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Cambiando la Iglesia convirtiéndose en Sal y Luz

Lunes, 6 de febrero de 2023
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3C9A1B96-3B73-4612-8CDC-86B6229FAF95Las lecturas litúrgicas de hoy para el quinto domingo del tiempo ordinario se pueden encontrar aquí.

A menudo, las personas católicas LGBTQ+ y sus simpatizantes me preguntan cuál es la mejor manera de ayudar a la Iglesia católica a aceptar y dar más la bienvenida a las personas LGBTQ+. He trabajado en esta área durante más de 30 años y una cosa que he aprendido es que ninguno de nosotros tiene realmente el poder de cambiar una institución global tan grande como la Iglesia Católica. Solo podemos actuar localmente, tratando de efectuar un cambio en nuestras comunidades locales, nuestros líderes de la iglesia local y compañeros católicos.

Las lecturas litúrgicas de hoy ofrecen una recomendación aún más radicalmente local para lograr el cambio y construir la justicia: comienza por ti mismo. En la primera lectura, el consejo de Isaías no tiene nada que ver con la estrategia política o la organización comunitaria. En cambio, sugiere una combinación de Mateo 25 y los Diez Mandamientos: alimentar al hambriento, vestir al desnudo, albergar a los desamparados, no mentir, respetar a los de su familia y comunidad.

Isaías promete que si hacemos estas cosas, sucederá lo siguiente:

Tu luz brillará como el alba,
y tu herida sanará pronto;
Tu justicia irá delante de ti,
y la gloria de Dios será vuestra retaguardia.
Entonces llamarás, y Dios te responderá,
clamarás por ayuda, y Dios dirá: ¡Aquí estoy!”

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Esas son promesas maravillosas, pero debo admitir que estas sugerencias no suenan mucho como un plan de acción concertado. ¿Dónde están las “listas de tareas”, los organigramas, los cronogramas, los presupuestos, el plan estratégico?

Isaías está sugiriendo que en lugar de enfocarnos en nuestras formas humanas de hacer las cosas, debemos adoptar los caminos de Dios, que nunca parecen tener mucho sentido si los comparamos con la lógica humana. Como San Pablo nos dice hoy, nuestra fe “no descanse en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios”.

Isaías está ofreciendo lo que en nuestros días se considera un buen consejo psicológico: no intentes cambiar a los demás, solo trabaja en ti mismo. Sé el cambio que quieres ver en el mundo.

Es mucho más fácil (¿y quizás más divertido?) señalar las fallas de otras personas y advertirles que cambien que tratar de cambiarnos a nosotros mismos. ¿Y cómo cambiarnos a nosotros mismos realmente puede hacer algún cambio en la iglesia o en el mundo?

Jesús proporciona la respuesta a esa pregunta en el evangelio de hoy. Se supone que somos la sal de la tierra, dice. Para hacer eso, tenemos que estar en guardia para asegurarnos de mantener nuestra propia “sabor salado” porque, “si la sal pierde su sabor, . . . ya no sirve para nada.” También tenemos que ser un faro que “alumbre a todos en la casa”.

Pero tanto en la sociedad y en la iglesia parece desanimar continuamente a las personas LGBTQ+. ¿Cómo nos aseguramos de no perder nuestro sabor y nuestra luz en nuestras vidas? El salmo 112 hoy continúa con el tema de trabajar en nosotros mismos y ser el cambio que queremos ver. Hacer esto logrará dos cosas. Por un lado, traerá justicia:

“La justicia de los justos permanecerá para siempre;
Su cuerno será exaltado en gloria.”

En segundo lugar, nos mantendrá firmes:

El justo nunca será conmovido;
el justo estará en memoria eterna.
La mala fama no temerá el justo;
sus corazones están firmes, confiados en Dios.”

Para aquellos que trabajan por la justicia para las personas LGBTQ+, la decepción y el desánimo son resultados comunes que a menudo pueden llevar al agotamiento: nuestra luz se apaga. Jesús quiere que mantengamos esa luz viva y brillante. La renovación no ocurre redoblando nuestros esfuerzos para cambiar estructuras injustas. En cambio, tenemos que cambiarnos a nosotros mismos, asegurándonos de no estar tan atrapados en nuestros ideales que descuidemos las obras de misericordia y que actuemos con justicia para ser un faro de luz para aquellos que viven en la oscuridad.

—Francis DeBernardo, New Ways Ministry, 5 de febrero de 2023

Fuente New Ways Ministry

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“Si la sal se vuelve sosa”. 5 Tiempo ordinario – A (Mateo 5,13-16)

Domingo, 5 de febrero de 2023
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Sugar on a black background. Sugar pours from a man's hand. Excessive sugar intake

Pocos escritos pueden sacudir hoy el corazón de los creyentes con tanta fuerza como el pequeño libro de Paul Evdokimov, El amor loco de Dios. Con fe ardiente y palabras de fuego, el teólogo de San Petersburgo pone al descubierto nuestro cristianismo rutinario y satisfecho.

Así ve P. Evdokimov el momento actual: «Los cristianos han hecho todo lo posible para esterilizar el evangelio; se diría que lo han sumergido en un líquido neutralizante. Se amortigua todo lo que impresiona, supera o invierte. Convertida así en algo inofensivo, esta religión aplanada, prudente y razonable, el hombre no puede sino vomitarla». ¿De dónde procede este cristianismo inoperante y amortiguado?

Las críticas del teólogo ortodoxo no se detienen en cuestiones secundarias, sino que apuntan a lo esencial. La Iglesia aparece a sus ojos no como «un organismo vivo de la presencia real de Cristo», sino como una organización estática y «un lugar de autonutrición». Los cristianos no tienen sentido de la misión, y la fe cristiana «ha perdido extrañamente su cualidad de fermento». El evangelio vivido por los cristianos de hoy «no encuentra más que la total indiferencia».

Según Evdokimov, los cristianos han perdido contacto con el Dios vivo de Jesucristo y se pierden en disquisiciones doctrinales. Se confunde la verdad de Dios con las fórmulas dogmáticas, que en realidad solo son «iconos» que invitan a abrirnos al Misterio santo de Dios. El cristianismo se desplaza hacia lo exterior y periférico, cuando Dios habita en lo profundo.

Se busca entonces un cristianismo rebajado y cómodo. Como decía Marcel More, «los cristianos han encontrado la manera de sentarse, no sabemos cómo, de forma confortable en la cruz». Se olvida que el cristianismo «no es una doctrina, sino una vida, una encarnación». Y cuando en la Iglesia ya no brilla la vida de Jesús, apenas se constata diferencia alguna con el mundo. La Iglesia «se convierte en espejo fiel del mundo», al que ella reconoce como «carne de su carne».

Muchos reaccionarán, sin duda, poniendo matices y reparos a una denuncia tan contundente, pero es difícil no reconocer el fondo de verdad hacia el que apunta Evdokimov: en la Iglesia falta santidad, fe viva, contacto con Dios. Faltan santos que escandalicen porque encarnan «el amor loco de Dios», faltan testigos vivos del evangelio de Jesucristo.

Las páginas ardientes del teólogo ruso no hacen sino recordar las de Jesús: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salaran? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente».

José Antonio Pagola

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“Vosotros sois la luz del mundo”. Domingo 5 de febrero de 2023. 5º Domingo Ordinario

Domingo, 5 de febrero de 2023
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13-ordinarioa5Leído en Koinonia:

Isaías 58,7-10: Romperá tu luz como la aurora.
Salmo responsorial: 111: El justo brilla en las tinieblas como una luz.
1Corintios 2,1-5: Os anuncié el misterio de Cristo crucificado.
Mateo 5,13-16: Vosotros sois la luz del mundo.

Las lecturas de hoy tienen como tema central la justicia de Dios, expresada plenamente en el amor misericordioso para con el prójimo. El relato que leemos del profeta Isaías se enmarca en el contexto del ayuno, en donde se realiza una fuerte crítica al pueblo de Israel por sus prácticas religiosas desarticuladas de la fe y la justicia con los pobres. El profeta llama a realizar el verdadero culto a Yahvé, ligado íntimamente con la justicia y la misericordia. Las prácticas religiosas deben salir del corazón y deben dar como fruto una verdadera justicia social, concretizada en el compartir del pan con el hambriento, en la solidaridad con los que sufren, en preocuparse visceralmente por los hermanos pobres, pues en ellos, en los abatidos, en los mal vistos, es donde el mismo Dios se revela; es en ellos donde la luz de Dios se hace presente; es donde el Dios de Israel verdaderamente habita.

En relación con lo anterior, Pablo expresa a los corintios que el misterio de Dios anunciado por él no se fundamenta en la sabiduría humana, sino en el mismo Señor crucificado, lo cual significa que es Dios quien ha actuado en Pablo y en la comunidad. Es relevante que Pablo se refiera a la cruz de Cristo como el elemento esencial de su predicación. Con ello quiere hacer presente el verdadero rostro de Dios que se revela no a los sabios ni a los poderosos, sino a los más vulnerables de la sociedad. De ahí que el anuncio de la Palabra transformadora de Dios no pertenezca al mundo de la sabiduría humana, sino a la fuerza salvífica del Espíritu de Dios; es decir, que la fe y su debido comportamiento moral, sintetizado en la justicia y en la misericordia, sea una iniciativa exclusiva de Dios, una acción liberadora que penetra en el corazón del ser humano y que lo empuja a actuar de una manera coherente con la Palabra escuchada. Por tanto, el anuncio del misterio de Dios realizado por Pablo a la comunidad griega de Corinto es su propia experiencia de Cristo; lo que realmente anuncia es la vivencia de ese mensaje.

