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“Los enigmas del caso Luciani“, por Pedro Miguel Lamet

Martes, 14 de junio de 2022
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se-reconocen-los-actos-cristianos-juan-pablo-i-1Leído en su blog:

“Yo no sé si lo mataron o no. Pero hay muchos cabos sueltos en esta historia”

 No salía de mi asombro. En aquel verano de 1978 acabábamos de enterrar a un papa, Pablo VI, y de elegir a otro, Juan Pablo I, que los medios calificaron enseguida como “el papa de la sonrisa“. A los 33 días regresaba a Roma

¿Qué había pasado? ¿Cómo explicar una muerte tan repentina? Ya entonces se desataron las especulaciones: que si estaba enfermo del corazón, que si el estrés había afectado el psiquismo de un hombre que no se sentía con fuerzas para gobernar a la Iglesia, y, como inevitable, la hipótesis del envenenamiento.

El libro publicado en 1984 por Yallop, “En el nombre de Dios”, ofrecía escasas fuentes y pruebas. Pero vendió seis millones de ejemplares al aprovechar el escándalo bancario del Vaticano, que involucró a la logia masónica P2 y al banquero italiano que había muerto en misteriosas circunstancias

El Vaticano organizó un contraataque a través del arzobispo John Foley, que encargó la redacción de un libro-respuesta al periodista británico John Cornwell. Juan Pablo II le invitó a su misa privada y le bendijo el proyecto. La obra se centró en atacar la teoría de la conspiración. Según los argumentos de Cornwell, el breve pontificado de Juan Pablo I se estaba precipitando hacia el desastre y muchos en el Vaticano lo sabían

El obispo Antonio Montero, último responsable entonces de la casa editora de Vida Nueva, me exigió que escribiera al nuncio pidiendo perdón por haber publicado el dossier de Jesús López, aunque yo seguía ignorando por qué, si se había publicado solo como una hipótesis. López fue destituido de su cargo en la Conferencia Episcopal

Yo no sé si lo mataron o no. Pero hay muchos cabos sueltos en esta historia. Desde luego tenía proyectadas reformas importantes en la Iglesia desde su bondad y también ingenuidad

Encubrimiento oficial bajo capa de beatificación, por Jesús López Sáez

Jesús López Sáez: “¿Cómo calificar una beatificación que encubre un asesinato?”

No salía de mi asombro. En aquel verano de 1978 acabábamos de enterrar a un papa, Pablo VI, y de elegir a otro, Juan Pablo I, que los medios calificaron enseguida como “el papa de la sonrisa”. Yo hacía unos días que había regresado de Roma, donde había cubierto el relevo papal para el semanario Vida Nueva, de la que era redactor-jefe y el diario Pueblo, cuando a las ocho de la mañana del 29 de septiembre, me despertaron con la noticia de que el recién elegido papa Luciani había muerto. ¡Había durado 33 días en el solio pontificio!

Hipótesis de una muerte

Tomé el primer avión y regresé a Roma. Me encontré, como era de esperar, a la ciudad conmovida y a la voraz prensa italiana revolucionada. ¿Qué había pasado? ¿Cómo explicar una muerte tan repentina? Ya entonces se desataron las especulaciones: que si estaba enfermo del corazón, que si el estrés había afectado el psiquismo de un hombre que no se sentía con fuerzas para gobernar a la Iglesia, y, como inevitable, la hipótesis del envenenamiento. Pero sobre todo la falsa noticia difundida por el Vaticano de que un sacerdote fue el que encontró el cuerpo muerto del papa, para evitar reconocer que la primera en descubrirlo fue una mujer Se trataba de una religiosa, sor Vicenza, que tenía la costumbre de llevarle todos los días un café a la capilla donde celebraba la eucaristía y, al no encontrarlo, fue a su cuarto y lo halló muerto con los lentes caídos junto a unos papeles que debía estar leyendo, al parecer un discurso admonitorio dirigido a los jesuitas. Recuerdo perfectamente uno de los titulares de un periódico romano: Suor Vicenza, quella suora che sa (“Sor Vicenza, esa monja que sabe”).

También en esos días se habló mucho de que no se había hecho la autopsia. Por lo visto por respeto no es costumbre hacérsela a los papas. Un día me enteré  de que, de hecho, las vísceras papales se conservan en la pequeña iglesia de San Silvestro, la que está justo al lado de la Fontana de Trevi. Esas y otras crónicas de aquellos días están publicadas en el libro escrito por el equipo de la revista, “Del papa Montini al papa Wojtyla: Los 75 días que estremecieron a la Iglesia” (Mensajero, Bilbao, 1979).

