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Amor frente a jurisdicción

Martes, 28 de junio de 2022
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Juan Zapatero Ballesteros
Sant Feliú de Llobregat (Barcelona).

ECLESALIA, 17/06/22.- Además de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, en el mes de junio se celebra también la festividad de dos santos muy importantes: san Juan Bautista y san Pedro.

Por lo que al segundo se refiere, la historia del arte en general, concretamente la escultura, y, de manera especial la pintura, nos presentan un señor serio, generalmente con barba, que tiene dos llaves en la mano; son las llaves de la Iglesia, la única puerta a través de la cual se puede entrar al Reino de los cielos, si tenemos en cuenta la expresión acuñada por san Cipriano, en el siglo III “Extra Ecclesiam nulla salus” (fuera de la Iglesia no hay salvación); las llaves, pues, como un signo jurídico “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia… Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo” (Mt 16,13-20).

Si nos remitimos al evangelio de Juan, allí nos encontramos con el Resucitado que pregunta a Pedro por tres veces seguidas “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos?”.

Han tenido que pasar muchos siglos para que lo “jurídico” haya dejado de ser patrimonio del sexo masculino, para pasar a formar parte también del mundo femenino, aunque no en la medida y en la extensión, a nivel de territorio, que debiera y, que por lo mismo, fuera de desear.

En cambio, la capacidad de amar siempre se ha considerado como una cualidad propia de ambos; aunque, para ser justos, tendríamos que decir que ha sido a la mujer a quien se le ha atribuido, casi siempre, de manera más patente. Incluso me atrevería a decir que, en ciertos momentos, no quedaba bien presentar el amor como cualidad masculina, por dar la impresión de que ello suponía rebajar al varón de la autoridad que le pertenecía, pasando a ser considerado como un blandengue y un flojo.

Así nos ha ido muchas veces y así nos sigue yendo en muchas ocasiones, también ahora, tanto a nivel social como eclesial en este caso; quizás por aquello de que lo jurídico ofrece seguridad, pues venga, a dar preminencia a lo jurídico, para que así todos los cabos queden atados y bien atados. Es en lo que la Iglesia se ha venido fundamentando desde los primeros tiempos, sin olvidar la caridad, todo hay que decirlo, pero haciendo de lo primero, en todo caso, el fundamento sobre el que apoyar lo segundo. No sé si los dogmas, en general, han servido para mucho, me temo que no e incluso para lo contrario; pero, sea como fuere, la pregunta de Jesús a Pedro “Me amas más que estos”, el evangelista Juan la sitúa después de la resurrección, precisamente porque es a partir de ese momento en que las ataduras ya no sirven (“Noli me tangere, no me toques” que el resucitado dice a María), porque la vida y las cosas pueden ser cambiadas por las leyes, pero a las personas solamente las transforma el amor. Es el amor profundo que lleva a las mujeres al sepulcro a embalsamar y cuidar el cuerpo de “su señor”, desafiando el poder y la fuerza de la ley, mientras “ellos”, incluido Pedro, continúan encerrados “por miedo a los judíos”. Y es que, cuando el amor se erige en la única ley, es capaz de desafiar al poder más fuerte, asumiendo, si fuera necesario, las consecuencias más graves. Y resulta que es a aquellas mujeres que se lanzan, transgrediendo la ley, impulsadas por el amor, en vez de a los hombres que se mantienen inmóviles, obedeciendo la ley, atenazados por el miedo, es a aquellas mujeres a quien el propio resucitado les anuncia que Él está vivo, encargándoles, a la vez, que vayan a decírselo a los “suyos”, que no hacía mucho que hasta uno de ellos había perjurado con fuerza que estaba dispuesto a morir si fuera necesario”. Es a estas mujeres, trastocadas por el amor, que les dice, y ellas se lo creen a pie juntillas, que ya no será en Jerusalén, centro neurálgico de la ley religiosa, donde le encontrarán, sino en Galilea, donde la vida de las personas es la verdadera protagonista.

Por tanto, si solo el amor es capaz de realizar, no cambios, sino transformaciones tan profundas en las personas, ¿por qué continuar haciendo de la ley, “Todo lo que ates y desates”, el fundamento y la base, en vez de fundamentarlo en el amor? ¿“Me amas más que estos”?

Creo que los dogmas, amparados siempre por la ley, no son buenos instrumentos ni buenos pedagogos de cara a ayudar a entender la mejor de las “Noticias”, como es, en este caso, que Jesús no es historia, sino vida y, además, en abundancia. Por tanto, si la Iglesia se presenta como la portadora del mensaje de Jesús, que es y consiste en el amor hasta la saciedad, ¿por qué, entonces, tiene que continuar prevaleciendo “Lo que ates y desates”, en vez “Del amor más grande que me tienes”? ¿No será, quizás, a que si se opta por lo segundo, la preminencia del varón se viene abajo? ¿Qué pasaría, si esto sucede? Pues, quizás, lo mejor; es decir, que, por una parte, el amor pasaría por delante de la jurisdicción, mientras por otra, mujer y varón quedarían situados ya para siempre al mismo nivel, que es realmente el único verdadero.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedenciaPuedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).

