba el templo en Israel.

La acción contra los vendedores de palomas es igualmente de enorme impacto ideológico. Las palomas eran animales sacrificiales de menor importancia, pues con ellas los pobres ofrecían sus cultos a Dios; sin embargo el hecho de que sus vendedores hayan sido los únicos a quienes Jesús se dirige y a los que hace responsables de la corrupción del templo, quiere hacer ver la enorme preocupación de Dios por la suerte de los pobres y su enojo por quienes hacen negocio con su pobreza. En contraste con las dos acciones anteriores, Jesús no ejecuta acción alguna, sino que se dirige a los vendedores mismos acusándolos de explotar a los pobres por medio del culto, del impuesto, y del fraude de lo sagrado.

El templo es “casa del mercado”, y allí el dios es el dinero. Al llamar a Dios mi Padre, Jesús no lo identifica con el sistema religioso del templo. La relación con Dios no es religiosa sino familiar, está en el ámbito de la casa familiar. La relación se desacraliza y se familiariza. En la casa del Padre ya no puede haber comercio ni explotación, siendo casa-familia acoge a quien necesite amor, intimidad, confianza, afecto.

Aún, Jesús da un paso más en su confrontación radical con el templo al proponerse él mismo como santuario de Dios. Frente al poder de Herodes (cuarenta y seis años de construcción del templo) emerge el poder del resucitado (tres días). En el Reino de Dios no se requiere templos sino cuerpos vivos. Éstos son los santuarios de Dios, donde brilla su presencia y su amor, si viven dignamente. Jesús no viene a continuar la línea religiosa tradicional. Vino a proponer una humanidad restaurada a partir del principio de la ultimidad de la vida en cuerpos que viven con dignidad. Sobre esta base es posible soñar y construir otra manera de vivir y otra manera de creer. Leer más…

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Cuaresma Dom 3 (3.3.24). Destruiré este templo: Cueva de ladrones, casa de negocios (Jn 2, 23-15)

Domingo, 3 de marzo de 2024
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IMG_3389Del blog de Xabier Pikaza:

 Tras entrar en Jerusalén, para proclamar el Reino, Jesús quiso limpiar la religión, expulsando del templo a los ladrones/negociantes que se habían allí establecido.

Tres fueron las tentaciones de Jesús según Mt 4 y Lc 4 (dinero, poder y mala religión). Las tres se condensan aquí en el templo, que Jesús “purifica” (quiere destruir/cambiar) para comenzar su ministerio de nueva humanidad/iglesia.

Los sinópticos (cf. Mc 1, 15-17) sitúan esa purificación al final del ministerio mesiánico de Jesús, como principio de su pasión y muerte.  Jn 2, 14-16 la sitúa al comienzo. Sólo tras haber “limpiado” el tiemplo puede iniciar su tarea de humanidad.  

Dos evangelios, una experiencia de fondo.

 Marcos. “Llegaron a Jerusalén y entrando en el templo comenzó a expulsar a los que vendían y compraban en el templo. Volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían las palomas, y no consentía que nadie pasase por el templo llevando cosas. Luego se puso a enseñar diciéndoles: ¿No está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Vosotros, sin embargo, la habéis convertido en cueva de bandidos/ladrones” (Mc 11, 15-18).

Juan: “Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quitad esto de aquí; no convirtáis la casa de mi Padre en un Oikos emporiou (casa, emporio o centro de negocios)” (Jn 2, 14-17).

Marcos, cueva de bandidos.

Su comparación de fondo (el templo/iglesia es una cueva de ladrones económicos o bandidos políticos, pues ambas cosas significa lestes) viene de Mc 15, 17, que la toma de Jer 7, 11. Según ella, el templo/religión es una cueva/guarida de ladrones económicos y/o bandidos político-sacerdotales (lêstôn), que emplean su poder y religión para robar con violencia y guardar (justificar) así lo robado.

El profeta Jeremías utilizó esa expresión en torno al 600 a.C., cuando Nabucodonosor rey de Babel (actual Irak) se creía justificado por Dios para conquistar/robar medio mundo, haciéndose llamar “civilizador”, enviado del Dios Marduk. Pues bien, a juicio de Jeremías, los sacerdotes/ricos de Jerusalén seguían en el fondo la misma política/religión de Nabucodonosor, justificando sus robos con el templo. Como  nuevo Jeremías habla y sufre Jesús por criticar el poder/opresión del templo.

Juan, casa de negocios, emporio económico.

IMG_3390Interpreta la “cueva de bandidos” (lenguaje profético de Marcos), en forma de  centro comercial, oikos  emporiou, un gran centro comercial. De esa forma ha pasado  del lenguaje de reyes/bandidos militares y de templos ligados a esos reyes al lenguaje “comercial” de fenicios y griegos que, en vez de robar haciendo guerras de conquista con soldados, crearon “emporios” o colonias comerciales, a lo largo y a lo ancho del Mediterráneo y del mundo occidental, enriqueciéndose a costa de los pobres. Todavía actualmente, una antigua ciudad comercial de los griegos, ubicada en Cataluña/España se llama, se llama Ampurias” o el emporio.

Pues bien, conforme a la visión de Jesús, según el evangelio de Juan, el templo de Jerusalén se había convertido en un emporio, centro o casa comercial al servicio de los ricos (conforme a la nueva economía de mercado griegos. Este es el tema de fondo del evangelio de este domingo 3.3.24 (3º de Cuaresma) que comentaré en lo que sigue, comparando la visión de Marcos y la de Juan, teniendo a fondo las dos expresiones: Cueva de ladrones, casa de negocios. Para los evangelistas ambas cosas son en el fondo lo mismo.

La gran transformación, el cambio de la iglesia.

 Son muy importantes otros temas: los vinculados al “sexo pervertido” (posible pederastia, poca madurez afectiva de algunos cristianos, clérigos o laicos…), los del tema de la autoridad (discusiones sobre el sínodo de la iglesia alemana o de las iglesias del mundo entero, con violencias y opresiones de diverso tipo… Pero el evangelio de este domingo, que sigue al anterior de la transformación/transfiguración del Tabor, se centra en el dinero. La transformación de la iglesia empieza por lo económico: Echar de la iglesia a los ladrones de la cueva, convertir la casa/emporio de economía en lugar de comunión y servicio mutuo en amor.

El tema de fondo (de Jesús y de la iglesia) sigue siendo el dinero, con el poder/bandidaje que ello implica. El Papa Francisco y otros líderes eclesiales están consiguiendo cambios importantes en una línea de transformación sinodal de la iglesia, pero se les hace casi imposible el tema de la “conversión económica”, vinculada a la conversión ecológica y a la creación de una hermandad/fraternidad de “pobres”.

Conforme al lenguaje de la iglesia, desde el AT, el tema no consiste en no tener, sino en tener compartiendo, poniendo pobreza y/o dinero al servicio de la fraternidad.

Marcos, un tema de bandidos.

