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Juan Ignacio Cortés: La Iglesia debe asumir el daño causado por los abusos a menores.

Martes, 16 de mayo de 2023

 

Javier-Lopez-1Javier Gómez Zapiain es doctor en psicología y especialista en psicología de la sexualidad. Jubilado como profesor titular de la Universidad del País Vasco, sigue impartiendo cursos de posgrado e investigando sobre la sexualidad humana. Es autor de numerosos artículos científicos sobre el tema y de los libros Apego y sexualidad y Psicología de la Sexualidad. Su trabajo en la Sociedad Vasca de Victimología le ha acercado últimamente al tema de los abusos sexuales a menores dentro de la Iglesia Católica y a investigar cómo las personas de vida consagrada viven su dimensión afectiva y sexual en España. Gran conversador, lo que sigue es tan solo un resumen de un extenso y rico diálogo.

 

Pregunta.- La sexualidad es un tema que nunca nos deja indiferentes. ¿Por qué?

Respuesta.- Hay temas que despiertan en nosotros unas actitudes y unas disposiciones muy marcadas, debido a nuestra implicación personal en el tema. En el caso de la sexualidad, no podemos dejar de referirnos a la tradición judeo-cristiana que ve el deseo como algo malo per se y que proclama que el ser humano perfecto es aquel que renuncia al placer.

La izquierda freudiana asegura que la regulación de la conducta sexual es un elemento de control político y social. Desde luego, en el caso del pueblo hebreo hay que tener en cuenta que el enfoque del comportamiento sexual tenía mucho que ver más con cuestiones de supervivencia. Hablamos de un pueblo nómada, enfrentado a numerosos enemigos y que tenía muy presente la posibilidad de la extinción. Por eso enfoca toda la sexualidad hacia la reproducción. Las restricciones perdieron su razón de ser después, pero se mantuvieron en el tiempo.

P.- Una de sus principales líneas de investigación es la relación entre apego y sexualidad. ¿Confundimos amor y sexo? ¿Con qué consecuencias?

R.- Son cosas que responden a dos objetivos distintos. Todo tiene que ver con la evolución. La naturaleza se da cuenta de que la reproducción sexual es mejor que la asexual, porque no es tan mecánica y da lugar a individuos diferenciados. Así, tiene que inventar un mecanismo para que esa reproducción sexual funcione: el instinto sexual. La evolución continúa y da lugar a crías muy sofisticadas, con una evolución muy lenta y que necesitan protección. Para crear ese sistema de protección, surgen los mecanismos afectivos, a los que podemos llamar amor o apego. Sexo y amor son cosas muy distintas, pero muy próximas, y de ahí nace la confusión. Siendo cosas tan distintas pero tan próximas, es necesario separarlas para entenderlas bien.

P.- Asegura que las necesidades afectivas y sexuales no son las mismas y que pueden potenciarse o interferirse. ¿Hay alguna receta para que suceda lo primero y no lo segundo?

R.- Es un arte nada fácil armonizar dos cosas tan distintas y cercanas. Depende mucho de la calidad de la vida socio-afectiva que se haya tenido. En los primeros años de vida de las personas se crean unos modelos internos que regulan las relaciones interpersonales en el futuro. Son el equivalente al sistema operativo del ordenador. Si ese sistema operativo está dañado, altera todas las relaciones de la persona. Especialmente, si hablamos de experiencias traumáticas.

El psicoanálisis distingue entre el instinto, que guía a los animales, y la pulsión, que incita a los humanos a actuar. El instinto no se puede regular, pero el ser humano sí puede regular su pulsión y darle significado a lo que hace. Ahí es posible hacer del sexo una forma de expresión del amor. Sin duda, no hay mayor afrodisiaco que estar enamorado. Por otra parte, si el modelo interno está dañado, el deseo sexual se va a poner al servicio de otras necesidades no resueltas, como la afirmación de la propia personalidad. En este caso, estamos a un paso de la agresión o el abuso sexual.

P.- A comienzos de los noventa, la única gran encuesta sobre abusos sexuales a menores que se ha hecho en nuestro país demostró la extensión del fenómeno: cerca del 20% de la población española había sufrido abusos y, de ese 20%, un 4% había sufrido abusos a manos de religiosos. No sé si hay datos que confirmen si la incidencia ha aumentado o disminuido.

abusos-Iglesia_2098300203_9807727_660x371R.- Hay algunos estudios interesantes sobre el tema de los abusos a menores, pero muy parciales. Parecería que sí, porque se presta más atención al fenómeno y hay más denuncias. Pero también puede deberse tan solo a que ahora hay más transparencia y es más fácil hablar del tema.

P.- Desde el punto de vista psicológico, ¿tienen los abusos a manos de religiosos un componente diferencial? ¿Son más graves que los que suceden en otros ámbitos?

R.- Si alguien es abusado por un religioso, una persona en principio vinculada a la idea de paz y de protección, se va a sentir especialmente traicionado, y puede que el efecto del abuso sea más agudo que en caso de ser abusado por alguien desconocido. Pero no hay datos concluyentes. Sería necesaria mucha más investigación.

P.- Las víctimas de abusos a menores en la Iglesia piden verdad, justicia y reparación y aseguran que la negación o disminución de la importancia del fenómeno, por parte de la Iglesia, provoca una revictimización que les hace difícil superar el trauma.

R.- La sanación y el posible perdón al agresor son procesos individuales, pero ese proceso individual puede ser potenciado o dificultado por el contexto. Ahí la Iglesia debería ser valiente y reconocer la gravedad del asunto. Es algo totalmente necesario y se le debe exigir a la Iglesia: que cuide del contexto y se haga responsable del daño causado. La negación hace mucho daño a las víctimas.

