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‘Quería ser quien soy ahora’: Tiffany dejó la violencia en Honduras para vivir en EU

Martes, 8 de febrero de 2022
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De acuerdo con el Comité de DDHH de la ONU, entre 2009 y 2020 se registraron 335 muertes violentas de personas LGBTI en Honduras

Por Eréndira Aquino
6 de febrero, 2022

Pasaron más de diez años de deportaciones, miedo, vivir en las calles y ejercer el trabajo sexual para que Tiffany, de origen hondureño, lograra cumplir sus dos sueños: transicionar como mujer y llegar a Estados Unidos.

“Quería que la gente me viera, quería ser quien ahora soy, una mujer trans… La primera vez que salí tenía 16 años, en 2011. Soy de un lugar donde predomina la Mara y yo ya estaba experimentando, ya sabía que me gustaban los hombres. A escondidas me vestía con ropa de mi mamá y de mi hermana, me maquillaba”, cuenta.

A pesar de que se ocultaba, Tiffany fue descubierta por su madre, quien le dio una golpiza, lo que motivó que saliera huyendo de su casa y de su país.

En el camino comenzó a vestirse como mujer por primera vez. Su primer círculo de apoyo fueron las trabajadoras sexuales trans de Guatemala. “Me empiezan a maquillar y con ellas me puse por primera vez un par de tacones. Salí con falda a la calle, traía brassiere… ¡Sentí que me quería comer el mundo! Aunque no podía ni caminar”, relata Tiffany con una sonrisa.

Titubea un poco, y en seguida reconoce que todo el recorrido que hizo, lo hizo sin un peso. “Ejerciendo trabajo sexual con traileros, así fue mi camino”.

Después de varios meses de tránsito, consiguió llegar a Tenosique, Tabasco, donde vivió por aproximadamente cuatro años, a la espera de conseguir documentos que le permitieran permanecer legalmente en México, pero no lo consiguió. En cambio, fue enviada por las autoridades de vuelta a Honduras, pese al riesgo en el que se encontraba.

De acuerdo con el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, entre 2009 y 2020 se registraron 335 muertes violentas de personas lesbianas, gays, bisexuales y transexuales en Honduras, de las cuales 109 ocurrieron en los últimos tres años.

Naciones Unidas ha documentado que las víctimas identificadas como parte de la comunidad LGBTI comparten rasgos como evidentes señales de tortura o castigos, violaciones, golpes en el rostro, quemaduras, heridas en distintas partes del cuerpo y muertes causadas con armas de fuego.

“Mis ilusiones empezaron a morir en la calle”

“Sufrí mucha discriminación de mi familia. El pueblo de donde soy era de puro cabrón, puro marero -integrantes de la pandilla Mara Salvatrucha-. Estuve un año en Honduras de regreso, me pasaron muchas cosas. De la noche a la mañana tuve que volver a salir huyendo”, recuerda.

Al ser una mujer trans, “me tocaba estar con los mareros, aunque son homofóbicos. Practicaba sexo con ellos por miedo, pero uno de ellos me buscaba siempre que andaba tomado. Yo vivía con una amiga y estaba estudiando cosmetología, ya trabajaba en una estética”.

Según la organización Human Rights Watch (HRW), la violencia contra las personas de la comunidad LGBT en Honduras está asociada con factores económicos que derivan en una marginación sistemática que suele empezar con el rechazo y el abuso por parte de sus familias.

En un informe elaborado en 2020, HRW señaló que la discriminación en la educación y el empleo por motivos de orientación sexual e identidad de género agudizan la marginación económica, y con el tiempo dejan a muchas personas LGBT sin medios de vida estables y con pocas opciones que no sean vecindarios de bajos recursos, a menudo controlados por pandillas.

Era el caso de Tiffany, quien vivía con miedo, hasta el día en el que no pudo soportar más los insultos que el “marero” que la buscaba le gritó.

“Fue tanta mi cólera, porque ya tenía que soportar que no me gustaba, y después quiso seguirme humillando… No me aguanté y vulgarmente le respondí que él era más puto que yo, porque después de comerse el tigre le tenía miedo al cuero” detalla.

