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Archivo para Domingo, 15 de diciembre de 2019

Vuelve a enseñarnos a evangelizar… Id y anunciad lo que estáis viendo y oyendo

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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Juan-Bautista-John-Baptist

 

A BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

Los Pobres te han jugado la partida
de una Iglesia mayor, de un Dios más cierto:
contra el bautismo sobre el indio muerto
el bautismo primero de la vida.

Encomendero de la Buena Nueva,
la Corte y Salamanca has emplazado.
Y ese tu corazón apasionado
quinientos años de testigo lleva.

Quinientos años van a ser, vidente,
y hoy más que nunca ruge el Continente
como un volcán de heridas y de brasas.

¡Vuelve a enseñarnos a evangelizar,
libre de carabelas todo el mar,
santo padre de América, las Casas!

*

Pedro Casaldáliga
Todavía estas Palabras, 1994

***

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos:

“¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”

Jesús les respondió:

“Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:

“¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti.” Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.”

*

Mateo 11,2-11

***

La compasión es fruto de la soledad. Tenemos que admitir lo difícil que es ser compasivo, ya que requiere una actitud de disponibilidad para estar con otros allí donde son débiles, vulnerables, solitarios, rotos. No es nuestra actitud espontánea ante el sufrimiento.

Procuramos, ante todo, evitar el sufrimiento huyendo de él o tratando de encontrar una cura inmediata para el mismo. Lo cual significa ante todo hacer algo que demuestre que nuestra presencia es significativa. Olvidamos así nuestro mayor don: la capacidad de solidarizarnos con aquellos que sufren.

Esta solidaridad compasiva crece en la soledad. En la soledad nos damos cuenta de que nada humano nos es ajeno, de que las raíces de todo conflicto, guerra, injusticia, crueldad, odio, celos y envidia están fuertemente anclados en nuestro corazón. En la soledad, un corazón de piedra puede convertirse en un corazón de carne; un corazón rebelde, en un corazón contrito, y un corazón cerrado puede abrirse a todo aquel que sufre, en un gesto de solidaridad.

*

H. J. M. Nouwen,
El camino del corazón,
Madrid 1986, 30-31

***

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“La identidad de Jesús”. 3 Adviento – A (Mateo 11, 2-11)

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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03-adv-a-600x873Hasta la prisión de Maqueronte, donde está encerrado por Antipas, le llegan al Bautista noticias de Jesús. Lo que oye le deja desconcertado. No responde a sus expectativas. Él espera un Mesías que se imponga con la fuerza terrible del juicio de Dios, salvando a quienes han acogido su bautismo y condenando a quienes lo han rechazado. ¿Quién es Jesús?

Para salir de dudas, encarga a dos discípulos que pregunten a Jesús sobre su verdadera identidad: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». La pregunta era decisiva en los primeros momentos del cristianismo.

La respuesta de Jesús no es teórica, sino muy concreta y precisa: comunicadle a Juan «lo que estáis viendo y oyendo». Le preguntan por su identidad, y Jesús les responde con su actuación curadora al servicio de los enfermos, los pobres y desgraciados que encuentra por las aldeas de Galilea, sin recursos ni esperanza para una vida mejor: «Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia».

Para conocer a Jesús, lo mejor es ver a quiénes se acerca y a qué se dedica. Para captar bien su identidad no basta confesar teóricamente que es el Mesías, Hijo de Dios. Es necesario sintonizar con su modo de ser Mesías, que no es otro sino el de aliviar el sufrimiento, curar la vida y abrir un horizonte de esperanza a los pobres.

Jesús sabe que su respuesta puede decepcionar a quienes sueñan con un Mesías poderoso. Por eso añade: «Dichoso el que no se sienta defraudado por mí». Que nadie espere otro Mesías que realice otro tipo de «obras»; que nadie invente otro Cristo más a su gusto, pues el Hijo ha sido enviado para hacer la vida más digna y dichosa para todos, hasta alcanzar su plenitud en la fiesta final del Padre.

¿A qué Mesías seguimos hoy los cristianos? ¿Nos dedicamos a hacer «las obras» que hacía Jesús? Y si no las hacemos, ¿qué estamos haciendo en medio del mundo? ¿Qué está «viendo y oyendo» la gente en la Iglesia de Jesús? ¿Qué ve en nuestras vidas? ¿Qué escucha en nuestras palabras?

José Antonio Pagola

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“¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Domingo 15 de diciembre de 2019. 3º de Adviento

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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03-advientoa3-cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 35,1-6a.10: Dios viene en persona y os salvará.
Salmo responsorial: 145: Ven, Señor, a salvarnos.
Santiago 5,7-10: Manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca.
Mateo 11,2-11: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?

La primera y la segunda lectura de hoy, del profeta Isaías y del apóstol Santiago, coinciden en el mensaje: merece la pena esperar, hay que esperar, debemos esperar, porque viene nuestro Dios, él mismo viene en persona, y trae el desquite… Hay que tener paciencia, porque es inminente su llegada, ya está a la puerta…

No dudamos de que esta forma de plantear la esperanza, de vivirla y de transmitirla, ha sido útil y muy eficaz para muchas generaciones anteriores a nosotros, pero tampoco dudamos de que hoy día, ese planteamiento pudiera no servir ya.

– Este motivo aducido clásicamente para fundamentar la esperanza de que Alguien viene, alguien va a irrumpir apocalípticamente en nuestra vida, incluso con inminencia, y de que nuestra esperanza consista en «esperar» (de espera, no de esperanza) su llegada… no resulta hoy ya plausible.

– Ese esquema conceptual según el cual Dios ha anunciado que vuelve, en una segunda venida que sellará el final del mundo, y que nosotros estamos por tanto en un tiempo intermedio, incierto y amenazado por la espada colgante (de Damocles) de esa sorpresa divina que llegará como la visita del ladrón… ha sido una imagen poderosa, que ha cautivado la atención de muchas generaciones, pero que hoy empieza ya a no funcionar.

– Esa idea de que debemos esperar que en el futuro Dios va a castigar a los malos… y así «poner las cosas en su sitio» y vengar las maldades de los que nos han hecho daño… probablemente fue muy efectiva en otro tiempo, como lo ha sido en pedagogía todo lo referente a los premios y castigos, las buenas y las malas notas, pero hoy ya muy pocas mentes lúcidas pueden aceptar que la pedagogía humana infantil pueda ser aplicada al misterio existencial del ser humano.

Aquellas generaciones tenían una comprensión del mundo míticamente religiosa, inserta en las coordenadas de la descripción del mundo que las mismas religiones habían elaborado: un mundo que consistía esencialmente en un «plan de Dios» para poner una prueba al ser humano y llevarlo a otra vida, mejor o peor según mereciera premio o castigo. Dentro de ese «pequeño mundo», dentro de esa cosmovisión religiosista que ocupó por milenios el imaginario de nuestros mayores, funcionaba el hablar de una segunda venida, de la prueba que Dios nos pone, de la amenaza que supone la posible sorpresa del Dios que viene e irrumpe en el mundo para finalizarlo e inaugurar otro eón, el de los premios y castigos. Este imaginario religioso (tradicional, antiquísimo, milenario…) está agotándose, desapareciendo con las generaciones mayores, desvaneciéndose y perdiendo vivacidad y plausibilidad en las generaciones medias, y siendo rechazada en las generaciones jóvenes, en las que no logra ya implantarse. La transmisión de ese tipo de fe se está interrumpiendo.

