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Victòria Molins: Ser “una persona normal”

Lunes, 1 de agosto de 2022
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868A0C80-6598-48B9-B22D-085754D6A7BE¿Hay más vocaciones en congregaciones apegadas a sus signos externos?

“El día que me pude quitar el hábito, pasé a ser una ‘mujer normal’ o hasta diría que ‘cualquiera’ en el mejor sentido de la palabra. Pasamos desapercibidas en los lugares públicos y -dedicadas a lo mismo que antes- procuramos no ser como el levita o el sacerdote que pasaron junto al herido, aquel que no fue auxiliado hasta que no pasó una personal ‘normal’, y encima emigrante, el samaritano”

“Si hoy hay vocaciones, éstas se dan mucho más en congregaciones que –dejando a un lado su valor y santidad en la que no me meto- siguen con signos externos lejanos a esa ‘normalidad’”

Me encantó el artículo de Religión Digital en el que el Papa hablaba de ser “una persona normal” y añadía que era una de las causas por las que no quiso vivir en la residencia del palacio del Vaticano: era una cuestión psiquiátrica, porque el vivir comunitariamente le libraba de ese peso que acompaña a una vida en palacio y en la soledad del rango. ¡Fenomenal!

En otra escala mucho menor, las religiosas –llamadas vulgarmente, monjas en general, lo sean canónicamente o simplemente sean eso, religiosas- durante mucho tiempo no han sido “normales.

“Déjale sitio a la monjita”

Por eso las que nos dedicábamos a la vida apostólica fuera de los conventos cantábamos” mucho en la calle, en el metro y en todos los lugares públicos con nuestras vestimentas de otro siglo. Es verdad que eso llevaba –por lo menos en otros tiempos de nacionalcatolicismo- a ser más respetadas, a tener privilegios, a dejarles pasar en las colas, sentar en el metro o simplemente a que las madres les dijeran a su hijo pequeño: “Déjale el sitio a la monjita”, con ese diminutivo que a mí me reventaba.

El día que me pude quitar el hábito, pasé a ser una “mujer normal” o hasta diría que “cualquiera” en el mejor sentido de la palabra. Pasamos desapercibidas en los lugares públicos y -dedicadas a lo mismo que antes- procuramos no ser como el levita o el sacerdote que pasaron junto al herido, aquel que no fue auxiliado hasta que no pasó una personal “normal”, y encima emigrante, el samaritano.

Atraídos por los signos externos

Y aquí viene un fenómeno que no me atrevo a comentarlo en según qué lugares o medios de comunicación: ¿ser “normales” deja de ser atractivo para un tipo de jóvenes que se sienten atraídos por una visión más espectacular de la entrega con sus signos externos evidentes? Tal vez es una pregunta tonta, o no lo es tanto si se atiende a las estadísticas.

Hay dos cosas que me hacen pensar a la hora de la escasez de “vocaciones” para nuestra vida apostólica como consagradas en la vida religiosa: una es que en los países más desarrollados escasean mucho más. ¿Va por ahí la respuesta del joven rico que se marchó triste porque tenía demasiadas cosas…?

Triunfa lo lejano a la “normalidad

Y la otra es que si hoy hay vocaciones, éstas se dan mucho más en congregaciones que –dejando a un lado su valor y santidad en la que no me meto- siguen con signos externos lejanos a esa “normalidad de la que hablo al principio de este artículo.

De momento, -sin angustiarme demasiado por el relevo, pero sin negar la evidencia-  procuro, con mis hermanas, atenerme al Evangelio e intentar vivir como Jesús que pasó por la vida haciendo el bien y… “como un hombre cualquiera”. Texto de San Pablo a Filipenses que siempre me ha impresionado y que os lo recuerdo aquí, como complemento a mi sencilla tesis: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. (Fil. 2, 6-2-8).

Fuente Religión Digital

Espiritualidad, Iglesia Católica ,

Se reúnen en mi nombre

Viernes, 8 de enero de 2021
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00 jesus_choco_cerezoUn precioso artículo, y necesario…

Ventura Puigdomenech
Assekrem (Argelia).

ECLESALIA, 01/01/21.- “Os aseguro que si dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” (Mt.18, 20). Como preparación de la Navidad hace tiempo que me propuse profundizar algún tema que me ayude a mejor visualizar este “Dios hecho carne viviendo en medio de nosotros” (Juan 1,14). Un Dios que desde su primera venida no ha dejado de sorprendernos viniendo allí donde no lo esperábamos: una cueva, un pueblo perdido, un pesebre… lo que no es sorpresa y sabemos bien, es que este año una vez más viene a compartir nuestras historias y sufrimientos: “no tenemos un Jesús incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas, sino que de manera parecida a nosotros, ha sido probado en todo, excepto en el pecado y por ello, puede concedernos, la ayuda que necesitamos” (Hb 4, 15-16). ¿De qué va a disfrazarse este año pidiendo acogida?: ¿tomará el disfraz de un desplazado?; ¿el de un parado?; ¿el de un enfermo?; ¿el de un…?, ¡sabe Dios! ¿Sabremos reconocerlo? ¿Y si fuera el disfraz de un Dios ENFERMO que viene a compartir nuestras ‘Unidades de Cuidados Intensivos ‘(UCI)?

