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Juan José Tamayo: Discursos de odio y prácticas violentas: análisis y respuestas.

Miércoles, 12 de julio de 2023

Logo Delitos de OdioUno de los temas sobre los que la ciudadanía debe reflexionar de cara a las elecciones del 23 de julio es el del racismo, su presencia en la sociedad española y el tratamiento en los programas electorales. Ofrezco a continuación algunas claves por si sirvieran de ayuda para dicha reflexión.

El racismo, un fenómeno estructural

Es frecuente escuchar afirmaciones como “en los campos de futbol no hay racismo”, “yo no soy racista”, “los españoles no somos racistas”. Sin embargo, los hechos desmienten tan contundentes y autocomplacientes aseveraciones.  Veámoslo.

No son infrecuentes los insultos racistas en los campos de futbol españoles. Vinicius Jr. viene siendo objeto de ellos de manera reiterada. La última vez fue en el partido del Real Madrid con el Valencia en el campo de Mestalla. En un principio el foco se puso en los insultos en el terreno de juego y se quiso reducirlos a dos personas “mal educadas” para quitar importancia a las agresiones verbales contra el jugador brasileño. Es una interpretación que he oído o leído estos días. Peor aún, hay quienes hacen responsable al jugador por encararse con quienes le insultan en vez de callarse y aguantar los insultos. ¡Error inmenso error y grave desenfoque del problema!

El ambiente racista se vive a diario en los campos de futbol de nuestro país. En este caso comenzó con la llegada al Mestalla de los futbolistas del Real Madrid, recibidos con una agresividad verbal infundada e inesperada. Cientos de personas llamaron a Vinicius “puto mono”, le gritaron insultos racistas imitando los sonidos de los monos, llamaron hijos de putas a los jugadores madridistas y ¡les desearon la muerte! Es en ese contexto en el que hay que situar su gravedad dentro de los campo de futbol.

He utilizado al principio de este artículo la palabra “objeto” intencionadamente, porque las personas racistas reducen a meros objetos despreciables a quienes insultan negándoles su dignidad como personas. Es todo lo contrario al imperativo categórico kantiano: “Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre y al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio”. Las personas agresoras tenían que haber sido conscientes de que eran ellas mismas quienes estaban perdiendo su dignidad en ese momento.

Este tipo de comportamientos no pueden ser considerados accidentes irrelevantes, hay que tomarlos en serio por su gravedad y persistencia y por la tendencia a normalizarlos no solo por parte de un sector de la ciudadanía, sino también de algunos dirigentes deportivos y políticos e incluso de jueces que dan carpetazo a las denuncias. Son muy pocas las denuncias contra los insultos racistas en los campos de futbol que prosperan. Y eso es más grave todavía.

No estamos ante un fenómeno individual, sino estructural que está instalado en el imaginario social de manera más extendida y profunda de lo que emerge externamente, y en los lugares de ocio, de trabajo, en los colegios, las universidades, los parques, las calles, la publicidad, los medios de transporte, el mundo laboral, el acceso al alquiler de una vivienda, etc. Son los microrracismos que suelen pasar desapercibidos en la vida cotidiana.

En 2019 los delitos de odio relacionados con el racismo y la xenofobia se incrementaron en un 20,9% en relación con los de año anterior. Según un estudio del Consejo para la Eliminación de la Discriminación Racial (CEDRE), dependiente de la Secretaría de Estado de Igualdad, más de la mitad de las personas de diferentes grupos étnicos encuestados en 2016 afirmaron que habían sufrido alguna situación de rechazo por el color de la piel u otros rasgos físicos.

