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“¿Teresa extraordinaria? (III)”, por Gema Juan, OCD

Martes, 14 de julio de 2015
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19115313646_834cbce141_mDe su blog Juntos Andemos:

El largo camino por el que Teresa de Jesús se fue haciendo una mujer nueva y extraordinaria supuso, también, la revelación de un Dios sorprendente e inesperado. El Dios que había transformado su vida y que hará de ella una gran mujer de Dios.

Descubrir a ese Dios, siempre presente pero no siempre percibido, forma parte de la aventura personal de Teresa y de su proceso para convertirse en la «madre de espirituales» que llega a ser, capaz de acompañar a los creyentes, de siglo en siglo.

Ella misma confesaba, en una ocasión: «Acaecióme a mí una ignorancia al principio, que no sabía que estaba Dios en todas las cosas». Y eso, a pesar de que en cuanto empieza a repensar su vida para enderezarla, cae en la cuenta de que Dios, desde el principio, la iba guiando y llamando. Decía al comienzo del Libro de la Vida: «No me parece os quedó a Vos nada por hacer». Y, mucho más adelante, en una Exclamación, insistirá: «¡Oh, qué tarde se han encendido mis deseos y qué temprano andabais Vos, Señor, granjeando y llamando para que toda me emplease en Vos!».

Al Dios todomisericordioso, del que después hablará incansablemente, lo descubre muy lentamente. Teresa creía que el tesoro del amor de Dios solo se entregaba a los buenos y eso la había paralizado en más de una ocasión. Y resumía esa creencia diciendo: «Aguardaba a enmendarme primero, como cuando dejé la oración».

Creía que tenía que ser buena para que Dios estuviera con ella, para orar, incluso para tratar con los letrados o con quienes podían darle luz en su camino. Teresa todavía veía a Dios como el que favorece y se da a los buenos y juzga y recrimina a los malos.

Y cuenta que oraba para «ganar perdones», para ganarse a Dios: «Antes que me durmiese, cuando para dormir me encomendaba a Dios, siempre pensaba un poco en este paso de la oración del Huerto, aun desde que no era monja, porque me dijeron se ganaban muchos perdones».

Después de muchas luchas interiores, tras no pocas idas y venidas, entenderá que Dios va siempre delante, dándose. De tal modo que, cuando hace memoria de su propia vida, se da cuenta de que Dios es pura Gracia. Descubre a un Dios al que no hay que ganar, con el que no hay que comerciar para tenerlo a favor, pero con el que se puede hacer «un concierto». Eso es lo que llegará a entender Teresa:

Que con el «amigo de todo concierto», solo se puede tratar de amistad, no sirven otras cosas: solo la sinceridad de corazón encuentra el acceso. Teresa llega a comprender que Dios no fuerza jamás ni se presta a cambalaches piadosos. Por eso, dirá: «Él no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que le damos; mas no se da a Sí del todo hasta que nos damos del todo».

Así, pero no de un día para otro, Teresa pasa de creer en un Dios al que hay que satisfacer, a creer y vivir con otro que ama y se deja amar, que quiere amigos y no súbditos. Ese gran paso le lleva a entender que Dios desea encontrar una mirada amorosa que le responda y por eso dice a quien quiera escucharla: «Mire que le mira, y le acompañe y hable y pida y se humille y regale con Él».

El camino de fe que recorre la lleva a comprender que Dios quiere comunicarse, que busca a todos los seres humanos para regalarles su amor. Por eso, dirá que lo que importa es descubrir «el particular cuidado que Dios tiene de comunicarse con nosotros y andarnos rogando -que no parece esto otra cosa- que nos estemos con Él».

Teresa no dejará ya nunca de ser exigente consigo misma y con los demás. Y tal vez por ello, a veces se confunde su gran valía con algo excesivo a lo que no se puede aspirar. No es así. Ella puede decir: «Ni honra, ni vida, ni gloria, ni bien ninguno en cuerpo ni alma hay que me detenga ni quiera ni desee mi provecho, sino su gloria», y al mismo tiempo: «Soy muy ordinario reprendida de mis faltas». Como si dijera: siempre hay por delante un gran camino que hacer y estoy dispuesta. Ahí está lo extraordinario.

Teresa acompaña para abrir los ojos al amor y descubrir al «huésped divino» que jamás falta; conduce al encuentro íntimo y enseña lo único necesario para el amor: confiar y andar en verdad. Solo después de eso, se muestra firme para que nadie pierda el tesoro recibido y es desde ahí, desde donde levanta su propio vuelo.

Porque si algo hizo extraordinaria de verdad a Teresa, fue la confianza absoluta y esa amada sinceridad que unió su vida a la de Dios, sin dejar resquicio fuera. A partir de aquí, todas sus piezas encajan. Su vida se concierta con la del Dios que ha arrebatado su corazón y empieza «otra vida», la extraordinaria vida de los amigos de Dios. Escribir, recorrer mil caminos para fundar, enseñar, mover corazones, tratar con nobles y gentes sencillas, negociar, educar, responder a los teólogos… todo es –dirá– «otra vida nueva».

Con cuánta razón podía escribir: «¡Oh Señor mío y Misericordia mía y Bien mío! Y ¿qué mayor le quiero yo en esta vida que estar tan junto a Vos, que no haya división entre Vos y mí? Con esta compañía, ¿qué se puede hacer dificultoso? ¿Qué no se puede emprender por Vos, teniéndoos tan junto?».

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