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“Necesitamos mística y místicos muy humanos”, por Miguel Ángel Mesa Bouzas,.

Jueves, 12 de febrero de 2015
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tumblr_mef290Vbu91rmtzi7o1_1280Miguel Ángel Mesa Bouzas,

ECLESALIA, 02/02/15.-

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Podríamos considerar que una persona mística es la que potencia al máximo, en todas sus capacidades, la más profunda dimensión de humanidad que está llamada a alcanzar. “Dios empeñado en ser humano y nosotros empeñados en ser místicos” (Federico Carrasquilla).

Sí, porque humanizarnos es divinizarnos, dar a luz la esencia más auténtica que llevamos dentro, compartir con gozo el ADN que nos une a los demás seres humanos, a los animales, las montañas, los ríos y mares, la atmósfera, el universo que nos rodea y acoge en su seno. Sintiéndonos uno con Todo, cercanos, familiarizados junto al otro.

No podemos entender hoy la mística como se vivía en el siglo XVI. Aunque haya que beber en las fuentes cristalinas de los místicos y místicas de ese siglo (Teresa de Jesús, Juan de la Cruz…) y de todos los tiempos, culturas, religiones, filosofías y creencias.

Porque los tiempos han cambiado. Ahora vivimos en un mundo globalizado, en la era digital de las redes sociales a escala mundial. No podemos creer, vivir o comprometernos, de la misma forma que antes, después de internet, la física cuántica y la teoría de la relatividad. Han cambiado las formas de conducta, las personas y grupos de referencia, los modelos de familia, los paradigmas en tantos órdenes de la vida.

Y aunque nuestro mundo de las prisas no nos invite a ello, tenemos que buscar nuestros espacios de serenidad y silencio, detener un momento nuestras prisas, para aclararnos sobre todo lo que nos llega y mandar a la papelera tanta basura y spam, siendo capaces de reflexionar sobre lo importante y trascendente, tomando una postura comprometida para poder respirar, sentir y vivir de otra manera. Junto a otros muchos que, de distintas maneras, buscan lo mismo.

Aquí dejo unos cuantos rasgos que, bajo mi punto de vista, definirían a una persona mística de nuestros días. Evidentemente hay muchos más, desde otras sensibilidades, culturas, creencias. Ofrezco con humildad algunas, las mías:

  • Una persona mística no se cree que lo sea, sino que vive con mucha naturalidad todo lo que sucede a su alrededor, lo que experimenta en el día a día, lo que da sabor, valor y aliento a su cotidianidad, lo que le ofrece luz para seguir mirando, a través de su ventana, el horizonte que siempre hay más allá.
  • Una persona mística favorece un buen clima a su alrededor, sonríe al compañero de estudio o trabajo, intenta crear armonía, disculpar los errores de los demás, alentar los ánimos, enjugar una lágrima, llevar alegría para contrarrestar a tanta tristeza y mantener siempre el buen humor.
  • Una persona mística busca espacios propios para profundizar sobre todo lo que vive, lo que acontece en el mundo, lo que siente en su hondón personal. Serán cinco minutos o una hora, en su habitación o paseando, charlando o callando, pero no dejará de intentarlo cada día.
  • Una persona mística se deja afectar por las injusticias, la exclusión, el odio, la enfermedad, la muerte. Intenta que no le ahogue el mar de la indiferencia y se mueve como pez en el agua por senderos solidarios, junto a otras muchas personas que se esfuerzan por cambiar y mejorar su mundo.
  • Una persona mística hace todo lo posible para no dejarse abatir por las dificultades, las derrotas personales o las de los empobrecidos y desheredados. Eso no significa que no derrame lágrimas amargas, que no grite ni se enfurezca ante la prepotencia y el abuso de los poderosos.
  • Una persona mística sabe que “no se remienda con una tela nueva en un vestido viejo, ni se echa vino nuevo en barricas viejas”. Por eso, cuando ve que algo ya no sirve, ni tiene sentido seguirlo o creerlo, lo abandona con gozo, agradeciendo lo positivo que ha le ha aportado.
  • Una persona mística está siempre abierta a lo nuevo, a lo inédito y sorprendente. A lo que puede descubrir por sí misma o junto a los demás, manteniéndose siempre en búsqueda, en todos los órdenes de la vida.
  • Una persona mística se desprende (cuando se han superado), de viejas creencias, de dogmas rancios, de ideologías desfasadas, de oxidadas formas de entender la vida. Y, después de valorarlo bien, se apunta y contribuye a crear a nuevas realidades sociales, políticas, culturales o eclesiales, que aportan nueva savia a las instituciones, los partidos, estamentos y asociaciones…
  • Una persona mística procura ser coherente entre lo que piensa, habla y vive, en medio de un mundo de engaños, ocultamientos y mentiras, de tantas medias verdades. Porque solo así será aceptado por los demás. Solo así se podrá aceptar a sí mismo.
  • Una persona mística se deja afectar por el dolor, el sufrimiento, la discriminación, las leyes injustas, el odio, la guerra, el hambre de tanta gente, en tantas partes del mundo… Sentirá ante estas realidades cómo se le conmueve el corazón, e intentará remediarlo de alguna manera en la medida de sus posibilidades.
  • Una persona mística cree que otro mundo más justo, fraterno, pacífico y solidario es posible y se compromete para conseguirlo. En primer lugar en su entorno cercano, junto a otras personas solidarias, llenas de humanidad. Pero no olvidará ni dejará de trabajar nunca por cualquier persona, de cualquier parte del mundo, que sufra o esté oprimida.
  • Una persona mística se sentirá unida a todos los seres humanos, en sus alegrías y tristezas. Y también a todos los seres vivos, a toda la naturaleza, a la Madre Tierra, al sistema solar, al universo entero. Porque sabe que todos estamos unidos e interrelacionados con Todo y que formamos parte de una única familia. Nuestro ADN proviene del polvo sideral inicial.
  • Una persona mística reconoce que hay un eco de fondo, una presencia inefable, que le invita a realizarse, a humanizarse, a entrañarse en la realidad. Siente un aliento vital que le da la vida; que forma parte de un proyecto común, junto a toda la humanidad y el planeta Tierra del que forma parte.
  • Una persona mística no cree a pie juntillas o se deja influenciar solo por lo que ve y escucha en los medios de comunicación, sino que atiende a otros medios alternativos y mira con otros ojos, con otra mirada, más allá de lo que los hechos concretos le muestran. Sin despegarse de la realidad, sabe encontrar otros sentidos y mensajes ocultos, sabe esperar a que otros brotes vayan surgiendo a su alrededor, dentro de ella misma.
  • Una persona mística reconoce que su comportamiento y consumo afectan al medio ambiente en el que vive y a la humanidad más empobrecida y excluida. Por eso se esfuerza en vivir de una forma sencilla, austera, responsable, solidaria. Y que esta forma de vida, a pesar de los mensajes publicitarios, le hace feliz y que goce de tantos pequeños placeres que se nos ofrecen cada día y que están ahí, a mano, gratuitos, para ser degustados…
  • Una persona mística “cuida sobre todo de su corazón, porque de él brotan los manantiales de la vida”, e intenta satisfacer en lo posible en su cotidianidad el anhelo de interioridad, de espiritualidad, de realización personal y humana que lleva dentro. Y desde ahí sale renovado, más humano y dichoso, para seguir caminando humildemente, en el día a día, con sus compañeros y compañeras de camino, compartiendo amor, ternura, afecto, ilusión para vivir en plenitud, desviviéndose por los demás.

 

siluetacolor26-ok.eps*El autor tiene un blog en Religión Digital –Otro mundo es posible- y en él se presenta así:

Miguel Ángel Mesa Bouzas nació en 1959 en Madrid. Está casado y es padre de una hija y un hijo. Trabaja en Editorial Paulinas desde hace 15 años. Su formación teológica, bíblica y pastoral es totalmente autodidacta, aunque ha participado en numerosos cursos de formación y congresos. Forma parte de una comunidad cristiana de base desde hace unos treinta años. Su compromiso solidario lo ha realizado principalmente en el Comité de Solidaridad con África Negra y en la ONG “Proyecto Amanecer”.

Fuente Eclesalia (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“Ser místico hoy”, por Javier Melloni

Martes, 10 de febrero de 2015
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725Javier Melloni es un jesuíta especialista en “interioridad”, que imparte sus cursos y realiza su apostolado en la Cueva de Manresa. Aquí os dejo este artículo suyo en el que expresa lo que significa ser místico hoy.