En seguida sintió el golpe de la botella de alcohol que sostenía su agresor contra su rostro, y comenzó a sangrar. Salió corriendo y no tuvo tiempo de más que tomar su bolso de maquillaje y salir del cuarto que rentaba. Durmió en otra casa esa noche y a la mañana siguiente volvió a cruzar la frontera hacia Guatemala.

Esta vez Tiffany no quiso cruzar por Tabasco, y prefirió probar suerte en Tapachula, Chiapas. Era junio de 2019 y la ciudad se encontraba saturada debido a la entrada de una caravana migrante. No había lugar en los albergues y los servicios de migración se encontraban saturados.

“Traía todavía las heridas de los vidrios. Fui a derechos humanos y les conté mi historia. Me canalizaron con la ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, por sus siglas en inglés) y COMAR (Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados)”, donde su trámite nuevamente se estancó.

Hasta una tarde en la que fue vista por un conocido de Honduras en Tapachula, quien contó por redes sociales que la había encontrado en México. De inmediato recibió mensajes de su hermana advirtiéndole que en su pueblo ya se sabía dónde estaba.

“Presenté los mensajes de Whatsapp a la COMAR y me dieron un traslado para la Ciudad de México. Por un momento me sentí esperanzada porque había avanzado más allá de Chiapas pero mi vida fue un infierno… lo más difícil estaba por comenzar”.

Sin redes de apoyo ni papeles para poder trabajar, al llegar a la Ciudad de México Tiffany se vio en la necesidad de volver a realizar trabajo sexual.

“Yo solo buscaba una lugar donde vestirme de mujer, tener un empleo normal… la vida que siempre soñé, pero cometí la equivocación de darle mis papeles a guardar a una de las “madrotas” -encargadas de los puntos de trabajo sexual-. Ella desapareció un día con mis cosas. No la volví a ver”.

El tiempo en el que Tiffany estuvo en la Ciudad de México coincidió con el inicio de la pandemia de COVID, lo que complicó aún más su situación: “los clientes bajaron mucho, iban puros que consumían piedra o cristal… ya no había gente que quisiera pagar por servicios sexuales, a lo más, pedían que le compraras alguna droga y ofrecían compartirla a cambio de compañía”.

“Empecé a consumir drogas y en un abrir y cerrar de ojos mi vida dio un cambio. Ya no tenía para pagar hotel. Todas las ilusiones con que venía empezaron a morir en la calle. Mis papeles de migración no salían y yo me hundía cada vez más en la prostitución”, lamenta.

La sororidad trans cruza fronteras

“Es bonito reírse cuando ya estás acá, pero no creas, cuando lo estás viviendo solo tienes miedo de las cosas que pueden pasar”, cuenta entre carcajadas Tiffany, quien actualmente se encuentra en Texas, Estados Unidos, después de una aventura que le llevó meses, y pudo ser posible gracias al apoyo de otras mujeres trans.

La primera en tenderle la mano fue Victoria, quien coordina una organización llamada LLeca-Escuchando la calle. Cada martes, acompañada de voluntarios, acude al Monumento a la Revolución por las noches, para regalar comida y ropa a las mujeres que ejercen el trabajo sexual.

“Ahí fue donde conocí a Victoria, que nos regalaba comida y ropa. Haz de cuenta que en Revolución se forman como 100 trabajadoras sexuales, algunas entaconadas o descalzas, todas con sus pelucas, en lencería o vestidas, pero están formadas por un taco”. Poco a poco su relación comenzó a ser más cercana.

La ayuda de Victoria, cuenta, fue crucial para que pudiera salir del trabajo sexual y del consumo de drogas. Por voluntad propia acudió a un centro de desintoxicación y estuvo internada tres meses, en los que se recuperó, hasta el día en el que salió y pocas horas después le informaron por teléfono que una de sus amigas, quien estuvo anexada con ella, había fallecido.

“No es excusa, pero es algo que no supero hasta el día de hoy. Después de eso empecé a tomar, recaí, pero Victoria y otras chicas del trabajo me dijeron que tenía que valer la pena el esfuerzo que había hecho”. Pero lo que definitivamente la hizo decidir que ya no quería esa vida fue presenciar el ataque contra una de sus compañeras por parte de una madrota. Consiguió la dirección de Victoria, y sin invitación, acudió a tocar su puerta.

Aquella noche, recuerda Victoria, “ni siquiera la esperábamos. Ya que llegó la invité a pasar, se sentó a cenar cereal y de repente un taxista tocó a la puerta para preguntar por ella porque no había pagado”.