 Según Marcos los responsables del templo lo han convertido en “cueva de ladrones” (spelaion lêstôn: cf. Jer 7, 11), un lugar para robar al pueblo fiel, en nombre de Dios, con medios de bandidaje anti-legal (engañando, robando, matando)  o con medios de bandidaje aparentemente legal, propio de reyes y dirigentes políticos (en aquel entorno de Jer 7, donde los que robaban eran precisamente reyes nobles del pueblo). Ese es el modelo más oriental de los imperios ladrones, que estaban conquistando y robando a lo grande, es decir, en aquel tiempo (en torno al 600 a.C. los babilonios).

Pues bien, Jeremías dice a los sacerdotes de Jerusalén y “nobles” de Jerusalén que están haciendo lo mismo que los ladrones del imperio de los babilonios, que conquistan el mundo para apoderarse de sus riquezas.

En el fondo, los sacerdotes del templo de Jerusalén (en tiempo de Jesús, en nuestro tiempo) corren el riesgo de convertir el gran templo, la gran iglesia, en una sucursal de los bandidos político/militares, con la diferencia de que lo hacen en nombre del Dios de Israel o del Dios de Jesucristo El tema de fondo del templo de Jerusalén en el evangelio de Marcos sigue siendo este maridaje entre religión y dinero injusto (dinero de bandidos), puesto al servicio de una religión de engaño.

Juan: Nuevos bandidos, agentes de negocios.

IMG_3391Según Juan, los sacerdotes han convertido la Casa de su Padre en centro de negocios (oikos emporiou, casa de comerciantes). De esa forma pasa del modelo del imperio-ladrón de oriente (Babilonia) a la terminología de un comercio colonial, conforme al esquema de los fenicios y griegos que habían creado “colonias” a lo ancho del Mar Mediterráneo para “cambiar mercancías con ventaja”, para así enriquecerse, sin necesidad de mantener grandes tropas imperiales, que eran caras.

Por oro fueron muchos hispanos, anglosajones, holandeses, alemanes y rusos por el mundo entero, diciendo que iban a evangelizar o civilizar a los salvajes… pero de hecho buscando dineros o comercio al servicio de la metrópoli.

El evangelio de Juan utiliza una terminología comercial moderna, empleada también por el Evangelio de Tomás 64). Según esa terminología, los soldados/bandidos de  Marcos (cueva de ladrones, que roban que roban pero no sabe negociar, sino que meten lo robado en una cueva) se convierten en agentes comerciales, en directores económicos de emporio (que van por ahí sin robar a mano armada, pero están protegidos por ejércitos de soldados, legisladores y jueces de diverso tipo…).

Este cambio de la imagen “cueva de bandidos” a “casa de negocios” se impone en la iglesia de occidente a partir del siglo XII d.C., cuando la iglesia aparece (con ciertos  banqueros judíos, florentinos, renanos o flamencos como creadora de un tipo de economía capitalista.

   Conforme a su lógica de gratuidad (de Reino), Jesús ha subido Jesús al templo de Jerusalén, para culminar su obra, que en este contexto tiene sentido destructor. No se limita a purificarlo o reformarlo un poco, condenando sus excesos, para que volviera a estar limpio, como siempre debió hallarse, sino que anuncia y expresa simbólicamente su ruina (como hizo al presentar en este contexto  signo de la higuera): ¡Qué nadie coma nunca más de sus frutos! (cf. Mc 11, 14).

‒ Expulsa a vendedores y compradores de animales para los sacrificios… ( Mc 11,15b). De esa forma hace imposible todo el ejercicio de los sacrificios de animales, fundados en la compra y ofrecimiento de animales a Dios. Según eso, Jesús ha «expulsado» del templo (es decir, de lo sagrado) a los poderes económicos que lo controlan

‒ Derriba las mesas de cambistas de dinero y de los vendedores de palomas (Mc 11,15c). No se limita a expulsar a los vendedores, sino que derriba ese centro material del templo que es la mesa de los cambios, el banco de la economía y de la venta de palomas. Ése es un gesto simbólico: Como derriba Jesús estas mesas, vendrá a derrumbarse en el suelo el edificio «sagrado» del templo.

– Jesús no deja que pasen por el templo con utensilios de compra-venta y de servicios materiales… Jesús impide así que el templo tenga otras funciones sociales de transformación económica o laboral. Quiere que el templo (la religión) sea espacio de encuentro humano, de comunicación personal.

– Jesús quiere que el templo sea casa de encuentro (de oración) entre todas las naciones: Espacio y camino de comunión con Dios y de diálogo entre los hombres y mujeres, sin intermediarios sacerdotales (es decir, sin funcionarios de lo sagrado).

Tema actual. Tres conversiones  del templo

Conversión económica, un templo-iglesia que no sea cueva de bandidos ni emporio económico. El templo de Jerusalén constituía el centro mercantil del pueblo israelita, que se había comprometido a mantener sus instituciones y su culto, al menos tras la “restauración” del exilio (año 525 a. C.) y las reformas de Esdras y Nehemías (cf. Neh 10, 2-39). El templo así entendido ejercía funciones económicas que podían ayudar al pueblo… pero se terminó convirtiendo en cueva de bandidos/emporio de ricos. Sin un cambio radical en este campo no ser puede hablar

de conversión cristiana. No se trata de expulsar del templo a los bandidos/bandidos, sino a los “arribistas económicos”. En eso estamos, en eso quiere estar en Roma en Papa Francisco, en su forma actual de administración, ese cambio/conversión que quiso Jesús se le está (se nos está) resistiendo. Hay tarea para muchas cuaresmas.

  • Conversión política. En un plano, los judíos habían separado religión y vida social, de tal forma que podían conservar su propia identidad religiosa y su culto mientras que el orden político quedaba bajo el Imperio. En esa línea, Jesús dijo dad a Dios lo que es Dios, devolver al Cesar lo que es del César…Pero de hecho las grandes iglesias se han aliado con los políticos… En Europa Occidental el gran cambio jurídico se dio hace 800 años, en el concordato de Worms (1222) y después en la revolución francesa, con la separación de la iglesia y el poder político…

Pero el tema sigue pendiente. Un tipo de “derecha política” (perdónese) la expresión quiere mantener el poder utilizando a la iglesia (y a la inversa, un tipo de iglesia se apoya en la derecha)… En otra línea ha existido y existe un tipo de izquierda que quiere tomar el poder religioso, desde los celotas/sicarios del tiempo de Jesús.

No parece que haya solución hasta que se supere un tipo de poder de imposición social, económica y religiosa. No se trata de cambiar el poder, sino de superarlo, no se trata de tomar el poder, sino de transformarlo en gratuidad-servicio. Hay tema largo para superar un tipo de iglesia-emporio económico, para convertirla mercado gratuito de intercambio de vida. Convertir el mercado monetario en “merced”-regalo de vida. Por andaba Jesús al expulsar a los imperiales/comerciantes de emporio. Le quedan algunos por expulsar, del Vaticano y de sus alrededores, no sólo católicos, sino protestantes, ortodoxos y de otras tendencias “cristianas”.