Un pliego envenenado

El siguiente episodio de mi experiencia en el caso Luciani sucedió siendo yo director del semanario Vida Nueva, cuando me llegó un dossier escrito por el sacerdote abulense Jesús López, director de la Comunidad Ayala de Madrid y por entonces director también del Secretariado de Catequesis de la Conferencia Episcopal, que sostenía, en la línea de Yallop, la tesis de que Juan Pablo I había sido asesinado.

Su teoría era que Juan Pablo I había sido envenenado, abatido por el “estado lamentable” del Vaticano, justo antes de que él pudiera revelar la corrupción en sus más altos niveles. El libro publicado en 1984 por Yallop, “En el nombre de Dios”, ofrecía escasas fuentes y pruebas. Pero vendió seis millones de ejemplares al aprovechar el escándalo bancario del Vaticano, que involucró a la logia masónica P2 y al banquero italiano Roberto Calvi, presidente del Banco Ambrosiano que había muerto en Londres en misteriosas circunstancias, y aludía a la corrupción financiera vaticana. Yallop citaba a seis personas a las que beneficiaba que el Papa fuera destituido repentinamente. Una de ellas era el arzobispo estadounidense Paul Marcinkus, que dirigía el Banco del Vaticano (IOR) y que con el tiempo acabaría perseguido judicialmente. En 2019, el italiano Antonio Raimondi, ex integrante de la mafia Colombo, confesó haber ayudado su primo Marcinkus a matar al Papa Juan Pablo I en 1978,  cuando tenía 25 años, para mantener encubierto un fraude financiero. Con Marcinkus ya tuvo problemas Luciani siendo patriarca de Venecia, porque subió los intereses en IOR (Banca Vaticana) tras la venta al Banco Ambrosiano. Solo que el patriarca entonces se limitó a aconsejar a sus curas que abandonaran la entidad bancaria, sin denunciarla públicamente para evitar problemas a Pablo VI. Pero desde entonces tenía en la cabeza la necesidad de limpiar las finanzas vaticanas.

El Vaticano organizó un contraataque a través del arzobispo John Foley, que encargó la redacción de un libro-respuesta al periodista británico John Cornwell. Juan Pablo II le invitó a su misa privada y le bendijo el proyecto. La obra se centró en atacar la teoría de la conspiración. Según los argumentos de Cornwell, el breve pontificado de Juan Pablo I se estaba precipitando hacia el desastre y muchos en el Vaticano lo sabían. La Curia se habría burlado del nuevo Papa por considerarlo sencillo, infantil, con una “mentalidad de revista ´Reader’s Digest’”. Y se estaba rompiendo personalmente bajo la presión de su cargo. Apoyándose en gran medida en entrevistas con los sacerdotes-secretarios de Juan Pablo I, Cornwell describió al Papa como una persona que preguntaba a diario: ¿Por qué me eligieron a mí?” Juan Pablo creía, según esta tesis, que su elección había sido un grave error.

El libro de Cornwell incluía una anécdota significativa que le había contado a uno de los secretarios de Juan Pablo I, John Magee, sobre un día en que el Papa lanzó al aire un puñado de documentos mientras caminaba por uno de los jardines colgantes de las azoteas vaticanas. Las páginas revolotearon, esparciéndose por los tejados, y el Papa musitaba entristecido: “Dios mío, Dios mío”. Magee sugirió al pontífice que se fuera a descansar. Los bomberos vaticanos se encargaron de recuperar los papeles, pero el Papa se echó acurrucado en posición fetal en su cama, según Magee.

Acabó imponiéndose pues la teoría de problemas circulatorios o una embolia. Lo más discutido de la teoría Cornwell es que la enfermedad del papa estaba relacionada con un delicado estado mental y a que incluso encontrándose mal, no quiso llamar al médico. Es más, algunos insinuaron que era un papa que quería morir. Su hermano, Eduardo Luciani, contó que un día comiendo en familia se levantó de la mesa pálido, cuando se habló sobre Fátima. Suponía que sor Lucía, la vidente, le habría anunciado algo sobre su próxima muerte.

