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Dr. Norberto Levy: La relación con Dios.

Miércoles, 30 de agosto de 2017

2011-05-11-norberto-levy¿Es posible hablar con Dios?

Apelemos a una metáfora: imaginemos a un glóbulo rojo que tuviera conciencia de su vida individual y se percibiera único y diferente de todas las demás células. Y que a este glóbulo se le dijera: ¿sabías que además de ti existen millones y millones de glóbulos que cumplen tu misma función, que llevan oxígeno y traen anhídrido carbónico? Y no sólo eso, sino que además están coordinadas con millones y millones de otras, que realizan tareas muy distintas a la tuya, pero que todas en su conjunto forman parte de una misma unidad?

Imaginemos la sorpresa de este glóbulo al percibir semejante contraste entre su tamaño y el de esa unidad de la cual forma parte. Si él sólo se percibe a sí mismo en lo que tiene de diferente del resto, en su propio “nombre y apellido”, su sensación de pequeñez sería enorme, casi innombrable. Similar tal vez a la que uno siente cuando contempla la infinita vastedad del cielo estrellado.

Imaginemos ahora que a nuestro desconsolado glóbulo se le dijera después: Pero hay una parte tuya que es idéntica a esa vastísima unidad. Si te fijas con cuidado observarás que hay algo, que es tu código genético, que está presente por igual en todas esas millones de células….Y que él orientara su percepción hacia ese componente de su ser en donde está el código genético común. Mientras lo hace percibiría que su sensación de sí mismo, su identidad, trasciende los límites de su propio cuerpo y se enlaza con una vastedad desconocida para él. “¡Uuaauuh!!! Qué sorpresa!!! Me he conectado con Dios… Y está en mí…” La inmensidad de esa experiencia lo transformaría por completo, y cuando volviera a sus tareas “cotidianas” como glóbulo rojo, aunque siguiera haciendo lo mismo, él ya no sería el mismo. Y no lo sería porque ya sabe que él es mucho más que ese glóbulo, y simultáneamente, también es ese glóbulo. Y que cuando ese glóbulo cese, él no va a cesar.

En ese momento habrá completado el ciclo evolutivo de su conciencia individual.

¿Y cómo es esta experiencia en nosotros, los seres humanos?

Lo que nosotros intentamos nombrar con la palabra Dios y lo que sentimos al acercarnos a esa dimensión es similar a lo que el glóbulo sentiría al percibir esa zona de su ser que está más allá de su identidad particular. Aníbal Sabatini, un querido maestro que tuve decía: “Los seres humanos somos células integrantes y conscientes del gran organismo universal”. La vivencia de tomar contacto con la pertenencia a ese organismo es lo que llamamos experiencia trascendente, experiencia transpersonal o experiencia mística.

¿Y dónde se la encuentra?

Cuando uno habla de Dios, en última instancia está hablando del Amor. Y el Amor no es algo misterioso o estrafalario, es simplemente una calidad de relación. Es respeto, solidaridad y cooperación. Esa es la esencia. Luego adoptará las diferentes formas según el vínculo en el que se active: puede ser el amor pasional, el amor a los hijos, a la naturaleza, a una mascota, etc.

Cuando uno siente esa calidad de sentimiento sabe lo que es disolverse gozosamente en algo más grande. El amor en sí adquiere presencia en sí misma, es como otra identidad, que a uno lo trasciende y lo incluye. En esos momentos uno siente que es amor, siente a Dios en uno y se siente uno con Dios.

Sentir a Dios en uno no es arrogancia, no es algo especial o exclusivo, es algo natural, que siempre y en todos está. Es la posibilidad que tiene “lo creado” de tomar contacto con el creador.

Un estudiante de budismo estaba meditando con la foto del Buda enfrente reverenciando la conciencia y el amor de esa figura, y lo hacía arrojando pétalos de rosa sobre esa foto…hasta que en un momento tuvo una intensa revelación y, espontáneamente, continuó arrojando los pétalos, pero también sobre sí mismo. La revelación había sido el encontrar en él mismo lo que antes percibía sólo en el Buda.

¿A Dios se le habla con la mente o con el corazón?