  • Conversión religiosa, conversión cristiana de iglesia.En tiempos de Jesús, el templo se había convertido en gran edificio de imposición religiosa. Lo mejor que le podía suceder a aquel templo, para bien de la gente, es que fuera destrucción, convertido en “casa de comunión/oración” de todos los pueblos. El templo simbolizaba y expresaba el poder religioso de unos sacerdotes sobre l conjunto del pueblo… Se sigue tratando hoy de superar el poder religioso, convirtiendo la religión verdadera en principio de perdón, fraternidad y libertad. Eso quiso Jesús, por eso le mataron.

‒ Yo destruiré este templo, hecho con manos humanas… (cf. Mc 14, 58). Sin destrucción de un templo construido por “intereses humanos” de poder-dinero-sometimiento no puede haber evangelio. Jesús va en contra de un templo construido por manos humanas, lo mismo que la torre de Babel (cf. Gen 10), un templo construido al servicio  como capital externo, signo de pecado. Quizá pudiéramos decir con Esteban (cf. Hech 7, 47-53), que este templo, cerrado en sí mismo, ha sido el “pecado originario” de Israel, pues ha servido para negar la profecía universal y liberadora del mensaje original de Dios.

‒ Y en tres días edificaré otro, no hecho por manos humanas (Mc 14, 58). El templo antiguo era un edificio hecho por intereses humanos (kheiropiêton, cf. Hech 7, 41.48), de forma que más que signo de Dios era un ídolo satánico, en la línea de la “mammona”, el Dios dinero opresor( Mt 6, 24). Frente al “ídolo” de aquellos que quieren encerrar a Dios en sus propias construcciones, al servicio de su seguridad y su poder ( se eleva Dios que creará precisamente “humanidad”, a los “tres días”, es decir, en el tiempo de plenitud escatológica del Reino.

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Jesús, nuevo templo de Dios. Domingo 3º de Cuaresma. Ciclo B

Domingo, 3 de marzo de 2024
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expulsion-mercaderes-grecoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La escena de la expulsión de los mercaderes del templo la cuentan los cuatro evangelios. Pero, como ocurre a menudo, hay algunas diferencias entre ellos.

Preguntas para un concurso

  1. ¿Cuándo tuvo lugar dicha escena? ¿Al comienzo de la vida de Jesús o al final?
  2. Esta escena ha sido pintada por numerosos artistas, entre ellos el Greco. En todas ellas aparece Jesús empuñando un azote de cordeles. Pero, de los cuatro evangelios, sólo uno menciona dicho azote; en los otros tres Jesús no recurre a ese tipo de violencia. ¿De qué evangelio se trata?
  3. Sólo un evangelio dice que Jesús prohibió transportar objetos por la explanada del templo. ¿Cuál?
  4. ¿Qué evangelista cuenta la escena de la forma más breve?
  5. ¿Quién la cuenta con más detalle, incluyendo una discusión con las autoridades judías?

 Respuestas

  1. Juan la sitúa al comienzo de la vida de Jesús. Mateo, Marcos y Lucas al final, pocos días antes de morir.
  2. El único que menciona el azote es Juan.
  3. Esa prohibición sólo se encuentra en Marcos.
  4. El más breve es Lucas.
  5. Juan.

El relato de Juan (Jn 2,13-25)

El concurso anterior no se debe a un capricho. Pretende recordar que los evangelistas no cuentan el hecho histórico tal como ocurrió, sino transmitir un mensaje. Por eso alguno insiste en un detalle, mientras otros lo omiten por no considerarlo adecuado para su auditorio. Lucas, por ejemplo, reduce al mínimo la actitud violenta de Jesús, mientras que Juan la subraya al máximo. El relato de Juan se divide en dos partes: la expulsión de los mercaderes y la breve discusión con los judíos.

Un gesto revolucionario

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:

̶ Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»

A nuestra mentalidad moderna le resulta difícil valorar la acción de Jesús, no capta sus repercusiones. Nos ponemos de su parte, sin más, y consideramos unos viles traficantes a los mercaderes del templo, acusándolos de comerciar con lo más sagrado. Pero, desde el punto de vista de un judío piadoso, el problema es más grave. Si no hay vacas ni ovejas, tórtolas ni palomas, ¿qué sacrificios puede ofrecer al Señor? ¿Si no hay cambistas de moneda, cómo pagarán los judíos procedentes del extranjero su tributo al templo? Nuestra respuesta es muy fácil: que no ofrezcan nada, que no paguen tributo, que se limiten a rezar. Esa es la postura de Jesús. A primera vista, coincide con la de algunos de los antiguos profetas y salmistas. Pero Jesús va más lejos, porque usa una violencia inusitada en él. Debemos contemplarlo trenzando el azote, golpeando a vacas y ovejas, volcando las mesas de los cambistas.

Imaginemos la escena en nuestros días. Jesús entra en una catedral o una iglesia. Se fija en todo lo que no tiene nada que ver con una oración puramente espiritual, lo amontona y lo va tirando a la calle: cálices, copones, candelabros, imágenes de santos, confesionarios, bancos…  ¿Cuál sería nuestra reacción? Acusaríamos a Jesús de impedirnos decir misa, poder comulgar, confesarnos, incluso rezar.

¿Por qué actúa Jesús de este modo? En el evangelio de Marcos, lo explica como un buen maestro, empalmando dos textos proféticos, de Isaías y Jeremías: “¿No esta escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Pues vosotros la tenéis convertida en una cueva de bandidos”.

En el evangelio de Juan, Jesús no actúa como maestro sino como hijo: “No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.” Estamos al comienzo del evangelio (lo único que se ha contado después de la vocación de los discípulos ha sido el episodio de las bodas de Caná), y ya se anuncia lo que será el gran tema de debate entre Jesús y las autoridades judías en Jerusalén: su relación con el Padre. Ese sentirse Hijo de Dios en el sentido más profundo es lo que le provoca esa fuerte reacción de cólera, incluso trenzando y usando un látigo (detalle que no aparece en los Sinópticos).

Juan explica esta reacción con unas palabras que no aparecen en los otros evangelios: «Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: El celo de tu casa me devora.» El celo por la causa de Dios había impulsado a Fineés a asesinar a un judío y a una moabita; a Matatías, padre de los Macabeos, lo impulsó a asesinar a un funcionario del rey de Siria. El celo no lleva a Jesús a asesinar a nadie, pero sí se manifiesta de forma potente. Algo difícil de comprender en una época como la nuestra, en la que todo está democráticamente permitido. El comentario de Juan no resuelve el problema del judío piadoso, que podría responder: «A mí también me devora el celo de la casa de Dios, pero lo entiendo de forma distinta, ofreciendo en ella sacrificios». Quienes no tendrían respuesta válida serían los comerciantes, a los que no mueve el celo de la casa de Dios sino el afán de ganar dinero.

