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Éxodo 147: “Aportaciones de las mujeres a la transformación de la Iglesia”

Viernes, 8 de marzo de 2019
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4e36806613d049431e9e8084794b1c28Éxodo 147 con la colaboración de Isabel Gómez Acebo, Silvia Martínez Cano, Neus Forcano Aparicio, Paula Depalma, Pilar Yuste, Raquel Lara Agenjo, María Isabel Herrera Navarrete, Carmen Soto Varela, Montserrat Escribano Cárcel, María José Arana, Evaristo Villar, Juanjo Sánchez.

Escribir de forma crítica sobre la Iglesia católica, rebasando la apologética, siempre corre el riesgo de caer en el infierno. A la conciencia cristiana le será difícil olvidar etapas de especial oscurantismo contra la razón… censuras de libros, excomuniones,  suspensiones “a divinis”, etc. Todo el mundo solemos tener algún momento de locura en la vida. Y la Iglesia católica, en su larguísima historia, tampoco se ha visto libre de esta amenaza. No siempre ha tenido en cuenta el sabio aserto de Erns Bloch, forjado en el contexto del diálogo cristiano-marxista –surgido en el pasado siglo a raíz de las encíclicas Pacem in Terris (Juan XXIII), Ecclesiam Suam (Pablo VI) y, sobre todo, el Vaticano II y la Teología de la Liberación–. Dijo entonces Bloch, a la vista del discurso cristiano sobre el momento cultural que estaba atravesando el mundo occidental: “solo un ateo puede ser un buen cristiano”; (lo que el teólogo Moltmann completó en forma lapidaria: “solo un cristiano puede ser un buen ateo”). Bien entendido, separando adecuadamente la fe de su siempre frágil y liquido envoltorio, hubiera evitado muchos infiernos a tanto “hereje” y “heterodoxo” que, finalmente, suelen acabar siendo acreditados por la misma Iglesia que antes los condenó. ¿Se podría afirmar hoy, nos preguntamos,  algo semejante sobre la Iglesia católica a la vista de la situación que está atravesando? ¿Nos expondremos a caer una vez más en el infierno?

Viene a cuento esta reflexión por cuanto la Iglesia católica, como todo aquello en que los humanos ponemos nuestras manos, siempre ha tenido y sigue teniendo un haz y un envés. Su lado más brillante y positivo pegado al otro que ya no lo es tanto. Y con el agravante de que, en ocasiones como la actual y en este país,  su lado oscuro es el que más se quiere ver. Reconocerlo es un signo de salud mental y no tiene porqué demonizar la otra cara que, durante más de dos milenios –¡solo la eternidad de antes duraba tanto!–,  ha aportado talento y contenido de conciencia a la experiencia  humana.

Misterio y visibilidad, promesa e historia a la vez, a la Iglesia católica le resulta difícil evitar el drama que, como manifestación de su propia experiencia, dejó reflejado Unamuno en el mito de Prometeo y el buitre: ante el afán de inmortalidad, los picotazos del buitre en las entrañas que  sujetan a la historia y te impiden levantar el vuelo. ¿Se necesita ser crítico en la Iglesia de hoy para defender lo defendible de su historia y abrir brecha hacia el futuro?

Porque los picotazos del buitre en las entrañas están en el ambiente, no es preciso inventarlos. Pretender cerrar los ojos ante la pederastia y las inmatriculaciones, la subvención estatal y la clase de religión en la escuela pública, las vinculaciones con ideologías anacrónicas y éticas partidistas que rompen la dignidad de todos los seres humanos… sería una ceguera rayana en la locura. No querer ver el  vaciamiento de los templos, la ausencia de horizontalidad entre los fieles, la falta de igualdad con el varón  en las posibilidades de las mujeres y del sector LGTBI supondría un fideísmo eclesiástico que nada tiene que ver con la ética del Evangelio. Guardar silencio ante la corrupción y la mentira en que algunos líderes populistas están convirtiendo la política,  la defensa de la democracia y la Memoria Histórica es un signo de debilidad moral y una pérdida de credibilidad ante el pueblo.

Afortunadamente en este monográfico de Éxodo sobre “Las mujeres y su aportación a la transformación de la Iglesia”, hecho enteramente por ellas, sin dejar de lado los picotazos del buitre, van a presentarnos  otra imagen de Iglesia, la que podría haber sido y la que puede llegar a ser Iglesia de Jesús desde sus aportaciones de antes y de ahora; de su esfuerzo intelectual y práctico en la edificación de la comunidad cristiana, de la riqueza que supone la comprensión de género en la Iglesia; nos hablarán también de la necesidad del cambio en los símbolos y del mismo leguaje y hasta de su aportación a la economía responsable y participativa en la Iglesia. ¡Vamos a disfrutar con sus aportaciones!

Fuente Redes Cristianas

 

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La carta de una monja a la Iglesia ante el 8M: “Deje de ser una institución patriarcal y a veces machista”

Viernes, 8 de marzo de 2019
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5960B268-602B-4CEF-A1D8-38006EDEB1D4Denuncia que las religiosas son un colectivo “bastante invisible” en los medios y en la sociedad

 En el 8M las monjas queremos alzar nuestra voz porque como ciudadanas reclamamos equidad y dignidad para todas las mujeres”

“El 8M es sin duda un símbolo, pero es también una oportunidad para tejer sonoridad y visibilizar que las mujeres queremos cambiar el mundo”

Asegura que las religiosas llevan “llevan el doble peso de ser mujeres y pobres”

No quieren que la llamen profetisa ni monja rebelde ni nada por el estilo. Porque, a su juicio, lo que Sor Carmen Soto Varela, de la congregación Siervas de San José de Salamanca, reclama es algo de sentido común, por muy asignatura pendiente que siga siendo en el seno de la Iglesia a la que pertenece y a la que quiere: una institución menos patriarcal y menos machista, para poder ofrecer “en igualdad” la palabra y los dones.