En el nuevo imaginario o cosmovisión que muchos estamos adquiriendo, fundamentado en la nueva imagen que la cosmología y el conjunto actual de las ciencias nos ofrecen, ya no cabe concebir la realidad tan «antropocéntricamente» como para pensar que todo consiste y todo se reduce a «un plan que Dios ha hecho para probar al ser humano». Al ser humano actual no le resulta ya plausible una espiritualidad que le dice que él es el centro del cosmos, y que este cosmos «ha sido creado simplemente para servir de escenario al drama humano de su salvación ultraterrena»… Y no le resulta plausible tampoco que el misterio tan respetable del más allá sea asociado con y puesto al servicio de la amenaza de castigos o la promesa de premios…

¿Es posible ser cristiano sin aceptar estas imágenes que hoy sentimos como no incorporables a nuestra cosmovisión? Sí, lo es, al costo de purificar nuestra esperanza -y, más ampliamente, nuestra cosmovisión religiosa global- de aquellas imágenes propias de un tiempo que ya no es el nuestro.

En realidad, lo que importa es el contenido profundo, la experiencia espiritual, la dimensión de esperanza (en este caso), no el soporte de categorías, esquemas mentales, cosmovisiones apocalípticas o esquemas de concepción del tiempo de los que echaron mano nuestros antepasados. El cristianismo, a lo largo de su historia, ya ha abandonado muchas imágenes que en su tiempo fueron comunes, que luego se oscurecieron, y que finalmente nos resultaron inaceptables (de algunas de las cuales hoy incluso nos avergonzamos). Durante muchos siglos, el predominio del pensamiento estático, el supuesto de la ahistoricidad, y el desconocimiento del carácter evolutivo de todo, nos ha querido hacer pensar que no podemos cambiar nada, que debemos creer a la letra lo que expresaron nuestros mayores, sin remontarnos a revivir su misma experiencia profunda pero con libertad y creatividad, y que nada puede ser innovado. Pero la misma historia está ahí para mostrar lo contrario a quien sepa y quiera verlo. Y también está ahí el presente: son muchos ya, de hecho, los cristianos/as que «creen de otra manera».

El evangelio de Mateo nos presenta la llamada «prueba mesiánica». Juan el Bautista desde la cárcel manda emisarios para preguntarle a Jesús si es él el esperado o si deben esperar a otro. Jesús no responde con algunas pruebas teologicas, ni con citas bíblicas apologéticas, o con algunos dogmas o doctrinas, sino que se remite y remite a los consultantes a los puros hechos, que pueden ser «vistos y oídos»: «los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios… y a los pobres se les anuncia el Evangelio, la Buena Noticia». Estos «hechos», estas buenas noticias, son la prueba de identidad del Mesías. Y serán, tienen que ser, la prueba de identidad de quienes sigan al Mesías, al Xristós, o sea, los «cristianos». Sólo si nuestra vida produce esos mismos hechos, sólo si somos «buena noticia para los pobres», sólo entonces estaremos siendo seguidores de aquel Mesías, del Xristós, o sea, «cristianos». Leer más…

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15.12.19. Tercer Domingo de Adviento, ciclo A (Mt 11, 2‒11) Los ciegos ven, los cojos anden… Navidad: Las obras de Cristo

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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1MACHAERUSfig001-k45D-U204280518739jTH-510x650@abcDel blog de Xabier Pikaza:

Juan Bautista: Salir al desierto para encontrar a Cristo

El evangelio de este domingo 3 de Adviento (ciclo a) tiene dos partes:

1. ¿Eres tú el que ha de venir?  Navidad, obras de Cristo (Mt 11, 2‒6). Pregunta Juan Bautista, preguntan sus discípulos: ¿Eres tú el que ha de venir?

     Jesús responde: los ciegos ven, los cojos andan, los enfermos son curados y los muertos resucitan… Éstas son las obras de la Navidad de la Iglesia. Que los ciegos vean, que los cojos anden, que muertos. Ésta es la Navidad de Jesús, ésta es su Iglesia.

2. ¿Qué habéis salido a buscar al desierto? El Adviento de  Juan (Mt 11, 7‒11). Él preguntaba a Jesús: ¿Eres tú el que ha de venir?  Jesús responde a la gente que Juan es el Adviento: No es una caña movida por el viento, alguien que se deja llevar por conveniencias…; No es hombre de palacio, vestido de lujo a costa de los pobres,  sino un testigo de la justicia de Dios… Aquel que prepara el camino de la Nueva Humanidad, cuando los ciegos vean, los cojos anden… y los muertos resucitan.

 Este mensaje doble, que define la identidad de Jesús (obras del Reino) y la de Juan Bautista (el que prepara su venida) define el mensaje y tarea de este  domingo 3 de  Adviento.

(Imagen 1: Maqueronte, el lugar donde estaba preso Juan Bautista; fortaleza militar, bajo la luz del Adviento)

Pregunta del Bautista. ¿Eres tú el que ha de venir? Las obras del Cristo (Mt 11, 2-6)

03-Cabeza-del-Precursor_Ortodoxos-IconosLa escena conserva un fondo histórico. El mismo Juan Bautista, ya en prisión, antes de ser ajusticiado, podría haber dirigido esta pregunta a Jesús, a través de sus discípulos, aunque parece más probable que la hayan dirigido, en un tiempo posterior, los mismos discípulos de Juan, a quienes hemos encontrado en Mt 9, 14, al lado de los fariseos, ocupándose de ayunos. Pero aquí aparecen ellos solos, los discípulos de Juan. No critican a Jesús, aunque tampoco parecen aceptarle plenamente. Por eso preguntan:

 11 2 Habiendo oído en la cárcel las obras del Cristo, Juan envió desde la cárcel a unos discípulos para preguntarle: 3 ¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro?  Jesús les respondió: Id y anunciad a Juan lo que oís y veis: 5 los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena noticia, 6 ¡y dichoso aquel que no se escandalice de mí!