La reacción de las autoridades

 Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:

̶  ¿Qué signos nos muestras para obrar así?

Jesús contestó:

̶  Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.

Los judíos replicaron:

̶  Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

En contra de lo que cabría esperar, las autoridades no envían la policía a detener a Jesús (como le ocurrió siglos antes al profeta Jeremías, que terminó en la cárcel por mucho menos). Se limitan a pedir un signo, un portento, que justifique su conducta. Porque, en ciertos ambientes judíos, se esperaba del Mesías que, cuando llegase, llevaría a cabo una purificación del templo. Si Jesús es el Mesías, que lo demuestre primero y luego actúe como tal.

La respuesta de Jesús es aparentemente la de un loco: “Destruid este templo y en tres días lo reconstruiré. El templo de Jerusalén no era como nuestras enormes catedrales, porque no estaba pensado para acoger a los fieles, que se mantenían en la explanada exterior. De todas formas, era un edificio impresionante. Según el tratado Middot, medía 50 ms de largo, por 35 de ancho y 50 de alto; para construirlo, ya que era un edificio sagrado, hubo que instruir como albañiles a mil sacerdotes. Comenzado por Herodes el Grande el año 19 a.C., fue consagrado el 10 a.C., pero las obras de embellecimiento no terminaron hasta el 63 d.C. En el año 27 d.C., que es cuando Juan parece datar la escena, se comprende que los judíos digan que ha tardado 46 años en construirse. En tres días es imposible destruirlo y, mucho menos, reconstruirlo.

Curiosamente, Juan no cuenta cómo reaccionaron las autoridades a esta respuesta de Jesús. (Resulta más lógica la versión de Marcos: los sumos sacerdotes y los escribas no piden signos ni discuten con Jesús; se limitan a tramar su muerte, que tendrá lugar pocos días después.) Pero el evangelista sí nos dice cómo debemos interpretar esas extrañas palabras de Jesús. No se refiere al templo físico, se refiere a su cuerpo. Los judíos pueden destruirlo, pero él lo reedificará. Tenemos aquí, también desde el comienzo del evangelio, algo equivalente a los tres anuncios de la Pasión y Resurrección en los Sinópticos, aunque dicho de forma mucho más breve: “Destruid este templo (Pasión) y en tres días lo levantaré” (Resurrección).

Cuaresma y resurrección

Esto último explica por qué se ha elegido este evangelio para el tercer domingo. En el segundo, la Transfiguración anticipaba la gloria de Jesús. Hoy, Jesús repite su certeza de resucitar de la muerte. Con ello, la liturgia orienta el sentido de la Cuaresma y de nuestra vida: no termina en el Viernes Santo sino en el Domingo de Resurrección.

Jesús, nuevo templo de Dios

Hay otro detalle importante en el relato de Juan: el templo de Dios es Jesús. Es en él donde Dios habita, no en un edificio de piedra. Situémonos a finales del siglo I. En el año 70 los romanos han destruido el templo de Jerusalén. Se ha repetido la trágica experiencia de seis siglos antes, cuando los destructores del templo fueron los babilonios (año 586 a.C.). Los judíos han aprendido a vivir su fe sin tener un templo, pero lo echan de menos. Ya no tienen un lugar donde ofrecer sus sacrificios, donde subir tres veces al año en peregrinación. Para los judíos que se han hecho cristianos, la situación es distinta. No deben añorar el templo. Jesús es el nuevo templo de Dios, y su muerte el único sacrificio, que él mismo ofreció.

Portentos y sabiduría (1 Corintios 1,22-25)

En la segunda lectura aparece también el tema de los prodigios. Pablo, judío de pura cepa, pero que predicó especialmente en regiones de gran influjo griego, debió enfrentarse a dos problemas muy distintos. A la hora de creer en Cristo, los judíos pedían portentos, milagros (como se ha contado en el evangelio), mientras los griegos querían un mensaje repleto de sabiduría humana. Poder o sabiduría, según qué ambiente. Pero lo que predica Pablo es todo lo contrario: Cristo crucificado. El colmo de la debilidad, el colmo de la estupidez. Ninguna universidad ha dado un doctorado “honoris causa” a Jesús crucificado; lo normal es que retiren el crucifijo. Pero ese Cristo crucificado es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Quien sienta la tentación de considerar el mensaje cristiano una doctrina muy sabia humanamente, digna de ser aceptada y admirada por todos, debe recordar la experiencia tan distinta de Pablo.

Hermanos:
Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados -judíos o griegos-, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

El Decálogo: tercer momento de la Historia de la salvación (1ª lectura)

            Pensando especialmente en los catecúmenos se recuerda en la primera lectura el Decálogo. A pesar de su enorme interés, es difícil tratar las tres lecturas en la homilía. Por su estrecha relación con la Cuaresma convendría limitarse a la segunda y al evangelio.

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Tercer Domingo de Cuaresma. 03 de marzo, 2024

Domingo, 3 de marzo de 2024
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«Jesús fue a Jerusalén.»

(Jn 2, 13-25)

Jesús se dirige a Jerusalén, lugar donde está situado el templo. Templo de piedra, de tradición, donde la ley es la norma. En él se encontraba el arca de la Alianza y, por lo tanto, la presencia de Dios.

Lo que pone de relieve este texto es que la absolutización de la religión trae los totalitarismos. La dualidad entre lo profano y lo religioso ha provocado demasiado enfrentamiento y sufrimiento.

Sin embargo, Jesús inaugura una época nueva, no la de la ley, sino la de la experiencia, del Encuentro.

Él también tuvo que expulsar fuera de sí muchos “animales”, todos aquellos que no le permitían vivir en la coherencia, y le sometían a la ira, el miedo, el no entender…

Hoy Jesús nos habla de no vaciar de contenido lo esencial. Las piedras son piedras, pero su cuerpo es templo del Espíritu. Un templo que no admite cambistas, ni trueques, ni animales. Es espacio vacío, desalojado de todo aquello que no le permite vivir en ese silencio y soledad que hacen que el Espíritu haga en Él su morada.

Un cuerpo como el de Jesús que está habitado por el Espíritu y que nadie puede destruir. En la fluidez que da la libertad de pensar, sentir y obrar en coherencia, en esa autenticidad de llevar a cabo la voluntad de Dios.

Jesús es el ser humano libre, que crece en la medida que experimenta el amor por su Padre y por las personas, por eso su ser se dilata y dinamiza a medida que se expone al amor del Espíritu.

Las piedras son duras, rígidas, solo son receptáculos. Si pierden el espíritu, son edificios muertos, son obras de arte que nos recuerdan otros tiempos, por eso Jesús inaugura un templo nuevo, SU CUERPO, un cuerpo que se llena de vida, a medida que se vacía de sí mismo para llenarse del Amor de Dios.

Oración

Padre, ayúdanos a poner a punto nuestro cuerpo para que sea templo, como lo fue el de Jesús, dinamizado por tu espíritu.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Jesús denuncia un culto externo que no exige un cambio interno.