El evangelio de hoy, de Mateo, expresa cuál es la misión de los creyentes de todos los tiempos: ser sal y luz para el mundo. Tanto la sal como la luz son elementos necesarios en la vida cotidiana de las familias. La sal da sabor a las comidas, conserva los alimentos, purifica; en la antigua Palestina servía para encender y mantener el fuego de los hornos de tierra. Por su parte, como es sabido, la luz disipa las tinieblas, ilumina y orienta a las personas; es la metáfora perfecta que emplea el AT para hacer referencia a Dios; y es la tarea de los profetas y en especial la del Mesías: ser luz de las naciones (Is 42,6). Sal y luz, entonces, hablan de la tarea del seguidor fiel de Jesús: Expresar la fe, su integración con el proyecto de Dios a través del testimonio de vida, a través de las buenas obras, de los buenos frutos; tiene la misión de mantener el sabor y la luminosidad de la Palabra de Dios en todo tiempo y lugar del mundo –empresa que únicamente se logra por medio de una conciencia plena de la necesidad de fomentar en la comunidad mundial la justicia y la solidaridad entre los hermanos. Leer más…

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Pikaza

Domingo, 5 de febrero de 2023
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La sal y la luz. Domingo 5º TO. Ciclo A

Domingo, 5 de febrero de 2023
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imagesDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

El evangelio de este domingo consta de dos breves parábolas muy fáciles de entender. Pero se puede profundizar en ellas situándolas en su contexto y utilizándolas para un examen de conciencia.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

               Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.

               Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del candelero, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.

Diseccionando el texto

               Aunque empiezan de forma muy parecida, el desarrollo de las dos parábolas es distinto.

               La primera consta de dos elementos: afirmación (vosotros sois la sal) y advertencia sobre el peligro de perder el sabor.

               La segunda es más compleja, consta de cuatro elementos: entre la afirmación(vosotros sois la luz) y la advertencia sobre el peligro de meter la lámpara en el armario, encontramos una nueva imagen sobre la ciudad en lo alto del monte, y termina con una exhortación a hacer brillar nuestra luz.

               Pido perdón por destripar el texto, pero lo hago para dejar claro la difícil tarea de los evangelistas, que reunieron palabras pronunciadas por Jesús en diversos momentos, y no tenían la posibilidad moderna de marcar bloque y trasladar o borrar sin enorme gasto de tiempo y de dinero.

El contexto: las parábolas y las bienaventuranzas

               El evangelio de Mateo sitúa estas dos parábolas inmediatamente después de las bienaventuranzas. Como vimos el domingo pasado, las bienaventuranzas hablan de las personas que pueden interesarse por el mensaje de Jesús y entenderlo; de las que pueden entrar a formar parte de la comunidad cristiana (el reinado inicial de Dios) por los motivos más diversos en su actitud ante Dios y el prójimo. Proclamando los valores más inauditos, son un canto de esperanza para todos los que se sienten marginados por la sociedad y el estamento religioso: Dios Rey los acoge como súbditos.

               Pero Mateo, siempre tan realista, no quiere que los cristianos lancemos las campanas al vuelo, que nos sintamos maravillosos y al seguro. Por eso, antes de entrar en el cuerpo central del Sermón del Monte, nos da un doble toque de atención con estas dos parábolas.

Los dos peligros

               Leídas juntas, las dos parábolas pretende ilusionar a los oyentes recordándoles que Dios les ha concedido la capacidad de dar sabor, y energía para iluminar a todos los hombres, redundando en gloria de Dios.

               Pero caben dos peligros: el prime­ro, perder la energía (parábola de la sal); el segundo, ocultarla (parábola de la luz del mundo).

               ¿Cómo se puede perder la energía? Más adelante, en la parábola del sembrador, Mateo ofrece unas pistas cuando habla de la semilla sembrada entre cardos: las preocupaciones mundanas y la seducción de la riqueza lo ahogan, y no da fruto (Mt 13,22).

               ¿Cómo conservar la energía? Si tomamos como modelo a Jesús, sus dos fuentes de energía fueron la oración (tema que subrayan los cuatro evangelios) y el contacto directo con el prójimo, especialmente con los más necesitados (enfermos, marginados).

               ¿Cómo ocultar la luz? Dejándonos arrastrar por lo cómodo y fácil. Jesús fue luz del mundo porque no se recluyó cómodamente en su mundo, prefirió el esfuerzo, el riesgo, el cansancio, la adversidad y la muerte.

¿Cómo hacer que brille nuestra luz?

               La primera lectura, tomada del c.58 de Isaías, encaja perfectamente con la parábola de la luz.

               Así dice el Señor:

Parte tu pan con el hambriento,

hospeda a los pobres sin techo,

viste al que ves desnudo,

y no te cierres a tu propia carne.

Entonces romperá tu luz como la aurora,

en seguida te brotará la carne sana;

te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor.

Entonces clamarás al Señor, y te responderá;

gritarás, y te dirá: «Aquí estoy.

Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.

               Tras la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia (año 586 a.C.), la situación del pueblo judío fue trágica, incluso después de la vuelta del destierro (año 538 a.C.). La capital siguió prácticamente despoblada hasta mediados o finales del siglo V (época de Nehemías) y la situación económica era de absoluta penuria. El pueblo se sentía como un cuerpo enfermo y sumergido en tinieblas.

               En esas circunstancias de desánimo, busca la solución en una serie de ceremonias religiosas, especialmente el ayuno (que implicaba no sólo abstenerse de alimentos sino también realizar otros ritos, como cubrirse de saco y ceniza, etc.), para ganarse el favor de Dios. Pero Dios no hace nada. Y el pueblo se queja y protesta. «¿Para qué ayunar si no haces caso?» Dios responde por medio del profeta: si quieres que tu situación mejore, que brille tu luz en las tinieblas, que rompa tu luz como la aurora, comprométete con el que pasa hambre, tiene sed, está desnudo y sin techo (las famosas obras de misericordia, que se conocían ya en el antiguo Egipto); destierra la opresión y la maledicencia.

               Hay una idea capital en esta lectura. Cuando habla de los necesitados termina diciendo: «y no te cierres a tu propia carne». El hambriento, desnudo o sin techo no es un ser extraño, ajeno a mí, al que hago un favor si me apetece. Es mi propia carne, que reclama cuidado y atención, como un miembro cualquiera de nuestro cuerpo.

¿Cómo hizo brillar Pablo su luz? 2ª lectura (1 Corintios 2,1-5)

            Buscando una relación entre esta lectura y el evangelio, la luz con la que Pablo intenta iluminar a los corintios es la persona y el mensaje de Jesucristo. Pero la fuerza del texto recae en el modo de hacer brillar esa luz. La comunidad de Corinto había sido fundada por Pablo. Pero cuando apareció por allí Apolo, un judío convertido al cristianismo, encandiló a todos con su sabiduría y su excelente oratoria. Muchos terminaron prefiriendo a Apolo y su modo de transmitir el evangelio. Pablo reacciona con dureza, afirmando que él nunca quiso presumir de sabio o elocuente, sino anunciar a Jesucristo, y no de cualquier manera, sino en su aspecto más escandaloso: crucificado. «Para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios».

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Domingo V del Tiempo Ordinario. 5 febrero, 2023

Domingo, 5 de febrero de 2023
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“Alumbre así vuestra luz a las gentes

para que vean vuestras buenas obras

y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.”

(Mt 5, 13-16)

Imagínate por un momento que eres una artista famosa en el campo que quieras: poesía, escultura, pintura, cine, fotografía, moda, canto…

Tienes que imaginarte que eres una renombrada artista. Famosa, conocida, valorada. De esas que se han abierto camino poco a poco y con dificultades. Con un talento que no siempre se ha sabido reconocer.

¿Estás en situación? ¡Bien! Ahora ya eres famosa y reconocida. Lo que significa que tu talento ha sido probado y educado. Te encuentras en lo mejor de tu carrera profesional y acabas de realizar tu gran obra. Todo gran artista tiene una gran obra que lo define.

Estas delante de tu escultura, tu película o tu novela acabada. Sabes que es la mejor. La cumbre del trabajo de toda tu vida.

Pues ahora redobla tu capacidad de imaginar e imagínate (si puedes) que decides no firmar tu obra maestra. No corras, piénsalo despacio.

Piensa en qué podría moverte por dentro a hacer algo así. Para ayudarte a tu reflexión puedes pensar en aquellas obras conocidas de autoras anónimas. Tantos libros y canciones antiguas…

Quizá alguna vez ha caído en tus manos algo hermoso, tan hermoso que has querido saber quién lo ha hecho y cuando te has puesto a investigar no has podido dar con el autor/autora. ¿Quién es capaz de hacer algo bonito y no firmarlo? ¿Qué puede buscar quién hace algo así?

Podemos pensar que a veces sale algo de nosotras tan bueno y bonito que descubrimos que en ello hay algo más que nuestra impronta personal, nuestro trabajo y nuestro esfuerzo.

Imagínate ahora algo más sencillo y cotidiano: un buen guiso, un jardín bonito, una casa limpia y ordenada, un cliente bien atendido, o una buena gestión…Una cosa sencillita que te ha salido tan bien que hasta tú misma te has quedado sorprendida y se te escapa una sonrisa acompañada de un gracias.

Pues algo así parece que nos invita a hacer el evangelio de hoy. A dejar que nuestras obras (grandes o pequeñas) alumbren, den luz, pero una luz, un calor, que quienes las reciban (e incluso nosotras mismas) lo que les salga sea dar gracias a Dios. O lo que es lo mismo: “den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.”

Oración

“Alumbre así vuestra luz a las gentes para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.”

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Solo si estás ardiendo, iluminarás.

Domingo, 5 de febrero de 2023
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DOMINGO 5º (A)

Mt 5,13-16

El texto que acabamos de escuchar es continuación de las bienaventuranzas, que leímos el domingo pasado. Estamos en el principio del primer discurso de Jesús en el evangelio de Mateo. Es, por tanto, un texto al que se le quiere dar suma importancia. Se trata de dos comparaciones aparentemente sin importancia, pero que tienen un mensaje de gran calado para la vida humana. La tarea más importante sería estar ardiendo e iluminar.

El mensaje de hoy es simplicísimo, con tal de demos por supuesta una realidad que es de lo más complicada. Efectivamente, todo el que ha alcanzado la iluminación ilumina. Si una vela está encendida, necesariamente tiene que iluminar. Si echas sal a un alimento, quedará salado. Pero, ¿qué queremos decir cuando aplicamos a una persona humana el concepto iluminado? Somos plenitud de luz, pero no es fácil tomar conciencia de ello.