   Conforme a la visión de Mateo, Juan Bautista sólo contaba con agua de purificación, pero anunciaba la llegada de un erkhomenos (venidero: 3, 11) que bautizará en espíritu santo y fuego (3, 11). Por eso, desde la cárcel, en espera de la muerte (cf. 14, 1-12), habiendo escuchado las obras del Cristo (11, 2), Juan envía a sus discípulos para preguntar a Jesús ¿eres tú el erkhomenos? (11, 3), cosa que nosotros, a diferencia del Bautista, ya sabemos.

evangelio-de-mateoJesús responde (Mt 11, 4-6) remitiendo a sus obras, y apareciendo por ellas como el Mesías de los cojos-mancos-ciegos, de los expulsados-enfermos-muertos. De esa forma inaugura la nueva humanidad liberada, a través de unos milagros, esto es, de unas obras de sanación (curar ciegos, cojos y sordos), purificación (limpiar leprosos), y transformación social y escatológica (anunciar la buena noticia a los pobres, resucitar a los muertos). Según eso, la plenitud futura de la humanidad (esto es, el surgimiento de la Iglesia) se interpreta como curación mesiánica, transformación humana[1].

− Los ciegos ven (cf. Mt 11, 5). Al ponerse en contacto con Jesús, algunos ciegos han recobrado la vista. Sobre el contenido físico de esa curación, y sus elementos psico-somáticos y/o religiosos discuten los especialistas, pero es evidente que la presencia de Jesús se expresó en las curaciones, como muestran otros textos de Mateo, 9, 27-30; 20, 30-34 (cf. 15, 31), que recogen elementos de Marcos (curación del ciego de Betsaida y el de Jericó: Mc 8, 22-26 y Mc 10, 46-52), con la tradición del ciego de nacimiento de Jn 9, 1-41. Este motivo de la ceguera (Mt 13, 10-17) y de la curación de los ciegos define la controversia de Jesús con el rabinismo.

Los cojos andan (cf. Mt 11, 5). La tradición recoge curaciones de paralíticos, mancos, encorvados y cojos. Entre las que parecen tener más fondo histórico, puede citarse la del paralítico de Cafarnaúm, Mt 9, 2-7, con la del siervo/amante del centurión (Mt 8, 5-13). Cf. también 15, 30-31; 21, 14. El evangelio se define así como una marcha mesiánica que muchos contemporáneos se negaron a compartir, quedando así (según el evangelio) nuevamente impedidos, cojos, en su situación antigua.

Captura-de-pantalla-2018-08-13-a-las-11.49.34-1 − Los leprosos quedan limpios (Mt 11, 5). No es fácil precisar la enfermedad de la que se trata, pues la palabra “lepra” se aplicaba entonces a una extensa gama de afecciones de la piel, que tenían un intenso carácter social, pues se las consideraba signo de impureza. Los evangelios recuerdan casos de curación de leprosos con probable fondo histórico, como el de Mt 8, 2-4 (cf. Mc 1, 40-45), y presentan a Jesús como sanador de leprosos, de manera que ellos pueden integrarse en la comunidad  cristiana,  rompiendo la barrera que la Ley había establecido (cf. Lev 13-14).pues sus discípulos pueden también curarles (Mt 10, 8).

− Los sordos oyen (Mt 11, 5). La tradición les ha vinculado con los mudos, pues ambas carencias solían ir unidas. En esa línea parece situarse el texto ya citado de Mt 9, 33-34, que reaparece en 12, 22, con motivo de la acusación satánica contra Jesús. Se trata sin duda de un milagro con fuerte simbolismo mesiánico: La novedad de Jesús se expresa en el hecho de que él puede crear (está creando) un grupo de gentes que ven y caminan, que consiguen la pureza y pueden escuchar, abriéndose a la palabra, en contra de aquellos que se encierran en su ceguera y sordera (como veremos en el capítulo de las parábolas: cf. 13, 14-15).

e65dd50f964112487fe55275e19f9b9d− Los muertos resucitan (Mt 11, 5). Más difíciles de valorar son las resurrecciones. Se corrió sin duda la fama de que Jesús las había realizado, haciendo volver a la vida a personas que parecían muertas (cf. Mc 5, 21-43) o que lo estaban de hecho (cf. Mt 9, 18-23), aunque pueda discutirse sobre el carácter “biológico” de los hechos. En este contexto se sitúa la autoridad que Jesús ha concedido a sus discípulos, dándoles el poder de “resucitar a los muertos” (10, 8), con el pasaje profundamente simbólico de 27, 52-53 donde se dice que los cuerpos de muchos que “estaban dormidos” (=muertos) resucitaron en el momento de la muerte de Jesús. De esa forma, su movimiento vinculado a la resurrección de los muertos, unida a la de Jesús, conforme a un motivo que resulta muy cercano al de Pablo, cuando afirma que él está preso como cristiano por creer en la resurrección de los muertos (Hch 24, 15.21; 25, 23).

‒ Y los pobres reciben la buena noticia (11, 5). Pobres (ptôkhoi, mendigos) son aquellos que no pueden mantenerse por sí mismos, pues carecen de trabajo o medios para subsistir, a diferencia de los trabajadores de clase humilde (penêtes) capaces de alimentarse, aunque a costa de un duro esfuerzo. Evangelizar a esos mendigos no es darles un simple mensaje espiritual, sino abrir para ellos un camino (bienaventuranza: 5, 3), con lo que implica de cambio en sus condiciones personales y sociales, de forma que ellos puedan mantenerse (vivir) en dignidad y relacionarse en alegría con otros, y volverse así misioneros, curando a los mismos ricos, como supone el envío de 10, 8-10. Eso significa que la obra de Cristo es “buena nueva para los mendigos”, un cambio social que invierte las estructuras de conjunto de la vida, no sólo en Galilea, sino en todo el mundo conocido[2].

slide_28‒ Y bienaventurado aquel que no se escandaliza de mí (11, 6). Las obras anteriores (sanación, resurrección, liberación de los pobres…) definen la historia y proyecto de Jesús, que ha suscitado un  fuerte rechazo (¡promovido por la oligarquía aldeana de Galilea!), de manera que él mismo se ha visto obligado a completar su respuesta añadiendo: ¡Bienaventurado el que no se escandaliza de mí! Es como si Jesús temiera el “escándalo” no sólo de Juan, sino, y sobre todo, del conjunto de la población, resignada a mantener su estatuto social.

   En un sentido, era más fácil el mensaje del Bautista: Que venga el juicio de Dios y transforme las condiciones del mundo, a la fuerza, desde arriba… Más difícil resulta el “milagro” que Jesús propone: Un  cambio que debe realizarse desde dentro de la misma vida, no por juicio exterior o imposición, sino por nueva creación, no a la fuerza (con hacha, huracán y fuego…), sino por transformación personal y social de los campesinos de Galilea[3]. Leer más…

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Destierro, desconcierto y paciencia. Domingo 3º Adviento. Ciclo A.

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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jesus-mas-cerca-de-los-q-sufren-12-12-10Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Las lecturas no tienen relación entre ellas, pero siguen en la misma onda de los domingos anteriores. La primera (de Isaías) vuelve a tratar uno de los grandes problemas antiguos y actuales: el de los deportados y desplazados. El evangelio se relaciona de forma muy estrecha con el del domingo precedente (que este año no hemos leído debido la solemnidad de la Inmaculada): la actividad de Jesús provoca el desconcierto de Juan Bautista. La carta de Santiago ofrece un nuevo consejo para vivir el Adviento.