Domingo, 3 de marzo de 2024
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jesus-cleanses-the-temple-900x450DOMINGO 3 º DE CUARESMA (B)

Jn 2,13-25

En las tres primeras lecturas de los domingos que llevamos de cuaresma, se nos ha hablado de pacto. Después de la alianza con Noe y con Abraham, se nos narra hoy la tercera alianza del Sinaí. La alianza con Noe fue la alianza cósmica del miedo. La de Abrahán fue la familiar de la promesa. La de Moisés fue la nacional de la Ley. ¿Cómo debemos entender estos relatos? Noe, Abrahán y Moisés son personajes legendarios.

La historia “sagrada” que narra la vida y milagros de estos personajes se escribió hacia el s. VII antes de Cristo. Son míticas leyendas que no debemos entender al pie de la letra. Se trata de experiencias vitales que responden a las categorías religiosas de cada época. Hoy nadie puede pensar que Dios le dio a Moisés unas tablas de piedra con los diez mandamientos. No fue Dios quien utilizó a Moisés para comunicar su Ley, sino Moisés el que utilizó a Dios para hacer cumplir unas normas que él elaboró sabiamente.

Dios no puede hacer pactos porque no puede ser “parte”. Una cosa es la experiencia de Dios que los hombres tienen según su nivel y otra muy distinta lo que Dios es. Jesús habló del Dios de la “alianza eterna”. Dios actúa de una manera unilateral y desde el ágape, no desde un “toma y da acá“. Dios se da totalmente sin condiciones ni requisitos, porque el darse es su esencia. En el Dios de Jesús no tienen cabida pactos ni alianzas. Lo único que espera de nosotros es que descubramos el don total de sí mismo.

No se trata de purificar el templo sino de sustituir. El relato del Templo lo hemos entendido de manera simplista. Siempre interpretamos la Escritura de manera que nos permita tranquilizar nuestra conciencia echando la culpa a los demás. Como buen judío, Jesús desarro­lló su vida espiritual en torno al templo; pero su fidelidad a Dios le hizo comprender que lo que allí se cocía no era lo que Dios esperaba. Recordemos que cuando se escribió este evangelio, ni existía ya el templo ni la casta sacerdotal tenía ninguna influencia. Pero el cristianismo se había convertido ya en una religión que imitó la manera de dar culto a Dios. Es el culto de ayer y de hoy el que debe ser purificado.

Es casi seguro que algo parecido a lo que nos cuentan sucedió realmente, porque el relato cumple perfecta­mente los criterios de historici­dad. Por una parte, lo narran los cuatro evangelios. Por otra es algo que podía interpretarse por los primeros cristianos, (todos judíos) como desdoro de Jesús, no es fácil que nadie se pudiera inventar un relato que critica todo el organigrama del culto desde una mayor fidelidad a Dios.

Nos han dicho que lo que hizo Jesús en el templo fue purificarlo. Esto no tiene fundamento, puesto que lo que estaban haciendo allí los vendedores, era imprescindible para la actividad del templo. Se vendían bueyes ovejas y palomas, que eran la base de los sacrifi­cios. Los animales vendidos estaban controlados por los sacerdotes; así se garantizaba que cumplían todos los requisitos de pureza. También eran imprescindibles los cambistas, porque al templo solo podía recibir dinero puro, es decir, acuñado por el templo. En la fiesta de Pascua, llegaban a Jerusalén israelitas de todo el mundo; para hacer la ofrenda no tenían más remedio que cambiar su dinero por el del templo.

Jesús quiso manifestar con un acto profético, que aquella manera de dar culto a Dios no era la correcta. En esos días de fiesta podía haber en el atrio del templo unas 8.000 personas. Es impensable que un solo hombre con unas cuerdas pudiera arrojar del templo a tanta gente. El templo tenía su propia guardia, que se encargaba de mantener el orden. Además, en una esquina del templo se levantaba la torre Antonia, con una guarnición romana. Los levantamientos contra Roma tenían lugar siempre durante las fiestas. Eran momentos de alerta máxima. Cualquier desorden hubiera sido sofocado.

Las citas son la clave para interpretar el hecho. Para citar la Biblia se recordaba una frase y con ella se hacía alusión a todo el contexto. Los sinópticos citan a (Is 56,3-7) “mi casa será casa de oración para todos los pueblos; y a (Jer 7,8-11) “pero vosotros la habéis convertido en cueva de bandidos”. Is hace referencia a los extranjeros y a los eunucos, y dice: “yo los traeré a mi monte santo y los alegraré en mi casa de oración. Sus sacrificios y holocaus­tos serán gratos sobre mi altar, porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos”. En los tiempos mesiánicos, los eunucos y los extranjeros podrán dar culto a Dios. Ahora no podían pasar del patio de los gentiles.

El texto de (Jer 7,8-11) dice así: “No podéis robar, matar, adulterar, jurar en falso, incensar a Baal, correr tras otros dioses y luego venir a presentaros ante mí, en este templo consagrado a mi nombre, diciendo: ‘Estamos seguros’ para seguir cometiendo los mismos crímenes. ¿Acaso tenéis este templo por una cueva de bandidos?” Los bandidos no son los vendedores, sino los que hacen las ofrendas sin conversión. Son bandidos, no por ir a rezar, sino porque solo buscaban seguridad. Lo que Jesús critica es que, con los sacrificios, se intente comprar a Dios. Como los bandidos se esconden en las cuevas, seguros hasta que llegue la hora de volver a robar y matar.

Juan cita un texto de (Zac 14,20) “En aquel día se leerá en los cascabeles de los caballos: “consagrado a Yahvé”, y serán las ollas de la casa del Yahvé como copas de aspersión delante de mi altar; y toda olla de Jerusalén y de Judá estará consagrada a Yahvé y los que vengan a ofrecer comerán de ellas y en ellas cocerán; y ya no habrá comerciantes en la casa de Yahvé”. La inscripción “consagrado a Yahvé” la llevaban los cascabeles de las sandalias de los sacerdotes y las ollas donde se cocía la carne consagrada. En los días mesiánicos, no habrá distinción entre cosa sagrada y profana.

Los vendedores interpelados (los judíos) le exigen un prodigio que avale su misión. No reconocen a Jesús ningún derecho para actuar así. Ellos son los dueños y Jesús un rival que se ha entrometido. Ellos están acreditados por la institución misma, quieren saber quién le acredita a él. No les interesa la verdad de la denuncia, sino la legalidad de la situación, que les favorece. Pero Jesús les hace ver que sus credenciales han caducado. Las credenciales de Jesús serán, hacer presente la gloria de Dios a través de su amor.

Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré. Aquí encontramos la razón por la que leemos el texto de Jn y no el de Mc. Esta alusión a su resurrección da sentido al texto en medio de la cuaresma. Le piden una señal y contesta haciendo alusión a su muerte. Su muerte hará de él el santuario definitivo. La razón para matarlo será que se ha convertido en un peligro. El fin de los tiempos, en Jn, va ligado a la muerte de Jesús.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Los mercaderes del Templo.