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Evangelio de Juan, iglesia fundada en el Discípulo Amado

Lunes, 10 de julio de 2017
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16730391_815494078627786_3326558179560114559_nDel blog de Xabier Pikaza:

Al principio no hubo una iglesia, sino varias, cada una con su autoridad fundacional (Santiago, Pedro, Pablo, Discípulo Amado). Pudo haber otras (entre ellas quizá una dirigida o animada por mujeres), pero no se conserva apenas su memoria.

Entre aquellas cuya memoria se mantiene, junto a la de Pablo (cuya memoria he recogido el 30.6.17, según la carta a los Efesios) y la de Pedro (cuya memoria he recogido también el 39.6.17, siguiendo el evangelio de Mateo), destaca la del Discípulo Amado, con el grupo de sus seguidores, amigos de Jesús.

El Discípulo amado fue, sin duda, un personaje histórico, a quien llamaron así (discípulo amado de Jesús, cf. Jn 21, 24), aunque él no quiso imponer su autoridad, sino la del Espíritu Santo, que Jesús había prometido y ofrecido (cf. Jn 14, 16; 15, 16; 16, 13).

Pues bien, hacia el final del siglo I dC, esos «amigos de Jesús», los creyentes de esta comunidad animada por el Discípulo Amado, corrieron el riesgo de perder su identidad, entre disputas internas y tensiones de tipo gnóstico (impulsadas por un espiritualismo que podría separarles del Jesús de la historia), y para evitarlo algunos de ellos (quizá una mayoría) se integraron en la Gran Iglesia, donde la memoria de Pedro, era garantía de fidelidad cristiana y unidad eclesial, pero sin olvidar ni negar la la autoridad fundadora del Discípulo Amado, que cumple así una función semejante a la de Pablo en Efesios y a la de Pedro en Mateo.

Discípulo amado, fundador y clave de su Iglesia

La comunidad del Discípulo amado mantenía también el recuerdo de otros discípulos de Jesús (Felipe, Tomás, Natanael, los Zebedeos…), y especialmente el de Pedro (cf. Jn 1, 40; 6, 68; 11, 6-9; 20, 1-17), como muestra Jn 21, un capítulo añadido quizá al final de la redacción del evangelio, para trazar las relaciones históricas e institucionales entre Pedro (Iglesia organizada y misionera) y el Discípulo amado (iglesia centrada en el amor mutuo de sus miembros).

Pues bien, este capítulo (Jn 21), escrito en forma de parábola, afirma que Pedro salió a pescar en la barca, con otros seis discípulos, como queriendo recordar que la misión fundadora de la iglesia, en su apertura a los pueblos, fue decisión y tarea de Pedro, que fue a pescar con otros seis (no de los Doce, ni con Pablo).

Pero al lado de Pedro, inseparable y necesaria, destaca la figura del Discípulo amado, como testigo de la verdad del evangelio y fundador de una Iglesia entendida en forma de comunión de «amigos» (Jn 15, 15).

En el centro de esa iglesia no está ya Pablo, ni Pedro, sino este Discípulo Amado que expresa la esencia del movimiento de Jesús. Ciertamente, este evangelio del Discípulo Amado reconoce la función de Pedro, que había sido ya anunciada en Jn 1, 42, cuando Jesús le decía: Tú eres Simón, hijo de Juan; tú te llamarás Cefas, que significa Pedro, quizá ya en el sentido de cimiento de la iglesia (como suponía Mt 16, 17-18).

Por eso, la comunidad del Discípulo Amado (que condensa su más honda experiencia en el Paráclito) debe dialogar con la iglesia institución, aceptando al fin (Jn 21) la autoridad y estructuras eclesiales representadas por Pedro (en una línea semejante a Mt 16, 16-19) .

Pero la autoridad y fundamento de esa Iglesia no es la de Pedro, sino la del Discípulo Amado, quien marca así la identidad del cristianismo. De esa forma aparecen unidos, Pedro y el Discípulo amado, como una especie de diarquía, autoridad doble. Mt 16, 16-19 y Lc 22, 31-32 habían entendido la función de Pedro como algo del pasado, que se había ya cumplido ya al principio de la iglesia. Pues bien, en contra de eso, el evangelio de Juan insiste en la permanencia de los signos del Discípulo Amado y de Pedro. Por eso, Jesús pide a Pedro que le ame intensamente, cuidando de esa forma a sus ovejas.