  1. Destierro y repatriación de hace siglos; refugiados y desplazados de ahora

            Los dos primeros domingos de Adviento nos recuerdan los graves problemas de la guerra y las injusticias, ofreciendo como contrapartida la esperanza de la paz y un nuevo paraíso. El texto de Isaías de este tercer domingo aborda otra de las grandes experiencias que tuvo el pueblo de Israel: la del destierro.

            La primera deportación importante la sufrieron los israelitas del norte a finales del siglo VIII a.C. (año 720). Pero las más famosas fueron las que tuvieron como protagonistas a los judíos a comienzos del siglo VI a.C. (años 598 y 586). Fue grande la tragedia, angustia y odio que provocaron estas deportaciones. Pero más fuerte aún fue en muchos casos, no siempre, el deseo de volver a la patria. Numerosos textos proféticos en los libros de Jeremías, Ezequiel, Isaías, anuncian esta repatriación.

            En esta línea se orienta la primera lectura del tercer domingo de Adviento. Para comprenderla debemos recordar que el camino de miles de kilómetros entre Babilonia y Jerusalén no era entonces (tampoco ahora) una maravillosa autopista transitada por cómodos autobuses con aire acondicionado. Cualquier caravana que hacía ese largo recorrido tenía la impresión de atravesar un terrible y árido desierto. Un grupo del que formaran parte ancianos, mujeres embarazadas, niños, podía desanimarse fácilmente ante la difícil empresa. El profeta los anima con palabras enormemente poéticas.

oasis

            El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría.

            Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios.

            Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis.»

            Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.

            Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará.

         Volverán los rescatados del Señor, vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.

            Esta lectura del tercer domingo nos obliga a pensar en tantos millones de personas que se encuentran en la misma situación que los antiguos israelitas y necesitan como ellos una palabra y una acción que les lleve esperanza y consuelo.

  1. Desconcierto (Mt 11,2-11)

            Si el domingo pasado hubiéramos leído el evangelio correspondiente al segundo de Adviento, habríamos oído a Juan Bautista hablar de un Mesías enérgico, con el hacha en la mano dispuesto a talar todo árbol improductivo, y con el bieldo para quemar la paja en el fuego. Sin embargo, las noticias que le llegan a la cárcel de la actividad de Jesús son muy distintas.

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos:

«¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»

Jesús les respondió:

-«Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»

            El comienzo es muy significativo: «Juan se enteró… de las obras que hacía el Mesías». No dice Jesús, sino el Mesías. Y «las obras» se refiere a todo lo que se ha contado anteriormente: palabras, curaciones, misión. Pero lo que debía animar a Juan provoca en él la duda. Había esperado un Mesías que solucionase definitivamente los problemas; dispuesto a cortar el árbol que no diese buen fruto (3,10), a distinguir entre el trigo y la paja, para quemar lo inútil en una hoguera inextinguible (3,12). Jesús le falla; al menos, lo desconcierta. Actúa de forma muy distinta a como actúa él: no va vestido con una piel de camello, no se alimenta de langostas y miel silvestre, no enseña a rezar a sus discípulos, no les obliga a ayunar, en vez de a dar hachazos se dedica a curar enfermos y contar historias bonitas. Juan, después de estar convencido de que Jesús era el Mesías esperado, se pregunta ahora ‒y le pregunta‒ si hay que seguir esperando a otro.

            La respuesta de Jesús es desconcertante a primera vista: repite lo que Juan ya sabe. Los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Sin embargo, es distinto saber y comprender. Y las obras del Mesías se comprenden cuando son contempladas a la luz de la Escritura. No se trata de saber que Jesús ha curado a dos ciegos, a un mudo, o a un leproso. Lo importante es que en todo eso se está cumpliendo lo anunciado por los antiguos profe­tas.

“Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abri­rán,

saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará” (Is 35,5)

“Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán,

despertarán jubilosos los que habitan en el polvo” (Is 26,19)

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.

Me ha enviado para la buena noticia a los que sufren” (Is 61,1)

            A partir de esas promesas elabora Jesús su respuesta, que pasa de la enfermedad física (ciegos, cojos, leprosos, sordos) a la muerte y a la evangelización de los pobres. A partir del libro de Isaías se podría haber construido una imagen muy distinta, más en la línea de Juan Bautista. Jesús elige la que solo subraya lo positivo. Y esto puede provocar una reacción en contra. Por eso termina con un serio aviso: «¡Dichoso el que no se escandalice de mí!» Esto es lo que los discípulos de Juan deben comunicarle en la cárcel.

            Este episodio es muy importante para examinarnos de nuestra imagen de Jesús. Generalmente partimos de que Jesús es el Hijo de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad. Por consiguiente, cualquier cosa que diga o haga debe ser perfecta. Esta actitud es muy peligrosa porque impide profundizar en la fe.

            Las palabras y las obras de Jesús desconcertaron a Juan Bautista, escandalizaron a los escribas y fariseos, no fueron entendidas por los discípulos. Es absurdo pensar que nosotros no tendríamos ninguna dificultad en aceptarlas.

            El episodio anterior puede dejar mal sabor de boca con respecto a la figura de Juan Bautista. Por eso, el evangelio añade unas palabras de Jesús sobre él.

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:

-¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti.” Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.

            Para comprender este pasaje hay que recordar un dato fundamental. Nosotros siempre hemos visto a Juan Bautista en relación con Jesús. Su única misión era anunciar la venida del Mesías. Esto significa una simplificación muy grande. En los ambientes judíos de comienzos del siglo I, Juan Bautista era más conocido que Jesús; y sus discípulos llegaron a Grecia antes incluso que los cristianos. Por otra parte, los episodios ante­riores demuestran que los discípulos de Juan Bautista no perdie­ron su identidad al aparecer Jesús, sino que siguieron vinculados a Juan, viviendo según sus enseñanzas (por ejemplo, con respecto al ayuno).

            Se creó, entonces, entre los discípulos de Jesús y los de Juan cierta tensión sobre quién de los dos era más importante. Aquí se aborda el tema, exaltando a Juan y, al mismo tiempo, poniéndolo en su justo sitio.

            Las afirmaciones son bastante distintas, y a veces enigmáticas. Ante todo, Jesús elogia las cualidades humanas de Juan: firmeza, austeridad. Pero es más que un asceta: es un profeta, e incluso más que eso: el mensajero que prepara el camino del Señor, «el Elías que tenía que venir» (Ex 23,20; Mal 3,1). Por eso, «no ha nacido de mujer nadie más grande que Juan Bautista».

            Sin embargo, la dignidad de Juan radica precisamente en ser el precursor de Jesús, y se queda en el ámbito del Antiguo Testamento. Por eso, «el más pequeño en el Reino de Dios [en la comunidad cristiana] es más grande que él». Esta frase resulta muy dura, pero encaja en la idea bíblica de que los hombres no son lo importante sino Dios y lo que él hace. Encandilarse con la grandeza de las personas, incluso de los mayores santos, no es un buen método para valorar la acción de Dios.

