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Francisco: “Dorothy Day nos confirma que la Iglesia crece por atracción, no por proselitismo”

Miércoles, 6 de septiembre de 2023
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medium_2023-08-20-c04020f863Prefacio de la autobiografía ‘Encontré a Dios a través de sus pobres. Del ateísmo a la fe: mi camino interior

“Una mujer libre, Dorothy Day, capaz de no esconder lo que no teme definir “¡errores de los eclesiásticos!”, pero que admite que la Iglesia tiene que ver directamente con Dios, porque es suya, no nuestra, la ha querido Él, no nosotros, es su instrumento, no algo de lo que podamos servirnos”

“Creyentes y no creyentes son aliados en la promoción de la dignidad de toda persona cuando aman y sirven al más abandonado de los seres humanos”

La vida de Dorothy Day, tal como ella nos la cuenta en estas páginas, es una de las posibles confirmaciones de lo que el Papa Benedicto XVI ya ha sostenido con vigor y que yo mismo he recordado en varias ocasiones: “La Iglesia crece por atracción, no por proselitismo”. El modo en que Dorothy Day cuenta su acercamiento a la fe cristiana atestigua que no son los esfuerzos humanos ni las estratagemas los que acercan a las personas a Dios, sino la gracia que brota de la caridad, la belleza que brota del testimonio, el amor que se convierte en hechos concretos.

Toda la historia de Dorothy Day, esta mujer estadounidense comprometida toda su vida con la justicia social y los derechos de las personas, especialmente de los pobres, los trabajadores explotados y los marginados por la sociedad, declarada Sierva de Dios en el año 2000, es un testimonio de lo que ya afirmaba el Apóstol Santiago en su Carta: “Pruébame tu fe sin obras, y yo te probaré por las obras mi fe” (2,18).

Quisiera destacar tres elementos que emergen de las páginas autobiográficas de Dorothy Day como valiosas lecciones para todos en nuestro tiempo: la inquietud, la Iglesia, el servicio.

imagesDorothy es una mujer inquieta: cuando vive su camino de adhesión al cristianismo es joven, aún no ha cumplido los treinta, hace tiempo que ha abandonado la práctica religiosa, que le había parecido, como señala su hermano, a quien dedica este libro, algo “morboso”. En cambio, creciendo en su propia búsqueda espiritual, llega a considerar la fe y a Dios no como un “parche“, por utilizar una famosa definición del teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer, sino como lo que realmente debería ser, es decir, la plenitud de la vida y la meta de la propia búsqueda de la felicidad. Dorothy Day escribe: “La mayoría de las veces los destellos de Dios me llegaban cuando estaba sola. Mis detractores no pueden decir que fue el miedo a la soledad y al dolor lo que me hizo volverme hacia Él. Fue en esos pocos años en los que estaba sola y rebosante de alegría cuando le encontré. Finalmente le encontré a través de la alegría y el agradecimiento, no a través del dolor”.

Aquí, Dorothy Day nos enseña que Dios no es un mero instrumento de consuelo o de alienación para el hombre en la amargura de sus días, sino que colma en abundancia nuestro deseo de alegría y realización. El Señor anhela corazones inquietos, no almas burguesas que se contentan con lo existente. Y Dios no quita nada al hombre y a la mujer de todos los tiempos, ¡sólo da el céntuplo! Jesús no vino a proclamar que la bondad de Dios constituye un sustituto del ser hombre, nos dio en cambio el fuego del amor divino que lleva a cumplimiento todo lo bello, verdadero y justo que habita en el corazón de cada persona. Leer estas páginas de Dorothy Day y seguir su itinerario religioso se convierte en una aventura que hace bien al corazón y puede enseñarnos mucho para mantener viva en nosotros una imagen verdadera de Dios.

20526068_838079009702626_4461301964745255976_nDorothy Day, en segundo lugar, reservó hermosas palabras para la Iglesia católica, que a ella, procedente y perteneciente al mundo del empeño social y sindical, a menudo le parecía estar del lado de los ricos y de los terratenientes, no pocas veces insensibles a las exigencias de esa verdadera justicia social e concreta igualdad en la que -nos recuerda la misma Day- son ricas tantas páginas del Antiguo Testamento. A medida que crecía su adhesión a las verdades de fe, también lo hacía su consideración de la naturaleza divina de la Iglesia católica. No con una mirada de fideísmo acrítico, casi de defensa de oficio de su propio nuevo “hogar” espiritual, sino con una actitud honesta e iluminada, que sabía discernir en la vida misma de la Iglesia un elemento de  irreductible vínculo con el misterio, más allá de las muchas y repetidas caídas de sus miembros.