A nivel mundial estamos sufriendo un virus del que creíamos que su visita sería de corta duración y hay que rendirse a la evidencia; ya se comienza hablar de una posible tercera ola: ¿Y si escucháramos lo que este bicho, nos quiere decir?

Imagino vuestra reacción: “no por favor, ya estamos hartos de que nos hablen del Covid-19” ¡Lo comprendo!, sin embargo, no puedo dejar de deciros que la respuesta global que le estamos dando desde los niveles político, económico, social y también eclesial no me gusta nada. Cuando veo que la única preocupación desde estos estamentos, no es otra que la de “recuperar la nueva normalidad”, sencillamente me digo: “¡no vamos bien!” La realidad es esta: en medio de la pandemia, al ver cómo la naturaleza retomaba sus espacios, la onda de solidaridad que todo ello despertó, etc… La mayoría de entre nosotros llenos de optimismo, nos decíamos: “nada será como antes” pero una vez deconfinados vemos que para una gran mayoría la única preocupación es el “volver a lo de antes”; el “volver a lo de siempre.”

Pero, decidme: ¿alguien puede aceptar como “normal” que a diario la gente se ahogue en el mar?; ¿que nos hayamos acostumbrado a hablar de un primer y de un cuarto mundo hasta el punto de que ya no son noticia ni el hambre, ni la muerte de niños por una simple diarrea? ¿Cómo vamos a terminar con la pandemia si hay países que acumulan entre 7 y 9 veces más sus dosis necesarias dejando de esta manera en la cuneta a multitud de países pobres que solo podrán vacunar uno de cada diez de sus habitantes? ¿Quién puede aceptar como “normal” el hecho de ver cómo la mentira, la corrupción y la difamación son moneda de cambio en nuestros Parlamentos?; ¿que en pleno siglo XXI se siga cerrando en prisión a personas por sus ideas o reivindicaciones? Más que “normal”: ¿no es “escandaloso” el hecho de ver que se emplea más tiempo en construir muros que en construir puentes o hospitales? ¿Encerrar a millones de desplazados en campos insalubres; dilapidar los impuestos del contribuyente en armas para preparar la guerra; matar nuestra ‘Madre Tierra’… y así, un largo etc.: ¿será esto “normal”? “¿Recuperar una nueva normalidad?” “¡No!, ¡no gracias!”

Con todo, me limitaré a hablar de los efectos de la pandemia sólo desde el nivel eclesial y como miembro activo que soy de esta iglesia me gustaría poder ayudar a la reflexión; esta es la única razón por la que me he decidido a hablaros de ello. Me hago una multitud de preguntas de las que intuyo algunas posibles salidas pero mi sueño es que juntos, desde una reflexión eclesial serena con todo el pueblo de Dios, encontremos las respuestas adecuadas que nos marquen el camino a recorrer.

Para empezar la reflexión, debo deciros que siento una gran pena cuando leo cosas parecidas a estas: “Nosotros tenemos la gracia, como curas que somos, de celebrar en este periodo de confinamiento”; o cuando en la plena primera ola del Coronavirus, en nombre de la “libertad religiosa”, algunos de nuestros responsables reclamaban abrir los templos; o también cuando tímidamente nuestras iglesias empezaron de nuevo a abrir sus puertas y la gente aún traumatizada y con el miedo en el cuerpo, incrédula escuchaba a algunos obispos subrayar: “la obligación dominical”, recordándonos “que la dispensa de no asistir a la misa dominical ya se había acabado”. Mal andamos cuando reducimos la religión a lo permitido, lo prohibido o lo obligatorio… ¿no os parece?

Nos hemos acostumbrado a privilegios y exacciones. En esta salida gradual del confinamiento, no acabo de imaginarme qué hubiera pasado si en muchos de los países dichos católicos hubiéramos tenido que adoptar la medida que tomaron una gran mayoría de países musulmanes: mezquitas (iglesias) abiertas los días laborables y cerradas los viernes (domingos)… simplemente habríamos puesto el grito al cielo al comprobar lo que todos sabemos: nuestras iglesias, a pesar de tener sus puertas abiertas a lo largo de la semana, seguirían vacías y el día que podríamos tener gente: puertas cerradas!

¿Y si el Covid-19 nos regalara el poder hacer una nueva lectura de nuestras prácticas cultuales? El papa Francisco nos pide que “desconfinemos” a Jesús: «hoy Jesús llama desde dentro de la Iglesia para salir hacia afuera.» ¿Seremos capaces de abrirle de par en par las puertas?

Vivo en el Assekrem (Sur de Argelia), en pleno desierto del Sáhara, y mi fraternidad vecina de Tamanrasset (80 km.) desde el mes de marzo del 2019 no tiene sacerdote, eso significa pasar meses enteros sin eucaristía, pero, “por los frutos los conoceréis,” nos dice Jesús: ¿no será más importante ser eucaristía, pan y vino para tanta gente que reclama su presencia? ¿Quién puede poner en duda que mis hermanos son una verdadera fraternidad eucarística y samaritana? Otras fraternidades a lo largo del mundo a pesar de tener algún hermano sacerdote en casa, por solidaridad con el común de los fieles decidieron no celebrar ninguna eucaristía hasta que abrieran las parroquias. Leer más…

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