  1. Paciencia (Snt 5,7-10)

El tercer consejo procede de la carta de Santiago y se centra en la paciencia y el aguante, poniendo como ejemplo a personas tan distintas como los campesinos y los profetas.

Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca. No os quejéis, hermanos, unos de otros, para no ser condenados. Mirad que el juez está ya a la puerta. Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor.

  El problema de fondo es el retraso de la vuelta de Jesús, que los primeros cristianos esperaban muy pronto. Por eso el autor de la carta insiste en que «la venida del Señor está cerca» y que «el juez está ya a la puerta». La Iglesia terminó aceptando que la vuelta de Jesús no sería inminente, pero los consejos de la carta siguen siendo válidos para los momentos en los que la vida nos exige paciencia y fortaleza en los sufrimientos.

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Tercer Domingo de Adviento. 15 diciembre, 2019

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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Jesús les respondió:
“-Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: las ciegas ven y las inválidas andan; las leprosas quedan limpias y las sordas oyen; las muertas resucitan, y a las pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichosa quien no se sienta defraudada por mí!”

(Mt 11, 2-11)

En el evangelio de este domingo se nos presenta de nuevo la figura de Juan. Igual de decidido que la semana pasada pero también confuso. Se encuentra en prisión y sabe que las cosas pueden empeorar para él. Tiene muy clara su vocación: él no es el Mesías, él simplemente anuncia la llegada del Mesías. Oye hablar de  lo que hace y dice Jesús, y todo junto le confunde. Jesús no es exactamente el tipo de Mesías que esperaba Juan. Por eso, desde la cárcel le envía a sus discípulos con una pregunta directa: “¿eres tú el Mesías o tenemos que esperar a otro?”

Pero la respuesta de Jesús, como siempre, obliga a la responsabilidad y a la toma de postura. Podría haberle dicho: -Juan, tranquilo, yo soy el Mesías, aunque vemos a Dios de distinta manera, no te preocupes que conmigo no te equivocas.

Sin embargo, en lugar de una respuesta tranquilizadora, lo que hace es obligar a Juan a hacer uso de su libertad. Le lleva a otra manera de ver a Dios y de ser Mesías. (Recuerda que la semana pasada Juan nos hablaba de un Dios bastante enfadado, esperando la conversión con el hacha en la mano…)

Jesús le dice: -Nada de hachas, Dios no es un juez permanentemente enfadado. La Buena Noticia es que Dios no se cansa de darnos nuevas oportunidades y sus preferidas son las personas marginadas, aquellas que la Ley y la sociedad han dejado fuera del sistema. Y luego añade: -¡Dichosa quien no se sienta defraudada por mí! Que sería lo mismo que decirle: -Juan o rompes la imagen de Dios que tienes y te vuelves al Dios de la Vida o no podrás ser feliz.

Y nosotras podemos pensar qué imágenes de Dios nos tienen atrapadas sin dejarnos salir tras la huellas del Dios Vivo.

Oración

Dichosa quien no se sienta defraudada por mí. Quien sepa ver en la liberación de quienes más sufren la mano de Dios presente en la historia.

Dichosa la que se deje abrir los ojos a la novedad del Reino. La que se deje movilizar por todo aquello que devuelve la dignidad a las últimas de las últimas.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Te sentirás defraudado si confías en lo externo.

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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1198252518_fMt 11, 2-11

Después de haber hablado de la vida pública de Jesús durante ocho capítulos, el evangelio de Mt vuelve a hablar de Juan de una manera sorprendente. Mt ya nos ha dicho quién es Jesús, pero Juan desde la cárcel no las tiene todas consigo. La pregunta de los enviados es muy concreta, pero él responde a dos cuestiones muy distintas. De sí mismo responde de manera indirecta con lo que dice Isaías del Mesías. De Juan responde por su cuenta y riesgo, de una manera también sorprendente. El relato que nos propone el evangelio de hoy es desconcertante. El Precursor dudando que el anunciado sea auténtico.

¡Cómo que Juan no sabía quién era Jesús! ¿No había dicho que no era digno de llevarle las sandalias? ¿No había dicho que su bautismo era solo de agua, que él bautizaría con Espíritu Santo? ¿No había dicho que él era el que tenía que ser bautizado por Jesús? ¿No había visto al Espíritu bajar sobre él? ¿No había oído la voz del cielo: Este es mi Hijo amado? ¿A qué viene ahora la pregunta ingenua de, si es o no es, el que ha de venir? Podría reflejar la duda por no responder a las expectativas que había sobre el mesías.

Una vez más recordamos que los evangelios no son crónicas de sucesos. Aunque algunas veces puedan hacer referencia a hechos que sucedieron, la intención al relatarlos es aclarar problemas teológicos. El tema que se propone hoy fue muy difícil de resolver para los primeros cristianos, que eran judíos. Su mensaje y su manera de comportarse, nada tenía que ver con lo que los judíos de su tiempo esperaban del Mesías. No se trata de hablar de Juan, cuanto de intentar que todos se den cuenta del significado de Jesús.

Los evangelios nacen en una cultura oriental, completamente distinta de la cultura grecorromana donde se desplegó más tarde el cristianismo. En aquella cultura, la manera de comunicar verdades era el relato. Contando una historia, se le dice al interlocutor lo que se le quiere comunicar. Nada que ver con la cultura grecorromana, que había desarrollado un lenguaje lógico, discursivo, racional, que por medio de silogismos accedía y comunicaba la verdad. Sigue siendo una catástrofe para la interpretación del evangelio que nos empeñemos en mirarlo como lenguaje lógico.

Da verdadera pena oír hablar de los relatos de la infancia de Lc y Mt como si fueran historia, cuyo objetivo es comunicarnos lo que pasó. Y todo, sin hacer puñetero caso a los exégetas que llevan más de dos siglos diciendo que esa no es la manera adecuada de entenderlos. No sólo distorsionamos los textos, haciéndoles decir lo que no dicen; sino que nos quedamos sin el verdadero y profundo mensaje, y esto es mucho más grave. Podéis imaginar lo que yo siento cuando veo a una persona salirse de la iglesia por oírme decir que esos relatos no son historia. No hay manera de superar los prejuicios.

Contadle a Juan lo que estáis viendo. No les está diciendo que su misión es curar a los inválidos. Lo que hace Jesús es recordar la manera de hablar de Isaías, para que Juan asociara lo visto con los tiempos mesiánicos anunciados. Ni todos los leprosos van a quedar limpios, ni todos los sordos van a oír, (en realidad no llegan a una docena los milagros que nos cuentan los evangelios). También nos dice Isaías que el lobo habitará con el cordero y la pantera se tumbará con el cabrito, que el desierto y el yermo se regocijarán, que se alegrarán el páramo y la estepa. Estas imágenes no tenemos más remedio que entenderlas como símbolos. ¿Por qué esperamos que las otras no lo sean?