Dorothy Day señala: ‘Los mismos ataques dirigidos contra la Iglesia me demostraron su divinidad. Sólo una institución divina podría haber sobrevivido a la traición de Judas, a la negación de Pedro, a los pecados de los muchos que profesaban su fe, que deberían haber cuidado de sus pobres’. Y, en otro pasaje del texto, afirma: “Siempre he pensado que las fragilidades humanas, los pecados y la ignorancia de quienes han ocupado altos cargos a lo largo de la historia no han hecho sino demostrar que la Iglesia debe ser divina para perdurar a través de los tiempos. Yo no habría culpado a la Iglesia de lo que consideraba errores de los clérigos”.

¡Qué maravilla oír tales palabras de una gran testigo de la fe, de caridad y de esperanza en el siglo XX, el siglo en que la Iglesia fue objeto de críticas, aversiones y abandonos! Una mujer libre, Dorothy Day, capaz de no esconder lo que no teme definir “¡errores de los eclesiásticos!”, pero que admite que la Iglesia tiene que ver directamente con Dios, porque es suya, no nuestra, la ha querido Él, no nosotros, es su instrumento, no algo de lo que podamos servirnos. Esta es la vocación y la identidad de la Iglesia: una realidad divina, no humana, que nos lleva a Dios y con la cual Dios puede llegar a nosotros.

Por último, el servicio. Dorothy Day ha servido a los demás toda su vida. Incluso antes de llegar a la fe de forma completa. Y este ponerse a disposición, a través de su trabajo como periodista y activista, se convirtió en una especie de “autopista” con la que Dios tocó su corazón. Y es ella misma quien recuerda al lector cómo la lucha por la justicia es una de las formas en las que, incluso sin saberlo, cada persona puede hacer realidad el sueño de Dios de una humanidad reconciliada, en la que la fragancia del amor supere el nauseabundo olor del egoísmo. Las palabras de Dorothy Day son muy esclarecedoras al respecto: “El amor humano en su máxima expresión, desinteresado, luminoso, que ilumina nuestros días, nos permite vislumbrar el amor de Dios por el hombre. El amor es lo mejor que nos es dado conocer en esta vida”. Esto nos enseña algo verdaderamente instructivo incluso hoy: creyentes y no creyentes son aliados en la promoción de la dignidad de toda persona cuando aman y sirven al más abandonado de los seres humanos.

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Cuando Dorothy Day escribe que el lema de los movimientos sociales para los trabajadores de su tiempo era “problema de uno, problema de todos”, me ha recordado una famosa frase que Don Lorenzo Milani, el sacerdote de Barbiana cuyo centenario de nacimiento se conmemora este año, hace decir al protagonista de Carta a una profesora: “He aprendido que el problema de los demás es el mismo que el mío. Salir de él todos juntos es política. Salir de él solo es avaricia’. Por tanto, el servicio debe convertirse en política: es decir, en opciones concretas para que prevalezca la justicia y se salvaguarde la dignidad de cada persona. Dorothy Day, a quien quise recordar en mi discurso al Congreso de los Estados Unidos durante mi viaje apostólico de 2015, es un estímulo y un ejemplo para nosotros en este arduo pero fascinante camino.

© 2023 – Dicasterio para la Comunicación – Libreria Editrice Vaticana

Fuente Religión Digital

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Centenario de Lorenzo Milani

Sábado, 18 de marzo de 2023
Comentarios desactivados en Centenario de Lorenzo Milani

C9A30760-E593-4189-9F36-A32A37C82006José Luis Corzo,
director de “Educar(NOS)”,
Madrid.

ECLESALIA, 20/02/23.- A los lectores de Eclesalia les gustará celebrar el centenario del nacimiento de don Milani (27 de mayo de 1923 – 26 de junio de 1967), el cura y maestro florentino que alentó Carta a una maestra (1967), traducida a más de 60 lenguas y nunca dejada de editar en España, pues aún denuncia un hecho actual:La escuela no tiene más que un problema. Los chicos que pierde”.