P.- Muchos expertos aseguran que, en los casos de abusos sexuales a menores en la Iglesia, lo sexual es tan solo un componente y, tal vez, no el más importante del fenómeno.

R.- Volvemos al tema de los modelos internos, del deseo sexual puesto al servicio de otras necesidades. Muchos abusadores buscan más la intimidad o la autoafirmación personal, la sensación de poder, que el orgasmo. Por otra parte, hay que tener en cuenta que el deseo sexual debe satisfacerse en condiciones de seguridad. Si el individuo se siente amenazado, el deseo se inhibe. Para algunas personas cuyos modelos de relación son defectuosos, tener relaciones sexuales con adultos supone una amenaza. En cambio, con un menor es algo seguro, ya que la asimetría de poder es muy grande.

P.– Se ha especulado mucho con la importancia que tiene el celibato en el fenómeno…

R.- Es claro que no hay una relación causa-efecto entre celibato y abuso, pero sí que parece que la castidad obligatoria es un factor de riesgo. Muchos religiosos no respetan ese voto de castidad y su actividad sexual es relativamente alta, sobre todo si tenemos en cuenta el autoerotismo, la masturbación y la pornografía. Algunos religiosos viven esta disonancia con cierta naturalidad y otros con angustia. Creo que hay que tener en cuenta un problema que, en el caso de los religiosos, es mucho más importante que la no satisfacción de su deseo sexual: la soledad. Volvemos al tema de la necesidad de gestionar bien estas dos dimensiones del ser humano: el sexo y la afectividad.

P.- ¿Una formación diferente de las personas consagradas en lo que se refiere a esas dimensiones hubiera disminuido o podría disminuir el tema de los abusos?

R.- Sin duda, pero es una utopía en este momento. La Iglesia debería considerar el deseo sexual como una riqueza, como algo que dignifica al ser humano y contribuye a su bienestar. Desde ahí, debería considerar la renuncia al sexo como una opción personal, no una regla universal para todo el personal religioso. El celibato opcional mejoraría la salud sexual dentro de la Iglesia y disminuiría los niveles de soledad de los religiosos. Es un desastre psicológico esa formación que insta a los sacerdotes a no vincularse demasiado porque su celibato estaría en peligro.

P.- Ha puesto en marcha una investigación sobre la vivencia de la sexualidad en las personas consagradas cuyo punto de partida es que es necesario hablar de lo que nunca se habla.

R.- Sería bueno que la Iglesia abriese cauces para hablar de estos temas. Yo me acerco a la Iglesia todo lo que puedo. No solo por estar cerca de un objeto de estudio, sino porque forma parte de mi historia y formación. Cuando la conversación es informal, se habla del tema, pero es muy difícil formalizar ese diálogo. La investigación es un cuestionario muy sencillo y abierto, que no busca atacar, sino entender. Sin embargo, se está percibiendo como algo peligrosísimo.

P.- Se pregunta hasta qué punto la moral católica es compatible con la integración armoniosa del deseo sexual en la personalidad y creo que su respuesta es negativa.

abusosR.-Tal como está formulada actualmente la moral católica es imposible integrar el deseo sexual de manera normal. El ascetismo sexual está muy incrustado en los cimientos de la Iglesia. Los católicos han buscado sus propias formas de resolver las contradicciones entre su moral y su vida sexual ignorando algunos preceptos de la Iglesia. Es natural, porque la concepción más rígida de la moral sexual de la Iglesia es inasumible. El sexo no puede estar solo al servicio de la reproducción y limitarse al marco del matrimonio. De hecho, el placer sexual puede ser una experiencia trascendente. La unión profunda con una persona que se puede producir en el sexo es, sin duda, una experiencia espiritual. Y la Iglesia debería valorar eso como parte del proceso de crecimiento personal.

P.- ¿Cuál es el sentido de la investigación que está llevando a cabo?

R.– El proceso de descubrimiento de los abusos sexuales a menores dentro de la Iglesia ha sido muy traumático y ha creado alarma social. Se ha puesto el foco en las víctimas, los agresores y en por qué se produce el abuso. Yo soy más partidario de una psicología positiva, que no ponga el foco en lo patológico, sino en las personas que alcanzan un buen nivel de bienestar. La idea es levantar la mirada y explorar cómo multitud de personas consagradas han logrado integrar sus necesidades afectivo-sexuales en su vida y llegar a un equilibrio personal. Prestemos atención a eso. Veamos cuáles son las dificultades y qué se puede hacer para que sea más fácil superarlas.

Juan Ignacio Cortés

 He sido muchas cosas en la vida (hasta trabajé en una fábrica cuando el periodismo no me daba para vivir), pero sobre todo me considero alguien a quien le gusta escuchar y contar historias.

Algunas de las historias que me contaron para que las contase las recogí en dos libros: “Historia del Brasil” y “Lobos con piel de cordero. Pederastia y crisis en la Iglesia Católica”.

Desde que en primera adolescencia (creo que voy por la tercera, aunque me estoy quitando) leí “Cien años de soledad” quise ser Gabriel García Márquez.

Aunque por supuesto no lo he conseguido, por el camino conseguí viajar numerosas ocasiones a América Latina y algunas a África; escribir reportajes sobre Brasil, Ecuador, Cuba, Chad o Mozambique y trabajar para una organización de derechos humanos a la que respeto mucho y para las Naciones Unidas.

En el campo de la cultura, fui parte del equipo político de la Consejería de Cultura de Castilla-La Mancha y del equipo de prensa del Círculo de Bellas Artes.
Hablando de guerras y otras injusticias, soy de los que pienso que las cosas tienen que cambiar, aunque es difícil que lo hagan.

14 de abril de 2023

 Fuente Alandar

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