El silencio

Sábado, 19 de febrero de 2022

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        No se le reconoce ya al silencio su relación esencial con la Palabra, el humilde enmudecer del individuo ante la Palabra de Dios. Callamos antes de escuchar la Palabra porque nuestros pensamientos están dirigidos ya hacia la Palabra, como calla un nińo cuando entra en la habitación de su padre. Callamos después de escuchar la Palabra porque ésta nos habla todavía, vive y mora en nosotros. Callamos pronto por la mańana porque Dios debe tener la primera palabra, y callamos antes de acostarnos porque la última palabra pertenece a Dios. Callamos sólo por amor a la Palabra, es decir, precisamente para no deshonrarla, sino honrarla y recibirla como es debido. Callar, por último, no significa otra cosa que esperar la Palabra de Dios y salir, después de haberla escuchado, con su bendición.

        Cada uno de nosotros sabe por propia experiencia que se trata precisamente de aprender a callar en un tiempo en el que predomina el hablar; y que se trata justamente de aprender a callar de verdad, a hacer silencio en nuestro propio interior, a detener de una vez nuestra propia lengua: no es otra cosa que la natural y sencilla consecuencia del silencio espiritual. Ahora bien, el saber callar frente a la Palabra ejercerá su influjo en nosotros a lo largo de toda la jornada. Si hemos aprendido a callar frente a la Palabra, aprenderemos también a usar rectamente el silencio y las palabras a lo largo del día. Hay un modo de callar prohibido, complaciente consigo mismo, soberbio, ofensivo. A partir de aquí vemos ya que no es posible pensar nunca en un silencio en sí. El silencio del cristiano es un silencio tendente a escuchar, un silencio humilde, que, por amor a la humildad, puede ser interrumpido también en cualquier momento.

        Es el silencio vinculado a la Palabra. En eso pensaba Tomás de Kempis cuando decía: ‘Nadie habla con más certeza que quien calla por propia voluntad’. En el silencio se encuentra un maravilloso poder de clarificación, de purificación, de concentración en las cosas esenciales. Es también, de hecho, un dato profano. Ahora bien, el silencio antes de escuchar la Palabra conduce a saber escuchar de verdad, y por eso la Palabra nos hablará también en el momento oportuno.

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Dietrich Bonhoeffer,
Vida en comunidad,
Ediciones Sígueme, Salamanca 1997

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