Todos los líderes espirituales, pero sobre todo en el budismo, enseñan lo mismo. Buda significa eso: el iluminado. ¡Qué difícil es entender lo que eso significa! Solo lo podemos comprender en la medida que nosotros estemos iluminados. Está claro, sin embargo, que no nos referimos a ninguna clase de luz material ni de ningún conocimiento especial. Nos referimos más bien a un ser humano que ha despertado, es decir que ha desplegado todas sus posibilidades de ser humano. Estaríamos hablando del ideal de ser humano.

Esto es precisamente lo que nos está diciendo el evangelio. Da por supuesto todo el proceso de despertar y considera a los discípulos ya iluminados y capaces de iluminar a los demás. Pero como nos dice el budismo, eso no se puede dar por supuesto, tenemos que emprender la tarea de despertar. Sería inútil que intentáramos iluminar a los demás estando nosotros apagados, dormidos. En el budismo, el iluminar a los demás estaría significado por la primera consecuencia de la iluminación, la compasión.

Hay un aspecto en el que la sal y la luz coinciden. Ninguna es provechosa por sí misma. La sal sola no sirve de nada para la salud, solo es útil cuando acompaña a los alimentos. La luz no se puede ver, es absolutamente oscura hasta que tropieza con un objeto. La sal, para salar, tiene que deshacerse, disolverse, dejar de ser lo que era. La lámpara o la vela producen luz, pero el aceite o la cera se consumen. ¡Qué interesante! Resulta que mi existencia solo tendrá sentido en la medida que me consuma en beneficio de los demás.

La sal es uno de los minerales más simples (cloruro sódico), pero también más imprescindibles para nuestra alimentación. Pero tiene muchas otras virtudes que pueden ayudarnos a entender el relato. En tiempo de Jesús se usaban bloques de sal para revestir por dentro los hornos de pan. Con ello se conseguía conservar el calor para la cocción. Esta sal con el tiempo perdía su capacidad de aislante térmico y había que sustituirla. Los restos de las placas retiradas se utilizaban para compactar los caminos.

Ahora podemos comprender la frase del evangelio: “pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará?; no sirve más que para tirarla y que la pise la gente”. La sal no se vuelve sosa. Esta sal de los hornos, sí podía perder la virtud de conservar el calor. La traducción está mal hecha. El verbo griego que emplea tiene que ver con “perder la cabeza”, “volverse loco”. En latín “evanuerit” significa desvirtuarse, desvanecerse. Debía decir: si la sal se vuelve loca o si la sal pierde su virtud. Esa sal quemada, no servía más que para pisarla.

No podemos conocer lo que Jesús pensaba cuando ponía estos ejemplos pero seguro que no hacía referencia a conocimiento doctrinal, ni a normas morales, ni a ningún rito. Seguro que ya intuían lo que hoy nosotros sabemos: la sal y la luz es lo humano. Es curioso que haya llegado a nosotros un proverbio romano que, jugando con las palabras, dice: no hay nada más importante que la sal y el sol. Probablemente estas comparaciones, utilizadas por Jesús, hacen referencia a algún refrán ancestral que no ha llegado hasta nosotros.

La sal actúa desde el anonimato, ni se ve ni se aprecia. Si un alimento tiene la cantidad precisa, pasa desapercibida, nadie se acuerda de la sal. Cuando a un alimento le falta o tiene demasiada, entonces nos acordamos de ella. Lo que importa no es la sal, sino la comida sazonada. La sal no se puede salar a sí misma. Pero es imprescindible para los demás alimentos. Era tan apreciada que se repartía en pequeñas cantidades a los trabajadores, de ahí procede la palabra tan utilizada todavía de “salario” y “asalariado”

Jesús dice: sois la sal, sois la luz. El artículo determinado nos advierte que no hay otra sal ni otra luz. Todos esperan algo de nosotros. El mundo de los cristianos no es un mundo cerrado y aparte. La salvación que propone Jesús es la salvación para todos. El mundo tiene que quedar sazonado e iluminado por la vida de los que siguen a Jesús. Pero cuidado, cuando la comida tiene exceso de sal se hace intragable. La dosis tiene que estar bien calculada. No debemos atosigar a los demás con nuestras imposiciones.

Cuando se nos pide que seamos luz, se nos está exigiendo algo decisivo para la vida espiritual propia y de los demás. La luz brota siempre de una fuente incandescente. Si no ardes no podrás emitir luz. Pero si estás ardiendo, no podrás dejar de emitir luz y calor. Solo si vivo mi humanidad, puedo ayudar a los demás a desarrollarla. Ser luz significa desplegar nuestra vida espiritual y poner todo ese bagaje al servicio de los demás.

Debemos de tener cuidado de iluminar, no deslumbrar. Estar al servicio del otro, pensando en el bien del otro y no en mi vanagloria. Debemos dar lo que el otro espera y necesita, no lo que nosotros queremos imponerle. Cuando sacamos a alguien de la oscuridad, debemos dosificar la luz para no dañar sus ojos. Los cristianos somos mucho más aficionados a deslumbrar que a iluminar. Cegamos a la gente con imposiciones excesivas y hacemos inútil el mensaje de Jesús para iluminar la vida real de cada día.

En el último párrafo, hay una enseñanza esclarecedora: “Para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre”. La única manera eficaz de transmitir el mensaje son las obras. Una actitud evangélica se transformará inevitablemente en obras. Evangelizar no es proponer una doctrina elaborada y convincente. No es obligar a los demás a aceptar nuestra ideología o manera de entender la realidad. Se trataría de ayudarle a descubrir su propio camino desde los condicionamientos personales en lo que vive.

En las obras se ponen al descubierto mis actitudes internas. Las obras que son fruto de una programación externa no ayudan a los demás a encontrar su camino. Solo las obras que son reflejo de una actitud vital auténtica son cauce de iluminación para los demás. Lo que hay en mi interior, solo puede llegar a los demás a través de las obras. Toda obra hecha desde el amor y la compasión es luz. Los que tenemos una cierta edad nos hemos conformado con un cristianismo de programación, por eso nadie nos hace caso.

Meditación

Puedo desplegar mi capacidad de sazonar
Puedo vivir encendido y dar calor y luz
Soy sal para todos los que me rodean
en la medida en que hago participar a otros de mi plenitud humana.
Soy luz en la medida en que vivo mi verdadero ser
y muestro a otros el camino que les puede llevar a ser en plenitud.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La misión.

Domingo, 5 de febrero de 2023
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Mt 5, 13-16

«Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo»

No es frecuente plantearse la vida desde la misión, pero eso es lo que nos pide Jesús. Y la misión no consiste en elucubrar sobre la Palabra, sino en responder a la Palabra. Tampoco consiste en promover filosofías o teologías que suplanten a la Palabra, sino en una forma determinada de vivir … Y ¿para qué?… pues «para que los hombres vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo». Por tanto, la misión no tiene nada que ver con un mensaje de palabras, sino en vivir de forma que nuestros actos hagan patente el amor del Padre.

El fundamento que soporta al cristiano es Abbá: el padre que nos quiere con locura y a cuyo amor respondemos amando a los demás (a sus otros hijos). Pero es muy difícil creer en el amor del Padre cuando lo que habitualmente vemos en el mundo no es amor, sino injusticia y opresión. Los cristianos hemos visto el amor de Dios en Jesús, y la misión que Jesús nos pide es que le ayudemos a que los demás vean ese amor en nuestras buenas obras. «Así como el Padre me envió … os envío yo a vosotros».

Según el texto de hoy, la misión a la que Jesús nos invita se concreta en ser luz y en ser sal; luz para poner de manifiesto ese amor, y sal para darle al mundo su auténtico sabor.

El signo de la luz tiene una larga tradición en Israel, y no es extraño que Jesús lo adopte para definir la misión. La luz no pone nada sobre lo que ya hay, pero permite ver las cosas mejor y vivir con más sentido… No obstante, la invitación a ser luz tiene un peligro, y es que caigamos en la pedantería de ir por la vida creyéndonos luz de los demás. Debemos tener muy claro que esa luz no es nuestra; que, en todo caso, somos meros portadores de la luz de Dios que hemos visto reflejada en Jesús.

Todos, creyentes y no creyentes, tenemos un poco de luz de Dios, y ofreciendo la que tenemos y recibiendo la que nos dan, podemos caminar por el mundo como hermanos que se esfuerzan en avanzar sin tropiezos. Ruiz de Galarreta comparaba la vida cristiana con un cirio que, si no se consume para dar luz, no sirve para nada. Y ponía de ejemplo a Jesús; cirio encendido que se quemó hasta el último cabo para iluminar el mundo con la luz de Dios.

El signo de la sal es mucho más humilde, menos pretencioso, y tan ajustado al estilo de Jesús, que podemos imaginar que es invento suyo. La sal solo sirve para añadirse a otros alimentos y resaltar su sabor, y esto tan sencillo, tan cotidiano, puede ser una excelente parábola de lo que ocurre con Jesús, que es la sal que da sabor a todo lo que hacemos: a vivir, a trabajar, a descansar, a triunfar, a fracasar, a estar sano, a estar enfermo, a morir… a todo.

Nuestra vida tiene sabor en Jesús; nuestra sal; la sal de Dios. Un mundo sin Dios no tiene sabor… y de ahí la misión que tenemos encomendada: «Vosotros sois la sal de la Tierra, y si la sal se vuelve insípida ¿con qué se la salará?».

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Emergencia.

Domingo, 5 de febrero de 2023
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mt-5-13-16Mt 5, 13-16

Acabas de proclamar el manifiesto de las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-12)  y a reglón seguido dices a los que te siguen que son sal y luz.

Hemos escuchado tantas veces estas lecturas que quizás no nos estimulen, no nos pongan en pie, puede que parezca que no van con nosotros, no provocan una escucha sincera y comprometida.

¿Qué nos dices hoy desde lo alto del monte? ¿Qué nos dices hoy tecleando desde el ordenador tus palabras inquietantes: “Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará?

Pero estamos sosos, incluso de bajón.

¿Qué nos dices desde el ambón?: “Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín, sino en el candelero, para que alumbre a todos los que están en la  casa”.