Tiffany ríe y reconoce que no tenía para pagar, que de hecho acudió con Victoria porque no tenía dinero para comprar algo que comer, menos aún alquilar una habitación para dormir.

Victoria vive en un departamento de dos habitaciones, en el que desde que comenzó la pandemia da alojamiento a trabajadoras sexuales que se encuentran en situación de calle, y desde aquel día ella era una más de sus huéspedes. Sin embargo, a diferencia de sus compañeras, debía vivir encerrada, ante el miedo de que pudieran hacerle algo por haber sido testigo de la agresión a su compañera.

Mientras las otras huéspedes de Victoria le retribuían el apoyo yendo con ella a dejar comida a las trabajadoras sexuales o llevando ropa, Tiffany colaboraba con las labores del hogar y la preparación de los alimentos. Se encontraba segura mientras no saliera del departamento, pero no pasó mucho tiempo antes de que decidiera que no quería vivir más así.

Consiguió que una amiga que vive en Estados Unidos le enviara dinero para que intentara cruzar la frontera y, en cuanto lo tuvo en sus manos, pagó su pasaje rumbo a Reynosa, Tamaulipas, donde ya la esperaba un ‘coyote’ para llevarla hasta Texas.

“Desgraciadamente después de que me cruzaron, ya en Texas, me subieron a una patrulla y me regresaron por el puente fronterizo. El de migración nos dijo “Bienvenidos a México” y en ese momento rompí en llanto, me arrodillé y grité. Sentí que se me venía el mundo encima”, relata.

Llevaba el dinero contado y tenía días sin comer. Aún con la ropa mojada por haber cruzado por el río, y de vuelta en México, Tiffany pensó que su única opción sería regresar a la capital y ejercer el trabajo sexual. Victoria le mandó 200 pesos para que comprara comida. Con lo que sobró, recuerda que pagó una hora de servicio en un café internet.

“Me fui a meter al café internet y llorando le conté a una amiga que vive en Nueva York que me habían regresado, que estaba mal y no sabía que hacer. Ella me dio el número de mamá Susana. Me dijo que le explicara la verdad de lo que estaba pasando y ella me iba a ayudar sin pensarlo”.

Y así fue como estableció contacto con la directora del albergue Casa de Colores, que apoya a mujeres trans migrantes a llegar a Texas, Estados Unidos, en busca de mejores condiciones de vida y de seguridad, en los casos en que son víctimas de amenazas y persecución.

“Que sea lo que Dios quiera”

La noche en que realizamos la entrevista, Tiffany se encuentra nuevamente realizando maletas. A la mañana siguiente, tiene un vuelo programado para viajar de Texas a California, en donde la esperan integrantes de Translatina, otra asociación que apoya a migrantes, quienes le brindarán alojamiento y la apoyarán para buscar ofertas educativas y de empleo.

Entre risas muestra un lápiz labial, una paleta de sombras y un rimel que se llevó de la casa de Victoria cuando partió a Reynosa. “Llegué solo con la ropa puesta, lo único que traía era el maquillaje en el brassiere para poder retocarme donde fuera”.

Llegar a Ciudad Juárez -donde se encontraba el cruce fronterizo en el que Susana y Casa de Colores podían ayudarla- tampoco fue sencillo. Victoria y sus amigas de la capital juntaron el dinero justo para que comprara el boleto de autobús y tuvo que pasar más de un día sin comida.

Después de años, por fin, pudo cruzar a los Estados Unidos, gracias a que Casa de Colores cuenta con una excepción al Título 42, normativa establecida por el gobierno del expresidente Trump para expulsar migrantes de su territorio. Fue recibida en un hogar donde lo primero que le dijeron era que eligiera la ropa y los zapatos que quisiera, mismos que ahora lleva consigo rumbo a su nueva vida.

“Llevo muchos años ejerciendo el trabajo sexual. Ahora tengo la oportunidad de estar acá, y la verdad todavía no sé para donde voy, pero estoy segura que se me van a abrir muchas puertas. Quiero estudiar inglés y alguna otra cosa para no volver a tener que emplearme en lo mismo”, confiesa.

Ahora que está segura en otro país, solo espera “que sea lo que Dios quiera”.

Fuente Animal Político

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