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¡Somos protagonistas necesarios de la Navidad!

Sábado, 25 de diciembre de 2021

siria03_32217_11Jn 1, 1-18

Vino a los suyos, a ti y a mí. ¿Le recibimos? ¿Le dejamos hacernos hijos e hijas de Dios?

Después del relato entrañable que escuchamos y saboreamos en la eucaristía de Nochebuena, siempre me ha sorprendido la seriedad del evangelio de la misa de Navidad. Parece que no sea el día más apropiado para un texto tan profundo y hasta complejo a primera vista, ni para una reflexión tan honda. Quizá esta percepción sea solo fruto del ambiente alegre pero un tanto superficial que estos días vivimos, en el que el motivo de la alegría, el hecho de la Navidad, queda arropado y a veces hasta oculto en tantas otras cosas.

Vamos a intentar acercarnos a este texto, sin prejuicios ni ideas preconcebidas, como un regalo de Navidad, porque eso es, un texto para contemplar anonadados y emocionados, para descubrir en él la Buena Noticia de la Navidad.

A pesar de toda su solemnidad, es un texto que nace de la experiencia de fe de nuestras primeras comunidades y, como tal, llega a implicarnos, a sumergirnos, a cada uno de nosotros en el misterio de la Navidad. Os invito a pararnos en algunas expresiones que nos pueden sonar más claras y sugerentes:

Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” Dejemos que resuene en nuestro interior esta noticia. Dios, nuestro Dios, que como buen padre-madre había intentado muchas veces y de muchas maneras comunicarse con nosotros (Cfr. Heb 1,1), decirnos cómo es y cómo nos ama, ahora va a por todas, como dirían nuestros chicos. Se hace carne, humano, niño, frágil… tan parecido a mí que me es posible entenderle. Me habla desde dentro, en mi lenguaje. Lenguaje y palabra que ha tomado carne en Jesús. Al contemplarle en la cuna, en la calle, en la creación, en la historia, entiendo cómo es Dios. Entiendo cómo me ama y me salva. Y no solo por cómo nos lo explican los teólogos, los que más piensan y estudian, fundamentalmente porque nos fiamos de estos primeros hermanos que nos dicen:  “Nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” en ese nosotros estamos tú y yo. ¿Hemos visto su gloria?, ¿Dónde, cuando tuvimos la sensación honda de que en medio de una situación profundamente humana estaba presente Dios? ¿La percepción de que en las palabras de un amigo nos hablaba el Señor?

“Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron”. Siempre me ha impresionado esta afirmación. Vino a los suyos, vino a aquellos que se pasaban la vida diciendo “Ven Señor”, como los profetas, pero que quizá nunca sospecharon que respondiese, “Voy” estoy llegando, y he venido para quedarme… Sin duda somos de los suyos. Hemos rezado muchas veces este Adviento, y muchos otros: ¡Ven Señor! Nos hemos preparado para la Navidad, participamos asiduamente en la eucaristía y leemos su Palabra… Pero, ¿la recibimos cuando viene a nosotros de una forma que no es la que pensábamos? Es dura la afirmación del evangelio de hoy. Nos enfrenta directamente con la pregunta ¿le recibo? ¿Te recibo, Señor? ¿Cómo sé que mi respuesta es veraz?

El texto de hoy nos invita a contemplar la bondad de nuestro Dios que se hace presente entre nosotros (Cfr. Tt 3,4), pero también a contemplar nuestra actitud y nuestra respuesta. No es Navidad para mí, dificulto que lo sea para mi entorno, si pertenezco a los suyos que no le recibieron.

Y por último  “A todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios” He aquí la respuesta. Recibirle me hace hijo, hija de Dios. Me introduce en su familia cercana. Ya no solo soy nacido, nacida, de la carne y la sangre, sino engendrado por Dios, podríamos decir con genes divinos, con su “aire de familia” ¡Nos parecemos a Dios!

La gran noticia de la Navidad no solo tiene como protagonista a Dios. Es, nos dice San Juan en este evangelio, algo de Dios y mío. Algo que nos deslumbra y deja anonadados por la hondura de su misterio de amor, pero a la vez algo que solo transforma mi vida si le recibo, que solo cambia nuestra historia si le acogemos. ¡Somos protagonistas necesarios de la Navidad!

Que como los primeros cristianos podamos afirmar que hemos visto su gloria, porque hemos constatado en nuestra vida múltiples signos de una plenitud que nos supera, de unas gracias inmerecidas y muchas veces hasta inesperadas… Que esta Navidad experimentemos con gozo que, aun en medio de las situaciones de pandemia y desánimo que estamos viviendo, “De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido, y seguimos recibiendo,  gracia sobre gracia”.

¡Feliz Navidad!

Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp

Fuente Fe Adulta

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