Pero estamos apagados, no hay conexión.

¿Qué nos dices desde las periferias del mundo? Periferias que no están lejos de nadie. Que están en la puerta de al lado (esto es del Papa Francisco) o a unas pocas estaciones de metro.

Pero estamos absortos en pantallas y a la espera del “metaverso”… hasta que sepamos en qué consiste.

Si nos regalamos un espacio de soledad y silencio, si dejamos de que la palabra invada y los pensamientos nos acosen, escucharemos tu voz en lo alto, en lo interno, a la derecha, a la izquierda, eclipsando el ruido ambiental, grosero, constante, idiotizante:

– ¡Esto es una emergencia! ¡Tan ciegos estáis que no lo veis! “Vosotros sois la sal de la tierra… La luz del mundo”. ¡Despertad, que no estáis solos!

Un grano de sal es poca cosa. Una pequeña vela, también. Todo lo grande empieza en pequeño. Nos llamas a unirnos en la emergencia de un mundo dividido, de una Iglesia dividida, de cristianos que, no caminan juntos sino enfrentados o, sencillamente  desinteresados.

Nos llamas a aportar lo poco que somos como sal y como luz. Un pequeño grano de sal encerrado en un salero de poco sirve; una mínima vela en la noche de este mundo poco puede iluminar. Pero millones de pequeños granos de sal y millones de pequeñas velas encendidas… sería la estabilidad armoniosa del Reino de Dios.

¿Quién dijo utopía?… ¡Atrévete a soñar, hermano! ¡Da un paso hacia delante, hermana, y haz el “poco” que tú puedes hacer!

Atrevámonos a soñar…

Mari Paz López Santos

2023.01.05 – FEADULTA

Fuente Fe Adulta

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La sal da sabor sin saberlo.

Domingo, 5 de febrero de 2023
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B601C1D2-053E-433A-9541-7C5D74B0759EV Domingo del Tiempo Ordinario

5 febrero 2023

Mt 5, 13-16

La sabiduría que contienen las metáforas de la sal y de la luz radica en que ponen el acento en la desapropiación: la sal da sabor y la luz ilumina sin hacer ningún esfuerzo, sin proponérselo y sin presumir de ello. Y, sin embargo, son eficaces: si está en buen estado, la sal no puede sino dar sabor; si está encendida, la luz no puede sino alumbrar.

Todo se tergiversa cuando las palabras de Jesús se leen -como en tantas otras ocasiones- en clave moralista y voluntarista. Tal lectura da lugar a proclamas del tipo: “tenemos que ser sal, tenemos que ser luz”… El voluntarismo y la apropiación, incluso cuando nacen de la mejor voluntad, constituyen un alimento jugoso para el ego, que se fortalece así incluso con lo más sagrado.

¿Qué da sabor a nuestras vidas?, ¿qué las ilumina? Tal vez nos ayude a descubrirlo volver la vista hacia atrás y preguntarnos qué ha sido aquello que ha aportado sabor y luz a nuestra existencia. Seguramente nos aparecerán rostros con calidad de presencia amorosa que, sin aspavientos, supieron vernos, acogernos, escucharnos, ayudarnos, hablarnos…, sin ni siquiera ser conscientes de todo lo que nos estaban aportando en ese momento.

Si bien es cierto que no pueden separarse -de la misma manera que no puede separarse la sal del sabor-, parece claro que el acento no está en el hacer, sino en el ser. Y cuando es así, todo lo demás “se nos dará por añadidura”, diría el mismo Jesús.

Todo consiste en ser: en vivir en conexión y en coherencia con lo que somos en profundidad. Acallando los ruidos de la mente y las apetencias del ego, nos dejamos escuchar la voz del anhelo que clama en nuestro interior. Silencio del ego, aceptación, gratitud, paz, unidad: esas son las señales que nos permiten ver si estamos en el “buen lugar”, en el lugar donde -aunque no lo sepamos- somos sal y luz.

¿Desde dónde me vivo?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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¿Se habrá vuelto sosa la sal? Porque esta Iglesia ni divierte ni convierte

Domingo, 5 de febrero de 2023
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5b91b-luz2bdel2bmundoDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Sal y luz: sabor y color de la vida.

    El evangelio de hoy es la conclusión de las bienaventuranzas, que meditábamos el pasado domingo.

El texto evangélico de hoy ensambla dos símbolos: la sal y la luz. Vosotros sois la luz y la sal de la tierra.

Sal

    La sal conserva los alimentos además de dar sabor a la comida. La sal es un símbolo de cierta viveza: sabor y saber vivir, sabiduría.

(Saber) Sabiduría no es lo mismo que ciencia: Se puede tener conocimientos y carreras universitarias, pero no saber vivir ni saborear la vida. Y al revés, cuántas personas no tienen ciencia, pero saben vivir, tienen sabiduría.

    Los cristianos, la comunidad eclesial es sal de la tierra: Vosotros sois la sal de la tierra. La sabiduría y el sabor cristiano es el de las bienaventuranzas.

 Luz

    El símbolo de la luz está muy presente en la Biblia (y en la vida). La luz es el principio de la creación de la vida (Gn 1,3). El pueblo que vivía en tinieblas, vio una gran luz, (Mt 4,16). Yo soy la luz (Jn 8,12; 9,5).

Solemos emplear este símbolo en los dos momentos más importantes de la vida: las madres “dais a luz”. Cuando muramos, alguien nos deseará y pedirá a Dios Padre que nos “conceda la luz eterna”: lux aeterna luceat eis.

En situaciones difíciles no vemos la luz, la salida. A veces nos encontramos con personas que “no tienen luces” o a nosotros mismos nos “faltan las luces” por debilidad, cansancios, dificultades de la vida etc.

    Como cristianos nos acercamos a quien es la Luz para que Él ilumine nuestra vida y nosotros transmitamos, reflejemos un poco de luz. Los cristianos somos como Juan Bautista, no somos la luz: Cristo es la luz. Yo soy la luz del mundo, (Jn 8,12). Nosotros nos acercamos a la luz.

02.- ¿Hoy el evangelio no ilumina ya la vida?

    Quizás también a vosotros os asalta la cuestión de porqué la Iglesia tiene hoy en día tan poca presencia en la sociedad, apenas tiene relevancia en la vida pública, política, en la Universidad, en el mundo cultural, económico, etc.

¿A qué puede ser debido que en el seno de la misma “tradición del pueblo que ha sido cristiano”, la Iglesia ya no cuente: entre nosotros se bautiza menos de la mitad de los niños que nacen, el número de primeras comuniones ha descendido mucho lo mismo que el de matrimonios, no son pocos los que mueren ya sin sacramentos, sin funeral… La descristianización es grande.

    Una razón –débil, pero razón- pudiera ser que en épocas no lejanas vivíamos un régimen de cristiandad más bien sociológico: “todos éramos cristianos” pero con una “fe”·sociológica, masiva, poco personal. Hoy en día en pasado a un ateísmo / agnosticismo también de sociológico, masivo: hoy en día “todos somos ateos”, está “bien visto” ser anticristiano, agnóstico, etc…

    Pudiera ser.

    Pero me da la impresión de que –quizás- lo que “presentamos” el mundo eclesiástico –al menos entre nosotros- no es el evangelio de JesuCristo, sino más bien una doctrina, un sistema dogmático-moral, que ya no es la buena noticia del Evangelio.

    ¿La sal se habrá vuelto sosa? La doctrina ilumina poco, la levadura ya no fermenta la masa?

    Si esto es así, estamos en lo que decía Jesús: No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente

03.- No es lo mismo evangelio que doctrina (Un inciso)

El evangelio es buena noticia. La doctrina, el dogma, el catecismo son intentos de formulación de la buena noticia, del evangelio.

Un ejemplo (nada más que un ejemplo): cuando un médico trata a un paciente y éste se cura de su enfermedad. Entonces el médico le dice: enhorabuena, estás curado. Eso es evangelio, buena noticia.

Cuando tal médico explica a sus alumnos en el aula de la Facultad de medicina y les dice: las características de tal enfermedad son estas, el diagnóstico es “este”, y la terapia requiere estos pasos… Eso es doctrina; necesaria pero doctrina

Santo Tomás decía aquello de: la fe (el evangelio) no termina en los enunciados (en la doctrina), en las palabras, sino en la realidad, que no la poseemos. Una afirmación, un dogma puede expresar aspectos, parcelas de verdad, pero no son la Verdad. Algo podemos decir y se ha dicho sobre el amor, sobre la libertad, sobre la paz, sobre Dios, pero Dios es mucho más de lo que podemos decir de ´Él.

    Nos podríamos aplicar aquello que decía Antonio Machado:

¿Tu verdad? ¡No!, la verdad y ven conmigo a buscarla, la tuya guárdatela.

    La Verdad –probablemente- es una búsqueda continua.

04.- Yo soy el camino, la verdad y la vida, yo soy la luz.

    ¿Y si volviéramos al Evangelio de JesuCristo?

    La doctrina y el dogma son lo que son y dicen lo que dicen, que a duras penas se aproxima a la realidad última. El Evangelio es vida y salvación.

    Por otra parte el mundo clerical no es portavoz de Dios, ni mucho menos. El clero debería ser humilde servidor del pueblo de Dios.

    ¿Y cómo acercarnos al evangelio, a la luz, a ser sal de la tierra?

Termino la homilía pensando que Iglesia recuperará credibilidad si seguimos las palabras de Isaías de la primera lectura de hoy:

Veremos cuando compartamos tu pan con el hambriento, tu oscuridad se tornará mediodía, cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia… Entonces brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.

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Con un poco de sal

Lunes, 10 de febrero de 2020
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salt-of-the-earthJesús se ve que conocía la costumbre riojana. Cuando se asan chuletas al fuego encima de la parrilla, se echa sal a las ascuas, para que tomen fomento y se enciendan más.

Es sorprendente cuando me encuentro con algún texto de personas, creyentes o no, que me impresionan y me hacen pensar. Una tarea a realizar como misión evangelizadora es dar a conocer lo bueno y lo positivo. Hay muchas películas y libros y videos… Qué labor más bonita y cómo animan. Después de ver Silencio, muchas personas nos interrogamos tanto, por lo menos, como si viéramos una película religiosa.