¿Por qué habla de ciegos, sordos, cojos, inválidos, leprosos, y muchos otros colectivos que siguen siendo objeto de marginación? El texto quiere decir que la llegada del Reino tendrá consecuencias para todos, pero sobre todo para los más desfavorecidos. Quiere decir que el que acoja el Reino, saldrá de la dinámica de la opresión y entrará en la del servicio. Por cierto, entre los signos de la presencia del Mesías no hay ni un solo signo religioso. Esto tenía que hacernos pensar. Los cristianos nos olvidamos con frecuencia que, para Jesús, lo primero es el hombre; incluso antes que el culto (Dios).

La buena noticia, que se anuncia a los pobres, es que Dios es Abba para todos. La noticia de que la salvación viene de Dios y ya se la ha concedido a todos. La noticia de que Dios no va a pedirnos cuenta de nuestros pecados, sino que nos ha liberado ya de todos ellos. La noticia de que no son los sabios y entendidos los que descubrirán ese Dios sino los sencillos. La noticia de que no son los que detentan el poder, sea civil o religioso, los que están más cerca de Dios, sino los que lo sufren y padecen. La noticia de que no son lo “buenos” los que encontrarán a Dios de cara, sino las prostitutas y los pecadores.

Ni Juan ni los apóstoles estaban capacitados para entender a Jesús. Su figura no se ajusta al Mesías que ellos esperaban. Jesús rompe todos los moldes, desbarata todas las expectativas. Lo que aporta va en la dirección contraria de lo que esperaban. No viene a imponer nada, sino a proponer una dinámica de servicio. Su actitud de no-violencia, de no defenderse de los enemigos, de no destruir al adversario, escandaliza a todos, incluido a Pedro. No sólo no viene a imponer “justicia” sino que acepta la injusticia en su propia carne. De ahí la frase final de Jesús: “y dichoso el que no se escandalice de mí”.

El Reino no lo hacen presentes los ciegos o sordos o cojos curados, sino el que se preocupa de ellos. Por no tener esto en cuenta, creemos que lo importante es librar al pobre de sus carencias. El objetivo primero debe ser librarme yo de mi inhumanidad. Incluso para un ciego, más importante que ver, es recuperar su humanidad machacada por el que le desprecia. Que esa disponibilidad sea para con un rico o para con un pobre, no tiene ninguna importancia; lo que importa es la actitud. Tampoco importa que al necesitado se le dé un millón o sólo una sonrisa; en ambos casos allí está Dios.

Esa advertencia sirve también para nosotros. Seguimos escandalizándonos porque la salvación que Jesús nos trajo no responde a la que nosotros seguimos esperando. Seguimos sin enterarnos de que el amor que predica Jesús es absolutamente eficaz solo si se hace vida, pero es inútil si se queda en teoría. El amor nunca se pondrá al servicio de nuestro ego para alcanzar provecho personal. El amor va siempre en dirección a los demás y se olvida de sí. Nos empujará siempre a desprendernos de nuestro ego. El amor compasivo es nuestra verdadera naturaleza. El egoísmo es nuestra destrucción.

La inmensa mayoría de las miserias humanas no están a la vista. Todos estamos rodeados de carencias, más importantes que las estrictamente vitales como pueden ser alimento y vestido. La falta de alimento me puede matar biológicamente, pero la falta de amor me mata como ser humano. Todos necesitamos ayuda de los demás en mil aspectos, que ni siquiera queremos reconocer. Pero también yo puedo ayudar a todos los seres humanos que encuentro en mi camino. Cada uno necesitará algo distinto, pero puedo estar seguro de que todos esperan algo de mí. Entraré en la dinámica del Adviento cuando haga presente el Reino, no defraudando al que espera algo de mí.

Meditación

Todos nos sentimos de una u otra manera defraudados.
La realidad no se presenta como nosotros la queremos.
Seguimos esperando que Dios arregle el mundo.
La preocupación inmediata por nuestro ser biológico
puede impedir el descubrimiento de nuestro ser más profundo
y arruinar nuestras posibilidades como seres humanos.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Una caña en el desierto.

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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4CDB1E18-D4BF-4D7D-B876-72CBC6F82840Necesito a Jesús y no a algo que se le parezca (C. S. Lewis)

15 de diciembre. DOMINGO III DE ADVIENTO

Mt 11, 2-11

Cuando se marcharon, se puso Jesús a hablar de Juan a la multitud: ¿Qué salisteis a contemplar en al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento

Estas afirmaciones son una construcción literaria que dejan claro quién es Juan y quién es Jesús, sin duda, con características peculiares.

Lo que también debe ser construcción literaria es lo que San Juan evangelista dice en Apocalipsis 1, 7: “Mira que llega entre las nubes: Todos los ojos lo verán”, pues lo que indudablemente es cierto, es que ni llegará entre las nubes ni lo verán nuestros ojos.

Para nosotros los cristianos, lo más transcendente y vital de todas estas desconcertantes visiones, es descubrir la realidad de todo ello, cosa no fácil a lo que parece fue, para las primeras comunidades cristianas.

¿Pero nos han marcado pautas para hacerlo? Los que seguían a Jesús eran hombres y mujeres comunes y corrientes, que ayudaban a los marginados, que vivían viajando, casi siempre sin ningún techo sobre sus cabezas y pasaban gran parte de su tiempo aprendiendo, contemplando en silencio y preparándose para llevar la Buena Nueva al mundo entero, sin forzar voluntades.

Otra característica suya, posiblemente la más destacada era ésta, “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, de Lucas 22, 39, de donde se deriva la necesidad de no ser severo ni juzgar a los demás innecesariamente, porque existe solo un único Juez.

El rabino Akiva ben Iosef, fue  uno de los sabios tanaim, que vivió a finales del sigo I y principios del II, dice que este es el propósito de toda la enseñanza y revelación de la Torá, y que “ama a tu prójimo como a ti mismo” es la totalidad del propósito de todo trabajo espiritual, que la verdad es que cuando dice que tienes que amar a los demás como a ti mismo, en realidad es más que eso: tienes que preocuparte por ellos más de lo que lo haces por ti.

Un tanaim era un sabio que acompañaba a los jueces, citaba los textos cuando era solicitado y agregaba nuevos comentarios.

También todos debemos ser al menos un poco tanaim, y ser capaces de opinar sabiamente sobre cuestiones que nos incumben o incumben a los demás, como lo fueron en estas y otras cuestiones tantas personas.

La sabiduría es la habilidad de una persona para emitir juicios certeros basados en el conocimiento y la experiencia, una destreza que ha sido eminentemente valorada desde la antigüedad, desde las grandes tradiciones filosóficas y religiosas, que nos obliga a observar el mundo en tonos grises, no en blancos y negros únicamente.

Los sabios son especialistas en la que experto en estrategia Roger Martin llamaba el pensamiento integrador, que es la capacidad para mantener dos ideas diametralmente opuestas en su cabeza y saber conciliar éstas en cada situación.