De cara a la beatificación

Iniciado del proceso de canonización, cuatro décadas después, y tras la atribución de la curación de una niña argentina de 11 años en 2011 como milagro, Roma ha anunciado su beatificación para el próximo 4 de septiembre. Todo ello ha supuesto la revisión de cinco volúmenes de documentos, especialmente gracias el trabajo de Stefania Falasca, vicepostuladora de la causa y autora del libro Crónica de una muerte, quien ha calificado de “literatura negra” y “basura sensacionalista” las historias publicadas, incluidas las de Cornwell. Sin embargo, los documentos analizados indican que los médicos no detectaron problemas de salud urgentes durante los chequeos de rutina que le efectuaron durante el mes que vivió Juan Pablo I como Papa. Si hubo señales de advertencia, estas provenían de su historial médico: varias personas de su familia habían tenido muertes repentinas y tres años antes había sido hospitalizado con un coágulo de sangre en el ojo. Se insistía por tanto en los problemas circulatorios. Falasca, que también es periodista del semanario católico Avvenire, cita las opiniones contradictorias y no se inclina por cuál es la tesis más probable.

En Forno di Canale, hoy Canale d´Agordo, pueblo natal de Luciani, aseguran que la muerte, por la situación de esta villa dolomita empobrecida durante años ha sido un tema obsesivo. Los hombres a menudo no llegaban a los 60 años. Las muertes infantiles eran comunes. Uno de sus hermanos menores murió siendo un bebé, al igual que tres hermanos mayores, todos llamados Albino. El niño que se convertiría en Papa recibió el mismo nombre que los hermanos fallecidos y le costó sobrevivir a sus primeros días, después de nacer con el cordón umbilical alrededor del cuello. En Canale d’Agordo piensan que no murió por casualidad, que “era un hombre puro frente a malas personas”.

Volviendo a mi experiencia periodística en este caso, acabé publicando en Vida Nueva el famoso pliego que sobre Luciani me había enviado Jesús López; eso sí, con una nota de la redacción en la que advertía que se trataba solo de una hipótesis sin más y que la revista no se comprometía con esa tesis. A pesar de todo, el obispo Antonio Montero, último responsable entonces de la casa editora, PPC, me exigió que escribiera al nuncio pidiendo perdón, aunque yo seguía ignorando por qué, si se había publicado sólo como una hipótesis. Tanta importancia tuvo el evento que este prelado fue llamado a Roma y tratado a cuerpo de rey para convencerle de la tesis oficial. A Jesús López acabaron echándole de su cargo en la Conferencia Episcopal y a mí, a la larga, de la dirección de Vida Nueva, aunque desde luego no solo por este motivo. Sin embargo, al despedirme, el obispo no dejó de recordarme: “Pedro, aquel pliego…”

El hecho es que Jesús llegó a publicar tres libros sobre el caso Luciani reafirmándose en su tesis de que se ocultaron datos sobre la muerte de Papa y que se mintió y se extorsionó a la opinión pública. Jesús, incansable, sigue recabando datos.

Yo no sé si lo mataron o no. Pero hay muchos cabos sueltos en esta historia. Desde luego tenía proyectadas reformas importantes en la Iglesia desde su bondad y también ingenuidad, entre ellas de limpieza económica, promoción de la mujer, etc. La monja-testigo, Sor Vicenza, le dijo llorando a López en la plaza de San Pedro: “El mundo debe saber”. Y el secretario del papa fue marginado destinándolo de capellán de disminuidos a un remoto pueblo de la montaña. Pero también -todo hay que decirlo- el cargo sobrepasaba sus fuerzas de buen cura de pueblo y obispo postoral, cercano y  sencillo que visitaba su diócesis en bicicleta; era un poco “bendito” y bastante conservador, como muestran sus “Ilustrissimi”, las sencillas cartas que publicaba en la prensa como cardenal. Pero eso no quita nada a que fuera personalmente un verdadero santo, e incluso un “mártir”, como dice Jesús López en otro sitio de Religión Digital. O al menos, como siguen asegurando en su pueblo, “un hombre puro entre malas personas”.

Lo que sí puedo asegurar es que nunca en mi trayectoria profesional se ha armado tanto revuelo como ante la publicación de aquel pliego. Allí no se acusaba a nadie. Pero cuando el río suena… Yo, cuando me encuentro a Jesús López, lo presento con humor: “Aquí, fulanito, aquí el asesino de Juan Pablo I”.

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Un mafioso se autoinculpa del asesinato del papa Juan Pablo I en sus memorias

Jueves, 26 de diciembre de 2019
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se-reconocen-los-actos-cristianos-juan-pablo-i-1Uno de los gángsteres más importantes de la mafia de Colombo, sobrino del mítico Lucky Luciano, afirma en un nuevo libro que urdió el plan para matar al Papa y acabar con la filtración de una serie de documentos

Por Rubén Rodríguez

El 28 de septiembre de 1978 parecía un día más en el Vaticano. El entonces Papa, Juan Pablo I, se estaba tomando un té, mientras repasaba mentalmente las labores que aún tenía que hacer durante el día. Sin embargo, tras varios sorbos a la taza, empezó a notarse lento y pesado: solo unos minutos después, se quedaba profundamente dormido… para no despertar nunca más. Ahora, 41 años más tarde, uno de los mafiosos más conocidos del mundo asegura que fue él quien urdió su asesinato.

