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“Otro centenario ¿para qué?”, por Gema Juan OCD

Miércoles, 15 de octubre de 2014

15092890487_4d0a00d5c3_mLeído en su blog Juntos Andemos:

Está a punto de empezar el V Centenario del nacimiento de Teresa de Jesús –el día 15 de Octubre de 2014–. Actos de todo tipo, celebraciones, encuentros, congresos… Resulta casi inevitable preguntarse para qué se hace todo eso.

Con este nuevo centenario, la grande y variada familia teresiana bucea en la figura de la Madre, de la hermana mayor y de la inspiración penúltima de un modo de ser, con diferentes formas de estar, en el mundo. Penúltima, porque toda la familia, como la misma Teresa, tiene una única raíz: Jesucristo.

La familia se sumerge, no por afición deportiva –aunque también– sino porque sabe que tiene un tesoro que no le pertenece y quiere compartirlo. Por eso tiene sentido otro centenario, el quinto ya, y con la certeza de que no se toca el fondo del océano. Porque, como decía Teresa, se trata de «de un fin que no tiene fin».

Pluma en mano, Teresa lega a la humanidad unos «cuadernillos» que se han convertido en obras maestras de la literatura. Conocerla es aprender y disfrutar. Pero también ir a lo profundo de todo porque en lo que escribe –se lea con ojos religiosos o no– se percibe una toma de postura clara, un modo de haberse y enfrentarse al mundo. Su escritura refleja, como bien se ha dicho, «su inconformismo existencial como mujer, como escritora y como mística».

Teresa anduvo por los caminos, para abrir «casitas» donde dar forma a la llamada que había recibido. A pie, en mula o sobre la carreta se puso en marcha. La dureza de semejante experiencia contrasta con el humor y la templanza que derrama, pero es acorde, en intensidad, a la pasión que la habitaba. Esas casitas siguen abiertas, se han multiplicado y la vida no deja de transmitirse.

Recorrer su historia puede iluminar el futuro. El Centenario revive la ruta teresiana, siempre inacabada, y con ello lanza un mensaje claro: lo verdadero no se cierra sobre sí ni caduca, mantiene abiertas sus venas para alumbrar y abrir nuevas vías.

El siglo XXI que acoge este V Centenario, todavía tiene necesidad de palabras como estas: «Veo los tiempos de manera que no es razón desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres». La sospecha y el desprecio, la violencia en las formas más variadas, se siguen cerniendo sobre muchas mujeres. Teresa de Jesús vivió hondamente su dignidad de mujer y trabajó por ella. Se sintió reconocida por Jesús, el hombre que desvelaba a Dios, y creyó que esa suerte debían correr todas las mujeres: la de ser reconocidas como seres humanos plenos e iguales en dignidad.

Celebrar y recordar a Teresa es mantener despierta la conciencia de la igualdad que debe reinar entre los seres humanos, sin distinción de ninguna clase. Y esa conciencia debe llevar –como la llevó a ella– a hacer opciones y elegir coordenadas muy concretas desde las que vivir.

Queda algo más por lo que importa celebrar este Centenario, algo que deja abierta la idea de que siempre habrá necesidad de centenarios y homenajes cuando se trata de recordar testigos, como es el caso de Teresa. Ella es testigo de que Dios vive, está presente y actúa. De que su presencia es amorosa y su forma de actuar es la bondad. Y es testigo, también, de que lo que glorifica a Dios es el amor compartido.

Dios no es una antigüedad inerte, no es un asunto del pasado. Está presente, aquí y ahora. Su esencia es infundir vida, por eso Teresa le llamaba «Vida de todas las vidas», y de Él decía que «nunca se cansa de dar ni se pueden agotar sus misericordias».

No se trata de que una mujer tuviera experiencias profundas y preciosas. Se trata de que Dios, hoy, actúa: «Para hacer grandes mercedes a quien de veras le sirve, siempre es tiempo». Eso es lo que dice Teresa: siempre es tiempo. Dios tiene tiempo para todos y no hay época en la que se dedique al retiro. Para Él, todo tiempo es bueno y siempre «está aguardando… que le miremos» para poder mostrar su rostro.

En el libro de Fundaciones, Teresa escribió: «Muchas veces me parecía como quien tiene un gran tesoro guardado y desea que todos gocen de él, y le atan las manos para distribuirle». Y, cuando acababa el de las Moradas, apuntó: «Su Majestad sabe que mi intento es que no estén ocultas sus misericordias, para que más sea alabado y glorificado su nombre».

Diseminado su trabajo por todo el mundo, en notas sueltas, formando pequeños coros o magníficas orquestas, cada centenario desata un poco las manos y los labios de Teresa y le ayuda a cumplir su deseo: cantar las misericordias del Señor.

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