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Cultura de la Exclusión

Viernes, 19 de junio de 2020

pobreza-kllG-U601312636046kRB-624x385@El Correo“El más fuerte devora al más débil”
Alberto Agrazal, Comisión de Justicia y Paz,
Panamá

ECLESALIA, 05/06/20.- Una de las enseñanzas de Jesús fue, amar a nuestros semejantes como a nosotros mismos. Desde ese momento, defender la dignidad humana por encima de cualquier doctrina política, religiosa, social y económica, ha sido unos de los grandes retos que, como Iglesia, hemos asumido. La cultura de la exclusión se volvió algo habitual; desde su criterio cualquier pensamiento que no encaje con lo ya establecido es mal visto.

Como Iglesia no podemos afirmar que estamos libres de este mal, por eso es necesario recodar que estamos aquí para tender puentes y no muros, por eso creo que en algo sí estaremos de acuerdo: la pandemia del Coronavirus nos asusta, todo es incierto; pero es allí, donde el trabajo en conjunto nos podrá ayudar a ver luz al final del túnel. Muchas personas quedarán afectadas; recuperar sus vidas, su autonomía será un proceso doloroso. Es necesario implementar el cuidado de unos a otros, urge un discernimiento profundo para seguir garantizando las libertades individuales, se visualiza una tormenta que buscará acabar con nuestros derechos y es allí donde las pastorales, movimientos eclesiales, movimientos populares, deben responder con trabajo en equipo, haciéndole frente a esta nueva realidad, que, como dirían en mi país, “le echó sal a las heridas”.

El papa Francisco llama a una remuneración económica para los desprotegidos. No parte de un principio populista sino de la subsidiaridad que respeta la libertad individual sin excluir, sin dejar atrás. Podemos salir de esta, recordando así que el fin de la vida es trascender pero no desde mi individualidad sino desde lo colectivo. Lamentablemente el camino hacia una cultura de la inclusión podría perderse dando paso a la desesperanza, porque de otra cosa también estoy seguro, nos dimos cuenta de que de nada vale que nos eduquen para la competitividad.

Replicar este modelo cultural en este momento, donde según la Organización Internacional del Trabajo, en algunos países el desempleo ocupará una tasa del 26% (del 14% al 20% en Panamá) es una clara muestra de cuántos desprotegidos habrá y de que la economía debe reflexionar verdaderamente en torno a la dignificación de la vida humana. El trabajo es un derecho y un deber; con él se contribuye al bien común, entendiendo que el ser humano puede alcanzar su perfección mediante esta acción.

No podemos seguir siendo participes de esta cultura de muerte. Nuestra vida está por encima de cualquier doctrina. Es hora de replantearse qué sociedad queremos construir, hacerle frente a la realidad venciendo ese círculo eterno de autodestrucción que solo nos lleva a devorarnos a nosotros mismos, como en la paradoja de la serpiente. Todo esto  es producto de la globalización, de la indiferencia, un mal del capital que nos divide en clases sociales y nos vuelve enemigos. Así, naturalmente, se pierde el equilibrio; entonces, el paraíso otorgado, se convierte en un infierno creado. Parece que nunca le prestamos atención a nuestra madre tierra; ella trabaja en un equilibrio perfecto; somos nosotros con nuestros caos los que la alteramos, nos descuidamos, nos dividimos y nos acabamos.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Espiritualidad

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