Domingo, 3 de marzo de 2024
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Jn 2, 13-25

«Quitad esto de aquí. No hagáis de la casa de mi Padre una casa de mercado»

Entraron en el patio de los gentiles por el ángulo Suroeste, y allí se encontraron con los puestos de venta de animales para los sacrificios y las mesas de los cambistas de dinero extranjero por dinero del Templo. En ambos casos su función era necesaria para el buen funcionamiento del Templo, pues quien llegaba allí con la intención de ofrecer un sacrificio, precisaba de los unos y de los otros. Además, no estaban en el Templo propiamente dicho, sino en uno de los patios de libre acceso.

Pero todo el negocio era controlado por los sacerdotes, que habían convertido la actividad normal del Templo en algo muy lucrativo. Cada vez era mayor el número de nimiedades que requerían un sacrificio para que el infractor recuperase la pureza perdida, y así, los beneficios de esta empresa crecían sin cesar. Se multiplicaba la fortuna de aquellos privilegiados pertenecientes a la aristocracia sacerdotal, y ello a costa de los hombres y mujeres de las clases populares que, por su propia forma de vida, estaban más expuestos a verse inmersos en situaciones que requerían sacrificio para su expiación.

Jesús se había indignado muchas veces ante el espectáculo de esta mercadería, pues convertía al propio Dios en cómplice de las supercherías de las autoridades religiosas, pero la simple indignación no era motivo suficiente para intervenir en los negocios de aquella gente. En cambio, ahora, el motivo era muy distinto, pues Jesús quería hacer un gesto claro e inequívoco para mostrar que el Templo estaba acabado; que era estéril; que no tenía ningún papel en el Reino; que era el más rancio símbolo de lo viejo, de lo muy viejo; tanto, que ya los profetas habían proclamado en nombre de Yahvé: «Misericordia quiero, y no sacrificios».

Pero el Templo significaba sacrificios: sacrificio de animales y sacrificio de judíos y galileos para mantenerlo. Y en el Templo la palabra misericordia había perdido todo su significado. Por eso, Jesús le había dicho a la mujer samaritana: «Créeme mujer: Se acerca el tiempo en que no daréis culto al Padre ni en Garizim ni en Jerusalén. Llega la hora en que los que den culto auténtico, darán culto al Padre en espíritu y en verdad».

Era necesario destruir el Templo con sus sacrificios, sus tributos, su culto externo, su poder, sus sacerdotes corruptos, su mentalidad nacionalista… pues si permanecía en pie, nunca podría reinar Abbá; nunca podría instaurarse su Reino. Era necesario rasgar los odres viejos, porque no podían contener el vino nuevo.

Evidentemente, no le era posible derribar aquella inmensa edificación, pero al menos podía realizar un gesto que pusiese de manifiesto su rechazo; que lanzase un mensaje claro al pueblo de Jerusalén. Debían saber que su opción rompía con lo antiguo porque lo antiguo se había vuelto infecundo; porque había llegado el tiempo de convertirse a Abbá; porque había que optar, y hacerlo urgentemente; radicalmente.

Al entrar en el gran patio volvieron a aparecer ante sus ojos los puestos de venta de animales y los mostradores de los cambistas, y se volvió a indignar ante aquel espectáculo. Derribó las mesas de los cambistas. Luego se dirigió a los puestos de los vendedores de palomas y estrelló las jaulas contra el suelo. De entre las ramas rotas de sus jaulas, los pobres animales salían volando, despavoridos, provocando gran confusión y alboroto. Los vendedores de bueyes y ovejas, al ver lo que les venía encima, arrearon a sus animales hacia la puerta de salida más cercana.

Algunos de los vendedores —los más corajudos— decidieron permanecer en sus puestos de venta, porque no estaban dispuesto a dejarse avasallar por aquel hombre. Pero cuando llegó a ellos aquella fuerza desatada, con aquella determinación y aquel arrojo, con aquella mirada iracunda que taladraba el ánimo, decidieron no enfrentarse a él y seguir la estela de sus compañeros.

Los discípulos que habían entrado con él en el Templo estaban en un rincón del patio agrupados y desconcertados por la escena inaudita que se abría ante sus ojos. Ya estaban acostumbrados a que les sorprendiese con sus hechos y sus dichos, pero nunca hubiesen sospechado que pudiese hacerlo hasta ese punto. Pedro y los Zebedeos no entendían nada, pero estaban prestos a entrar en acción si alguien se le enfrentaba. Judas, estupefacto, contemplaba cómo Jesús actuaba justo en sentido contrario a como esperaba, pues en vez de atacar a los romanos, atacaba al Templo. Las mujeres temían por él, y el resto no salía de su asombro.

Al fin salieron del edificio central doce sacerdotes de túnica fastuosa y se dirigieron hacia donde él estaba. Sus ademanes nada tenían que ver con la pompa y el boato de los que habitualmente hacían gala, sino que eran apresurados; casi marciales. El que parecía su jefe, un hombretón iracundo de barba negra y abundante, se colocó a un palmo de las narices de Jesús, y le gritó en tono amenazador: «¿Con qué derecho haces estas cosas?»

Mucha gente contemplaba la escena desde la distancia. Los Zebedeos dieron un paso adelante para dirigirse hacia donde estaba Jesús; solo y rodeado de sacerdotes beligerantes. Pedro, que conocía mejor que nadie su coraje y su personalidad, les cogió del brazo y no les dejó ir. Si la cosa iba a mayores, él sería el primero en dar la cara, pero dudaba mucho que fuese necesario.

Jesús, todavía sofocado por el esfuerzo, calmó su espíritu, esbozó una sonrisa y les contestó: «También voy a haceros yo una pregunta, y si me respondéis, os diré con qué poder hago yo estas cosas: El bautismo de Juan ¿era del cielo o era de los hombres?… Respondedme».

Se retiraron unos metros y se pusieron a cavilar. Eran conscientes de que la gente estaba siendo testigo de toda la escena y redoblaron sus esfuerzos por salir de aquel atolladero en que se habían metido; pero no tenía salida porque cualquier respuesta que diesen era mala para ellos: «No lo sabemos» … «Entonces, yo tampoco os digo con qué poder hago estas cosas». Y desentendiéndose de ellos, se acercó a sus amigos.

Cuando salió del Templo, los sacerdotes se reunieron con los escribas para ver la forma de perderle… Acababa de llegar y ya le temían.

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Si cuidas, no abusarás.

Domingo, 3 de marzo de 2024
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cuerpo-cristoAl recibir las tablas de la Ley y sellar la Alianza con Yahvé, el pueblo, que peregrinaba hacia la Tierra Prometida, consideraba que el arca que albergaba las piedras contenía la “presencia del mismo Dios”.

Cuando David decidió trasladar el arca de la alianza a Jerusalén lo hizo con el propósito de construir un magnífico edificio para albergarla. El Templo de Jerusalén era concebido como la morada donde residía físicamente Yahvé, el Dios de Israel.