Los que estamos con problemas de tensión arterial, nos ponen poca sal en las comidas. Y da la impresión de que en nuestra iglesia andamos mal de tensión y enseguida se nos sube de tono, y rechazamos y no descubrimos a Jesús en lo no religioso.

Ayer me encontré con un señor a quien le falta una pierna y va sobre una bicicleta: “voy a la cárcel de jóvenes porque un joven quiere hablar conmigo” y allá se va y rocía de sabor la vida y abre horizontes.

Por las noches en el verano está el campo plagado de luciérnagas. Pequeñas lucecitas. Si damos a conocer menos discursos pero más hechos positivos, con un poco de sal, eso son lucecitas. Ahí creo que está mi misión como cristiano.

Ya lo decía Helder Camara: “La sal tiene que estar mezclada con las alubias” Si no, no da sabor. Nuestras experiencias no las podemos dejar guardadas en nuestro arcón, sino en la vida, saliendo al periódico, dialogando en las pequeñas terrazas de la vida, del trabajo, de la diversión.

Me sorprende. Soy aficionado a escribir cartas al director en el periódico y sé que hay muchas personas que lo leen y que llegan a pensar a favor o en contra, pero intento que transmitir el sabor de la vida.

La comida demasiado salada no hay quien la coma, con un poco de sal, da gusto.

No se trata de atiborrar de grandes enseñanzas. Con una pizca de sal, especialmente si tiene humor, cala y penetra más. Me va sucediendo que los últimos cuatro domingos, se me ha ocurrido un chiste en cada evangelio. Y eso cala. Somos sal y luz con la vida, la palabra, los hechos. Aunque a veces la sal escuece las conciencias.

Gerardo Villar

Fuente Fe Adulta

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“La luz de las buenas obras”. 5 Tiempo ordinario – A (Mateo 5,13-16)

Domingo, 9 de febrero de 2020
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12-05-to-600x894Los seres humanos tendemos a aparecer ante los demás como más inteligentes, más buenos, más nobles de lo que realmente somos. Nos pasamos la vida tratando de aparentar ante los demás y ante nosotros mismos una perfección que no poseemos.

Los psicólogos dicen que esta tendencia se debe, sobre todo, al deseo de afirmarnos ante nosotros mismos y ante los otros, para defendernos así de su posible superioridad.

Nos falta la verdad de «las buenas obras», y llenamos nuestra vida de palabrería y de toda clase de disquisiciones. No somos capaces de dar al hijo un ejemplo de vida digna, y nos pasamos los días exigiéndole lo que nosotros no vivimos.

No somos coherentes con nuestra fe cristiana, y tratamos de justificarnos criticando a quienes han abandonado la práctica religiosa. No somos testigos del evangelio, y nos dedicamos a predicarlo a otros.

Tal vez hayamos de comenzar por reconocer pacientemente nuestras incoherencias, para presentar a los demás solo la verdad de nuestra vida. Si tenemos el coraje de aceptar nuestra mediocridad, nos abriremos más fácilmente a la acción de ese Dios que puede transformar todavía nuestra vida.

Jesús habla del peligro de que «la sal se vuelva sosa». San Juan de la Cruz lo dice de otra manera: «Dios os libre que se comience a envanecer la sal, que, aunque más parezca que hace algo por fuera, en sustancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios».

Para ser «sal de la tierra», lo importante no es el activismo, la agitación, el protagonismo superficial, sino «las buenas obras» que nacen del amor y de la acción del Espíritu en nosotros.

Con qué atención deberíamos escuchar hoy en la Iglesia estas palabras del mismo Juan de la Cruz: «Adviertan, pues, aquí los que son muy activos y piensan ceñir el mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios… si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración».

De lo contrario, según el místico doctor, «todo es martillear y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aún a veces daño». En medio de tanta actividad y agitación, ¿dónde están nuestras «buenas obras»? Jesús decía a sus discípulos: «Alumbre vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria al Padre».

José Antonio Pagola

 

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“Vosotros sois la luz del mundo”. Domingo 9 de febrero de 2020 5º Domingo Ordinario

Domingo, 9 de febrero de 2020
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13-ordinarioa5Leído en Koinonia:

Isaías 58,7-10: Romperá tu luz como la aurora.
Salmo responsorial: 111: El justo brilla en las tinieblas como una luz.
1Corintios 2,1-5: Os anuncié el misterio de Cristo crucificado.
Mateo 5,13-16: Vosotros sois la luz del mundo.

Las lecturas de hoy tienen como tema central la justicia de Dios, expresada plenamente en el amor misericordioso para con el prójimo. El relato que leemos del profeta Isaías se enmarca en el contexto del ayuno, en donde se realiza una fuerte crítica al pueblo de Israel por sus prácticas religiosas desarticuladas de la fe y la justicia con los pobres. El profeta llama a realizar el verdadero culto a Yahvé, ligado íntimamente con la justicia y la misericordia. Las prácticas religiosas deben salir del corazón y deben dar como fruto una verdadera justicia social, concretizada en el compartir del pan con el hambriento, en la solidaridad con los que sufren, en preocuparse visceralmente por los hermanos pobres, pues en ellos, en los abatidos, en los mal vistos, es donde el mismo Dios se revela; es en ellos donde la luz de Dios se hace presente; es donde el Dios de Israel verdaderamente habita.

En relación con lo anterior, Pablo expresa a los corintios que el misterio de Dios anunciado por él no se fundamenta en la sabiduría humana, sino en el mismo Señor crucificado, lo cual significa que es Dios quien ha actuado en Pablo y en la comunidad. Es relevante que Pablo se refiera a la cruz de Cristo como el elemento esencial de su predicación. Con ello quiere hacer presente el verdadero rostro de Dios que se revela no a los sabios ni a los poderosos, sino a los más vulnerables de la sociedad. De ahí que el anuncio de la Palabra transformadora de Dios no pertenezca al mundo de la sabiduría humana, sino a la fuerza salvífica del Espíritu de Dios; es decir, que la fe y su debido comportamiento moral, sintetizado en la justicia y en la misericordia, sea una iniciativa exclusiva de Dios, una acción liberadora que penetra en el corazón del ser humano y que lo empuja a actuar de una manera coherente con la Palabra escuchada. Por tanto, el anuncio del misterio de Dios realizado por Pablo a la comunidad griega de Corinto es su propia experiencia de Cristo; lo que realmente anuncia es la vivencia de ese mensaje.

El evangelio de hoy, de Mateo, expresa cuál es la misión de los creyentes de todos los tiempos: ser sal y luz para el mundo. Tanto la sal como la luz son elementos necesarios en la vida cotidiana de las familias. La sal da sabor a las comidas, conserva los alimentos, purifica; en la antigua Palestina servía para encender y mantener el fuego de los hornos de tierra. Por su parte, como es sabido, la luz disipa las tinieblas, ilumina y orienta a las personas; es la metáfora perfecta que emplea el AT para hacer referencia a Dios; y es la tarea de los profetas y en especial la del Mesías: ser luz de las naciones (Is 42,6). Sal y luz, entonces, hablan de la tarea del seguidor fiel de Jesús: Expresar la fe, su integración con el proyecto de Dios a través del testimonio de vida, a través de las buenas obras, de los buenos frutos; tiene la misión de mantener el sabor y la luminosidad de la Palabra de Dios en todo tiempo y lugar del mundo –empresa que únicamente se logra por medio de una conciencia plena de la necesidad de fomentar en la comunidad mundial la justicia y la solidaridad entre los hermanos. Leer más…

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9.2.20 . 5º domingo tiempo ordinario. ciclo A. “Sal de la tierra, Luz del cosmos. Eso es la iglesia”.

Domingo, 9 de febrero de 2020
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LUZDel blog de Xabier Pikaza:

Iglesia “sabrosa“, iglesia luminosa

Sois la sal de la tierra… Vosotros, es decir, el grupo de discípulos y amigos, reunidos en la Montaña de la Nueva Creación, en torno a Jesús (Mt 5,1), los que acaban (acabamos) de escuchar y aceptar la bienaventuranzas (Mt 5,3‒12).

Vosotros (Hymeis), reunidos y preparados, “en salida”, como quiere el Papa Francisco, sois Sal de la tierra, Luz del mundo (cosmos). Sólo así sois iglesiaEsta es vuestra más honda identidad, expresada en palabras esenciales, la más honda, precisa y creadora definición de la Iglesia, que es por un lado muy pretenciosa.

Vosotros (=nosotros) sois (somos) la “sal” que sazona, conserva y pone en marcha la historia de la humanidad. Ciertamente, la Sal es Jesús, él podría haber dicho (y dice en algunos textos sapienciales): Yo soy la sal del mundo. Sal para que el mundo  tenga gusto y sabor, la “salsa” de la tierra sal que conserva e impide que la tierra se pudra, se destruya a sí misma, se vuelva un infierno, se queme a sí misma se vuelva un “basurero” de escorias, la sal de la ecología. Hemos de ser la sal para conservar la tierra.

La iglesia tiene organizaciones, ministerios, historias, jerarquía, todo eso y mucho más, incluso dinero. Pero, en sí misma, la iglesia es sal de la tierra (gê), luz del mundo (kosmos).

Sal de la tierra, en griego “ge”, en hebreo aretz. Tierra significa aquí la zona habitada del planeta: Arriba está el cielo (ouranos), por eso se dice que al principio creó Dios el cielo arriba y la tierra abajo (Gen 1, 1). Y en el piso inferior esta “lo de más abajo”, el infierno de la condena… Y el gran riesgo es convertir la tierra en invierno (en puro basurero, en gehena).

Vosotros (nosotros) sois (=somos) la luz del kosmos. La traducción bueno no es “mundo”, que es la tierra frente al “cielo”, sino kosmos, que es la totalidad de cielo y tierra, la creación entera como expresión de Dios.  En este caso, Jesús dice Yo soy la luz del Kosmos (Jn 8, 12), es decir, de la totalidad, de lo que hoy diríamos el “universo”, que abarca el cielo arriba, la tierra abajo, con los mundos inferiores. Pero Jesús no dice aquí “yo soy”, sino vosotros sois “la Luz”.