Anthony Raimondi fue uno de los gánsteres más activos del último cuarto de siglo XX. Perteneciente a la mafia de Colombo, durante muchos años mantuvo el control de las calles de Nueva York con puño de hierro. No solo era respetado por sus malas artes, sino también en buena parte por ser el sobrino del mítico Lucky Luciano, conocido por ser el padre del crimen organizado en Norteamérica. Pero una de sus misiones más secretas tuvo lugar en el Vaticano, según explica en una entrevista con ‘The New York Post’.

Ha sido el propio Raimondi el que se autoinculpa de haber sido el encargado de asesinar al papa Juan Pablo I. Lo ha hecho en su último libro, llamado ‘When the bullet hits the bone‘ (‘Cuando la bala golpea el hueso’), una especie de autobiografía en la que cuenta algunos de sus actos delictivos más sonados. Y es precisamente ahí donde explica cómo murió el pontífice: primero, fue drogado con Valium para, poco después, ser asesinado con una solución hecha a base de cianuro.

Raimondi asegura que recibió una llamada del arzobispo Paul Marcinkus, que era su primo, para explicarle que el Papa iba a hacer públicos una serie de documentos a los que había conseguido acceder: en ellos quedaría supuestamente probado que varios funcionarios del Vaticano habrían llevado a cabo un fraude financiero estimado en casi 1.000 millones de euros, al vender certificados falsos de acciones a compradores ingenuos. Y había que silenciar el escándalo.

Si salía a la luz, Marcinkus y otros cargos del Vaticano no solo habrían sido expulsados de la Iglesia sino que habrían sido juzgados por el caso y, con casi toda probabilidad, habrían acabado su vida en la cárcel. Por esa razón, Raimondi se desplazó al Vaticano, donde su principal misión era observar las rutinas de Juan Pablo I y tratar de encontrar una brecha de seguridad con la que conseguir acabar con su vida. Pronto, encontró la manera de llegar hasta él.

Dentro de sus aposentos, Marcinkus preparó un té al Papá con una importante dosis de Valium en su interior. Mientras hacía efecto, Raimondi se encargó de hacer una solución a base de cianuro. Cuando el pontífice quedó dormido, el arzobispo llegó hasta su primo para recoger el veneno y, de vuelta a la Santa Sede, hacérselo beber para, después, huir de la escena del crimen. Cuando minutos después un cardenal vio que algo extraño le pasaba a Juan Pablo I, ya era demasiado tarde.

Cuando saltaron las alarmas, Marcinkus se apresuró a ayudar al Papa como si no supiera qué estaba pasando: cuando quisieron llegar los servicios médicos, ya no había nada que hacer. Solo 33 días después de haber sido proclamado pontífice, Juan Pablo I fallecía, según el parte médico oficial, de un infarto agudo de miocardio. Ahora, Raimondi confirma ser el encargado de elaborar el plan para su ejecución e, incluso, va más allá: afirma que también elaboró un plan para matar a Juan Pablo II.

Según explica en su entrevista a ‘The New York Post’, el nuevo Papa también tuvo acceso a los documentos en cuestión, pero fue consciente de que su vida corría peligro en caso de revelar la información, por lo que decidió no actuar. Eso es lo que evitó que fuera asesinado como su antecesor, según confesó Raimondi en su nuevo libro. Una supuesta trama con documentos falsos que fue frenada con veneno: “Allí compré un boleto de ida al infierno”, asegura el mafioso.

Fuente El Confidencial

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“Limpiando el Vaticano”, por Paul Vallelyjune.

Domingo, 7 de septiembre de 2014
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photography-saint-martin-de-porres-pierre-et-gilles-1990Leído en Evangelizadoras de los apóstoles:

Crédito Angelo Carconi / Associated Press

LONDRES – Se veía muy dramático cuando el Papa Francisco despidió a toda la junta de regulador financiero del Vaticano la semana pasada. Pero eso fue sólo el medio de ella. Los cambios sísmicos que están en marcha detrás de las escenas en Roma son aún más radicales que las apariciones públicas sugieren. Y ofrecen esclarecedoras perspectivas sobre el carácter inflexible del hombre que le gusta presentarse a sí mismo ante el mundo como un modelo de la sonrisa de humildad.