Sabemos que el Templo fue arrasado hasta sus cimientos en varias ocasiones; ya no se menciona la presencia del arca de la alianza, tal vez perdida para siempre durante el saqueo babilónico.

Herodes el Grande acometió sobre el 20 a.C. obras de ampliación y embellecimiento del Templo que no habían concluido en el tiempo de Jesús.

Y es en este momento, en el que el evangelio de Juan nos describe la subida de Jesús a Jerusalén.

Al llegar al templo nos presenta un panorama desolador: el templo, centro religioso y símbolo nacional de Israel, convertido en lugar de comercio y explotación.

“Encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas instalados, y haciendo como un azote de cuerdas, a todos los echó del templo. –Quitad eso de ahí: no convirtáis la casa de mi Padre en una casa de negocios”. (Jn.2: 14, 16)

Me resultaría relativamente fácil hacer un comentario a este pasaje basándome en la simbología del “azote de cuerdas”, en lo que significan las “ovejas” y las “palomas” pero nos quedaríamos en el cambio que realizó Jesús con respecto al Antiguo Testamento.

Ya sabemos que Jesús establece una nueva relación entre Dios y las personas. Ya sabemos que Jesús es el nuevo templo y que a partir de Él no necesitamos intermediarios para nuestra relación con Dios.

También sabemos que los vendedores del templo representan a la jerarquía que explotaba a los pobres con el fraude de lo sagrado y que el dinero se había convertido en el dios del templo en lugar del Padre.

El arca de la Alianza ya no estaba en el templo, se había perdido por tanto el propósito del mismo. El lugar que había sido construido para recordar que Dios permanecía fiel y que el pueblo, que había hecho un compromiso de reciprocidad se había convertido en lugar de negocios, de explotación de los pobres en nombre de Dios.

¿Cómo no iba a enfadar a Jesús un panorama tan desolador como ese? ¿Cómo hubiera podido dejar de pronunciarse antes las autoridades judías, a pesar de estar seguro de que no le entenderían?

¿Son nuestros “templos” hoy lugar de oración, de relación con Dios?

No hace falta remontarnos a los tiempos de Jesús, sino leer algunos de los titulares que aparecen en nuestros periódicos de los últimos meses, me refiero a periódicos religiosos de Estados Unidos y España para pronunciar:

Basta ya de profanar el cuerpo, la mente y el espíritu de tantas mujeres, niñas y niños por parte de aquellos que creen tener  “poder” porque se les ha otorgado un ministerio que era para estar al servicio, no para “servirse de”.

Basta también de tergiversar el mensaje de Jesús por parte de aquellos que considerándose sucesores en la línea de los apóstoles, ni hacen ni dejan hacer: frustrados, amargados por una soledad invivible que cortan las iniciativas, que acallan la voz del Espíritu en ese cuerpo de Cristo que somos todas y todos.

* Una mujer que dice que fue abusada espiritualmente y sexualmente por un famoso jesuita demanda transparencia

La formación enfocada a la reparación de abuso infunde esperanza entre las religiosas indias

* El franciscano Javier Garrido

* La diócesis de Plasencia aparta  “temporalmente al cura que traficaba con estupefacientes”

* Australia: La Iglesia ve “muy preocupantes” las denuncias de abuso sexual contra un obispo

¿Hasta cuándo vamos a aguantar tanta humillación, tanto dolor, tanta frustración?

“La pasión por tu casa me consumirá”.

No hermanos, no os confundáis, no nos tratéis con condescendencia ni os escudéis en que estos son solo unos pocos casos. Las mujeres en la iglesia sí, reclamamos el diaconado, el sacerdocio, la plena participación en las decisiones que conciernen a la comunidad local como a la comunidad universal; pero lo que realmente reclamamos es que consideréis nuestro cuerpo y por tanto nuestra mente y nuestro espíritu como templo sagrado, como lo hizo Jesús.

Hay algunos hermanos enfermos que abusan sexualmente de mujeres, hombres, niñas y niños, pero el peligro de hacer del poder y del dinero ídolos, está en todos nosotros. También el conformismo “ñoño” de los que miran para otro lado, o que intentan calmar las aguas que esconden su mediocridad y tibieza.

La acción de Jesús descrita en este pasaje es violenta. El enfrentamiento con las autoridades judías no puede ser más dura. Han usurpado el lugar de Dios y se sirven del templo para enriquecerse haciendo uso de un poder que se han otorgado a sí mismos.

-“¿Qué señal nos presentas para hacer estas cosas? Les replicó Jesús:

– Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré.” Jn 2:18-19

Él se refería al santuario de su cuerpo.” Jn. 2:21

Cuando la verdad molesta lo más fácil es quitar a la persona de en medio. Jesús se está convirtiendo en alguien indeseable.

¿Cuál es la verdadera conversión, la metanoia, el cambio de mente y corazón al que se nos invita en esta cuaresma?

La verdadera alianza ya nos la ha mostrado Jesús dando su vida por la realización del proyecto de Dios desde siempre: hacernos hijxs y hermanxs. Solo hay un camino: Cristo crucificado, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la locura de Dios es más sabia que los hombres; y la debilidad de Dios es más potente que los hombres. (1Cor 1:24-25)

Carmen Notario, SFCC

espiritualidadcym@gmail.com

 Fuente Fe Adulta

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El Templo, el cuerpo y el mundo.

Domingo, 3 de marzo de 2024
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IMG_2935Domingo III de Cuaresma

3 marzo 2024

Jn 2, 13-25

 Si nos atenemos al testimonio del cuarto evangelio, Jesús no era muy amante del templo. Al gesto simbólico que narra este texto habría que añadir aquellas otras palabras que Juan pone en boca del Maestro de Galilea: “Ha llegado la hora en que, para dar culto al Padre, no tendréis que subir a este monte ni ir a Jerusalén [al templo]… Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Jn 4,21-24).

Las religiones han visto el templo como “la casa de Dios”, la morada de la divinidad. Eso casaba bien con la idea de un dios más o menos “controlado” por la autoridad religiosa. Jesús desmonta ese engaño y, con ello, desnuda cualquier idea sobre dios. La divinidad, según sus palabras, habita en nuestro cuerpo y, por extensión, en todo el mundo, en toda la realidad.

El dios del templo es el dios secuestrado. O, al menos, el dios hecho a nuestra propia medida. El Dios del que habla Jesús es Aquello que no tiene nombre -porque trasciende las formas- y que constituye la Profundidad de todo lo que es.

