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El ‘caso Novell’ y los obispos que la Iglesia necesita

Lunes, 27 de septiembre de 2021
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C54AF4EA-D59F-487A-9979-F61596814196Cardenal Michael Czerny S.J. La cruz pectoral de Czerny, hecha por el artista italiano Domenico Pellegrino, está formada a partir de los restos de un barco utilizado por los migrantes para cruzar el mar Mediterráneo y llegar a la isla italiana de Lampedusa.

¿Qué se les debería exigir a los obispos, mucho más allá de que sean célibes?

“Sin idealismos: obispos, presbíteros o laicos, nadie podemos cumplir al cien por cien, porque somos pecadores, pero todos podemos cada día buscar la conversión y tender hacia lo que se nos pide como cristianos en nuestros ministerios, tratando de hacer el mayor bien posible”

“Sea célibe o casado (como en otras confesiones cristianas sucede, sin consecuencias terribles) lo que si tendrá es que tener su afectividad bien resuelta y una personalidad equilibrada para poder cumplir su misión con dignidad y respeto a sí mismo y a los demás”

“Desde mi punto de vista, en el caso del obispo dimisionario de Solsona no viene a cuento hablar del celibato opcional o de si podría haber en un futuro obispos casados”

Leo en la prensa ya hace días la renuncia reciente del obispo de Solsona. Sin tardanza alguna, empiezan a aparecen conjeturas sobre cual habrá sido la causa de que una persona de 52 años que fue nombrado a los 41, el obispo más joven de España, con una prometedora carrera eclesiástica, haya presentado su renuncia.

 ¿Será enfermedad? Pronto parece descartarse. De algún lado se presumen presiones de la propia CEE por su nacionalismo catalán exacerbado. De otros, coerciones de los colectivos LGTBIQ por su homofobia manifiesta, que le lleva a organizar cursos de rehabilitación para personas gays. Hay quien también opina que la causa es que el obispo Omella y el Papa no le quieren por sus posiciones alejadas de Amoris Laetitia en lo que a cuestiones morales ligadas a la sexualidad se refiere. Muchos, con un conocimiento más próximo de la persona, dicen que tiene una personalidad inestable y que desde que le conocen ha manifestado importantes desequilibrios psicológicos. Y, ya, definitivamente, queda para todos su explicación, su propia palabra.  Dice que lo que le hace presentar su renuncia, es que “se ha enamorado de una mujer” y “que quiere hacer las cosas bien”.

Revuelo generalizado. Ahora gran parte de las miradas cambian de objetivo y se dirigen hacia la ley de celibato obligatorio para los presbíteros. Quieren encontrar aquí causas de esta dimisión,  hacer reflexiones o sacar conclusiones en torno al debate sobre el celibato, a favor o en contra de la elección libre de estado de vida. Hay quien le da por endemoniado. La verdad, carezco de experiencia para juzgar sobre ese tema. Pienso que lo que están haciendo muchos otros obispos a los que ahora recuerdo, en sus diócesis (aunque no se hayan unido a una mujer) no parece obra de Dios y si sucumbir a distintas tentaciones, pero ya lo de la posesión satánica me queda un poco grande. Me abstengo de opinar.

Para nada juzgo a la persona ni sus motivaciones personales de renunciar al ministerio episcopal. No lo haría ni siquiera si la conociera, cuanto más sin conocerlo. Y me parece absolutamente respetable con quien quiere cada cual unir su vida, así que lejos de mi opinar sobre su pareja. Pero si puedo analizar lo que he visto de su ministerio como obispo, que no es el único que cuestiono, por cierto.

Cuando ha surgido este caso, que muchos abordan desde el morbo o desde un enfoque muy centrado en la sexualidad, para mí las reflexiones son otras y giran en torno al ministerio del obispo y a su misión: ¿Qué se les debería exigir a los obispos, mucho más allá de que sean célibes? Reflexionemos sobre su misión.

Un obispo debe ser un hombre de hondas convicciones cristianas, una persona de oración e interioridad, alguien que se sabe limitado y pecador, que a diario es transformado por la oración y que quiere dejarse guiar por el Espíritu, que nos hace libres. Para esto se necesita formar personas de profunda espiritualidad conectada a las realidades concretas.

En la actualidad, un obispo en la Iglesia Católica es un pastor de comunidades, cada una dentro de sí diversa y diversas, también, plurales entre ellas. Por lo tanto debería de cumplir un papel de mediación, de ayudar a unir a las comunidades, más allá de sus legítimas diferencias. Independientemente de su opinión, también legítima y razonable, como ciudadano sobre algún tema, no debe ser un ideólogo que se posicione radicalmente a favor de unas tesis, marginando y confrontando a quienes piensan diferente. Para esto se necesita personas que saben tender puentes y poner la mirada en un punto más allá del conflicto, allí donde las diferencias pueden unirse en intereses comunes. Y que todos se sientan queridos y acogidos en sus diversidades.

Un obispo debe cuidar y acoger a todos los presbíteros de su diócesis, independientemente de sus simpatías o antipatías y debe de cuidar del equilibrio emocional de todos ellos, acompañarles en sus crisis y felicitarles por sus esfuerzos pastorales, contribuyendo a su formación. Para esto se necesitan personas equilibradas emocionalmente, sin filias, ni fobias, que sean capaces de amar en profundidad y de no juzgar a las personas, sino ver las situaciones por las que atraviesan y procurar ayudarles en lo posible.

Un obispo no puede tolerar en su diócesis, si los conoce, casos de corrupción ni de abuso de cualquier tipo, sea de tipo sexual, de poder o de conciencia. Evidentemente, mucho menos protagonizarlos él mismo. Por lo tanto, el obispo tiene que ser un ejemplo de desapego de las riquezas y de los poderes mundanos, de renuncia a cualquier tipo de privilegios y ser una persona humilde que sabe relacionarse con las personas más sencillas, sin dejar por eso de ser profundo. Alguien que sabe comunicar con todos, porque sabe escuchar en profundidad, e incluso es evangelizado por los sencillos y desprovistos de poder.

Un obispo católico postconciliar tiene que estar hoy en el seguimiento el Evangelio, del desarrollo del Vaticano II y en la línea de las últimas encíclicas del papa Francisco: Fratelli Tutti, Amoris Laetitia, Laudato Si… Por lo tanto, debe ser alguien profundamente convencido y poseído por la Misericordia, por el amor fraterno y sororal, alguien que valore profundamente a cualquier ser humano, independientemente de su género, orientación sexual, situación social o procedencia geográfica, étnica y religiosa. Es preciso que esté firmemente comprometido con la Paz, la Justicia y el cuidado de todo lo Creado, poniendo la vida a su servicio. Y nunca debe descuidar su formación continua. Formación y oración se complementan.

Un obispo hoy tiene que llevar la sinodalidad en la entraña, tiene que saber que todos y todas hemos de caminar juntos, pensando, orando y decidiendo  y que el Espíritu sopla sobre todo el Pueblo de Dios, independientemente de su sexo, ministerio o función en la Iglesia. Y, al mismo tiempo valorar y comprometerse con el diálogo entre los cristianos como mandato de Cristo, e interreligioso como único camino posible hacia la Paz.

Sin idealismos: obispos, presbíteros o laicos, nadie podemos cumplir al cien por cien, porque somos pecadores, pero todos podemos cada día buscar la conversión y tender hacia lo que se nos pide como cristianos en nuestros ministerios, tratando de hacer el mayor bien posible. Leer más…

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