“Hoy, como en todos los tiempos, un místico es alguien tan necesario como inútil para su generación. Es inútil porque no produce nada y lo que ofrece no se puede comprar ni vender. No tiene precio en el mercado. Se escapa a quien lo quiere prender y confunde a quien lo quiere comprender. Por ello hay que apartarlo, porque se interpone entre la inmediatez de lo que hay que lograr y producir. El místico dice: lo que verdaderamente es, ya existe. Sólo hay que aprender a percibirlo. Molesta también a la institución, porque la relativiza y le recuerda que el cielo que ha pintado en el interior de sus bóvedas no es el cielo abierto auténtico.

Pero, a la vez, su presencia es indispensable porque señala un modo de existencia que anhelan todos los seres y las mismas instituciones. Ha nacido para alentar la llama sagrada que arde en todos y en todo. El fuego del místico es diferente al del profeta. Éste señala y grita lo que falta, mientras que el místico indica lo que ya es. El profeta habla del todavía no, mientras que el místico habla del ya sí. Ambas cosas son necesarias.

Parafraseando a Raimon Panikkar, “el místico no es el que tiene esperanza del futuro sino de lo Invisible”.

El místico no es ingenuo, sino inocente. La ingenuidad es una inmadurez que hace ciegas y torpes a las personas, porque les impide confrontarse con los elementos oscuros de la realidad y de sí mismos, mientras que el inocente lo ve todo, lo percibe todo y, sin echarse atrás, se entrega.

Otra de las cosas propias del místico es su capacidad de conjugar paradojas. Por un lado, es alguien exquisitamente cercano a las personas y a sus situaciones, pero también resulta inalcanzable, retirado en una extraña lejanía. Estando plenamente presente, está también ausente. Se halla en otro Lugar, y cuando está en otro lugar, se percibe su presencia. Su hablar es silente y con su callar, habla. Las palabras son sagradas para él -o ella-; por eso no las malgasta. Y por ello también sabe escuchar, y entiende lo que los demás no entendemos. Habla, mira, comprende desde un lugar diferente; a veces, tan diferente, que parece locura. Pero su locura no es más que el choque que produce en nosotros su anticipación de Realidad.

Ama cada objeto, cada planta, cada pétalo, y queda fascinado por ellos, pero, a la vez, puede prescindir de ello. Todo él es ternura, pero también vigor, como dice Leonardo Boff sobre Francisco de Asís. Es frágil y fuerte a la vez. No puede soportar el dolor de los pequeños. Ve desde ellos y para ellos, y su oración es siempre por ellos.

Es concreto, arraigado en su tiempo y en su lugar, capaz de un hablar sencillo y de poner ejemplos que los más pequeños comprenden, y a la vez, es universal, porque percibe lo que atañe a la condición común de los humanos. Ve la parte en el todo y el todo en la parte. Podríamos decir que tiene un instinto fractal, que es tal como hoy los científicos comprenden que está constituido el entramado de la realidad.

Es de una libertad soberana pero, a la vez, está al servicio de todos, porque percibe la irrepetibilidad de cada persona y de cada cosa, y ello le hace caminar por tierra sagrada. Acoge a cada ser como una epifanía y, estremecido, se somete libremente porque sabe que su yo no le pertenece, sino que es sólo receptáculo y testigo de las existencias ajenas.

Ama su tradición, aquella que le ha nutrido y le ha guiado, pero no hace un absoluto de ella. Sabe que “ser original es retornar a los orígenes” (Gaudí), no para repetirlos sino para recrearlos. Y el origen de cada tradición está más allá de ella misma, antes de que surgiera. Conoce el camino de la Fuente, “aunque es de noche”. Su fe es transconfesional, porque sabe que la existencia está atravesada de Presencia y ello es lo que celebran todas las tradiciones. Se alegra con ellas, por su diversidad y su riqueza.

Como un compás, con un pie está arraigado en su propio centro, y con el otro recorre los círculos de la alteridad. Este centro no es sólo el de la tradición a la que pertenece, sino que es un Centro más hondo que, descentrándole, le recentra.

Todo él está vacío. Su existencia es un pasaje por el que otros transitan para descubrirse a sí mismos. Como un icono, su sola presencia ayuda a los que le rodean a descubrir la hondura que les habita. Él sólo calla y ve. Y su alegría, tanto como su nostalgia, son inmensas.”

Javier Melloni

Fuente El Rincón del Anacoreta:

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