No es, por tanto, un dios separado, un ser antropomorfo, fruto de proyecciones humanas, hijo de nuestras necesidades y de nuestros miedos. La palabra “Dios” evoca, más bien, la dimensión profunda de lo real que se hace manifiesta en cada forma concreta, en el universo, en el planeta, en cada ser humano…

Quien ve a dios en el templo, puede caer en la trampa de pensar que es posible una relación con él al margen de la que fuera la relación con las cosas y las personas. Aquí se asientan el legalismo y el ritualismo religioso de quienes creen que se puede amar a dios independientemente de las actitudes que puedan vivir hacia los otros o hacia el mundo. Por el contrario, trascendida esa creencia, se comprende y experimenta que lo que se ha llamado “Dios” es tan radicalmente inseparable de las formas, que algún místico ha dicho de él que es lo no-otro de todo lo que es.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Habrá sinodalidad cuando el espíritu de Jesús esté en la Iglesia

Domingo, 3 de marzo de 2024
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jesus-echa-a-los-mercaderes-del-temploDel blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

 01.- Sustituciones de Jesús en el evangelio de San Juan

v 13 La Pascua, pero de los judíos.

        Comienza el evangelio de hoy diciendo que se celebraba la Pascuade los judíos.

Nunca en el Antiguo Testamento se habla de la Pascua del pueblo, ni de la Pascua de los judíos. La Pascua era la Pascua del Dios liberador, del Éxodo, de la tierra de promisión.

        San Juan habla de la Pascua de los judíos, de “vuestra Pascua”, que no es la Pascua del Señor. Ya no es la celebración del Éxodo, de la libertad, sino de los judíos. La Pascua de los judíos se había convertido en unos ritos religiosos comercializados.

        Jesús sustituye el Templo por su propia persona. Destruid este templo y en tres días los resucitaré.

        Igualmente Jesús sustituye el culto de la vieja religión veterotestamentaria. En el Evangelio de San Juan san Juan se produce la sustitución, la renovación del culto.

A la pregunta de la mujer samaritana (Jn 4): ¿dónde hay que adorar a Dios: aquí en Garizín (Samaria) o en Jerusalén (Judea)? Jesús responde:

A Dios se le adora en Espíritu y en verdad

02.- Jesús expulsa a los vendedores del Templo.

Jesús se encuentra en un templo y con un culto reducido a mercantilización de los sacrificios, ritos, venta de animales, etc.

        El templo, la religión se ha convertido en la “Banca” de Israel, en una pura comercialización.

        Toda buena realidad se pervierte cuando es utilizada como instrumento de poder.  Corruptio optimi pesssima: cuando lo mejor se corrompe resulta algo pésimo.

En nuestro caso se trata de una concepción mercantilista del cristianismo: yo me justifico a mí mismo con mis actos de culto en el Templo y así “compro” la gracia y la justificación (todo el problema de las indulgencias todavía no resuelto); y con todo ello, y  de paso, aplaco a Dios.

Es la visión más contraria a la gracia y al amor de Dios. El templo y el mundo religioso tienen el peligro, como todo, de convertirse en compra-venta.  ¿Se vende lo gratuito?

03.- Jesús hace un látigo

        La expulsión de los comerciantes del Templo  es un gesto profético mesiánico. El Mesías haría un látigo… Jesús destruye el sistema económico, de poder de lo religioso.

        El Templo cristiano es Cristo.

A Dios se le adora no en este templo que tiene más indulgencias, o en aquel que lo preside determinada persona. A Dios se le da culto en espíritu y en verdad

        Y sabemos que el espíritu de Jesús es el amor fraterno, la honradez (verdad), el servicio, la cercanía a los pobres y débiles.

04.- Tiempos de sinodalidad, de renovación eclesial.

Llevamos unos tres años en la Iglesia católica con la cuestión de la sinodalidad, de la renovación en la Iglesia.

Sínodo significa caminar juntos y sinodalidad significaría la Iglesia como Pueblo de Dios en camino, en peregrinación hacia el Reino. La sinodalidad subraya la dignidad común de todos los cristianos y afirma su corresponsabilidad en la misión evangelizadora.

Parece que la sinodalidad sería un recorrido que caminamos juntos hacia una reforma y renovación de la Iglesia, sería un cambio y adaptación al mundo a los problemas de hoy, etc. Cuestiones muy deseadas y deseables en la Iglesia.

        Pero mi impresión es que muchos tenemos una visión distorsionada de la cuestión. Muchos cristianos -jerarcas y laicos- piensan que la sinodalidad es como lo que ocurre en política: unas trasferencias que el gobierno central de la Iglesia entendida como jerarquía, Curia, Roma, Vaticano,  va a conceder -o no- a las Iglesias locales. Los laicos hablan, piden y vamos a ver qué responde Roma…

Pero eso no va a ser así ni es deseable que así sea.

        La Iglesia no es una multinacional, ni un gobierno central del que la gran mayoría de laicos pende y depende.

La Iglesia no es como un Estado cuyas instituciones y legislación hay que acatar porque lo dice que “gobierno central”.

05.- La Iglesia es la comunidad que vive del Espíritu del Señor. Ecclesia semper reformanda, siempre en Renovación.

        La Iglesia -toda la iglesia- es pueblo de Dios y vive de y en un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre, (Efe 4,5).

        La reforma en la Iglesia -creo yo- no va a venir porque se permitan o se prohíban desde la Curia determinadas cuestiones en la Iglesia.

       Renovación

Renovación significa “volver a lo nuevo”. Lo nuevo, lo más nuevo en la Iglesia es siempre el Evangelio del Señor, el espíritu de JesuCristo.

Posiblemente nos decepcione, pero para los cristianos lo nuevo, lo más nuevo no es el último canon o documento romano, sino que lo más nuevo es el Evangelio de Jesús, el espíritu de Jesús.

La renovación en la Iglesia, la sinodalidad se producirá cuando todos volvamos al Espíritu de Jesús: el amor fraterno, a la honradez (verdad), al servicio, a la cercanía, a los pobres y débiles.

        La jerarquía, la Curia se impone. (Es lamentable la actitud frente al episcopado alemán). Los laicos, -aunque a lo mejor hayan podido decir una palabra-, esperan pasivamente a que Roma emane unas cuantas disposiciones.

        El centro y la piedra angular de la Iglesia es Cristo. La sinodalidad, la renovación de la Iglesia se producirá cuando todos: jerarquía y pueblo volvamos al evangelio del Señor y cuando su espíritu embargue nuestro caminar.

Decía el patriarca oriental Ignacio IV (1920-2012) en 1968 en el Consejo Ecuménico de Upsala

Sin Espíritu, Dios está lejos, Cristo permanece en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia una simple organización, la autoridad un dominio, la misión una propaganda, el culto una evocación y el actuar cristiano una moral de esclavos.

Pero en el Espíritu, Cristo resucitado está aquí, el Evangelio es fuerza de vida, la Iglesia significa la comunión trinitaria, la autoridad es un servicio liberador, la misión es un pentecostés, la liturgia es memorial y anticipación, el actuar humano queda divinizado.

Cuando el espíritu del Señor esté en el Pueblo de Dios, en la Iglesia, se producirá la sinodalidad, la renovación, la reforma.

Oh Señor, envía tu espíritu,

que renueve la faz de la tierra y de la Iglesia.

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