Sin hombres, el cosmos es oscuridad, se pierde en su vacío, en eso que pudiéramos llamar el “agujero negro de sí mismo”.

La luz es la primera creación… Es Dios mismo que se expande… Por eso, de manera sorprendente, la Biblia empieza diciendo que el primer día Dios creó la luz (Gen 1, 3‒4). En el principio de todo, en el primer día de Dios (Dios mismo saliendo en amor hacia los hombres) surgió la luz. La esencia de todo lo que existe es luz, en palabra sorprendente que de alguna forma ha sido confirmada por la ciencia.

La luz en sí es Dios (Dios es luz, 1 Jn 1, 5‒7; Cristo es Luz (Jn 8, 12). Pues bien ahora, de forma sorprendente, Jesús dice: Vosotros (hymeis) sois la luz del kosmos.  La luz alumbre, permite  ver, ilumina… Pues bien, siendo la sal de esta tierra, los hombres (la iglesia), somos luz del kosmos entero, detodas las cosas, entendidas como hermosura, equilibrio… En ese sentido se utiliza todavía la palabra kosmos‒cosmética: Aquello que adorna y embellece.

Esto ha de ser la Iglesia de Jesús. Iglesia no sólo en salida, como quiere Francisco, sino Iglesia en esencia, en su identidad más honda:

  1. La iglesia  es Sal‒Halas tês gês (sal de la tierra). Esta es la iglesia‒sal, la humanidad que conserva y sazona, la humanidad que da sabor a todas las cosas… La humanidad salario. Salario es la paga con sol, es el “dinero” del ejército romano, quería “conquistar el mundo entero” con la paga de sal (=salario) que daba el emperador o el general a los soldados. Ése es el auténtico “capital”, el verdadero “salario” de la Iglesia, de la nueva humanidad, no para apoderarse de todo, sino para transformarlo todo en tierra de sabor, tierra viva, sin riesgo de muerte. Ésta es la mayor riqueza, el “capital” de la iglesia, su auténtico “dinero”, dinero que es “sal” para conservar la tierra, que sea sabrosa, gozosa… Eso debemos ser, la iglesia en esencia, sal de la tierra entera.
  2. La iglesia  es Luz‒Phos tou kosmou (luz del mundo entendido como kosmos, totalidad hermosa…). La Luz es lo que nos permite ver, los que modela la figura de todas las cosas, lo que alumbra, nos permite vernos, compartir la vida… Es la hermosura del mundo. Esto es la luz, esto es la Iglesia… Como una ciudad iluminada sobre el mundo, para que todos vean, como sentido y vida del cosmos. Esto es la Iglesia (presencia de Dios, que es luz; presencia de Cristo que es Luz).

Sal‒Lux, éste es mi primer recuerdo de la teología y vida de la Iglesia. Yo era un niño, el año 1949-1950, cuando supe que mi tío Antonio Ibarrondo, que había sido oficial y soldado en la Guerra de España, alistado a la fuerza en las fuerzas “nacionales” cuando estudiaba en el teologado mercedario en Poio  (del 1936 al 1939) (a diferencia del resto de sus hermanos, “republicanos” vascos)…, que era “maestro de estudiantes” del coristado  o “coro de frailes” de Poio había fundado una revista llamada Sal‒Lux, el año 1949 (imágenes).

Le pregunté más tarde por qué ese nombre Sal‒Lux, Sal‒Luz, y me dijo… “porque vi en la guerra”, entre trincheras de violencia, que era necesaria una iglesia que fuera sal de vida para todos (para conservar y dar sabor, no para matar); porque vi que era imprescindible una iglesia luz para todos (para alumbrar con la vida, no con las bombas de guerra, como en la batalla del Ebro donde sobrevivimos algunos por milagro de Dios).

 Y así fue como mi tío maestro y sus estudiantes “coristas” mercedarios de Poio crearon una revista titulada Sal‒Lux, que se publicó durante veinte años (hasta el 1969‒1970), como referencia cultural y religiosa. En esa revista (cf. imágenes) aprendí a escribir; de esa revista fui director dos años (1962‒1964). Por esa revista y el ideal de Iglesia que latía en su fondo soy lo que soy como teólogo y hombre de Iglesia.

   A continuación, para el que quiera seguir leyendo, pongo el texto que dedica a este pasaje del evangelio de hoy (Mt 5, 13‒16) en mi Comentario de Mateo… Y un par de referencias de mi Diccionario de la Biblia. Un saludo a todos. Buen domingo de la iglesia Sal, de la iglesia Luz del mundo.

 Sal de la tierra, luz del mundo

  Estos símbolos habían sido utilizados por Marcos (cf.  mMc 9, 50; 4, 21), y reutilizados por Lucas en su contexto antiguo (14, 34-35 y 11, 33). Sólo Mateo los ha vinculado y unificado desde la perspectiva de las bienaventuranzas (5, 3‒11), que habían aparecido como programa mesiánico/sapiencial abierto a todos (en tercera persona). Antes de precisar la aplicación de la nueva “ley” de Jesús vienen estas palabras sobre la experiencia clave de la comunidad, entendida desde la tradición del judaísmo; ellas expresan ahora la identidad más honda de la Iglesia (¡vosotros sois!), en una línea que puede compararse a la de la semilla y la levadura de Mt 13, 31-33:

5 13 Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se desala ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada, sino para ser arrojada afuera y pisoteada por los hombres.14 Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada sobre un monte. 15 Ni encienden una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los de la casa. 16 Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos[1].

La sal es un signo ambivalente, es desolación y desierto (como en el Mar de la Sal, Mar Muerto, a poca distancia de Jerusalén), y de condimento alimenticio y componente de los sacrificios (cf. Lev 2, 13). Un texto enigmático de Marcos afirma que «todo será salado en (con) fuego. Buena es la sal. Pero si la sal se desala, ¿con que la sazonareis?» (Mc 9,50). Esta imagen   ofrece una interpretación de conjunto de la realidad, partiendo del riesgo de condena que Jesús ha vinculado al rechazo (escándalo) de los pobres.

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La sal y la luz. Domingo 5º TO. Ciclo A

Domingo, 9 de febrero de 2020
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imagesDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Brille vuestra luz a los hombres

El domingo pasado, al celebrar la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo, no leímos el comienzo del Sermón del monte, las bienaventuranzas, fundamentales para entender estas dos breves parábolas que siguen.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

            Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.

            Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del candelero, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.

Diseccionando el texto

            Aunque empiezan de forma muy parecida, el desarrollo de las dos parábolas es distinto.

            La primera consta de dos elementos: afirmación (vosotros sois la sal) y advertencia sobre el peligro de perder el sabor.

            La segunda es más compleja, consta de cuatro elementos: entre la afirmación (vosotros sois la luz) y la advertencia sobre el peligro de meter la lámpara en el armario, encontramos una nueva imagen sobre la ciudad en lo alto del monte, y termina con una exhortación a hacer brillar nuestra luz.

            Pido perdón por destripar el texto, pero lo hago para dejar claro la difícil tarea de los evangelistas, que reunieron palabras pronunciadas por Jesús en diversos momentos, y no tenían la posibilidad moderna de marcar bloque y trasladar o borrar sin enorme gasto de tiempo y de dinero.

El contexto: las parábolas y las bienaventuranzas

            El evangelio de Mateo sitúa estas dos parábolas inmediatamente después de las bienaventuranzas, que hablan de las personas que pueden interesarse por el mensaje de Jesús y entenderlo, las que pueden entrar a formar parte de la comunidad cristiana (el reinado inicial de Dios). Proclamando los valores más inauditos, son un canto de esperanza para todos los que se sienten marginados por la sociedad y el estamento religioso: Dios Rey los acoge como súbditos.

            Pero Mateo, siempre realista, no quiere que los cristianos lancemos las campanas al vuelo, que nos sintamos maravillosos y al seguro. Por eso, antes de entrar en el cuerpo central del Sermón del Monte, nos da un doble toque de atención con estas dos parábolas.

Los dos peligros

            Leídas juntas, las dos parábolas pretende ilusionar a los oyentes recordándoles que Dios les ha concedido la capacidad de dar sabor, y energía para iluminar a todos los hombres, redundando en gloria de Dios.

            Pero caben dos peligros: el prime­ro, perder la energía (parábola de la sal); el segundo, ocultarla (parábola de la luz del mundo).

            ¿Cómo se puede perder la energía? Más adelante, en la parábola del sembrador, Mateo ofrece unas pistas cuando habla de la semilla sembrada entre cardos: las preocupaciones mundanas y la seducción de la riqueza lo ahogan, y no da fruto (Mt 13,22).

            ¿Cómo conservar la energía? Si tomamos como modelo a Jesús, sus dos fuentes de energía fueron la oración (tema que subrayan los cuatro evangelios) y el contacto directo con el prójimo, especialmente con los más necesitados (enfermos, marginados).

            ¿Cómo ocultar la luz? Dejándonos arrastrar por lo cómodo y fácil. Jesús fue luz del mundo porque no se recluyó cómodamente en su mundo, prefirió el esfuerzo, el riesgo, el cansancio, la adversidad y la muerte.

¿Cómo hacer que brille nuestra luz? 1ª lectura (Is 58,7-10)

            La primera lectura, tomada del c.58 de Isaías, encaja perfectamente con la parábola de la luz.

            Así dice el Señor:
Parte tu pan con el hambriento,
hospeda a los pobres sin techo,
viste al que ves desnudo,
y no te cierres a tu propia carne.
Entonces romperá tu luz como la aurora,
en seguida te brotará la carne sana;
te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor.
Entonces clamarás al Señor, y te responderá;
gritarás, y te dirá: “Aquí estoy”.
Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia,
cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente,
brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.

            Tras la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia (año 586 a.C.), la situación del pueblo judío fue trágica, incluso después de la vuelta del destierro (año 538 a.C.). La capital siguió prácticamente despoblada hasta mediados o finales del siglo V (época de Nehemías) y la situación económica era de absoluta penuria. El pueblo se sentía como un cuerpo enfermo y sumergido en tinieblas.