Responsabilidad de la extrema derecha y de las organizaciones religiosas integristas 

Los discursos y delitos racistas no son fenómenos aislados que se produzcan solo en los estadios de futbol por un público enfurecido y fuera de sí. Conforman un continuum con los que se dirigen contra las minorías religiosas, étnicas, culturales, el movimiento feminista, los colectivos inmigrantes y refugiados, las personas LGTBIQ, los adversarios políticos, etc. Ese es el problema que hay que atajar desde la familia, la escuela, las asociaciones vecinales, los movimientos sociales, los sindicatos, los partidos políticos, las asociaciones de padres y madres de alumnos y alumnas, deportivas, estudiantiles, profesionales, religiosas, culturales y las ONG’s. El empeño en esta tarea educativa es prioritario y afecta a toda la sociedad.

Yo creo que la extrema derecha política, económica y social, en alianza con las organizaciones religiosas integristas y fundamentalistas, tiene una responsabilidad no pequeña en tales delitos y discursos de odio en la medida en que provocan, promueven y alimentan la islamofobia, la xenofobia, el racismo, el antisemitismo, el supremacismo blanco, la aporofobia, la consideración del feminismo como feminazismo, el negacionismo de la violencia de género, la condena de la teoría de género a la que llaman despectivamente “ideología de género” cuando se trata de una teoría fundada científica, filosófica y antropológicamente. Y lo hacen a través de la dialéctica amigo-enemigo, nosotros-ellos, personas nativas con todos los derechos-personas extranjeras carentes de los mismos.

… Y de la sociedad

Pero la sociedad -nosotros y nosotras- no está exenta de responsabilidad en la medida en que legitima con frecuencia los discursos y delitos de odio y las prácticas violentas con el silencio, la inacción, el cruzarse de brazos y el creer que no se puede hacer nada por evitarlos. Nosotros y nosotras también podemos ser generadores y transmisores de odio. Por eso tenemos que hacer un acto de introspección y revisar nuestras emociones e inclinaciones descontroladas a la ira, al asco, al odio y a las microfobias anidadas en nuestros rincones sentimentales y mentales.

En su libro La obsolescencia del odio (PRE-TEXTOS, Valencia, 2019), el intelectual pacifista alemán Günther Anders (1900-1992) considera que “el vulgar y casi universalmente aceptado ‘Yo odio, por tanto, yo soy’ u ‘Odio, por tanto, existo’” es hoy “más verdadero que el famoso cogito ergo sum de Descartes”. El odio es “la autoafirmación y la auto-constitución por medio de la negación y la aniquilación del otro“.

Sucede, además, que la negación de las otras personas a través del odio suele producir placer. Por ejemplo, el torturador disfruta en el acto de torturar: “odio y placer acaban siendo una sola y misma cosa”, dice Anders. Cuanto más se extiende y más veces se repite el acto de odio más tiende a extenderse el placer del odio y el placer del ser sí mismo.

Si la filosofía africana Ubuntu afirma: “Yo soy solo si tú también eres”, los discursos de odio vienen a decir: “el otro no debe existir para que yo exista; él ya no existe, por tanto, yo existo como el único que queda”. Se llega así al placer del odio, que constituye su culminación y desemboca con frecuencia en actitudes y prácticas violentas. Los medios de comunicación nos informan a diario de ellas.

Respuesta a los discursos de odio y a las práctica violentas

¿Cómo responder a los discursos de odio, que tienden a desembocar en prácticas violentas? Ofrezco algunas propuestas: la primera, reconocer y respetar la igual dignidad y derechos de todos los seres humanos sin ningún tipo de discriminación; la segunda, construir comunidades integradoras del pluriverso étnico, cultural, religioso, político, afectivo-sexual, donde quepamos todas y todos, también la naturaleza, practicando la eco-fraternidad-sororidad, la ciudadanía global y la cuidadanía (de cuidados); la tercera, comprometernos con los movimientos sociales que luchan contra las diferentes formas de racismo y de exclusión; la cuarta, fomentar un cambio de lenguaje: del anti a inter, del nosotros-ellos a un nos-otros inclusivo, de la identidad singularista a la inter-identidad, de lo único a lo múltiple.

Juan José Tamayo

Fuente Fe Adulta

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