Tal vez habría que revisar la idea misma de la opción: La mente “o” el corazón. En el nivel de la opción: es con el corazón. Si trascendemos ese plano y dejamos de pensar en términos excluyentes te diría que le hablamos con ambos simultáneamente. No encuentro ninguna razón para retirarle a la mente la posibilidad intrínseca que también existe en ella de hablar con Dios. Se dice y con razón que la mente es un terrible amo y un excelente sirviente. Cuando la mente, en su crecimiento, alcanza la madurez y recupera su rol esencial de excelente sirviente, desde ahí es también un digno y noble interlocutor de Dios.

¿Dios también puede estar en la mirada de otra persona o en un atardecer?

Puede estar en la mirada, en la nariz, en la boca, en cualquier parte de su cuerpo…y en cualquier hora del día. Sin duda que hay momentos, como los que nombras, que estimulan más esa conexión: No por nada a los ojos se los llama la ventana del alma. Pero la trama amorosa e inteligente que constituye la vida se manifiesta en todo lugar, y en todo momento. La Madre Teresa de Calcuta decía: “Cuando cuido a un mendigo enfermo de lepra, a quien yo veo y siento que estoy cuidando es a Cristo mientras atraviesa uno de sus momentos más difíciles“.  De modo que no es tanto dónde está, si no cómo son los ojos que lo miran.

¿El amor es un sentimiento?

Es también un sentimiento pero es mucho más que eso. Es una calidad de energía, una calidad de relación. Para presentarlo en su dimensión más simple: ¿Qué es lo que hace que dos células cooperen para realizar una tarea necesaria para el organismo? Esa energía básica es el Amor. Y esto está presente en cada una de las células, en relación con cada una de las otras. Millones y millones de veces, segundo tras segundo. Si simplemente pudiéramos imaginar ese universo comenzaríamos a percibir hasta qué punto estamos impregnados de Amor, y que en última instancia somos ese Amor. No sólo en el nivel microscópico sino también en su opuesto, el macroscópico. Se dice que el Amor es el pegamento que mantiene unido al universo. Goethe lo expresó con mucha belleza cuando dijo: “He visto el Amor que mueve al sol y las demás estrellas”. Cuando podemos entrar en contacto con esta calidad de energía en nuestro ser logramos comprender mejor la actitud del estudiante que comenzó a arrojarse pétalos de rosa, o al glóbulo rojo imaginario que sintió el éxtasis de estar en contacto con Dios.

¿En los seres humanos el amor esta sólo en el nivel celular?

Claro que no. Ese es sólo un nivel. Por eso es necesario alinear el cuerpo, las emociones, la mente y el alma (que sería nuestro código genético cósmico) para realizar nuestra unión consciente con Dios. Algunos místicos dicen que si contáramos los granos de arena de la playa sabríamos las veces que como seres humanos hemos intentado realizar la Unicidad con Dios.

¿Cómo saber si estamos hablando con El o con un impostor, una fantasía creada por nosotros mismos?

Para conocer a Dios primero es necesario aprender a escuchar todas las voces interiores: la del miedo, el enojo, la venganza, el deseo de dominación… Cuando uno ha aprendido a escucharlas, identificarlas y asistirlas, más sencillo se hace reconocer la amabilidad, el calor y la luz de la propia sabiduría interior.

Pero no podemos conocer su aspecto o su figura. Así como el glóbulo rojo no puede conocer cómo es el ser humano en el que vive porque no tiene los medios para acceder a esa dimensión, nuestra mente humana es demasiado pequeña para poder percibir esa vastedad. Por esta razón algunas religiones prohíben nombrar o representar a Dios a través de alguna imagen. Es una manera de decir que quien ha accedido a esa vastedad sabe que no puede abarcarla. Quien cree que la puede abarcar y entonces le da una forma es porque no la ha conocido. Esto conduce a cierta humildad natural que reconoce sus límites y sabe que puede reconocer la existencia de algo más vasto, que puede sentir su presencia pero no puede ir más allá.

¿Qué hacer si los consejos de Dios van en contra de nuestros intereses personales?

El alejamiento de Dios fue el inicio de un viaje de amor. La conciencia individual pretende, a través de la experiencia humana, conocerse a sí misma por completo y poder regresar así a la Unicidad con un conocimiento mayor. Ese es un supremo acto de amor que implica momentos de olvido, escisión, desconexión. De la fricción de esos momentos, de las peripecias humanas con su cuota de duda, dolor, aprendizaje, es que se va gestando el crecimiento de la conciencia individual. Cada vez que se inicia un movimiento humano de alejamiento del Orden Divino ya está implícito en él, con las vicisitudes y el tiempo que sea, el camino de retorno, con su aprendizaje y su crecimiento.