El cuerpo conocido como Autoridad de Información Financiera de Roma (FIA) supervisa todo, desde el Banco del Vaticano a las propiedades de la Santa Sede, sus salarios del personal y hasta la farmacia vaticana. Sus cinco miembros italianos se debieron a su cargo hasta 2016, cuando Francisco les pidió la renuncia temprana – para ser reemplazado por un equipo internacional de expertos financieros que incluye a Joseph Yuvaraj Pillay, el hombre que dio la vuelta a la economía de Singapur, y Juan Zarate, un ex financiero asesor de seguridad del presidente George W. Bush.

La medida drástica se produjo después de meses de luchas internas entre la vieja guardia y el director de la FIA, René Brülhart, un experto en lucha contra el lavado de dinero en Suiza, encargada de la limpieza de uno de los bancos más secretas del mundo, que cuenta con activos por valor de más de $ 8 mil millones. Un ex jefe de la unidad de inteligencia financiera de Liechtenstein, se encontró con sus reformas continuamente frustrados por una red de viejos amigos. Se quejó al papa, quien hizo a un lado el obstáculo en un solo movimiento.

Pero había algo más que eso, ya que nadie hubiera sospechado que conocía el modus operandi de Jorge Mario Bergoglio cuando era arzobispo de Buenos Aires antes de convertirse en Papa. Allí, también, se había enfrentado a un escándalo bancario en el que su predecesor, el cardenal Antonio Quarracino, había visto envuelto en la suscripción de un contrato de seguro de varios millones de dólares para una familia de banqueros prominentes que resultaron estar pagando todas las facturas de sus tarjetas de crédito. Cuando el banco se ve insolvente, los banqueros fueron encarcelados, y a la Iglesia Católica se le pidió  pagar enormes sumas de dinero que no tiene, el cardenal Bergoglio llamó a los contables internacionales Arthur Andersen, cerró el banco de la iglesia y transfirió sus activos a los bancos comerciales.

Él actuó rápidamente, con decisión y transparencia – en varios niveles a la vez. Y eso es lo que ha estado haciendo durante los últimos años con las finanzas opacas del Vaticano y su banco de escándalo-sumida.

Desde luego, tiene que hacerlo. El banco ha tenido una historia muy dudosa desde la década de 1980 cuando se vio implicado en el colapso del banco privado más grande de Italia, el Banco Ambrosiano, cuyo presidente, Roberto Calvi, fue encontrado colgando del puente de Blackfriars en Londres, un incidente que fue ampliamente visto como un asesinato disfrazado de suicidio. Se emitió una orden de arresto contra el presidente del Banco del Vaticano, el arzobispo Paul Marcinkus, alegando que él era cómplice de quiebra fraudulenta, pero nunca fue llevado a juicio.

Accidentada historia del banco ha continuado hasta tiempos recientes. En un informe de 2012, el Consejo de la autoridad monetaria europea no logró el Banco del Vaticano en siete de sus 16 centrales regulaciones anti-lavado de dinero. Otros bancos se distanciaron de él hasta el punto de que en 2013 el Deutsche Bank cerró 80 cajeros automáticos del Vaticano y de los servicios de pago de tarjeta de crédito. Impropiedad aferró a la institución como un mal olor.

Con razón el Papa Francisco hizo la reforma del Banco del Vaticano una de sus primeras prioridades. Pocos días después de convertirse en Papa , desnudó cinco cardenales de supervisión del banco de su estipendio anual de $ 42.000. En un sermón en una misa por el personal del banco que él deliberadamente describió su organización como “necesaria hasta un cierto punto.” Exigió contabilidad estricta, mejores prácticas de información y los controles internos mejorados. Diez meses después, satisfecho con el progreso, despidió a todos menos uno de los cinco cardenales en enero. También reemplazó el presidente de la FIA con un arzobispo con un historial de reforma dentro de la burocracia del Vaticano.

Astutamente, como antes, nos ha traído de afuera. Los consultores regulatorios y de cumplimiento de los Estados Unidos de Promontory Financial Group están peinando a través de 19.000 cuentas del banco. Ellos han encontrado cheques pobres de flujo de efectivo, documentación inadecuada, la ignorancia sobre la diligencia debida y un sistema de poderes que las nubes que realmente controla muchas cuentas. Cuando se pidió a los clérigos encargados cómo respondieron al regulador, contestaron: “Respondemos ante Dios.” Ahora responden al Sr. Brülhart. Unos 1.600 ejercicios cerrados hasta el momento. Leer más…

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