El filósofo alemán (1724-1804) Immanuel Kant, fue claro al respecto: “El sabio puede cambiar de opinión, el necio, nunca”.

Como decía. S. Lewis (1898-1963) apologista cristiano:

“Necesito a Jesús y no a algo que se le parezca”

Y ahora cabe preguntarnos: Qué salimos a contemplar al desierto, ¿cañas sacudidas por el viento?

 

CONÓCETE A TI MISMO

Un director de orquesta necesita ser capaz
de pensar acústicamente, ser espontáneo,
conocer la partitura, dominar la técnica,
y comprender a los músicos.

El principio de la música de cámara es el diálogo,
comprender y respetar que cada instrumento hable de forma diferente,
que cada músico interprete la melodía de distinta manera,
y que al final, todos y todo se funden en el otro.

El Talmud y la Biblia nos enseñan,
no sólo a tratarnos a nosotros mismos,
sino también a nuestro prójimo.

Primer capítulo del Evangelio:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Los griegos lo interpretaron de este modo:
Γνῶθι σεαυτόν (Conócete a ti mismo),
Porque, como añadió la sibila del Olimpo:
Si te conoces a ti mismo, conocerás a los dioses.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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3_adv_aMt 11,2-11

¿Reconocemos a Jesús como el Mesías que esperábamos? ¿Descubrimos su presencia en esos signos de transformación de la sociedad, que parten del dolor de los marginados? ¿O seguimos esperando a otros mesías más acordes con nuestra mentalidad raquítica, o con los valores del momento?

El evangelio de hoy empieza, como tantos otros domingos, con el consabido “en aquel tiempo…” Según vamos leyendo seguro que nos damos cuenta de que sería igualmente exacto decir: “En estos tiempos… en nuestro tiempo…”

Porque hay personas, muchas, que se hacen o nos hacemos hoy, preguntas parecidas. Preguntas con menos calado quizá, en las que con frecuencia hemos perdido la referencia a Dios, fruto del secularismo que nos envuelve. Y cambiamos la pregunta sobre Jesús en preguntas sobre nuestras pobres aspiraciones o deseos. Algo así como: ¿qué o a quien tenemos que esperar? Porque dan o damos por supuesto que “tenemos que esperar” que tal como estamos no nos gustaría seguir.

Y en estos días, cercanos a la Navidad, escuchamos múltiples respuestas a nuestro alrededor, casi todas en el mismo sentido: “Tenemos que esperar al “Black Friday” para hacer nuestras compras, para adquirir todo lo que pensamos que vamos a necesitar en Navidad. Tenemos que esperar que nos toque la lotería y para ello “mantenernos unidos por un décimo”. Tenemos que esperar que se inaugure la iluminación de nuestras calles y luego salir a verlas, para convencernos de lo luminosa que va ser nuestra realidad social…

Pero el evangelio nos plantea la pregunta de otra forma. Nos plantea la pregunta definitiva, la que marca la diferencia esencial de nuestra vida: “¿Eres Tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” Esta pregunta estaba en el ambiente de la época, y resume en su brevedad toda la historia de Israel, una historia orientada por la esperanza de la llegada del Mesías.  Ante la presencia inquietante de Jesús que empieza a obrar y a hablar de manera muy distinta a la de Juan Bautista, muchos judíos discípulos de Juan se preguntan, ¿es este el Mesías que Juan anunciaba? Podemos imaginarnos el desconcierto de estos discípulos, y sus dificultades ante un posible mesías que no responde a sus expectativas, que no se hace valer expulsando a los romanos… ¿cómo es posible? Mateo, recoge esta preocupación en su evangelio poniendo la pregunta en boca del mismo Juan, ya en la cárcel. Así la pregunta tiene más autoridad.

Hoy, en un ambiente mucho menos religioso, también a nosotros nos invita el evangelio a preguntarnos y a preguntar a Jesús, ¿Eres tú? ¿Eres tú el que colma todas nuestras esperanzas o tenemos que seguir esperando a otros?

Y Jesús, como tantas otras veces, nos sorprende con una respuesta novedosa e inesperada. Nos ayuda a ver y oír la realidad que Él está inaugurando en aquel tiempo y hoy: “…los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio”.

Él, como Mesías está transformando la sociedad, pero el punto de partida es el dolor de los marginados. Se ha acercado a quienes no tenían nada, a quienes no podían acudir al médico, a quienes habían sido expulsados de los pueblos y ciudades y forzados a vivir en los cementerios para no contagiar. Su revolución empieza por un cambio social que devuelve la dignidad a cada hombre y mujer, empezando por los últimos. Ver, percibir ese cambio, conlleva un cambio de mentalidad, dirigirse a Dios de otro modo, reivindicar la justicia… No ha empezado en un programa electoral, sino en unos signos patentes y concretos. Pero como esos signos iban contracorriente de la mentalidad de entonces el riesgo era no entenderlos y escandalizarse.

Esta dificultad es la que también hoy podemos tener nosotros. El evangelio nos está invitando a ver estas señales e interpretarlas. Es el camino de la fe, que arranca de hechos visibles y conduce al reconocimiento de Jesús, como mesías, salvador. Es importante recordar que esta enumeración de las obras de Jesús, “los ciegos ven…” enlaza estrechamente con la promesa del mesías del profeta Isaías (Is 35, 5s; 61,1) y nos lleva a reconocerle, a no escandalizarnos de Él, aunque su lenguaje nos siga resultando sorprendente.

¿Reconocemos estos signos de su presencia transformadora? ¿Creemos en Él como nuestro Señor y Salvador o nos sentimos escandalizados, escandalizadas de su manera de obrar, de su forma de hablar de Dios y de relacionarse con Él? De nuestra respuesta sincera depende el que seamos “dichosos” o sigamos en el grupo de los eternos buscadores de pequeñas promesas que no llegan a colmar nuestra esperanza profunda de una vida plena.

Nuestra respuesta vital es también la clave que nos sitúa en referencia a Juan Bautista, a la dinámica del Antiguo Testamento, del cumplimiento de la Ley. El evangelio pone en boca de Jesús el gran piropo referido a Juan Bautista: “es más que profeta”. En el “escalafón” de los nacidos de mujer Juan ocupa el puesto principal, pero para Jesús hay otra manera de situarse: quien está en el Reino (no en los cielos, sino en la dinámica del reino) es o puede ser más grande que Juan.  A eso se nos invita a todos, esa es la gran posibilidad que se nos regala. Ojalá el evangelio de este domingo, tan próximo a la Navidad, nos ayude a responder a la pregunta con una fe firme, aun en nuestra fragilidad: ¡Tú eres el mesías, el que esperábamos!

Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp.

Fuente Fe Adulta

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Lo que esperamos ya está aquí

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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Puente-y-árboles.2-300x225Domingo III de Adviento 

15 diciembre 2019

Mt 11, 2-11

Los relatos evangélicos transmiten hechos concretos de la vida de Jesús, desde el filtro de la experiencia de aquellas primeras comunidades en las que nacieron, y con un objetivo catequético. Lo que buscan no es tanto fidelidad histórica –tal como la entendemos hoy–, cuanto sostener la fe de los discípulos y leer todo lo acontecido desde su propia experiencia creyente.