En una carta remitida a los medios de comunicación a través del Obispado de Salamanca, la monja asegura que son un colectivo “bastante invisible en los medios de comunicación y en muchos espacios sociales”.

“Con frecuencia la mirada que la sociedad tiene hacia nosotras está cargada de estereotipos que apenas responden a lo que somos ni a lo que estamos haciendo”, señala en su texto.

La monja vive en una vivienda del barrio de Buenos Aires de Salamanca, en una de las zonas más desfavorecidas de la capital salmantina. Soto Varela también apuesta por celebrar el 8 de marzo como “un desafío”, porque “como otras mujeres”, las monjas experimentan “los muros invisibles que la cultura patriarcal ha levantado a lo largo de los siglos y que siguen impidiendo la igualdad y el desarrollo de todas potencialidades de las mujeres en los diferentes ámbitos sociales, políticos, económicos y religiosos”.

También asegura que como monjas están comprometidas “a denunciar las desigualdades, la violencia, los abusos que afectan especialmente a las mujeres más pobres, porque ellas llevan el doble peso de ser mujeres y pobres“.

En el 8M las monjas queremos alzar nuestra voz porque como ciudadanas reclamamos equidad y dignidad para todas las mujeres, porque queremos poder vivir sin miedo a padecer cualquier tipo de violencia y porque en nuestra sociedad la pobreza sigue teniendo nombre femenino”, destaca.

Y añade que las monjas desean que la Iglesia “deje de ser una institución patriarcal y aveces machista” para poder sentirse “hermanas de nuestros hermanos en la fe, ofreciendo en igualdad la palabra y los dones”.

Carmen Soto Varela concluye su carta asegurando: “El 8M es sin duda un símbolo, pero es también una oportunidad para tejer sonoridad y visibilizar que las mujeres queremos cambiar el mundo”.

Texto íntegro de la carta de la religiosa salmantina

Después de haber ido arrinconado y casi denostado, el feminismo vuelve a ser protagonista de nuestras conversaciones, en la calle y en los medios de comunicación. Los continuos casos de violencia de género, la brecha salarial, el techo de cristal son cuestiones que han adquirido un protagonismo renovado y las mujeres como colectivo nos sentimos hoy con más fuerza para alzar nuestra voz ante las desigualdades, los estereotipos y la violencia que seguimos sufriendo en todos los lugares del mundo.

El 8M está ya próximo y los diferentes grupos de mujeres reflexionamos, programamos, soñamos acciones que visibilicen una vez más nuestros anhelos, nuestras luchas, nuestras propuestas. Las iniciativas son variadas porque las mujeres también lo somos. Hay muchas cosas que nos unen, pero también otras en las que pensamos diferente. Por eso no hay una sola forma de ser feminista sino muchas.

En esta red de sororidad participamos también muchas mujeres que somos monjas o religiosas y lo hacemos porque somos mujeres, pero también porque nuestro compromiso con la causa de Jesús de Nazaret y nuestra fe en un Dios liberador que nos impulsa a llevar liberación y transformación allí donde existe injusticia, violencia o negación de la dignidad de cualquier ser humano. Sin embargo, somos un colectivobastante invisible en los medios de comunicación y también en muchos espacios sociales y con frecuencia la mirada que la sociedad tiene hacia nosotras está cargada de estereotipos que apenas responden a lo que somos ni a lo que estamos haciendo.

Yo pertenezco a un grupo dentro de ese colectivo, la congregación de las Siervas de San José, nacida en el siglo XIX, quizá por eso el nombre para más de uno y una suena algo antiguo, pero lo importante es que desde sus inicios se comprometió con la promoción y dignificación de las mujeres trabajadoras pobres en el contexto de la naciente revolución industrial. Nuestro proyecto nació también de la mano de una mujer pionera y profundamente creyente, Bonifacia Rodríguez. Ella impulsó el comienzo y hoy seguimos empeñadas en esa misma causa buscando junto a las mujeres trabajadoras pobres respuestas que cambien su vida; por eso para nosotras el 8M es importante.

Como mujeres celebrar el 8 de marzo es un desafío porque, como muchas otras mujeres, experimentamos los muros invisibles que la cultura patriarcal ha levantado a lo largo de los siglos y que siguen impidiendo la igualdad y el desarrollo de todas las potencialidades de las mujeres en los diferentes ámbitos sociales, políticos, económicos y religiosos.

Como monjas, nos compromete a denunciar las desigualdades, la violencia, los abusos que afectan especialmente a las mujeres más pobres porque ellas llevan el doble peso de ser mujeres y pobres. Ellas siguen padeciendo la mayor precariedad laboral, porque ellas son las que han de asumir los cuidados, las dobles jornadas para sacar adelante la familia muchas veces rota, impotentes ante la injusticia y el desamparo.

En el 8M las monjas queremos alzar nuestra voz porque como ciudadanas reclamamos equidad y dignidad para todas las mujeres, porque queremos poder vivir sin miedo a padecer cualquier tipo de violencia y porque en nuestra sociedad la pobreza sigue teniendo nombre femenino. Pero también porque somos mujeres creyentes y vivimos nuestra vocación dentro de la gran familia que es la Iglesia, y deseamos que deje de ser una institución patriarcal y a veces machista y podamos sentirnos hermanas de nuestros hermanos en la fe, ofreciendo en igualdad nuestra palabra y nuestros dones.

El 8M es sin duda un símbolo, pero es también una oportunidad para tejer sororidad y visibilizar que las mujeres queremos cambiar el mundo.

Fuente Religión Digital

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