            En esas circunstancias de desánimo, busca la solución en una serie de ceremonias religiosas, especialmente el ayuno (que implicaba no sólo abstenerse de alimentos sino también realizar otros ritos, como cubrirse de saco y ceniza, etc.), para ganarse el favor de Dios. Pero Dios no hace nada. Y el pueblo se queja y protesta. «¿Para qué ayunar si no haces caso?» Dios responde por medio del profeta: si quieres que tu situación mejore, que brille tu luz en las tinieblas, que rompa tu luz como la aurora, comprométete con el que pasa hambre, tiene sed, está desnudo y sin techo (las famosas obras de misericordia, que se conocían ya en el antiguo Egipto); destierra la opresión y la maledicencia.

            Hay una idea capital en esta lectura. Cuando habla de los necesitados termina diciendo: «y no te cierres a tu propia carne». El hambriento, desnudo o sin techo no es un ser extraño, ajeno a mí, al que hago un favor si me apetece. Es mi propia carne, que reclama cuidado y atención, como un miembro cualquiera de nuestro cuerpo.

¿Cómo hizo brillar Pablo su luz? 2ª lectura (1 Corintios 2,1-5)

            Buscando una relación entre esta lectura y el evangelio, la luz con la que Pablo intenta iluminar a los corintios es la persona y el mensaje de Jesucristo. Pero la fuerza del texto recae en el modo de hacer brillar esa luz. La comunidad de Corinto había sido fundada por Pablo. Pero cuando apareció por allí Apolo, un judío convertido al cristianismo, encandiló a todos con su sabiduría y su excelente oratoria. Muchos terminaron prefiriendo a Apolo y su modo de transmitir el evangelio. Pablo reacciona con dureza, afirmando que él nunca quiso presumir de sabio o elocuente, sino anunciar a Jesucristo, y no de cualquier manera, sino en su aspecto más escandaloso: crucificado. «Para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios».

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Domingo V del Tiempo Ordinario. 9 febrero, 2020

Domingo, 9 de febrero de 2020
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Alumbre así vuestra luz a las gentes

para que vean vuestras buenas obras

y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.”

(Mt 5, 13-16)

Imagínate por un momento que eres una artista famosa en el campo que quieras: poesía, escultura, pintura, cine, fotografía, moda, canto…

Tienes que imaginarte que eres una renombrada artista. Famosa, conocida, valorada. De esas que se han abierto camino poco a poco y con dificultades. Con un talento que no siempre se ha sabido reconocer.

¿Estás en situación? ¡Bien! Ahora ya eres famosa y reconocida, lo que significa que tu talento ha sido probado y educado. Te encuentras en lo mejor de tu carrera profesional y acabas de realizar tu gran obra. Todo gran artista tiene una gran obra que lo define.

Estás delante de tu escultura, tu película o tu novela acabada. Sabes que es la mejor. La cumbre del trabajo de toda tu vida.

Pues ahora redobla tu capacidad de imaginar e imagínate (si puedes) que decides no firmar tu obra maestra. No corras, piénsalo despacio.

Piensa en qué podría moverte por dentro a hacer algo así. Para ayudarte a tu reflexión puedes pensar en aquellas obras conocidas de autoras anónimas. Tantos libros y canciones antiguas…

Quizá alguna vez ha caído en tus manos algo hermoso, tan hermoso que has querido saber quién lo ha hecho y cuando te has puesto a investigar no has podido dar con el autor/autora. ¿Quién es capaz de hacer algo bonito y no firmarlo? ¿Qué puede buscar quien hace algo así?

Podemos pensar que a veces sale algo de nosotras tan bueno y bonito que descubrimos que en ello hay algo más que nuestra impronta personal, nuestro trabajo y nuestro esfuerzo.

Imagínate ahora algo más sencillo y cotidiano: un buen guiso, un jardín bonito, una casa limpia y ordenada, un cliente bien atendido, o una buena gestión…Una cosa sencillita que te ha salido tan bien que hasta tú misma te has quedado sorprendida y se te escapa una sonrisa acompañada de un gracias.

Pues algo así parece que nos invita a hacer el evangelio de hoy, a dejar que nuestras obras (grandes o pequeñas) alumbren, den luz, pero una luz, un calor, que quienes las reciban (e incluso nosotras mismas) lo que les salga sea dar gracias a Dios. O lo que es lo mismo: “den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.”

Oración                        

“Alumbre así vuestra luz a las gentes para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.”

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Déjate iluminar e iluminarás. Preocúpate de ser una persona salada.

Domingo, 9 de febrero de 2020
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mateo-5-13-16Mt 5,13-16

El texto que acabamos de escuchar es continuación de las bienaventuranzas, que leímos el domingo pasado. Estamos en el principio del primer discurso de Jesús en el evangelio de Mt. Es, por tanto, un texto al que se le quiere dar suma importancia. Se trata de dos comparaciones aparentemente sin importancia, pero que tienen un mensaje de gran valor para la vida del cristiano, pues su tarea más importante sería estar ardiendo e iluminar.

El mensaje de hoy es simplicísimo, con tal que demos por supuesta una realidad que es de lo más complicada. Efectivamente, todo el que ha alcanzado la iluminación, ilumina. Si una vela está encendida, necesariamente tiene que iluminar. Si echas sal a un alimento, necesariamente quedará salado. Pero, ¿qué queremos decir cuando aplicamos a una persona humana el concepto de iluminado? ¿Qué es una persona plenamente humana?

Todos los líderes espirituales, pero sobre todo en el budismo, enseñan lo mismo. Buda significa eso: el iluminado. ¡Qué difícil es entender lo que eso significa! En realidad solo lo podemos comprender en la medida que nosotros mismos estemos iluminados. Está claro, sin embargo, que no nos referimos a ninguna clase de luz material ni de ningún conocimiento especial. Nos referimos más bien a un ser humano que ha despertado, es decir, que ha desplegado todas sus posibilidades de ser humano. Estaríamos hablando del ideal de ser humano.

Esto es precisamente lo que nos está diciendo el evangelio. Da por supuesto todo el proceso de despertar y considera a los discípulos ya iluminados y en consecuencia, capaces de iluminar a los demás. Pero como nos dice el budismo, eso no se puede dar por supuesto, tenemos que emprender la tarea de despertar. Sería inútil que intentáramos iluminar a los demás estando nosotros apagados, dormidos. En el budismo el iluminar a los demás estaría significado por la primera consecuencia de la iluminación, la compasión.

Hay un aspecto en el que la sal y la luz coinciden. Ninguna es provechosa por sí misma. La sal sola no sirve de nada para la salud, solo es útil cuando acompaña a los alimentos. La luz no se puede ver, es absolutamente oscura hasta que tropieza con un objeto. La sal, para salar, tiene que deshacerse, disolverse, dejar de ser lo que era. La lámpara o la vela produce luz, pero el aceite o la cera se consumen. ¡Qué interesante! Resulta que Mi existencia solo tendrá sentido en la medida que me consuma en beneficio de los demás.

La sal es uno de los minerales más simples (cloruro sódico), pero también más imprescindibles para nuestra alimentación. Pero tiene muchas otras virtudes que pueden ayudarnos a entender el relato. En tiempo de Jesús se usaban bloques de sal para revestir por dentro los hornos de pan. Con ello se conseguía conservar el calor para la cocción. Esta sal con el tiempo perdía su capacidad térmica y había que sustituirla. Los restos de las placas retiradas se utilizaban para compactar la tierra de los caminos.

Ahora podemos comprender la frase del evangelio: “pero si la se desvirtúa, ¿con qué se salará?; no sirve más que para tirarla y que la pise la gente”. La sal no se vuelve sosa. Esta sal de los hornos, sí podía perder la virtud de conservar el calor. La traducción está mal hecha. El verbo griego que emplea tiene que ver con “perder la cabeza”, “volverse loco”. En latían “evanuerit” significa desvirtuarse, desvanecerse. Debía decir: si la sal se vuelve loca o si la sal pierde su virtud, ¿cómo podrá recuperarse?  Esa sal “quemada” no servía más que para pisarla.

No podemos hacernos una idea de lo que Jesús pensaba cuando ponía estos ejemplos pero seguro que no hacía referencia a conocimiento doctrinal ni a normas morales ni a ningún rito litúrgico. Seguro que ya intuían lo que hoy nosotros sabemos: la sal y la luz es lo humano. Es curioso que haya llegado a nosotros un proverbio romano que, jugando con las palabras, dice: no hay nada más importante que la sal y el sol. Muy probablemente estas comparaciones, utilizadas en los evangelios, hacen referencia a algún refrán ancestral que no ha llegado hasta nosotros.

La sal actúa desde el anonimato, ni se ve ni se aprecia. Si un alimento tiene la cantidad precisa, pasa desapercibida, nadie se acuerda de la sal. Cuando a un alimento le falta o tiene demasiada, entonces nos acordamos de ella. Lo que importa no es la sal, sino la comida sazonada. La sal no se puede salar a sí misma. Pero es imprescindible para los demás alimentos. Era tan apreciada que se repartía en pequeñas cantidades a los trabajadores, de ahí procede la palabra tan utilizada todavía de “salario” y “asalariado”

Jesús dice que “sois la sal, sois la luz”. El artículo determinado nos advierte que no hay otra sal, que no hay otra luz. Todos tienen derecho a esperar algo de nosotros. El mundo de los cristianos no es un mundo cerrado y aparte. La salvación que propone Jesús es la salvación para todos. La única historia, el único mundo tiene que quedar sazonado e iluminado por la vida de los que siguen a Jesús. Pero cuidado, cuando la comida tiene exceso de sal se hace intragable. La dosis tiene que estar bien calculada. No debemos atosigar a los demás con nuestras imposiciones.

Cuando se nos pide que seamos luz del mundo, se nos está exigiendo algo decisivo para la vida espiritual propia y de los demás. La luz brota siempre de una fuente incandescente. Si no ardes, no podrás emitir luz. Pero si estás ardiendo, no podrás dejar de emitir luz y calor. Solo si vivo mi humanidad, puedo ayudar a los demás a desarrollar la suya propia. Ser luz significa desplegar nuestra vida espiritual y poner todo ese bagaje al servicio de los demás.