       Todo ello es patente en numerosas páginas del evangelio y, entre ellas, en lo que se refiere a la figura de Juan el Bautista. Carecemos de datos mínimos que nos permitan conjeturar qué papel jugó en la vida de Jesús, así como de la relación que mantuvieron. Sin embargo, los textos evangélicos fueron “adornando” progresivamente su figura hasta convertirlo, no solo en discípulo del Maestro de Nazaret, sino en “el más grande de los nacidos de mujer”.

         La catequesis de Mateo que leemos hoy arranca con una pregunta decisiva: “¿Eres tú o tenemos que esperar a otro?”. Decisiva porque toca una fibra muy sensible del ser humano, de la que brota una de las grandes preguntas kantianas: “¿Qué me cabe esperar?”.

         La respuesta de Jesús remite a “lo que estáis viendo y oyendo”. De ese modo, la catequesis cristiana lo presenta como el Mesías esperado o, mejor aún, como aquel en quien se realiza la plenitud de los tiempos, tal como había escrito Pablo –no olvidemos que los escritos paulinos son anteriores a los evangelios– en la carta a los Gálatas (4,4): “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su propio Hijo”. Lo que encontramos, por tanto, en el texto de Mateo es una confesión de fe de aquella primera comunidad.

         Sin embargo, y sin negar la legitimidad de esa lectura, la comprensión transpersonal ahonda más, al hacernos ver que lo que esperamos ya está aquí. En profundidad, somos ya todo aquello que buscamos. Es una trampa situar la plenitud “fuera” o en el “futuro”. Se trata solo de despertar, caer en la cuenta, comprender… y vivir anclados y en conexión con lo que somos. De esa conexión brotará en todo momento la acción adecuada, más creativa y más eficaz que nunca.

¿Vivo en la esperanza o en la comprensión?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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¿Tu verdad? No, La verdad y ven conmigo a buscarla: (al desierto); la tuya guárdatela.

Domingo, 15 de diciembre de 2019
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002Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

  1. la vida es un desierto.

Juan Bautista y frecuentemente Jesús se retiraban al desierto

         La vida es un desierto, un amino muchas veces áspero y lleno de dificultades. Pero el desierto es el camino hacia la libertad (Éxodo). El camino del desierto es duro; por el desierto se va con lo imprescindible, es el lugar de la aridez y del vacío.

         Atravesamos muchos desiertos en la vida: crisis de salud, crisis morales, conflictos matrimoniales – familiares, angustias psíquicas, indignaciones ante situaciones sociales y eclesiásticas.

         Podemos escuchar a Dios en situaciones de bonanza, pero también en la marginalidad y dureza de nuestra existencia. El camino después del Éxodo, Job, Juan Bautista, el mismo Jesús vivieron el desierto

Es difícil -¿imposible?- escuchar a Dios en el aturdimiento de la vida, La Palabra es imposible en el black Friday, o en la vorágine de los viajes.

La Palabra de Dios vendrá sobre nosotros como le vino a Juan Bautista en el silencio y vacío de nuestro propio desierto.

La Palabra vino sobre Juan Bautista. La Palabra no vino sobre Tiberio, Herodes, Anás o Caifás, (poderes político – religiosos). Vino sobre un hombre marginal, en el desierto: Juan Bautista.

         La Palabra no está en las grandes concentraciones o en los grupos de poder, etc., sino que está en las gentes sencillas y pobres de las periferias, en las iglesias de las diásporas, en los pobres.

En el desierto de la vida hay mucho que escuchar. En silencio percibimos la libertad, la ética, el bien y el mal, la gracia y el amor de Dios y de nuestros hermanos, la cercanía de la comunidad, el alimento, los sufrimientos, la fuerza de la enfermedad y de la vida, etc. En la profundidad del silencio percibimos el sentido de la vida, la esperanza, el horizonte, el ser.

El desierto es duro, el camino largo. Dice el sacerdote, nieto del filósofo Eugenio d´Ors:

El silencio crea una cierta adicción. Tiene una primera fase, primerísima, de encantamiento. ¡Qué paz! ¡Qué bien se está!, nos decimos. Pero bastan pocos minutos, o en el mejor de los casos, horas, para que esa agradable sensación se disipe y el silencio muestre su cara más árida: el desierto.[1]

La Palabra no nos viene en una hoja que llega del Obispado, ni en los pactos políticos, sino que la Palabra, la razón, la sensatez nos sobreviene en el silencio del desierto de la vida.

La esperanza del desierto es el futuro.

  1. Juan Bautista no era un hombre convencional.

         Juan Bautista no parece que fuera un arrivista o un hombre del “sistema político ni eclesiástico”:

No vestía a la moda (Mt 3,4 / 11,8), más bien con piel de camello No comía en restaurantes de “estrellas Michelin”, sino más bien “en el banco de alimentos” (Mt 3,4): saltamontes y miel silvestre. Tenía una palabra recia que clamaba con energía contra el sistema: fariseos y saduceos: Raza de víboras… (Mt 3,7)

Por eso estuvo en la cárcel y por eso fue degollado por Herodes.

Juan Bautista fue un hombre que no se colgó medallas ni se arrogó méritos. Fue un hombre que buscó y remitió a Xto.

Es una noble actitud en la vida: no ser acomodaticio y arrivista, estancado en los sistemas eclesiásticos o políticos. Juan Bautista fue un hombre audaz que amaba la verdad y hacia ella, hacia Xto, encauzó a los suyos.

  1. Hay que salir.

Jesús -por tres veces- dice a la gente: ¿qué salisteis a ver? (Éxodo) Salir y ver: dos cuestiones harto difíciles para quienes o para cuando estamos instalados.

¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta?

Francisco, obispo de Roma, subraya con energía que hemos de ser una Iglesia en salida, en Éxodo. Vivir en Éxodo es una postura muy cristiana: estar siempre en actitud de búsqueda, dejando nuestras trincheras y cuarteles de invierno.

         Vivir en actitud profética: intentar leer la vida en profundidad es algo muy humano y cristiano.

Dejémonos de instalaciones faraónicas, patrimoniales y dejemos de lado la frivolidad de las cañas vacilantes de la moda y pancartas ondulantes de las grandes concentraciones y manifestaciones donde el “yo” se diluye en masas amorfas.

         Ser mensajeros de la Palabra, del sentido es una noble tarea y dedicación en la vida. Vayamos por los mundos de Dios siendo testigos de Cristo, como Juan Bautista.

No nos escandalicemos del Evangelio

[1] Pablo D´Ors, Biografía del silencio, Madrid, Ed Siruela, 2012, p 77. Curiosamente al pobre hombre le andan ya metiendo en la heterodoxia eclesiástica, ¡por hablar del silencio!

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