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21.X.18. Quien quiera ser mayor sea el menor de todos

Domingo, 21 de octubre de 2018

0bd4e1feabfe0fcfef783b59195fa43fDel blog de Xabier Pikaza:

Domingo 29. Ciclo B. Mc 10, 35-45. Éste es un texto “eclesial”, quizá el más importante del evangelio de Marcos, elevado como advertencia para aquellos que utilizan a Jesús para obtener un poder religioso, social o económico sobre los demás, a quienes en vez de ayudar explotan y dominan.

Es, al mismo tiempo, un texto político, 
hincado en el centro del evangelio, como señal para todos los que quieren tomar el poder para aprovecharse de los demás, como clase explotadora o extractiva (que no produce, sino que extrae a los demás lo que producen).

Es un texto que se ha utilizado más veces como advertencia para cristianos, pero que ha de aplicarse también (sobre todo) a la Iglesia en su conjunto, y con ella a la misma sociedad.
Tomo lo que sigue de mi comentario de Marcos. Buen domingo.

Texto a: Mc 10, 35-37. Petición. A tu derecha y a tu izquierda

35 Y se le acercaron Jacob (=Santiago) y Juan, los hijos de Zebedeo, diciéndole: Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte. 36 Jesús les preguntó: ¿Qué queréis que haga por vosotros? 37 Ellos le contestaron: Concédenos que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria.

Históricamente han podido pensar en un reino político, que Jesús instaurará en Jerusalén, tan pronto como lleguen allí (a pesar de los anuncios de derrota y muerte de Jesús). Es evidente que estos zebedeos han querido reinar con Jesús, ellos dos, de un modo especial, ciertamente con los Doce (como recuerda el logion de los Doce tronos de los elegidos de Jesús: cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30), pero situándose por encima de los otros diez (incluido Roca).

Al presentarles así, como deseosos de mando, Marcos está evocando lo que ha sido, a su juicio, el elemento esencial de la iglesia de los zebedeos, que debía instaurarse de un modo glorioso en Jerusalén, sin haber entendido la lección de la cruz, y sin volver a Galilea (como pedirá el joven de la pascua en 16, 6-7) .

Partiendo de este relato, se puede añadir que el mayor riesgo de la iglesia no se encuentra fuera (en escribas judíos y gobernadores romanos), sino en sus propios miembros, que, con pretexto de servicio mesiánico y acción liberadora, quieren mandar sobre los otros. Jacob y Juan son hermanos que (en vez de combatirse como Caín y Abel) se unen entre sí, para imponer su dominio sobre el resto de los Doce (y sobre todo los otros).

Ellos conservan el nombre de su padre (Hyioi Zebedaiou: Hijos de Zebedeo) y parecen buscar dentro de la iglesia un tipo de poder paterno, uno a la derecha, otro a la izquierda de la gloria de Jesus (10, 37). De Jacob sabemos que fue ejecutado por Agripa, en torno al año 44, quizá por sus pretensiones de “poder” (cf. Hech 12, 2).

b. 10, 38-40. Respuesta. Beberéis mi cáliz

38 Jesús les replicó: No sabéis lo que pedís. )Podéis beber el cáliz que yo he de beber, o ser bautizados con el bautismo con que seré bautizado? 39 Ellos le respondieron: Sí, podemos. Jesús entonces les dijo: Beberéis el cáliz que yo he de beber y seréis bautizados con el bautismo con que yo seré bautizado. 40 Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado.

Jesús no acepta, ni rechaza lo que piden los Zebedeos, sino que niega su misma petición como carente de sentido: «¡No sabéis lo que pedís!» (10, 38). Los zebedeos han seguido a Jesús y, sin embargo, no entienden su propuesta, no comprenden que él no quiere ocupar un trono (¡no quiere reinar!), sino regalar la vida por los demás, para que todos, hombres y mujeres (y en especial los más necesitados), sean “reyes”. Estos zebedeos, que llevan largo tiempo con Jesús no saben ni lo más elemental: ¡Jesús no busca el primer trono, ni para sí, ni para los demás, pues su Reino no puede entenderse en línea de “toma de poder”!

Ésta es la paradoja: Ellos pueden morir y morirán por Jesús, pero sin haberle entendido del todo (según Marcos). Otros muchos murieron por la causa de Israel, en la gran guerra del 66-73 d.C. (hasta la toma de Masada), y de ellos habla con admiración y distancia Flavio Josefo. Pero no murieron como Jesús, sino de otra manera (por otros caminos, con otros intereses).