Todo está latiendo: la galaxia, la tierra, las células del propio cuerpo, la separación de Dios y el regreso a Él.
Se trata del latido creador del universo.

¿Sólo podemos comunicarnos con Dios rezando o meditando?

Es bueno distinguir el camino de la meta. Rezar o meditar son caminos pero no los únicos. Nos comunicamos con Dios cuando nos conectamos con la trama amorosa básica que nos constituye y de la cual estamos hechos. Y eso puede ocurrir en cualquier situación, generalmente cuando nos sentimos amando, ya sea a otra persona, o a la vida misma en cualquiera de sus formas.

¿De qué manera nos habla?

El código es muy personal. Esa sabiduría interior puede llegar a través de un sueño, de una imagen, de una palabra, de una resonancia distinta que se produce ante un mismo hecho habitual, y tantas otras formas… Y también es variable la contundencia con la que lo percibimos. A veces tenemos la clara certeza de su verdad, otras veces aparece como un susurro que nos invita en cierta dirección y que requiere de nosotros un acompañamiento para observar qué nos produce…es decir, que no es tanto una fotografía estática y definitiva sino más bien una película que se va desenvolviendo.

¿Sus respuestas tardan en llegar?

Lo que tarda es muy variable. Lo que sí es seguro es que el tiempo no depende, y muchas veces no coincide, con el de nuestro deseo personal.

¿Es pecado pedirle ganar más dinero?

De ninguna manera. Vivimos en un mundo físico y el dinero es un medio para obtener los objetos materiales que necesitamos para vivir en este mundo. Lo que es importante es descubrir qué hacemos con ese dinero, al servicio de qué lo ponemos. Si de la expansión, el disfrute y la cooperación, o al servicio del dominio y la explotación. De modo que el tema no es el dinero sino el uso que cada uno le da.

¿Qué sucede si desobedecemos sus consejos?

Por supuesto que no hay tal cosa como penitencia o castigo. Es una oportunidad más para observar cómo siguen los acontecimientos y realizar el aprendizaje hasta donde podamos. En este sentido es similar a ese relato en el que la abuela le dice al nieto: “No te sientes allí porque te vas a quemar“. Cuando la abuela se aleja, el niño, atraído por su curiosidad, va y se sienta. Estalla en llanto por el dolor, la abuela viene, se da cuenta de lo que pasó…, le dice: “¡Yo te avisé!” y le coloca una pomada donde se quemó. Tal vez ni hace falta que le dijera que le avisó. El niño ya hizo su aprendizaje, en otro escalón en donde por cierto hay mucho más dolor, pero es al que necesitó llegar para comprender lo que no entendía.

Cada problema que no se resuelve, ya sea por no escuchar una sugerencia o por no saber cómo se encara, crece y se expande hasta que adquiere una magnitud tal que hace que ya no me pueda desentender de su presencia. Primero es como la advertencia de la abuela. Si persisto en el error, las consecuencias se agrandan, “el dolor de la quemadura” se torna más intenso, hasta que esa misma intensidad hace que mi atención reconozca el problema e inicie el intento de resolución. Pero en ese proceso no hay ningún sentido de castigo, es sencillamente nuestro modo de aprender.

¿Existe un plan divino ineludible?

Es una cuestión de niveles. Hay planos ineludibles, que son las leyes básicas que nos trascienden y dentro de las cuales inscribimos nuestras vidas, como por ejemplo recorrer un ciclo vital que comienza con el nacimiento y termina con la muerte, etc. Y hay también otros planos sobre los que podemos actuar en un grado variable: es decir, lo que hasta ayer parecía ineludible, hoy no lo es. Por eso me parece tan bella, simple y sabia esa plegaria que dice: Oh Dios! Dame fuerza para cambiar aquello que puedo, dame resignación para aceptar aquello que no puedo, y dame sabiduría para distinguirlo.