En esa línea, más que un individuo particular, cuya tarea no puede transmitirse a otros (misioneros, presbíteros u obispos, varones o mujeres), Pedro aparece aquí signo de todos aquellos que realizan tareas misioneras (de pesca) y pastorales (de cuidado) dentro de la iglesia, con la autoridad del amor que anima y cuida.

En ese contexto debemos añadir que el Discípulo amado debe aceptar el ministerio de Pedro.

Por su parte, Pedro ha de aceptar la autoridad del discípulo amado, que aparece al fin de Jn 21 como expresión suprema de la vida de la Iglesia: “Éste es el discípulo que da testimonio de todas estas cosas, aquel que las ha escrito y sabemos que su testimonio es verdadero” (Jn 21, 24).

Con estas palabras ratifica el redactor final del evangelio la autoridad del Discípulo Amado, presentándole como garante de la vida de la Iglesia.

Ese autor de Juan sabe que existen otras cosas vinculadas con Jesús, que pueden escribirse en otros libros, como puede ser el de Mateo (Jn 21, 15), pero éstas, las que han sido fijadas por escrito en este libro (cf, Jn 20, 30-31) son las más importantes. El Discípulo Amado aparece, según eso, como el más hondo fundamento de la Iglesia, aunque Pedro tengo a su lado una función de pescar y apacentar a las ovejas. Eso significa que, a diferencia de la Iglesia de Mateo, la autoridad suprema de de la Iglesia en el evangelio de Juan no es Pedro, sino el Discípulo Amado:

‒ El evangelio de Mateo no separa ni distingue las dos autoridades (Pedro y Discípulo Amado), sino que sólo conoce una, que es la de Jesús, tal como ha sido interpretada de un modo universal por Pedro. Tampoco tiende a separar o distinguir dos iglesias, una interna y otra externa (la del Discípulo amado y la de Pedro), pues a su juicio la misma iglesia externa es la interior y viceversa. Así quiere establecer desde Antioquia, hacia el 85 d.C., un programa y camino de expansión universal del evangelio, como seguiré indicando.

‒ El evangelio de Juan, escrito en un momento posterior (hacia el año 100/110), probablemente en Éfeso, acepta la autoridad misionera y organizativa de Pedro, pero añade que hay una más honda: La del Discípulo Amado. Quizá pudiera hablarse en ese contexto de una diarquía (Pedro y el Discípulo Amado), pero la autoridad más alta en ella es la del Discípulo Amado, que transmite la revelación de Jesús: «Que todos sean uno, como nosotros somos uno» (Jn 17, 21), no en unidad de imposición, sino en conocimiento interior y comunión dialogal de amor. Esta visión nos ayudará a interpretar mejor el evangelio de Mateo.

Conclusión. En la Iglesia de Pedro, un fundador mayor que Pedro

Ciertamente, según el evangelio de Juan, Pedro ha sido el promotor de una misión universal cristiana. Pero, aunque él dirija la faena de la “pesca” (misión) de la iglesia, él no conoce aún a Jesús, no le distingue en la mañana, cuando vuelven con la red llena de peces, a diferencia del Discípulo amado que debe decírselo (Jn 21, 6-7). Eso significa que, para realizar su función, Pedro ha de hacerse como el Discípulo Amado, amando así a Jesús (cf. Jn 21, 15-17).

Recordemos en este contexto que, según la tradición bíblica, hay pastores bandidos y mercenarios, que dicen guardar el rebaño, pero lo dominan a su antojo, para su provecho (como puede verse desde Ez 34 hasta las Visiones o Sueños de 1 Henoc 83-90; cf. Jn 10, 10. 12-13). Pues bien, en contra de esos pastores bandidos, Jn 10, 7-13. ha presentando a Jesús como pastor-amigo de hombres con quienes comparte su existencia. En esa línea, Jesús quiere que Pedro se vuelva también amigo, como el discípulo amado. No es que él deba cumplir «por amor» una tarea que en sí no es amor, sino que toda su tarea consiste en animar en amor a los creyentes, en la línea del Discípulo.

Entre los comentarios, cf. J. Beutler, Comentario de Juan, Verbo Divino, Estella 2016.

Además de comentarios cf. R. E. Brown, La comunidad del discípulo amado. Estudio de la eclesiología juánica, Sígueme, Salamanca 1987; A. Destro y M. Pesce, Cómo nació el cristianismo joánico: antropología y exégesis del Evangelio de Juan, Sal Terrae, Santander 2002; C. H. Dodd, La Tradición histórica en el cuarto Evangelio, Cristiandad, Madrid 1977; Interpretación del cuarto evangelio, Cristiandad, Madrid 1978; S. Vidal, Los escritos originales de la comunidad del Discípulo “amigo” de Jesús, Sígueme, Salamanca 1997; K. Wengst, Interpretación del evangelio de Juan, Sígueme, Salamanca 1988; K. Wengst, Interpretación del evangelio de Juan, Sígueme, Salamanca 1985.

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