El tema no es mandar, sino regalar la vida. Así les pregunta Jesús: “¿Podéis beber mi cáliz, bautizaros con mi bautismo?” (10, 38-39a). Ellos desean mandar con Jesús, para imponerse. Jesús les pregunta si pueden seguirle en su entrega, entregando su vida. Frente a la gloria que buscan en él, Jesús les ofrece su camino de entrega, expresado en el signo del cáliz (que significa solidaridad y muerte) y en la señal del bautismo (que implica también muerte: quedar bajo el poder de las aguas destructoras). En el fondo les pregunta si están dispuestos a morir con (como) él. Ellos responden que sí: ¡podemos! Ciertamente, no son miedosos o egoístas vulgares.

(a) Los zebedeos piden trono, pero Jesús sólo les puede ofrecer su propio gesto de entrega de la vida, garantizando su fidelidad en el camino mesiánico: «El cáliz que yo bebo beberéis, con el bautismo con que yo soy bautizado os habréis de bautizar» (10, 39). De esa manera, ellos reciben y realizan la misma vocación del Hijo del hombre, en gesto de entrega de la vida. Esto es lo que Jesús puede ofrecer a los que vengan a seguirle, subiendo con él a Jerusalén. Eso significa que los zebedeos han seguido a Jesús, e incluso han muerto por él, pero no lo han hecho de forma verdadera (en gesto de puro servicio de amor).

(b) Jesús no puede darles un trono sobre otros, sino ofrecerles un lugar en su camino de entrega, poniéndose (y poniéndoles) en manos de Dios. Lo mismo ha de pasar a los demás discípulos: «Sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa que yo pueda concederos, sino que es para aquellos para los que ha sido reservado» (10, 40). Jesús deja la Gloria en manos de Dios Padre (como indica el pasivo divino de hetoimastai: a los que Dios lo ha reservado), pero sabe que ella no consiste en sentarse en unos tronos sobre los demás, sino en compartir la vida con todos.

Esta unión de cáliz y trono, de entrega actual de la vida (con Cristo) y de herencia del reino futuro (desde Dios) constituye el centro y clave del discipulado. Lo más consolador en ese texto no es el hecho de dejar la gloria (trono) en manos de Dios (sabiendo que Dios no concede a nadie un trono para imponerse sobre otros), sino la afirmación de que los zebedeos podrán beber el cáliz con el Cristo, aunque, quizá, de un modo todavía no perfecto: le seguirán hasta el final en un camino de entrega de la vida (como otros miles y miles de judíos la han entregado por la causa de su pueblo), pero sin haber recorrido todo el camino de Jesús tal como Marcos lo está presentando, pues Jacob Zebedeo fue ajusticiado en torno al 41-44 d.C., antes que Marcos hubiera escrito su evangelio (en torno al 70 d.C.).

c. 10, 41-45. Enseñanza. No ha venido a que le sirvan

41 Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Jacob y Juan. 42 Jesús los llamó y les dijo: Sabéis que los que parecen mandar a las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen. 43 No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; 44 y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos. 45 Pues tampoco el Hijo del Hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos.

Los diez se indignan contra Jacob y Juan, no porque rechazan su visión del reino, sino porque aceptándola quieren ser ellos los que ocupen los primeros puestos de poder a derecha e izquierda de Jesús. Jesús les ofrece una cosa (colaborar con él en la implantación del Reino) y ellos quieren otra: Sentarse en unos tronos, reinar en este mundo. Piensan que hay poder en medio. Hay quizá dinero.

Éste es el engaño de los que quieren mandar: Creen lo que quieren creer, miran aquello que les conviene y seleccionan las informaciones de tal modo que sólo aceptan aquellas que concuerdan con sus convicciones previas. Esto es lo que pasa con los Doce. Jesús les ha ofrecido su enseñanza más profunda, pero ellos no han podido (o querido) entenderle. De esa forma han convertido la misma vocación (llamada) de Dios en autoengaño. Pensando escuchar a Jesús, estaban escuchándose a sí mismos.