También existe otra dimensión en tu pregunta, que es tal vez la más vasta: para muchos místicos, y coincido con ellos, el plan divino ineludible es el amor. Y afirman que cada vez que iniciamos una dirección de experiencias que nos aleja del amor, ya está presente, en el primer paso, el camino de retorno, con sus propias vicisitudes y su propio aprendizaje inherente. Desde ya que el tiempo de estos viajes de la conciencia humana tienen una duración muy variable: pueden completarse en minutos o en lapsos que superan largamente el ciclo de una vida individual…

¿Estamos predestinados o gozamos de libre albedrío?

Esta pregunta continúa la anterior. Lo que nos confunde en relación a este tema es creer que somos alguna de esas dos opciones en forma excluyente. Yo lo entiendo más bien como dos planos coexistentes y simultáneos: Hay niveles en los que estamos predestinados y dentro de ese marco disponemos también de libre albedrío.

¿Qué le aconseja a alguien que siente que Dios no lo escucha?

Le recordaría un relato en el que a un campesino se le escapa el único caballo que tenía, y su vecino le dice: ¡Esto es una verdadera desgracia! El campesino le responde: ¡Uno nunca sabe…! Al día siguiente el caballo vuelve, y con una yegua que ahora lo acompaña. Entonces el vecino le dice: ¡Eres verdaderamente afortunado, Dios se ha acordado de ti…! Y el campesino lo mira y le replica: ¡Uno nunca sabe…!.  Al día siguiente, su hijo, que era también su único ayudante, intentando domar la yegua, se cae y se fractura la pierna. El vecino exclama: ¡Esto sí que es una desgracia…! Y el campesino nuevamente responde: ¡Uno nunca sabe…! A los pocos días pasa el ejército reclutando varones jóvenes para una guerra recién declarada, y el único que se salva de una muerte segura es su hijo, por estar fracturado. Su vecino, nuevamente exclama: ¡Qué afortunado eres!, Dios sí que se acuerda de ti…! Y el campesino, una vez más, expresa: Uno nunca sabe….

Es decir, lo invitaría a que deje un espacio dentro de sí para el …uno nunca sabe
Y mientras lo hace le recordaría una antigua frase que dice: “A Dios rogando, y con la maza dando…” Más allá de la referencia bélica de la frase, lo que rescato de ella es el reconocimiento del valor de los dos componentes: Mientras ruego a Dios y espero su respuesta, yo sigo haciendo mi parte. 

¿Nos podemos comunicar con El sin tener una religión?

Por supuesto. Cualquier religión particular es un camino, nada más ni nada menos que eso. Comunicarse con Él es una vivencia y no tiene caminos rígidamente preestablecidos.

¿Hasta dónde Dios nos ayuda, y cuando nos contesta: “hazte cargo, es tu problema”?

Esa opción es más afín a la relación con un organismo de crédito, que puede decir: “hasta acá te ayudo” o “hazte cargo, es tu problema”. La relación con Dios es muy distinta. Para comprenderla mejor puede ser útil volver a la metáfora del glóbulo rojo. ¿Cuándo le digo?: “hasta acá te ayudo, después arréglate, yo me desentiendo“. Esa alternativa no cabe: Nunca me desentiendo. Siempre estoy involucrado porque siempre soy yo en él, pase lo que le pase. Lo que le suceda a él me está sucediendo a mí. Algo similar es la relación con Dios. No es una relación entre dos partes: es la relación entre la totalidad y cada una de sus partes constitutivas. Y esa relación, esa coparticipación no se pierde nunca, aunque muchas veces no la percibamos conscientemente. Para ponerlo en términos de tu pregunta, sería: “Siempre te ayudo y siempre es tu problema”, simultáneamente.

Dios es Amor, el Amor está intentando expresarse en el nivel humano y nosotros somos los pequeños y heroicos aprendices de esa partitura. Dios se expresa en nosotros.

El dolor existe en la vida y sin duda es duro y penoso, pero no sentir dolor no es el único objetivo de la vida. Existe otro propósito también, y es que cada uno como individuo consciente pueda sentir en sus entrañas mismas esa trama esencial, que llamamos el alma, ese código genético cósmico que nos constituye y nos hace sentir unidos a todo lo vivo, es decir, uno con la totalidad. Tal vez la dirección central de la vida es alcanzar a sentirnos uno con Dios. El itinerario de ese camino, que los budistas llaman dharma, en muchos aspectos nos trasciende y resulta misterioso para nosotros.

Dr. Norberto Levy

Entrevista brindada a F. Cataldo para “Salud Alternativa”

 

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