Debemos de tener cuidado de iluminar, no deslumbrar. Debe estar al servicio del otro, pensando en el bien del otro y no en mi vanagloria. Debemos dar lo que el otro espera y necesita, no lo que nosotros queremos imponerle. Cuando sacamos a alguien de la oscuridad, debemos dosificar la luz para no dañar sus ojos. Los cristianos somos mucho más aficionados a deslumbrar que a iluminar. Cegamos a la gente con imposiciones excesivas y hacemos inútil el mensaje de Jesús para iluminar la vida real de cada día.

En el último párrafo, hay una enseñanza esclarecedora. “Para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre”. La única manera eficaz para trasmitir el mensaje son las obras. Una actitud verdaderamente evangélica se transformará inevitablemente en obras. Evangelizar no es proponer una doctrina muy elaborada y convincente. No es obligar a los demás a aceptar nuestra propia ideología o manera de entender la realidad. Se trataría más bien, de ayudarle a descubrir su propio camino desde los condicionamientos personales en lo que vive.

En las obras que los demás perciben se tienen que poner al descubierto mis actitudes internas. Las obras que son fruto solo de una programación externa no ayudan a los demás a encontrar su propio camino. Solo las obras que son reflejo de una actitud vital auténtica son cauce de iluminación para los demás. Lo que hay en mi interior solo puede llegar a los demás a través de las obras. Toda obra hecha desde el amor y la compasión es luz. Los que tenemos una cierta edad nos hemos conformado con un cristianismo de programación, por eso nadie nos hace

Meditación

Puedo desplegar mi capacidad de sazonar
o puedo seguir toda mi vida siendo insípido.
Puedo vivir encendido y dar calor y luz
o puedo estar apagado y llevar frío y oscuridad a los demás.
Soy sal para todos los que me rodean
en la medida que hago participar a otros de mi plenitud humana.
Soy luz en la medida que vivo mi verdadero ser.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Ser luz.

Domingo, 9 de febrero de 2020
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luz-para-demasEs delicioso quedar inmersos en esta especie de luz líquida que nos hace seres diferentes y en ascuas (Paul Claudel)

9 de febrero. DOMINGO V DEL TO

Mt 5, 13-16

Brille igualmente vuestra luz ante los hombres

En la visión de Isaías de la ciudad irradiando luz desde lo alto y atribuyendo a todos los pueblos de la tierra, ve el evangelista la misión da anunciar la Buena Nueva.

Ser luz para los demás significa comprometerse con el hermano, convivir, perdonar, servir, hacer que la convivencia sea un oasis de alegría y apoyo recíproco.

Con dos imágenes de comprensión muy fácil, traza Jesús el retrato del creyente en la Iglesia:

Mt 5, 13-16
La de Sal y la de la Luz.

Y estas dos cosas las ven los demás en nosotros, cuando las mostramos con nuestras buenas obras.

Habrá que valorar también el acento en lo humilde y pequeño, un poquito de sal da mucho sabor, y una pequeña luz ilumina tanto. Pequeño o grande, como el papa Silvestre II (999-1003), al que se le conoció como “la luz de la Iglesia y la esperanza de su siglo”.

Y no olvidemos que la luz orienta y la sal condimenta.

Hemos sido invitados no a convertir todo el mundo en una salina, ni a incendiarlo, sino a permanecer generosos y fieles a nuestra vocación, que nos configura cristianos; y así sembraremos en los demás el gusto y el gozo de la esperanza.

 

No somos dueños de los cielos, ni de las grandes tormentas, pero sí siervos de sal y de la luz, que son despertadores que nos despiertan y levantan como el sonar del sol por la mañana, cuando ilumina las ideas, y la ballesta, que, con la cuerda tensa del deseo, dispara hacia los demás nuestra fosforescencia.

Se incendia, entonces sí, el bosque oscurecido de los otros, y la sal les conserva los valores.

Y al mismo tiempo que suscita en esos bosques apagados la esperanza de ser ellos también ballestas que descargan toneladas de sal y miríadas de luz, sobre los que la tienen apenas.

Y, como dijo Víctor Hugo:

“Cada hombre camina hacia la luz en su noche”.

Willigis Jäger ha escrito en Sabiduría eterna estas frases alusivas a la sal y la luz que nos atañen:

“La energía primordial que configura todas las formas y estructuras y nos regala a los hombres la auténtica interpretación de nuestra vida” 

“Adentrarse en su conocimiento representa un paso decisivo en el proceso de maduración de la humanidad” 

“La sabiduría eterna conduce a una vida en armonía con el fondo primordial del ser y nos familiariza con el auténtico significado de nuestra condición humana”.

Y Paul Claudel apunta a una luz líquida y a una sal sólida que nos ponen en brasas:

“Es delicioso quedar inmersos en esta especie de luz líquida que nos hace seres diferentes y en ascuas”.

EL BOSQUE DE LA NOCHE

Diarios de que la noche
constituía en cierto modo la patria de Julien Green,
autor de la novela.

En una ocasión dijo:
“He comprendido que somos sordos y ciegos,
que venimos de la noche para volver a la noche
sin saber nada de nuestro destino”,
en tono un tanto pesimista,
pues le pesaba el damero de la religión católica.
Y Víctor Hugo en cambio,
a quien el damero de la religión no le pesaba nada,
escribió en Las Contemplaciones esta estrofa:

“Cada hombre camina hacia la luz en su noche,
siempre el mismo tallo con la misma flor”.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Somos luz y sabor.

Domingo, 9 de febrero de 2020
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mt-5-13-16Mt 5, 13-16

9 de febrero de 2020

El evangelio de este domingo nos regala unas palabras que Mateo pone en boca de Jesús con un mensaje de mucha trascendencia para el discipulado. Este texto pertenece a la segunda parte de este Evangelio en el que se refleja la intención de Jesús de construir una nueva Humanidad a pesar de la ruptura provocada en los que le escuchan. Se trata de un texto intimista en el que revela la identidad y la misión de los que deciden pertenecer a su movimiento.

Es importante destacar que las palabras de Jesús dirigidas al discipulado no son una promesa sino una realidad existencial porque les dice que ya son sal y ya son luz. Utiliza estas dos metáforas para que comprendan que están equipados de sabiduría y luz para iniciar este camino. El despliegue de esta identidad sí puede encontrarse con obstáculos que lo bloqueen, pero no que lo anulen o aniquilen.

La sal sirve para dar sabor. Las palabras sabor y sabiduría tienen la misma raíz lingüística: así como está el sabor de los alimentos, también está el sabor de la vida. Lo que le da gusto o sentido a la vida, la sabiduría, es decir: aprender a vivir como personas sin mucha más explicación. El arte no sólo de hacer las cosas, sino de hacerlas con dignidad, con consciencia, con responsabilidad, con alegría profunda. La verdadera sabiduría nos ayuda a descubrir la honda raíz de la vida y cómo invertir, de la mejor marera y en su justa medida, nuestras energías vitales. Pero hay una fuerte alerta: “si la sal pierde su sabor ¿cómo seguirá salando?” Esta frase es un proverbio usado en la literatura rabínica. Se alude a una sal extraída del mar Muerto y que perdía su sabor muy pronto. Ahora pone delante una gran responsabilidad al discipulado: la inutilidad de una fe creída desde la mente y no vivida desde la hondura humana. Situarse simplemente desde una fe creída genera ideología, pero vivida como raíz existencial genera sentido para llegar a ser lo que somos en potencialidad.

“Sois la luz del mundo”, nuevamente no es una expresión de futuro sino de lo que ya es presente. Si retomamos el relato de la Creación en el Génesis, lo primero que apreciamos es que Dios crea la luz, es la primera palabra que pronuncia como potencia creadora y que posibilita la vida. Se trata de una referencia a la luz no como materia sino a la luz como “conocimiento”, la consciencia de existir y de ser, la esencia de la que está hecha la verdadera naturaleza humana. Las tinieblas, las sombras, la oscuridad es no ser y no existir. Nuestra fuente original es LUZ. El simbolismo de la luz está muy presente en las Escrituras, pero hay dos claves que sitúan la temática de la luz en un nivel muy profundo: en la primera carta de Juan que define a Dios como LUZ sin mezcla de tinieblas; y la alusión de Pablo, en no pocas ocasiones, a que somos hijos de la luz, a caminar en la luz, a desenmascarar las tinieblas, a conectar con la luz para que nuestras obras sean luz.

La vida del discipulado transcurre en un complejo discernimiento para encontrar la medida justa de sal/sabor y la medida justa de luz. Un exceso de sal convierte en intragable cualquier alimento, un exceso de luz deslumbra hasta no ver. A veces, el discipulado se ve envuelto en un ego que vierte un exceso de sabor hasta alejar a los comensales. De la misma manera, un exceso de luz deslumbra y hace permanecer en la sombra a los que va dirigida. Esto suele ocurrir cuando se vive el discipulado como una elección exclusiva de Dios y que excluye a otros que parece no haber sido llamados. Lo mismo cuando la dosis es menor y genera una falta de sabor que diluye el sentido original o la poca luz que genera un ambiente sombrío y frío. Es la tibieza de un discipulado que no se atreve a vivir con orgullo esta misión porque sus raíces se han desconectado de la fuente y se han quedado en cumplir con los mínimos que les permite seguir justificando una vida de fe.  Las palabras en sí mismas no son luz, no son los discursos los que se convierten en faros de otras vidas o de la propia vida, sino esas palabras encarnadas, vividas, haciendo coherentes a quienes las pronuncian, sí son luz.

A través de estas palabras de Jesús somos invitados a aprender a gestionar nuestra luz y sabor / sabiduría, a vivir en conexión con nuestra verdadera identidad, a generar espacios de conocimiento de lo que es esencial para que nuestra Iglesia, nuestras comunidades, nuestro mundo, nuestra casa común, sean reflejo del movimiento profundo de la fuente de la VIDA.

¡¡¡FELIZ DOMINGO!!!

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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