Según Marcos, el último enemigo del Reino de Dios (después de la riqueza: 10, 17-31) el deseo de poder que oprime precisamente a los mejores (es decir, a los discípulos de Jesús); un deseo que ha estado (o está) en el fondo de la gran protesta judía del 66-73 d.C., que ha fracasado (o fracasará) porque, en el fondo, sigue las normas y principios de poder del mundo. Jesús ha debido enfrentarse con ese enemigo, queriendo superar en su comunidad los esquemas de una jerarquía genealógica (familias sacerdotales), organizativa (cuadros de mando que se perpetúan según ley) o incluso carismática (si es que va en línea de poder). Así lo indica este pasaje, que consta de tres partes:

1. Principio, una teoría sobre el poder, que se aplica tanto a Roma como a los rebeldes judíos del 66-73 d.C. (10, 42). Siguiendo una línea de profetismo crítico, abundante en la historia de Israel, Jesús desentraña la trama oculta del poder, con lección de durísima política, siguiendo la línea de los profetas de Israel: «Sabéis que los príncipes, los grandes…» (10, 42). De esa forma alude a una conducta que a su juicio es clara entre los grandes (arkhontes, megaloi) de este mundo (que pueden ser los soldados Roma o los los líderes de la guerra judía de esos años).

Aunque digan otra cosa, aunque pretendan tener otros ideas (extender la paz romana, liberar al pueble…), mandar es para ellos dominar y aprovecharse de los otros. Esta búsqueda de mando destruye la paz entre los hombres. Por eso los discípulos de Jesús (toda la Iglesia) tienen que dejar a un lado los métodos de fuerza, imposición y dominio que otros utilizan en el mundo. Es evidente que un tipo de poder, entendido como dominio sobre los demás, se opone a la gracia de reino de Jesús, y así deben saberlo sus discípulos.

Podemos suponer, incluso, que Jacob y Juan no buscan directamente un poder militar o político, sino un tipo de autoridad y prestigio “espiritual”, en la línea de la tradición más sagrada de Israel, dentro de una visión jerárquica de la realidad, que relaciona presencia (revelación) de Dios y triunfo nacional. Podemos pensar incluso que ellos quieren mandar en línea buena, para ayuda de los demás, como servidores del Dios poderoso. Pero Jesús no les distingue de aquellos que mandan en forma pervertida. No hay para él un poder malo (propio de los gentiles) y otro bueno (que sería propio de sus discípulos). Todo poder es en el fondo destructor, toda imposición es mala. Por eso, no quiere mejorar el poder (convertirlo), sino superarlo de base, esto es, negarlo.

2. Inversión, Dios más allá del poder (10, 43-44). Jesús no necesita el poder económico del rico (10, 17-22) ni el mesiánico de los zebedeos (no ha venido a conquistar el imperio romano) ni el sacerdotal del templo (cf. 11, 12-26), porque el camino de Reino que él ha proclamado no lleva a la toma del poder, sino a su superación. Por eso responde: «No sea así entre vosotros…». Siguiendo en la línea de 9, 33-37, Jesús no ha venido a fundar jerarquías entendidas en clave de honor y prioridad social o espiritual, no ha venido a mejorar la línea del poder, sino a destruirla. De esa forma ha iniciado eso que pudiéramos llamar un gran “huelga del poder”. Desde aquí se entiende su norma de seguimiento, que implica una inversión respecto al orden antiguo: el poder (deseo de dominio) ha de volverse gratuidad, gesto de amor desinteresado por los otros.

Ésta es la meta-noia o conversión que Jesús ha proclamado (1, 14-15) y que ahora propone de nuevo a sus discípulos. De esa forma, quiere cimentar la vida de sus seguidores sobre su mismo camino de su entrega, que es el camino de Dios. No es que Dios se reserve todo el poder, de manera que sus seguidores (los hombres) hayan de mostrarse impotentes, sino todo lo contrario. El Dios de Jesús no actúa con medios de poder. Por eso, sus seguidores deben renunciar al poder (es decir, a la imposición sobre los demás). Aquí se expresa Dios, aquí nace la Iglesia, invirtiendo el deseo de poder de los zebedeos y del resto de los Doce.

3. Ejemplo: Pues también el Hijo del hombre… (10, 45).

La nueva actitud de los discípulos aparece así como una ampliación del gesto de Jesús que, siendo Hijo de hombre, da la vida por los otros. No ha venido a recibir la majestad, el honor y el reino sobre los demás, como el Hijo del Hombre de Dar 7, 14, sino todo, al contrario: Ha venido a dar su vida por los otros. Más aún, Jesús, como Hijo del Hombre, no ha venido al final del final, cuando Dios ya ha derrotado y destruido a las bestias, sólo para recibir el Reino (como supone Dan 7), sino al comienzo de ese final, en un tiempo en que es necesario el enfrentamiento con los poderes perversos (cf. 1, 12-13), para luchar contra Satán entregando su vida al servicio de los demás. Por eso, los seguidores de Jesús han de actuar como él. No pueden buscar unos tronos de poder, a sus dos lados, sino ser capaces de servir a los demás.