Su Iglesia diocesana no entendió a don Milani y le confinó en Barbiana, una perdida parroquia de montaña. Logró además del Santo Oficio – recién nombrado papa Juan XXIII – que retirara de las librerías y prohibiera traducir su único libro: Experiencias pastorales (1958), verdadero tratado de Teología Pastoral concreta. Está en castellano en la BAC desde 2004 y no tiene desperdicio [EP].

Este converso a los 20 años, de familia laica y madre hebrea, no creyó que la acción pastoral fuera seguir una normativa universal, sino analizar atentos la situación concreta de cada comunidad. Es decir, verdadera Teología (Pastoral): más que cumplir la voluntad de Dios (según las normas de su Iglesia), adivinarle con cuidado aquí, ahora, con estos (y con aquellos más alejados). Que no duerme ni reposa el Guardián de Israel y nos habla también por los acontecimientos históricos y por las situaciones que vivimos. Un verdadero dogma para Milani, que anulaba todo dualismo entre humano y divino. Así lo explicó en su libro bajo dos fotos del Corpus parroquial:

“Pasa el Señor: serenata de flores, velos blancos, fiesta del pueblo… El pensamiento de los dos curas es idéntico: el 93’2 % de las ovejas que quedan al margen. Pero sus plegarias son distintas… Perdónalos porque no están aquí Contigo. Y el coadjutor: Perdónanos porque no estamos allí con ellos”.

(EP, 42-43)

Si la misión central de la Iglesia es evangelizar, la cuestión pastoral pudo ser ¿cómo evangelizar a los analfabetos? Para Milani no: ¿Los querrá Dios analfabetos? ¿No deberíamos darles primero la palabra? Así se convirtió en maestro, poco a poco en su primera parroquia obrera y, luego, convirtió en escuela su diminuta parroquia de montaña. Igual que los misioneros fueron exploradores y cazadores, y sin camuflar la evangelización bajo una escuela aconfesional como la suya:

“En siete años de escuela popular nunca he considerado que hubiera necesidad de tener también catequesis allí. Y ni siquiera me he preocupado de decir cosas especialmente piadosas o edificantes (…) Cuando nos afanamos por encontrar aposta la ocasión de meter la fe en la conversación, se demuestra que tenemos poca, que creemos que la fe es algo artificial que se añade a la vida y no, por el contrario, un modo de vivir y de pensar.

Sin embargo, cuando esta ocasión no se busca, con tal de que se haga escuela y escuela seria, se presentará por sí misma, más aún, estará siempre presente y de la forma menos pensada y menos consciente”.

(EP, 170-171)

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“Con la escuela no podré hacerlos cristianos, pero podré hacerlos hombres (…) Por ahora no he predicado, solo lanzado palabras enigmáticas contra muros impenetrables, palabras que sabía que no iban a llegar y que no podían llegar”.

(EP, 135)

Por lo demás, dejó bien clara una cuestión pedagógica mucho más rara, que le vacunó contra todo proselitismo y contra la clonación mental que muchos intentan en la escuela:

Quien cree en la vocación histórica de los pobres (…) no querrá ofrecerles ninguna cultura, sino sólo el material técnico (lingüístico, léxico y lógico) necesario para fabricarse una cultura nueva que no tenga nada que ver con la otra”.

(P. 144)

Con los pobres, más que de enseñar, se trata de aprender. Nos lo dijo de otra manera el papa Francisco a miles de educadores reunidos en Roma en el 50º del Concilio:

“Dejad los sitios donde ya hay tantos educadores e id a las periferias. Buscad allí. O al menos dejad la mitad. Buscad a los necesitados, a los pobres. Tienen una cosa que no tienen los chicos de los barrios más ricos (…), tienen experiencia de supervivencia, de crueldad, del hambre y de las injusticias”.

DISCORSO DEL SANTO PADRE FRANCESCO AI PARTECIPANTI AL CONGRESSO MONDIALE PROMOSSO DALLA CONGREGAZIONE PER L’EDUCAZIONE CATTOLICA (DEGLI ISTITUTI DI STUDI)

Bastaría esta nota pedagógica tan poco frecuente para haber hecho de Milani uno de los once grandes maestros del siglo XX (según ilustró, por ejemplo, Cuadernos de Pedagogía el año 2000).

Ya sabíamos que a los profetas los apedrean, por tener razón antes de tiempo, pero no debemos ignorarlos cincuenta años después de muertos y, sin estudiarlos, alzarles un monumento cómplice.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedenciaPuedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).”

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