Hijo del Hombre es aquí el “hombre nuevo”, la nueva humanidad mesiánica, que Marcos ha descubierto en el camino de Jesús. Al ponerse a sí mismo como ejemplo, el Jesús de Marcos no ha querido ofrecer ni ha ofrecido una teoría general sobre el seguimiento, diciendo a Roca-Andrés y a Jacob-Juan lo que debían hacer, cuando les llamo para acompañarle como pescadores de hombres (1, 16-20). No les ha ofrecido unas ideas, sino que les ha abierto un camino, haciéndose él mismo camino, para que sus seguidores compartan con él las tareas del Reino. Según eso, discípulo es quien sigue la suerte de Jesús, compartiendo su mismo destino.

Jesús ha invertido la tendencia dominante de los grupos sociales y religiosos que interpretan las estructuras de poder profano y religioso (¡en aquel tiempo todo es religiosos!) en forma de poder sacral. Por eso, frente a la manipulación mesiánica de los zebedeos, que son junto a Roca sus seguidores principales (cf. 5, 37; 9, 2), ha establecido aquí las bases de una fraternidad donde no existe poder sino servicio, ejercido por el diakonos (servidor libre) o doulos (esclavo). Roca había rechazado el proyecto de entrega de Jesús (8, 32); los zebedeos ratifican aquel gesto, buscando la doxa o gloria mundana del mesías (10, 37), apareciendo así como representantes de una humanidad ansiosa de dominio religioso. Ellos (con los Doce: cf. 10, 41) han querido ofrecer un correctivo mesiánico a Jesús, ayudándole con su poder y organización.

Jesús rechaza esa propuesta, pero no en una línea de utopia extramundana, como si, en este mundo, sus fieles tuvieran que encerrarse en un nivel de intimidad del espíritu, donde nada se posee ni desea, sino en una línea de más alto realismo social: busca una iglesia transparente donde los hombres y mujeres puedan compartir cien casas, madres, hermanos e hijos (cf. Mc 10, 28-31). Por eso necesita que los zebedeos y los Doce aprendan a regalar su vida, convirtiéndola en don (en servicio) para los demás. Eso significa que Jesús no se evade; busca la vida en común, el pan multiplicado; por eso debe rechazar un poder que quiere organizar el mundo desde arriba.

Ésta es la novedad de Jesús. No quiere líderes sentados a su derecha e izquierda, asegurando desde el trono compartido el orden y obediencia de los pueblos, sino buenos servidores como él, para servir por ellos y con ellos, gente de entrega eficaz, que sepa dar la vida por los otros. Se ha dicho que hacen falta buenos gobernantes o señores, como si el problema del mundo se arreglara con buen mando («(oh qué buen vasallo, si hubiese buen señor!»: Mío Cid).
El problema de la humanidad no se soluciona preparando mandos apropiados a nivel político, social o religioso. Por eso, Jesús no busca en su grupo gobernantes o caudillos, estrategas de finanzas o de buena economía.

No investiga las posibles dotes de los zebedeos, ni les hace estudiar leyes o filosofía del poder en una escuela israelita o griega, para hacerles funcionarios de su empresa. Jesús busca madres e hijos, buenos hermanos que sepan regalar su vida por los otros. No se trata de lograr que el poder cambie de manos, sino de superar el poder.

Los zebedeos entendían la promesa del Hijo del Hombre en clave de triunfo (ellos mismos se creían el pueblo de los santos, que se identifican con el Hijo del Hombre triunfador); eran buenos exegetas de Dan 7. Pero Jesús entiende esa promesa en clave de más alto servicio: ha venido a dar la vida, no a exigir que otros le rindan homenaje. El evangelio se vuelve así una guía de servidores. No es directorio para triunfar, manual para ganar dinero y dominar sobre los otros. Por eso, todos los que alguna vez han buscado poder en la iglesia, se equivocan de mesías y confunden Dios y Diablo, Cristo y Anticristo. No se salva el pueblo con buenos gobernantes sino con buenos servidores, es decir, con personas.

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